Un matrimonio fingido - Julia James - E-Book

Un matrimonio fingido E-Book

Julia James

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Beschreibung

Bianca 2972 ¡De traicionada y arruinada a llevar el anillo de compromiso de un multimillonario! "Quiero hacerte una proposición de matrimonio". Lana, modelo de profesión, no creyó lo que le decía Salvatore Luchesi, pero la deuda que le había dejado su exnovio la obligó a pactar con el diablo. Lana sabía que Salvatore tenía un problema empresarial que solo podía resolver casándose. Y aunque la cabeza le decía que solo había aceptado llevar el apellido Luchesi, su traicionero cuerpo anhelaba las caricias prohibidas de su increíblemente atractivo esposo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Julia James

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un matrimonio fingido, n.º 2972 - diciembre 2022

Título original: Destitute Until the Italian’s Diamond

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-212-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SALVATORE LUCHESI se apartó con cuidado del cuerpo de la mujer que se aferraba a él ardorosamente.

–Gia, no… –dijo sin alterarse.

–¡Ay, Salva! ¿No sabes que estoy loca por ti?

La mujer se había presentado en su piso de Roma sin que Salvatore la hubiera invitado. Como se conocían de hacía tiempo, insistió en que la invitara a un cóctel, para después lanzarse a sus brazos.

Salvatore reprimió un suspiro. En efecto, sabía que Giavanna Fabrizzi estaba loca por él. Pero, aunque fuera hija de su socio, no le gustaban ni su sensual belleza ni su juventud, ya que tendría veinte años, como mucho. En cuestión de mujeres, se inclinaba por las rubias de piernas largas.

Eran las que contrastaban mejor con su aspecto: alto para ser italiano, pero con la piel morena y los ojos y el cabello negros. Además, reconocía que su rostro le resultaba muy atractivo a las mujeres y que los hombres envidiaban su musculoso cuerpo.

–Gia, cara –dijo alejándose unos pasos de ella–. Me siento muy halagado, pero eres hija de Roberto. Tendría que estar loco para enredarme contigo.

Trató de mantener un tono humorístico. Gia era una pesada. Su padre la había mimado en exceso, y no quería que le montara una escena.

Gia lo miró con los ojos como platos.

–¡No quiero tener una aventura contigo!

Alzó la boca hacia la de él tratando de acercársele.

–¡Quiero mucho más!

Salvatore tuvo un mal presentimiento y lo que ella le anunció después se lo confirmó.

–Y también es lo que quiere mi padre. Me lo ha dicho, y tiene toda la razón. ¡Sería perfecto! –suspiró y lo miró con avidez–: ¡Quiero casarme contigo!

 

 

A Lana le dolían los pies, calzados con zapatos de tacón con plataforma, mientras esperaba con las demás modelos para desfilar. Al llegar su turno, salió a la pasarela. Tras diez años en aquella industria, podía desfilar con ojos cerrados.

«¿De verdad creía que sería glamuroso y emocionante?», pensó mientras daba la vuelta al final de la pasarela, con una mano en la cadera, se detenía unos segundos y retomaba la marcha. Se lo había creído hacía años, pero ahora, a punto de cumplir veintisiete, quería dejarlo.

Pero no podía permitírselo.

Estaba cansada. Llevaba trabajando varios días sin parar en aquella semana de la moda, que aún no había terminado. Aún quedaba la fiesta de despedida, a la que las modelos debían acudir.

Media hora después, ya en la fiesta, se preguntó cuándo podría escaparse, pues al día siguiente tenía mucho trabajo. Se sirvió un vaso de agua mineral y miró, sin ningún interés, a los representantes de la alta costura que rodeaban al diseñador y a sus ayudantes.

Vio que los hombres la miraban, pero no les hizo caso. La única vez que lo había hecho había cometido el mayor error de su vida.

«¿Cómo fui tan estúpida para dejar que Malcolm entrara en mi vida?».

No se dio cuenta porque solo deseaba estar con alguien, con quien fuera, para dejar de sentirse tan sola.

De aquella pesadilla hacía cuatro años, cuando sus padres habían muerto en un accidente de tráfico. La aparición de Malcolm la ayudó a sobrellevarlo. Y el ansia de tener a alguien en su vida la cegó y le impidió darse cuenta de cómo era él. Se imaginó que la quería, pero lo único que le importaba era salir con una modelo para lucirla como un trofeo mientras se labraba una carrera como actor.

Además, resultó que le importaba otra cosa: el piso que ella había comprado en Notting Hill con lo que había ahorrado a lo largo de los años trabajando de modelo y lo que había heredado a la muerte de sus padres. A Malcolm le interesaba aquel piso.

Negó con la cabeza para dejar de pensar. Estaba allí para relacionarse, no para recordar la perfidia de Malcolm. Dio un trago de agua y volvió a mezclarse con los invitados.

 

 

Salvatore agarró una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasó a su lado y le dio un sorbo mientras miraba con indiferencia la fiesta que bullía a su alrededor. Lo habían invitado al desfile de Londres por ser inversor en aquella marca, pero sus pensamientos estaban en Roma y en el problema al que se enfrentaba allí:

A Gia o, mejor dicho, a su padre, porque Roberto veía las cosas igual que su hija.

«Seréis la pareja ideal», le había dicho. «Y no vas a encontrar a una novia más hermosa. Me encantaría confiártela y ponerla a salvo de los cazafortunas. ¿Tienes alguna objeción a casarte con mi hija?».

Salvatore había permanecido impasible.

«¿Aparte de ser una princesa mimada quince años más joven que yo?», se dijo.

«¡Cualquier hombre se sentiría privilegiado por casarse con Giavanna!», había proseguido Roberto. «Casarte con ella aseguraría la continuidad de nuestros negocios».

Así que aquello era lo que había tras esa idea absurda. Pues su respuesta sería firme e implacable y habría llegado el momento de dejar de ser socios.

Pero no podía ser inmediatamente, ya que había proyectos en marcha que debían completarse o de los que Salvatore debería salir sin perder dinero. No quería que Roberto se enfrentase a él por negarse a casarse con su hija, sino que debía convencerlo de que era imposible.

Esfumarse había sido un primer paso, para lo que le había venido muy bien el desfile en Londres. Dio otro sorbo de champán y al bajar la copa vio a una mujer que lo hizo detenerse en seco.

¡Era fantástica! Con el rubio cabello recogido en un moño y el cuerpo cubierto por un ceñido vestido carmesí que también le cubría las largas piernas. No podía apartar la vista de ella. Tenía algo que…

«Bellissima… Assolutamente bellissima».

La descripción era totalmente adecuada: rasgos perfectos, pómulos altos, ojos grandes y una boca hecha para ser besada.

Notó que se le disparaban las hormonas y avanzó hacia ella.

La mujer volvió la cabeza y lo vio.

Y se quedó inmóvil.

 

 

Un hombre caminaba hacia ella. La gente se apartaba para dejarlo pasar y Lana supo por qué. El pulso se le aceleró y lo miró fijamente.

Era alto, más que ella, llevaba un esmoquin que se le ajustaba perfectamente a los hombros, tenía el cabello y los ojos oscuros y un aspecto latino que…

«Me deja sin respiración».

E irradiaba riqueza y poder.

«Es un hombre rico, uno de lo que respaldan todo esto, con cuyo dinero nos pagan y que recoge los beneficios que obtenemos para él».

Pero no tuvo tiempo de seguir pensando.

Él se había detenido frente a ella.

Y, de repente, el resto de los invitados desapareció y solo quedó él.

 

 

Salvatore no había dejado de mirarla. De cerca, aún era más espectacular. Vio sus ojos verdes, brillantes como esmeraldas, y observó que los abría cada vez más a medida que se le acercaba.

Alzó la copa de champán hacia ella.

–No hace falta que me lo diga: es usted modelo.

Ella tardó unos segundos en responder.

–No hace falta que me lo diga: es usted millonario.

Lo imitó levantando la copa.

Salvatore rio. Notó que se relajaba, a pesar de que se le habían activado las hormonas. Pero nuevos pensamientos se apoderaron de su mente liberándolo del problema de Roberto y su hija. Aquella fantástica mujer podía conseguir muy fácilmente que dejara de pensar en eso.

–Dígame, ¿cómo cree que se acogerá esta colección?

Ella hizo una ligera mueca.

–Se rumorea que a dos de los directores de revistas de moda les gusta; algo menos al neoyorquino, pero el chino no deja de sonreír, lo que encanta a todo el mundo, ya que el mercado chino es inmenso, como usted bien sabe.

–Bueno es saber que sonríe.

Era agradable hablar con ella, aunque la conversación se vio interrumpida por uno de sus compatriotas, lo que lo molestó.

–Lo siento, signor Luchesi. No lo veía…

El hombre lo invitó a unirse al círculo exclusivo de acompañantes del famoso diseñador. Salvatore, impaciente, quiso librarse de él y seguir hablando con la mujer rubia, pero ella se alejó al ver que lo reclamaban personas más importantes.

Resignado, se encogió de hombros y acompañó al hombre. Ya la buscaría después. No iba a escapársele.

Sin embargo, veinte minutos más tarde, miró a su alrededor. ¿Dónde estaba la fabulosa rubia? Frunció el ceño. No se la veía por ningún sitio.

 

Lana se hallaba en una parada de autobús, contenta de haberse marchado de la fiesta. Solo lamentaba una cosa.

«Ese hombre, el millonario que ha venido a charlar conmigo…».

Normalmente, cuando algún hombre intentaba ligar con ella en esa clase de fiestas, no le seguía la corriente. Pero esa vez había sido distinto.

«¿Por qué?».

Observó el tráfico incesante mientras hallaba la respuesta.

«¡Porque es el hombre más fantástico que he visto en mi vida!».

No parecía un socorrista de playa como Malcolm. No, el millonario de esa noche poseía un atractivo totalmente distinto.

Volvió a sentir la conmoción que había experimentado cuando sus ojos se encontraron durante la breve conversación mantenida.

Demasiado breve.

Suspiró. Daba igual que se hubiera quedado boquiabierta al verlo, ya que él se había marchado. Además, no tenía sentido desear nada más de él, ahora que su vida era un desastre.

Con el dolor de pies que tenía, estaba deseando ponerse ropa cómoda, hacerse una cola de caballo y quitarse el maquillaje. Miró a lo lejos para ver si se acercaba un autobús.

No había ninguno a la vista.

Lo que se acercó a la parada fue un coche de aspecto caro conducido por un chófer. La puerta trasera se abrió.

–¡Por fin, aquí está! –dijo el millonario italiano con voz profunda, con acento, y llena de satisfacción.

 

 

A Salvatore lo había fastidiado no encontrar a la increíble modelo rubia, pero allí estaba. La había reconocido inmediatamente, a pesar de que llevaba una gabardina. Y le produjo el mismo impacto que cuando la vio por primera vez. Y quería más de ella.

Se desabrochó el cinturón y bajó del coche.

–¿Por qué ha desaparecido?

La examinó de arriba abajo. Seguía pareciéndole tan maravillosa como antes y su reacción visceral era igual de intensa.

Ella se encogió de hombros.

–Me he marchado pronto.

Él sonrió.

–Pues venga a cenar conmigo.

Ella lo miró sorprendida, pero negó con la cabeza.

–Por hoy, se ha acabado. Me voy a casa. Tengo los pies destrozados.

A él le pareció percibir en su voz que lo lamentaba.

La agarró del codo.

–Entonces, voy a llevarla a casa. No se ve ningún autobús y parece que tiene frío. Además, está empezando a llover.

Notó que se ponía tensa durante unos segundos, pero, cuando comenzaron a caer gotas, dejó que la condujera al coche.

–¿Qué le digo al chófer?

Ella le dio la dirección, una calle tranquila de Notting Hill. El chófer asintió.

–Espero que no vaya a desviarse mucho, pero ha sido usted quien se ha ofrecido a llevarme.

–No se preocupe.

Él le sonrió.

–¿No va a cambiar de opinión sobre la cena? –se volvió a mirarla–. Hay excelentes restaurantes en Notting Hill.

Ella volvió a negar con la cabeza y él se sorprendió. Las mujeres no solían negarse a cenar con él. La miró con agrado.

–Gracias, pero quiero ir a casa.

Él sospechó que no se sentía tan indiferente como pretendía.

Pero se alegraba de que lo hubiera rechazado porque tal vez no tuviera sentido ir demasiado deprisa con ella. Había actuado impulsivamente al ofrecerse a llevarla, lo cual no era habitual en él; tan poco habitual que nunca lo hacía. Siempre elegía cuidadosamente a la mujer con quién tener una aventura, siempre de duración limitada.

«Entonces, ¿por qué has actuado impulsivamente con ella?».

Desechó la pregunta.

–Podríamos ir a cenar otra noche –alargaría su viaje a Londres para hacerlo.

Ella pareció dudar, pero volvió a negar con la cabeza. Esa vez, él estuvo seguro de que lo lamentaba.

–No puedo permitirme más complicaciones en mi vida.

–¿Más? –preguntó él.

Ella no contestó, por lo que él insistió.

–¿Sale con alguien?

Si lo hacía, no quería tener nada que ver con ella. Ella volvió a negar con la cabeza con firmeza.

–¡Ya no, afortunadamente!

–¿Le han partido el corazón?

–Más bien, me han dejado sin saldo en mi cuenta bancaria –contestó ella con voz y expresión airadas–. Cortesía de mi exnovio. Por eso ahora tengo que trabajar sin parar y no puedo sacar tiempo para ir a cenar ni para… nada más.

–Lo siento.

Y era cierto.

–Yo también –musitó ella.

–¿Qué le hizo su exnovio?

–¡Hipotecó mi piso por cuatrocientas mil libras! Y luego huyó, y ahora tengo que devolverlas.

De nuevo había ira en su voz, en su rostro y en sus brillantes ojos.

Salvatore enarcó las cejas. Era mucho dinero, para alguien que no contara con los medios económicos de que él disponía.

Ella desvió la mirada.

–Lo siento. No sé por qué le cuento eso.

Miró por la ventanilla. Habían llegado a Notting Hill.

–Mi calle es la siguiente a la izquierda.

El coche se detuvo ante una casa que formaba parte de una hilera de construcciones bien cuidadas.

Salvatore la observó y pensó que no era de extrañar que su ex la hubiera hipotecado por tan alta suma.

Como si le hubiera adivinado el pensamiento, ella le dijo:

–Es el fruto de años de trabajar de modelo y de una herencia. ¡Y ese canalla se ha marchado con la mitad! Lo siento –volvió a decir–. No tengo por qué cargarle con mis problemas.

Se desabrochó el cinturón, mientras el chófer le abría la puerta.

Miró a Salvatore antes de bajarse.

–Gracias por traerme. Siento no poder ir a cenar ni hoy ni ningún otro día.

Ya en la acera, volvió a mirarlo.

–Buenas noches –dijo. Y él volvió a estar seguro de que lo lamentaba.

Ella cruzó la calle y subió corriendo los escalones que conducían a la puerta principal. Sacó la llave del bolso y entró.

No se volvió a mirarlo.

El chófer se montó de nuevo en el coche y Salvatore le dijo que fueran al hotel. Cenaría en la suite…solo.

«Che peccato».

Una pena.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SALVATORE VOLVIÓ a Roma tras haber ido a Nueva York y Chicago, después de estar en Londres. Se marchó de aquella ciudad contento y reacio a la vez, debido a la fabulosa rubia a la que había deseado desde el momento en que la vio, pero que le dijo que no tenía tiempo para él.

Lo entendía, ya que debía trabajar sin descanso para pagar la deuda. ¿Se lo había contado porque creía que podía conseguir que él se la saldara?

Rechazó la suposición. Si a ella le hubiera interesado su fortuna, habría cazado al vuelo la invitación para ir a cenar y la posibilidad de tener una aventura con él.

Se alegraba de no tener que pensar mal de ella en aquel sentido, aunque se sintiera aún más frustrado porque lo hubiera rechazado.

El teléfono del escritorio sonó y descolgó el auricular, contento de dejar de pensar en una mujer que no tenía tiempo para él, aunque él lo habría sacado de donde fuera para estar con alguien tan maravilloso y deseable como ella.

Sin embargo, no se alegró de la distracción. Era Roberto, que le pedía que comieran juntos, aparentemente para hablar de un proyecto conjunto en que ambos habían invertido mucho dinero. Pero, cuando se reunieron, Roberto comenzó a hablar de Giavanna.

–Mi querida hija necesita a un hombre mayor que ella, que la guíe y proteja.

–Pero ese hombre no soy yo –replicó Salvatore.

La expresión de Roberto era terca. Le gustaba salirse con la suya.

«De tal palo, tal astilla», pensó Salvatore.

–¿Por qué? –preguntó Roberto en tono agresivo.

La irritación de Salvador se convirtió en exasperación. Debía parar los pies a Roberto, pero sin presionarlo demasiado para que no le creara muchos problemas cuando rompiera su asociación económica con él. Debía decirle algo que él no pudiera poner en duda. Y solo se le ocurrió una cosa.

–Porque estoy saliendo con una mujer. Con una mujer –prosiguió mientras la incredulidad se pintaba en el rostro de Roberto– con la que voy a casarme.

No podía desdecirse de las palabras que acababa de pronunciar.

Salvatore no sabía cómo se le habían ocurrido, pero tenía el presentimiento de que había quemado todas las naves.

 

 

Lana se montó cansinamente en el autobús. Había trabajado todo el día en tres sesiones de fotos y el día siguiente también lo tenía completo, aunque esa vez se trataba de un casting en algún lugar de la City. No le habían dicho quién era el cliente ni de qué iba a ser la campaña. Había accedido porque no rechazaba ninguna oferta, por muy exhausta y desanimada que se hallara.

«No puedo continuar así. Me estoy quemando para estar al día en el pago de los elevados intereses».

Malcolm había solicitado una hipoteca a nombre de ella utilizando una dirección electrónica falsa y falsificando su firma en los documentos del préstamo. El dinero se lo habían ingresado en la cuenta conjunta que él la convenció de que abrieran para pagar los gastos de la casa y él lo transfirió inmediatamente a su propia cuenta y se largó.

Cuando ella volvió de trabajar, él y todas sus cosas habían desaparecido, y había una carta de una empresa desconocida en la que le especificaban lo que les debía y el elevado interés del préstamo.

No pudo averiguar el paradero de Malcolm. Cuando se quejó a la empresa, a su abogado y a la policía, solo halló buenas palabras, pero no lo acusaron de fraude, por lo que a ella no le quedó más remedio que hacer lo que hacía: trabajar hasta desfallecer.

Miró por la ventanilla del autobús.

«Por mucho que trabaje, voy a tener que reconocer que la única manera de pagar la hipoteca es vender la casa y buscar otra fuera de Londres a mitad de precio».

Volvió a sentirse furiosa. Y se recordó despotricando contra Malcolm ante el maravilloso italiano que la había llevado a casa hacía un mes.

«Le solté todo a aquel hombre, un completo desconocido. Tal vez porque, después de lo que me ha hecho Malcolm, de las mentiras, el engaño y la estafa, solo deseo sinceridad».

Al fin y al cabo, el italiano no se había andado con rodeos al invitarla a cenar. Ella sabía que era el primer paso hacia una aventura para la que no tenía tiempo, como le había dicho claramente.

Pero eso no evitó que siguiera pensando en él. No podía olvidarlo. Mientras posaba y los fotógrafos discutían con los estilistas, no dejaba de recordar, su aspecto latino, sus ojos negros de largas pestañas y su sensual boca.

Ya era tarde para lamentarse, pues no había intentado ponerse en contacto con ella, aunque sabía dónde vivía y habría podido averiguar fácilmente el nombre de la agencia en la que trabajaba.

«Un hombre tan guapo y tan rico no va a quedarse esperando que una mujer le diga que sí».

No, ella había perdido su oportunidad, lo que tal vez fuera lo mejor.

Sacó el móvil y consultó las citas del día siguiente. Su única prioridad era el trabajo.

Nada más.

No, desde luego, un espectacular italiano al que no volvería a ver.

 

 

Salvatore se acercó a la ventana del despacho que tenía en la City para dirigir sus negocios en Londres. Frunció el ceño. Lo que ahora estaba considerando no era un negocio.

¡Era una locura!

No, no lo era, sino algo muy práctico que, cuanto más analizaba las ventajas, más sentido tenía. Después de haber anunciado impulsivamente que se casaba a Roberto, para pararle los pies, lo que había conseguido, repasó exhaustivamente los pros y los contras y llegó a una conclusión: los contras eran limitados y manejables, mientras que los pros…

Se emocionó. Que lo hiciera era definitivamente uno de los pros, que nada tenía que ver con deshacerse de Giavanna y su padre, sino con la mujer en la que no podía dejar de pensar, aunque no sabía por qué.

Había transcurrido un mes desde el desfile de moda, un tiempo más que suficiente para olvidarla. Pero no lo había hecho.

Y ahora…

Sonó el teléfono del escritorio y lo descolgó.

Ella estaba allí.