Un jefe apasionado - Chantaje en la cama - Carol Marinelli - E-Book

Un jefe apasionado - Chantaje en la cama E-Book

Carol Marinelli

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Beschreibung

Ómnibus Bianca 441 Un jefe apasionado Él pretende ascender a su secretaria, ella quiere otra cosa… La sencilla Emma Stephenson no era una secretaria despampanante, pero para Luca D'Amato, mujeriego empedernido, conquistarla se convierte en su juego preferido. La sensata Emma creía que lo único que iban a compartir era el despacho… ¡no la cama! Pero pronto se da cuenta de lo que significa realmente ser la secretaria de Luca. Chantaje en la cama Una inocente inglesa… seducida por un magnate griego. Karin, una heredera que trabaja de bibliotecaria, ha fracasado en su primer acto de rebeldía. Ha intentado recuperar el símbolo de todo lo que valora en su vida, pero el despiadado multimillonario Xante Tatsis la ha pillado con las manos en la masa. ¿Por qué le roba esa mujer? Xante siente curiosidad. Él pone sus condiciones para salvarla del escándalo y llegar a la verdad. Si Karin quiere recuperar la preciosa joya familiar, tendrá que ganársela en el dormitorio.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 441 - diciembre 2022

 

© 2009 Carol Marinelli

Un jefe apasionado

Título original: Innocent Secretary...Accidentally Pregnant

 

© 2009 Harlequin Enterprises Ulc

Chantaje en la cama

Título original: Blackmailed into the Greek Tycoon’s Bed

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin

Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-035-9

Índice

 

Créditos

Índice

 

Un jefe apasionado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

 

Chantaje en la cama

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EMMA había sido sincera, incluso por teléfono, antes de la entrevista, había admitido que asistía a un curso nocturno de arte y que esperaba dedicarse a ello por entero en dos años.

Todo había ido bien hasta el momento en que Evelyn salió.

Se había preparado muy bien para la entrevista: había leído todo lo posible sobre D’Amato Financiers, una empresa de un éxito espectacular incluso en tiempos difíciles. Por lo que había leído sobre Luca D’Amato en una entrevista que él había concedido, se veía que era un hombre directo cuyo éxito radicaba en su capacidad de decisión, transparencia fiscal y negativa a dejarse llevar por el sensacionalismo.

Sí, iba bien preparada. Incluso había ido a unas tiendas de segunda mano y había encontrado un espectacular traje de diseño color lila, quizá algo ajustado para su redondeado cuerpo; se había alisado los castaños rizos y se había recogido el pelo en un moño; y, a pesar de estar en la ruina, había ido a unos grandes almacenes y, fingiendo estar probando distintos maquillajes para el día de su boda, había conseguido que la maquillaran gratis, tal y como aconsejaba hacer una revista del corazón.

Sus hermanos y su padre solían hacer comentarios jocosos sobre su adicción a las revistas del corazón, pero a ella la habían ayudado mucho. Criarse sin su madre, vivir en una casa en tan mal estado que, cuando había invitado a alguna amiga, ésta se había negado a volver, le había hecho refugiarse en las revistas del corazón. Eran esas revistas las que le habían aconsejado sobre desodorantes, besos y sujetadores, las que le habían dicho qué hacer cuando, a los doce años, había descubierto que tenía mucho vello en las piernas. Y aunque ya no era tan adicta a las revistas, a los veinticuatro años había acudido a ellas para documentarse sobre maquillaje, vestimenta y cómo conseguir un buen trabajo.

Su aspecto era fantástico, justo la imagen que había esperado lograr: acicalada, perspicaz y algo insolente. Justo la imagen perfecta para la moderna mujer profesional de la city.

 

 

–Y el señor D’Amato preferiría a alguien que hablara japonés… –continuó Evelyn.

–No decía eso el anuncio –observó Emma–. Y usted tampoco lo mencionó cuando hablamos por teléfono.

–A Luca… Al señor D’Amato no le gusta entrar en detalles en los anuncios y yo soy de la misma opinión. Cuando nos encontramos con la persona adecuada, lo sabemos.

Emma no pudo contestar nada a eso, estaba claro que esa mujer había decidido que ella no era la persona adecuada.

Pero…

Ahora, a pesar de reconocer que había sido un sueño imposible, ahora que había visto lo que podía ser, quería ese trabajo. El sueldo era extraordinario. El hogar paterno, a pesar de llevar meses en venta, aún no se había vendido y las cuentas de la residencia de ancianos se estaban apilando. Evelyn le había dicho por teléfono que el personal que trabajaba para Luca se quemaba rápidamente; él era un jefe severo, exigía completa devoción, y el trabajo y los viajes absorberían todo su tiempo. Cosa que a ella no le importaba en absoluto.

Un año de trabajo duro cubriría todos los gastos de la residencia. En ese tiempo, la casa se vendería y se podrían pagar las deudas. Un año de duro trabajo y, por fin, se vería libre para realizar el sueño de su vida, libre para llevar la vida que no había podido llevar hasta el momento.

Pero sus esperanzas se estaban desvaneciendo rápidamente.

–Si me disculpa un momento… –Evelyn sonrió educada y fríamente–. Tengo que hacer una llamada urgente.

Evelyn no podía haber dejado más claro que la entrevista había acabado.

–Bueno, gracias por haberme recibido –debería ponerse en pie y marcharse, pero inexplicablemente estaba retrasándolo mientras las lágrimas acechaban tras, de nuevo, cerrársele otra puerta a un futuro mejor–. Gracias.

El horóscopo tenía la culpa, pensó Emma mientras Evelyn añadía una nota en su bien preparado currículo. El horóscopo le había dicho que «adelante, tienes que atreverte y ganártelo a pulso». Le había dicho que Júpiter y Marte estaban en la décima casa, lo que aseguraba el éxito profesional…

Estúpidos horóscopos, pensó mientras extendía el brazo para agarrar su bolso. Además, qué más daba, no creía en ellos.

Y entonces entró él.

Y la estancia se oscureció.

Bueno, no se oscureció, pero daba igual porque sólo podía verle a él.

Vestido con esmoquin a las cuatro de la tarde, se acercó. Evelyn se puso en pie.

–El señor Hirosiko quiere un «cara a cara» la semana que viene.

–No –respondió él.

–Kasumi ha insistido.

–Que tenga ella el «cara a cara».

–Y tu hermana ha llamado; estaba disgustada, quiere que pases allí todo el fin de semana.

–Dile que, dado que soy yo quien paga por el fin de semana, tengo derecho a elegir el tiempo que voy a pasar allí –respondió él con un fuerte acento italiano que a Emma la hizo temblar de placer.

Los ojos de él se pasearon por la estancia y la miraron con aburrimiento y absoluto desinterés al principio. Pero la segunda mirada fue completamente distinta; era la misma mirada que su padre y sus hermanos lanzaban a algunas mujeres en la gasolinera, el supermercado, los conciertos escolares, el bar… en cualquier parte.

Era una mirada peligrosa.

Con un metro ochenta y ocho y ojos azul marino, Luca D’Amato tenía escrita en la frente la palabra «peligro». Tenía el cabello negro azabache y lo llevaba peinado hacia atrás, pero un rizo se le había escapado y, con una mano, se lo peinó hacia atrás. Había visto fotos de él, sabía que era guapo, pero las fotos no le hacían justicia. La imperfección de una cicatriz en el pómulo izquierdo sólo ensalzaba su general perfección.

–Me parece que no nos hemos presentado –los sensuales labios esbozaron una sonrisa–, ¿Usted es…?

Emma tuvo problemas para recuperar el habla, Evelyn habló por ella:

–Es Emma Stephenson –Evelyn parecía estar chupando limones, y fue entonces cuando Emma empezó a sospechar que la verdadera razón de no conseguir el trabajo era quizá que Evelyn había esperado alguien más mayor, más gorda, más fea…–. Estábamos acabando la entrevista.

–¿Para el trabajo de ayudante personal? –Luca le ofreció la mano y ella sintió unos cálidos dedos envolviéndole la suya. Entonces, fue como si él le hubiera leído el pensamiento–. ¡Pero tengo un corazón de hielo!

–¡No me cabe la menor duda de ello! –le espetó Emma. Ese hombre no tenía vergüenza y Evelyn se lo podía quedar–, En fin, de nuevo, gracias por haberme recibido.

Emma salió al vestíbulo y tomó el ascensor; pero, cuando en el vestíbulo fue a firmar la ficha de salida, se dio cuenta de que se había dejado el bolso. De eso, y de que, a pesar de las apariencias y de lo bien que lo había disimulado, se le habían hecho múltiples nudos en el estómago en presencia de Luca D’Amato. Era increíblemente guapo y tenía unos ojos que la desnudaban a una y la metían en la cama en cuestión de segundos; y ella, intencionadamente, no le había correspondido.

Emma volvió a subir en el ascensor y, al llegar al piso e ir a salir, se topó con él, que se disponía a entrar…

–No esperaba volverla a ver –él no se movió, sus anchos hombros le obstaculizaban la salida–, Tengo entendido que la entrevista no ha ido muy bien.

–No.

–Qué pena.

Emma tragó saliva antes de contestar:

–Me he dejado el bolso, sólo venía a recogerlo –explicó ella–. ¿Va a bajar? –preguntó Emma cuando, por fin, él se echó a un lado, permitiéndole salir.

–No, subo –Luca sonrió traviesamente–, Arriba del todo, a la azotea. Bueno, en realidad, voy a París.

–Estupendo.

–El helicóptero está en la azotea.

–Sí, los helicópteros suelen estar ahí –observó ella con sorna.

–Una cena formal, muy aburrida, pero quizá después… ¿Tiene algo que hacer esta tarde?

–Cena delante del televisor, una de mis series de misterio preferidas –Emma le dedicó una dulce sonrisa–. Como verá, no se puede comparar.

Luca sonreía abiertamente mientras sujetaba la puerta en espera a que ella volviera a entrar. Tan arrogante, tan seguro de sí mismo, convencido de que lo único que necesitaba era chasquear los dedos y hecho. Sólo captó el mensaje cuando ella abrió la puerta de sus oficinas personales.

–Si lo que le preocupa es que no tiene nada que ponerse… –dijo él con perplejidad.

–¡No, eso no me preocupa en absoluto! –Emma se rió. Como él no iba a ser su jefe, nada le impedía decirle exactamente qué podía hacer con su invitación–. Como ya le he dicho, no hay comparación posible, prefiero la televisión.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Emma estaba tan irritada que olvidó llamar a la puerta antes de entrar en el despacho de Evelyn, y se llevó una sorpresa: la arrogante mujer que había destruido sus esperanzas hacía un momento estaba hecha un mar de lágrimas. Al principio, Evelyn se mostró avergonzada de su comportamiento; después, estaba tan disgustada que dejó de importarle.

–¡Negativo! –exclamó llorando–. Estaba tan segura, tan segura…

–Lo siento –¿qué otra cosa podía decir?–. Lo siento mucho.

Y lo único que se le ocurrió hacer fue llevar a la otra mujer al asiento más próximo y darle unos pañuelos de celulosa mientras Evelyn le contaba su triste historia.

Casada desde hacía cinco años.

Intentando quedarse embarazada cuatro años y medio.

Inseminación artificial, inyecciones, inhaladores, pruebas y extracción de óvulos.

Y ahora tenía que llamar a Paul y decírselo. Tenía que llamar a su absolutamente encantador esposo, que quería un hijo tanto como ella, y decirle que el segundo intento de embarazo por inseminación artificial había fallado.

Emma se quedó escuchándola, le sirvió un vaso de agua, le dio más pañuelos de celulosa y, por fin, cuando Evelyn se hubo desahogado, recordó dónde estaba y con quién estaba hablando.

–Has sido muy amable… sobre todo, después de lo fría que he estado contigo.

–No te preocupes. Si no soy la persona adecuada…

–No, no es eso… no ha tenido nada que ver con tu experiencia ni con que no hables japonés.

–Ahora ya lo sé.

–No, lo que quiero decir…

–Lo entiendo, de verdad. Admito que había supuesto que él te gustaba, pero…

Emma lanzó una queda carcajada al ver a Evelyn sonreír y mirar hacia el techo.

–No, en absoluto. Lo que pasa es que estoy harta de preparar a secretarias para que se vayan después de que él se haya acostado con ellas. Luca es incorregible.

–¡Ya me he dado cuenta! –exclamó Emma con un gruñido–. Acaba de invitarme a ir a cenar a París con él. Quizá debieras buscar un hombre para este puesto de trabajo.

–También se enamoraría de Luca –Evelyn suspiró y luego parpadeó–. ¿Has dicho París?

–Sí.

–¿Te parece atractivo?

–Es divino –contestó Emma–. Es increíblemente guapo y cualquier mujer que dijera lo contrario mentiría.

–Entonces, ¿por qué no has aceptado la invitación? –preguntó Evelyn.

–Porque le conozco –respondió Emma–. No a Luca personalmente, pero sé cómo son los hombres. Me he criado en una casa llena de hombres, y todos extraordinariamente guapos.

–¿Y tu madre?

–Murió cuando yo tenía cuatro años –dijo Emma sencillamente, en un tono de voz que no pedía compasión–. Mis hermanos son mayores que yo. Y mi padre… digamos que un viudo guapo atrae a muchas mujeres; todas ellas decididas a cambiarle, todas ellas creyendo que él está esperando a que aparezca la nueva señora Stephenson.

–Luca es un buen hombre –dijo Evelyn, algo avergonzada de estar hablando de su jefe en un aspecto tan personal–. En el fondo, cuando no es insoportable, es un hombre encantador. Acepta el trabajo de asistente personal; de esa manera, podré dejar de pasarme el día viajando y de trabajar tantas horas. Luca es genial, en serio.

–Siempre y cuando no te enamores de él, ¿no? –dijo Emma–. Siempre y cuando no albergues la esperanza de poder cambiarle algún día.

–Lo has entendido perfectamente –Evelyn, maravillada, parpadeó.

–Sí, lo entiendo –Emma agarró su bolso y se lo colgó del hombro–. Será mejor que me vaya.

–Y será mejor que yo llame a Paul ya.

Y no había comparación. Ni por un segundo había considerado aceptar la invitación de Luca; pero en pijama, sentada, después de cenar delante del televisor, mientras veía los títulos de crédito de su programa preferido, la casa se le antojó demasiado grande y demasiado solitaria.

Solitaria…

Nunca lo había admitido, ni siquiera a sí misma.

Por supuesto, tenía amigos, trabajo y se mantenía ocupada; pero a veces, a veces le habría gustado no ser tan sabia, tan cínica y tan escéptica en lo que a los hombres se refería.

Agarró una revista, fue directamente a la página dedicada a problemas y leyó sobre las vidas de otras personas, los problemas de otras personas; y, una vez más, echó de menos a su madre. Echó de menos las conversaciones que, sin duda, habrían tenido sobre los chicos y los hombres. A sus amigas les resultaba fácil enamorarse y desenamorarse, cambiar de relación, y algunas de ellas incluso se habían casado o se habían ido a vivir con sus novios.

Ella, por el contrario, seguía igual.

Retraída debido a las bromas de sus hermanos, con demasiado miedo a sufrir, había ocultado sus primeros enamoramientos, había rechazado las invitaciones de los chicos durante la adolescencia y había envidiado a las chicas a las que los inicios de los juegos amorosos les habían resultado tan fáciles.

«Querida Barbara», escribió mentalmente. «Soy una mujer atractiva de veinticuatro años. Tengo amigos, trabajo, me mantengo ocupada y sigo siendo virgen. Ah, y acabo de rechazar una invitación a acompañar a París al hombre más atractivo del planeta».

¡Sería la carta de la semana!

Y aunque era estupendo que al llegar a casa no hubiera encontrado mensajes de la residencia donde estaba su padre ni más facturas, estaba desinflada.

Durante una milésima de segundo, deseó ser tonta e impulsiva.

Deseó haber dicho que sí a la invitación de Luca.

 

 

Luca zapeó los canales de televisión.

Aunque no la estaba viendo. Pero el televisor estaba encendido todo el día como ruido de fondo para el perro, Pepper, a pesar de que el animal no lo agradecía.

La noche se prolongaba interminablemente mientras él se lamentaba de estar aburrido y bostezando a las once de la noche en París.

Debería estar agotado, llevaba levantado desde las cinco de la mañana, pero no podía dejar de pensar. Los de Hemming’s, una importante cadena alimentaria, le habían llamado demasiado tarde para que él pudiera evitar que se fuera a pique.

Sin embargo, podía ver la forma de salvarles.

Sacó una cerveza del frigorífico e intentó no pensar en ello, intentó relajarse. ¿Por qué todos insistían en entrevistarse con él en persona, por qué no se conformaban con una reunión por videoconferencia?

Qué demonios, incluso un mensaje electrónico bastaba en la mayoría de los casos.

No le iría mal algo de sexo.

Y había muchas dispuestas.

El problema era que no quería molestarse en hablar.

Esa noche no tenía ganas de fingir estar interesado en lo que pudieran contarle.

Dejó la cerveza y se quitó la corbata y los gemelos. Después, abrió la puerta que conducía a la enorme terraza para que el animal saliera e hiciera lo que los perros hacían. Su criada se encargaría de limpiarlo a la mañana siguiente.

Martha, una antigua novia, después de acompañarle a Sicilia a su hogar paterno tres años atrás, se había instalado en su casa y, cuando él la echó, ella, convenientemente, se dejó el perro olvidado.

–Tú –dijo Luca volviendo al frigorífico para sacar algo de comida–, eres el perro más patético que he visto en mi vida.

Luca tomó un muslo de pollo y se lo comió mientras se tumbaba en el sofá con Pepper a su lado en el suelo.

–Tú estás a régimen –le recordó Luca.

Mientras medio veía un programa de misterio en la televisión, se echó atrás y arrojó algunos trozos de pollo al suelo.

Había sido un infierno romper con Martha, las lágrimas y las protestas de ella por la inesperada ruptura habían sido inacabables, y una y otra vez le había preguntado por qué acabar con algo tan bueno.

Y le había dejado a Pepper, segura de que él se arrepentiría de haber terminado la relación y que la llamaría; pero de lo que Martha no se había dado cuenta era de que cuando él daba algo por acabado estaba acabado, de que prefería hacerse cargo de un perro senil y maloliente a tener que verla otra vez.

La serie de misterio no estaba tan mal…

Tres minutos antes del final del último episodio de la temporada, Luca pensó que era una serie a la que podría engancharse.

Entonces aparecieron los títulos de crédito.

Y se dio cuenta de que ésa era la serie que Emma había mencionado.

Sabía que ella también estaba viéndolos.

Lo sabía. Y sintió que hubiera rechazado su invitación a ir a París con él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ERAN las cinco menos cuarto del jueves y todo el personal de D’Amato Financiers, excepto Emma, estaba agitado. Al salir de una reunión con el director de Recursos Humanos, vio a las mujeres maquillándose en sus mesas de despacho y olió diferentes perfumes. Incluso los hombres se estaban acicalando mientras un brillo en los ojos anunciaba su excitación al aproximarse el final de la jornada laboral.

Jueves por la tarde en Londres y todo el mundo parecía tener algún plan.

Menos ella.

Tendría suerte si lograba salir a las siete, y tenía que ir a ver a su padre, y al día siguiente tenía que estar de vuelta en la oficina a las seis de la mañana para reunirse con Luca antes de tomar un avión a las ocho y media para asistir a una reunión en Escocia.

A pesar de seguir siendo un trabajo de ensueño, era muy duro, como había podido comprobar durante las seis semanas que llevaba allí. Como Evelyn le explicara el primer día, el tiempo de Luca era muy valioso, por eso necesitaba dos ayudantes y estaba buscando un tercero, cuatro chóferes y un montón de gente más que se encargaban del funcionamiento de todo con el fin de que Luca hiciera lo que mejor se le daba: salvar empresas con problemas, hacerlas rentables y ganar una obscena cantidad de dinero con ello.

El trabajo de Emma era variado e interesante, aunque a veces era sumamente aburrido, como cuando tenía que encargarse de algún detalle de la boda de la hermana de Luca, o de su perro, o de los días libres del ama de llaves. La lista era interminable.

Emma se fue a los servicios, consciente de que tenía que arreglarse el pelo antes de volver a su despacho y a lo que Luca quisiera que hiciera. Allí, se rehizo la coleta y, de camino al despacho, sacó una taza de chocolate caliente y una bolsa de patatas fritas de una máquina; después, se dirigió directamente al ascensor.

–¡Canalla!

En el momento en que salió del ascensor, Emma se apartó para dejar paso a una deslumbrante mujer de cabello negro azabache que acababa de salir del despacho de Luca.

–Esta vez no he tenido la culpa –dijo Luca asomando la cabeza por la puerta, asegurándose de que podía salir sin peligro–. En serio, esta vez no ha sido culpa mía.

Emma permaneció muda, con los labios apretados, mientras él le quitaba el vaso de chocolate y bebía.

–¡En serio! –insistió Luca.

–Nunca es culpa tuya –dijo Emma sarcásticamente. Quizá no fuera la forma de hablarle a un jefe, pero ella le hablaba así porque mantenía las distancias con él y hacía bien su trabajo. Y quitando la invitación a la cena en París, Luca no había flirteado con ella.

–¿Has leído mis mensajes? –Luca nunca los leía–. Te ha llamado un tal doctor Calista, quiere que le llames.

–Bien.

–Y tu hermana también ha llamado, quiere saber si has mirado las corbatas.

–¿Corbatas?

–Te envió un mensaje con fotos de corbatas para los testigos de la boda y también quiere saber si te vas a quedar. Ha llamado varias veces hoy.

–Recuérdale lo que cobro a la hora y envíale un recibo si sigue llamando –contestó Luca–. Y lo digo en serio.

–¿Que quieres que le cobre a tu hermana por llamarte? –por supuesto, sabía que Luca no hablaba en serio.

–Lo que quiero es que practiques la firmeza que este trabajo exige. No quiero que se me moleste con ese tipo de cosas. ¿Queda claro? –dijo Luca con mucha claridad y mucha firmeza.

–Muy claro.

–Bien. Tú vas a elegir las corbatas, tú te vas a encargar de esas cosas y te doy permiso para que le digas a mi hermana que lo he hecho yo.

–De acuerdo.

Luca se estaba dando la vuelta para volver a su despacho, tiró el vaso de plástico del chocolate en la papelera y entonces se volvió otra vez.

–¿Tienes algo que hacer esta noche?

–Sí –respondió Emma apretando los dientes–. Tengo planes.

–Cancélalos –Luca se encogió de hombros–. Ruby iba a venir conmigo a una horrible cena y a un baile a Hemming’s. Se supone que tengo que ir acompañado.

–¡Tengo planes! –repitió Emma, que empezaba a cansarse de todo aquello.

Trabajaba mucho e iba a ser la cuarta noche que no iba a visitar a su padre y no era justo. ¿Acaso no tenía derecho a una vida privada?

–Tengo que ir a ver a mi padre –explicó con desgana, ya que no quería involucrar a Luca en sus asuntos personales–. Le he dicho que iba a ir a verle esta noche.

–Dile que tienes trabajo.

–Llevo retrasándolo toda la semana –no podía seguir haciéndolo–. Tengo que salir del trabajo relativamente pronto esta tarde. Escucha, no suelo decir que no a nada, pero… ¿No puedes pedirle a otra persona que te acompañe?

Una pregunta tonta. Luca podía invitar a montones de mujeres, no había motivo alguno para que le pidiera a ella que le acompañara.

–Esperaba acabar pronto esta noche –Luca suspiró–. Contigo, al menos, sólo sería una cena. En fin, se lo pediré a Evelyn… A propósito, ¿dónde está?

–No, no… –Emma vaciló. Evelyn había ido al médico a realizar su último tratamiento de inseminación artificial, lo último que la pobre mujer necesitaba era una noche por ahí con Luca–. Está bien, yo te acompañaré.

–¿Estás segura? –Luca frunció el ceño con algo parecido a sentimiento de culpabilidad asomando a su rostro–. En ese caso, iremos a ver a tu padre de camino.

–No, no podemos hacerlo –dijo Emma con súbito pánico–. ¡Iría en traje de noche!

–¿Y qué? –Luca sonrió traviesamente–. Vamos, ve a arreglarte. Saldremos dentro de una hora.

 

 

Era requisito de la naturaleza de ese trabajo poder arreglarse para una ocasión formal en una hora. En el piso de su despacho había un cuarto de baño y Emma, tapándose los rizos con un gorro de baño, se dio una ducha rápida. Incluso tenía un armario en la oficina en el que estaba su bolsa de viaje con lo necesario para ir a Escocia. De la bolsa sacó los artículos de maquillaje y se pintó los ojos y los labios.

Se peinó trabajosamente.

–Necesitas más trajes de noche –fue el único comentario que Luca hizo al verla otra vez con el vestido negro.

–¡Tan pronto como disponga de algún día libre! –le espetó Emma–. ¿Y tú, no estás listo?

Luca no contestó, pero casi nunca contestaba a preguntas sin sentido. Se limitó a dirigirse a los ascensores con ella siguiéndole los talones y cargando con una pequeña maleta que tenía que llevarle a su padre.

–Ah, me he dejado olvidado el perfume.

Luca olisqueó el aire.

–Hueles bien.

¡Hombres!

En el ascensor, Luca lanzó una rápida mirada a la maleta, pero no hizo ningún comentario y ella no le dio explicaciones. En el coche, se sentó atrás con Luca y el vehículo comenzó a moverse lentamente entre el tráfico.

–¡Lo primero el perro! –dijo Luca cuando entraron en el piso de él.

La televisión estaba encendida, como de costumbre, y ella se paseó mientras esperaba a que Luca troceara unas pechugas de pollo y las pusiera con un poco de arroz en el plato de Pepper.

–Está a dieta –explicó Luca.

Emma no sabía qué papel desempeñaba Pepper en la vida de Luca. Había ido varias veces al piso de él y aún no sabía qué hacía Luca con ese perro. Ni el hombre ni el animal parecían gustarse.

Pero, al fin y al cabo, eso no era asunto suyo. Ella sólo se encargaba de arreglar las citas con el veterinario y de contratar a una cuidadora para el perro cuando Luca tenía que ausentarse.

–Ve al cuarto de baño –le gritó Luca desde su dormitorio–, debe de haber algún perfume por ahí.

Parecía una tienda de cosmética: perfumes, lápices de labios, lociones para el cuerpo… todo ello abandonado por las mujeres que habían pasado por allí. Pero no fue eso lo que llamó su atención. En el espejo pudo ver la imagen de Luca con sólo unos calzoncillos negros ajustados mientras buscaba una camisa, y aunque estaba acostumbrada a verle, no lo había visto nunca casi desnudo.

Luca era deslumbrante.

Era un hombre tan altanero y arrogante que, en la mayoría de las ocasiones, ella lograba ignorar el hecho de que era el hombre más guapo que había visto en su vida.

Y ahora lo veía bien. Tenía unas piernas largas y musculosas que resultaban bien incluso con calcetines. Al ponerse la camisa, se fijó en ese pecho con vello negro y sintió que se le encogía el estómago. Rápidamente, apartó los ojos y eligió un perfume; pero no pudo evitar volver a mirar al espejo y entonces le vio sentado en la cama poniéndose los pantalones.

Y fue en ese momento cuando Luca la sorprendió observándole.

Luca le sostuvo la mirada a través del espejo y la sombra de una sonrisa se dibujó en su rostro. Y ella apartó la mirada.

–¿Lista? –Emma estaba tan azorada que se sobresaltó al oír la voz de él desde la puerta–. Si quieres ir a ver a tu padre, será mejor que nos vayamos ya.

Luca lo sabía.

 

 

Con las mejillas ardiéndole y la espalda y las piernas pegadas al cuero del asiento del vehículo de Luca, Emma sabía que él lo sabía.

Que a pesar de las bromas, las rápidas contestaciones y su comportamiento frío y distante hacia él, Luca D’Amato sabía que la afectaba.

Y, de repente, por primera vez en seis semanas, Emma se sintió vulnerable.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

DÓNDE vive?

Emma le dio la dirección al conductor y volvió a recostar la espalda en el asiento del coche, su nerviosismo aumentó por momentos cuando el coche se acercó a la arbolada calle de impresionantes casas.

–Es bonito esto –dijo Luca mirando por la ventanilla–. ¿Es aquí donde te criaste?

En vez de contestar, Emma sacudió la cabeza.

Y le ardieron las mejillas cuando Luca leyó el letrero anunciando la residencia para ancianos.

Emma no le miró cuando abrió la portezuela, salió del coche y agarró la pequeña maleta que el conductor le dio.

–No tardaré.

 

 

–¡Hola, papá!

El modo en que se le iluminó la cara al verla en la habitación sólo sirvió para hacerla sentirse peor. Le gustaba que fuera a visitarle, pero últimamente lo hacía con menos frecuencia.

–Cada vez te pareces más a tu madre –dijo Frank sonriendo–. Cuando íbamos a bailar…

Y así siguió, charlando, mientras Emma guardaba los pijamas que le había lavado, le colocaba el desodorante y el talco que le había comprado, y le dejaba dinero en un pequeño cuenco para el periódico. Y fue agradable porque su padre estaba parlanchín y, por una vez, no habló mal de su madre. Sin embargo, la visita se le hizo muy dolorosa.

Antes, su padre no se alegraba con sus visitas, eso sólo había empezado a ocurrir en los últimos meses. De pequeña, él la había ignorado; y cuando hablaba con ella, era para criticar a su madre, como si hubiera tenido la culpa de haber muerto. Por lo que, en general, su infancia no había sido feliz y se sentía con derecho a dejar que las autoridades competentes se encargaran de él. Pero desde el infarto, era como si su horrible infancia se hubiera borrado. Por primera vez, tenían una relación padre e hija; por primera vez, su padre le contaba anécdotas de su madre. Y, a pesar de todo, él era su padre.

–Siento no haber podido venir antes –Emma partió en onzas la tableta de chocolate preferida de su padre y la puso en un plato–. He tenido mucho trabajo, pero vendré con tiempo este fin de semana.

–¿Te marchas ya? –los ojos de Frank se llenaron de lágrimas–. Pero si acabas de llegar…

–Papá, tengo trabajo.

Se sintió muy mal por tener que marcharse, pero no tenía elección. Hasta que se vendiera la casa, era su trabajo el que pagaba la residencia.

–Señorita Stephenson –Emma oyó una voz a sus espaldas al salir por la puerta de la residencia y, al volverse, se le cayó el alma a los pies cuando el supervisor agitó un sobre de papel que tenía en la mano, también consciente de que Luca debía estar viéndoles–, he intentado ponerme en contacto con usted para hablar de la cuenta.

–Hablé ayer con el contable –dijo Emma–. Le expliqué que he conseguido un buen trabajo y que estoy pagando el dinero que debo. Están preparando un nuevo plan de pago.

–Sí, lo sé. Aquí está, por escrito.

Emma agarró el sobre.

–Gracias.

–Me temo que si vuelve a haber algún retraso en el pago…

–No lo habrá –Emma tragó saliva–. Además, usted ya sabe que la casa de mi padre está en venta.

–Tenemos una larga lista de espera –le contestó el supervisor–. Estamos tratando de ayudarla, señorita Stephenson, pero esto es un negocio al fin y al cabo.

El coche tenía la música puesta cuando ella entró y Luca estaba enviando mensajes electrónicos por el teléfono móvil. Ella respiró aliviada pensando que Luca no había notado el desagradable encuentro con el supervisor.

–¿Cómo estaba tu padre? –preguntó Luca.

–Algo triste –admitió Emma–. Pero bueno, le haré una visita de verdad este fin de semana.

–¿Viene más gente a visitarle? Éste parece un buen sitio. ¿Es caro?

–Un poco –Emma se encogió de hombros–. En fin, se hace lo que se puede.

 

 

Sorprendentemente, Emma disfrutó de la cena y el baile en Hemming’s. Luca era el hombre al que todos querían saludar, él había salvado la empresa y, con ello, cientos de puestos de trabajo.

Y Luca era un acompañante muy agradable.

Luca desconectó el teléfono móvil nada más llegar y se ocupó de presentarle a suficiente gente con el fin de que ella tuviera con quien hablar mientras él charlaba con unos y con otros. Incluso le cambió el mousse de chocolate por la tarta de almendras y cuando el baile comenzó no la dejó sola. De hecho, a excepción de un baile de rigor con la esposa del director de la compañía y de una larga conversación con unos posibles inversores, Luca parecía haberse tomado la noche libre.

–Gracias –le dijo él mientras bailaban–. Sé que tenías otras cosas que hacer esta noche.

–La verdad es que está siendo agradable.

–Sí, así es –respondió Luca–. Tengo que admitir que estaba preocupado.

–No me cabe duda de que habrías encontrado otra acompañante.

–Me refería a que estaba preocupado porque no sabía si podría librarles de la bancarrota –explicó él, y se echó a reír al verla ruborizarse–. De vez en cuando pienso en el trabajo.

–¡De vez en cuando! –Emma se echó a reír–. No sé cómo puedes hacer tantas cosas.

–Simplemente las hago. Igual que tú –Luca se la quedó mirando durante unos momentos–. ¿Cuánto tiempo lleva él ahí?

Luca no había hecho ningún comentario respecto a su padre en toda la tarde; sin embargo, la pregunta había estado en el aire.

–Seis meses.

–Eres demasiado joven para tener un padre…

–Mi padre era bastante más mayor que mi madre.

–Ah.

–A principios de año tuvo un infarto… –Emma se interrumpió, no quería hablar de ello.

Sí, estaba ahí en esos momentos por trabajo; pero en los brazos de Luca, meciéndose al ritmo de la música, pensó que era un alivio que él no insistiera, un alivio olvidarse de los problemas aunque fuera sólo por un rato.

–Me alegro de que seas tú esta noche –dijo Luca.

Y cerca de medianoche, con champán en la sangre, le habría resultado muy fácil apoyarse en él, descansar la cabeza en su hombro. Por eso, con el fin de recordarse a sí misma el motivo por el que estaba allí, preguntó:

–¿Qué ha pasado con Ruby?

–Que cometió el error de preguntarme adónde conducía lo nuestro.

–Y tú le dijiste…

–¡Que a ninguna parte!

La música cesó y Luca se apartó de ella.

–Venga, vámonos. Voy a pasar la noche en la oficina –Luca se miró el reloj–. En cinco horas tenemos que tomar el helicóptero.

Lo que se traducía en tres horas para dormir si ella iba a pasar la noche en su casa.

–¿Y tú? –le preguntó Luca.

Y una hora de más era un lujo cuando se seguía el horario de Luca.

 

 

Siempre tan caballeroso, Luca le abrió el sofá cama que ella tenía en su despacho y luego él se retiró a su lujosa suite.

Emma se quedó tumbada mirando al techo y pensando en él. Luca no se había abalanzado sobre ella ni una sola vez, tampoco la había hecho sentirse incómoda y, aparte de la invitación del día que se conocieron, nada de nada.

Si no se contaba que antes ese día la había sorprendido mirándole por el espejo.

Emma volvió a sentirse avergonzada, aunque se consoló pensando que si hubiera sido ella quien estaba en bragas y sujetador, él también habría mirado.

–¿Qué sentido tiene todo esto, Em?

La voz de él por el interfono penetró la oscuridad y la hizo sonreír. Hacía eso de vez en cuando.

–Que ganes mucho dinero.

–Ya he hecho mucho dinero.

–Que puedas tener a cualquier mujer que desees.

Se hizo una pausa.

–Tengo a cualquier mujer que deseo.

–En ese caso, no sé.

–¿Por qué estás aquí? –preguntó Luca–. ¿Por qué trabajas hasta reventar para un jefe cruel que jamás te da una tarde libre?

–Porque me encanta mi trabajo –respondió ella, como debía.

–¡Tonterías! –exclamó la voz del interfono, y ella sonrió–, ¿Por qué estás aquí, Em?

Emma se sintió tentada de hablarle de las facturas de la casa, de su sueño de estudiar en la escuela de arte, de explicarle que ese trabajo le había salvado la vida y que esperaba que, al final, le proporcionara la oportunidad de lograr sus objetivos.

Pero ésa no era una conversación para tener con un jefe.

–¡Buenas noches, Luca!

Emma nunca habría adivinado que de no ser por esas tres palabras la puerta se habría abierto.

Le gustaba a Luca.

 

 

Luca se quedó mirando al techo y el hecho de no haber ido a la habitación de ella demostraba lo mucho que le gustaba.

No tenía nada que ver con las advertencias de Evelyn; bueno, quizá un poco, ya que no podía permitirse el lujo de perder a Evelyn y su marido se estaba hartando de que trabajara tantas horas al día.

Pero era más que eso.

No quería perder a Emma.

Le gustaba.

Emma era diferente a las demás mujeres que había conocido. La oficina se iluminaba con su charla y su ánimo, y le contestaba y le hacía gracia.

Y él también le gustaba a ella. En ese sentido.

Pero ahora empezaba a dudar. Esa tarde había visto la expresión de Emma en el espejo y, durante unos segundos antes de que ella le sorprendiera, había visto deseo en sus ojos.

Se sentía indeciso.

Su instinto le instaba a dejar que la naturaleza se encargara del curso de las cosas.

Con las mujeres, él siempre se guiaba por el instinto, y el instinto le decía que fuera a donde estaba ella con esos horrorosos pijamas que llevaba. Se excitó al instante al pensar en esos rizos oscuros sobre la cama y en la suave piel de Emma.

En ese caso, ¿por qué tanta reticencia?

Porque duraría un par de semanas, quizá un par de meses y después ella le exigiría más, como todas, como Martha…

Luca cerró los ojos. Martha era la única a la que le había costado dejar.

Aún sufría al pensar en ello.

Pero… ¿por qué comparaba a Emma con Martha cuando ni siquiera la había besado?

No había estado con ninguna mujer desde que Emma entrara a trabajar en la empresa y había dejado a Ruby por fin.

Pensó en ir a donde estaba Emma, pero algo se lo impidió: Emma necesitaba ese trabajo y, por el momento al menos, él la quería en la empresa.

No podía tener ambas cosas.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

TU HERMANA insiste en hablar contigo. Lleva toda la mañana llamando y también te ha llamado al móvil –le dijo Emma por el interfono–. Y ahora insiste en hablar contigo.

–Sigo estando en una reunión.

Luca lo hacía todo al contrario que los demás: no dejaba nada por la familia.

Y ella tenía que cargar con las consecuencias.

–Lo siento, Daniela –dijo Emma una vez más por el teléfono–. Ahora está muy ocupado y realmente no se le puede molestar. ¿Puedo ayudarte yo en algo?

–Puedes preguntarle por qué no viene, por qué sólo me va a conceder dos horas de su precioso tiempo en un día tan importante para mí, mi propio hermano…

Era agotador escuchar aquello; sin embargo, le pagaban muy bien por hacerlo. Y vérselas con Daniela era más fácil que vérselas con Luca en esos momentos. Según se acercaba la fecha de la boda de su hermana, el humor de Luca empeoraba. La tensión era casi palpable.

–Me voy a Hemming’s –dijo Evelyn acercándose a su escritorio–. Luca necesita unos papeles y además tengo que hablar con el contable.

–Bien.

–Pase lo que pase, Emma, no le pases a Luca la llamada de Daniela –dijo Evelyn en tono serio–. De hacerlo, Luca dirá algo de lo que se arrepentirá más tarde y… ¿quién crees que va a pagar por ello luego?

–¿Qué es lo que pasa? –preguntó Emma por quincuagésima vez–. ¿Por qué no puede ir a pasar el fin de semana? Lo hace constantemente por los clientes.

–No tengo ni idea –de repente, Emma se dio cuenta de que Evelyn estaba esquivándola con respuestas vagas–. Llevo años trabajando para Luca y no sé gran cosa de su familia; lo único que sé es que desde que se anunció la boda le llaman cada cinco minutos y a él eso no le gusta nada.

–Ya me he dado cuenta.

–Ponme con el doctor Calista –dijo la voz de Luca por el interfono con brusquedad, y Evelyn alzó los ojos al cielo y Emma descolgó el teléfono.

–Buena suerte.

Era como saber que había un oso suelto por el edificio que podía aparecer en cualquier momento.

Luca salía de su despacho de vez en cuando, gritaba y protestaba, daba órdenes y volvía a encerrarse. Los teléfonos seguían sonando y, con Evelyn ausente, Emma llamó al café y pidió que le subieran unos sándwiches para almorzar. Luca le había gruñido que no quería nada después de que ella le preguntara.

–¿De qué son? –Luca miró el almuerzo de ella y eligió un sándwich de salmón y crema de queso.

Pero Emma ya se había acostumbrado a él y, en el momento en que Luca cerró la puerta de su despacho, ella abrió un cajón y sacó su propio sándwich de salmón y crema de queso, sonriendo para sí misma por haber adivinado lo que iba a pasar mientras alargaba el brazo para contestar el teléfono.

Dejó de sonreír. El sándwich se le atragantó al enfrentarse a un nuevo reto. Se preguntó si debería llamar a Evelyn. No sabía qué hacer.

–Luca… tu madre al teléfono.

–La llamaré más tarde –respondió él secamente.

Emma pasó el recado, pero no sirvió de nada.

–Luca… –volvió a decir por el interfono.

–¿Qué?

–Está llorando. No sé si ha pasado algo.

Cuando él lanzó una maldición en italiano, Emma contuvo la respiración, y soltó el aire al ver la luz roja de la tecla, lo que le indicó que Luca había aceptado la llamada, al tiempo que se preguntaba si había actuado correctamente.

La puerta del despacho de él era de madera maciza, por lo que no pudo oír nada y se puso a pasearse por la estancia mirando constantemente a la tecla roja. Por fin, tras una eternidad, la tecla roja se apagó.