Un jefe apasionado - Carol Marinelli - E-Book

Un jefe apasionado E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

Bianca 2000 Él pretende ascender a su secretaria, ella quiere otra cosa… La sencilla Emma Stephenson no era una secretaria despampanante, pero para Luca D'Amato, mujeriego empedernido, conquistarla se convierte en su juego preferido. La sensata Emma creía que lo único que iban a compartir era el despacho… ¡no la cama! Pero pronto se da cuenta de lo que significa realmente ser la secretaria de Luca.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Carol Marinelli

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un jefe apasionado, n.º 2000 - noviembre 2022

Título original: Innocent Secretary...Accidentally Pregnant

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-308-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EMMA había sido sincera, incluso por teléfono, antes de la entrevista, había admitido que asistía a un curso nocturno de arte y que esperaba dedicarse a ello por entero en dos años.

Todo había ido bien hasta el momento en que Evelyn salió.

Se había preparado muy bien para la entrevista: había leído todo lo posible sobre D’Amato Financiers, una empresa de un éxito espectacular incluso en tiempos difíciles. Por lo que había leído sobre Luca D’Amato en una entrevista que él había concedido, se veía que era un hombre directo cuyo éxito radicaba en su capacidad de decisión, transparencia fiscal y negativa a dejarse llevar por el sensacionalismo.

Sí, iba bien preparada. Incluso había ido a unas tiendas de segunda mano y había encontrado un espectacular traje de diseño color lila, quizá algo ajustado para su redondeado cuerpo; se había alisado los castaños rizos y se había recogido el pelo en un moño; y, a pesar de estar en la ruina, había ido a unos grandes almacenes y, fingiendo estar probando distintos maquillajes para el día de su boda, había conseguido que la maquillaran gratis, tal y como aconsejaba hacer una revista del corazón.

Sus hermanos y su padre solían hacer comentarios jocosos sobre su adicción a las revistas del corazón, pero a ella la habían ayudado mucho. Criarse sin su madre, vivir en una casa en tan mal estado que, cuando había invitado a alguna amiga, ésta se había negado a volver, le había hecho refugiarse en las revistas del corazón. Eran esas revistas las que le habían aconsejado sobre desodorantes, besos y sujetadores, las que le habían dicho qué hacer cuando, a los doce años, había descubierto que tenía mucho vello en las piernas. Y aunque ya no era tan adicta a las revistas, a los veinticuatro años había acudido a ellas para documentarse sobre maquillaje, vestimenta y cómo conseguir un buen trabajo.

Su aspecto era fantástico, justo la imagen que había esperado lograr: acicalada, perspicaz y algo insolente. Justo la imagen perfecta para la moderna mujer profesional de la city.

 

 

–Y el señor D’Amato preferiría a alguien que hablara japonés… –continuó Evelyn.

–No decía eso el anuncio –observó Emma–. Y usted tampoco lo mencionó cuando hablamos por teléfono.

–A Luca… Al señor D’Amato no le gusta entrar en detalles en los anuncios y yo soy de la misma opinión. Cuando nos encontramos con la persona adecuada, lo sabemos.

Emma no pudo contestar nada a eso, estaba claro que esa mujer había decidido que ella no era la persona adecuada.

Pero…

Ahora, a pesar de reconocer que había sido un sueño imposible, ahora que había visto lo que podía ser, quería ese trabajo. El sueldo era extraordinario. El hogar paterno, a pesar de llevar meses en venta, aún no se había vendido y las cuentas de la residencia de ancianos se estaban apilando. Evelyn le había dicho por teléfono que el personal que trabajaba para Luca se quemaba rápidamente; él era un jefe severo, exigía completa devoción, y el trabajo y los viajes absorberían todo su tiempo. Cosa que a ella no le importaba en absoluto.

Un año de trabajo duro cubriría todos los gastos de la residencia. En ese tiempo, la casa se vendería y se podrían pagar las deudas. Un año de duro trabajo y, por fin, se vería libre para realizar el sueño de su vida, libre para llevar la vida que no había podido llevar hasta el momento.

Pero sus esperanzas se estaban desvaneciendo rápidamente.

–Si me disculpa un momento… –Evelyn sonrió educada y fríamente–. Tengo que hacer una llamada urgente.

Evelyn no podía haber dejado más claro que la entrevista había acabado.

–Bueno, gracias por haberme recibido –debería ponerse en pie y marcharse, pero inexplicablemente estaba retrasándolo mientras las lágrimas acechaban tras, de nuevo, cerrársele otra puerta a un futuro mejor–. Gracias.

El horóscopo tenía la culpa, pensó Emma mientras Evelyn añadía una nota en su bien preparado currículo. El horóscopo le había dicho que «adelante, tienes que atreverte y ganártelo a pulso». Le había dicho que Júpiter y Marte estaban en la décima casa, lo que aseguraba el éxito profesional…

Estúpidos horóscopos, pensó mientras extendía el brazo para agarrar su bolso. Además, qué más daba, no creía en ellos.

Y entonces entró él.

Y la estancia se oscureció.

Bueno, no se oscureció, pero daba igual porque sólo podía verle a él.

Vestido con esmoquin a las cuatro de la tarde, se acercó. Evelyn se puso en pie.

–El señor Hirosiko quiere un «cara a cara» la semana que viene.

–No –respondió él.

–Kasumi ha insistido.

–Que tenga ella el «cara a cara».

–Y tu hermana ha llamado; estaba disgustada, quiere que pases allí todo el fin de semana.

–Dile que, dado que soy yo quien paga por el fin de semana, tengo derecho a elegir el tiempo que voy a pasar allí –respondió él con un fuerte acento italiano que a Emma la hizo temblar de placer.

Los ojos de él se pasearon por la estancia y la miraron con aburrimiento y absoluto desinterés al principio. Pero la segunda mirada fue completamente distinta; era la misma mirada que su padre y sus hermanos lanzaban a algunas mujeres en la gasolinera, el supermercado, los conciertos escolares, el bar… en cualquier parte.

Era una mirada peligrosa.

Con un metro ochenta y ocho y ojos azul marino, Luca D’Amato tenía escrita en la frente la palabra «peligro». Tenía el cabello negro azabache y lo llevaba peinado hacia atrás, pero un rizo se le había escapado y, con una mano, se lo peinó hacia atrás. Había visto fotos de él, sabía que era guapo, pero las fotos no le hacían justicia. La imperfección de una cicatriz en el pómulo izquierdo sólo ensalzaba su general perfección.

–Me parece que no nos hemos presentado –los sensuales labios esbozaron una sonrisa–, ¿Usted es…?

Emma tuvo problemas para recuperar el habla, Evelyn habló por ella:

–Es Emma Stephenson –Evelyn parecía estar chupando limones, y fue entonces cuando Emma empezó a sospechar que la verdadera razón de no conseguir el trabajo era quizá que Evelyn había esperado alguien más mayor, más gorda, más fea…–. Estábamos acabando la entrevista.

–¿Para el trabajo de ayudante personal? –Luca le ofreció la mano y ella sintió unos cálidos dedos envolviéndole la suya. Entonces, fue como si él le hubiera leído el pensamiento–. ¡Pero tengo un corazón de hielo!

–¡No me cabe la menor duda de ello! –le espetó Emma. Ese hombre no tenía vergüenza y Evelyn se lo podía quedar–, En fin, de nuevo, gracias por haberme recibido.

Emma salió al vestíbulo y tomó el ascensor; pero, cuando en el vestíbulo fue a firmar la ficha de salida, se dio cuenta de que se había dejado el bolso. De eso, y de que, a pesar de las apariencias y de lo bien que lo había disimulado, se le habían hecho múltiples nudos en el estómago en presencia de Luca D’Amato. Era increíblemente guapo y tenía unos ojos que la desnudaban a una y la metían en la cama en cuestión de segundos; y ella, intencionadamente, no le había correspondido.

Emma volvió a subir en el ascensor y, al llegar al piso e ir a salir, se topó con él, que se disponía a entrar…

–No esperaba volverla a ver –él no se movió, sus anchos hombros le obstaculizaban la salida–, Tengo entendido que la entrevista no ha ido muy bien.

–No.

–Qué pena.

Emma tragó saliva antes de contestar:

–Me he dejado el bolso, sólo venía a recogerlo –explicó ella–. ¿Va a bajar? –preguntó Emma cuando, por fin, él se echó a un lado, permitiéndole salir.

–No, subo –Luca sonrió traviesamente–, Arriba del todo, a la azotea. Bueno, en realidad, voy a París.

–Estupendo.

–El helicóptero está en la azotea.

–Sí, los helicópteros suelen estar ahí –observó ella con sorna.

–Una cena formal, muy aburrida, pero quizá después… ¿Tiene algo que hacer esta tarde?

–Cena delante del televisor, una de mis series de misterio preferidas –Emma le dedicó una dulce sonrisa–. Como verá, no se puede comparar.

Luca sonreía abiertamente mientras sujetaba la puerta en espera a que ella volviera a entrar. Tan arrogante, tan seguro de sí mismo, convencido de que lo único que necesitaba era chasquear los dedos y hecho. Sólo captó el mensaje cuando ella abrió la puerta de sus oficinas personales.

–Si lo que le preocupa es que no tiene nada que ponerse… –dijo él con perplejidad.

–¡No, eso no me preocupa en absoluto! –Emma se rió. Como él no iba a ser su jefe, nada le impedía decirle exactamente qué podía hacer con su invitación–. Como ya le he dicho, no hay comparación posible, prefiero la televisión.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Emma estaba tan irritada que olvidó llamar a la puerta antes de entrar en el despacho de Evelyn, y se llevó una sorpresa: la arrogante mujer que había destruido sus esperanzas hacía un momento estaba hecha un mar de lágrimas. Al principio, Evelyn se mostró avergonzada de su comportamiento; después, estaba tan disgustada que dejó de importarle.

–¡Negativo! –exclamó llorando–. Estaba tan segura, tan segura…

–Lo siento –¿qué otra cosa podía decir?–. Lo siento mucho.

Y lo único que se le ocurrió hacer fue llevar a la otra mujer al asiento más próximo y darle unos pañuelos de celulosa mientras Evelyn le contaba su triste historia.

Casada desde hacía cinco años.

Intentando quedarse embarazada cuatro años y medio.

Inseminación artificial, inyecciones, inhaladores, pruebas y extracción de óvulos.

Y ahora tenía que llamar a Paul y decírselo. Tenía que llamar a su absolutamente encantador esposo, que quería un hijo tanto como ella, y decirle que el segundo intento de embarazo por inseminación artificial había fallado.

Emma se quedó escuchándola, le sirvió un vaso de agua, le dio más pañuelos de celulosa y, por fin, cuando Evelyn se hubo desahogado, recordó dónde estaba y con quién estaba hablando.

–Has sido muy amable… sobre todo, después de lo fría que he estado contigo.

–No te preocupes. Si no soy la persona adecuada…

–No, no es eso… no ha tenido nada que ver con tu experiencia ni con que no hables japonés.

–Ahora ya lo sé.

–No, lo que quiero decir…

–Lo entiendo, de verdad. Admito que había supuesto que él te gustaba, pero…

Emma lanzó una queda carcajada al ver a Evelyn sonreír y mirar hacia el techo.

–No, en absoluto. Lo que pasa es que estoy harta de preparar a secretarias para que se vayan después de que él se haya acostado con ellas. Luca es incorregible.

–¡Ya me he dado cuenta! –exclamó Emma con un gruñido–. Acaba de invitarme a ir a cenar a París con él. Quizá debieras buscar un hombre para este puesto de trabajo.

–También se enamoraría de Luca –Evelyn suspiró y luego parpadeó–. ¿Has dicho París?

–Sí.

–¿Te parece atractivo?

–Es divino –contestó Emma–. Es increíblemente guapo y cualquier mujer que dijera lo contrario mentiría.

–Entonces, ¿por qué no has aceptado la invitación? –preguntó Evelyn.

–Porque le conozco –respondió Emma–. No a Luca personalmente, pero sé cómo son los hombres. Me he criado en una casa llena de hombres, y todos extraordinariamente guapos.

–¿Y tu madre?

–Murió cuando yo tenía cuatro años –dijo Emma sencillamente, en un tono de voz que no pedía compasión–. Mis hermanos son mayores que yo. Y mi padre… digamos que un viudo guapo atrae a muchas mujeres; todas ellas decididas a cambiarle, todas ellas creyendo que él está esperando a que aparezca la nueva señora Stephenson.

–Luca es un buen hombre –dijo Evelyn, algo avergonzada de estar hablando de su jefe en un aspecto tan personal–. En el fondo, cuando no es insoportable, es un hombre encantador. Acepta el trabajo de asistente personal; de esa manera, podré dejar de pasarme el día viajando y de trabajar tantas horas. Luca es genial, en serio.

–Siempre y cuando no te enamores de él, ¿no? –dijo Emma–. Siempre y cuando no albergues la esperanza de poder cambiarle algún día.

–Lo has entendido perfectamente –Evelyn, maravillada, parpadeó.

–Sí, lo entiendo –Emma agarró su bolso y se lo colgó del hombro–. Será mejor que me vaya.

–Y será mejor que yo llame a Paul ya.

Y no había comparación. Ni por un segundo había considerado aceptar la invitación de Luca; pero en pijama, sentada, después de cenar delante del televisor, mientras veía los títulos de crédito de su programa preferido, la casa se le antojó demasiado grande y demasiado solitaria.

Solitaria…

Nunca lo había admitido, ni siquiera a sí misma.

Por supuesto, tenía amigos, trabajo y se mantenía ocupada; pero a veces, a veces le habría gustado no ser tan sabia, tan cínica y tan escéptica en lo que a los hombres se refería.

Agarró una revista, fue directamente a la página dedicada a problemas y leyó sobre las vidas de otras personas, los problemas de otras personas; y, una vez más, echó de menos a su madre. Echó de menos las conversaciones que, sin duda, habrían tenido sobre los chicos y los hombres. A sus amigas les resultaba fácil enamorarse y desenamorarse, cambiar de relación, y algunas de ellas incluso se habían casado o se habían ido a vivir con sus novios.

Ella, por el contrario, seguía igual.

Retraída debido a las bromas de sus hermanos, con demasiado miedo a sufrir, había ocultado sus primeros enamoramientos, había rechazado las invitaciones de los chicos durante la adolescencia y había envidiado a las chicas a las que los inicios de los juegos amorosos les habían resultado tan fáciles.

«Querida Barbara», escribió mentalmente. «Soy una mujer atractiva de veinticuatro años. Tengo amigos, trabajo, me mantengo ocupada y sigo siendo virgen. Ah, y acabo de rechazar una invitación a acompañar a París al hombre más atractivo del planeta».

¡Sería la carta de la semana!

Y aunque era estupendo que al llegar a casa no hubiera encontrado mensajes de la residencia donde estaba su padre ni más facturas, estaba desinflada.

Durante una milésima de segundo, deseó ser tonta e impulsiva.

Deseó haber dicho que sí a la invitación de Luca.

 

 

Luca zapeó los canales de televisión.

Aunque no la estaba viendo. Pero el televisor estaba encendido todo el día como ruido de fondo para el perro, Pepper, a pesar de que el animal no lo agradecía.

La noche se prolongaba interminablemente mientras él se lamentaba de estar aburrido y bostezando a las once de la noche en París.

Debería estar agotado, llevaba levantado desde las cinco de la mañana, pero no podía dejar de pensar. Los de Hemming’s, una importante cadena alimentaria, le habían llamado demasiado tarde para que él pudiera evitar que se fuera a pique.

Sin embargo, podía ver la forma de salvarles.

Sacó una cerveza del frigorífico e intentó no pensar en ello, intentó relajarse. ¿Por qué todos insistían en entrevistarse con él en persona, por qué no se conformaban con una reunión por videoconferencia?

Qué demonios, incluso un mensaje electrónico bastaba en la mayoría de los casos.

No le iría mal algo de sexo.

Y había muchas dispuestas.

El problema era que no quería molestarse en hablar.

Esa noche no tenía ganas de fingir estar interesado en lo que pudieran contarle.

Dejó la cerveza y se quitó la corbata y los gemelos. Después, abrió la puerta que conducía a la enorme terraza para que el animal saliera e hiciera lo que los perros hacían. Su criada se encargaría de limpiarlo a la mañana siguiente.

Martha, una antigua novia, después de acompañarle a Sicilia a su hogar paterno tres años atrás, se había instalado en su casa y, cuando él la echó, ella, convenientemente, se dejó el perro olvidado.

–Tú –dijo Luca volviendo al frigorífico para sacar algo de comida–, eres el perro más patético que he visto en mi vida.

Luca tomó un muslo de pollo y se lo comió mientras se tumbaba en el sofá con Pepper a su lado en el suelo.

–Tú estás a régimen –le recordó Luca.

Mientras medio veía un programa de misterio en la televisión, se echó atrás y arrojó algunos trozos de pollo al suelo.

Había sido un infierno romper con Martha, las lágrimas y las protestas de ella por la inesperada ruptura habían sido inacabables, y una y otra vez le había preguntado por qué acabar con algo tan bueno.

Y le había dejado a Pepper, segura de que él se arrepentiría de haber terminado la relación y que la llamaría; pero de lo que Martha no se había dado cuenta era de que cuando él daba algo por acabado estaba acabado, de que prefería hacerse cargo de un perro senil y maloliente a tener que verla otra vez.

La serie de misterio no estaba tan mal…

Tres minutos antes del final del último episodio de la temporada, Luca pensó que era una serie a la que podría engancharse.

Entonces aparecieron los títulos de crédito.

Y se dio cuenta de que ésa era la serie que Emma había mencionado.

Sabía que ella también estaba viéndolos.

Lo sabía. Y sintió que hubiera rechazado su invitación a ir a París con él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

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