Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick - E-Book

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida E-Book

TERESA SOUTHWICK

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Beschreibung

Un amor para recordar Teresa Southwick Emily Summers nunca olvidaría la apasionada aventura que vivió con Cal Westen y que la dejó anhelando lo que él no podría darle nunca. Pero el carismático médico de Urgencias, alérgico al compromiso, sí le había dado algo. Y ya era hora de que supiera la verdad… para que pudiera convertirse en el padre que su hija necesitaba. El hombre soñado Christyne Butler Landon Cartwright era un héroe para Maggie Stevens. Aquel vaquero errante había aparecido justo a tiempo para salvarla del hombre que quería robarle sus tierras. Pero cuanto más tiempo se quedase allí aquel sexy y solitario cowboy, más posibilidades tendría de romperle el corazón… Un extraño en mi vida Christine Rimmer Después de que su novio la dejase, Tessa Jones no estaba dispuesta a aguantar las tonterías de ningún hombre. ¿Pero cómo iba a negarse a ayudar al extraño que se había desmayado delante de su casa en medio de una ventisca? Un hombre que no sabía ni quién era ni cómo había llegado hasta las Sierras de California...

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Seitenzahl: 662

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 430 - febrero 2021

© 2009 Teresa Ann Southwick

Un amor para recordar

Título original: The Doctor’s Secret Baby

© 2009 Christyne Butilier

El hombre soñado

Título original: The Cowboy’s Second Chance

© 2007 Christine Rimmer

Un extraño en mi vida

Título original: The Stranger and Tessa Jones

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-178-8

Índice

 

Un amor para recordar

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

 

El hombre soñado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

 

Un extraño en mi vida

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

DECIRLE a un antiguo novio que tenía una hija que no conocía era una manera horrible de empezar el día.

Y la sala de urgencias del Centro Médico Misericordia en la que él trabajaba era una lugar horrible pare decírselo, pero Emily Summers sabía que lo encontraría allí sin duda. El doctor Cal Westen era especialista en urgencias pediátricas y pronto estaría allí. Siempre se pasaba por la sala de médicos de urgencias treinta minutos antes de que diera comienzo su turno para tomarse un café. Al menos eso solía hacer. Emily ya no estaba al tanto de sus costumbres desde que rompieron hacía más de un año.

Emily abrió la puerta y el corazón le dio un vuelco al verlo. Algunas cosas no cambiaban, incluida su reacción física ante aquel carismático y encantador médico.

—Hola —dijo levantando la mano en gesto de saludo.

Cal sonrió al instante nada más verla.

—Emily Summers en persona.

Ella entró en la sala y se colocó al lado de la mesita que había en el centro.

—¿Cómo estás, Cal?

—Bien.

Tenía buen aspecto. Como siempre. Era alto, bronceado y musculoso. Aquel hombre conseguía incluso que la bata sin forma resultara sexy. Emily tenía un pasado de atracciones por hombres altos, morenos y guapos. Pero Cal había cambiado eso. Tenía el cabello rubio y revuelto y un hoyuelo profundo le suavizaba la recta mandíbula.

—Me alegro de verte —sus ojos azules brillaron con auténtica alegría, pero cuando le contara lo que había ido a decirle, probablemente eso cambiaría. Cal colocó su taza de café de papel sobre la mesa que los separaba—. ¿Cuánto hacía que no nos veíamos?

Emily estaba de cuatro semanas cuando lo vio por última vez, y desde entonces su vida había transcurrido en una nebulosa de embarazo y bebé.

—Unos dos años.

—Parece que fue ayer —dijo Cal sacudiendo la cabeza.

Ella no podía decir lo mismo, porque su vida había cambiado profundamente durante ese tiempo. Desde que el bebé se movió dentro de ella, había sentido un amor más poderoso que nada que hubiera conocido antes. Su hija era la única razón por la que estaba ahora allí, porque ver a Cal de nuevo era lo último que deseaba. Él le había roto el corazón.

Cal la miró de arriba abajo y sonrió.

—Llevas el pelo más corto.

—Así es más cómodo —pensó tocándose la corta melena.

—Está bien. Muy bien —en sus ojos había aprobación—. ¿Has perdido peso?

—Siempre tan encantador —dijo Emily. Durante el primer trimestre del embarazo no había dejado de vomitar, y el resto del embarazo también había sido duro. Después del parto había estado muy ocupada y no había recuperado los seis kilos que había perdido su metro sesenta de altura.

—En serio, estás distinta.

Tenía una hija, la hija de Cal, pero no quería soltarlo de golpe. Aunque no sabía por qué tenían que preocuparle sus sentimientos cuando él había despreciado los suyos.

—Sigo siendo la misma.

Cal se cruzó de brazos mientras la observaba, y Emily se fijó en el contorno de sus músculos. Parecía que fue ayer cuando acarició con las manos la suave mata de pelo de su pecho.

Él rodeó la mesa y se colocó delante de ella, lo suficientemente cerca como para que pudiera percibir el calor de su cuerpo.

—Estás estupenda, Emily. ¿Cuál es tu secreto? Nunca supe dónde fuiste cuando dejaste el Centro Médico Misericordia.

¿Significaba eso que había tratado de averiguarlo? Cuando Emily creía que tenía el corazón bajo control, volvía a latirle a toda prisa. Pero Emily no quería volver a sufrir como había sufrido por él.

—Fui al Centro Médico Amanecer.

—¿Sigues siendo trabajadora social? —le preguntó Cal.

—Sí. Y también hago otras cosas.

—Sea lo que sea te sienta bien.

Emily había querido ser madre desde la primera vez que se quedó embarazada, pero entonces era demasiado joven para quedarse con el bebé. Entregar a su hijo para que otra madre se ocupara de él había dejado un vacío en su interior imposible de llenar.

—¿Qué tal te va a ti, Cal? —le preguntó cambiando de tema.

—De maravilla.

Emily creyó percibir demasiado entusiasmo en su voz. ¿O acaso quería pensar que Cal deseaba convencerla de que estaba muy bien desde que rompieron?

—¿Cómo has estado, Emily?

Ya no podía seguir postergándolo más. Emily suspiró con fuerza.

—Tengo un bulto en el pecho.

El rostro de Cal se nubló con una expresión preocupada.

—No hay razón para temer lo peor. ¿Has visto ya a alguien?

—Tengo cita con un médico, pero…

—Lindquist es especialista en pecho. Lo conozco muy bien. Le llamaré y…

—No, no es eso de lo que quería hablar contigo. No estoy preocupada por mí, sino por mi hija.

—¿Tu hija? No sabía que…

—Nuestra hija. Tiene once meses. Se llama Ann Marie. Annie.

—Ann es el segundo nombre de mi madre —dijo Cal como si no se le ocurriera nada más que decir.

—Y Marie el de mi madre. Me pareció justo —aunque no lo era, después de lo que la madre de Emily le había obligado a hacer.

Cal se pasó la mano por el pelo.

—¿Qué diablos estás diciendo? ¿Por qué debería creerte, Emily? Tú fuiste la que se marchó. Y antes de eso, no mencionaste nunca que estuvieras embarazada.

—No me diste oportunidad.

—¿Esto es culpa mía? —Cal alzó los dedos—. Dos palabras: «Estoy embarazada». Eso es lo único que tenías que decir.

—No era tan fácil —no después de la horrible experiencia que sufrió cuando no era más que una niña.

—Y perdona que te lo pregunte, pero ¿por qué me lo cuentas ahora?

—Por el bulto —aseguró ella sin vacilar—. Si algo me ocurriera, Annie no tendría a nadie.

Cal entornó los ojos con desconfianza.

—¿Por qué debería creerte después de todo este tiempo? ¿Qué buscas, Emily? ¿Qué quieres de mí?

Emily pensaba que no podría sufrir más que la noche en que trató de contarle a Cal Westen lo del bebé, pero se equivocaba. Su segundo rechazo resultaba igual de doloroso, porque incluía a Annie. ¿Cómo podía rechazar a una niña tan dulce?

—Fue un error no contártelo en su momento —admitió—. Pero espero que no castigues a tu hija por mi error.

—No tengo motivos para pensar que sea mi hija. Siempre usé protección cuando estuvimos juntos. Yo no me arriesgo.

—Yo tampoco —aseguró ella. El error que había cometido hacía tanto tiempo la había vuelto muy cautelosa—. No sé qué decirte, excepto que supongo que el preservativo se rompió.

En aquel momento entró Rhonda Levin. Emily había visto de vez en cuando a la jefa de enfermeras de urgencias cuando trabajaba allí. La robusta mujer la miró con los ojos entornados y luego clavó la vista en Cal.

—Tienes trabajo, doctor. Están trayendo a las víctimas de un accidente de coche. Uno de ellos es un niño de once meses con un golpe en la cabeza. Tenéis tres minutos —dijo Rhonda mirándolos con dureza antes de salir.

—¿Dices que el preservativo se rompió? Vamos, puedes inventarte algo mejor —al parecer, Cal tenía pensado utilizar sus tres minutos para interrogarla—. Una vez más te pregunto por qué debería creerte.

Ella lo miró fijamente.

—Si me preguntas eso, está claro que no me conoces. Yo nunca te mentiría, Cal, y menos sobre algo así.

Emily sintió que ya había vivido aquella situación cuando se giró para marcharse, pero esta vez también tenía el corazón roto por Annie.

 

 

Dos días después de que Emily Summers volviera su mundo del revés, Cal estaba sentado en una cafetería de Eastern Avenue, preguntándose si ella aparecería. Si había cambiado de número de móvil, no sería capaz de contactar con ella. Ya no vivía en la dirección en la que tantas veces la había recogido para salir a cenar y donde después le había hecho el amor. La había echado de menos cuando desapareció.

Cuando fue a buscarle a la sala de urgencias, él había tenido que salir a ocuparse del bebé. Por suerte había sido sólo una brecha sin importancia en la cabeza que se cerró con unos cuantos puntos y que probablemente el niño no recordaría. Pero él no tenía tanta suerte, no podía olvidar las palabras de Emily: «Nuestra hija». Tenía once meses. Sabía que Emily no era mentirosa, y parecía enfadada y sorprendida al ver que él no la creía.

Cal le dio un sorbo a su café y miró el reloj por enésima vez. Eran las seis y cuarto, ya casi había oscurecido. Emily había escogido el punto de encuentro, territorio neutral, porque no quería darle su dirección.

Alzó la vista y vio a Emily avanzar hacia él. Tras todos aquellos meses y ese lío en el que estaba intentado meterle, ¿cómo era posible que le diera un vuelco al corazón al verla? Tenía una boca hecha para besar. Aquellos labios carnosos lo habían excitado más veces de las que podía contar.

—Siéntate —le dijo cuando ella estuvo a su lado. Llevaba una fina camiseta amarilla de tirantes y pantalones blancos. Estaba muy sexy.

—¿De qué quieres hablar? —le preguntó—. Dejaste tu posición muy clara. En lo que a mí respecta, no queda nada más que decir.

—Yo no había terminado cuando te marchaste el otro día —dijo Cal alzando la vista para mirarla—. Si es mi hija, ¿por qué no me dijiste que iba a ser padre?

Emily dejó escapar un suspiro y dirigió la vista hacia la ventana. Había un gran atasco de coches en Eastern. Allí dentro hacía fresco, pero en la calle habría más de cuarenta grados. Estaban en Las Vegas y era julio.

—¿Recuerdas la última vez que estuvimos juntos? —le preguntó tomando asiento frente a él.

—Sí —por supuesto que se acordaba—. Un instante todo estaba perfecto y al minuto siguiente dijiste que habíamos terminado. No es fácil que un hombre olvide algo así.

Emily sonrió de medio lado, pero sin atisbo de humor.

—Es difícil que un hombre como tú olvide algo así porque siempre eres tú quien pone fin a las situaciones. Conmigo no fue así y eso te molestó.

El hecho de que tuviera razón no ayudaba. A Cal le gustaban las mujeres, y era correspondido. Terminaba las relaciones antes de que se volvieran formales. Pero con Emily no estaba preparado para poner fin a su historia.

—Me pilló por sorpresa —fue todo lo que admitió.

Los grandes ojos marrones de Emily parecían heridos.

—¿Recuerdas la última conversación que tuvimos?

—Refréscame la memoria.

—Sé lo que opinas sobre el compromiso.

—Nunca hablamos de eso —protestó Cal.

Emily compuso un gesto de desdén.

—Todas las mujeres del hospital y probablemente del área metropolitana de Las Vegas saben que tú no haces promesas.

—La medicina es una profesión muy exigente.

—No estoy hablando de salir a cenar y al cine el sábado por la noche. Tu aversión hacia las responsabilidades, el compromiso y la lealtad es legendaria. Eres tan poco profundo como una bandeja.

—Eso es muy poco amable.

—Pero es la verdad. Yo lo sabía la primera vez que salí contigo. No me importaba. Yo tampoco quería nada estable. Me venía tan bien como a ti, tal vez incluso mejor.

—Pero ¿de qué hablamos en esa conversación?

—Sólo te pregunté si algún día querrías tener hijos. Eres pediatra, y no es tan descabellado asumir que quisieras ser padre. ¿Recuerdas tu respuesta?

—No en detalle.

—Yo sí —los ojos de Emily se oscurecieron todavía más—. Soltaste un discurso de cinco minutos sobre lo que no iba a pasar. Dijiste que nada podría atarte bajo ningún concepto y que, si yo quería subirme al tren del compromiso, tú te bajabas en la próxima estación. Me dijiste que no querías ataduras, y añadiste con voz firme que nada podría hacerte cambiar de opinión.

Ah. Sí, ahora lo recordaba. El discurso le resultaba familiar, porque lo había pronunciado muchas veces.

—Yo quería sacar el tema de mi embarazo —continuó Emily—. Tu soliloquio sobre «Antes muerto que comprometido» no ayudó precisamente a que me sintiera segura.

—Podrías haberme llamado en cualquier momento después de eso, dejarme un mensaje…

No sería la primera vez que una mujer trataba de manipularlo soltando la bomba del embarazo.

Emily parecía pequeña y tensa en el gran taburete que estaba frente a él.

—En tu mundo, un mundo de hombres, tal vez funcione así, pero en el mío no. Dejaste muy claro lo que pensabas, y de ninguna manera iba cargar a mi hija con un padre que no la quería.

Sonaba muy frío visto así.

—No me diste oportunidad para reaccionar con todos los hechos. Si hubiera sabido que estabas embarazada, podríamos haber hablado de ello…

—Tú hablaste. Yo escuché y capté el mensaje. Así que ya no quise escuchar nada más.

—Hasta ahora —le recordó deslizándole la vista hacia los senos.

—Sí —Emily movió los hombros para aliviar la tensión—. Cuando me descubrí el bulto me puse en lo peor e imaginé qué sería de Annie sin mí. Mira, Cal —colocó las manos sobre la mesa—, lo que pensemos el uno del otro es irrelevante. Lo único que importa es el bienestar de Annie.

—¿Has ido ya a ver al especialista? —preguntó Cal negándose a hablar de aquella hija que todavía no creía que fuera suya.

—Todavía no. Tengo cita la semana que viene con mi médico de cabecera, Rebecca Hamilton. Dicen que es mejor empezar por ahí.

Cal odiaba tener que admitirlo, pero ésa era otra de las razones por las que había llamado. A pesar de lo que Emily estaba tratando de hacer, no le gustaba el hecho de que estuviera enferma.

—¿Qué quieres de mí, Emily?

—No quiero nada.

Cal agarró su taza de café frío.

—¿Cómo sé que la niña es mía?

—Estoy más que dispuesta a hacerme la prueba de ADN si con eso te quedas tranquilo.

Cal no creía que existiera una prueba capaz de dejarlo tranquilo desde que había vuelto a verla.

—Eso sería buena idea. Me encargaré de ello.

—De acuerdo entonces —asintió Emily.

Si estuviera tratando de engañarle, no hubiera accedido tan deprisa a hacerse la prueba. Eso acalló algunas dudas, pero no todas. Cal no quería que volvieran a reírse de él nunca más.

Era un adolescente la última vez que una mujer quiso engañarle. Le dijo que estaba embarazada y Cal la creyó, se casó con ella. Pasaron los meses y ella no engordaba, aunque se lanzaba sobre él a la menor oportunidad. Cuando Cal descubrió que no había ningún bebé, supo que estaba intentando quedarse embarazada. Su mentira quedó al descubierto, pero también la creyó cuando le dijo que lo había hecho por los dos, para que pudieran estar juntos. También se tomó en serio los votos que pronunció de permanecer a su lado en lo bueno y en lo malo. Y lo que obtuvo fue lo malo. Ella se volvió más creativa en sus manipulaciones mientras su matrimonio fallecía de una muerte lenta y dolorosa. Cuando cerró aquel capítulo de su vida, borró la palabra «compromiso» de su vocabulario.

Desde entonces se había cuidado mucho, protegiéndose en sus relaciones sexuales. Era casi una obsesión, y por eso nunca se le había pasado por la cabeza la idea de tener un hijo. Pero eso no exoneraba a Emily de su culpa. Tenía la obligación de haberle contado que iba a tener un hijo. Había pasado demasiado tiempo como para que ahora creyera que la niña era suya. No era más que otra mujer tratando de hacerle bailar a su son.

—Entonces esperaremos a ver qué dicen las pruebas —le dijo Cal.

—No tengo ninguna duda de que confirmarán lo que te estoy diciendo. Y siento haber esperado tanto para hacerlo. Pero necesito saber que tendrá un padre que cuidará de ella si llega el caso —Emily se levantó del taburete—. Avísame dónde y cuándo tengo que llevarla para las pruebas.

Se dio la vuelta para marcharse y se abrió camino entre los taburetes de la barra. La mirada de Cal se deslizó inconscientemente hacia el sensual balanceo de sus caderas. Sintió un estremecimiento interior, un dolor que no sabía que estuviera allí.

—Emily.

Ella se detuvo y se giró para mirarlo.

Entonces Cal dijo algo que no se le había cruzado por la mente de manera consciente.

—Quiero ver a tu hija.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

EMILY estaba recorriendo arriba y abajo el salón de su apartamento de la planta baja mientras esperaba a Cal. Con lo enfadado que estaba, no esperaba que padre e hija fueran a encontrarse hasta las pruebas de ADN, así que su solicitud de ver a Annie la había pillado por sorpresa.

Escuchó un grito enfadado en el pasillo y corrió para encontrarse con Annie intentando gatear para salir de su habitación. La niña llevaba un vestido de encaje blanco y sin mangas que sin duda suponía una tortura para ella. Las rodillas le pisaban el bajo, lo que minimizaba sus progresos y aumentaba su frustración.

Emily la agarró en brazos. Sus rizos dorados le rodeaban el rostro de ojos azules y mejillas sonrosadas.

—Siento lo del vestido, pequeña. Ya sé que no es tu estilo, pero tu papá llegará en cualquier momento y sé que quieres impresionarle.

—Uh —respondió Annie agitando los brazos para que la bajara.

Emily colocó a la niña en el suelo con delicadeza, agarrándole la manita mientras la niña caía sentada.

Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le había cambiado de ropa a Annie para la ocasión. Pero conocer a tu padre era un momento importante. Emily no lo sabía por propia experiencia, porque nunca había visto al suyo. Pero seguro que había que hacerlo con las mejores galas. Era muy consciente de que ella era la razón por la que aquel encuentro no había tenido lugar antes, y tenía que vivir con sus consecuencias. Pero no podía añadir aquella culpa a todas las que ya tenía. Más valía tarde que nunca.

El áspero sonido del timbre provocó que a Emily le diera un vuelco el estómago como si se hubiera montado en una montaña rusa. La buena noticia fue que el sonido llamó la atención de Annie, que dejó de tratar de escapar de su vestido.

—Vamos allá, cariño —llevó a la niña hacia la mirilla para ver quién era. Cal llegaba puntual. Cuando lo vio, suspiró profundamente antes de abrir.

—Hola, Cal.

—Emily.

Se había cambiado la ropa del hospital por pantalones vaqueros y una camisa azul clarito. Tal vez, sólo tal vez, para él también fuera importante aquel encuentro.

—Pasa —dijo ella echándose a un lado para abrir más la puerta antes de cerrarla tras echar un vistazo al sol del atardecer que comenzaba a descender—. Hace mucho calor fuera.

Y también dentro, pensó mirándolo. Aquella visión no le proporcionaba ningún alivio del calor. Había pasado algún tiempo, pero su cuerpo seguía siendo susceptible a él. Pero aquella visita no era para ella.

Había llegado el momento de hacer las presentaciones.

Emily miró a su hija, que estaba chupándose el dedo índice y miraba con incertidumbre a aquel desconocido tan alto.

—Cal, ésta es Annie.

Él la observó fijamente durante largo rato. Emily no era consciente de que estaba conteniendo la respiración hasta que la dejó escapar cuando él también lo hizo.

—No mencionaste que se parece a mí —dijo sin apartar los ojos de su hija.

—¿Me hubieras creído?

—Seguramente no —Cal deslizó la mirada hacia Emily—. Yo tenía ese color de pelo cuando era pequeño. Y los ojos son como los míos. Incluso esto —dijo alzando un dedo para tocar suavemente el hoyuelo de la barbilla de Annie, idéntico al suyo.

La niña apartó la cabeza y escondió la cara en el cuello de Emily.

—Es un poco tímida. ¿Quieres agarrarla en brazos?

—Sí —Cal estiró los brazos para recibir a la niña, pero Annie se retorció cuando él trató de sujetarla en su antebrazo. Luego empezó a llorar histéricamente y estiró los brazos para que su madre la rescatara—. Quiere irse contigo —dijo él con voz fría como el hielo.

Emily sujetó a su hija y sintió cómo se relajaba. No así Cal.

—No te lo tomes como algo personal. Es que no te conoce.

—¿Y de quién es la culpa?

Aquel comentario mordaz consiguió su objetivo, y Emily volvió a sentirse culpable una vez más. Cuando se sentía acorralada, salía la adolescente peleona que se había criado en las calles.

—Mira, ya te he pedido disculpas. No volveré a decirte que lo siento. Annie se comporta así con los desconocidos, y sinceramente, creo que eso está bien.

—¿Está bien que no conozca a su propio padre? —Cal la miró entornando los ojos.

—Lo que quiero decir es que no está mal que sea precavida con la gente que no conoce.

—¿Se supone que me tengo que sentir mejor con eso?

—Sinceramente, no puedo permitirme que me preocupe cómo te sientes. Annie es mi prioridad.

—Ahora también es la mía.

—Entonces, ¿ya crees que es tuya? ¿Quieres hacerte de todas formas las pruebas de ADN?

—Sí —Cal se pasó los dedos por el cabello—. Para asegurarnos.

—No tienes mucha fe en el género humano, ¿verdad?

Antes de que él pudiera responder, volvió a sonar el timbre.

—Disculpa —Emily se asomó a la mirilla y reconoció a la joven—. Tengo que abrir.

Abrió la puerta, y en cuanto Annie vio quién era sonrió y estiró los brazos.

—Hola, cariño —la joven de diecisiete años pelirroja de ojos verdes sonrió y agarró a la niña—. ¿Cómo está la pequeña?

—Lucy, te presento al doctor Cal Westen. Cal, ella es Lucy Gates. Una de mis chicas —dijo Emily. Y a juzgar por la expresión escéptica de Cal supo que tenía que explicarse más—. Este edificio es una donación. Estoy al frente de un programa de ayuda y apoyo a madres adolescentes que no tienen ningún sitio donde ir. Aquí se ayudan unas a otras a criar a sus hijos mientras estudian. Si las madres no se cuidan a sí mismas, no pueden cuidar a sus hijos.

Cal se metió una mano en el bolsillo de los vaqueros.

—No pareces tener edad para ser madre.

—Pero lo soy —le espetó Lucy observándolo con seriedad—. Mi hijo se llama Oscar. Pero ya veo que tú no entiendes nada. Igual que mis viejos.

Aquello no estaba marchando precisamente bien, pensó Emily.

—Lucy, el sólo está…

—Juzgando —la interrumpió la joven—. Como todos los demás.

A Emily aquella chica le recordaba a sí misma años atrás, cuando su madre le dio un ultimátum: o entregaba al bebé o se iba. Así que se fue. En un principio. Pero tras pasar unas semanas en la calle, supo que quería demasiado a su hijo como para someterle a aquella clase de vida y volvió a casa, donde fue obligada a tomar aquella terrible decisión. Ahora intentaba ayudar a las jóvenes que se enfrentaban al mismo dilema, y les ofrecía otra opción.

Pero había llegado el momento de cambiar el tono del encuentro.

—¿Dónde está Oscar? —le preguntó a Lucy.

—Con Patty, mi compañera de piso —contestó la joven devolviéndole a Annie a su madre—. Vi a este tipo llamando a tu puerta y quería asegurarme de que todo iba bien. Ya sabes, estamos para ayudarnos.

Cuando volvieron a quedarse a solas, la expresión de Cal era todavía más hostil.

—No has sido muy amable con Lucy —le reprochó ella.

—Nunca había tenido una hija que me tratara como si tuviera piojos y que prefiera a una extraña.

—Lucy no es una extraña para Annie. Además, ese argumento es muy infantil.

—Pero sincero —aseguró él.

—No como yo.

—Tú lo has dicho.

Una conciencia culpable como la de Emily no necesitaba acusación.

—Mira, Cal, las cosas son así. Puedes pagarla con todo el mundo o apechugar con la situación y conocer a tu hija. ¿Qué vas a hacer?

—Es mi hija. Y ya va siendo hora de que me conozca —Cal se puso en jarras—. ¿Vas a ayudarme? ¿Vas a estar por aquí mientras Annie y yo nos conocemos?

Cal tenía razón. No podía soltarle a la niña sin más porque eso sería demasiado traumático para ambos. Emily se dio cuenta de que tendría que haber pensado en ello, pero no lo había hecho.

Vaya, iba a resultar muy divertido relacionarse con el tipo para quien romper corazones era un deporte olímpico.

 

 

Sentado en el deportivo al que había bautizado como «Princesa», Cal vio el pequeño utilitario de Emily doblar la esquina y entrar en la zona de aparcamiento del edificio. Él, que estaba al otro lado de la calle, salió del coche.

Mientras se acercaba a Emily, la vio abrir la puerta de atrás, sacar a Annie de la silla y dirigirse al maletero para sacar una bolsa de la compra. Cuanto más se acercaba, más bolsas veía.

—Hola.

Ella se dio la vuelta y apretó a la niña contra su pecho.

—Cielos, me has asustado.

—Creí que me habías visto. Estaba ahí aparcado —dijo señalando su coche con el pulgar.

—¿Por qué? —preguntó Emily frunciendo el ceño—. ¿Me estás acosando?

Cal se colocó las gafas en la parte superior de la cabeza.

—¿Siempre te pones en lo peor?

—Normalmente no —dijo ella con escasa convicción—, pero es que ésta no es una situación normal.

—Seguramente sucede más veces de las que piensas —aseguró él.

—En mi mundo no —insistió Emily soltando un poco a Annie, que lo miraba con desconfianza.

—¿Tu mundo sigue incluyendo el trabajo social en los hospitales?

—Sí. Además de en el programa de madres solteras, trabajo de freelance en la mayoría de los hospitales del valle. Al no tener un horario fijo de nueve a cinco puedo pasar más tiempo con Annie.

En ocasiones, algún paciente de urgencias necesitaba la ayuda de los servicios sociales para que le orientaran sobre programas gratuitos y otras ayudas. Cal la había conocido cuando trataba a un niño enfermo de leucemia que no tenía seguro social. Avisaron a Emily para que aconsejara a los padres sobre algún tratamiento que pudiera financiarse. Cal estaba deseando pasarle el caso a otra persona cuando Emily Summers entró en la sala. Bastó una mirada a su rostro, especialmente a su boca, para desear lanzarse encima de ella. Y lo hizo, hasta que ella le dejó sin ninguna razón aparente. El hecho de que fueran a ser padres nunca se le había pasado por la cabeza.

—¿Y dónde te toca trabajar hoy? —preguntó con naturalidad—. ¿Y dónde se queda Annie cuando no puedes estar con ella?

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Esta vez no mucho.

—¿Esta vez? —preguntó Emily entornando los ojos con desconfianza.

—He venido antes y he hablado con Patty, la compañera de piso de Lucy. Iba de camino a clase y me dijo cuándo volverías a casa.

Emily tenía un par de bolsas de la compra en un brazo y a Annie en la otra, y se cambió el peso.

Cal estaba contento de ver que parecía una niña sana. El día anterior, después de verla, se dio cuenta de que tendría que haber hecho un millón de preguntas. ¿Cómo fue el parto? ¿Hubo complicaciones? ¿Quién era su pediatra? Podía conseguirle al mejor del valle.

Pero ninguna de aquellas preguntas había salido de su boca porque estaba demasiado impactado ante el hecho de que Emily le hubiera dicho la verdad. Esta vez su intención era conseguir un frotis bucal para hacer la prueba de ADN.

Cal observó como Emily luchaba por sujetar las bolsas de la compra y a la niña al mismo tiempo y finalmente decidió que podría hacer algo al respecto.

—Deja que te ayude —dijo quitándole las bolsas.

—Agarra a Annie —Emily le puso a la niña en brazos—. Yo llevaré un par de bolsas y abriré la puerta.

La niña comenzó a llorar al instante y estiró los bracitos hacia su madre. Emily ya corría hacia la puerta de entrada con la llave en la mano.

—Annie está llorando —gritó Cal—. Haz algo.

—Es bueno para los pulmones —respondió ella por encima de su hombro—. Tú eres médico. Sabrás lo que hay que hacer.

—De acuerdo, pequeña. Vamos allá.

Cal agarró todas las bolsas que pudo sin poner en peligro a la niña. Por suerte, el apartamento de Emily estaba justo doblando la esquina del aparcamiento. La siguió n entró. La cocina se encontraba al lado del salón. Emily estaba metiendo cosas en la nevera.

—¿Qué hago con ella? —gritó Cal por encima de los gritos de la niña.

—Déjala en el suelo —contestó Emily mirándolo.

No tuvo que decírselo dos veces. Cal la dejó sentada, y Annie siguió llorando como si le estuvieran clavando alfileres.

—Iré a buscar el resto de las bolsas —dijo saliendo de allí sin esperar respuesta.

Cuando recogió las que faltaban y cerró el maletero, volvió al apartamento. Annie estaba saliendo por la puerta a gatas. Cal dejó las bolsas en medio del salón y corrió a recogerla. La niña chilló, una prueba más de que lo odiaba. Siguió protestando y retorciéndose cuando se la llevó a Emily.

—Es una corredora —dijo Cal.

—Bien. La has recogido —dijo mirando hacia atrás—. Si no cierras la puerta, siempre trata de escaparse.

Cal dejó a Annie en el suelo, y cuando su madre hubo terminado de colocar la compra, agarró a la niña y desapareció por el pasillo. Él las siguió.

Observó cómo Emily le cambiaba con pericia el pañal a la niña y luego regresaba a la cocina. Annie agarró uno de sus peluches y cerró los ojos. La respiración se le volvió más acompasada.

—Se ha dormido —anunció Cal.

—Ya lo sé —Emily estaba lavando unas manzanas en el fregadero.

—¿Cómo lo sabes?

—Es por la tarde y el calor la agota —ella sonrió con ternura—. Pero se acerca la hora de la cena, así que sólo va a echarse una siesta corta. Si la dejo dormir demasiado, luego no habrá forma de acostarla a una hora decente por la noche.

—Claro —contestó Cal.

—¿Hay algo que te preocupa? —preguntó Emily observándolo fijamente.

—¿Aparte del hecho de que cada vez que toco a mi hija grita como si yo fuera un asesino?

—Sí, aparte de eso.

—No sé mucho de ella, y soy su padre.

—Míralo de esta manera, Cal —Emily colocó las manzanas lavadas en un cuenco grande—, antes de que Annie naciera yo tampoco sabía nada de ella. He aprendido a conocerla pasando tiempo a su lado. Hago lo que puedo para asegurarme de que tiene sus necesidades cubiertas, y ella confía en que así lo haré. Lo único que hace falta es dedicarle tiempo. Si tienes ganas.

—¿Por qué no iba a tenerlas? —inquirió Cal.

—No eres un hombre que dé oportunidad alguna para que se desarrollen las relaciones.

—Nunca antes había tenido un hijo —respondió él sin molestarse en negar sus palabras.

—Hace falta tiempo para desarrollar la confianza. Y tengo la sensación de que a ti no te resulta fácil, aunque no sé por qué —Emily alzó las manos—. No tienes que contármelo.

En eso tenía razón. Nadie tenía por qué saber que su ex le había dado una lección de por qué no había que confiar en las mujeres. Emily había reforzado aquella idea ocultándole la existencia de su hija.

—Sí, no tienes por qué saberlo —reconoció Cal—. Y tienes razón en que necesito pasar tiempo con ella para construir la confianza. ¿Cómo vamos a trabajar eso?

—Todavía no estoy segura, pero lo haremos.

Cal miró a su alrededor para observar el entorno de su hija. Reconoció los muebles de cerezo que Emily tenía en su otra casa.

—¿Necesitas dinero? —le preguntó.

—No —la indignación quedaba clara en su respuesta.

—No pretendo ofenderte, pero te debo nueve meses de embarazo, el parto y los once meses de vida de Annie.

—No me debes nada —los ojos de Emily brillaron con furia durante un instante—. El dinero no es la razón por la que te hablé de ella. Sólo quería que supieras de su existencia por si algo me ocurre.

—Iré contigo a ver al médico —se ofreció Cal—. Puedo ayudarte con Annie. No es por nada, pero tiene una capacidad pulmonar importante. Va a ser difícil que escuches lo que el médico te diga.

—¿Está seguro? —Emily se mordió el labio inferior.

—Totalmente.

Cal no podía apartar la vista de aquel labio apretado suavemente entre los dientes. Le hacía pensar en el resto de su cuerpo, en las partes que ocultaba la ropa. Quería verla desnuda, y eso suponía un gran problema.

—De acuerdo entonces —accedió ella—. Puedes venir conmigo.

—Bien. Será un gran avance para establecer esa confianza.

Con su hija, no con Emily. Ella lo había dejado una vez y no le daría oportunidad de repetirlo. Tras haber bailado la danza del engaño con su ex mujer, sabía que las segundas oportunidades eran un tobogán hacia el lado oscuro. Lori siempre tenía un motivo para aquellos intentos de suicidio que no llegaban a materializarse. Así lo mantenía a su lado, al menos hasta que Cal volvía a hartarse y amenazaba con irse. Y entonces, sin previo aviso, ella lo había dejado a él.

Y Emily había hecho lo mismo. Pero ahora había regresado. Eso significaba un nuevo reto. Sin duda ella buscaba algo más que ponerlo en contacto con su hija.

Lo único que Cal tenía que hacer era averiguar de qué se trataba y vencerla en su propio juego.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

 

EMILY llevaba a Annie en brazos mientras cruzaba el patio del centro médico. Cal iba a su lado cargando con la bolsa de pañales. Una parte de ella no podía evitar pensar en él como en un caballero andante. Pero su lado inteligente le decía que eso no era así.

Le había ofrecido dinero, por el amor de Dios. Como si creyera que quería algo más que no fuera la seguridad de su hija en caso de que el bulto en el pecho resultara ser cáncer. Utilizar la carta del dinero era como sacar la tarjeta roja y decir que no confiaba en ella. Como si necesitara más pruebas, le había hecho a Annie un frotis en la boca para obtener una muestra de ADN. Parecía como si a Cal le doliera hacerla llorar, pero la niña, igual que su madre, no daba señales de perdonar ni de olvidar, y aquel día no quería saber nada de él.

La cita era a las nueve en punto, y llegaban diez minutos antes. El patio sombreado estaba fresco a aquella hora del día, teniendo en cuenta que estaban en julio. En el centro había una gran jardinera con rocas y plantas de colores.

Emily se detuvo y señaló la última puerta a la derecha.

—Ésta es la consulta de Rebecca Hamilton. No sé si van a recibirme a mi hora.

—Soy médico. Ya lo sé —dijo Cal con ironía.

—Tú trabajas en urgencias, pero ella es una ginecóloga muy ocupada. Sus citas siempre se cambian por culpa de los partos. Los niños llegan cuando quieren.

—¿A qué hora nació Annie? —preguntó Cal—. Las gafas de sol oscuras le ocultaban los ojos y la expresión, lo que tal vez fuera mejor.

—A la siete de la mañana —dijo pasándole la mano a su hija por el cuello—. Una hora respetable. Escucha, voy a darte unos consejos para cuando entre en la consulta. Todo indica que a Annie no le va gustar que la deje contigo. Tu misión, si es que la aceptas, es que esté lo más contenta posible.

Emily estrechó a su hija con más fuerza.

—Si intenta bajarse, bájala. Deja que haga lo que quiera siempre y cuando no moleste a los demás o se haga daño. Intenta distraerla con un juguete. He traído sus favoritos, una taza con tetina y galletas. No te preocupes por el estropicio de la sala de espera.

—¿Estropicio?

—Ya lo verás.

—De acuerdo —asintió Cal.

—¿Sabes cambiar un pañal?

—¿Me has escrito las instrucciones?

—Muy gracioso —Emily no pudo evitar sonreír. Su sentido del humor fue lo primero que la atrajo de él—. Bastará con un sí o un no.

—Creo que seré capaz de hacerlo.

—Si no deja de llorar, sácala de la sala de espera. Le encanta estar al aire libre y con suerte eso la distraerá. En caso contrario, ve al mostrador de recepción. Grace, la recepcionista, irá a buscarme a la consulta.

—De acuerdo —Cal se colgó al hombro el tirante de la bolsa de pañales con más seguridad.

Emily sabía que la bolsa pesaba, pero él no parecía notarlo. En cambio a ella, el peso de Annie estaba empezando a provocarle dolor de espalda. Si pudiera pasarle la niña a Cal… pero eso provocaría un desastre. Mejor no hacerlo a no ser que fuera absolutamente necesario.

—De acuerdo —Emily aspiró con fuerza el aire y se dirigió hacia el camino de cemento que llevaba a la consulta—. Adelante.

En la sala de espera había aire acondicionado, y sólo había una mujer mayor esperando, lo que significaba que la doctora iba bien de hora. Emily firmó su entrada y luego se sentó cerca de la puerta de la consulta. Colocó a Annie en su regazo y Cal tomó asiento a su lado.

La señora les sonrió.

—Su hija es adorable.

—Gracias, a mí también me lo parece —sonrió Emily.

—Es igualita a su padre —continuó la mujer—. Forman ustedes una familia encantadora.

Si habían conseguido pasar por una familia, entonces se merecían un Oscar. Aquélla era la primera salida que hacían los tres, y no por razones alegres. Por suerte se abrió la puerta en aquel instante y salió Grace Martinson. Emily había llegado a conocerla bastante bien durante sus visitas prenatales.

La pelirroja de ojos verdes vestida con bata azul sonrió.

—Hola, Emily, enseguida estamos contigo. ¿Señora Wilson?

La mujer se puso de pie y entró en la consulta. A Emily le dio un vuelco el estómago por la aprensión. Todas las investigaciones decían que el ochenta por ciento de los bultos del pecho resultaban ser benignos, pero ¿y si ella formaba parte del otro veinte por ciento? Estrechó con fuerza a su hija hasta que la niña se revolvió en señal de protesta. ¿Qué sería de su pequeña si algo le ocurriera? La madre de Emily no se merecía tampoco un premio, pero al menos había estado allí.

Miró a Cal de reojo. Se había colocado las gafas en la cabeza y estaba increíblemente guapo. Él tendría que cuidar a su hija solo. Antes de que pudiera darle las últimas indicaciones, volvió a abrirse la puerta y salió Grace.

—Te toca, Emily.

—De acuerdo —ella se puso de pie con Annie en brazos y le dio un beso a su hija en la mejilla. Luego miró a Cal—. También te toca a ti.

Él asintió y estiró los brazos. Emily le pasó a la niña y se preparó para el grito de protesta que llegó al instante.

—Saldré en cuanto pueda —le dijo Grace cerrando la puerta.

Emily fue hasta la sala de observación, donde le pidieron que se desnudara de cintura para arriba y se pusiera una bata. Mientras lo hacía, deseó que el llanto de su hija disminuyera, pero no tuvo esa suerte. Escuchó cómo la puerta de entrada se abría y se cerraba. Cal estaba siguiendo sus indicaciones y había salido con Annie.

Se sentía como la peor madre del planeta. Todo era culpa suya. No sería tan traumático si Annie conociera a Cal y aquello era algo que lamentaría toda su vida. Emily abrió la puerta que daba a la sala de observación y se topó con Grace.

—Annie está muy enfadada.

—Ya lo oigo —contestó la otra mujer pesarosa.

—¿No podría entrar en la sala de observación? Creo que, si puede verme, se calmará.

—De acuerdo, iré a buscarles.

Emily se sentó en la camilla con las piernas colgando. Unos instantes más tarde escuchó a Annie llorar más fuerte que antes justo cuando Cal entraba con ella.

—Lo siento —dijo tendiéndole a la niña—. ¿Quieres que me vaya?

—No —no quería quedarse sola, y Annie ya no contaba. Se había quedado dormida cuando su madre la acunó suavemente—. ¿Puedes tenerla ahora? No pasará nada. Cuando se duerme no hay quien la despierte.

Cal asintió y tomó a la niña, que efectivamente no se inmutó. Unos instantes más tarde entró una doctora. Rebecca Hamilton era una mujer rubia de ojos marrones de veintitantos años.

—Hola, Emily —dijo colocándose las gafas con más firmeza en la pecosa nariz.

—Te presento a Cal Westen —dijo Emily—. Él también es médico.

—Le conozco por su buena reputación profesional, doctor —dijo la joven asintiendo antes de mirar a Emily—. ¿Así que te has traído apoyo moral?

—Algo así. Es el padre de Annie.

—Ya veo —Rebecca no dio señales de sorprenderse—. Bueno, vamos allá.

Hizo la exploración habitual con el estetoscopio y luego le tomó el pulso y la tensión. Después se colocó entre Emily y Cal mientras le abría la bata para examinarle el pecho izquierdo.

—Aquí está —dijo frunciendo el ceño.

—¿Es cáncer? —preguntó Emily aspirando con fuerza el aire.

—No vayas por ahí —le advirtió Rebecca—. No tenemos ningún motivo para creerlo. Podría ser un quiste, o un tumor benigno.

—¿Mamografía? —preguntó Cal.

Rebecca lo miró de reojo antes de volver a centrarse en Emily.

—Como eres tan joven, me gustaría empezar con un ultrasonido. No es tan invasivo, no duele y no produce radiación. Con eso debería bastar para saber si el bulto es una masa o un quiste. En ese caso ya no habría que hacer más pruebas ni habría nada que temer.

Emily miró a Cal, que seguía sujetando a Annie, plácidamente dormida. Sintió una oleada de emoción.

—¿Tú qué opinas?

—La doctora Hamilton tiene razón. Vayamos paso a paso.

—Me parece bien.

—Entonces me encargaré de todo —asintió la doctora—. Le diré a Grace que te pida cita en el departamento de diagnóstico por imágenes del hospital. Ése es el primer paso. No tienes de qué preocuparte —Rebecca le pasó el brazo por los hombros—. Todo va a salir bien.

Cuando estuvieron a solas, Cal dejó escapar un suspiro. Parecía como si hubiera hecho doble guardia en urgencias con resfriado y fiebre.

—¿Cómo estás?

—Seguramente mejor que tú —dijo mirándole—. Quiero irme a casa.

—Saldré con Annie a la sala de espera para que puedas vestirte.

—Gracias, Cal.

Y no lo decía sólo porque la dejara a solas. Se alegraba mucho de que la hubiera acompañado. Demasiado. Y alegrarse demasiado significaba que tenía sentimientos persistentes dentro de ella. Cuando tomó la decisión de contarle lo de la niña, estaba convencida de que no era así. Pero ahora sabía que se había equivocado. Los sentimientos dormidos eran como las brasas que quedaban tras un incendio forestal, podían volver a prenderse con suma facilidad.

 

 

Carl no sabía qué pensar ni cómo sentirse tras haber salido el día anterior de la consulta del médico. Ésa era la única razón que se le ocurría para haberse pasado por su apartamento sin avisar. Tras aparcar al otro lado de la calle, llamó a la puerta de Emily y esperó. Al ver que no había respuesta, volvió a llamar y entonces se abrió la puerta de al lado.

Apareció la pelirroja Lucy Gates. Detrás de ella se escuchaba llorar a un niño.

—¿Qué quieres? —le preguntó con brusquedad.

—He venido a ver a Emily. Y Annie.

—Emily no está en casa —respondió la joven con desconfianza.

Lucy lo miraba con hostilidad. El niño seguía llorando sin cesar.

—¿Quién llora así?

—Es Henry, el hijo de mi compañera de piso, Patty. Está enfermo.

—¿Qué le pasa?

—Probablemente sea un catarro —la joven se encogió de hombros.

—¿Tiene fiebre? —preguntó Cal.

—Sí, un poco.

—¿Quieres que le eche un vistazo?

—¿Eres médico? —preguntó una voz detrás de Lucy—. ¿Pediatra?

Carl asintió y entró en el apartamento, que era una réplica del de Emily. Una joven rubia que tendría la edad de Lucy avanzó hacia él con un niño pequeño lloroso en brazos.

—Yo soy Patty. Y éste es Henry. Si eres médico… ¿podrías examinarlo? —preguntó con la preocupación reflejada en sus ojos azules.

—Claro.

Otro bebé, Oscar, recordó, estaba en una colcha al lado del sofá rodeado de animales de peluche. El niño parecía limpio y bien alimentado.

Cal se acercó y Patty.

—Hola, amigo —le dijo al niño lloroso que tenía en brazos—. ¿No te encuentras bien?

Cal le palpó el cuello en busca de nódulos, pero no encontró nada anormal.

—Le acabo de tomar la temperatura —dijo Patty—. Tiene treinta y ocho.

Cal asintió.

—No es tanto. ¿Tienes una linterna? Me gustaría mirarle la garganta.

—Hay una en la cocina —dijo Patty entrando y abriendo un cajón.

—Déjala en la encimera y veamos si podemos conseguir que abra mucho la boca—. ¿Qué edad tiene?

—Dieciocho meses.

Patty hizo lo que le decían y, cuando Cal se acercó, Henry comenzó a llorar, lo que significaba que estaba abriendo mucho la boca. Él acercó la luz y le vio la garganta un poco roja.

—No tengo otoscopio para verle los oídos —se lamentó Cal—. ¿Se ha estado tocando las orejas?

—No —Patty acarició la frente de su hijo—. Tuvo una infección de oído a los seis meses, y desde entonces he estado atenta. Pero no está siendo él mismo ahora.

Cal tampoco tenía estetoscopio, así que apretó la oreja contra el pecho del niño para escuchar alguna señal de dificultad respiratoria, pero todo parecía normal.

—¿Qué le pasa? —preguntó Patty.

—Creo que es sólo un resfriado.

—Eso fue lo que yo dije —intervino Lucy.

—¿Hay alguna medicina que pueda tomar? —quiso saber Patty fulminando a su compañera de piso con una mirada.

—Un antipirético le hará sentirse más cómodo. El antibiótico no ayudará porque tengo la impresión de que se trata de un virus —que Henry seguramente le habría transmitido ya a su compañerito de piso—. ¿Ha mostrado Oscar señales de encontrarse mal?

—Todavía no —aseguró Lucy—. Pero lo estoy observando. Estamos intentando mantenerlos todo lo separados que podamos.

—Eso sería lo mejor. Y lavaos las manos con asiduidad —Cal asintió—. En cuanto a otro tipo de medicación, no es necesaria. Si toma antibióticos sin que le hagan falta, desarrollará una tolerancia a ellos y no funcionarán cuando de verdad los necesite.

—De acuerdo —Patty asintió—. ¿Hay algo más que yo pueda hacer?

—Que tome líquidos. Soda diluida. Zumo. Agua. Asegúrate de que moja los pañales. Eso significará que está bien hidratado.

—Eso he estado haciendo —le dijo Patty.

—Y si le sube la fiebre a treinta y nueve, llévalo a la sala de urgencias del Centro Médico Misericordia para que le eche un vistazo.

—No podemos permitirnos ir allí —aseguró Patty con expresión sombría—. No tenemos seguro médico. Si alguno de los dos tiene que ir a urgencias, no sé qué vamos a hacer.

—Emily sabrá qué hacer —intervino Lucy—. Ella siempre encuentra solución.

—No sé qué haríamos sin ella —reconoció Patty.

Las dos chicas hablaban de Emily Summers como si tuviera alas y caminara sobre el agua. Pero Cal sabía que no era así. Los ángeles no mentían respecto a tener un hijo. Alguien llamó a la puerta con los nudillos y Lucy fue a abrir.

—Hola, Emily.

—Hola, ¿qué tal está Henry?

—El médico dice que seguramente sea sólo un resfriado —explicó la adolescente.

—¿El médico? —Emily entró llevando a Annie en brazos—. ¿Cal?

—Hola —Annie balbuceó algo y trató de bajarse, pero su madre la sujetó con fuerza. Mejor, porque no debía acercarse mucho a Henry—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Pasaba por el barrio —mintió él.

—Ya —su tono indicaba claramente que no se lo había creído ni por un momento. Sin entrar del todo, Emily le pasó una bolsa blanca a Lucy—. Te he traído aspirina infantil.

—Gracias.

—Espero que Henry empiece a sentirse mejor pronto —dijo mirando al niño con simpatía—. Tengo que llevar a mi hija a casa.

Cal la siguió y luego miró hacia las adolescentes.

—Si tenéis alguna pregunta…

—Gracias, doctor —dijo Patty.

—De nada.

Cal siguió a Emily hasta su apartamento, que estaba en la puerta de al lado. Cuando se inclinó para recoger un juguete, la atención de Cal se centró en su cuerpo bien formado. En su vestido de algodón blanco sin mangas con sandalias bajas a juego. Parecía un ángel. Aunque había suficiente perversión en su oscuro y alborotado cabello como para aumentarle el latido del corazón. Aquellos mechones sedosos que le rodeaban el rostro le recordaban las veces que le había acariciado el pelo mientras le hacía el amor. Sintió un nudo en el estómago, y tuvo ganas de estrechar a Emily contra sí, como en los viejos tiempos. Luego le echó un buen vistazo a la expresión de su rostro.

—¿Qué estás haciendo aquí? —volvió a preguntarle ella—. Los dos sabemos que este barrio no está en tu ruta.

—He pasado a ver a Annie

«En gran parte».

Emily dejó a su hija en el suelo.

—Hubiera estado mejor que llamaras primero.

Lo habría hecho si hubiera planeado la visita.

—Lo tendré en cuenta.

Como si hubiera bastado con verbalizar su protesta, la indignación desapareció de Emily.

—Gracias por echarle un vistazo a Henry. Las chicas apenas pueden sobrevivir con el dinero de la fundación.

—¿Y dónde están los padres de los niños? —preguntó Cal.

—Lucy no lo ha visto desde que le dijo que estaba embarazada. Sus padres la echaron cuando les dio la noticia —aseguró Emily con desaprobación—. El padre de Henry, Jonas Blackford, está ganando lo mínimo trabajando en uno de los hoteles de la ciudad, y además está yendo a clase en la universidad. La educación es la única manera de salir adelante y conseguir una vida mejor para su hijo. Contribuye económicamente todo lo que puede y pasa todos lo días a ver al niño. No están casados, pero hacen lo que pueden para criar juntos a Henry. Eso es digno de respeto.

¿Lo era? Cuando se comete un error, hay que intentar hacer lo correcto. Así le habían educado sus padres. Annie lo estaba mirando mientras mordía unas llaves de colores de juguete. Luego se las sacó de la boca y las agitó antes de arrojarlas y arrastrarse hacia donde ellos estaban hablando. Era la primera vez que se acercaba voluntariamente a Cal.

Él sonrió, y la niña, que lo miraba parpadeando, le devolvió la sonrisa. Una sensación cálida y enorme se apoderó de él, y fue seguida de una cascada de ternura infinita. También experimentó el deseo de mantenerla a salvo de cualquier cosa que pudiera hacerle daño.

—Ya sabes que lo que tiene Henry seguramente sea contagioso —dijo—. Annie debe mantenerse lejos.

—Por supuesto. Pero es muy difícil —dijo estirando el brazo para colocarla en posición sentada—. Le encantan esos niños. Los tres son como hermanos.

Un instante más tarde, de la boca de Cal surgieron las palabras antes de que se parara a pensar en ellas.

—Annie y tú deberíais venir a vivir conmigo.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

 

EMILY se quedó mirando fijamente a Carl durante un largo instante.

—Debo estar más cansada de lo que pensaba. Nunca adivinarías lo que me ha parecido escuchar.

—Has oído bien. Es una buena idea que Annie y tú os mudéis a mi casa.

En el pasado, Emily hubiera dado cualquier cosa con tal de escuchar aquellas palabras, pero ahora le hicieron sentirse mal.

—Es una casa muy grande.

Emily agarró a Annie y se la colocó en la cadera. Luego se dirigió a la cocina para darle agua a la niña. Tras dejarla en el suelo con sus juguetes, se acercó más a Cal y alzó la vista.

—Recuerdo perfectamente lo grande que es tu casa. He estado allí. Tal vez lo hayas olvidado.

—Difícilmente —los ojos de Cal brillaron durante un instante, señal de que no había olvidado cómo habían hecho arder las sábanas—. Pero tú me dijiste una vez que era un sitio muy grande para una sola persona.

Emily lo recordaba. Fue durante aquella fase absurda en la que pensó que podía haber una posibilidad de felicidad para ellos.

—Lo mantengo.

—Y yo estoy de acuerdo contigo —Cal esbozó aquella sonrisa que hacía caer rendidas a las mujeres—. Además, el barrio es estupendo.

A Emily le temblaron las rodillas, pero se negó a ceder y se cruzó de brazos.

—No creo que sea una paranoia pensar que has llegado a la conclusión de que el actual barrio de Annie está por debajo de tus estándares.

—No quise decir eso.

—Entonces deja que afine más. No quieres que Annie se relacione con nadie que no llegue al listón que tú tienes.

Mucho tiempo atrás, cuando ella era tan joven y estaba embarazada, había sido la chica con la que ningún padre quería que saliera su hija. Parte de aquella niña solitaria y humillada todavía vivía dentro de ella.

—Lo que quise decir es que sería más fácil tenerla controlada. Cuando vayas a trabajar, no tendría que quedarse en un ambiente lleno de gérmenes.

—Oh, por favor. El mundo está lleno de gérmenes. No hay forma de protegerla de eso, Cal. Tú eres médico. Lo sabes de sobra.

Él se frotó la nuca con la mano.

—Pero ahora mismo está innecesariamente expuesta. Es mi opinión profesional.

Emily deseaba enfadarse con él, pero había dos cosas que se lo impedían. En primer lugar, estaba muy guapo con aquella camiseta negra metida dentro de los gastados pantalones. Y en segundo lugar, le enternecía ver cómo trataba de proteger a su hija. Tenía un gran instinto paternal. Con un poco de práctica se convertiría en un buen padre.

—Soy la tutora de las adolescentes del programa que dirijo, y parte de mi responsabilidad es ser accesible para ellas. Y tú vives al otro lado de la ciudad. Si Lucy o Patty me necesitan, estaré muy lejos.

—¿Y no es más importante Annie? —preguntó Cal poniéndose en jarras.

—Annie es lo más importante del mundo. Y nunca haría nada que pusiera en peligro su bienestar —Emily suspiró—. Pero esas adolescentes y los hijos que han traído al mundo también son importantes. Necesitan guía, porque sus familias las rechazaron cuando se quedaron embarazadas. No contaban con ninguna ayuda ni sabían dónde ir.

Emily no había tenido la opción de quedarse con su bebé. Había querido a su hijo con cada fibra de su ser y no pudo soportar la idea de que pasara hambre o se pusiera enfermo. No pudo soportar que necesitara algo que ella no pudiera darle por haber sido demasiado egoísta para hacer lo correcto. Su bebé necesitaba un techo bajo el que vivir.

—Estás verdaderamente entregada a esas jóvenes, ¿verdad? —preguntó Cal soltando un suspiro.

—Totalmente —respondió ella sin dudar.

—¿Por qué?

Sus motivos eran profundamente personales. Aunque haberlo dado en adopción era lo correcto, todavía le dolía de modo insoportable preguntarse si le estaría yendo bien. ¿Pensaría que ella no le quería? ¿Estaría furioso y resentido por no haber conocido a su madre biológica? La motivación de Emily era salvar al mayor número posible de jóvenes de tener que pasar por la misma traumática experiencia. Pero lo único que dijo fue:

—Es lo que tengo que hacer.

—¿Aunque eso suponga que Annie renuncie a estar en un lugar mejor?

—Escucha, Cal, ¿de verdad crees que soy una mala madre? Porque una mala madre no pondría a su hija en primer lugar…

—No estoy diciendo eso.

—Sí, claro que sí —Emily se puso en jarras y se lo quedó mirando fijamente—. Todo lo que hago, cada decisión que tomo, es por el bien de Annie. Incluido el hecho de contarte a ti que tienes una hija por si algo llegara a ocurrirme. Y ahora mismo tengo que decir que me estoy arrepintiendo.

—¿Y eso por qué?

—Te estás entrometiendo en mi vida —respondió ella.

—¿De verdad crees que podría contarme lo de mi hija y esperar que no me implicara?

—No serías el primero —dijo pensando en el padre biológico que nunca había conocido. Y nunca se había sentido tan sola como cuando tenía quince años y le dijo al chico con el que se había acostado que iba a ser padre y no volvió a verlo nunca más.

—Yo no soy como el padre del hijo de Lucy.

—Estoy de acuerdo. Eres todo lo contrario. Tú apareciste sin avisar.

Lo que no le dijo fue lo contenta que se puso al verlo.

—Si te hubiera llamado, ¿hubieras puesto una excusa para que no viniera? —preguntó Cal.

Emily le señaló con el dedo.

—No confías en mí. No creíste que te estuviera diciendo la verdad sobre Annie.

—¿Y puedes culparme?

No podía, pero eso tampoco se lo dijo.

—No voy a pasarme la vida demostrando que lo que hago y digo es sincero. Yo no miento, Cal.

—Excepto por omisión.

—No soy perfecta. Cometo errores, pero al parecer en tu mundo la gente no se permite ese lujo.

—Eso es un poco duro.

—Entonces, ¿por qué me estás vigilando? —quiso saber ella.

—Creo que es mi derecho como padre —respondió Cal—. Igual que tú no quieres dejar a las adolescentes de tu programa, yo no quiero dejar sola a Annie. ¿No es ésa la razón por la que viniste a mí en un principio?

—Sí —admitió Emily.

—Pues no puedes decirme que existe y luego sacarme del cuadro. No soy un irresponsable. Me voy a ocupar de ella, pero quiero tener voz en lo que le pase. Derechos legales.

—De acuerdo.

Cal parpadeó.

—¿Así de fácil?

—¿Esto te parece fácil?

—Ahora que lo mencionas…