Un breve compromiso - Jacqueline Baird - E-Book

Un breve compromiso E-Book

Jacqueline Baird

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Beschreibung

Julia 980 Dex Giordani sorprendió a Beth proponiéndole matrimonio solo días después de conocerla. Aquello fue fácil de aceptar porque ella se había enamorado instantáneamente del atractivo magnate italiano. Pero había oído una conversación que la aterrorizó. ¡Al parecer, Dex la estaba utilizando para arreglar un asunto de familia! A Beth no le quedó otra opción que romper ese compromiso. ¿Cómo podía haber sido tan inocente como para pensar que Dex estaba realmente interesado en una mujer como ella? Pero él no aceptaba un «no» por respuesta; si no la podía tener como novia, la tendría como amante.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Jacqueline Baird

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un breve compromiso, n.º 980- dic-22

Título original: Giordanni's Proposal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-611-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO, NO, nein, non. ¿No te queda suficientemente claro, Mike? ¿Tengo que deletreártelo? N. O.

—No seas tan negativa, Beth, querida —dijo Mike mirándola divertido—. Ya sabes que te divertirás, como siempre lo has hecho conmigo.

Beth miró desesperada a su hermanastro, pero una leve sonrisa se asomó a sus labios. Realmente era demasiado. Tirado en su único y cómodo sillón, con una de sus largas piernas estirada delante de él y la otra sobre uno de los brazos del sillón, era la imagen de la elegancia masculina. El precio de los zapatos que llevaba la podría mantener a ella durante un mes, pensó. Pero así era Mike. Zapatos hechos a mano, ropa de Saville Row… Sólo lo mejor. Por lo que decía, la imagen lo era todo.

—Por mucho que te quiera, Mike, no me voy a vestir como una cocotte francesa para que me enseñes en la sala de juntas de Brice Wine Merchants, aunque por lo que me dices, la empresa esté celebrando su centenario y el cumpleaños del presidente. La respuesta sigue siendo no.

—Pero, Beth, he hecho una apuesta de doscientas libras con mi jefe, el director de marketing. Dice que no me atrevería a aparecer con una especie de cabaretera. Yo le dije que sí y no me puedo permitir perder. A no ser, por supuesto, que tú me prestes esas doscientas libras.

—¡De eso nada! Dejarte dinero a ti es como tirarlo a la basura. Tú hiciste la apuesta, sal tú de ella. O, mejor aún, ¿por qué no se lo pides a una de tus numerosas amigas?

—Ah, bueno, ese es el caso… Durante los últimos seis meses me he estado concentrando en una en particular. Elizabeth es la mujer perfecta para mí. Hermosa, inteligente y con dinero. Pretendo casarme con ella algún día. Pero, desafortunadamente, cuando le sugerí esto, me dijo que madurara y actuara responsablemente, así que me ha arrojado de lleno a tu merced.

Mike enamorado… El que Mike estuviera pensando en el matrimonio era todo un acontecimiento.

—¿Realmente te quieres casar con esa chica?

—Sí, más que nada en el mundo.

No cabía duda de su sinceridad, se leía en su mirada, en la poco habitual seriedad de su tono de voz.

—Es por eso por lo que no me he atrevido a decírselo a otra chica. Si Elizabeth lo descubriera, sería una catástrofe. Es muy dada a la fidelidad. Pero como tú eres mi hermanastra, incluso aunque la broma se descubra, puede que se enfade un tiempo, pero por lo menos sabrá que no he sido infiel.

Entonces Beth sonrió. Aquello era típico de la lógica retorcida de Mike; no se le ocurría ni por un momento olvidarse de esa idea estúpida. Recordó cuando lo conoció. En su casa, donde vivían ella y su madre en un pequeño pueblo, Compton, no muy lejos de Torquay, en Devon. Su padre había sido un artista que no tuvo mucho éxito antes de morir joven de una hemorragia cerebral. Su madre también se consideraba una artista, pero la verdad era que se trataba de una cantante del montón, siempre casándose y ansiosa de fama. El verano que Beth conoció a Mike había estado cantando cabaret para un teatro local de Torquay. Allí fue donde su madre, Leanora había conocido a Ted, el padre de Mike. Él era viudo y el agente de la estrella del espectáculo.

Después de un rápido romance, decidieron casarse. A Beth, que tenía ocho años, la vistieron de dama, mientras que Mike, que tenía doce, iba de punta en blanco. Después de la ceremonia civil había tenido lugar la recepción. Mike se las arregló para meterse debajo de la mesa donde estaba la tarta y les había atado los cordones de los zapatos al padrino y al novio. Cuando el padrino se levantó para decir unas palabras, el novio cayó hacia atrás desde su silla, arrastrando también a Leanora, a la que rodeaba con un brazo.

Cuando lo recordaba, Beth no podía evitar sonreír y los cuatro años que sus padres estuvieron juntos fueron probablemente los mejores de la infancia de Beth… Se divorciaron cuando ella tenía doce años y Beth se había pasado el resto de su infancia en un internado, pero Mike siempre se había mantenido en contacto con ella y las pocas vacaciones que habían pasado juntos habían sido los únicos momentos brillantes de sus muy oscuros años de adolescencia.

 

 

Fue por eso por lo que tres días más tarde se metía en el ascensor del edificio Brice a las seis de la tarde de un viernes y estaba a punto de hacer la tonta como siempre. Por Mike…

—No es demasiado tarde para que cambies de opinión, Mike —le dijo.

Mike estaba a su lado. Los dos llevaban gabardinas largas, cosa muy normal para un nublado día de octubre. Pero la boina negra que llevaba él ladeada en la cabeza destacaba bastante.

—Deja ya de preocuparte. No pasará nada. He hablado con la señorita Hardcombe, la secretaria del presidente y la música empezará en cuanto entremos por la puerta. Nos quitaremos las gabardinas y empezaremos con el baile, sólo un minuto. Es lo mismo que hicimos en esa fiesta del colegio. Y luego se acabó. Yo me habré ganado doscientas libras y unos cuantos puntos delante de mi jefe por ser tan imaginativo.

—¡Pero han pasado diez años desde que bailamos juntos en la fiesta del colegio! ¡Sólo éramos niños y lo suficientemente jóvenes y estúpidos como para pensar que íbamos a ser estrellas del mundo del espectáculo! Por lo menos deberíamos haber ensayado. Yo soy más grande, más lenta y tengo mucho más miedo —dijo Beth cuando se abrieron las puertas del ascensor.

Al principio fue bien. Algunas cejas se elevaron cuando entraron en la sala de juntas, pero como era evidente que la celebración estaba en pleno auge, se sintieron un poco más seguros de sí mismos. Unos cuantos hombres sonrieron cuando Mike felicitó al presidente y entonces empezó la música.

Pero cuando se quitaron las gabardinas, las sonrisas se transformaron en risas. Beth se dio cuenta de que estaba en desventaja. Mientras que Mike estaba muy razonable con sus pantalones azules de marinero y camiseta a rayas, ella, que era la única mujer en la sala, estaba bastante llamativa. Llevaba una minifalda muy pequeña de tejido elástico y color negro, un jersey rojo y zapatos de tacón muy fino y alto.

Lo peor estaba por llegar, Mike le pasó un brazo por la cintura y la hizo girar alejándose de él. Se suponía que ella debía deslizar los pies por el suelo, pero no habían contado con la espesa moqueta y en ella se clavaron los tacones. Las risas arreciaron. Luego, cuando Mike la levantó y la hizo girar sobre su cabeza, todo el mundo aplaudió entusiasmado. Ella se dejó llevar hasta que se sintió tan mareada que cayó al suelo, aterrizando con el trasero y agitando las piernas en el aire.

Miró mareada al círculo de hombres vestidos de oscuro que reían a su alrededor. Pero había uno que no reía. Estaba un poco apartado del resto y, desde el suelo, le pareció enorme. Entonces sus ojos verdes se encontraron de golpe con los helados ojos grises de él.

Era el hombre más atractivo de la sala. ¿Cómo era que no lo había visto antes? Lo siguió mirando como alucinada mientras él agitaba lentamente la cabeza y un mechón de cabello oscuro se movió en su frente. Luego arqueó una ceja con un gesto que era a la vez de admiración e insultante y no hizo ningún esfuerzo por ocultar su aburrimiento cuando se volvió y le dio la espalda.

Ella pensó que era un arrogante. Pero aún así lo siguió mirando mientras se alejaba y tuvo la extraña sensación de que lo conocía de algo, era de la clase de hombres que una mujer de sangre caliente no olvidaba. Esas caderas estrechas…

De repente, en vez de estar mirando su espalda, se encontró mirando otra vez su delantera, a un nivel muy poco delicado. Tragó saliva y levantó la mirada a su rostro y tuvo que volver a tragar saliva ante la transformación que había sufrido su expresión.

—Ahora sonreía muy atractivamente.

—Permítame —le dijo con una voz profunda mientras extendía la mano.

Ella se ruborizó profundamente, tomó la mano y se puso en pie. Apenas oyó las numerosas felicitaciones de los demás, ni se dio cuenta del momento triunfal de Mike. Toda su atención estaba centrada en ese hombre.

Ruborizada y con el cabello y las ropas desordenadas, no tenía ni idea de lo atractiva que estaba. Ella no era una mujer convencionalmente hermosa, como su elegante madre. Para empezar, sólo medía un metro sesenta. Pero tenía otras cosas que lo compensaban, unos grandes ojos verdes, una boca preciosa y un cabello rizado color caoba. Desafortunadamente, tenía también un pecho bastante voluminoso y que amenazaba salírsele por la parte de arriba del top.

—Gracias —murmuró ella.

Luego, con la mano que le quedaba libre, se colocó bien el top, pero la otra siguió atrapada por la de él. Lo miró a los ojos grises y se preguntó cómo habría pensado que eran helados, en ese momento eran luminosos, casi plateados, y brillaban con una evidente apreciación por lo que estaba viendo. Y su deslumbrante sonrisa era suficiente para hacerla desear volver a caer a sus pies.

—De nada. No sucede todos los días rescatar a una dama tan hermosa en apuros.

Ella abrió los ojos, sorprendida por el cumplido.

—¿Estás bien, Beth?

Apenas oyó la voz de Mike.

—La dama está bien. Yo me ocuparé de ella —dijo la voz levemente acentuada de ese hombre mientras seguía sonriendo.

—Sí, sí, por supuesto —murmuró ella.

El hombre le apretó la mano y le pasó el otro brazo por la cintura.

—No parece que esté muy equilibrada con esos tacones —dijo él recorriéndola con la mirada.

Una mirada que se detuvo un largo momento en sus senos.

De repente, Beth se acaloró con un calor muy diferente. El de su brazo rodeándole la cintura y el que le producía la admiración que se leía en sus ojos. El pulso se le aceleró. ¿Qué le estaba pasando? Nunca antes había reaccionado tan de repente a ningún hombre. Sentía la tremenda tentación de ponerle la mano en el ancho pecho y luego acariciarle el cabello. Levantó la mano y se detuvo justo a tiempo antes de hacerlo.

—Necesito tomar algo —dijo—. Está bien, ya estoy equilibrada —dijo soltando la mano.

—Puede que usted lo esté, pero yo no creo que lo pueda volver a estar. No se mueva de aquí, yo le traeré algo de beber.

Ella no se podría haber movido aunque hubiera querido.

Cuando volvió, tomó la copa que le ofrecía y sus dedos se rozaron, haciendo que se estremeciera. Le dio un buen trago a su champán, tratando de ocultar su ridícula reacción.

—¿Quién es usted? —le preguntó ella.

—Mis amigos me llaman Dex, mis enemigos Giordani, ese cerdo. Mi madre me llamó Dexter Giordani. Elija usted.

—Eres muy directo, Dex.

—¿Entonces somos amigos?

—Sí.

—En ese caso, ¿puedo invitarte a cenar mañana por la noche?

—Mañana por la noche —repitió ella anonadada.

—Desafortunadamente, esta noche he de hacerlo con el presidente y su esposa. Dame tu dirección y número de teléfono y te recogeré mañana a las siete y media, ¿de acuerdo?

Ella dudó un momento.

—A no ser, por supuesto, que tu compañero de baile tenga algo que decir al respecto —añadió él entonces.

—¿Mike? ¡Debes estar de broma! Es mi hermanastro. Realmente no te imaginarías que haría la tonta delante de tanta gente por alguien que no fuera de la familia, ¿verdad? Y aún así, lo voy a estrangular en cuanto se me presente la oportunidad.

Dex se rió entonces.

—Muy bien. Entonces dame tu dirección, por favor. Veo que Brice se está acercando.

Beth miró a su alrededor y se dio cuenta de que el presidente se les acercaba.

—Muy bien.

Entonces le dio su dirección y número de teléfono.

Dex lo apuntó y se guardó la agenda justo cuando llegó a su lado el presidente.

Beth lo miró. No era tan alto como Dex y sí bastante más mayor. Pero con su cabello canoso, aún tenía un aspecto impresionante.

—Gracias, joven. Mike y usted realmente nos han alegrado la fiesta. Ese chico llegará lejos.

Beth se ruborizó de nuevo y le dio las gracias, pero el presidente ya estaba hablando con Dex.

—Lo siento, Dexter, pero he de apartarte de esta atractiva joven. Mi esposa nos espera a las siete y media y nos queda un largo camino.

—Sí, por supuesto, Brice.

En ese momento otro invitado le habló al presidente y Dex aprovechó para dirigirse de nuevo a ella.

—Le has causado una muy buena impresión a Brice. ¿Te gustan los hombres mayores? —le preguntó sonriendo, pero el cinismo de sus palabras era evidente.

Ella lo miró insegura a los ojos. ¿Estaría bromeando o qué? Pero antes de que pudiera responder, Brice intervino de nuevo.

—Vamos, Dex. No quisiera hacer esperar a mi esposa.

—Claro, Brice.

Luego se dirigió a Beth.

—A las siete y media, no te olvides. Pero por si se te olvida, te llamaré mañana para recordártelo.

Luego se marchó con el presidente.

Beth lo siguió con la mirada y suspiró. Dudaba de que realmente quisiera volver a verlo y el sentido común le decía que sería mejor que no lo hiciera.

Vio que alguien había dejado su gabardina sobre una silla. Ya no tenía nada más que hacer allí, así que fue a por ella y se la puso.

Se acercó a donde estaba Mike, cerca de la puerta y le dijo al oído:

—Me marcho. Os dejo que os emborrachéis en paz. Pero no te creas que esto se me va a olvidar. Me debes una y muy grande, muchacho.

—Hey, deberías darme las gracias. Te has ligado a uno de los solteros más ricos. Le he oído pedirte que salieras con él.

—¿El señor Giordani? ¿Lo conoces?

—¿Que si lo conozco? No exactamente, pero he oído hablar de él. Como todo el mundo. Durante los últimos diez años ha construido un imperio comercial, aunque hay unos rumores curiosos acerca de como lo empezó. Sé que es el dueño de una compañía naviera, una cadena mundial de hoteles y que Brice espera conseguir el contrato para suministrarles licores. Al parecer, Giordani también acaba de comprar el Seymour Club, aquí en Londres. Supongo que por eso estaba aquí. Procede de alguna parte de Italia, creo.

Mientras más hablaba Mike, más decepcionada se sentía Beth. Ese hombre estaba lejos de su alcance y sería una tonta si pensara de otra manera.

—De acuerdo, Mike, olvídalo —dijo tratando de sonreír—. Me marcho. Que te lo pases bien.

Luego salió de allí.

Por un breve instante en el tiempo había pensado que había conocido al hombre de sus sueños. ¿A quién estaba engañando? El amor a primera vista era un mito y, en cualquier caso, esas cosas nunca le habían pasado a ella… ¡Salvo en sus fantasías!

De vuelta en la seguridad de su apartamento, Beth se juró a sí misma por enésima vez que nunca más volvería a dejarse engañar por Mike. Y, con respecto a Dex, estaba muy claro que sólo había estado ligando con la única chica presente y que no volvería a acordarse de ella. Beth trató de quitárselo de la cabeza. Seguro que nunca más lo volvería a ver.

Se duchó y luego se puso un albornoz. Se sentó en su sillón favorito y único y suspiró de alivio. Sola por fin. Era curioso, cuando era niña le habría gustado formar parte de una gran familia. Su padre había muerto cuando ella tenía dos años y no lo recordaba. Su primer padrastro no había durado más que hasta que cumplió los seis años y tampoco lo recordaba bien.

Luego habían aparecido Mike y su padre, la preciosa casa en la costa y, durante unos pocos años, ella se había sentido parte de una familia. Hasta que su madre se divorció del padre de Mike.

Luego la habían metido en un internado.

Por una vez fue su madre la que tuvo que sufrir cuando, un año después de volverse a casar, el joven con quien lo había hecho la dejó por otra. Pero eso tampoco evitó que más adelante su madre se volviera a casar, ya que tres años más tarde lo hizo con un ganadero australiano. El pobre hombre estaba de visita en Devon tratando de averiguar algo de sus antepasados y su madre lo convenció de que necesitaba una esposa. Beth ni siquiera lo llegó a conocer.

Después del fiasco de esa tarde, había llegado a la conclusión de que no estaba nada mal ser huérfana. Sin una familia que la metiera en problemas, la vida era maravillosa.

Pero aún así, podría ser más maravillosa todavía si un atractivo italiano llamado Dexter Giordani la llevara al día siguiente a cenar.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

BETH miró el montón de ropa sucia con aprensión. El sábado era su día de hacer la colada, limpiar el apartamento e ir de compras. Normalmente disfrutaba teniendo el fin de semana para ella misma, pero ese día se encontraba extrañamente intranquila. Suspiró y empezó a meter la ropa en la lavadora. La puso en marcha y decidió no seguir su costumbre y no irse de compras inmediatamente, por si la llamaba Dexter Giordani.

A media tarde ya tenía el apartamento impecable y la ropa lavada y planchada. Estaba empezando a arrepentirse de haber rechazado la oferta de su amiga Mary de ir al cine. Tenía toda la impresión de que se iba a pasar sola la velada del sábado y que era sólo por su culpa. Un hombre como Dexter no podía sentirse atraído por una chica como ella ni en un millón de años.

Aún así, bien podía darse una ducha y lavarse la cabeza; no tenía nada más que hacer. Con ese pensamiento en mente se quitó los vaqueros y la camiseta en el dormitorio y se dirigió al cuarto de baño. El timbre del teléfono la hizo correr hasta la cocina como si se tratara de una atleta olímpica.

—¿Sí? —dijo casi sin respiración.

—Espero no molestar —dijo la voz profunda de Dex.

Si él supiera…

—No, en absoluto. Estaba a punto de darme una ducha.

—Ah, la imagen que se me ocurre es incantevale, pero no quiero retrasarte. Sólo te he llamado para confirmar nuestra cita a las siete y media. ¿Te sigue pareciendo bien?

—¿Qué significa eso?

—Encantadora… Ciao.

Luego él colgó el teléfono.

Beth siguió sujetándolo un momento más. Dex pensaba que era encantadora. Respiró profundamente, colgó y, como soñando, volvió al cuarto de baño.

Una hora más tarde estaba delante de su armario decidiendo qué ponerse. Dex estaría allí al cabo de veinte minutos y no tenía nada apropiado. Aparte de un par de trajes de chaqueta que usaba para trabajar, el resto de sus ropas eran todas informales. Siempre solía llevar vaqueros y jerseys. Deseó haberse ido de compras para estrenar algo elegante y sofisticado.

Miró por la ventana y vio que el tiempo no había cambiado, seguía estando gris y nublado, una verdadera tarde de otoño. Suspiró y sacó el único vestido sofisticado que tenía. Se lo había comprado en julio para su fiesta de graduación. Un sencillo vestido negro de satén, con la falda un poco por encima de las rodillas y con un poco de vuelo.

Pensó que no estaba mal, pero que se iba a helar con ese tiempo.

Al contrario de muchas chicas de su edad, a las que no les importaba ir por ahí en cualquier tiempo con los brazos y las piernas desnudos, ella era bastante friolera y no le apetecía nada pillar una pulmonía por seguir la moda. Así que sacó del armario un chal de lana que dejó en la cama junto con el vestido. Se maquilló con cuidado y luego se cepilló el cabello y se lo peinó.

Satisfecha con el resultado, se puso un liguero y las medias negras y luego unos zapatos negros de tacón alto.

Entonces sonó el telefonillo.

Le entró el pánico y se apresuró a contestar.

—Giordani —dijo la voz de él.

—Ahora mismo bajo —respondió ella.