Un corazón humillado - Catherine George - E-Book

Un corazón humillado E-Book

CATHERINE GEORGE

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Beschreibung

Un fuego que nunca se apagó... Solo con ver al atractivo James Crawford, Harriet Wilde sintió que prendía en ella un fuego que ardió hasta que su padre la obligó a romper la relación. Aubrey Wilde no iba a permitir que su hija se marchara con un hombre al que él consideraba demasiado poco para ella. Diez años después, James se había convertido en el presidente de un imperio multimillonario y regresó para vengarse de la mujer que le había hecho sentir que no era lo suficientemente bueno para ella. Haría que Harriet experimentara cada gramo de la humillación que él había sufrido en el pasado. Sin embargo, lo único que James consiguió fue avivar las llamas de un fuego que había creído apagado…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Catherine George. Todos los derechos reservados.

UN CORAZÓN HUMILLADO, N.º 2178 - agosto 2012

Título original: A Wicked Persuasion

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0731-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

NADA había cambiado en aquella ciudad desde el día en el que él se había marchado de allí tan precipitadamente, jurando que jamás volvería a poner el pie en aquel lugar. Diez años más tarde, los afilados tejados y los parteluces de piedra tan típicos de la arquitectura local relucían al sol mientras él se dirigía a Broad Street. Para satisfacer su curiosidad, entró en el banco al que se dirigía y se enteró de que algo sí había cambiado. Sin embargo, cuando salía, oyó una voz a sus espaldas que intercambiaba saludos con uno de los empleados del banco y se detuvo en seco. El corazón le latía con fuerza contra las costillas. Se dio la vuelta lentamente y sintió una satisfacción casi visceral cuando la mujer que se dirigía hacia él se puso pálida como la muerte.

–James –dijo ella tragando saliva.

–¡Vaya, hola! –exclamó él lleno de satisfacción mientras le sujetaba la puerta–. ¿Cómo estás, Harriet? –añadió con voz afable.

–Muy bien –dijo ella. La mentira era tan palpable que él estuvo a punto de reírsele en la cara–. ¿Y tú?

–Nunca he estado mejor –respondió James mientras miraba el reloj–. Me alegra volver a verte, pero no puedo detenerme. Ya voy tarde. Adiós.

James Crawford se marchó calle abajo sin mirar atrás. Se sentía enojado consigo mismo porque el hecho de ver a Harriet Wilde lo había afectado profundamente. Ella había cambiado mucho. Ya casi no reconocía en ella a la chica que él tanto había adorado. La chica que lo había echado de su vida y había cambiado la de él para siempre.

Harriet permaneció de pie en el exterior del banco sin saber qué hacer, observando al hombre que se marchaba calle abajo. Por fin consiguió soltar el aire que había estado conteniendo y, aturdida, se dirigió hacia el coche. Después de la dolorosa ruptura con James, llevaba años deseando volver a encontrarse con él. Con el tiempo, había dejado de imaginarse que todos los hombres altos y morenos que veía eran James, principalmente porque en los diez años que habían pasado desde entonces no lo había vuelto a ver. Desgraciadamente, cuando el destino había querido que se volvieran a encontrar, había tenido que ser después de un duro día de trabajo, cuando probablemente su aspecto reflejaba cada minuto de los diez años que habían pasado desde la última vez que se vieron. Sonrió amargamente. Haría falta mucho más que maquillaje para hacer las paces con James Crawford.

Mientras caminaba por la calle, el teléfono comenzó a sonar. Era su padre, pero dejó que fuera el buzón de voz el que contestara la llamada. Después de encontrarse con James, necesitaba algo de espacio y de tranquilidad en su casa antes de afrontar la tarde que le esperaba.

Cuando Harriet terminó sus estudios de Contabilidad, aceptó un empleo en una empresa de la ciudad en vez de una tentadora oferta de una compañía de Londres. Entonces, dejó atónita a su familia cuando anunció que quería mudarse permanentemente a la casa del guardés de River House. Para ella, resultaba preferible vivir sola a seguir con su padre en la casa principal. Sus hermanas ya no vivían allí. Julia, la más lista, era editora de una revista de moda en Londres y casi nunca tenía tiempo para regresar a River House. Tampoco lo tenía Sophie, más guapa pero menos inteligente. Ella estaba demasiado liada con su hija, con su marido y con la vida social que llevaba en Pennington.

–Si no estás de acuerdo, papá, me buscaré un piso en la ciudad –le había respondido Harriet.

Aubrey Wilde había cedido por fin, pero aquella noche le costaría mucho más que él accediera a lo que Harriet iba a proponerle.

Cuando entró en la casa, lo hizo por la puerta de atrás. Notó que la cocina estaba perfumada por un delicioso aroma. Sin embargo, no había nadie, lo que no era de extrañar. Por la animada conversación que se escuchaba desde el salón, sus hermanas estaban tomando una copa con su padre sin preocuparse de la cena. Julia y Sophie esperaban que la cena apareciera sin que ellas tuvieran que contribuir para nada. Como siempre hacía, Harriet dio las gracias en silencio a Margaret Rogers, la mujer que mantenía River House en perfecto orden. Comprobó que el olor provenía de un delicioso guisado de ciervo que se mantenía caliente en el horno y decidió llevar el primer plato al comedor. Julia entró mientras que Harriet estaba colocando las ensaladas sobre la larga mesa.

–Por fin has llegado –le dijo Julia–. Papá ha estado llamándote.

Harriet dio un beso al aire cerca de la maquillada mejilla que su hermana le ofrecía.

–Mi último cliente me demoró un poco. Me marché tarde de mi despacho.

–Bueno, ¿qué es ese gran misterio? ¿Por qué nos hemos tenido que reunir hoy aquí?

–Esta noche necesito que me apoyes.

–¡Qué novedad! ¿No será que te has liado otra vez con alguien poco adecuado?

Harriet le dedicó una mirada de desaprobación a su hermana y se volvió para dirigirse a la cocina.

–Le diré a papá que ya has llegado –dijo su hermana–. ¿Quieres algo de beber?

–Todavía no, gracias.

Ya a solas en la cocina, apretó los labios mientras se ponía a preparar unos espárragos al vapor. Después de años de ausencia de su vida, era la segunda vez en un día que James Crawford interrumpía sus pensamientos. Él era el «alguien poco adecuado» al que Julia se había referido. Un simple técnico de ordenadores quedaba completamente descartado para una de las herederas de River House. Para desesperación de Harriet, hasta su madrina, que hasta entonces había sido su aliada, había estado de acuerdo con Aubrey Wilde por primera vez en su vida.

–Cariño, eres demasiado joven –le había dicho Miriam Cairns–. Vas muy bien en tus estudios como para ir en serio con nadie. Si ese joven es tan maravilloso como dices, él te esperará hasta que hayas terminado.

Sin embargo, James se había mostrado contrario a esperar y había persuadido a Harriet para que compartiera un piso con él mientras ella terminaba sus estudios. Cuando Aubrey se enteró del plan, perdió los papeles completamente. Prometió que hablaría con el director de la empresa informática, que era amigo suyo, para que despidiera a James inmediatamente. Además, amenazó con que, si Harriet insistía en su actitud, pediría una orden de alejamiento contra James, lo que significaría que él sería arrestado inmediatamente si volvía a acercarse a ella. Harriet había intentado razonar con su padre y la desesperación la había llevado a suplicarle. Sin embargo, Aubrey se había mantenido impasible. Al final, a Harriet no le había queda do más remedio que ceder porque temía que, si seguía desafiando a su padre, él llevaría a cabo su amenaza.

Harriet se había visto obligada a decirle a James que vivir con él mientras seguía estudiando no era posible.

–Contigo a mi alrededor distrayéndome, no conseguiré terminar nunca mis estudios.

–Entonces, ¿eso es todo? –le espetó–. Me mandas a paseo y esperas no verme nunca más.

–Por supuesto que no –respondió ella, llorando desesperadamente–. Cuando haya terminado mis estudios, las cosas serán muy diferentes…

–¿Esperas que sea tan estúpido como para esperar tanto tiempo, Harriet? Papá ha dicho que no, ¿verdad? Y tú, como una buena hija, obedeces sin rechistar.

–No tengo elección…

–¡Siempre hay elección! –rugió él. Se sentía herido y furioso–. Sin embargo, resulta evidente que tú ya has decidido. Piérdete. Vete a casa corriendo con papaíto y madura un poco.

Harriet lo llamó en el momento en el que llegó a su casa y lloró desesperadamente al descubrir que él había apagado el teléfono y que había borrado su correo electrónico. James Crawford, experto en ordenadores, había cortado todos los medios de comunicación con ella.

Después de una noche de insomnio, Harriet fue a la casa de James a primera hora de la mañana, pero descubrió que él se había marchado. Hasta aquel breve encuentro en el banco, no había vuelto a verlo.

El temporizador del horno comenzó a sonar y sacó a Harriet de sus pensamientos. Cargó todo en una bandeja y se dirigió al comedor. Entonces, se reunió con los otros para anunciar que la cena estaba servida.

–Ya iba siendo hora –se quejó Sophie–. Estoy muerta de hambre.

–Sin embargo, como es habitual, no se te ha ocurrido echar una mano –replicó Harriet con un retintín tan impropio de ella que sorprendió a su padre y a sus hermanas.

–¿Has tenido un día muy ajetreado? –le preguntó su padre.

–Pues yo también he estado muy ocupada. Para que lo sepáis, Annabel me tiene agotada –comentó Sophie.

–¿De verdad? Y yo que pensaba que a la que tenía agotada era a la maravillosa Pilar –dijo Harriet, refiriéndose a la au pair de Sophie.

Julia se echó a reír.

–Ahí te ha pillado, Sophie –comentó.

Aubrey Wilde miraba a su hija menor muy preocupado.

–¿Ocurre algo?

–Lo de siempre –replicó Harriet con voz tensa–, pero comamos antes de que la pobre Sophie se muera de hambre.

Sophie se dispuso a contestar, pero, ante la mirada de advertencia de su padre, cerró la boca y se sentó junto a los demás a la mesa del comedor. Harriet agradeció el vino que su padre le sirvió, pero lo que la esperaba al final de la cena le quitó el apetito. Para su sorpresa, Julia se levantó para retirar los platos y le ordenó a Sophie que acercara los limpios para que Harriet pudiera servir el segundo plato.

–Bien, ¿por qué nos has hecho venir esta noche, papá? –preguntó Sophie cuando todos estuvieron de vuelta en el salón.

–No he sido yo –contestó mientras se servía un coñac–. Por mucho que me alegre tener aquí reunidas a todas mis hijas, ha sido idea de Harriet y no mía.

Julia miró a su hermana.

–Por favor, dime que no se me ha olvidado nada importante, Harriet. Al menos, sé que no es tu cumpleaños. ¿Te han ascendido?

–Desgraciadamente, no –respondió Harriet mientras sacaba su maletín.

–¡Ay, madre! –exclamó Sophie–. No me digas que tenemos que firmar cosas.

–No, pero es importante que Julia y tú estéis presentes en esta conversación.

–Harriet –dijo su padre mirándola con desaprobación–, si esto tiene que ver con las cuentas deberías haberlo hablado primero conmigo.

–Si lo hubiera hecho, sabes muy bien que habrías echado por tierra lo que he descubierto y me habrías dicho que son tonterías.

–¿Se trata de las cuentas de este año, Harriet? –le preguntó Julia.

–Sí. Tal vez debería haber hablado con papá a solas esta noche, pero os aseguro que he tratado de hacerle razonar muchas otras noches antes de decidirme a llamaros a vosotras dos.

Aubrey se ruborizó.

–Siempre me está diciendo que ahorre, pero desde que me jubilé llevo una vida muy sencilla, maldita sea. ¿Cómo voy a poder recortar aún más?

–Tienes que vender la casa, papá –dijo Harriet.

Todos miraron a Harriet horrorizados.

–¿Vender River House? –susurró Sophie.

–¿Tan mal están las cosas? –preguntó Julia frunciendo el ceño.

Harriet miró a su padre. Él se aclaró la garganta y, por fin, admitió que su situación económica era mala.

–Como a muchas otras personas, los mercados no me han tratado bien últimamente –admitió de mala gana mientras se servía otro coñac.

–Explícanos cómo está la situación, Harriet –le dijo Julia.

–Tal y como están las cosas, papá no se puede permitir seguir viviendo aquí sin ingresos extras. Esta casa requiere mucho dinero para mantenimiento.

Aubrey asintió.

–Cuando vuestro abuelo seguía con vida, había un albañil y dos jardineros en nómina. Ahora, yo llamo a Ed Haines para que venga a ocuparse de las cosas solo cuando es estrictamente necesario y su hijo viene una vez a la semana para ocuparse del jardín.

–Y te estás quedando rápidamente sin fondos hasta para eso –dijo Harriet.

Sophie se volvió a mirarla muy enojada.

–¿Estás segura de que no te has equivocado? ¿No debería ser uno de los socios con más experiencia de la empresa el que se ocupara de las cuentas de papá y no una novata como tú?

Aubrey Wilde miró a su hija con desaprobación.

–Te ordeno que te disculpes con Harriet inmediatamente, Sophie.

–¡Lo siento, lo siento! –dijo Sophie lloriqueando–. Es que no puedo ni siquiera pensar que tengamos que vender River House.

–Harriet es muy buena contable y estoy segura de que sus cifras son correctas –afirmó Julia.

–Las comprobó Rex Barlow, uno de los dueños de la empresa, porque yo le pedí que lo hiciera. Y él estuvo de acuerdo conmigo en todo –dijo Harriet–. Se necesitan fondos urgentemente. Si no, papá no tendrá más opción que vender la casa.

–Yo no puedo ayudar económicamente –se lamentó Julia–. La hipoteca que tengo en mi nuevo piso me está ahogando.

–¡Y yo no puedo pedirle dinero a Gervase! –exclamó Sophie alarmada–. Se puso furioso conmigo por la última factura de mi tarjeta de crédito.

–Aunque pudierais contribuir con algo, sería tan solo un arreglo temporal. Sin embargo, si no queréis pensar en vender la casa, podría haber otro modo de solucionar el problema –dijo Harriet.

–¿Se te ha ocurrido algo? –preguntó Aubrey esperanzado.

–¿Y no puedes pagar tú un alquiler más alto por la casa del guardés? –le preguntó Sophie a Harriet.

–Si no puedes decir nada sensato, es mejor que te calles –le espetó Julia a su hermana–. Para que conste, ¿cuánto pagas, Harriet?

Aubrey volvió a sonrojarse cuando Harriet respondió.

–Sé que es demasiado…

–Y tanto –le recriminó Julia–. Nadie pagaría esa cantidad para vivir en un lugar tan pequeño como ese a pesar de que tú lo has puesto tan bonito, Harriet. Y lo has hecho corriendo tú con los gastos. Sin embargo, sabes muy bien que podrías alquilar un piso de lujo en la ciudad por ese dinero.

–Entonces, ¿por qué sigue aquí? –quiso saber Sophie.

–Porque, si queremos que River House siga en manos de nuestra familia, el cuidado debe ser constante. Cuando terminé mis estudios –dijo Harriet–, ofrecí mi ayuda profesional totalmente gratuita para ayudar a papá, lo que significa que yo me ocupo de las cuentas, me aseguro de que las facturas se pagan a tiempo y de que Ed Haines se ocupe del mantenimiento básico de la casa. Sin embargo, si no hacemos algo pronto, no habrá dinero ni siquiera para eso. Tendrás que despedir a Margaret y ocuparte tú mismo de las tareas domésticas y del jardín. Y también deberás vender el coche nuevo.

–¿Qué se te ha ocurrido? –le preguntó su padre con humildad.

–Charlotte Brewster es la clienta que me ha retrasado hoy un poco.

–¿La que estaba en mi curso? –preguntó Julia.

–Sí. Ella me eligió como contable porque fuimos al mismo colegio –respondió Harriet.

–Bueno, ¿qué es lo que tiene que ver esa mujer con nuestro problema?

–Es agente de localizaciones y trabaja para personas que alquilan sus casas para grabar películas, para celebrar eventos sociales, para sesiones fotográficas y ese tipo de cosas –contestó Harriet.

–No estarás sugiriendo que deje mi casa para que un equipo de grabación la ocupe, ¿verdad? –dijo Aubrey asqueado.

–Si la encuentran adecuada para sus propósitos, sí.

–¡Qué emocionante! –exclamó Sophie.

–En realidad es una idea brillante –comentó Julia–. Se puede llegar a cobrar mucho dinero por un día de grabación. En este sentido, yo sí puedo ser de ayuda. Podría conseguir que mi gente grabara aquí y sugerírselo a más personas que conozco.

–Genial –dijo Harriet–. Por supuesto, como alternativa –añadió mirando a su padre–, tú podrías alojarte con Miriam y alquilar la casa entera este verano.

–De eso ni hablar –replicó Aubrey horrorizado–. Miriam y yo nos mataríamos en cuestión de días.

–En ese caso, no hay opción –afirmó Harriet–. Yo puedo alquilar una habitación en la ciudad mientras se esté usando la casa y tú te puedes mudar a mi casa, papá.

Julia asintió.

–Solo los jardines supondrían una gran atracción para la gente. Los diseñadores de moda se volverían locos con esta casa –comentó.

Harriet miró a su padre.

–Bueno, ¿qué dices?

–Creo que ya habéis decidido las tres por mí –dijo su padre suspirando–. Está bien. A condición de que, cuando esa gente esté en la casa, seas tú la que está en tu casa para vigilarlos, Harriet. Yo me buscaré un sitio en la ciudad. Ahora, Sophie, quiero que ayudes a Julia a recoger todos los platos y a cargar el lavavajillas –les ordenó. Esperó a que las dos se marcharan para seguir hablando–. ¿De verdad crees que esto podría funcionar?

–Sí. Tiene que funcionar. La reparación del tejado es lo más importante ahora. Lo he comprobado con Ed.

–¿Y por qué no conmigo?

–Porque tú te haces el sordo a lo que no quieres escuchar.

–Has cambiado mucho, Harriet –suspiró Aubrey.

–No. Simplemente, es que no te has dado cuenta antes.

–Me doy cuenta de más de lo que a ti te parece –dijo él–. Sé por qué te niegas a vivir conmigo aquí en la casa.

Harriet se sintió aliviada cuando la reaparición de sus hermanas puso punto final al tenso silencio que se produjo después de la afirmación de su padre. Poco después, Sophie se marchó en coche a su casa y Harriet se marchó a la suya sin mencionar que había ya alguien interesado en alquilar River House. Le había parecido mejor conseguir que su padre se acostumbrara a la idea antes de presentarle al primer cliente.

A pesar de que deseaba concentrarse en los problemas de River House, cuando se metió en la cama Harriet tan solo pudo pensar en el pasado. A lo largo de los años, se había acostumbrado a olvidarse de que James Crawford existía, pero tras haberse encontrado con él no hacía más que pensar en aquel idílico verano. Los recuerdos eran tan vivos que le resultaba imposible dormir.

La casa del guardés había estado vacía desde que Margaret Rogers se casó con John Rogers, varios años atrás hasta que Harriet anunció a la edad de quince años que quería utilizarla para tener un lugar tranquilo en el que estudiar. A cambio del permiso de su padre, Harriet prometió cuidarla ella misma. Una calurosa mañana de verano, estaba sentada a su escritorio trabajando en el ordenador cuando este se estropeó. Llamó rápidamente al servicio técnico y le mandaron a un técnico alto, de cabello negro y brillantes ojos castaños que se iluminaron de placer al verla.

–Hola, soy de Combe Computers –dijo con una profunda voz que le provocó a Harriet escalofríos por la espalda.

Harriet sonrió tímidamente y le condujo al pequeño salón que ella había convertido en estudio. Allí, indicó el ordenador que había sobre el escritorio.

–¿Puedes hacer algo con él?

–Haré lo que pueda, señorita Wilde.

–Harriet.

–James –respondió él con una sonrisa–. James Crawford.

Ella se sentó en el sofá mientras observaba cómo él trabajaba, impresionada por la habilidad con la que desmontaba la máquina.

–Es la placa base –anunció él después de un tiempo. Entonces, abrió su maletín–. Instalaré una nueva. No tardaré mucho.

Así fue. En menos de lo que Harriet hubiera deseado, el ordenador había vuelto a funcionar perfectamente y James estaba a punto de marcharse.

–No sé cómo darte las gracias –dijo ella mientras lo acompañaba a la puerta–. Antes de que vinieras, me estaba tirando de los pelos.

–Con un cabello como el tuyo, eso es un delito –comentó él con una sonrisa–. ¿Trabajas también por las noches?

–A veces.

–¿Qué te parece si te tomas un descanso esta noche y salimos a tomar algo?

–Sí –respondió ella sin vacilar.

–Me gustan las mujeres que saben lo que quieren. Te recogeré a las siete.

–No, gracias. Yo iré a reunirme contigo. ¿Dónde quedamos?

Desde aquella primera noche, en un pequeño pub lo suficientemente alejado de la ciudad como para darles anonimato, descubrieron la química que había entre ellos. A partir de aquella noche y sin que nadie lo supiera, pasaron juntos todos los momentos posibles. A medida que fue acercándose el momento de que Harriet regresara a su escuela para empezar su segundo año, la perspectiva de tener que separarse de James se hizo tan dolorosa que a él se le ocurrió que compartieran piso.

–Yo puedo trabajar por libre y seguir estando disponible para mi empresa –le aseguró él–. Lo más importante es que los dos podamos estar juntos.

Harriet había accedido inmediatamente. Estaba tan contenta que no le importaba tener que desafiar a su padre para poder vivir con el hombre que amaba. Al final, por temor a arruinar la carrera profesional de James, tuvo que hincar la rodilla ante las amenazas de Aubrey Wilde.

Capítulo 2

A LA MAÑANA siguiente, Harriet se despertó con unas profundas ojeras que le costó mucho camuflar antes de estar dispuesta para afrontar el día. Para su sorpresa, Julia llegó cuando ella estaba ya a punto de marcharse.

–Pensaba que hoy ibas a quedarte en la cama un ratito más.

–Y yo también –dijo Julia–, pero mi reloj corporal aún marca la hora de Londres. Además, quería hablar contigo antes de que te marcharas. ¿Tiene Charlotte Brewster algo en mente para River House? Sabiendo lo cautelosa que eres, estoy segura de que no habrías dicho nada de esto si no tuvieras ya algo preparado.

–Tienes razón. Me va a enviar nuestro primer posible cliente esta misma mañana. Se trata de un hombre que quiere alquilar la casa para celebrar una fiesta –comentó Harriet mientras miraba el reloj–. Es mejor que me vaya. Te llamaré esta noche para informarte de lo que haya ocurrido.

–En ese caso, seré una buena chica y seguiré teniendo a Sophie bajo control –dijo Julia–. Supongo que ya sabes por qué se porta tan mal contigo, ¿verdad?

–Sí. Está celosa de la relación que tengo con papá.

–No entiende nada, ¿verdad? ¿Por qué sigues aquí?