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Un anillo no es suficiente Ajax Kouros tenía un plan… y quedarse plantado en el altar no formaba parte de él. Sobre todo cuando se enfrentaba a un sinfín de invitados y de periodistas. El futuro de su empresa dependía de que se casara con una Holt. Así que, cuando la hermana de su prometida se ofreció a casarse con él… ¿podría decirle que no? El hombre con el que aprendió a amar Aleksei Petrov era el último hombre que Maddy necesitaba, pero el primero que verdaderamente deseaba... Aleksei estaba decidido a no mezclar los negocios con el placer, pero le costaba resistirse a la atracción que sentía hacia su secretaria. Maddy representaba un problema que él no deseaba…
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Seitenzahl: 393
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 246 - junio 2022
© 2013 Maisey Yates
Un anillo no es suficiente
Título original: His Ring Is Not Enough
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
© 2011 Maisey Yates
El hombre con el que aprendió a amar
Título original: The Petrov Proposal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1105-727-1
Créditos
Un anillo no es suficiente
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
El hombre con el que aprendió a amar
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro...
Oficialmente, podemos estar al borde de un ataque de pánico –Leah Holt terminó de leer el mensaje de su hermana y miró a su padre.
Este tenía cara de sorpresa y Leah no podía culparle. Ella se sentía igual. Todo el mundo estaba allí. Todo estaba planeado. Los adornos estaban puestos y la tarta estaba hecha. Habían alertado a los medios de comunicación y todos estaban allí. El novio estaba preparado.
Y la novia había desaparecido.
–¿Por qué nos puede entrar el pánico? –preguntó su padre, Joseph Holt.
Leah tomó aliento. No quería contárselo a su padre. No quería exponer a Rachel a la censura. Porque, por muy preocupante que fuese el mensaje, Leah conocía a Rachel lo suficiente como para saber que no habría hecho todo aquello sin tener una buena razón.
–Se ha ido. No... no va a venir.
–¿Quién no va a venir?
Leah levantó la mirada y el corazón le dio un vuelco. Ajax Kouros había elegido ese preciso instante para entrar en la habitación, vestido con un esmoquin negro que se ajustaba a la perfección a su físico masculino. Parecía tan intocable como siempre. Un dios más que un hombre.
Al verlo, se acordó de los días de verano en la finca. De cómo le seguía a todas partes sin dejar de hablar. Su hermana siempre estaba en la escuela, su padre ocupado con el trabajo y su madre tomando el té con las amigas.
Pero Ajax siempre había estado allí para escucharla. Era la única persona que creía que la comprendía.
Había pasado mucho tiempo desde entonces. Ella ya no era la misma chica. No era tan tonta como para pensar que un hombre como Ajax pudiera estar interesado en ella o en lo que tuviera que decir. Ya no era aquel chico con la piel bronceada por trabajar bajo el sol sin camiseta.
Ahora era multimillonario. Uno de los empresarios de más éxito en todo el mundo.
Y aquel día iba a casarse con su hermana. Y a adquirir oficialmente el control de Industrias Holt, junto con una parte importante de su propio negocio, dado que la empresa de su padre poseía muchas de sus acciones.
Al menos, se suponía que aquel día se casaría con su hermana y tomaría el control de Holt.
Pero Rachel no estaba. Se había ido y no pensaba volver, a juzgar por su mensaje.
Era impropio de su hermana. La eterna anfitriona adorada por los medios nunca había sacado los pies del tiesto. Siempre se mostraba hermosa y elegante; un atractivo para los objetivos.
Al contrario que Leah, que era atractiva para los objetivos por una razón muy distinta. Y a la prensa le encantaba recalcarlo. Les encantaba resaltar todos sus defectos e imperfecciones.
Leah tragó saliva y miró a Ajax a los ojos. Eran oscuros y duros. Siempre lo habían sido. Incluso cuando era niño, nunca había risa en su mirada. Ni luz. Pero la oscuridad le resultaba atractiva, como siempre.
–Rachel no va a venir –le dijo con un susurro, aunque resultó ensordecedor en la sala de estar de la casa familiar.
–¿Qué quieres decir con que no va a venir? –preguntó él con voz suave.
–Es que... me acaba de escribir. Dice que... Toma –le entregó a Ajax su móvil y estuvo a punto de dejarlo caer cuando sus dedos se rozaron–. Dice que quiere estar con Alex, sea quien sea, y que no puede casarse contigo. Ahora no. Lo siente.
–Sé leer, Leah, pero gracias –le devolvió el teléfono y miró a su padre–. ¿Tú lo sabías?
Joseph negó con la cabeza.
–¿Saber qué? ¿Que tenía dudas? En absoluto. Yo no la presioné para que hiciera esto, Ajax. Sabes que no. Me daba la impresión de que estaba completamente de acuerdo con esto.
Ajax asintió una vez y después miró a Leah.
–¿Y tú lo sabías?
–No –si lo hubiera sabido, no habría permitido que las cosas llegaran tan lejos. Nunca habría dejado que Rachel abandonara a Ajax de aquella forma, sin previo aviso. Con todo el mundo mirando.
–¿Alex qué más? –preguntó él–. ¿Qué más información tenemos?
–Yo... –Leah releyó los mensajes de su móvil. La mirada de Ajax era feroz y le daba miedo. No se parecía al hombre que conocía–. No lo dice.
–Escríbele un mensaje. Ahora.
–Ajax, si necesita espacio... –murmuró su padre.
–No me preocupa mucho eso –respondió Ajax.
Leah escribió tan rápido como pudo con los dedos temblorosos.
¿Alex qué más? ¿Alguien que yo conozca?
No le conoces. Alex Christofides. Ha sido inesperado. Lo siento.
–Alex Christofides.
Ajax y su padre se miraron de forma significativa. A ella se le erizó el vello de la nuca y se le puso la piel de gallina al darse cuenta de lo que significaba aquel nombre.
–Alexios –dijo lentamente–. Alexios Christofides.
–Ese mismo –contestó Ajax–. No está satisfecho con haber intentado destruir mi negocio y ahora, el muy bastardo, tiene que destruir también mi boda.
–¿Por qué, Ajax? ¿Por qué te odia tanto?
–No lo sé. Supongo que es por negocios.
–Pero ella... ¿Ella lo sabe? ¿Sabe quién es él?
–No creo –contestó Ajax–. No es su mundo.
No. Pero sí era el de ella. Leah había oído hablar de Alexios Christofides y de sus intentos por destruir el negocio de fabricación y venta al por menor de Ajax, ya fuera adquiriendo acciones de forma encubierta o denunciando actividades ilegales que ni siquiera existían. Alexios había sido un obstáculo para Ajax a lo largo de los últimos cinco años.
–¿Y nunca le mencionaste su nombre a Rachel?
–Como ya he dicho –respondió Ajax–, no es su mundo.
Leah le envió otro mensaje a Rachel mientras su padre y Ajax seguían hablando.
Es enemigo de Ajax. ¿Lo sabías? ¿Y si te está utilizando?
Es demasiado tarde, L. No puedo casarme con Jax ahora. Tengo que estar con Alex.
¿El día de tu boda?
Lo siento. Confía en mí. No hay otra manera.
–Si Rachel le ha elegido a él –intervino su padre–, le ha elegido a él.
–¿Aunque solo pretenda hacerle daño a Ajax? ¿Y qué hay de la empresa? El negocio depende de esta boda. Me va a arrollar con sus tácticas empresariales.
–Estás dando por hecho que no siente nada por Rachel. Que Rachel es tonta. Yo no me lo creo, Leah –dijo su padre.
No. Claro que no. Rachel nunca sería tan tonta. Al menos, eso sería lo que pensaría todo el mundo. La deslumbrante y equilibrada Rachel, que tan bien se desenvolvía en cualquier situación social, jamás se dejaría seducir mediante engaños y mentiras. Era demasiado lista.
Leah no se lo creía. Su hermana era maravillosa. Y, como tal, había sido mimada por los medios de comunicación. Rachel no veía las cosas malas de la vida. Y, la idea de que un hombre, Alexios, pudiera estar mintiéndole y utilizándola le producía náuseas.
–Entrégamela a mí –le dijo Ajax a Joseph–. Cambia el acuerdo.
–Lo haría –respondió Joseph–, pero la empresa la recibirán mis hijas. El marido de la primera en casarse.
–Siempre estuvo claro que sería yo –dijo Ajax–. Hiciste la oferta pensando en mí.
–Sí. Naturalmente, pensé que serías tú. Pero ¿qué puedo hacer? Di mi palabra y no quiero que Rachel sienta que me quedo con la empresa como rehén para obligarla a casarse con el hombre que yo quiera. Y, si es decisión suya, tiene derecho a quedarse con la empresa si así lo desea. Ella también sabe de la existencia del acuerdo.
Leah sabía que el acuerdo iba destinado solo a Ajax y a Rachel. Joseph quería a Ajax como al hijo que nunca había tenido, y Rachel y él le habían parecido una pareja bastante lógica desde el primer momento. Como si Ajax hubiera estado destinado desde siempre a formar parte de su familia.
Pero ahora todo estaba desmoronándose. Y el negocio y la vida entera de Leah iban dentro del paquete que ahora podría acabar en manos del enemigo de Ajax.
Si Alex intentaba quedarse con Holt y destruirla para vengarse de Ajax, destruiría también sus sueños.
Ella no era la mimada por los medios. No era la guapa. No era la que atraía a los hombres. Ella tenía Las Piruletas de Leah. Su negocio estaba en alza y empezaba a marcar tendencia. Los caramelos de sus tiendas estaban convirtiéndose en uno de los regalos más populares en todo el mundo. Tal vez el azul Tiffany fuese un icono, pero el rosa Leah empezaba a ganar importancia.
No podía perderlo. Era su identidad.
–Tengo que hablar con Ajax a solas –dijo antes de poder procesar enteramente su petición–. Por favor –le dijo a su padre.
Joseph asintió y respondió:
–Si es lo que quieres –después miró a Ajax–. Lo siento, hijo mío, pero no podemos obligarla a que se case contigo. No me gusta la idea, pero no la forzaré a ello. Si ha elegido a Alex, por muy enemigo tuyo que sea, no se lo impediré.
–Jamás te pediría que hicieras tal cosa –dijo Ajax.
Su padre se dio la vuelta, salió de la habitación y Leah tuvo que controlar la necesidad de ir tras él. De intentar razonar con él. Sería más fácil que tratar con Ajax. Pero su padre no cedería. Había dado su palabra y, en el mundo de Joseph Holt, donde los hombres tenían honor y no se rebajaban a utilizar a una mujer como peón en una batalla empresarial, la palabra era lo único necesario.
Pero ese no era el mundo real. Ella lo sabía. Ajax lo sabía.
Ajax se pasó las manos por el pelo y miró de nuevo por la ventana.
–La pregunta es ¿qué hacemos? Hay un acuerdo redactado y listo para firmarse. Hay una boda planeada. Hay mil invitados que vendrán dentro de tres horas. Los medios estarán allí también. Se ha anunciado como la boda del siglo. La pregunta es –se volvió hacia ella–, ¿qué hacemos?
Leah se quedó mirando su cara de preocupación y de pronto vio la respuesta. Era evidente y sencilla. Así funcionaban las cosas en los negocios y, al fin y al cabo, se enfrentaban a un problema relacionado con los negocios. Había que firmar un contrato.
O, más concretamente, dos contratos.
–¿Hasta dónde llegaba el trato? ¿Qué decía el contrato?
–Yo pasaría a ser propietario de Holt al firmar el acuerdo matrimonial, con la condición de que el matrimonio durase cinco años. De lo contrario, tu padre recuperaría el control.
–¿Y los nombres que aparecen en el documento?
–No hay nombres. Son intercambiables. Esa es la cuestión.
–¿Cinco años como mínimo?
–Sí.
–Lo haré yo –dijo Leah.
Las palabras quedaron suspendidas en el silencio de la habitación.
Por un instante, se sintió desprotegida. Incómoda. No. Ya no era esa chica. Era más fuerte que todo eso. Había aprendido a no exponerse a los demás, a no dejar que nadie la viese llorar.
–¿Que harás qué? –preguntó Ajax.
–Me... –de pronto, se sintió ahogada por las inseguridades. Por la Leah del pasado, que había idolatrado a Ajax. La chica que buscaba su atención y su afecto. La adolescente idiota que había estado a punto de declararse justo antes de que él declarase su amor por Rachel.
«Lo haces por tu negocio. No tiene nada que ver con esos sentimientos. Es por Holt».
Ya no era esclava de aquellos viejos sentimientos. Cierto, había soñado con Ajax cuando era una niña, pero, igual que todo el mundo, él había elegido a Rachel. Y ella había aprendido a no volver a exponerse de esa forma. Había aprendido a ocultar el dolor bajo una armadura. Porque la alternativa sería mostrárselo al mundo y destrozar su orgullo.
–Me casaré contigo –anunció–. Así todo saldrá bien. No importará que Rachel se case con Christofides el mes que viene o mañana, porque no será él quien se quede con Holt. Todo saldrá bien.
Él se carcajeó con ironía.
–Todo saldrá bien, ¿no? La perfección. Ese pequeño obstáculo.
–Soy consciente de que esto es algo más que un pequeño obstáculo. Pero es mejor que nada, ¿verdad?
Ajax no era un hombre expresivo. Había sido bueno con su hermana, pero no abiertamente afectuoso. Leah se había preguntado en más de una ocasión qué tipo de relación tendrían. Si sería más una cuestión de conveniencia que de pasión. Pero era evidente que Ajax parecía un hombre que acababa de perder al amor de su vida.
Ajax se pasó los dedos por el pelo y le dirigió una mirada perdida. Le recordó a una versión más joven de él mismo. Al chico que había sido antes de ir a la finca Holt. Un chico al que ella nunca había conocido.
Aún recordaba el momento en que le había conocido, cuando habían ido a la finca a pasar el verano. Había sido como si todo su mundo se desvaneciera. Como si ella se desvaneciera.
Ella era joven, pero algo en él le había atraído desde el principio. En un instante, Ajax había significado muchas cosas para ella. Y le había hecho caso. Había hecho que se sintiera importante. Especial. Así que se había aferrado a él y le había seguido como si fuese un cachorro perdido.
De pronto, volvió a mirarla y su mirada perdida desapareció tan pronto como había aparecido.
–Tendrás que servirme tú.
El modo en que lo dijo le hizo desear que se la tragase la tierra. De nuevo, estaba siendo comparada con Rachel.
–Gracias. Y de nada.
–No esperes que me alegre por esto. Mi novia acaba de dejarme plantado. Ha elegido a mi rival antes que a mí. Y ni siquiera ha tenido el detalle de escribirme para decírmelo. En vez de eso, te ha escrito a ti.
–Soy su hermana.
–Y yo soy el hombre al que se suponía que debía amar.
Leah le puso la mano en el brazo y un torrente de calor recorrió su cuerpo, así que se apartó como si se hubiera quemado.
No se lo esperaba. No esperaba sentir aquel calor tan intenso. Al fin y al cabo, hacía años que había dejado de sentir algo por él. Aunque eso no cambiaba el hecho de que era una hombre increíblemente guapo. El calor se debía solo a la atracción física. Cualquier mujer reaccionaría de igual modo.
–¿Por qué, Leah? ¿Qué ganas tú con esto?
–Bueno, Ajax, es evidente que Rachel ha perdido la cabeza. Se ha fugado con un hombre que, tú y yo sabemos, no está con ella por casualidad. Un hombre capaz de hacer esto solo para hacerte daño. Lo haría, ¿verdad?
–Sí –respondió él.
–Mi padre quiere a Rachel, pero no ve sus defectos.
–¿Acaso los tiene?
–Creo que es demasiado confiada, y ambos sabemos que eso es un defecto. Alexios se aprovecharía de eso para quedarse con Holt e impedirte a ti expandir tu negocio. Le hará daño. No puedo permitirlo. Y creo que tú tampoco.
–Por supuesto que no.
–Entonces está decidido. Tenemos que casarnos antes de que lo haga ella. Así podrás meterte en nuestra familia, cosa que ambos sabemos que deseas. De lo contrario, los dos perderemos Holt. Y tú eres el que más pierde. Christofides se quedaría con Rachel y con Holt.
–No sabía que Holt te importase tanto, Leah.
–Me importa porque es mi legado familiar. No puedo dejar que un desconocido tome el control. Pero, además del legado, mi padre posee la mitad de las acciones de mi negocio, y todo está bajo el control corporativo de Holt. Así que, de pronto, un desconocido tiene el control sobre mí y sobre mi negocio.
–¿Y si Rachel desea quedarse con Holt?
–No lo desea. Para ella no significa lo mismo que para ti y para mí, ya lo sabes. Ella iba a ser tu mano derecha socialmente, pero dudo que pasara un solo día en esas oficinas por voluntad propia.
–Eso es cierto. Pero yo no quería eso de ella. Quería una anfitriona, alguien que me hiciera parecer más cercano. Eso era lo que necesitaba.
–Bueno, pues eso ya no va a ocurrir. ¿Quieres que otro hombre se quede con tu mujer y con tu negocio?
Ajax dio un paso hacia ella, la miró fijamente con sus ojos oscuros y Leah sintió que algo en su interior se derretía.
–Además de Holt, ¿qué es lo que deseas, Leah?
–Mantener Las Piruletas de Leah. Holt posee un cuarto de mis acciones. Y, aparte de que mis tiendas de caramelos están vinculadas a Holt, yo soy una Holt. Es mi legado. Es nuestro, no solo tuyo.
–Iba a ser mío y de Rachel.
–Lo sé.
–¿Y tú me confías tus acciones? Alexios es un genio de las finanzas. Tal vez él te sirva más que yo. Rachel parece pensar eso.
–Tú harás lo correcto por mí y por mis tiendas, Ajax. No me cabe duda.
–No sé. Tal vez venda mis acciones. ¿Crees que me darán beneficios?
–Claro que lo creo. Vendo cosas caras y malas para ti. Creo que estaré en el negocio toda mi vida.
Él arqueó una ceja y algo en su expresión cambió.
–Entonces es un éxito asegurado. Hay poco que a la gente le guste más que entregarse a los vicios.
–Sí. Y permíteme que siga argumentando por qué me parece buena idea lo de casarnos.
–Por supuesto –contestó él.
–Tienes razón. Todo está preparado. Todo. Los invitados. El cura. La tarta. Yo he donado muchos caramelos como regalo.
–Qué amable.
–Bueno, ahora dono una novia. Eso es algo más que amable.
–Si acepto.
–Ah.
Ajax se quedó mirando a Leah, la mujer que, hasta hacía diez minutos, iba a ser su cuñada. Ahora estaba hablando de ser su esposa. Leah. Apenas pensaba en ella como en una mujer. En su cabeza seguía siendo la chica rechoncha de dieciséis años con aparato y afición por los dulces.
Aún recordaba con claridad encontrarse un caramelo esperándole con sus herramientas de jardinería todos los días cuando había empezado a trabajar en la finca Holt. Y, lo que había empezado como un juego de niños, se había convertido en una tradición. Cuando había empezado las prácticas en las oficinas de Nueva York, allí había un caramelo sobre su escritorio. Y después, al establecerse por su cuenta, un enorme surtido de bombones en su despacho.
Sí, cada vez que veía alguno de sus regalos, se imaginaba a Leah, la niña. La dulce y sencilla Leah, que le miraba y veía a alguien a quien merecía la pena sonreír. Pero aquella imagen no encajaba con la realidad que tenía ante él.
Ahora era una mujer. Tenía veintitrés años. Parte de sus curvas habían desaparecido, aunque no todas. Seguía teniendo el pelo oscuro y rizado, pero más elegante que cuando era adolescente. Y había una determinación en ella que jamás había visto antes.
Aun así, no se parecía en nada a Rachel. La hermosa y esbelta Rachel.
Rachel, la mujer en la que se había fijado tantos años atrás. La mujer con la que había planeado casarse. Había sido su objetivo al final del camino durante tanto tiempo que ahora se sentía perdido. Sin un propósito.
Era la única mujer a la que alguna vez había amado.
Y ella le había abandonado. Se había llevado consigo Holt, y toda su vida quedaría hecha añicos a sus pies.
Si permitía que ocurriera. Si no aceptaba la oferta de Leah.
Rechazarla no le reportaría ningún beneficio. No sería lógico.
Sin embargo, le costaba imaginársela como esposa. Como la mujer con la que compartiría su vida, a la que se llevaría a los eventos y a la cama.
Leah no era la mujer con la que se había imaginado. Jamás.
–Vamos, Ajax, no hagas esperar a una chica –dijo ella con una leve sonrisa. Como si estuviera tranquila. Como si aquello no fuera más que una interesante distracción. Ajax se preguntó en qué momento se habría vuelto tan calculadora. Cuándo habría dejado atrás la dulzura para convertirse en una fría mujer de negocios.
–Acepto –contestó al fin–. Haré una llamada para que venga la costurera y te ajuste el vestido de Rachel.
A Leah se le sonrojaron las mejillas, aunque mantuvo una expresión fría.
–¿No podría quitarle treinta centímetros al dobladillo y añadirlo a la altura de la cintura?
Estaba exagerando, pero, aun así, tenía razón. Rachel era alta y angulosa, mientras que la cabeza de Leah le llegaba por debajo del hombro. No podía ignorarlo; tenía una talla mayor que la de su hermana. Aunque sus proporciones no carecían de atractivo. Tenía curvas donde debía tenerlas. Simplemente, nunca había pensado en ello demasiado.
–Entonces, ¿qué talla? Te encargaré uno nuevo.
–Haré una llamada –dijo ella, aún con las mejillas sonrojadas–. No será a medida, por supuesto. Solo tenemos dos horas, pero puede hacerse. De todas formas, mi vestido será lo menos escandaloso de la boda.
–Sigues siendo una heredera Holt –dijo él.
–Sí, prácticamente somos intercambiables. Salvo por la talla del vestido, claro.
–No me refería a eso. No sois intercambiables. Tú no eres Rachel –Rachel, que en su cabeza representaba su vida perfecta. Había imaginado que, cuando llegase aquel día, habría llegado a su destino en vez de caminar sin cesar.
Nunca la había tocado, no más de un beso inocente, pero, durante los últimos seis años, había existido un entendimiento entre ellos. No habían pasado todo su tiempo juntos, no habían actuado como una pareja. Rachel no deseaba sentirse encadenada. Había querido vivir su vida. Pero él había estado convencido de que, al final, regresaría a él.
Se había equivocado. Y no le gustaba equivocarse.
–Lo siento –dijo Leah–. No siento no ser Rachel, sino que se haya marchado. Lo siento.
–Claro que lo sientes. Ahora te toca quedarte conmigo.
Ella lo miró con brillo en sus ojos tostados. No sabía por qué parecía como si fuese a echarse a llorar. ¿Sería por la situación? Aunque ella hubiese ayudado a crear la situación, tampoco era que él le hubiese pedido que reemplazara a su hermana. ¿O sería quizá por sus comentarios? En cualquier caso, no le gustaba.
Joseph Holt se había convertido en su mentor cuando era adolescente, y la familia de Joseph había pasado a ser la suya en muchos aspectos. Nunca haría nada que pudiera herir a la familia Holt. Jamás.
–No es demasiado tarde para echarse atrás, Leah. No te haré responsable de una declaración precipitada hecha en un momento emotivo.
–Es todo muy emotivo.
–Me refería a que es emotivo para ti.
–Y para ti también. ¿Acaso no sientes nada?
–Claro que siento algo. Pero no tomo decisiones basadas en las emociones, razón por la cual estoy dispuesto a casarme contigo en vez de con Rachel. Es lo lógico –así mantendría su plan en movimiento hasta que pudiera cambiar las cosas. Hasta que pudiera recolocarlo todo en su cabeza. La planificación le hacía tener el control, y el control lo era todo.
Sabía lo que ocurría cuando se perdía el control. Sabía lo que sucedía cuando un hombre vivía de sentimientos.
–Sí. Bueno, aunque puede que la situación sea emotiva, no me he ofrecido por eso.
–Holt es mía. Por derecho. Me la prometieron. No llevo vuestra misma sangre, pero tu padre me entrenó para esto.
–Lo sé. Y yo he trabajado demasiado duro en mi negocio como para ver cómo se desvanece todo.
Ajax miró a Leah y se preguntó si la habría subestimado. Sabía que tenía una mente empresarial, mientras que, probablemente, Rachel hubiera utilizado el dinero que su padre le había dado para ser socia silenciosa en algunos proyectos y ayudar así a expandir su red de contactos personales.
Esa era una de las razones por las que Rachel había tenido tanto valor en su vida. Hacía lo que él no hacía. Conectaba con la gente, hacía amigos con facilidad y utilizaba su carisma para lograr lo que deseaba.
En resumen, era el accesorio perfecto en su vida. Leah, por otra parte, estaba más centrada en los negocios. Posiblemente, desearía que alguien le echara una mano para tomar las decisiones en Holt, y estaría en su derecho, dado que la propiedad la compartirían su esposa y él.
–¿Qué más sabes, Leah?
–Mucho. Veo cosas. Sé lo mucho que esto significa para ti. Sé que no has pasado años trabajando para mi padre para no acabar dirigiendo Holt.
Era cierto. Joseph Holt se había convertido en su mentor cuando tenía solo dieciséis años, sin educación y sin dinero, y había empezado a trabajar en la finca Holt en Rodas. Él acababa de abandonar la mansión de su padre, había huido de la isla en la que había crecido, que estaba llena de corrupción.
Joseph Holt y su familia iban cada verano y cada invierno a la finca. Al contrario que otras familias adineradas para las que había trabajado, los Holt eran amables con sus empleados. Sobre todo Joseph, que se tomaba el tiempo necesario para hablar con todos y conocerlos mejor.
Y había mostrado un especial interés en él. En muchos aspectos, había sido como un padre. Pero sobre todo le había inculcado el interés por los negocios. Ajax había pasado tres años trabajando para Holt en Estados Unidos. Después había montado su propio negocio, que se centraba más en las tiendas que en la fabricación.
Ajax había triunfado gracias a Joseph, sabiendo que, al final, Holt le pertenecería. Igual que Rachel.
Aquel día había perdido una de esas dos cosas; no perdería la otra.
–Ves muchas cosas, Leah. Y creo que has heredado la habilidad de tu padre para reconocer un buen trato empresarial. Y su incapacidad para dejarlo pasar.
–Soy una Holt, Ajax.
–Rachel también lo es.
–Yo no soy mi hermana. No nos parecemos. Tendrás que recordar eso.
–No creo que se me olvide.
–Tengo que... –Leah se aclaró la garganta–. Bueno, creo que tengo que empezar a prepararme.
A Leah le temblaban las manos cuando agarró el ramo, el ramo que debería haber sido de su hermana. Gracias a Dios, jamás habría podido ponerse el vestido o los zapatos de su hermana.
Y era la primera vez que se alegraba de no poder hacerlo. No quería las flores de su hermana, ni su prometido, ni su vestido ni sus zapatos.
El vestido y los zapatos eran suyos. Las flores y el novio... no.
El estómago le dio un vuelco al mirarse en el espejo y enfrentarse a la realidad de lo que estaba haciendo.
En la teoría le había parecido la única opción. No podían permitir que Alexios se quedara con Holt. Si estaba utilizando a Rachel, eso no podía ser una recompensa.
Pero allí de pie, con el vestido de novia, todo le parecía más real. Más descabellado.
Sacó un pañuelo de papel del tocador y se lo llevó a los labios para quitarse el exceso de pintalabios. Se quedó mirándolo durante unos segundos. ¿Se quedarían sus labios marcados en los de Ajax?
Entonces se dio cuenta. Iba a besarlo. Aquel mismo día. Se dejó caer sobre la silla situada frente al espejo. Iba a casarse con él. Iba a ser una boda de verdad.
Y lo peor era que iba a tener que exponerse a la prensa y al ridículo una vez más. Eso era lo que menos le gustaba.
Aquella boda era algo enorme. Un gran acontecimiento. Rachel era muy popular, un icono del estilo para las masas y la favorita de las portadas de las revistas. Y Ajax... exudaba sex-appeal y misterio, y además era multimillonario. Eso hacía que la boda cobrara tanta importancia.
Y ella no encajaba entre tanta fanfarria.
Se quedó delante del espejo y se llevó las manos a los pechos, que apenas podía contener el corpiño del vestido. No era su primera opción, pero se trataba de una emergencia, y eso significaba que había tenido que conformarse con una talla más pequeña.
Le recordó a una ocasión en la que había ido a un evento con un vestido que Rachel se había puesto aquel mismo año. Y allí estaba, teniendo el clásico tropiezo con la moda que solían tener las chicas de dieciséis años, pero delante del mundo entero. Su figura, lejos de ser esbelta, se veía demasiado gracias a que el vestido era demasiado pequeño y, además, el color no le sentaba bien. Había aparecido en una revista de moda bajo el titular ¿A quién le queda mejor? Y Leah había recibido críticas tanto en el artículo como online.
Tomar prestada ropa del armario de su hermana era mucho más difícil para ella que para otras adolescentes.
Recordaba que se había quedado llorando en el despacho de su padre y que en ese momento había entrado Ajax.
–¡Me siento muy humillada, Ajax! –había gritado ella entre sollozos–. ¿Cómo podré superar esto?
Ajax se había quedado mirándola con ojos impasibles.
–Si no quieres que te comparen con tu hermana, deja de ponerte en su lugar. Tú eres diferente. Nunca serás como ella, así que deja de intentarlo –después se había arrodillado frente a ella–. Y nunca dejes que te vean llorar. No les des nada que puedan usar contra ti. Un objetivo irrompible no es un objetivo satisfactorio.
Tenía razón, entonces y ahora. Ella no era Rachel. Así que había hecho un esfuerzo por convertirse en todo lo contrario. Y nunca dejaba que la vieran llorar. Ni tampoco bajaba la guardia.
Salvo cuando estaba con Ajax. Con él se sentía libre de ser como era. Siempre se lo había contado todo. Primero, siguiéndole a todas partes por la finca y, después, pasando tiempo con él en su despacho.
Y siempre le dejaba caramelos. Ajax no era una persona afectuosa, pero ella siempre veía el envoltorio de los dulces en la basura a la mañana siguiente. Y siempre recibía como recompensa una sonrisa. Una sonrisa muy leve, pero, viniendo de él, era como si fuese oro.
Y, con aquellas pequeñas sonrisas, su encaprichamiento adolescente se había convertido en amor. Incluso había estado a punto de decírselo una noche, cuando quedaban muy pocas personas en el edificio Holt y ellos estaban a solas en su despacho. Pero había perdido el valor.
Y, a finales de esa semana, Ajax había anunciado que pensaba casarse con Rachel.
«Nunca dejes que te vean llorar».
Aquel día, sus palabras se habían repetido en su cabeza una y otra vez mientras sus sueños y sus fantasías se hacían pedazos. Después de aquello, ya no había vuelto a su despacho ni le había dejado más caramelos sobre el escritorio.
Desde entonces, no había mostrado una sola grieta en su fachada.
Pero daba igual, porque seguía sin gustarle lo que la prensa escribía sobre ella y sabía que aquello no sería una excepción.
–Leah –su padre entró en la habitación y Leah se dio la vuelta al oír su voz–. ¿Estás preparada?
–Sí.
–¿Estás segura?
–Sí.
Se sentía mareada y la cabeza le daba vueltas.
«Ya sabes lo que es esto. Has firmado el acuerdo. Este matrimonio tiene un final. Probablemente nunca llegue a tocarte».
Pero la fantasía y la realidad estaban librando una batalla en su cabeza y era difícil recordar cómo debía sentirse. Quién debía ser ella. Era difícil seguir con la máscara puesta mientras el mundo temblaba bajo sus pies.
–Deseo hacer esto –le dijo a su padre.
La expresión de su padre cambió, como si estuviera viendo en su interior.
–Entiendo –dijo mientras le ofrecía el brazo–. Entonces vamos. Confieso que no estaba preparado para que te casaras aún.
–Tengo veintitrés años.
–Aun así. Con Rachel, sabía que esto llegaría. Estaba más preparado para que se casara. Y sabía... sabía desde hacía tiempo cuáles eran las intenciones de Ajax. En cuanto sus sentimientos hacia Rachel cambiaron, me lo contó.
–Seis años –dijo Leah. Recordaba aquel preciso momento, aquella hora, porque el recuerdo seguía muy nítido en su cabeza.
–Rachel quería vivir más. Tenía solo veintidós años cuando Ajax se enamoró de ella. ¿Y tú no quieres vivir?
–Puedo vivir con un marido –respondió ella–. Estaré casada, no muerta.
–Eso es cierto. Pero sigues siendo mi pequeña.
–Papá, hace años que no vivo en casa.
–Lo sé.
–Y Ajax es como un hijo para ti.
Su padre dejó de andar y la miró.
–Y, si te hace daño, me encargaré de él personalmente.
–No lo hará.
Ajax ya no tenía el control sobre su vida. Al menos, en lo referente a sus sentimientos. Quizá siguiera resultándole atractivo, pero ya no estaba enamorada de él.
Dejaron de hablar entonces, porque estaban en el recibidor y, más allá, se encontraba el jardín, donde todo estaba dispuesto para la boda. La boda de Rachel. Nada de aquello era de su gusto. Ella era más extravagante y su hermana más sofisticada. En la boda de Rachel todo era blanco.
Una pena que no se hubiera presentado.
Leah tragó saliva cuando se abrieron las puertas y el sol irrumpió en la estancia para pintarla a ella también de blanco. El único color era el azul del mar más allá del jardín empedrado.
Comenzó a bajar los escalones, los invitados se pusieron en pie y comenzó un murmullo generalizado, audible incluso por encima del cuarto de cuerda que tocaba en la ceremonia. Leah sabía bien lo que estaban diciendo. Estarían preguntándose por qué ella.
¿Por qué no su preciosa hermana? Sin duda, todos sabrían que Rachel se había marchado. Porque, si no, Ajax nunca la habría preferido a ella. Todo el mundo lo sabría.
Leah siempre había imaginado que se casaría allí, en Rodas. Pero en su cabeza había sido diferente.
Cuando levantó la cabeza y vio a Ajax al final del pasillo, el corazón le dio un vuelco. Ajax siempre había formado parte de sus fantasías. Claro que, en sus fantasías, él sonreía al verla acercarse. No la miraba como si fuera juez, jurado y verdugo, dispuesta a pronunciar una terrible sentencia.
Así era como la miraba en aquel momento. Sombrío. Como un hombre en el patíbulo, no en el altar.
–¿Quién entrega a esta mujer en matrimonio? –preguntó el pastor cuando se detuvieron al final del pasillo.
–Yo la entrego.
Su padre le dio un beso en la mejilla y, después, ella avanzó hacia Ajax. Él le dio la mano y entonces se dio cuenta de que nunca antes se la había estrechado. De hecho, pensándolo bien, no creía que nunca le hubiese tocado la piel.
Sintió un intenso calor que comenzó por las mejillas y se extendió hacia sus orejas. Genial. Se estaba sonrojando. ¿Qué diablos le pasaba? ¿Por qué no podía controlarse?
¿Por qué aquello parecía tan real?
«No es real. Son negocios. Es por mi negocio. Es por Holt. No es por ti», se dijo.
Ajax le dio la otra mano también y la volvió para que le mirase. Leah sintió terror y algo más, una emoción tan grande y tan real que no podía negarla. Florecía en su interior con fuerza.
En aquel momento, la realidad se esfumó y ganó la fantasía.
Aquello no era más que una fantasía. No podía ser real. Se trataba de un sueño, el sueño que solía tener cuando era adolescente.
Ajax dijo sus votos con voz fuerte y firme, desprovista de emoción. Aunque así era él. Ella dijo los suyos sin equivocarse, y tuvo la extraña sensación de que cada palabra era cierta. De que nunca habría nadie más que él.
Siempre sería él.
–Puedes besar a la novia.
El corazón le dio un vuelco y, por un instante, el mundo pareció detenerse. Se quedó mirando los labios de Ajax. ¿Cuántas veces habría pensado en besar esos labios?
Fue lo último que pensó antes de que Ajax le pasara un brazo por la cintura, agachara la cabeza y la besara.
No estaba preparada para el calor que recorrió sus venas. Levantó los brazos y le agarró con los dedos las solapas de la chaqueta del traje.
Había anticipado algo recatado y apropiado para hacerlo delante de miles de ojos, pero no fue eso lo que obtuvo. Lo que obtuvo fue un beso de verdad.
Ajax deslizó la lengua por la comisura de sus labios y ella abrió la boca para saborearlo. Sintió como si se estuviera cayendo, pero él estaba allí para sujetarla.
Nunca la habían besado así. Jamás. Y tampoco se había sentido así nunca. Como si fuese a morirse si dejaba de tocarla, como si su piel estuviera en llamas. Los pechos le dolían y el corazón revoloteaba como un pájaro enjaulado. Y aquel dolor entre los muslos. Un dolor que sabía que solo él podría calmar.
De pronto, Ajax se apartó y ella estuvo a punto de perder el equilibrio. Los invitados estaban aplaudiendo, el pastor estaba haciendo su declaración, pero ella no prestaba atención. La cabeza le daba vueltas y las piernas le temblaban.
–Sonríe –le susurró Ajax al oído.
«Nunca dejes que te vean llorar».
Así que puso una sonrisa falsa que no sentía y dejó que Ajax la llevase por el pasillo mientras la banda tocaba.
Subieron los escalones y entraron en la casa.
Cuando las puertas se cerraron tras ellos, Ajax comenzó a aflojarse la corbata.
–¿No necesitamos...? ¿No deberíamos...? El fotógrafo.
–¿De verdad crees que quiero fotos? –preguntó él.
–Eh... pensaba que... es nuestra... Hemos pagado un fotógrafo.
–Supongo que la prensa ya habrá sacado suficientes fotos. No tengo interés en posar. Lo que quiero es beber.
–Tú no bebes.
–Normalmente no.
Nunca le había visto beber. Aquello no era lo mejor para su ego. Que casarse con ella le indujese a beber.
–¿Y qué hay del banquete?
–Estoy demasiado ansioso por llevarte a mi villa y consumar este matrimonio –respondió él con sequedad–. Tendremos que saltárnoslo.
–¿Qué?
–Que nos vamos. Ahora.
Ajax volvió a darle la mano y salió con ella por la puerta principal, donde esperaba una limusina. Abrió la puerta de atrás y ella se montó. Después se subió él y cerró la puerta.
Miró por la ventanilla, ella siguió la dirección de su mirada y vio al fotógrafo de pie en las escaleras.
–Vamos a darle una foto –murmuró Ajax.
–Las lunas están tintadas.
–Ya encontrará la manera de solucionarlo. Al fin y al cabo su trabajo es hacer la foto.
La pegó a su cuerpo y, por segunda vez en cinco minutos, la besó.
Deslizó la lengua entre sus labios para saborearla y, una vez más, ella respondió sin poder evitarlo. Enredó los dedos en su pelo y se aferró a él.
No podía fingir que no sintiera nada. No podía fingir que el roce de sus labios no encendiera el fuego en su cuerpo. No podía fingir que jamás hubiera deseado a un hombre como deseaba a Ajax.
Apartó los labios de los suyos, empezó a besarle el cuello y fue bajando.
Después levantó la cabeza.
–Conduce –le ordenó al conductor. Volvió a besarle el cuello y a dibujar círculos con la lengua sobre su piel hasta que la limusina se alejó de la casa de su familia y comenzó a recorrer la carretera serpenteante que conducía hacia la autopista.
Entonces, se apartó de ella y el calor del momento desapareció, como si le hubieran echado un jarro de agua fría.
–¿A qué ha venido eso?
–No estaba de humor para responder preguntas. ¿Y tú?
–Eh... No. Supongo que no.
–Tendremos que inventarnos una historia antes de hablar con la prensa.
–De acuerdo. Tiene sentido.
–Tendremos que explicar por qué me he casado contigo y no con Rachel.
–¿Y la verdad no sirve? Que se ha dado cuenta de que está enamorada de otro hombre.
–No. No sirve –respondió él con actitud feroz–. ¿Para ti sería tan sencillo?
–Supongo que no. Pero, por favor, inventémonos una historia que no acabe con mi orgullo. Ya he tenido bastante con los medios de comunicación.
–Parece que ambos tenemos problemas de orgullo. No pretendo hacerte daño, Leah, pero nada de esto formaba parte de mi plan.
–Obviamente.
–Me imagino que tampoco formaba parte del tuyo.
–Bueno. Esta mañana estaba preparándome para la boda de mi hermana y ha resultado ser la mía. Y ahora estoy casada y en una limusina camino de... Ni siquiera sé de dónde. Tal vez me lo hayas dicho, pero lo he olvidado con todo este lío.
–A mi casa. No habíamos planeado irnos de luna de miel hasta que las cosas empezaran a asentarse en Holt.
–¿Vas a Nueva York?
–Aún no. Pero trabajaré aquí desde mi despacho para arreglar algunas cosas. Tu padre lo ha dejado todo bien organizado y el cambio está yendo bien, pero aun así...
–El negocio es lo primero. No tengo nada que ponerme –dijo ella–. Tengo este vestido. No tengo... bragas. No llevo desodorante. Mi maleta está en la casa.
–Haré que te envíen ropa nueva si quieres. Y tus cosas de Nueva York.
–¿Mis cosas de... qué?
–Vivirás aquí conmigo. Viajaremos a Nueva York, claro, pero allí nos alojaremos en mi ático, no en tu apartamento, o piso, o lo que sea que tengas.
–Es un apartamento muy bonito.
–Viviremos juntos. Al fin y al cabo, somos marido y mujer.
–Oh, sí. Claro. Lo somos.
–Pareces sorprendida.
–¿Acaso tú no lo estás?
–Es difícil sorprenderme, Leah, pero sí, un poco sí.
–¿De verdad quieres que viva contigo?
–Más bien lo necesito –respondió él–. No quiero arriesgarme a que esto no parezca real –apoyó el codo en el reposabrazos del coche y se llevó la mano a la frente. Era la primera muestra de que no estaba tan tranquilo como pretendía aparentar.
Permanecieron callados el resto del camino y, a medida que subían por la montaña, Leah fue sintiéndose furiosa. Era una furia que ayudaba a fortalecer su coraza.
La limusina recorría el camino hacia la casa de Ajax. Se dio cuenta de que nunca había estado allí. Él iba a las fiestas que hacía su familia en Rodas y visitaba el ático de su familia en Nueva York, pero ella jamás había ido a visitarle.
Divisó entonces unas puertas dobles, que se abrieron cuando la limusina se acercó. Al otro lado había una casa moderna con enormes ventanales. Detrás estaban las montañas; delante, el océano. Las flores rosas trepaban por los muros de la casa, la única nota tradicional de una villa griega.
El resto era todo nuevo. Se trataba de un diseño limpio y, sin duda, muy caro.
–Nunca había estado aquí –comentó ella.
–¿No? –preguntó él, extrañado.
–No. Nunca me has invitado. Bueno, tampoco es que pasemos mucho tiempo juntos. Parece que, en las fiestas, nos evitamos. Sí que nos cruzamos dos o tres veces a lo largo de la velada, lo justo para decir: «me alegro de verte. ¿Qué tal el cóctel de gambas? ¿Delicioso? ¡Sí, delicioso!». Pero no, no pasamos tiempo juntos.
No era casualidad. Después de su desencuentro con él, había tenido que alejarlo. Necesitaba tiempo para levantar barreras más fuertes.
–Yo no celebro fiestas –contestó él con voz cómicamente seria.
–Entonces, misterio resuelto. Por eso nunca he estado aquí.
El coche se detuvo y ella salió, pues no quería esperar a que Ajax o el conductor le abrieran la puerta. Cuanto más avanzaba el día, más extraña se sentía con aquel vestido.
Cada vez que Ajax la había besado, la fantasía les había envuelto y había hecho que todo pareciera un sueño. Pero, ahora, de pie frente a su casa de cristal y acero, con la luz del sol bañándole la piel y la brisa procedente del mar colándose por debajo de la falda, todo parecía demasiado real.
–¿Podemos entrar? –preguntó–. Tengo mucho calor.
–No me extraña, con ese vestido –la guió hacia la casa, ella le siguió y se sintió aliviada al entrar en el frío recibidor de piedra.
–¿Ya te encuentras bien?
–Mejor, gracias.
–Con suerte, tus cosas estarán aquí dentro de poco. Supongo que es un poco incómodo.
Sus cosas. Porque tendría que vivir allí. Tendría que dejarlo todo por aquello. Por él. Porque Ajax deseaba que pareciese real.
–Bueno –murmuró con voz tensa–. ¿Vamos a consumar el matrimonio? –preguntó casi sin pensar.
–¿Qué?
–Dijiste que estabas ansioso por consumar el matrimonio y vas a hacer que me envíen mis cosas aquí. ¿Quieres que nos pongamos con eso?
–Creo que no –respondió él con el ceño fruncido–. Desde luego, no esta noche.
–¿Cómo va a ser el matrimonio exactamente? Y, si no es esta noche, ¿crees que ocurrirá en el futuro?
–Quería aparentar frente a la prensa, nada más. Según el acuerdo que hemos firmado, hemos de permanecer casados cinco años antes de sellar el trato, o la propiedad de la empresa irá a parar a...
–A Alex, ¿verdad?
–Teniendo en cuenta la salud de tu padre, y si Alex se queda todo ese tiempo con tu hermana, es probable. Eso significa que, pase lo que pase, este matrimonio no será fácil ni rápido. Incluso entonces... quizá lo mejor para nosotros sería hacerlo algo permanente. Sin embargo, tú acabas de subirte al barco. No voy a llevarte arriba para violarte.
–No me refería a...
–Has sido tú la que lo ha preguntado.
–Solo estaba dejando las cosas claras. Nos hemos casado y es cierto que has hecho un comentario sobre consumar el matrimonio –respondió ella.
–Entonces, ¿estás ofreciéndome también tu cuerpo? ¿Ahora mismo? ¿Aquí? Podría echar a mis empleados. ¿Quieres que te arranque el vestido y te posea contra la pared? Podría hacerlo, Leah. A algunas mujeres les gusta eso. O, si lo prefieres, podría llevarte arriba y convertirte en mi esposa a todos los efectos. Pero el caso es que lo haría porque estoy enfadado. Con ella. Pensaría en ella. Ella es la única mujer a la que he amado y me ha dejado el día de nuestra boda para irse con otro. Con alguien a quien odio. Si me acostara contigo, sería para devolvérsela. Soy un hombre, no lo olvides. No te haría sentir especial. Sí, podría poseerte. Pero la pregunta es, ¿desearías que lo hiciera?
Sus palabras no deberían hacerle daño, pero eran tan frías y duras que le llegaron directas al corazón.
–¿La querías? –le preguntó.