2,99 €
Emily Summers nunca olvidaría la apasionada aventura que vivió con Cal Westen y que la dejó anhelando lo que él no podría darle nunca. Pero el carismático médico de Urgencias, alérgico al compromiso, sí le había dado algo. Y ya era hora de que supiera la verdad… para que pudiera convertirse en el padre que su hija necesitaba. Dos años atrás, Emily le había abandonado. ¿Y ahora le decía que tenían una hija? La sensual trabajadora social le había hecho daño en una ocasión, y él no estaba dispuesto a volver a cometer el mismo error. Pero entonces conoció a su hija. Y Cal comenzó a sentir cómo su corazón se expandía para dejar sitio a las dos mujeres de su vida.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 220
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Teresa Ann Southwick
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un amor para recordar, n.º 1822- julio 2021
Título original: The Doctor’s Secret Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-669-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
DECIRLE a un antiguo novio que tenía una hija que no conocía era una manera horrible de empezar el día.
Y la sala de urgencias del Centro Médico Misericordia en la que él trabajaba era una lugar horrible pare decírselo, pero Emily Summers sabía que lo encontraría allí sin duda. El doctor Cal Westen era especialista en urgencias pediátricas y pronto estaría allí. Siempre se pasaba por la sala de médicos de urgencias treinta minutos antes de que diera comienzo su turno para tomarse un café. Al menos eso solía hacer. Emily ya no estaba al tanto de sus costumbres desde que rompieron hacía más de un año.
Emily abrió la puerta y el corazón le dio un vuelco al verlo. Algunas cosas no cambiaban, incluida su reacción física ante aquel carismático y encantador médico.
—Hola —dijo levantando la mano en gesto de saludo.
Cal sonrió al instante nada más verla.
—Emily Summers en persona.
Ella entró en la sala y se colocó al lado de la mesita que había en el centro.
—¿Cómo estás, Cal?
—Bien.
Tenía buen aspecto. Como siempre. Era alto, bronceado y musculoso. Aquel hombre conseguía incluso que la bata sin forma resultara sexy. Emily tenía un pasado de atracciones por hombres altos, morenos y guapos. Pero Cal había cambiado eso. Tenía el cabello rubio y revuelto y un hoyuelo profundo le suavizaba la recta mandíbula.
—Me alegro de verte —sus ojos azules brillaron con auténtica alegría, pero cuando le contara lo que había ido a decirle, probablemente eso cambiaría. Cal colocó su taza de café de papel sobre la mesa que los separaba—. ¿Cuánto hacía que no nos veíamos?
Emily estaba de cuatro semanas cuando lo vio por última vez, y desde entonces su vida había transcurrido en una nebulosa de embarazo y bebé.
—Unos dos años.
—Parece que fue ayer —dijo Cal sacudiendo la cabeza.
Ella no podía decir lo mismo, porque su vida había cambiado profundamente durante ese tiempo. Desde que el bebé se movió dentro de ella, había sentido un amor más poderoso que nada que hubiera conocido antes. Su hija era la única razón por la que estaba ahora allí, porque ver a Cal de nuevo era lo último que deseaba. Él le había roto el corazón.
Cal la miró de arriba abajo y sonrió.
—Llevas el pelo más corto.
—Así es más cómodo —pensó tocándose la corta melena.
—Está bien. Muy bien —en sus ojos había aprobación—. ¿Has perdido peso?
—Siempre tan encantador —dijo Emily. Durante el primer trimestre del embarazo no había dejado de vomitar, y el resto del embarazo también había sido duro. Después del parto había estado muy ocupada y no había recuperado los seis kilos que había perdido su metro sesenta de altura.
—En serio, estás distinta.
Tenía una hija, la hija de Cal, pero no quería soltarlo de golpe. Aunque no sabía por qué tenían que preocuparle sus sentimientos cuando él había despreciado los suyos.
—Sigo siendo la misma.
Cal se cruzó de brazos mientras la observaba, y Emily se fijó en el contorno de sus músculos. Parecía que fue ayer cuando acarició con las manos la suave mata de pelo de su pecho.
Él rodeó la mesa y se colocó delante de ella, lo suficientemente cerca como para que pudiera percibir el calor de su cuerpo.
—Estás estupenda, Emily. ¿Cuál es tu secreto? Nunca supe dónde fuiste cuando dejaste el Centro Médico Misericordia.
¿Significaba eso que había tratado de averiguarlo? Cuando Emily creía que tenía el corazón bajo control, volvía a latirle a toda prisa. Pero Emily no quería volver a sufrir como había sufrido por él.
—Fui al Centro Médico Amanecer.
—¿Sigues siendo trabajadora social? —le preguntó Cal.
—Sí. Y también hago otras cosas.
—Sea lo que sea te sienta bien.
Emily había querido ser madre desde la primera vez que se quedó embarazada, pero entonces era demasiado joven para quedarse con el bebé. Entregar a su hijo para que otra madre se ocupara de él había dejado un vacío en su interior imposible de llenar.
—¿Qué tal te va a ti, Cal? —le preguntó cambiando de tema.
—De maravilla.
Emily creyó percibir demasiado entusiasmo en su voz. ¿O acaso quería pensar que Cal deseaba convencerla de que estaba muy bien desde que rompieron?
—¿Cómo has estado, Emily?
Ya no podía seguir postergándolo más. Emily suspiró con fuerza.
—Tengo un bulto en el pecho.
El rostro de Cal se nubló con una expresión preocupada.
—No hay razón para temer lo peor. ¿Has visto ya a alguien?
—Tengo cita con un médico, pero…
—Lindquist es especialista en pecho. Lo conozco muy bien. Le llamaré y…
—No, no es eso de lo que quería hablar contigo. No estoy preocupada por mí, sino por mi hija.
—¿Tu hija? No sabía que…
—Nuestra hija. Tiene once meses. Se llama Ann Marie. Annie.
—Ann es el segundo nombre de mi madre —dijo Cal como si no se le ocurriera nada más que decir.
—Y Marie el de mi madre. Me pareció justo —aunque no lo era, después de lo que la madre de Emily le había obligado a hacer.
Cal se pasó la mano por el pelo.
—¿Qué diablos estás diciendo? ¿Por qué debería creerte, Emily? Tú fuiste la que se marchó. Y antes de eso, no mencionaste nunca que estuvieras embarazada.
—No me diste oportunidad.
—¿Esto es culpa mía? —Cal alzó los dedos—. Dos palabras: «Estoy embarazada». Eso es lo único que tenías que decir.
—No era tan fácil —no después de la horrible experiencia que sufrió cuando no era más que una niña.
—Y perdona que te lo pregunte, pero ¿por qué me lo cuentas ahora?
—Por el bulto —aseguró ella sin vacilar—. Si algo me ocurriera, Annie no tendría a nadie.
Cal entornó los ojos con desconfianza.
—¿Por qué debería creerte después de todo este tiempo? ¿Qué buscas, Emily? ¿Qué quieres de mí?
Emily pensaba que no podría sufrir más que la noche en que trató de contarle a Cal Westen lo del bebé, pero se equivocaba. Su segundo rechazo resultaba igual de doloroso, porque incluía a Annie. ¿Cómo podía rechazar a una niña tan dulce?
—Fue un error no contártelo en su momento —admitió—. Pero espero que no castigues a tu hija por mi error.
—No tengo motivos para pensar que sea mi hija. Siempre usé protección cuando estuvimos juntos. Yo no me arriesgo.
—Yo tampoco —aseguró ella. El error que había cometido hacía tanto tiempo la había vuelto muy cautelosa—. No sé qué decirte, excepto que supongo que el preservativo se rompió.
En aquel momento entró Rhonda Levin. Emily había visto de vez en cuando a la jefa de enfermeras de urgencias cuando trabajaba allí. La robusta mujer la miró con los ojos entornados y luego clavó la vista en Cal.
—Tienes trabajo, doctor. Están trayendo a las víctimas de un accidente de coche. Uno de ellos es un niño de once meses con un golpe en la cabeza. Tenéis tres minutos —dijo Rhonda mirándolos con dureza antes de salir.
—¿Dices que el preservativo se rompió? Vamos, puedes inventarte algo mejor —al parecer, Cal tenía pensado utilizar sus tres minutos para interrogarla—. Una vez más te pregunto por qué debería creerte.
Ella lo miró fijamente.
—Si me preguntas eso, está claro que no me conoces. Yo nunca te mentiría, Cal, y menos sobre algo así.
Emily sintió que ya había vivido aquella situación cuando se giró para marcharse, pero esta vez también tenía el corazón roto por Annie.
Dos días después de que Emily Summers volviera su mundo del revés, Cal estaba sentado en una cafetería de Eastern Avenue, preguntándose si ella aparecería. Si había cambiado de número de móvil, no sería capaz de contactar con ella. Ya no vivía en la dirección en la que tantas veces la había recogido para salir a cenar y donde después le había hecho el amor. La había echado de menos cuando desapareció.
Cuando fue a buscarle a la sala de urgencias, él había tenido que salir a ocuparse del bebé. Por suerte había sido sólo una brecha sin importancia en la cabeza que se cerró con unos cuantos puntos y que probablemente el niño no recordaría. Pero él no tenía tanta suerte, no podía olvidar las palabras de Emily: «Nuestra hija». Tenía once meses. Sabía que Emily no era mentirosa, y parecía enfadada y sorprendida al ver que él no la creía.
Cal le dio un sorbo a su café y miró el reloj por enésima vez. Eran las seis y cuarto, ya casi había oscurecido. Emily había escogido el punto de encuentro, territorio neutral, porque no quería darle su dirección.
Alzó la vista y vio a Emily avanzar hacia él. Tras todos aquellos meses y ese lío en el que estaba intentado meterle, ¿cómo era posible que le diera un vuelco al corazón al verla? Tenía una boca hecha para besar. Aquellos labios carnosos lo habían excitado más veces de las que podía contar.
—Siéntate —le dijo cuando ella estuvo a su lado. Llevaba una fina camiseta amarilla de tirantes y pantalones blancos. Estaba muy sexy.
—¿De qué quieres hablar? —le preguntó—. Dejaste tu posición muy clara. En lo que a mí respecta, no queda nada más que decir.
—Yo no había terminado cuando te marchaste el otro día —dijo Cal alzando la vista para mirarla—. Si es mi hija, ¿por qué no me dijiste que iba a ser padre?
Emily dejó escapar un suspiro y dirigió la vista hacia la ventana. Había un gran atasco de coches en Eastern. Allí dentro hacía fresco, pero en la calle habría más de cuarenta grados. Estaban en Las Vegas y era julio.
—¿Recuerdas la última vez que estuvimos juntos? —le preguntó tomando asiento frente a él.
—Sí —por supuesto que se acordaba—. Un instante todo estaba perfecto y al minuto siguiente dijiste que habíamos terminado. No es fácil que un hombre olvide algo así.
Emily sonrió de medio lado, pero sin atisbo de humor.
—Es difícil que un hombre como tú olvide algo así porque siempre eres tú quien pone fin a las situaciones. Conmigo no fue así y eso te molestó.
El hecho de que tuviera razón no ayudaba. A Cal le gustaban las mujeres, y era correspondido. Terminaba las relaciones antes de que se volvieran formales. Pero con Emily no estaba preparado para poner fin a su historia.
—Me pilló por sorpresa —fue todo lo que admitió.
Los grandes ojos marrones de Emily parecían heridos.
—¿Recuerdas la última conversación que tuvimos?
—Refréscame la memoria.
—Sé lo que opinas sobre el compromiso.
—Nunca hablamos de eso —protestó Cal.
Emily compuso un gesto de desdén.
—Todas las mujeres del hospital y probablemente del área metropolitana de Las Vegas saben que tú no haces promesas.
—La medicina es una profesión muy exigente.
—No estoy hablando de salir a cenar y al cine el sábado por la noche. Tu aversión hacia las responsabilidades, el compromiso y la lealtad es legendaria. Eres tan poco profundo como una bandeja.
—Eso es muy poco amable.
—Pero es la verdad. Yo lo sabía la primera vez que salí contigo. No me importaba. Yo tampoco quería nada estable. Me venía tan bien como a ti, tal vez incluso mejor.
—Pero ¿de qué hablamos en esa conversación?
—Sólo te pregunté si algún día querrías tener hijos. Eres pediatra, y no es tan descabellado asumir que quisieras ser padre. ¿Recuerdas tu respuesta?
—No en detalle.
—Yo sí —los ojos de Emily se oscurecieron todavía más—. Soltaste un discurso de cinco minutos sobre lo que no iba a pasar. Dijiste que nada podría atarte bajo ningún concepto y que, si yo quería subirme al tren del compromiso, tú te bajabas en la próxima estación. Me dijiste que no querías ataduras, y añadiste con voz firme que nada podría hacerte cambiar de opinión.
Ah. Sí, ahora lo recordaba. El discurso le resultaba familiar, porque lo había pronunciado muchas veces.
—Yo quería sacar el tema de mi embarazo —continuó Emily—. Tu soliloquio sobre «Antes muerto que comprometido» no ayudó precisamente a que me sintiera segura.
—Podrías haberme llamado en cualquier momento después de eso, dejarme un mensaje…
No sería la primera vez que una mujer trataba de manipularlo soltando la bomba del embarazo.
Emily parecía pequeña y tensa en el gran taburete que estaba frente a él.
—En tu mundo, un mundo de hombres, tal vez funcione así, pero en el mío no. Dejaste muy claro lo que pensabas, y de ninguna manera iba cargar a mi hija con un padre que no la quería.
Sonaba muy frío visto así.
—No me diste oportunidad para reaccionar con todos los hechos. Si hubiera sabido que estabas embarazada, podríamos haber hablado de ello…
—Tú hablaste. Yo escuché y capté el mensaje. Así que ya no quise escuchar nada más.
—Hasta ahora —le recordó deslizándole la vista hacia los senos.
—Sí —Emily movió los hombros para aliviar la tensión—. Cuando me descubrí el bulto me puse en lo peor e imaginé qué sería de Annie sin mí. Mira, Cal —colocó las manos sobre la mesa—, lo que pensemos el uno del otro es irrelevante. Lo único que importa es el bienestar de Annie.
—¿Has ido ya a ver al especialista? —preguntó Cal negándose a hablar de aquella hija que todavía no creía que fuera suya.
—Todavía no. Tengo cita la semana que viene con mi médico de cabecera, Rebecca Hamilton. Dicen que es mejor empezar por ahí.
Cal odiaba tener que admitirlo, pero ésa era otra de las razones por las que había llamado. A pesar de lo que Emily estaba tratando de hacer, no le gustaba el hecho de que estuviera enferma.
—¿Qué quieres de mí, Emily?
—No quiero nada.
Cal agarró su taza de café frío.
—¿Cómo sé que la niña es mía?
—Estoy más que dispuesta a hacerme la prueba de ADN si con eso te quedas tranquilo.
Cal no creía que existiera una prueba capaz de dejarlo tranquilo desde que había vuelto a verla.
—Eso sería buena idea. Me encargaré de ello.
—De acuerdo entonces —asintió Emily.
Si estuviera tratando de engañarle, no hubiera accedido tan deprisa a hacerse la prueba. Eso acalló algunas dudas, pero no todas. Cal no quería que volvieran a reírse de él nunca más.
Era un adolescente la última vez que una mujer quiso engañarle. Le dijo que estaba embarazada y Cal la creyó, se casó con ella. Pasaron los meses y ella no engordaba, aunque se lanzaba sobre él a la menor oportunidad. Cuando Cal descubrió que no había ningún bebé, supo que estaba intentando quedarse embarazada. Su mentira quedó al descubierto, pero también la creyó cuando le dijo que lo había hecho por los dos, para que pudieran estar juntos. También se tomó en serio los votos que pronunció de permanecer a su lado en lo bueno y en lo malo. Y lo que obtuvo fue lo malo. Ella se volvió más creativa en sus manipulaciones mientras su matrimonio fallecía de una muerte lenta y dolorosa. Cuando cerró aquel capítulo de su vida, borró la palabra «compromiso» de su vocabulario.
Desde entonces se había cuidado mucho, protegiéndose en sus relaciones sexuales. Era casi una obsesión, y por eso nunca se le había pasado por la cabeza la idea de tener un hijo. Pero eso no exoneraba a Emily de su culpa. Tenía la obligación de haberle contado que iba a tener un hijo. Había pasado demasiado tiempo como para que ahora creyera que la niña era suya. No era más que otra mujer tratando de hacerle bailar a su son.
—Entonces esperaremos a ver qué dicen las pruebas —le dijo Cal.
—No tengo ninguna duda de que confirmarán lo que te estoy diciendo. Y siento haber esperado tanto para hacerlo. Pero necesito saber que tendrá un padre que cuidará de ella si llega el caso —Emily se levantó del taburete—. Avísame dónde y cuándo tengo que llevarla para las pruebas.
Se dio la vuelta para marcharse y se abrió camino entre los taburetes de la barra. La mirada de Cal se deslizó inconscientemente hacia el sensual balanceo de sus caderas. Sintió un estremecimiento interior, un dolor que no sabía que estuviera allí.
—Emily.
Ella se detuvo y se giró para mirarlo.
Entonces Cal dijo algo que no se le había cruzado por la mente de manera consciente.
—Quiero ver a tu hija.
EMILY estaba recorriendo arriba y abajo el salón de su apartamento de la planta baja mientras esperaba a Cal. Con lo enfadado que estaba, no esperaba que padre e hija fueran a encontrarse hasta las pruebas de ADN, así que su solicitud de ver a Annie la había pillado por sorpresa.
Escuchó un grito enfadado en el pasillo y corrió para encontrarse con Annie intentando gatear para salir de su habitación. La niña llevaba un vestido de encaje blanco y sin mangas que sin duda suponía una tortura para ella. Las rodillas le pisaban el bajo, lo que minimizaba sus progresos y aumentaba su frustración.
Emily la agarró en brazos. Sus rizos dorados le rodeaban el rostro de ojos azules y mejillas sonrosadas.
—Siento lo del vestido, pequeña. Ya sé que no es tu estilo, pero tu papá llegará en cualquier momento y sé que quieres impresionarle.
—Uh —respondió Annie agitando los brazos para que la bajara.
Emily colocó a la niña en el suelo con delicadeza, agarrándole la manita mientras la niña caía sentada.
Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que le había cambiado de ropa a Annie para la ocasión. Pero conocer a tu padre era un momento importante. Emily no lo sabía por propia experiencia, porque nunca había visto al suyo. Pero seguro que había que hacerlo con las mejores galas. Era muy consciente de que ella era la razón por la que aquel encuentro no había tenido lugar antes, y tenía que vivir con sus consecuencias. Pero no podía añadir aquella culpa a todas las que ya tenía. Más valía tarde que nunca.
El áspero sonido del timbre provocó que a Emily le diera un vuelco el estómago como si se hubiera montado en una montaña rusa. La buena noticia fue que el sonido llamó la atención de Annie, que dejó de tratar de escapar de su vestido.
—Vamos allá, cariño —llevó a la niña hacia la mirilla para ver quién era. Cal llegaba puntual. Cuando lo vio, suspiró profundamente antes de abrir.
—Hola, Cal.
—Emily.
Se había cambiado la ropa del hospital por pantalones vaqueros y una camisa azul clarito. Tal vez, sólo tal vez, para él también fuera importante aquel encuentro.
—Pasa —dijo ella echándose a un lado para abrir más la puerta antes de cerrarla tras echar un vistazo al sol del atardecer que comenzaba a descender—. Hace mucho calor fuera.
Y también dentro, pensó mirándolo. Aquella visión no le proporcionaba ningún alivio del calor. Había pasado algún tiempo, pero su cuerpo seguía siendo susceptible a él. Pero aquella visita no era para ella.
Había llegado el momento de hacer las presentaciones.
Emily miró a su hija, que estaba chupándose el dedo índice y miraba con incertidumbre a aquel desconocido tan alto.
—Cal, ésta es Annie.
Él la observó fijamente durante largo rato. Emily no era consciente de que estaba conteniendo la respiración hasta que la dejó escapar cuando él también lo hizo.
—No mencionaste que se parece a mí —dijo sin apartar los ojos de su hija.
—¿Me hubieras creído?
—Seguramente no —Cal deslizó la mirada hacia Emily—. Yo tenía ese color de pelo cuando era pequeño. Y los ojos son como los míos. Incluso esto —dijo alzando un dedo para tocar suavemente el hoyuelo de la barbilla de Annie, idéntico al suyo.
La niña apartó la cabeza y escondió la cara en el cuello de Emily.
—Es un poco tímida. ¿Quieres agarrarla en brazos?
—Sí —Cal estiró los brazos para recibir a la niña, pero Annie se retorció cuando él trató de sujetarla en su antebrazo. Luego empezó a llorar histéricamente y estiró los brazos para que su madre la rescatara—. Quiere irse contigo —dijo él con voz fría como el hielo.
Emily sujetó a su hija y sintió cómo se relajaba. No así Cal.
—No te lo tomes como algo personal. Es que no te conoce.
—¿Y de quién es la culpa?
Aquel comentario mordaz consiguió su objetivo, y Emily volvió a sentirse culpable una vez más. Cuando se sentía acorralada, salía la adolescente peleona que se había criado en las calles.
—Mira, ya te he pedido disculpas. No volveré a decirte que lo siento. Annie se comporta así con los desconocidos, y sinceramente, creo que eso está bien.
—¿Está bien que no conozca a su propio padre? —Cal la miró entornando los ojos.
—Lo que quiero decir es que no está mal que sea precavida con la gente que no conoce.
—¿Se supone que me tengo que sentir mejor con eso?
—Sinceramente, no puedo permitirme que me preocupe cómo te sientes. Annie es mi prioridad.
—Ahora también es la mía.
—Entonces, ¿ya crees que es tuya? ¿Quieres hacerte de todas formas las pruebas de ADN?
—Sí —Cal se pasó los dedos por el cabello—. Para asegurarnos.
—No tienes mucha fe en el género humano, ¿verdad?
Antes de que él pudiera responder, volvió a sonar el timbre.
—Disculpa —Emily se asomó a la mirilla y reconoció a la joven—. Tengo que abrir.
Abrió la puerta, y en cuanto Annie vio quién era sonrió y estiró los brazos.
—Hola, cariño —la joven de diecisiete años pelirroja de ojos verdes sonrió y agarró a la niña—. ¿Cómo está la pequeña?
—Lucy, te presento al doctor Cal Westen. Cal, ella es Lucy Gates. Una de mis chicas —dijo Emily. Y a juzgar por la expresión escéptica de Cal supo que tenía que explicarse más—. Este edificio es una donación. Estoy al frente de un programa de ayuda y apoyo a madres adolescentes que no tienen ningún sitio donde ir. Aquí se ayudan unas a otras a criar a sus hijos mientras estudian. Si las madres no se cuidan a sí mismas, no pueden cuidar a sus hijos.
Cal se metió una mano en el bolsillo de los vaqueros.
—No pareces tener edad para ser madre.
—Pero lo soy —le espetó Lucy observándolo con seriedad—. Mi hijo se llama Oscar. Pero ya veo que tú no entiendes nada. Igual que mis viejos.
Aquello no estaba marchando precisamente bien, pensó Emily.
—Lucy, el sólo está…
—Juzgando —la interrumpió la joven—. Como todos los demás.
A Emily aquella chica le recordaba a sí misma años atrás, cuando su madre le dio un ultimátum: o entregaba al bebé o se iba. Así que se fue. En un principio. Pero tras pasar unas semanas en la calle, supo que quería demasiado a su hijo como para someterle a aquella clase de vida y volvió a casa, donde fue obligada a tomar aquella terrible decisión. Ahora intentaba ayudar a las jóvenes que se enfrentaban al mismo dilema, y les ofrecía otra opción.
Pero había llegado el momento de cambiar el tono del encuentro.
—¿Dónde está Oscar? —le preguntó a Lucy.
—Con Patty, mi compañera de piso —contestó la joven devolviéndole a Annie a su madre—. Vi a este tipo llamando a tu puerta y quería asegurarme de que todo iba bien. Ya sabes, estamos para ayudarnos.
Cuando volvieron a quedarse a solas, la expresión de Cal era todavía más hostil.
—No has sido muy amable con Lucy —le reprochó ella.
—Nunca había tenido una hija que me tratara como si tuviera piojos y que prefiera a una extraña.
—Lucy no es una extraña para Annie. Además, ese argumento es muy infantil.
—Pero sincero —aseguró él.
—No como yo.
—Tú lo has dicho.
Una conciencia culpable como la de Emily no necesitaba acusación.
—Mira, Cal, las cosas son así. Puedes pagarla con todo el mundo o apechugar con la situación y conocer a tu hija. ¿Qué vas a hacer?
—Es mi hija. Y ya va siendo hora de que me conozca —Cal se puso en jarras—. ¿Vas a ayudarme? ¿Vas a estar por aquí mientras Annie y yo nos conocemos?
Cal tenía razón. No podía soltarle a la niña sin más porque eso sería demasiado traumático para ambos. Emily se dio cuenta de que tendría que haber pensado en ello, pero no lo había hecho.
Vaya, iba a resultar muy divertido relacionarse con el tipo para quien romper corazones era un deporte olímpico.
Sentado en el deportivo al que había bautizado como «Princesa», Cal vio el pequeño utilitario de Emily doblar la esquina y entrar en la zona de aparcamiento del edificio. Él, que estaba al otro lado de la calle, salió del coche.
Mientras se acercaba a Emily, la vio abrir la puerta de atrás, sacar a Annie de la silla y dirigirse al maletero para sacar una bolsa de la compra. Cuanto más se acercaba, más bolsas veía.
—Hola.
Ella se dio la vuelta y apretó a la niña contra su pecho.
—Cielos, me has asustado.
—Creí que me habías visto. Estaba ahí aparcado —dijo señalando su coche con el pulgar.
—¿Por qué? —preguntó Emily frunciendo el ceño—. ¿Me estás acosando?