Un fin de semana imborrable - El secreto del novio - Andrea Laurence - E-Book

Un fin de semana imborrable - El secreto del novio E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 510 Un fin de semana imborrable Por culpa de la amnesia que sufría desde el accidente, Violet Niarchos no recordaba al hombre con el que había concebido a su hijo, pero cuando Aidan Murphy, el atractivo propietario de un pequeño pub, se presentó en su despacho, de pronto los recuerdos volvieron en tromba a su mente, y supo de inmediato que no era un extraño para ella. Era el padre de su bebé, el hombre con el que había pasado un apasionado fin de semana. ¿Creería Aidan que de verdad había olvidado todo lo que habían compartido?, ¿o pensaría que la rica heredera estaba fingiendo para salvar su reputación? El secreto del novio Para no asistir otra vez sola a la boda de una amiga, Harper Drake le pidió a Sebastian West, un soltero muy sexy a quien conocía, que se hiciera pasar por su novio. Fingir un poco de afecto podía ser divertido, sobre todo si ya había química, y nadie, ni siquiera el ex de Harper, podría sospechar la verdad. Lo que no se esperaba era que la atracción entre ellos se convirtiera rápidamente en algo real y muy intenso, y que un chantajista la amenazara con revelar todos sus secretos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 510 - febrero 2023

 

© 2018 Andrea Laurence

Un fin de semana imborrable

Título original: One Unforgettable Weekend

 

© 2018 Andrea Laurence

El secreto del novio

Título original: The Boyfriend Arrangement

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2019

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-429-6

Índice

 

Créditos

Un fin de semana imborrable

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

El secreto del novio

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Ya puede pasar. La señorita Niarchos lo espera.

Aidan Murphy se levantó, se abrochó la chaqueta y se alisó la corbata con la mano. Se le hacía raro ir de traje después de tanto tiempo sin llevar uno. Años atrás los trajes habían sido como una segunda piel para él, pero un día todo su mundo se había derrumbado, haciendo que su vida cambiase por completo, y cuando uno trabajaba en un pub irlandés no necesitaba trajes caros ni corbatas de seda.

Pero la razón por la que había ido allí no tenía nada que ver con el pub, ni con su vida cinco años atrás. Había ido allí por su madre, ya fallecida, por la promesa que le había hecho, en su lecho de muerte, de que abriría en su memoria un centro de rehabilitación para alcohólicos.

Había perdido a sus padres con solo unos años de diferencia, y de repente se había encontrado con una herencia que no se había esperado: un pub en Manhattan que estaba luchando por sacar a flote, y una enorme casa en el Bronx este.

Como tenía una licenciatura en Marketing y había sido ejecutivo publicitario, tenía los conocimientos suficientes como para reflotar el pub, pero no tenía ningún interés en una casa tan grande y que estaba en un lugar tan alejado. Sin embargo, no se sentía preparado para separarse del hogar en el que había crecido.

Sus padres, católicos irlandeses, habían comprado esa casa porque al casarse habían querido formar una gran familia, pero solo lo habían tenido a él. La vivienda estaba pagada, pero, aunque quisiera, venderla no sería nada fácil. El barrio estaba cada vez más deteriorado, y hasta sería difícil alquilarla.

Su madre lo había sabido y lo había instado a conservarla y utilizar la casa como un hogar de transición para los alcohólicos que acababan de salir de un programa de rehabilitación en un centro especializado. Habiendo lidiado con el alcoholismo de su padre, su madre decía que pasar por un hogar de transición era lo que habría necesitado para curarse del todo, en vez de haber retomado su adicción cada vez al cabo de pocas semanas.

Y ahí era donde entraba la Fundación Niarchos, por mucho que odiara la idea de pedir ayuda a nadie, y más aún a la gente rica. Necesitaba dinero para hacer realidad el sueño de su madre, un montón de dinero, y por eso les había solicitado una subvención.

Abrió la puerta del despacho y contuvo el aliento. Era ahora o nunca. Sin embargo, apenas hubo cruzado el umbral, se paró en seco cuando su mirada se posó en los exóticos ojos negros de la mujer sentada tras el escritorio, los ojos de la mujer que se había esfumado de su vida hacía más de un año. ¡Violet!

Y al parecer se apellidaba Niarchos, aunque no habían llegado a decirse el apellido en el poco tiempo que habían pasado juntos. Si hubiera sabido su nombre completo podría haber intentado encontrarla después de que hubiera desaparecido sin dejar rastro.

Iba a decir «hola» pero la expresión indiferente de Violet lo desconcertó. No parecía haberlo reconocido. Era como si para ella no fuera más que otra persona que acudía a la fundación en busca de ayuda, en vez de un hombre con el que había hecho el amor.

Era evidente que ella había causado en él una impresión mucho mayor que él en ella.

–¿Violet? –inquirió, para asegurarse de que no se estaba equivocando de persona.

Juraría que era ella, pero a veces el tiempo distorsionaba los recuerdos.

–Sí –contestó ella, levantándose y rodeando la mesa.

Ataviada como iba, con una blusa de seda color lavanda, una falda de tubo gris, medias y manoletinas, y con un collar y unos pendientes de perlas, tenía un aspecto mucho más formal que la Violet que había entrado en su pub aquella noche, un año atrás.

–¿No me reconoces? –le preguntó–. Soy Aidan. Nos conocimos en el Pub Murphy hará un año y medio.

El delicado rostro de porcelana de Violet se resquebrajó de repente. Lo miró boquiabierta, con los ojos como platos. Parecía que por fin había caído en quién era.

–¡Dios mío…! –murmuró, llevándose las manos a la boca.

Aidan se esforzó por no exteriorizar el pánico que le entró al ver las lágrimas en sus ojos. Después de que desapareciera, se había pasado muchas noches tendido en la cama, preguntándose qué le habría pasado, por qué no había vuelto por el pub, imaginándose cómo sería volverla a ver… pero jamás se habría esperado que ese reencuentro fuese a hacerla llorar. No le había hecho nada como para que saliese llorando…

Al fin y al cabo, era ella la que se había ido, desvaneciéndose de madrugada como un fantasma y haciendo que empezara a preguntarse si no se lo habría imaginado todo. Y, si no fuera porque era abstemio y no había probado ni gota de alcohol, habría pensado que estaba borracho y había sufrido alucinaciones. Porque eso era lo que le había parecido Violet, una alucinación. Ninguna mujer había tenido el efecto que Violet había tenido en él.

–Aidan… –susurró, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

No quería verla llorar, y por un momento sintió el impulso de dar un paso adelante y abrazarla con fuerza, pero el modo en que estaba mirándolo le hizo detenerse. Lo más probable era que se arrepintiera de aquel apasionado fin de semana que había pasado con él, un don nadie. Seguramente lo había olvidado y ahora que lo tenía allí, frente a ella, en su despacho, se moría de vergüenza al recordar lo bajo que había caído.

–¿Estás bien? –le preguntó a pesar de todo.

Ella se apresuró a enjugarse las lágrimas con la mano y le dio un momento la espalda para recobrar la compostura.

–Sí, por supuesto –contestó con una sonrisa amable, girándose de nuevo–. Perdona, es que…

Le tendió la mano y al estrechársela Aidan sintió que un cosquilleo familiar le recorría la piel. La primera vez que la había tocado había sido como si estallara en llamas por dentro, y eso no había cambiado. Violet, sin embargo, parecía tremendamente tensa, y esa tensión no disminuyó siquiera cuando soltó su mano y le señaló con un ademán la silla más próxima.

–Siéntate, por favor. Tenemos mucho de que hablar.

Aidan tomó asiento mientras ella volvía a rodear el escritorio para sentarse de nuevo en su sillón.

–Antes de que pasemos al tema de la subvención que nos has solicitado, creo que debería empezar por pedirte disculpas –le dijo–. Imagino que te llevarías una impresión horrible de mí por desaparecer como lo hice. Yo desde luego me siento fatal.

–Solo quiero saber qué te pasó –contestó Aidan.

–Tuve un accidente –le explicó Violet, bajando la vista a la mesa. Cuando siguió hablando frunció el ceño, como si le costara hilar la historia–. Supongo que debió ser justo después de que abandonara tu apartamento. El taxi en el que iba se empotró contra la parte trasera de un autobús y me golpeé la cabeza contra la mampara que me separaba del conductor. Cuando recobré el conocimiento estaba en el hospital.

A Aidan se le cayó el alma a los pies. Ni se le había pasado por la cabeza que hubiera podido sucederle algo así. Había pensado lo peor de ella sin saber que estaba convaleciente en el hospital…

–Y ahora… ¿te encuentras bien?

–Sí –respondió ella con una sonrisa–. Aparte de una fuerte conmoción, solo sufrí rasguños y moratones. No tuve secuelas aparte de una pérdida parcial de memoria. Básicamente perdí los recuerdos de la semana anterior al accidente. Lo último que recordaba cuando recobré el conocimiento era que había salido de mi despacho para ir a una reunión importante. Durante estos meses he intentado de todo para recuperar los recuerdos, pero nada funcionaba. No volví a ponerme en contacto contigo porque no me acordaba de ti, ni del fin de semana que habíamos pasado juntos hasta hace un momento, cuando me has dicho tu nombre.

Aidan frunció el ceño y parpadeó con incredulidad.

–¿Estás diciendo que tienes amnesia?

 

 

Violet contrajo el rostro. Los médicos le habían dicho que, con el tiempo, los recuerdos volverían. Le habían dicho que podía tener recuerdos breves y repentinos, sensaciones de déjà vu, o que tal vez todos esos recuerdos acudirían de pronto en tromba a su mente.

Había sido lo último. Cuando Aidan la había mirado con esos grandes ojos azules y le había dicho su nombre, había sentido como si la tierra se tambalease bajo sus pies y de repente su mente se había visto inundada por vívidas imágenes de ellos dos juntos. Desnudos y sudorosos. Riéndose. Tomando comida china en la cama y charlando durante horas.

Aquellos recuerdos tan íntimos con alguien que era prácticamente un extraño la hicieron sonrojarse, pero ese sentimiento de vergüenza se disipó de inmediato al darse cuenta de lo que suponía aquello. Era lo que había provocado sus lágrimas.

Había pasado quince meses preguntándose qué habría ocurrido en esa semana de su vida que se había borrado de su mente. Después del accidente quiso recuperar esos recuerdos, pero había acabado relegando esas preocupaciones al descubrir que estaba embarazada. A partir de ese momento toda su atención se había centrado en la relación con su prometido, Beau Rosso, y en planificar la llegada de su primer hijo. Y entonces, al nacer el bebé, recordar lo que había pasado en aquella semana se había vuelto más importante que nunca.

–Eso fue lo que me dijeron los médicos –respondió–. He pasado casi un año y medio intentando recuperar esos recuerdos, pero hasta hace un momento mi mente seguía completamente en blanco.

Aidan se pasó una mano por el desaliñado cabello pelirrojo y arqueó las cejas.

–¿Y qué es lo que has recordado? –inquirió.

Violet volvió a sonrojarse.

–Pues… bueno… recuerdo que entré en un pub y… creo que tú trabajabas allí, ¿no?

Aidan sonrió.

–Sí, aunque soy el dueño.

Violet asintió y trató de no dejarle entrever su alivio. No sería muy apropiado que alguien de su clase se acostase con un simple camarero. Era la heredera de una de las mayores fortunas europeas, y la habían educado para conducirse como tal.

Recordaba haber ido a ese pub, pero no por qué. No era un sitio al que hubiese ido antes, aunque sí recordaba el momento exacto en que había posado sus ojos en Aidan. Y también recordaba haber charlado y reído con él mientras cerraba el local.

–También me acuerdo de que fuimos a tu casa –murmuró.

Le ardían las mejillas. Era imposible que él no se hubiese dado cuenta de que estaba roja como una amapola, y por si no fuera suficiente con los eróticos recuerdos que la habían asaltado, el modo en que Aidan estaba mirándola la hizo sentirse aún más incómoda.

–Creo que los dos sabemos qué pasó después –dijo.

Aidan asintió.

–No sé cuántas vueltas le habré dado, intentando averiguar qué hice mal.

Violet apartó de su mente las tórridas imágenes, en un intento por sofocar el calor que había aflorado en su vientre.

–¿A qué te refieres? Puede que aún no lo recuerde todo, pero no recuerdo que hicieras nada mal.

–Bueno, te fuiste sin decirme nada, ¿no? El domingo por la mañana cuando me desperté estaba solo.

Violet hizo un esfuerzo por recordar. Sí, había salido temprano de su apartamento, pero… ¿por qué? ¿Se había ido porque tenía algo que hacer? Tenía la impresión de que esa era la respuesta.

–Tenía que ir a algún sitio y no quería despertarte. Pensaba llamarte más tarde.

–Pero tuviste un accidente y sufriste amnesia –apuntó Aidan en un tono monocorde e incrédulo.

–Sí. Además, mi móvil quedó destrozado por el choque, así que tampoco tenía tu número. El accidente no solo borró mis recuerdos de esa semana, sino también cualquier rastro de esos días que pasamos juntos.

Bueno, no exactamente. Había quedado una huella imborrable que lo era todo en su día a día… solo que no se había dado cuenta hasta ese momento.

–¡Vaya, qué oportuno…!

A Violet no le gustaba el tono de su voz.

–¿Sugieres que te estoy mintiendo?

Aidan se encogió de hombros.

–Es algo que cuesta creer.

–Te aseguro que si no hubiera querido volver a verte, te lo habría dicho y punto. No tenía por qué inventarme lo del accidente, la amnesia y el móvil destrozado.

–O sea, que sí querías volver a verme.

Era una afirmación, no una pregunta. La sonrisilla en los labios de Aidan la hizo tensarse, y el estómago le dio un vuelco. Parecía que disfrutaba haciéndola sentirse incómoda.

No había conocido a ningún otro hombre como él, que la hiciese temblar por dentro con solo una mirada. No hacía falta ni que la tocara; el solo recuerdo de sus caricias bastaba para que se tambaleara su determinación. No iba a decírselo, pero nunca había disfrutado tanto del sexo como en esas dos noches que habían pasado juntos. La había hecho alcanzar cotas de placer que jamás habría imaginado, como un virtuoso, arrancando con maestría notas de su violín, hasta casi quedarse ronca de tanto gritar su nombre.

–Sí, quería volver a verte –admitió, tragando saliva.

Siguió la mirada de Aidan, que se posó brevemente en su mano izquierda, ahora desnuda, en la que durante meses había lucido el anillo de compromiso de Beau.

–¿Y ahora? –inquirió Aidan.

Una pregunta peligrosa. Haber pasado un fin de semana con él era una cosa, pero ahora… Todo había cambiado. Las cosas ya no eran tan simples como entonces.

–Lo que pueda querer o no ahora no es relevante –murmuró, evadiendo darle una respuesta.

–¡Y un cuerno que no! –exclamó Aidan, levantándose y rodeando la mesa.

Cuando ella se giró, sobresaltada, Aidan plantó las manos en los brazos de su sillón y se inclinó hacia ella.

–Me he pasado año y medio preguntándome qué te había pasado –le dijo–. Y aun cuando no quería pensar en ti, cuando solo quería pasar página, no lo conseguía. Y ahora de repente volvemos a encontrarnos, me sueltas esa historia absurda, me miras como si no hubieras roto un plato en tu vida y me dices que la atracción que sientes por mí es irrelevante.

Sus labios estaban a solo unos centímetros de los de ella. A Violet el corazón le martilleaba en el pecho, y respiraba agitada.

–Dilo –le exigió él.

Aunque quería hacerlo, Violet no podía rehuir su intensa mirada.

–Aidan…

–Dilo.

Violet tragó saliva.

–Está bien, sí, aún me siento atraída por ti. ¿Estás contento?

Aidan entornó los ojos.

–Pues no. Jamás había conocido a ninguna mujer que se esforzara de ese modo por reprimir sus deseos. ¿Es porque trabajo en un pub y no soy banquero, como tu novio?

Violet dio un respingo. Esa no era la razón. Su familia era rica; no necesitaba el dinero de ningún hombre. Y sí, había tomado por costumbre salir con hombres adinerados, pero solo porque la hacía sentirse un poco menos como un premio, un boleto de lotería que podía cambiar para siempre la suerte de un hombre.

–No –replicó–. No es eso. Y en cualquier caso Beau ya no es mi novio. Escucha, hay algo de lo que tenemos que hablar –le puso una mano en el pecho para que le dejase un poco de espacio, pero Aidan no se apartó, y solo consiguió sentirse acalorada al notar los duros músculos bajo su camisa–. Haz el favor de sentarte para que hablemos.

Aidan no contestó. Ni siquiera se movió. Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus ojos estaban fijos en algo detrás de ella.

–¿Aidan? –lo llamó.

¿Estaba escuchándola siquiera? Se volvió para averiguar qué estaba mirando y vio que era la fotografía de Knox que tenía sobre la mesa. Era la única foto de su hijo que tenía en el despacho, pero más de una vez se arrepentía de haberla puesto. Todos los que la veían le preguntaban por aquel bebé con aspecto de querubín, de rizos pelirrojos y grandes ojos azules. Parecía que también había atraído la atención de Aidan, pero no solo porque Knox era adorable, sino porque el parecido entre ambos era innegable, algo que casi la había hecho caerse de espaldas cuando habían vuelto a ella de golpe los recuerdos de ese fin de semana, cuando por fin aquella última pieza del puzle había encajado en su sitio.

El pánico de Aidan, que miraba la foto boquiabierto, con unos ojos como platos, era evidente. Sabía lo que significaba. No le hacía falta echar cuentas ni hacerse una prueba de paternidad para saber la verdad. Volvió a posar sus ojos en ella y tragó saliva antes de preguntarle:

–¿El bebé de la foto es tuyo?

Violet asintió y Aidan se irguió por fin, dejándole espacio.

–Sí, es mi hijo: Lennox. Tiene casi seis meses.

–Lennox… –repitió él, como si estuviera intentando acostumbrarse a cómo sonaba.

–Yo lo llamo por su diminutivo, Knox. Es un niño increíble: tan listo y tan cariñoso… Es una auténtica bendición ser su madre.

Aidan volvió a posar los ojos en la fotografía, sin formular aún la pregunta que Violet sabía que quería hacer.

–Sí, una auténtica bendición –repitió y, antes de continuar, la invadió una mezcla de alivio y aprensión. ¿Cuántas veces había temido no poder encontrar al hombre al que decirle lo que estaba a punto de decirle?–. Y estoy bastante segura de que es… tu hijo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–¿Mi hijo?

Desde el momento en que había visto la foto del bebé, Aidan había sabido que era suyo, pero oírlo de labios de Violet tuvo un impacto en él que no se había esperado.

–Sí. Perdona que hayas tenido que enterarte así. Por favor, siéntate para que podamos hablarlo.

Aidan rodeó de nuevo la mesa y volvió a sentarse antes de que le fallaran las piernas. La cabeza le daba vueltas. Había ido allí para pedir una subvención y de golpe y porrazo se había encontrado con que tenía un hijo. Un hijo llamado Knox.

Siempre había querido formar una familia llegado el momento, y tener la oportunidad de ser mejor padre de lo que lo había sido el suyo con él. Y siempre había pensado que, cuando decidiera casarse y formar esa familia, se dedicaría a ellos en cuerpo y alma. Pero en vez de eso acababa de descubrir que tenía un hijo, y que se había perdido sus primeros seis meses de vida.

Pondría remedio a eso cuanto antes. No sabía qué tendría Violet en mente, pero él pensaba ejercer de padre de Knox. Lo llevaría a los partidos de los Yankees y cuando fuera al colegio no faltaría a uno solo de sus entrenamientos ni a una reunión de padres.

–¿Por qué no lo dijiste antes? –la increpó.

Ella contrajo el rostro, como irritada.

–No sé cómo puedes preguntarme eso después de lo que te he dicho.

–¿Vas a seguir con ese cuento de la amnesia?

Violet frunció el ceño.

–He pasado los últimos seis meses angustiada porque no tenía ni idea de quién era el padre de mi hijo.

–¿Y de quién creías que era durante todo el embarazo?

Violet bajó la vista a la mesa para evitar su mirada.

–Creía que era de Beau, mi exnovio. Como había perdido los recuerdos de nuestro fin de semana juntos, no tenía motivos para pensar que pudiera ser de nadie más. Estábamos prometidos. Íbamos a casarnos. Fue en la sala de partos, cuando el médico le puso a Beau en los brazos a un bebé pelirrojo, cuando los dos nos quedamos en estado de shock.

Aidan podía imaginarse el cuadro y hasta sería gracioso si no fuera porque se había perdido el nacimiento de su hijo.

–¿Y cómo se lo tomó? Mal, me imagino.

Violet suspiró y alzó la vista hacia él.

–Eso da igual.

–¿Y qué dijeron tus padres?

Violet entornó los ojos.

–¿Hablamos de mis padres aquel fin de semana? –le preguntó.

Parecía que no recordaba la conversación que habían mantenido en el pub la noche que se conocieron. Aunque probablemente se debiera más al alcohol que a la contusión en la cabeza. Había entrado en el local hecha un mar de lágrimas, se había sentado en la barra y se había tomado unos cuantos tequilas.

–A fondo no –contestó él–. Solo me contaste que te presionaban para que te casases con ese tipo aunque era un capullo en grado superlativo. Supongo que debieron llevarse un disgusto al descubrir que era otro quien te había dejado embarazada.

–Bueno, sí, pero no tanto por eso como por el hecho de que no sabía siquiera quién había sido. No pueden soportar la idea de que sus amigos lleguen a enterarse de la verdad. Serían más felices si volviera con Beau y fingiéramos que Knox es hijo suyo. De hecho creo que siguen diciéndole a la gente que Beau es el padre y que estamos pasando por un mal momento.

–Entonces supongo que no se pondrán locos de contento al enterarse de que su verdadero padre es un irlandés sin blanca que regenta un pequeño pub.

–Eso no me preocupa. En los últimos meses he estado haciendo mucha introspección, y una de las cosas de las que me he dado cuenta es de que llevo toda mi vida intentando hacer felices a mis padres, y he decidido que eso se acabó. A partir de ahora voy a centrarme en mi hijo y en mí, como debe ser.

Aidan, que necesitaba verla más de cerca, alargó el brazo y tomó de la mesa la fotografía enmarcada. Acarició con el dedo las mejillas sonrosadas y la radiante sonrisa del niño. Knox había salido a él, pero tenía los ojos almendrados y los labios de Violet.

–Te lo habría dicho –le dijo Violet en un tono quedo–. No se trata de lo que opinen los demás, o de que yo quisiera o no que formaras parte de la vida de Knox. Si no hubiera perdido los recuerdos de esa semana por la amnesia, no habría dudado en decírtelo, pero hasta ahora no tenía ni idea de quién podía ser su padre. Por eso se me han saltado las lágrimas cuando me han vuelto de golpe recuerdos de ese fin de semana. Ha sido un alivio saber la verdad después de todos estos meses.

Aidan suspiró.

–¿Y ahora qué?

Violet tamborileó con los dedos, nerviosa, en el borde del escritorio.

–Bueno, supongo que debería empezar por llamar a mi abogado. Puede iniciar los trámites para solicitar una prueba de paternidad, solo para hacerlo oficial, y así podemos ponernos de acuerdo para los derechos de visita y demás.

Solo a una persona rica se le ocurriría empezar por llamar a un abogado en vez de decirle que en cuanto quisiera podía conocer a su hijo. Un abogado… ¡Si él ni siquiera tenía un abogado!

–Todo eso me parece muy bien –le dijo–, y sé que hay que hacerlo, pero yo tenía en mente algo menos burocrático para empezar.

–¿Como qué? –inquirió Violet.

–Como poder conocer a mi hijo.

 

 

Violet no conseguía disipar la ansiedad que sentía en el vientre. Había accedido a que Aidan fuese a su apartamento para conocer a Knox y llegaría en cualquier momento.

Habían pasado dos días desde que entró en su despacho y puso su mundo patas arriba. Como también eran dos los días de recuerdos de aquel fin de semana juntos, recuerdos que la asaltaban en los momentos más inoportunos. Recuerdos de cómo la había estrechado entre sus brazos, de sus caricias, de cómo la había hecho sentir cosas, emociones, que no había experimentado antes.

Al principio, el perder la memoria había sido una molestia. Luego, al nacer Knox, se había convertido en una desafortunada complicación. Y ahora, al saber lo mucho que se había perdido, se le antojaba casi trágico.

¿Durante cuántos meses se había conformado con Beau porque no recordaba lo increíble que había sido estar con Aidan? Durante todo ese tiempo la había asediado una preocupación insistente, algo que no habría sabido explicar. Simplemente una sensación de que algo no iba bien, de que Beau no era el hombre adecuado para ella.

Ahora sabía lo que su subconsciente había estado intentando decirle todo ese tiempo. Aidan era el hombre que faltaba en su vida, en la vida de Knox. Sin saberlo, había añorado esa conexión que había sentido con él después de que pusiera fin a su tumultuosa relación con Beau, durante los meses de soledad y agitación que había atravesado.

Quería que Aidan formara parte de la vida de Knox, como debía ser, pero… ¿qué pasaría con ellos dos? Pensar en eso la asustaba un poco. Aun en el caso de que Aidan siguiese interesado en ella, la atracción que había entre ellos acabaría diluyéndose antes o después. Y si esa atracción subsistía, tal vez solo fuera porque sentían que las circunstancias les habían hecho perder el salto. Y si las cosas entre ellos acabaran mal, no querría que eso afectara a la relación de Aidan con su hijo. A decir verdad, ni siquiera estaba segura de que pudiera soportar revivir la intensidad de la pasión que había vivido con Aidan durante aquel tórrido fin de semana para acabar con el corazón destrozado.

Lo mejor sería mantener las distancias. Mostrarse educada, cordial… como si solo hubiese entre ellos una relación de negocios. Al fin y al cabo, aparte de criar a un hijo entre los dos, iban a tener que trabajar juntos en el proyecto por el que Aidan había acudido a la fundación. No se limitaban a extender cheques a las organizaciones benéficas que solicitaban su ayuda; les proporcionaban las herramientas necesarias para que aprendieran a mantenerse a flote por sí mismas en el futuro.

Oyó pasos y al volverse vio a Tara, la niñera, bajando las escaleras con Knox en los brazos. Su pequeño llevaba puesto un esquijama de dinosaurios, uno de sus favoritos, regalo de su amiga Lucy, que estaba embarazada de gemelos y a punto de salir de cuentas.

La niñera le tendió al bebé y Violet lo tomó.

–¡Vaya, qué bien hueles! –exclamó, dándole un beso al pequeño.

–He tenido que darle un baño que no estaba previsto –explicó Tara riéndose–. Esta mañana hemos tomado por primera vez puré de manzana y acabó hecho una pura mancha, ¿verdad, granujilla? –dijo haciéndole cosquillas en la tripita. Knox se retorció en los brazos de Violet entre risitas–. Pero ya está otra vez limpito y vestido. ¿Necesitas que me quede y me ocupe de él hasta que llegue la visita que esperas?

Violet se mordió el labio y sacudió la cabeza. Le había dicho a la niñera, que vivía con ellos, que iba a venir alguien a visitarla, pero no de quién se trataba. Los escándalos corrían como la pólvora y, al menos de momento, quería mantener aquello en secreto.

–No hace falta. Además, es tu día libre. Sal y diviértete.

Tara sonrió y sacó su chaqueta del armario.

–De acuerdo. Que lo paséis bien con la visita. Y si me necesitas, mándame un mensaje.

Cuando se hubo marchado, Violet respiró aliviada. Suerte que Aidan no había llegado aún; si no, se habrían cruzado cuando Tara se marchaba. Y con esos ojos azules y ese cabello pelirrojo, habría sido imposible que la niñera no hubiera deducido de inmediato quién era.

Y no era que no se fiara de Tara. Al nacer Knox había sabido que necesitaría a alguien que le echara una mano, y en Tara había encontrado a la niñera perfecta. Sin embargo, todavía no se sentía preparada para contarle a nadie lo de Aidan. No se lo había contado ni a sus mejores amigas de la universidad, Emma, Lucy y Harper. Y pensaba hacerlo, pero cuando ella lo considerara oportuno, no por temor a las habladurías de la gente.

En ese momento sonó el telefonillo. Violet fue hasta la puerta y pulsó el botón para contestar. Era el conserje, para comunicarle que tenía una visita, «un tal señor Murphy». Violet le dijo que lo dejase subir y trató de prepararse mentalmente.

Aunque solo eran cinco plantas, el ascensor pareció tardar al menos diez minutos en subir. Su apartamento ocupaba el ala oeste de las plantas quinta y sexta, desde donde se divisaba Park Avenue. Sus padres se lo habían comprado cuando había terminado sus estudios en Yale, a modo de regalo de fin de carrera. No habían asistido a su ceremonia de graduación porque estaban en Estambul, aunque no la había sorprendido. Aquel había sido su modus operandi toda su vida: regalos caros para compensar sus ausencias, el vacío físico y emocional.

Cuando sonó el timbre de la puerta, Violet inspiró profundamente y abrió.

–Hola, Aidan. Pasa –le dijo.

Pero en el momento en que los ojos de Aidan se posaron en su hijo, fue como si para él el resto del mundo desapareciera. Se quedó inmóvil mientras lo observaba por primera vez. Parecía como si incluso estuviera conteniendo el aliento.

Knox, en cambio, como niño que era, permaneció completamente ajeno a su visitante. Estaba fascinado con el borde festoneado del cuello de la blusa de su madre, estrujándolo entre sus deditos torpes y regordetes.

Violet se giró un poco para que Aidan pudiera verlo mejor y apartó la mano de Knox de su blusa.

–Lennox, tenemos visita. ¿Le dices hola?

El pequeño aún no hablaba, por supuesto, pero por fin Aidan captó su atención, y lo miró con sus grandes ojos y esbozó una enorme sonrisa.

–Es increíble lo mucho que os parecéis –balbuceó Violet nerviosa, rompiendo el silencio–. Seguro que si viera una foto tuya de bebé no sería capaz de diferenciaros.

Aidan se limitó a sacudir la cabeza, sin poder apartar aún la vista de Knox.

–Había una parte de mí que no acababa de creérselo hasta ahora –dijo finalmente–, pero es verdad: es mi hijo.

Violet contrajo el rostro y miró fuera por encima del hombro de Aidan. Su vecina era una metomentodo y no querría que oyera su conversación.

–Lo es. Anda, entra –le insistió.

Aidan por fin entró y pudo cerrar la puerta. Fue entonces cuando se fijó en que llevaba una bolsa en la mano, probablemente un regalo para Knox.

–¿Por qué no pasamos al salón para que puedas soltar tus cosas y ponerte cómodo? –sugirió–. ¿Sabes algo de bebés? –le preguntó mientras la seguía.

–La verdad es que no –admitió Aidan–. Nada de nada.

Violet sonrió. Viniendo de un hombre como él, reconocer su ignorancia no debía haberle sido fácil. Daba la impresión de ser la clase de persona capaz de enfrentarse a cualquier cosa sin ayuda de nadie. Le había notado a la legua lo incómodo que se sentía por verse obligado a pedir ayuda a su fundación para el proyecto benéfico de su madre. Nada más entrar en su despacho se había dado cuenta de que estaba a la defensiva, pero, sin duda, el que hubiese acudido a ellos a pesar de todo significaba que aquel proyecto era más importante para él que su orgullo. Eso le había gustado. Y era evidente que Knox también era importante para él, o no habría admitido su falta de experiencia.

–Aprenderás a manejarte. Yo al principio tampoco sabía demasiado. Además, ya no es un recién nacido, frágil y pequeño, así que no tendrás problema. Es un chico fuertote, con el percentil máximo de peso y altura para su edad.

Al oír eso, Aidan sonrió con orgullo paternal.

–Yo también fui bastante fuertote desde niño. Habría podido ser un buen jugador de rugby, pero lo mío siempre ha sido el béisbol –dijo–. De hecho, le he comprado a Knox una camiseta de los Yankees –levantó la bolsa que llevaba en la mano para mostrársela y la dejó sobre la mesita entre los sofás–. Ahora que estamos juntos en esto tengo que asegurarme de que crezca sabiendo quiénes son los mejores.

Violet se rio.

–En mi familia no somos fans de los Mets, así que no tienes que preocuparte –contestó, refiriéndose al equipo rival–. De hecho, si cuando sea un poco mayor quieres llevarlo a un partido, nuestra fundación tiene una sala VIP de palco en el nuevo estadio de los Yankees –le explicó–. ¿Por qué no lo tomas en brazos? –le dijo tendiéndole al pequeño–. Así se te pasarán antes los nervios.

Aidan se puso un poco tenso, pero cuando Knox se apoyó cómodamente contra su pecho pareció calmarse un poco y se puso a acunarlo, balanceándose sobre los talones.

–Eh… ¿qué pasa, pequeñajo? –murmuró.

Violet dio un paso atrás para dejarle un poco de espacio, y los ojos se le llenaron de lágrimas al ver a Knox poner su manita contra la mejilla de Aidan y reírse al notar que raspaba un poco al tacto. No había tenido contacto con muchos hombres, pero pareció hacerse de inmediato a Aidan. Tal vez supiera por instinto que era su padre.

Verlos juntos la conmovió enormemente. Después de todo por lo que había pasado había empezado a preguntarse si llegaría a presenciar jamás un momento como aquel, si Knox llegaría a experimentar el abrazo protector de su verdadero padre.

Se había sentido tan culpable al nacer Knox… Culpable por haber hecho creer a Beau que era el padre, aunque ella tampoco hubiera sabido que no lo era. Culpable por no haber sido capaz de recordar algo tan importante como quién era el padre de su bebé. Culpable al pensar que quizá crecería sin conocer a su padre, y que tal vez su padre jamás supiera que tenía un hijo.

Ahora entendía por qué había estado tan nerviosa por la visita de Aidan. No podría sentirse más agradecida de poder presenciar aquel enternecedor momento entre padre e hijo, un recuerdo que atesoraría durante toda su vida. Un momento especial, perfecto… hasta que Knox vomitó puré de manzana por todo el polo de Aidan.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Si alguien le hubiera dicho a Aidan, hacía un año y medio, que ese día estaría medio desnudo en el apartamento de Violet, se habría echado a reír. Claro que entonces no había sabido que tenía un hijo, ni que de repente, sin previo aviso, iba a vomitarle encima.

–Acabo de meter tu polo en la secadora, así que deberías poder ponértela para volver a casa –anunció Violet, volviendo al salón.

Después del incidente del puré de manzana había estado jugando con su hijo mientras Violet se llevaba su polo para lavarlo.

–Siento este pequeño desastre –le dijo Violet–. No sé si tengo algo que puedas ponerte –añadió, recorriendo su torso desnudo con la mirada, antes de apresurarse a apartar la vista.

–Es culpa mía –repuso Aidan–. No debería haberme puesto a acunar a un bebé sin saber si había comido hacía poco.

–Supongo que no se te olvidará la primera vez que tuviste en brazos a tu hijo –comentó ella, riéndose suavemente.

–¿Cómo podría olvidarlo? Dejando a un lado lo del vómito, ha sido un momento emocionante.

Una sombra cruzó el rostro de Violet, que bajó la vista al suelo. Sus palabras parecían haberla puesto triste, aunque no sabía si era porque se había perdido los primeros meses de vida de su hijo o porque a partir de ahora iba a tener que compartir al pequeño con él. Sin duda su inesperada aparición en escena debía ser una complicación para ella.

Aprovechó la ocasión para observarla. Estaba más delgada que cuando la había conocido. Y parecía agotada. Sin duda ese último año y medio no había sido fácil para ella.

Para él tampoco lo había sido. Perder a su padre tres años atrás había puesto su vida patas arriba, pero no había sido algo inesperado y se había recuperado de aquel golpe. El pub iba bien y, aunque ya no era un ejecutivo de éxito en el mundo de la publicidad, era feliz.

Pero entonces su madre había caído enferma. Como sus padres habían sido autónomos, no habían dispuesto de un seguro médico decente. De hecho, al enviudar su madre había contratado el más barato, el único que se podía permitir y Aidan se había sentido impotente viéndola consumirse en un hospital público. Su padre se había matado con el alcohol, pero su madre no había hecho nada salvo ser demasiado pobre como para permitirse el tratamiento que podría haberla salvado.

Violet volvió a alzar la vista, y en ese momento Knox bostezó.

–Creo que es la hora de que este chiquitín se eche su siesta. ¿Quieres ayudarme a acostarlo? –le propuso a Aidan.

Este asintió con una sonrisa.

–Claro.

–Ven, te enseñaré dónde está su cuarto –le dijo Violet.

Aidan la siguió escaleras arriba con el pequeño en sus brazos balbuceando contento. Las pocas veces que había sostenido al bebé de algún conocido, de inmediato había empezado a berrear. Era un alivio que su hijo pareciese sentirse a gusto con él. Y a él le gustaba tenerlo en brazos. Olía a champú de bebé y a talco.

La habitación del bebé era espaciosa y muy bonita. Violet se detuvo junto a la cama, y él la observó mientras accionaba el móvil de elefantes de colores que colgaba sobre ella. Los elefantes empezaron a moverse en círculos al son de una suave música.

–Túmbalo –le dijo–. En unos minutos estará dormido.

Aidan depositó a su hijo en la cuna a regañadientes. Sabía que necesitaba esa siesta, pero no quería separarse aún de él, y tuvo que recordarse que pronto volvería a verlo. El bebé se revolvió un poco, alargó las manitas para tomar el chupete que le tendía Violet y se lo metió en la boca, contento, mientras se le cerraban los ojos.

–Te lo dije –murmuró Violet–. Le encanta echarse la siesta.

–Parece que en eso también ha salido a mí –contestó Aidan con una sonrisa.

Violet sonrió también.

–Vámonos.

Salieron sin hacer ruido y Violet cerró tras ellos. Sin embargo, en vez de volver al salón, cruzó el pasillo y abrió la puerta de la habitación que había enfrente. Aidan observó, sorprendido, que era un dormitorio. ¿Por qué quería llevarlo a su dormitorio?

Violet entró sin vacilar, pero el permaneció en el pasillo sin saber qué debía hacer. No conocía bien a Violet, pero dudaba que una mujer hermosa y rica como ella fuera a llevarlo a su dormitorio con el propósito de seducirlo mientras su hijo sesteaba al otro lado del pasillo. Y no era que a él no le gustaría, pero dudaba que algo así fuese a ocurrir.

–Aidan, puedes entrar –lo llamó Violet.

Estaba de pie frente a una cómoda de roble con un espejo. Aidan se agarró al marco de la puerta, pero no se movió. No estaba seguro de poder refrenar sus impulsos si entraba en la habitación. El perfume de Violet, que flotaba en el aire, parecía estar llamándolo, urgiéndolo a tocarla, a besarla…

–No creo que sea buena idea.

Violet frunció el ceño. Posó los ojos en su torso desnudo y se quedó mirándolo largamente. Cuando sus ojos se encontraron, se puso roja como una amapola.

–Solo iba a buscar algo que puedas ponerte –dijo pasándose la lengua por los labios–; no estoy intentando seducirte.

Él no estaba tan seguro, pensó Aidan cruzándose de brazos y mirándola pensativo.

–¿Ah, no? Pues hace un momento estabas mirándome como si estuvieses sedienta y yo fuese un vaso de agua bien fría. Y, para serte sincero, yo también me muero de sed…

–Puede que haya estado mirándote, pero es todo lo que he hecho –replicó ella, abriendo un cajón y sacando una prenda doblada–. Es difícil no mirar cuando estás ahí, medio desnudo. Toma, esta es la camiseta más grande y masculina que tengo, y necesito que te la pongas –dijo arrojándosela.

Aidan la atrapó al vuelo y la desdobló para verla mejor. Era una camiseta de una especia de color morado. Si aquella era la camiseta más masculina que tenía, no podía imaginarse cómo serían las demás. ¿Con encaje, lacitos y brillos? Además, era demasiado pequeña para él, que usaba una XL. Aquella debía ser una talla M, como mucho.

–Es demasiado pequeña.

–Póntela, por favor.

–Si me la pongo, la romperé.

–Me da igual. Necesito que te pongas algo hasta que tu polo esté seco. Es eso o una bata rosa de seda. Tú eliges, pero tienes que ponerte algo encima.

Habría sido imposible que Aidan no reconociese la súplica en sus ojos. Era evidente que estaba luchando desesperadamente contra la atracción que sentía por él. Quizá no quisiera complicar las cosas aún más. O quizá tuviese una relación. O tal vez la avergonzaba el poco autocontrol que tenía sobre su atracción hacia un barman.

Se encogió de hombros para sus adentros y trató de meterse la camiseta por la cabeza. Le costó bastante, pero después de estirarla de aquí y de allí logró bajarla hasta que le cubrió casi todo el estómago.

–Bueno, pues ya está –dijo.

Al alzar la vista, a pesar de lo ridículo que debía estar con aquella minúscula camiseta de mujer, se encontró a Violet mirándolo embobada.

–¿Qué pasa? –inquirió, bajando la vista a la camiseta.

No era difícil imaginar cuál era el problema. La camiseta le quedaba justa, muy justa, y se le marcaban los abdominales bajo la fina tela. Su solución había tenido justo el efecto contrario.

–¡Ay, madre…! Debería haberte dado la bata –murmuró Violet con un suspiro, sacudiendo la cabeza–. Quítate la camiseta; verte con ella no ayuda nada.

–¿Los pantalones también? –inquirió Aidan con una sonrisa traviesa.

Violet tragó saliva y negó con la cabeza.

–Eh… No, solo la camiseta.

«Solo la camiseta… de momento», pensó él para sus adentros, sonriendo divertido, y se la sacó de nuevo por la cabeza.

 

 

–Esta semana casi no hemos tenido noticias de ti, Violet –observó Harper en la habitual noche de chicas del grupo, con una copa de vino en la mano.

–¿Le están saliendo ya los dientes a Knox? –le preguntó Emma–. Cuando empezaron a salirle a Georgie, la pobre no dormía nada por las noches, y yo tampoco. Me pasé varias semanas completamente zombi y eso que tenía a la niñera cuidando de ella por las mañanas…

–¿Es eso lo que me espera? –inquirió Lucy preocupada, frunciendo ligeramente el ceño.

–Y multiplicado por dos –apuntó Harper con una sonrisa malévola. Era la única del grupo sin un bebé o uno en camino, así que estaba delgada, descansada, y a ojos de las demás llevaba una vida fabulosa–. Prepárate, porque lo vas a tener mucho peor que Emma y que Violet.

–Gracias por recordármelo, querida cuñada –gruñó Lucy, antes de tomar un sorbo de su limonada.

Estaba de ocho meses y medio y embarazada de gemelos: un niño y una niña. Se había casado con el hermano de Harper, Oliver, hacía unos meses, y estaban ansiosos por que nacieran los bebés.

–Para eso estoy aquí –contestó Harper con sorna–. Y ahora en serio, Vi, ¿qué es lo que te pasa?

Violet habría preferido que sus amigas siguieran picándose para no tener que responder a la pregunta de Harper, pero sabía que esta no iba a dejarlo estar. Además, desde un principio había sabido que siendo la noche de chicas no tendría más remedio que contárselo todo, porque sus amigas podía olisquear un secreto a leguas, igual que un sabueso. Inspiró profundamente y dijo:

–Sí que están empezando a salirle los dientes a Knox, pero no se trata de eso. Ha ocurrido algo.

–¿En serio? –inquirió Emma, inclinándose hacia ella con curiosidad–. Venga, cuéntanos.

–Beau no estará dándote la lata otra vez, ¿no? –preguntó Lucy en un tono preocupado.

A Violet no le sorprendió la pregunta. Desde el nacimiento de Knox, su exnovio le había pedido varias veces que le diera otra oportunidad. Hasta le había dicho que le daba igual de quién fuera hijo Knox, que seguía queriendo casarse con ella. De hecho, había sido ella quien le había pedido que se hiciera la prueba de paternidad, y quien le había devuelto el anillo y puesto fin a su relación cuando los resultados habían confirmado lo que se habían sospechado. A Beau le había hecho tan poca gracia como a sus padres que rompiese con él, pero había tenido muy claro que era lo que debía hacer.

–No, gracias a Dios hace varias semanas que no sé nada de Beau. En realidad, son buenas noticias: he hecho un gran avance con respecto a mi amnesia.

–¿Has recordado algo? –inquirió Lucy, mirándola con los ojos muy abiertos.

Violet asintió.

–No todo –admitió–, pero creo que sí lo más importante.

–¿Has recordado quién es el padre de Knox? –inquirió Emma en un susurro.

–Sí.