Un juego peligroso - Anna Depalo - E-Book
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Un juego peligroso E-Book

ANNA DEPALO

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Beschreibung

Cuando la meta era la seducción, no valía cualquier juego. Irresistible era la palabra que definía a Jordan Serenghetti, la estrella del hockey. Pero Sera Perini, su fisioterapeuta, debía resistirse a los encantos de Jordan. Tenía buenas razones para ello: su relación de parentesco, su ética profesional y un beso que aquel atleta escandalosamente rico ni siquiera recordaba haberle dado. Si cedía a la tentación, ¿volvería Jordan a sus hábitos de mujeriego o la sorprendería con una jugada completamente nueva e inesperada?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Anna DePalo

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un juego peligroso, n.º 172 - 20.12.19

Título original: Power Play

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-715-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

A Sera le desagradaban los tipos carismáticos, los malos parientes políticos y las sorpresas inesperadas.

Por desgracia, Jordan era las tres cosas, y su repentina aparición en su lugar de trabajo, en un soleado día de primavera en Massachusetts, implicaba que debía prepararse para algo impensable.

–¡Tú! –exclamó Sera sin poder evitarlo.

Había sido un día más en Astra Therapeutics hasta que Jordan Serenghetti, el atractivísimo jugador de béisbol y modelo de ropa interior, se había colado en la fiesta.

Jordan sonrió.

–Sí, yo.

Con los brazos cruzados, se apoyó en la camilla como si adoptar una postura sexy fuera su segunda naturaleza, hasta cuando tenía que sostenerse con muletas, como era el caso en aquel momento. Vestido con una camiseta verde de manga larga y unos vaqueros, desprendía carisma. La camiseta le realzaba los fuertes músculos de los brazos y los vaqueros se ajustaban a sus estrechas caderas. No era que ella se estuviera fijando, al menos no de esa forma.

Sera no se fiaba de los hombres que eran demasiado buenos para ser verdad, a los que todo les resultaba fácil. Jordan Serenghetti encabezaría esa lista. Con el cabello negro y alborotado que llevaba muy corto, los ojos verdes y un rostro de rasgos esculpidos, destacaría en cualquier sitio.

Sera lo había visto en los anuncios de ropa interior, luciendo paquete y alimentando miles de sueños. Pero ella había aprendido por las malas a atenerse a la realidad, a no fantasear.

–¿Qué haces aquí? –le espetó. Le habían dicho que el siguiente paciente la esperaba en la sala seis, pero no sabía que fuera Jordan

Se había enterado de que se había lesionado jugando al béisbol, pero se figuró que el personal de los New England Razors lo atendería bien, así que no iba a preocuparse por él, a pesar de que ahora eran casi parientes, ya que su prima se había casado con el hermano de Jordan. En los anales de sus malas historias con los hombres, Jordan ocupaba el segundo puesto, a pesar de que tenía claro que él no recordaba el encuentro casual que habían tenido en el pasado.

Observó su rodilla izquierda, que llevaba vendada. No estaba acostumbrada a ver a Jordan Serenghetti en una situación de vulnerabilidad.

–Vaya, es un cambio refrescante con respecto a la forma habitual en que me saludan. Normalmente, mis admiradores gritan entusiasmados mi nombre. Eres un antídoto contra la monotonía, Angel.

Sera suspiró. ¿Admiradores? Más bien mujeres gritando su nombre. Mujeres terriblemente equivocadas y engañadas.

–No me llames Angel.

–No soy yo quien tiene el nombre de un ser celestial.

Ella nunca se había arrepentido tanto de su nombre: Serafina. Pero el apodo Angel la irritaba sobremanera, sobre todo en boca de Jordan.

–El ángel de tu nombre es celestial y fogoso –continuó Jordan sin alterarse–. Creo que fue cosa del destino que te llamaran así, ya que eres hermosa y tienes carácter.

Serafina puso los ojos en blanco, negándose a dejarse impresionar por la forma en que Jordan había pronunciado hermosa.

–¿Debo sentirme impresionada por tu conocimiento de las trivialidades bíblicas y por esos comentarios que no se sabe si son elogios o groserías? –dejó la tablilla en el mostrador–. Así que has venido a una sesión de fisioterapia.

–Sí.

–Y es pura casualidad que me hayas sido asignado, ¿verdad?

Jordan levantó las manos sonriendo.

–No, no voy a mentirte en eso.

–Muy bien.

–Quiero a la mejor.

Sera estaba segura de que estaba habituado a lo mejor en cuestión de mujeres. Era indudable que lo esperaban ansiosas, cuando salía de los vestuarios de los New England Razors.

–Y tú tienes una excelente reputación. La directora de la clínica no ha dejado de elogiarte.

Con un atleta del calibre de Jordan, Sera estaba segura de que Bernice le habría dado a elegir entre sus empleados. Y era probable que la directora creyera que había hecho a Sera un favor.

Esta recordó la conversación que había tenido con Bernice esa semana. «Estamos intentando firmar un contrato con los New England Razors. La dirección del equipo quiere externalizar parte de la fisioterapia para complementar la labor de su propio personal. Van a entrevistar a tres equipos, incluyendo el nuestro. Si conseguimos el contrato, podríamos trabajar con otros equipos deportivos de la zona».

En aquel momento, ella había descartado la posibilidad de toparse con Jordan, a pesar de que él jugaba en los Razors. Los dioses no podían ser tan crueles. Pero parecía que los dioses se burlaban de los ángeles. A Jordan lo habían mandado, o se había ofrecido voluntario, para comprobar la calidad de los servicios de la clínica. Con ella.

–¿Pediste que fuera yo?

Jordan asintió y sonrió.

–Cuando llamé para concertar la cita para hoy, que la recepcionista no dejara de ensalzar tus habilidades culinarias me acabó de convencer.

–¿Mencionó cómo cocino?

–Parece que los platos hechos en casa que a veces traes para el personal te han hecho ganar muchos puntos. Así que, claramente, eras la elección correcta.

–Permíteme que te recuerde que no nos caemos bien.

–Perdona que te corrija. Yo no te caigo bien. Yo no tengo problemas con las mujeres atractivas y apasionadas. Tú, por el contrario, tienes problemas…

–Justamente.

–Pues deberías sentirte segura conmigo. Somos casi parientes.

Era cierto. Cole, el hermano mayor de Jordan, se acababa de casar con Marisa Danieli, prima de Sera. A Jordan le encantaba bromear sobre el largo y sinuoso camino de la pareja hasta el altar. El antiguo novio de Marisa había salido con la exnovia de Cole, y Jordan decía en broma que Marisa y su hermano se habían comprometido por poderes. Sin embargo, eso no significaba que Jordan y ella fueran parientes en el sentido literal de la palabra.

Marisa y Cole se habían casado por sorpresa, por lo que Sera se había salvado de ser la dama de honor y acompañar a Jordan, que habría sido el padrino.

–Lo vas a pasar mal –afirmó ella cambiando de táctica–. Vas a sudar como en tu vida.

Era una amenaza a medias. Ella esperaba mucho de sus pacientes. Era buena y comprensiva, pero dura.

Jordan siguió sonriendo.

–No esperaba menos.

–¿Siempre estás tan risueño? ¿Nunca hay nubes que te borren la sonrisa?

Jordan soltó una carcajada.

–Es posible que no haya nubes, pero puedo hacer que tu mundo se desequilibre con truenos y relámpagos.

Ahí estaba de nuevo el doble significado con connotaciones sexuales. Y una voz traicionera susurró a Sera: «Ya lo hiciste una vez, Jordan». Que él no lo recordara resultaba aún más mortificante.

–No creo que quieras tener una relación conmigo. «De nuevo». No soy una mujer a la que puedas dejar fácilmente. «Esta vez». Soy la prima de tu cuñada.

Él enarcó una ceja.

–¿Es eso lo que te detiene?

Ella no iba a recordarle el pasado, el de los dos. Y, con su mala suerte, Jordan y ella serían los padrinos del siguiente hijo de Marisa y Cole.

Jordan se encogió de hombros y miró a su alrededor.

–Al menos tendremos el recuerdo de unas buenas sesiones de fisioterapia.

–Lo único que recordarás será el dolor.

–Sé escuchar, en caso de que quieras hablar en vez de discutir.

Ella lo miró de arriba abajo con recelo, sin saber si bromeaba o no. «Mejor no arriesgarse», pensó.

–Como si fuera a abrirme con un jugador como tú –se mofó ella–. Olvídalo.

–¿Ni siquiera cuando no estés de servicio? –bromeó él–. Sería terapéutico.

–Cuando necesite relajarme, me iré de vacaciones al Caribe.

–Pues dímelo para reservar el billete.

–Serán unas vacaciones. No querré que me hagan enfadar.

–¿Acaso estar enfadada no es tu estado natural?

–¡No!

–Entonces, ¿qué hacemos? Estás enfadada…

Mientras hablaba, Jordan observó a Serafina con desconcierto y deseo. Tenía el cabello rubio y los ojos ambarinos. Era preciosa. Había estado con muchas mujeres hermosas, pero la personalidad de Sera brillaba como una luz interior. Claro que ella le lanzaba comentarios sarcásticos, pero él disfrutaba metiéndose con ella.

Era un rompecabezas que quería resolver porque no había conocido a nadie más resentido que Sera Perini.

–Te propongo un trato. Trataré de portarme bien, si nos vemos y me ayudas.

–Te portarás bien –afirmó ella–. Y el cupón solo vale para la sesión de hoy. Después, se acabó.

–Eres dura negociando.

–No te haces una idea.

–Pues creo que lo voy a averiguar.

–Seguro, pero primero siéntate en la mesa para que le eche un vistazo a la rodilla. Te ayudo.

–No hace falta.

Aunque se habían visto de vez en cuando en alguna reunión familiar, nunca se habían tocado; ni una palmada en el hombro, ni un roce de brazos ni, desde luego, un pellizco en la mejilla. Era como si se hubieran marcado unas líneas que no había que traspasar, porque no eran parientes políticos de los que hacían buenas migas, sino de los que se peleaban. Y tal vez porque ambos lo entendían, era peligroso cruzar aquellas líneas imaginarias.

Él saltó para sentarse en la camilla, ayudándose de los brazos y de la pierna sana. Ella echó una ojeada a los papeles que él había llevado a la cita y dejado en la mesa antes de que ella entrara.

Él aprovechó la oportunidad para volver a examinarla. Ese día llevaba un uniforme anodino y de color azul claro que le ocultaba el cuerpo. Cuando ocasionalmente había trabajado en el Puck & Shoot, un famoso bar deportivo, solía llevar el cabello recogido en una cola de caballo y un delantal negro. Pero, como ahora eran parientes políticos, la había visto vestida de otra forma: con vestidos ajustados, con ropa deportiva… Su cuerpo tenía la forma de un reloj de arena, y todo le sentaba bien. Más de una vez había fantaseado con acariciarle las curvas y las larguísimas piernas.

Sin embargo no sabía cómo relacionarse con ella. Lo atraía intensamente, pero eran parientes, y a ella no le caía bien. De todos modos, la necesidad de provocarla era tan natural e inevitable para él como respirar, y tan irresistible como el impulso de ganar un campeonato de hockey. Además, necesitaba sus conocimientos de fisioterapia. Las empresas para las que hacía publicidad se estaban poniendo nerviosas porque no jugaba. Por enésima vez apartó de sí la idea de que su carrera podía haber terminado. Se esforzaría en llevar a cabo la rehabilitación para que esa posibilidad no se hiciera realidad.

Con una mueca, giró el cuerpo y extendió las piernas en la camilla.

Sera alzó la vista de los papeles.

–¿Cómo ocurrió la rotura de ligamentos?

–En un partido, hace tres semanas. Oí el ruido al romperse y supe lo que era. A Cole ya le había pasado.

Su hermano había tenido un par de lesiones de rodilla que habían acabado con su carrera de jugador profesional de hockey. Ahora, Cole dirigía Serenghetti Construction. Había sustituido a su padre, Serg Serenghetti, al frente de la empresa, después de que este sufriera un derrame cerebral y tuviera que llevar una vida más tranquila.

–Has tenido suerte de que haya sucedido al final de la temporada. ¿Quién te ha operado?

–El doctor Nabov, del Wesdale Medical Center, la semana pasada. Estuve hospitalizado un día. Insistieron en que pasara allí la noche. Supongo que no querían correr riesgos con mi recuperación. Les gusta el hockey.

–Ya –ella volvió a ojear los papeles–. ¿Firmaste autógrafos allí?

Él sonrió y se cruzó de brazos.

–Algunos.

–Supongo que las enfermeras se volverían locas.

Él respondió a su sarcasmo de la misma manera.

–No, están curadas de espanto.

–¿Te has puesto hielo en la rodilla?

–Sí. El personal del hospital me dijo lo que debía hacer después de la operación.

–¿Hasta que te pusieras en manos más expertas?

Él sonrió.

–Sí, en las tuyas.

Ella podría ser su tipo si no fuera tan irritable. Sin embargo, puesto que eran parientes políticos, una aventura estaba excluida.

Sera apartó los papeles y se le acercó.

–Muy bien, voy a quitarte la venda de la rodilla.

Lo hizo con suavidad. Cuando la hubo retirado, los dos examinaron la rodilla.

–Buenas noticias.

–Estupendo.

–No parece que haya infección y hay muy poca sangre –hizo presión en la rodilla mientras él seguía sentado, aunque se había echado hacia atrás y se sostenía con los brazos–. ¿Te hago daño? –preguntó sin levantar la vista.

–Nada que no pueda soportar.

–Qué fuerte.

–Los jugadores de hockey somos duros.

–Ya veremos –ella continuó presionando y manipulándole la rodilla.

–Soy el primero al que tratas. Si no, lo sabrías.

–Nunca me ha interesado lo duros que son los jugadores de hockey.

–Tú tienes disciplina mental.

–Los fisioterapeutas somos duros.

Jordan sonrió.

–Y guapos.

–Compórtate.

–De acuerdo.

Ella agarró un instrumento de la mesa.

–Voy a tomarte unas medidas básicas para saber cómo estás.

–Muy bien –esperó mientras ella le estiraba la rodilla un poco, se la medía, se la doblaba y volvía a medírsela.

Después de dejar el instrumento, ella dijo:

–No es un mal punto de partida, si tenemos en cuenta que has tenido la rodilla vendada desde que te operaron. Nuestro objetivo de hoy será mejorar las funciones cuadráticas y la movilidad de la patella, entre otras cosas.

–¿Qué es la patella?

–La rótula.

–Claro.

–Dime si te hago mucho daño.

Lo dijo en tono solícito y él contestó bromeando:

–¿No era dolor lo que me habías prometido?

–Solo el pretendido y esperado.

Era un atleta de gran nivel. Estaba acostumbrado al dolor.

–¿Cuántas roturas de ligamento has tratado?

–Unas cuantas. Al final te diré si has sido mi mejor paciente.

Él reprimió una carcajada porque ella, hábilmente, había apelado a su instinto competitivo. Se preguntó si utilizaba la misma técnica para engatusar a todos sus pacientes. Era probable que algunos practicaran deporte, ya que la rotura de ligamentos era una lesión frecuente, aunque ella nunca hubiera tratado a un jugador de hockey profesional como él.

–¿Me vas a quitar puntos si me muestro irreverente?

–¿De verdad quieres saberlo? –ella le sujetó dos cables al muslo–. Te voy a estimular los músculos con electricidad.

En opinión de él, la electricidad ya los había estimulado a ambos en el momento en que ella había entrado. Pero pensó que ya se había metido bastante con Sera y que ella no iba aguantarle más tonterías, por lo que se quedó callado los siguientes minutos y se limitó a seguir sus instrucciones.

Tras la estimulación muscular, ella le enseño a mover la rótula para ganar flexibilidad y le mostró unos ejercicios para hacer en casa.

Ninguno de ellos le pareció muy difícil. Al cabo de media hora, ella le dijo que su capacidad de flexión de la rodilla había pasado de diez a ochenta grados.

El sonrió

–¿Soy tu mejor paciente?

–No te vanaglories, Superman. Llevabas la rodilla vendada, lo cual interfería con la movilidad, así que por fuerza tenías que mejorar de forma significativa.

–Me lo tomo como una respuesta afirmativa.

–Eres imposible –Sera apretó los dientes–. Necesitarás sesiones semanales.

–¿Cuánto durará la terapia?

–Normalmente, tres o cuatro meses.

–Entonces, ¿nada a largo plazo?

Ella asintió.

–A lo que estás acostumbrado.

«Una aventura». Las palabras quedaron suspendidas entre ellos, sin haber sido pronunciadas. Ella había captado el doble sentido de las de él y se las había devuelto corregidas y aumentadas.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–No puedo hacerlo. No puedo ser la fisioterapeuta de Jordan Serenghetti –dijo Sera.

–Tienes que hacerlo –respondió Bernice, la directora de la clínica.

–Necesita una niñera, no un fisioterapeuta.

–Confiamos en ti para conseguir que el equipo sea nuestro cliente.

Y Jordan Serenghetti confiaba en crearle problemas. Hacía una hora que había acabado la sesión con él, y aún perduraban sus efectos en ella: estaba molesta, exasperada e indignada.

Era cierto que Jordan despedía encanto por cada poro de la piel. Ella no era inmune. Seguía siendo una mujer a la que le gustaban los hombres. No estaba muerta, aunque llevaba mucho tiempo reprimiendo sus necesidades. Pero eso no implicaba que Jordan fuera a llegar a algo con ella. De nuevo. Y él no se acordaba de nada en absoluto. Ella solo había sido un rostro entre miles, fácilmente olvidable. Le había quedado claro al volver a encontrárselo, años después, cuando trabajaba de camarera en el Puck & Shoot y él no había dado muestra alguna de haberla reconocido.

Pero, ahora, estaba resuelta a ganar el partido: Sera 1, Playboy 0.

¿Soportar meses de cercanía con Jordan? Sería una dura prueba para sus nervios. Así que, una vez acabada la sesión, había ido al despacho de Bernice para plantearle el caso. ¿Hasta qué punto le gustaría el hockey a su jefa?

–¿Y si me asignas a otra persona y te traigo una lasaña para agradecértelo?

–Lo consideraría un pequeño soborno –respondió Bernice–, sobre todo si es una de las que preparas en casa. Pero no. Si hacemos un buen trabajo, los New England Razors nos darán trabajo de forma regular, lo cual sería un espaldarazo para Astra Therapeutics y para tu carrera.

Ella reprimió una mueca. No había escapatoria.

–Ya has tratado a clientes difíciles con anterioridad. Todos lo hemos hecho.

Sera abrió la boca y la volvió a cerrar. Aquello era distinto, pero no sabía explicar por qué.

–¿Acaso no estamos hablando de nepotismo? Se me asigna al cliente maravilloso porque es pariente político mío.

Bernice rio.

–El hecho de que seáis prácticamente familia debería hacer que ese trabajo fuera pan comido. Claro que si se trata de un mal pariente, también todos lo tenemos.

Sera apretó los labios. Se había esforzado mucho para conseguir el título de fisioterapeuta. Había trabajado de camarera al mismo tiempo y soportado tres años agotadores para sacarse el título. Y, ahora, Jordan Serenghetti era un obstáculo para seguir progresando.

–Por favor. Su falso encanto me quita las ganas.

La directora enarcó las cejas.

–No me lo estoy tomando como algo personal –añadió Sera rápidamente–. No hay mujer a la que Jordan no intente seducir.

–Si fuera algo joven y mi esposo me lo permitiera, me plantearía salir con Jordan Serenghetti.

–¡Por favor, Bernice! Keith vale su peso en oro. ¿Por qué ibas a cambiarlo por pirita? –Sera sabía que su jefa acababa de cumplir sesenta años y de celebrar treinta de casada.

–¿Qué te hace pensar que Jordan no es sincero?

Sera no iba a hablar del pasado y a explicarle que había aprendido por las malas algunas cosas sobre los hombres. Ahora no se dejaba engañar por bíceps desarrollados y fuertes abdominales.

–El problema es que él sabe que tiene lo necesario.

–No hay ningún mal en que un hombre esté seguro de sí mismo –dijo Bernice riendo.

–Es arrogante, que no es igual –Sera decidió que tenía que hablar con Marisa. Tal vez su prima convenciera a Jordan que no era buena idea tenerla de fisioterapeuta. Si ella no podía librarse de aquel trabajo, quizá él se echara atrás.

 

 

Cuando acabó la jornada laboral, a las cuatro de la tarde, condujo hasta la casa de Marisa y Cole, en Welsdale. Se detuvo frente a una mansión de estilo colonial. El soleado día de mayo casi eliminó su mal humor. Había mandado un mensaje a Marisa, así que, cuando se bajó del sedán, su prima ya le estaba abriendo la puerta.

Marisa llevaba un portabebés y se puso el dedo a los labios, antes de besar a Sera en la mejilla.

–Dahlia se acaba de dormir. Voy a dejarla en la cuna.

–Cole y tú le habéis puesto un nombre muy propio de Hollywood –observó Sera, meses después, el nombre del bebé seguía haciéndola sonreír.

–Si Daisy es aceptable, ¿por qué no Dahlia? –preguntó Marisa volviendo la cabeza mientras Sera cerraba la puerta.

–Creí que Rick y Chiara buscarían un nombre muy original para su hijo, pero se contentaron con uno tan tradicional como Vincent.

Sera no se parecía mucho a su prima. Tenían los ojos ambarinos, que era un rasgo de la familia, pero Sera era algo más alta que Marisa y tenía el cabello rubio oscuro, lo que lo diferenciaba del largo cabello castaño y rizado de su prima. De adolescentes, pasaban mucho tiempo juntas, y Sera, a veces, hubiera deseado que el parecido entre ambas fuera tan marcado que pudieran pasar por hermanas.

–Vuelvo enseguida –dijo Marisa mientras comenzaba a subir las escaleras del vestíbulo–. Ve a la cocina.

Mientras Sera se dirigía a la parte de atrás de la casa observó que el nuevo hogar aún estaba escasamente amueblado, pero había señales del bebé por todos lados. Cuando su prima bajó, poco después, fue directa al grano.

–Marisa, Jordan está a punto de ser mi paciente.

Su prima no se alteró.

–Lo han mandado contigo para que le ayudes a recuperarse de la rotura de ligamentos.

–¿Lo sabías? –Sera no ocultó su sorpresa–. ¿Y no me has avisado?

–Me he enterado esta mañana. Cole mencionó por casualidad que Jordan iba hoy a Astra Therapeutics. Pero no estaba segura de que te lo fueran a asignar. Aunque, ahora que lo pienso, él había comentado a Cole que probablemente pediría que fueras tú quien lo atendiera. Creímos que bromeaba porque no parece que vosotros dos os llevéis bien.

–Pues no es ninguna broma, pero alguien ha cometido un error –como había querido ahorrar a su prima cualquier roce con su familia política, y como su primer encuentro con Jordan había sido embarazoso, no le había dicho a Marisa que los caminos de Jordan y ella se habían cruzado hacía tiempo. Bastante malo era ya que los demás notaran la tensión entre los dos.

–Si hay alguien que pueda meter en cintura a Jordan, eres tú –bromeó Marisa.

–No tiene gracia.

–Claro que no, pero puede que hayas encontrado tu media naranja.

–No digas eso –Sera se estremeció.

Lo único que le faltaba era que alguien creyera que Jordan era un desafío laboral que no podía vencer. En primer lugar, ella no quería conquistar nada, sobre todo a él. En segundo lugar, era imposible que Jordan fuera su media naranja. El hecho de que, a los veintiún años, él no la hubiera considerado digna de ser recordada demostraba que no estaban hechos el uno para el otro.

Su prima echó una ojeada a un muestrario de pinturas abierto en la encimera.

–¿Quién iba a imaginarse que habría tantos tonos de beis para la habitación de invitados?