Un diamante para siempre - Moyra Tarling - E-Book
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Un diamante para siempre E-Book

MOYRA TARLING

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Beschreibung

El doctor Marsh Diamond le había ofrecido a Kate Turner lo que siempre había deseado. Aunque el recuerdo de aquel lejano verano con él la incitaba a decir que no, Kate no pudo evitar aceptar su propuesta de trasladarse temporalmente al rancho para cuidar de su hija. Pero ni siquiera sus deseos adolescentes de convertirse en la esposa de Marsh la habían preparado para el mundo maravilloso y acogedor que iba a encontrar. Era todo lo que Kate había deseado. Sin embargo, tarde o temprano, aquel sueño habría de acabar… a menos que pudiera convencer a Marsh de que él era el diamante que quería para siempre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Moyra Tarling

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un diamante para siempre, n.º 1136- febrero 2021

Título original: A Diamond for Kate

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-123-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ES EL doctor Diamond! —exclamó la enfermera Kate Turner al reconocer al hombre que acababan de sacar inconsciente de la ambulancia.

Aunque hacía diez años que no lo veía, habría reconocido a Marsh en cualquier parte. Tenía su imagen bien grabada en la memoria.

—¿Quién? —preguntó el celador, mientras maniobraba con la camilla.

—El doctor Marshall Diamond —repitió Kate—. El nuevo jefe de personal del hospital Mercy.

Hacía varias semanas habían recibido la noticia de que, en breve, Marshall Diamond se incorporaría como jefe de personal en el hospital. Kate era, seguramente, la única persona de la ciudad a la que no le había agradado en absoluto la noticia.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Tom Franklin, jefe de urgencias.

—Un accidente de coche —dijo el ayudante—. Un adolescente se pasó el semáforo en rojo en el cruce de la cale Cutter y golpeó el coche de este herido. La enfermera Kate dice que es el doctor Diamond.

—¡Dios mío! Tiene razón —dijo el doctor Franklin—. De acuerdo, a la de tres lo sacamos de la camilla.

Kate y los demás miembros del equipo del hospital levantaron a Marsh.

Kate se conmocionó al ver el rostro de Marsh lleno de sangre. Trató de controlar todo sentimiento personal, y se centró en limpiar las heridas, quitando la abundante sangre que fluía de un corte que tenía en la frente.

—Esa herida tiene muy mal aspecto —comentó el doctor Franklin—. Y tiene un ojo hinchado. Debe de haberse golpeado contra el volante del coche. Tendremos que coser el corte. ¿Ha estado consciente en algún momento?

—Sí, pero solo durante unos segundos —dijo el celador—. Estaba desorientado y murmuraba algo sobre su hija. La pequeña llevaba el cinturón de seguridad y parece estar bien.

—Gracias. Ya nos ocupamos nosotros de todo —dijo el doctor Franklin—. Kate, en cuanto termine de limpiar la herida, le pondré unos puntos de sutura para cerrarla. Una vez hecho esto, Jackie debería llevárselo arriba a que le hagan una radiografía. Quiero los resultados cuanto antes.

—Sí, doctor —respondió Kate.

Mientras el médico continuaba su examen, Kate terminó lo que estaba haciendo y salió a la recepción.

—Yo me encargaré del doctor Diamond a partir de ahora —dijo Jackie Gibson, otra de las enfermeras de urgencias—. En seguida vengo.

—De acuerdo —respondió Kate—. ¡Jackie! Uno de los celadores dijo que la hija del doctor estaba en el coche. ¿Sabes si la han traído ya?

—Creo que acaba de llegar.

Kate se dio media vuelta y vio a un policía con una niña en brazos. La pequeña iba vestida con unos pantalones cortos rojos y una camiseta amarilla, y llevaba un osito de peluche en la mano. Tenía el pelo rubio y rizado y le caía hasta los hombros. Había estado llorando.

—¿Es esta la pequeña del accidente? —preguntó Kate, observando la mirada asustada de la pequeña.

—Sí —dijo el policía—. ¿Cómo está su padre?

—Está en rayos X. ¿La niña está herida?

—Creo que no. Pero será mejor que le hagan un chequeo para asegurarse.

—Démela —Kate agarró a la pequeña en brazos y se acercó a uno de los cubículos tapados por una cortina.

—Por suerte, llevaba el cinturón de seguridad —dijo el policía, que la había seguido hasta allí—. Mientras usted se encarga de la niña, haré el informe para el sargento.

—Sí, por supuesto —respondió Kate, mientras dejaba a la niña en la camilla.

—¿A quién tenemos aquí? —preguntó el doctor Davis, uno de los médicos residentes del hospital.

—¿Puedes decirnos cómo te llamas? —preguntó Kate.

—Sa… Sabrina Diamond —dijo la pequeña.

—Sabrina. Es un nombre muy bonito —respondió Kate—. Yo soy Kate.

El doctor Davis se aproximó a la camilla con una gran sonrisa en los labios.

—Sabrina y su padre han tenido un accidente de coche —le explicó Kate—. La niña, aparentemente, está bien.

—Vamos a ver —dijo el doctor Davis.

Kate se quedó al lado, observando.

—Has tenido mucha suerte, Sabrina —dijo el doctor Davis. Pero la niña no respondió nada, se limitó a abrazar al osito. El doctor se volvió hacia Kate y murmuró—: Por favor, entérese de cómo está el padre y comuníqueselo a su familia.

Después de que el doctor se fuera, Kate estudió con más detenimiento a la pequeña. Se dio cuenta de que tenía exactamente los mismos ojos que su padre. Incluso tenía su semblante serio, pero había, además, una profunda tristeza dentro de ella. Kate sabía que la madre de la pequeña había muerto meses atrás en un accidente de yate. Sabía exactamente lo que la niña sentía, pues su madre también había muerto cuando ella tenía la misma edad.

—Sé que estás asustada por el accidente, pero el doctor dice que estás perfectamente —agarró la caja de pañuelos que había junto a la cama y le quitó las lágrimas.

Aunque no había señales aparentes de daño físico, Kate sabía que el shock de ver a su ser más querido inconsciente y sangrando debía de haber sido realmente traumático para la pequeña.

—¿Está muerto mi padre? —preguntó con la voz temblorosa.

—No. Pero ha sufrido algunas heridas en el accidente —Kate trató de mantener un tono de voz neutro y contenido.

Los ojos de Sabrina se llenaron de lágrimas.

—¿Puedo verlo?

—Se lo han llevado a rayos X.

—¿Que son rayos X?

—Puede que se haya roto un brazo en el accidente. La máquina de rayos X saca una foto de los huesos para ver cómo están —le explicó, controlando el impulso que sentía de estrecharla en sus brazos para consolarla.

—¿Y eso duele?

Kate sonrió.

—No, los rayos X no duelen.

—¿Cuándo puedo verlo?

—No sé si… —comenzó a decir Kate, pero las lagrimas fluyeron de los ojos de la pequeña como un manantial—. Tu padre está muy bien atendido, te lo prometo.

A Sabrina le temblaba el labio inferior.

—Quiero ver a mi papá —dijo enfáticamente, antes de ocultar la cara en el cuerpo de su osito de peluche.

Kate la abrazó suavemente. Entendía perfectamente la necesidad de la niña de ver a su padre.

Con la pérdida de su madre aún reciente en su memoria, la niña necesitaba asegurarse de que su padre estaba vivo.

—¡Ya sé lo que voy a hacer —dijo Kate—. No creo que tarden mucho en hacerle las radiografías. La enfermera seguramente ya lo habrá traído. Vamos para allá, ¿te parece?

—Sí —respondió la pequeña.

La bajó de la camilla y la tomó de la mano, dándole un ligero apretón que le transmitiera cierta confianza. La llevó hasta la recepción, donde estaba Jackie hablando por teléfono.

Mientras se aproximaban, Jackie colgó el teléfono.

—Hola, Kate. ¿Quién es esa preciosa acompañante que llevas? —preguntó la otra con una sonrisa amigable.

—Esta es Sabrina. Es la hija del doctor Diamond. El doctor Davis acaba de verla y está bien. Pero está muy preocupada por su padre. ¿Ha vuelto ya de rayos X?

—Sí. Lo he traído yo misma hace cinco minutos.

—¿Dónde está? Pensé que a lo mejor sería conveniente que viera a su hija.

—Ya…. —Jackie miró a la niña, luego se inclinó sobre Kate y le susurró—: Todavía no ha recuperado la consciencia.

Kate sintió a Sabrina agarrada con vehemencia a su pierna, así que decidió tomarla en brazos.

—¿Puedo ver a mi padre ahora?

—Lo siento cariño —le dijo Jackie—. Pero va contra las normas del hospital.

Los ojos de Sabrina se llenaron de lagrimas.

—Te diré lo que vamos a hacer —le sugirió Kate, mirando a Jackie con un gesto de súplica—. Si te quedas aquí, iré dentro a ver si tu padre está bien, ¿de acuerdo?

Sabrina asintió.

Kate sentó a Sabrina en la silla giratoria que había detrás de la recepción.

—El doctor Franklin me pidió que pusiera al doctor Diamond en la habitación que hay al final del corredor. Es la más silenciosa —dijo Jackie—. Heather está con él.

—Gracias —le dijo Kate a Sabrina—. Volveré enseguida.

Se dirigió hacia allí. Kate se quedó ante la puerta.

No sabía si Marsh habría recuperado la consciencia o no. De ser así, ¿se acordaría de ella?

Kate sí recordaba con toda claridad el modo en que la había mirado la noche del accidente, un accidente que estuvo a punto de costarle la vida a su hermana Piper.

Piper Diamond era, en aquel entonces, una adolescente de dieciséis años, divertida y popular entre sus compañeros. Había sido la única persona que la había acogido al llegar al instituto a principios de marzo. Piper la había tomado bajo su tutela, y había descubierto muy pronto que bajo una fachada de dureza se escondía un chica solitaria y vulnerable.

Al terminar el instituto, Kate había pasado parte del verano con Piper y con su hermano, un guapísimo estudiante de medicina que había vuelto a casa para estudiar. Marsh la enseñó a montar y a superar el terror que le tenía a los caballos.

Kate se había sentido como un miembro más de la familia, pero según pasaban los días de aquel tórrido verano, sus sentimientos por Marsh habían dejado de ser fraternales y habían tomado otros derroteros. Sin embargo, lo que él sentía por ella no tenía nada que ver.

Una sonrisa amarga se dibujó en su boca ante el doloroso recuerdo de aquellos momentos. Molesta con sus propios pensamientos, decidió seguir con el trabajo. Abrió la puerta y entró en la habitación.

Heather Jones, que trabajaba como enfermera durante la temporada de verano, alzó la cabeza.

—¿Qué te trae por aquí, Kate?

Kate miró al hombre que estaba en la cama. Tenía el brazo vendado, pero no escayolado.

Le contó a Heather la preocupación que tenía Sabrina por el estado de su padre.

—Está muy intranquilo —dijo Heather—. El doctor Franklin espera que recobre la consciencia. Estaba gimiendo y moviéndose hace un momento. Pero ahora vuelve a estar más tranquilo.

Kate miró una vez más al paciente.

—¿Tiene el brazo roto?

—Parece ser que no. Ha tenido mucha suerte. El adolescente que le dio el golpe no llevaba puesto el cinturón de seguridad y sus heridas son mucho más graves.

—Vaya, lo siento.

—Kate… no me gusta nada tener que pedirte esto, pero, ¿podrías hacerme un favor?

—¿Un favor?

—Me han ordenado quedarme aquí, pero el doctor Franklin necesita unos resultados del laboratorio. ¿Podrías quedarte un momento, mientras voy por ellos?

Kate dudó.

—Sí, claro —dijo finalmente, sabiendo que Heather haría exactamente lo mismo si la situación fuera a la inversa.

—Gracias. Vendré enseguida.

Kate se quedó en la habitación a solas con Marsh, escuchando el sonido de su respiración. Al cabo de un rato, se aproximó a su cama. La curiosidad era más fuerte que el temor a acercarse a aquel hombre que la había tratado con tanto desdén tiempo atrás.

Los músculos de su estómago se encogieron y el corazón se le aceleró.

Estudió su rostro macilento. No había cambiado mucho. Se le notaban los años, sin duda, pero después de todo aquel tiempo todavía era el hombre más atractivo que jamás había conocido.

Una venda recién puesta cubría el corte de la frente. Tenía el pelo revuelto, lo que le dulcificaba las facciones. Tenía un aspecto vulnerable y Kate tuvo que contenerse para no acariciarlo. El corazón se le aceleró, al ver el golpe amoratado que tenía en el ojo. Estaba empezando a cambiar de color, de rojo a morado y se extendía hasta el párpado.

Continuó observándolo. Tenía las pestañas largas y oscuras como las de su hija y los labios gruesos y bien dibujados.

Recordó con desmayo los deseos que había tenido antaño de besarlo.

De pronto, Marsh abrió la boca y emitió un gemido doloroso.

Kate no se podía mover. Tenía la sensación de que sus pies estuvieran pegados al suelo.

Los párpados se abrieron y dejaron al descubierto sus pupilas azules.

Marsh gimió de nuevo, más fuerte esta vez, un sonido desgarrador que conmovió a Kate. Empezó a mover las piernas y los brazos a toda velocidad, cada vez con más violencia, mientras trataba de arrancarse las ropas que lo cubrían.

Kate trató de sujetarlo para evitar que se pudiera hacer daño.

—Doctor Diamond, por favor, tranquilícese —le dijo Kate—. Ha tenido un accidente de coche y está en el hospital Mercy.

Al oír sus palabras, el doctor dejó de luchar.

—¿Un accidente? —repitió él—. ¿Y mi hija? ¿Dónde está mi hija? ¿Está bien Sabrina?

—Sí, su hija está perfectamente —le aseguró Kate, ansiosa por que Heather regresara antes de que Marsh pudiera reconocerla.

La agarró del brazo y Kate sintió sus uñas sobre la piel.

—¿Por qué está tan oscuro aquí? —le preguntó, con la voz quebrada por el pánico—. ¿Por qué no puedo ver?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ESTO no puede estar ocurriendo! —dijo Marsh con rabia, frustración y dolor.

Kate vio en su gesto la sombra del miedo y le tomó las manos para reconfortarlo. Pero su tacto provocó en ella un sinfín de sensaciones desconcertantes.

—Doctor Diamond, está bien. Trate de mantener la calma. Tiene algunas heridas y le han puesto suero, eso le impide moverse libremente.

—¿Dónde está Sabrina? Tengo que encontrarla —dijo Marsh con patente inquietud y preocupación. Con una mano, trataba de retirarse las sábanas y quedar libre.

—Doctor Diamond, su hija está bien, créame. Está a salvo —añadió. Pero él estaba demasiado inquieto como para poder escuchar a nadie.

Al intentar levantarse, perdió el equilibrio y las rodillas se le doblaron.

Kate se apresuró a agarrarlo. Pero, inesperadamente, el contacto con su cuerpo casi desnudo, le aceleró el corazón.

Su olor la retrotrajo a aquel lejano verano, cuando, al caer del caballo, lo hizo directamente en sus brazos. Kate podía recordar con toda claridad la sensación de estar junto a él. Se habían mirado a los ojos durante unos segundos y el aire se había cargado de tensión.

—¡Marsh! ¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó el doctor Franklin, que acababa de entrar.

—¿Tom? ¿Eres tú? —se apartó de Kate y se volvió en dirección a la nueva voz.

—Sí, soy yo. ¿Qué estás haciendo fuera de la cama? Me parece que no te gusta tu papel de paciente —comentó el doctor, mientras Heather y él se acercaban a la cama.

—Pues no, nada.

—¿Por qué frunces el ceño? ¿Tienes problemas con la vista?

—No es nada. Estaré bien enseguida. Es solo que alguien se olvidó de encender las luces.

—¡Buen intento, Marsh! Pero las luces están encendidas. Te recomiendo que dejes que las enfermeras te metan en la cama, para que pueda examinarte los ojos. Y no se te ocurra rechistar. Aunque seas el nuevo jefe de personal, tu trabajo no empieza hasta dentro de un mes y, además, en Urgencias, siempre mando yo.

Marsh no pudo ocultar su frustración.

—Bien, hazlo a tu modo —dijo—. Ya me vengaré de ti en la pista de tenis.

Trataba de mantener el control.

—Trato hecho —respondió Tom, antes de hacerle una señal a las dos enfermeras para que lo llevaran a la cama.

—Gracias, Kate —le susurró Heather una vez fuera de la habitación.

Ya en el recibidor, Kate respiró profundamente, y trató de tranquilizarse. No podía ser posible que, después de tantos años y del injusto modo en que él la había tratado tiempo atrás, todavía se sintiera atraída por Marshall Diamond.

Kate decidió seguir con su trabajo y se dirigió hacia la recepción, donde Jackie estaba consolando a una mujer que lloraba.

Detrás de ellas dos, seguía la pequeña Sabrina, exactamente en el mismo lugar en el que la había dejado. Al ver a Kate, Sabrina pareció aliviada.

—Siento que hayas tenido que esperar tanto tiempo —dijo Kate.

—¿Ha visto a mi padre? —preguntó la pequeña ansiosa.