Un lugar para casarse - Melanie Milburne - E-Book

Un lugar para casarse E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Miniserie Bianca 204 Lo que pase en la isla, se queda en la isla. El famoso arquitecto multimillonario Lucas Rothwell tiene un secreto. Para que no haya peligro de que se filtre a la prensa, decide encerrarse, lejos de todo el mundo, en la finca de Rothwell Park donde se ha criado. Hasta que Ruby Pennington, nieta del ama de llaves que cuida de él, llega a la mansión buscando su aprobación para celebrar una boda en la propiedad que hará que su empresa de organización de bodas gane mayor visibilidad. Lucas, tras negarse al principio, acaba cediendo. Pero con una condición: Ruby deberá acompañarlo durante una semana a su isla griega privada para ayudarlo a él también.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Melanie Milburne

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un lugar para casarse, n.º 204 - octubre 2023

Título original: Cinderella’s Invitation to Greece

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805506

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

RUBY Pennington sintió un nudo en su estómago mientras conducía por el largo camino de entrada, flanqueado por setos, de Rothwell Park. Regresar a casa, a la gran finca de los páramos de Yorkshire, siempre le provocaba sentimientos encontrados. Sobre todo cuando sabía que Lucas Rothwell estaba allí. Y, aunque deseaba ver a su abuela y pasar con ella el fin de semana, era a Lucas a quien necesitaba ver de verdad.

El cielo estaba cubierto de nubes oscuras y el sol se asomaba tímidamente entre ellas, como si dudara entre seguir iluminando el día o rendirse a la noche. A lo lejos, se veían caer grises cortinas de lluvia y el viento soplaba con fuerza.

Ruby aparcó el coche cerca de los viejos establos y apagó el motor.

«Tranquila», se decía mentalmente. Pero de poco le servía. Estaba tan nerviosa que parecía que tuviera mariposas en el estómago. Era imposible no estar nerviosa cerca de Lucas Rothwell. ¿Cuánto hacía que no lo veía en persona? Años. Solía evitar volver a casa cuando él estaba allí.

Pero esta vez era diferente.

Teníaque verle.

En cuanto Ruby salió del coche, el viento helador le azotó el pelo alrededor de la cara. Menos mal que ese clima salvaje e impredecible de los páramos de Yorkshire era justo lo que su clienta, una famosa estadounidense, quería para su boda. Sería la boda más importante que Ruby hubiera organizado hasta el momento, y se lo debía a sus mejores amigas y socias, Harper y Aerin. Su negocio, Happy Ever After Weddings, iba viento en popa, pero esa boda les daría una publicidad que nunca habrían imaginado cuando idearon el modelo de negocio en el reverso de una servilleta en su cafetería favorita.

Ruby se apartó el pelo con la mano y se dirigió hacia la majestuosa entrada principal del castillo. La centenaria finca era un escenario de ensueño para una boda de cuento de hadas. Aquel castillo de estilo gótico tenía capacidad para albergar a numerosos invitados, y la cocina de tamaño industrial era perfecta para atender a una multitud.

Conseguir esa boda sería su forma de demostrar que tenía lo que había que tener para superar sus difíciles orígenes y el hecho de ser vista solo como la hija no deseada de un drogadicto. Ruby, a diferencia de su madre, cuando se proponía algo no se permitía pensar en fracasar ni un solo segundo. Además, sus amigas y socias confiaban en ella.

Antes de que Ruby pudiera meter la llave en la cerradura, la puerta se abrió un poco.

La expresión de sorpresa de su abuela no era la bienvenida que Ruby esperaba. Hacía meses que no iba a Rothwell Park. Y aunque su abuela no solía ser muy efusiva, sí podría mostrar al menos un poco más de entusiasmo.

–Te avisé hace semanas de que vendría este fin de semana –le recordó.

Su abuela echó una mirada furtiva por encima del hombro y luego, manteniendo la puerta apenas entreabierta, susurró:

–Ahora no es un buen momento. El señor está aquí y no quiere visitas.

Ruby puso los ojos en blanco al oír a su abuela referirse a Lucas Rothwell como «el señor». Estaba claro que su abuela había visto demasiadas series de época en la televisión. Y, por otra parte, la presencia de Lucas esos días era el motivo principal de su visita. Hacía unas semanas, su abuela le había comentado que él planeaba pasar el fin de semana en Yorkshire, después de haber pasado meses viajando entre Grecia e Italia por motivos de trabajo. Ruby no hubiese ido hasta allí desde Londres si él no iba a estar en casa.

–¿Por qué? ¿Está con alguna de sus novias supermodelos? –preguntó con sorna.

No era la primera vez que Ruby veía a Lucas entretenerse con mujeres despampanantes. De hecho, había pasado toda su infancia y adolescencia fingiendo no darse cuenta de su atractivo y de cómo sus amantes lo miraban con adoración. Había ocultado los celos que sentía porque él nunca la miraba como lo hacía a aquellas mujeres. Ruby, la niña huérfana de diez años que tras el encarcelamiento de su madre, se había ido a vivir con su abuela, la ama de llaves, había sido prácticamente invisible para él.

Su abuela apretó los labios, pero mantuvo la puerta medio cerrada.

–Está solo, pero…

–Genial, porque la verdad es que me gustaría hablar con él. –Ruby sonrió y, empujando un poco más la puerta, se inclinó para darle a su abuela un beso en la mejilla–. No es que no me alegre de verte –añadió.

–¡Quita, niña! –Su abuela apartó a Ruby como si fuera un insecto molesto, pero sin malicia.

Después de una infancia dura, a su abuela le costaba mostrar y recibir afecto, y aunque Ruby había echado de menos recibir más besos y mimos, no por ello se sentía menos querida. Su abuela la había acogido y criado, y por eso le estaría siempre agradecida. Rothwell Park había sido el primer hogar estable que había conocido. El castillo y sus terrenos le habían proporcionado seguridad y cobijo, todo lo contrario del caos que suponía pasar de una pensión infestada de pulgas a otra mientras su madre intentaba escapar de sus deudas.

Ruby entró en el castillo y su abuela cerró la puerta tras ella todavía con cara de preocupación.

–No debí decirte que estaría en casa este fin de semana –susurró su abuela–. Me dijo expresamente que mantuviera alejadas a todas las visitas.

–Pero yo, en realidad, no soy una visita.

Su abuela se retorcía las manos, nerviosa, y sus ojos se desviaban hacia la gran escalera, como si esperara ver a Lucas bajando a grandes zancadas para despedirla por desobedecer sus órdenes.

–No puedes quedarte. Él no lo permitirá.

–No seas tan dramática, abuela. Claro que lo permitirá. Este fue mi hogar durante años. Además, tengo asuntos importantes que tratar con él. ¿Dónde está?

Su abuela dudó y tragó saliva antes de contestar:

–En la biblioteca. Estaba a punto de llevarle una taza de té. Pero…

–Yo lo haré –se ofreció Ruby.

No valía la pena discutir con su abuela por qué Lucas no podía hacerse su propia taza de té. Beatrice Pennington era una ama de llaves de la vieja escuela.

Los padres de Lucas, Claudia y Lionel, siempre las habían invitado a ella y a su abuela a reunirse con ellos en Navidad y otras fiestas, pero Beatrice era inflexible en cuanto a mantener la distinción entre empleador y empleado.

Los Rothwell vivían en un mundo completamente distinto, y Ruby siempre había sentido fascinación por aquel despliegue de ostentación y riqueza del que estaban rodeados.

La abuela hizo una mueca de dolor mientras preparaba la bandeja del té.

–¿Te has hecho daño? –dijo Ruby con preocupación–. Déjame ver.

–No es nada.

Ruby le quitó la tetera de la mano y la dejó sobre la mesa. Dio la vuelta a la muñeca de su abuela y vio el verdugón rojo de una quemadura reciente. La piel estaba en carne viva y supuraba, y los bordes, de un rojo violáceo, denotaban una posible infección.

–Abuela, hay que vendarla. Parece que se está…

La abuela se soltó de ella.

–No es nada, muchacha. Las he tenido peores en mi vida.

–Tal vez, pero ahora eres mayor y las infecciones pueden complicarse. Deberías ver a un médico. Podrías necesitar un injerto de piel o algo así. Puedo llevarte después de hablar…

–No necesito un médico –dijo su abuela con voz decidida–. Lleva ese té al señor antes de que se enfríe.

Ruby sacudió la cabeza, frustrada, y luego miró la bandeja del té.

–Oh, qué bien huele. Hace meses que no me tomo uno –dijo mientras agarraba otra taza y otro plato y los colocaba en la bandeja.

Su abuela puso cara de asombro.

–¿Qué estás haciendo?

–Voy a tomar el té de la tarde con Lucas.

–¡Harás que me despidan!

Ruby agarró la bandeja.

–Sabes, creo que deberías ir pensando en retirarte. Este lugar es demasiado grande para ti, y ya tienes una edad.

–Me retiraré cuando quiera, ni un momento antes.

Ruby sabía que no debía discutir con su abuela cuando estaba de mal humor. Pero la jubilación de su abuela también era otra conversación que tendría que tener con Lucas Rothwell.

–Te ayudaré con la cena después de hablar con Lucas.

 

 

La biblioteca estaba en la planta baja, a varios cientos de metros de la cocina, lo que aumentaba la preocupación de Ruby por la creciente edad y fragilidad de su abuela. Y los duros inviernos de Yorkshire tampoco ayudaban a sus ya doloridas articulaciones. ¿Cuánto tiempo esperaba Lucas Rothwell que su abuela estuviera a su servicio? Aunque ahora pasaba menos tiempo en Rothwell Park que antes, era ridículo esperar que una mujer que rondaba los ochenta años estuviese en condiciones de trabajar.

El castillo ya no se limpiaba tanto como antes. Había polvo por los pasillos y era fácil encontrar telarañas colgando en cualquier parte. Lucas podía permitirse un ejército de sirvientes para mantener su maldito castillo en condiciones. Tenía tres jardineros, por el amor de Dios. Había hecho una gran fortuna como arquitecto paisajista diseñando grandes proyectos por toda Europa. ¿Por qué no contrataba a más personal de servicio?

Había un ascensor para subir a los pisos superiores del castillo, pero no servía de nada ante los largos pasillos y galerías de cada una de las alas. La biblioteca ocupaba un ala entera, con unas vistas espectaculares de los páramos ondulantes, salpicados de muros de piedra y setos. La puerta estaba cerrada, así que Ruby dejó la bandeja en una mesa del vestíbulo y llamó con los nudillos.

–Adelante.

La voz profunda de Lucas Rothwell le erizó el vello de los brazos y despertó de nuevo a los murciélagos de su vientre. A veces podía resultar intimidante, pero ella ya no era una niña tímida. Era una exitosa mujer de negocios, y tenía una importante propuesta que hacerle. Ahora no sería tímida con él. Sería directa y profesional.

Ruby giró el picaporte con decisión, agarró la bandeja y empujó la puerta para entrar en la biblioteca.

Lucas estaba sentado de espaldas a ella en una de las dos butacas situadas frente a un cuarteto de ventanas altas y estrechas, entre las estanterías que cubrían del suelo al techo. El cielo se había nublado aún más desde su llegada y la habitación tenía un aspecto sombrío y casi fantasmal.

–¿Quién es? –La voz de Lucas se agudizó, se levantó de la silla y se volvió hacia donde estaba Ruby, que permanecía petrificada en la puerta.

Llevaba un jersey negro de cuello vuelto y unos pantalones negros que le hacían parecer aún más alto de lo que ya era con su impresionante metro noventa. También llevaba puestas unas gafas de sol, tipo aviador, que le llamaron la atención. Él ladeó la cabeza y sus fosas nasales se dilataron ligeramente, como un lobo tratando de captar un nuevo olor. Su olor.

Un nuevo escalofrío le erizó la piel y sus mejillas se tiñeron de rojo ante ese pensamiento. ¿Por qué Lucas Rothwell tenía ese efecto en ella? ¿Por qué la hacía sentir como una colegiala torpe y nerviosa en vez de como una mujer madura y segura de sí misma?

Recordó el embarazoso incidente que había ocurrido cuando tenía dieciséis años. La noche en que se había colado en una fiesta de los Rothwell y le había hecho una propuesta indecente al dueño de la casa, bajo los efectos del alcohol y la ardiente atracción. La noche en que él la había rechazado con dureza y desprecio, humillándola y avergonzándola.

Había pasado más de una década desde entonces, pero lo recordaba como si hubiera ocurrido ayer. Pero noiba a permitir que eso se interpusiera en su camino. Harper y Aerin contaban con ella para conseguir que Rothwell Park fuera el escenario de la boda de Delphine Rainbird, una famosa actriz estadounidense que se iba a casar con su guardaespaldas, Miguel Morales. Sería un gran impulso para su negocio de organización de bodas, por no hablar de la cantidad de dinero que Delphine estaba dispuesta a pagar por celebrarlo en el castillo.

–Si encendieras una luz o te quitaras esas gafas de sol, verías que soy yo –dijo Ruby, depositando la bandeja en la mesa junto al sillón que él acababa de dejar libre–. ¿Qué haces con ellas puestas dentro de casa? No es que haya mucha luz entrando por las ventanas.

Se hizo un silencio sepulcral antes de que él respondiera con voz apagada:

–Me duele la cabeza.

–Vaya, lo siento. Intentaré no hacer demasiado ruido –murmuró Ruby, vertiendo el líquido humeante en las tazas. El sonido del té al caer parecía una catarata en medio del silencio.

Él frunció el ceño, mostrando su irritación. Se mantuvo erguido y tenso, como si quisiera tenerla alejada. Pero Ruby no iba a desaprovechar la oportunidad de hablar con él a solas para hacerle su propuesta.

–Voy a tomar el té contigo. Es imposible que puedas comerte tú solo todo ese pastel –dijo señalando el dulce que su abuela había puesto en la bandeja junto al té.

–Llévatelo todo. Y cierra la puerta al salir –replicó él, dándole la espalda y mirando por las ventanas con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones.

Ruby dejó escapar un largo suspiro.

–Mira, entiendo que los dolores de cabeza pueden poner de mal humor a cualquiera, pero he venido desde muy lejos y me gustaría hablar contigo de algo importante.

–Ahora no es un buen momento –dijo él de manera cortante.

Ruby se preguntó cuándo lo sería…

Se hizo otro silencio incómodo. Las estanterías crujían bajo el peso de los libros y el viento ululaba fuera, arrastrando hojas sueltas por el suelo y lanzándolas contra las ventanas como si fueran confeti.

Lucas suspiró y se pasó una mano por su pelo negro, despeinándolo aún más.

–¿Es por tu abuela? –preguntó, con un tono menos cortante que antes. Seguía dándole la espalda a Ruby, que no podía evitar fijarse en sus anchos hombros y su espalda recta, que se estrechaba hasta unas caderas estilizadas. Sintió un cosquilleo en el estómago, una sensación que trató de ignorar. Los hombres como Lucas Rothwell eran inalcanzables para ella. Él solo se fijaba en modelos espectaculares, no en chicas sencillas y pecosas como ella, con marcas de acné en la cara.

–En parte, sí –respondió Ruby, pensando que hablar de su abuela era una buena manera de introducir su propuesta.

Lucas se apartó de la ventana y se sentó en el sillón. Estiró las piernas y cruzó los pies por los tobillos, adoptando una pose relajada, aunque Ruby seguía notando cierta tensión en su cuerpo. ¿Sería por el dolor de cabeza? ¿Sería una simple jaqueca o una migraña en toda regla? Había oído que las migrañas hacían que la luz fuera insoportable para quien las padecía, y que podían provocar problemas de visión. No le extrañaba que llevara las gafas de sol dentro de casa.

–Sirve el té –dijo él, señalando la bandeja.

Si no fuera por su dolor de cabeza, Ruby le habría insistido en que le dijera «por favor». Aunque Lucas era bastante seco y parco en palabras, no solía ser maleducado. Bueno, salvo cuando ella estaba borracha y le suplicaba que la besara.¿Por qué no podía olvidar de una vez aquel momento tan vergonzoso? En aquella ocasión él había sido muy cruel. Y desde aquel día, su amor platónico se había convertido en odio.

Después de aquel incidente lo había evitado durante meses, huyendo de las habitaciones donde él estaba o dando grandes rodeos por los páramos si lo veía pasear. A los dieciocho años, se había ido a Londres a buscar trabajo y solo volvía para ver a su abuela dos o tres veces al año. La mayoría de las veces que veía a Lucas era en revistas del corazón, con alguna mujer despampanante agarrada de su brazo. Su exitosa carrera como arquitecto paisajista le hacía viajar por todo el mundo para atender a sus exclusivos clientes. Ahora solo visitaba Rothwell Park de vez en cuando, lo que significaba que ella tendría que aprovechar al máximo el tiempo que él permaneciera en el castillo.

Ruby sirvió té en las dos tazas.

–¿Sigues tomándolo negro y sin azúcar?

–Sí.

Ella le tendió una taza, pero Lucas no atinó bien con el platillo y el té se derramó un poco por el borde. Él maldijo entre dientes y se apresuró a sujetar la taza poniendo la otra mano por encima.

–Lo siento. ¿Te he quemado? –preguntó Lucas preocupado.

Ruby tomó su taza de té y se sentó en el otro sillón.

–No, pero ya que hablas de quemaduras… ¿Has visto la herida que tiene mi abuela en la muñeca?

–No. ¿Es grave?

–Creo que debería ir al médico a que se la mire. Me preocupa que pueda necesitar un injerto de piel. Pero ya sabes lo poco que le gusta ir a la consulta.

–Lo sé –dijo Lucas, con una mueca de preocupación.

–Puedes echarle un vistazo y verlo por ti mismo. Quizá a ti te haga más caso.

Un atisbo de tensión cruzó por su rostro.

–No soy experto en quemaduras. Pero hay un botiquín de primeros auxilios en el baño de abajo. Puedes usarlo si quieres.

–Gracias. Veré qué puedo hacer. –Ruby miró el delicioso dulce que había en la bandeja y su estómago rugió–. ¿Quieres un poco de pastel?

–No, gracias –dijo él–. Pero tú sírvete si te apetece.

Ruby agarró una porción y la colocó en un plato. Pero de repente se sintió incómoda y lo dejó a un lado.

Él volvió a fruncir el ceño.

–¿Qué pasa?

–Lo guardaré para más tarde.

Él soltó un bufido y dejó la taza sobre la mesa.

–No seas ridícula. Vamos, cómetelo. ¿No se supone que es tu favorito?

–Sí, y por eso es mejor que no me lo coma. No me conformaría solo con un trozo.

Él esbozó una media sonrisa que le quitaba años y le suavizaba el rostro.

–Creía que ya habías aprendido la lección en cuanto a los excesos –dijo con un tono burlón que molestó a Ruby, haciendo que ella enterrara la cara en la taza de té para beber unos sorbos antes de cambiar de tema.

–Tengo que pedirte un favor –dijo ella dejando la taza y el plato en el suelo con un ligero temblor de manos por los nervios–. Tengo una clienta famosa que quiere casarse en Yorkshire y…

–No –la cortó al instante.

–Pero no me has dejado terminar…

Lucas puso la taza sobre la mesa, se levantó y volvió a colocarse frente a las ventanas, de espaldas a ella.

–Ni hablar.

A Ruby le subió la rabia por la garganta. Tenía que convencerlo de que aceptara su propuesta. De ello dependía que la boda fuera posible en Rothwell Park. Sus socias contaban con ella para conseguirlo, no podía defraudarlas. Harper y Aerin eran su familia ahora. Ella no fracasaba nunca. Fracasar era lo que hacía su madre, no ella. Ruby se marcaba objetivos y los cumplía. Hacía planes y los ejecutaba. Hacía promesas y las mantenía siempre.

–Pero ¿por qué no? –preguntó ella.

Lucas soltó una carcajada que sonó amarga.

–¿Aparte de que detesto las bodas?

Ruby suspiró.

–No todas las bodas son como las de tus padres. Quiero decir, no hay muchas parejas que se casen y se divorcien tres veces.

Con gesto adusto, se volvió hacia ella y la miró con ojos implacables.

–Estás perdiendo el tiempo, Ruby. No voy a ceder.

Ella creía que su abuela era terca, pero Lucas se llevaba la palma.

–Pero Rothwell Park es el escenario perfecto para una boda. Hay mucho espacio y la cocina es enorme, ideal para trabajar. Mi amiga Harper está entusiasmada con la idea de hacer las fotos aquí. Le fascina el ambiente gótico de la casa. La conociste una vez que vino a visitarme aquí, ¿recuerdas? Y la organizadora de bodas, Aerin, se encargaría de todo, así que no tendrías que preocuparte por nada. Ni siquiera tendrías que estar aquí. Y yo traería a mi equipo de catering unos días antes para prepararlo todo. Por favor, Lucas, al menos piénsalo antes de decir…

–No.

Ruby se levantó de la silla y estuvo a punto de tirar la bandeja de té de la mesa. Se plantó delante de él con los puños apretados, la ira enderezándole la espalda y la frustración encendiendo sus mejillas. No podía permitir que frustrara sus planes. No podía permitir que le obligara a romper la promesa que había hecho a sus amigas y a su clienta. La boda tenía que celebrarse. Encontraría la manera de convencerle, aunque tardara más de un fin de semana en conseguirlo.

–No puedo creer que seas tan injusto. Esta boda es la más grande que hemos organizado y nos dará mucha proyección mediática. Todas esas habitaciones que tienes arriba están vacías. Podríamos alojar a todos los invitados, algunos de ellos son personas muy importantes. ¿Te das cuenta de los ingresos que podríamos obtener? Es una oportunidad única para…

–Por favor, vete –dijo Lucas volviéndose hacia la ventana para contemplar el cielo gris.

–No. Nome iré.

Sin pensarlo dos veces, Ruby lo agarró del brazo para obligarle a mirarla. Él se sobresaltó y un hormigueo se extendió por el brazo de ella.

No recordaba haberlo tocado desde aquella horrible noche en la que había pasado tanta vergüenza. La sensación era exactamente la misma que había sentido aquel día. Estaba tan cerca de él que su corazón se aceleró. Las notas cítricas y amaderadas de su aftershave alteraron sus sentidos. Aunque la abundante barba oscura que rodeaba su fuerte mandíbula y sus labios indicaba que llevaba al menos una semana sin afeitarse.

¡Uf! ¿Por qué le había mirado la boca?

El labio superior era algo más fino que el inferior, era una boca que conocía muy bien, ya que había inspirado muchas de sus fantasías adolescentes. Y a pesar de todos los años que habían pasado, Ruby seguía preguntándose cómo se sentirían aquellos labios firmes contra los suyos. ¿Duros e insistentes? ¿Suaves y sensualmente persuasivos? ¿O tal vez algo intermedio?

Lucas apartó la mano de Ruby de su brazo con desdén.

–¿De verdad crees que esa táctica va a funcionar? –le espetó con sarcasmo.

Ruby lo fulminó con la mirada, viendo su propio reflejo furioso en las gafas de aviador tras las que él ocultaba sus ojos.

–No me iré hasta que me escuches –afirmó con determinación–. Y tampoco dejaré a mi abuela sola con una muñeca quemada. ¿Por qué no has contratado a otra ama de llaves? Este sitio es demasiado grande para que lo lleve ella sola.

–No quiere jubilarse.

–¿Pero no ves lo descuidado que está todo? Hay telarañas por todas partes.

Lucas apretó los labios.

–No, no me doy cuenta –dijo con voz sombría.

Ruby frunció el ceño, percibiendo algo extraño en su tono.

–¡Pero si están por todas partes! Mira esa que está en la ventana. O la que tiene esa lámpara de ahí. Habría que estar ciego para no verlas.

Lucas torció la boca con amargura.

–Es que estoy ciego, Ruby…