Un océano de luz - Martin Laird - E-Book

Un océano de luz E-Book

Martin Laird

0,0

Beschreibung

Esta obra esta´ dirigida tanto a quienes acaban de emprender el sendero contemplativo como a quienes ya tienen una pra´ctica madura de la contemplacio´n. Esta pra´ctica va progresivamente elevando el alma, libera´ndola de los obsta´culos que introducen confusio´n en nuestra identidad y, por tanto, confusio´n sobre el misterio que denominamos "Dios".A lo largo de una vida de silencio interior brota la flor de la consciencia: la vi´vida realizacio´n de que nunca hemos estado separados de Dios ni del resto de la humanidad, al mismo tiempo que cada uno va convirtie´ndose en aquello para lo que fue creado. En la contemplacio´n nos hacemos silencio ante Dios, de modo que el "ante" desaparece. Aquellos cuyas vidas les han llevado a la tierra del silencio lo saben.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 307

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



In memoriam

Dorothy S. Laird

(16 de mayo de 1930 - 18 de enero de 2018)

Al paraíso te lleven los ángeles,a tu llegada te reciban los mártiresy te introduzcan en la ciudad santa de Jerusalén.El coro de los ángeles te recibay junto con Lázaro, pobre en esta vida,

PREFACIO

Nuestras vidas rara vez son tan perfectas como la juventud tan alegremente nos prometió. Las imperfecciones, los bordes deshilachados, abundan hasta en las vidas mejor vividas, y todos tenemos capítulos en nuestras vidas que es mejor dejar inéditos. Los brazos del pasado llegan hasta el presente. En palabras del novelista norteamericano William Faulkner, «el pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado» 1. Aunque quizá no queramos revisar esos bordes deshilachados, esos capítulos inéditos sirven para un propósito: dejan entrar luz y amor. Son la señal de que hemos sido hechos realidad por el amor. Pero ¿no aprendimos ya todo esto leyendo los libros que nos formaron cuando éramos niños?

Muchos adultos se dan cuenta de que los temas de los libros infantiles realmente buenos están dirigidos a los adultos que leen esos libros a sus propios hijos. Si Margaret Williams hubiera escrito un solo libro, El conejo de terciopelo, se habría asegurado un lugar entre los mejores escritores de obras para niños. Como algunos de nosotros recordaremos, cuando el Niño empieza a amar a sus animales de peluche, estos empiezan a convertirse en reales. Como el Niño quiere mucho al Conejo, el Conejo, como es de esperar, comienza el proceso de hacerse real. Este desarrollo hace que el Conejo se sienta desorientado y extraño. El Conejo se dirige al animal más sabio del cuarto de los niños, el Caballo de cuero. «¿Qué es ser real? [...] ¿Significa que tienes dentro algo que suena y que por fuera tienes un mango?». El Caballo de cuero le dice que no se trata de nada parecido a eso. «Ser real no tiene que ver con la manera como uno está hecho. Es algo que te sucede. Cuando un niño te quiere durante mucho, mucho tiempo, y te quiere deverdad, no solo para jugar, entonces te convierte en real». El Conejo se preguntó si aquello dolía. El Caballo de cuero le contestó con franqueza: «A veces». Pero, «cuando eres real, no te importa que te hagan daño». El Caballo de cuero le dijo al Conejo que el proceso de convertirse en real llevaba tiempo: «No sucede de repente. Te vas convirtiendo lentamente. Por eso no les suele pasar a los que se rompen con facilidad, a quienes tienen el borde muy afilado o a aquellos a los que hay que tratar con mucho cuidado. Generalmente, cuando te has convertido en real, ya casi no te queda pelo, se te han caído los ojos, tienes las articulaciones flojas y estás muy raído». El Conejo le hizo una última pregunta al Caballo de cuero: «Supongo que tú eres real, ¿verdad?». Aunque el Conejo pensó que aquella pregunta podría molestarle, al Caballo de cuero no le molestó, y contestó sin dudar: «El tío del Niño me hizo real. Eso fue hace muchos años». Por último, el Caballo de cuero compartió una valiosa información con el Conejo: «Una vez que te has convertido en real ya no puedes volver a ser no real. Es algo que dura para siempre» 2.

Cada uno de nosotros descubrió un significado diferente en El conejo de terciopelo, porque cada uno de nosotros está hecho de un cuero distinto. Para nuestros objetivos, las siguientes observaciones tienen una importancia especial. El amor nos hace reales. El amor nos crea y nos sostiene en el proceso de darnos cuenta de quiénes somos ya. El amor nos insufla aliento de vida (Gn 2,7). Dios es el aliento divino que respira. La humanidad es el aliento divino respirado. ¿Cómo separamos aliento divino que respira de aliento divino respirado? No son lo mismo, pero tampoco son completamente diferentes.

Hacerse real es un proceso. Que requiere paciencia y perseverancia. Las dificultades y los problemas están integrados en el proceso de convertirnos en quienes hemos sido siempre, de darnos cuenta de quiénes hemos sido siempre: seres vivos, seres amados cuyas vidas están escondidas con Cristo en Dios (Col 3,3). Cuando el Caballo de cuero le dice al Conejo que hacerse real lleva tiempo, el Conejo ya se está haciendo real, porque ya está preguntando y deseando hacerse real.

El conejo de terciopelo nos hace reflexionar sobre nuestro dolor y sobre cómo nos relacionamos con él. De ahí viene la invitación a darnos cuenta del sufrimiento de los demás. Deberíamos procurar con todo nuestro esfuerzo tratar a los demás con el mayor respeto simplemente porque cada uno de nosotros es un rayo de la luz de Dios; a veces es difícil ver que el dolor es también un rayo de la propia luz de Dios, al igual que las demás experiencias de la vida, ya sean placenteras o dolorosas. Tratamos a los demás con un respeto reverencial porque no sabemos a qué sufrimientos se estarán enfrentando. Quizá sean sorprendentemente parecidos a los nuestros.

Bordes deshilachados. Seguramente, el Caballo de cuero los tuviera, y de ahí su sabiduría. Y el Conejo acabaría teniéndolos. Los bordes deshilachados son una señal de que somos reales por el amor. Y de ahí la importancia de volver a revisar los capítulos inéditos de nuestra vida. Los bordes deshilachados que tememos y que nos resistimos a mirar, Dios los ha cosido en su propia vida. El Caballo de cuero y el Conejo estaban cosidos para ser ellos mismos. Nosotros estamos cosidos a la vida de Dios, «escondidos con Cristo en Dios» (Col 3,3). Y la medida de las mejores vidas vividas es, sencillamente, el Amor, el Amor que aletea sobre el abismo (Gn 1,2).

La Sra. Ramsay también aletea. Entre los personajes más buenos y sinceros de la literatura del siglo XX está la Sra. Ramsay, de Al faro, de Virginia Woolf. «Justo ahora había recobrado la calma; planeaba como un halcón en el aire; ondeaba como una bandera en el aire de la alegría que inundaba todos los nervios de su cuerpo plena y dulcemente, sin ruido, con solemnidad; porque nacía esta alegría, pensó... de su marido, de sus hijos, de sus amigos; todo ello brotaba en esta profunda quietud... No hacía falta decir nada, no podía decirse nada. Había algo que los incluía a todos. Participaba... de la eternidad» 3. La quietud interior que la Sra. Ramsay percibe es un encuentro con la eternidad. Esto ocurre durante una comida que ha preparado cuidadosamente para las personas a las que quiere de una manera u otra. El Dios eterno está íntimamente presente, pero no anclado. Dios está en todas partes de tal manera que está al mismo tiempo íntimamente presente. El conejo de terciopelo y la Sra. Ramsay en Al faro atestiguan, cada uno a su modo, el poder del amor, el amor que nos hace ser «reales».

Hay cosas que solo el amor puede hacer. El amor sondea profundidades que nuestra mente racional es incapaz de sondear, y por tanto debe tomar la palabra del amor. La distinción no implica una separación entre mente amante y mente racional. Tan solo designa áreas de conocimiento. Están, en definitiva, hechas de una sola pieza: el amor sabe qué ama la mente racional. La contemplación es la consumación de lo que significa para nosotros ser convertidos en «reales» por amor. Esta consumación incluye todas nuestras imperfecciones: todo lo que nos concierne, publicado o inédito, que lamentamos pero que Dios busca como su propia morada dentro de nosotros y entre nosotros. Esto une el amor y las heridas: el amor nos hace reales, y también nos hacen reales nuestras heridas, habitadas por el Amor.

El autor del siglo XIV de La nube del no saber percibe la diferencia –no la separación– entre lo que nuestro amor puede hacer y nuestra mente no. El autor lo compara con tener dos facultades, una facultad –o capacidad– de la mente racional y calculadora, y una facultad para amar. Dios ha creado ambas. Sin embargo, «Dios está siempre fuera del alcance de la primera de ellas, la capacidad intelectual; pero, por mediación de la segunda, la capacidad de amar, [Dios] puede ser alcanzado por cada ser individual» 4. El autor claramente valora la mente racional. Es necesaria para entender –captar con la mente– a los seres creados y para «pensar en ellos con claridad» 5. La mente racional funciona por medio de conceptos, imágenes, palabras, etc., pero Dios está más allá de la comprensión de conceptos; ninguna palabra es capaz de reflejar a Dios, ninguna palabra puede tener la última palabra sobre la Palabra hecha carne, que sigue habitando entre nosotros (Jn 1,14). «Dios puede ser amado -dice el autor-, pero no puede ser pensado. Por amor puede ser comprendido y captado, pero, por el pensamiento, ni comprendido ni captado» 6. Dios es eterno, la mente humana es finita. Si Dios pudiera ser comprendido, cercado en un concepto, esto nos haría superiores a Dios. Nos inventamos la ilusión de que Dios es algo de lo que carecemos y que, por tanto, debemos buscar, encontrar y –tratar de– controlar.

Durante la práctica de la contemplación no nos aferramos a pensamientos –aunque algunos pueden aferrarse a nosotros– que cambian como el tiempo atmosférico; y tampoco nos aferramos al sentido ilusorio de uno mismo que deriva del constante movimiento y caos mental. La práctica de la contemplación cultiva la quietud en nuestra mente racional, de manera que no domina el tiempo dedicado a la oración, arrojándonos todo tipo de conceptos y parloteo interior.

Cuanto más dediquemos nuestra vida a la práctica de la contemplación, cuanto más entretejida esté nuestra mente por el silencio, con mayor facilidad nuestra mente racional permanecerá serena y centrada en aquello que se le da bien, como pensar, inventar, escribir, crear nuevos caminos para mantenernos en pie y reponernos.

Puede parecer que el autor de La nube del no saber se esté volviendo un poco técnico. En realidad, está tan solo desenredando algunos de los matices de lo que Jesús nos dice que es el primer y más importante mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Mc 12,37).

Dios está más allá de toda narración, y aun así toda lengua habla de Dios. El amor de Dios no está contenido en ningún pensamiento, y aun así todo pensamiento es una gota de rocío de Presencia. Dios está arraigado en el corazón humano. El amor es nuestro instinto de retorno a casa, a la búsqueda de Dios, que es la base de nuestra súplica y de nuestra búsqueda. Adam Zagajewski lo expresa de forma muy hermosa en su poema «Transformación»:

He dado largos paseosañorando tan solo una cosa:iluminación,transformación,tú 7.

San Agustín, el gran maestro del amor que sabe y el conocimiento que ama, reflexiona sobre su propia experiencia de búsqueda de Dios como un objeto externo, como algo -algo enorme- que puede localizarse y establecerse en el espacio y el tiempo. En sus Confesiones cuenta cómo todo aquello cambió cuando por fin se olvidó de sí mismo:

Pero luego que alumbraste mi ignorante cabeza y cerraste mis ojos para que no vieran la vanidad (Sal 118,37), me alejé un poco de mí mismo y se aplacó mi locura. Me desperté en tus brazos y comprendí que eres infinito, pero de muy otra manera, con visión que ciertamente no procedía de mi carne 8.

Durante décadas, Agustín buscó a Dios donde Dios no podía encontrarse: fuera de sí mismo, en la conquista, la carrera, la ambición. Solo cuando Dios le hace caer en un letargo (Gn 2,21), algo inmensamente creativo ocurre. Agustín se despierta en Dios y contempla lo que solo el ojo interior puede contemplar: las huellas de Dios como una luminosa inmensidad. Que mientras caminamos hacia Dios, que hace que salgamos a buscarlo, descubramos nuestro propio silencio arraigado y despertemos en Dios, que nos ha encontrado desde la eternidad.

AGRADECIMIENTOS

En la primavera de 2015, siendo profesor invitado en el Magdalene College, en la Universidad de Cambridge, comencé a entretejer las diferentes piezas que forman este libro. Mi sincero agradecimiento al director y a los miembros del Magdalene College por acogerme en una de las comunidades más cordiales que he conocido nunca. Mi trabajo continuó durante el otoño de 2015, cuando fui profesor invitado en la Universidad Católica de Lovaina. Mi especial agradecimiento a mi anfitrión académico, Robertus Faesen, SJ. Mi labor de escritura se detuvo temporalmente cuando surgieron otros proyectos y responsabilidades.

Mi sincero agradecimiento a los cientos de personas de Reino Unido, la República de Irlanda y Estados Unidos que, a lo largo de los años, han asistido a mis conferencias y retiros. Me proporcionaron una inmensa ayuda en la confección de mi libro. Quiero agradecer especialmente a todos esos lugares que me invitaron generosamente a volver: Mercy Center, Burlingame (California); Mepkin Abbey, Moncks Corner (Carolina del Sur); Holy Spirit Monastery, Conyers (Georgia); The Alcyon Center, Mt. Desert Island (Maine); Orlagh Retreat Center, Rathfarnham, (Dublín); The Meditatio Center, St. Mark’s Square (Londres).

A lo largo de los años he dirigido retiros para la mayoría de los conventos carmelitas femeninos de la Federación Británica, algunos de los cuales funcionaron durante varios años. Me siento humildemente agradecido al Carmelo por considerarme «su amado hermano». Antiguas y nuevas amistades -algunas de hace ya algunos años- me han ayudado con frecuencia a mantenerme en pie: la Srta. Kathleen Buston; Suzanne Buckley; el honorable Michael F. X. Coll; Tom y Monica Cornell, de The Catholic Worker (que siguen siendo la mesa de cocina de mi vida y los guardianes de la soledad de mi sótano); el rev. Hampton Deck; Erick Erikson; fray Guerric Heckel, monje de Mepkin Abbey; Joan Jordan Grant y Kathryn E. Booth, The Alcyon Center, Seal Cove (Maine); el hno. Elias Marechal, monje del Holy Spirit Monastery; sor Mary of St. Joseph, OCD; Betty Maney; Margaret R. Miles; Timothy Shriver; sor Susan Toolan, RSM. La gratitud duradera es una cosecha muy valiosa, y yo sigo bebiendo de la copa que sirvieron pour la multitude sor Carlyn Osiek, RSCJ, y Werner Valentin, que fue mi ancla en aguas tormentosas a lo largo de los años; y gracias a muchos otros de quienes no me acordaré hasta que el libro esté ya en imprenta.

La gratitud es una especie rara para la Dra. Pauline Matarasso. En 1997, mientras estudiaba en St. Benet’s Hall, en la Universidad de Oxford, me «presentaron correctamente» a Pauline Matarasso. Su íntima amiga, sor Pure Wilson, RSCJ, me dijo: «Pauline es una entre un millón». Sor Prue no se refería únicamente al impresionante progreso académico de Pauline. Se refería en especial a la generosa integridad de Pauline como persona y a su arraigo en la liturgia y en el amor al prójimo. Aún sigo aprendiendo mucho de Pauline sobre la naturaleza concreta de estas cosas, porque siguen iluminándome como el sol de la amistad. Al igual que muchos otros, temo el día en que el sol se ponga tras el horizonte de nuestra visión (Pauline me regañará por haber escrito este párrafo).

Joan Rieck, a quien conozco desde 1992 –año arriba o abajo– es un caso único. Sin ni siquiera intentarlo, enseña como nadie que el Silencio que buscamos brilla desde el interior de nuestra propia mirada. Aunque te reprenda, siempre te sientes agradecido y animado.

La Universidad de Villanova ha sido mi hogar académico durante casi veinte años. Me gustaría expresar mi gratitud al antiguo decano del College of Liberal Arts and Science, el rev. Kail Ellis, OSA, y a la decana actual, Dra. Adele Lindenmeyr, por su paciente generosidad al concederme tiempo para completar este libro, entre otros proyectos. Asimismo, mi agradecimiento a mis colegas del Departamento de Teología y Estudios Religiosos. Me sería muy difícil encontrar colegas más amables y solidarios. Por el regalo de su inquebrantable amistad quisiera dar especialmente las gracias al Dr. Christopher Daly, al Dr. Kevin Hughes y al Dr. Thomas Smith.

Por último, mi agradecimiento a los frailes y monjas de la orden de San Agustín, en especial al rev. Bernard C. Scinann, OSA, antiguo prior provincial de la provincia de Chicago. Durante todo su mandato ha sido un oído atento, una respuesta rápida y un puerto seguro en una tormenta. El priorato de St. Monica, Hoxton Square (Londres), me ha ofrecido, durante más de veinte años, una hospitalidad excepcional, especialmente fray Paul Graham, OSA, y fray Mark Minihane, OSA. La oración silenciosa matutina y vespertina mantuvo mi vida oculta en el convento, recuperada e íntegra. Entre el convento y la Biblioteca Británica –a dos paradas en la Northern Line– completé e imprimí la versión final de casi todos los libros y artículos que he publicado desde el convento. Quiero dar las gracias también a Mary Grace, OSA, a fray Richard Jacobs, OSA, fray Gerald Nicholas, OSA, fray Benignus O’Rourke, OSA, fray James Thomson, así como a hermanos que ya nos dejaron y que desde más allá de su tumba siguen otorgándonos gracia, prudencia y perspectiva: fray John J. FitzGerald, OSA, fray Raymond R. Ryan, OSA y el rev. Theodore E. Tack, OSA.

Finalmente, debo dar las gracias a mis hermanos y hermanas Rob, Cece, Lindsay y Scott, porque tuvimos que ajustar nuestras respectivas vidas tras la muerte de mamá, que dejó antes arreglado todo lo que pudo.

No puedo imaginar una editora más generosa, comprensiva, dotada y paciente que Cynthia Reed, de Oxford University Press. Necesité su apoyo constante y humano durante momentos difíciles. Mi agradecimiento también a Drew Anderla y a Carl Vennerstrom por su ayuda y apoyo técnico. Sin Elizabeth Wales, estos tres volúmenes sobre la contemplación no habrían encontrado un lugar en Oxford University Press. Su ánimo constante ha sido profundamente alentador.

Todas estas deudas de gratitud jamás podrán ser pagadas, porque son un placer cargar con ellas.

Las citas bíblicas, si no son de memoria, están tomadas de varias fuentes: la New Jerusalem Bible, la New American Bible, la New Revised Standard Version y la Liturgyof the Hours 1.

Entre las diferentes maneras de expresar nuestra preocupación por remediar el lenguaje sexista, me sirvo de la mayúscula para referirme a Dios (ciertamente, esta costumbre no tiene gran prestigio). Además, tengo que hacer un juicio sobre el uso de la voz pasiva. La voz pasiva puede ser de grandísima ayuda, a pesar de que a muchos nos han enseñado el «convencionalismo» de usar solo la voz pasiva como último recurso. En mi opinión, este convencionalismo no ha sido nunca tan útil como me explicaron en el colegio. De todos modos, existe en todos los tiempos y modos. La prensa suele utilizar la pasiva refleja para evitar ser responsable de lo que dice: «Se dice que...», «Se cree que...». Si la prensa puede servirse de la voz pasiva para evitar responsabilidad al publicar noticias que no se sabe aún si son verdaderas o falsas –o reales–, también podemos usarla con éxito -siempre y cuando lo hagamos con prudencia y cuidando del ritmo y la eufonía- si queremos evitar el lenguaje sexista 2. Podríamos seguir hablando de este tema mucho tiempo.

Mi agradecimiento a Frarar, Straus and Giroux por su permiso para citar a Adam Zagajewski, Without End: New and Selected Poems, traducido por Clare Cavanaugh, Renata Gorczynski, Benjamin Ivry y C. K. Williams; a University of Notre Dame Press por su permiso para citar a David Whyte, River Flow: New and Selected Poems; a Alfred A. Knopf por su permiso para citar a Franz Wright, Walking to Martha’s Vineyard;God’s Silence; Wheeling Motel; a Bloodaxe Books, Ltd., por su permiso para citar a R. S. Thomas, Collected Later Poems 1988-2000; a The Orion Publishing Group por su permiso para citar a R. S. Thomas, Collected Later Poems 1945-1990 (J. M. Dent, sello de The Orion Publishing Group) 3.

PARTEPRIMERA

1

PENSAMIENTOS CON MIL BRAZOS.CONTEMPLACIÓN Y CONDICIÓN HUMANA

No trates de guardar silencio, solo escucha

(MADELEINE DELBRÊL, Alcide).

Todo está en constante cambio;

nada permanece estático

(TADEO DE VITOVNICA).

Hay una coherencia en las cosas,

una estabilidad

(VIRGINIA WOOLF, Al faro).

En el discurso de inauguración de la ceremonia de graduación que pronunció, en 2005, en Kenyon College, David Foster Wallace comenzó, como cualquier novelista habría hecho, con una historia que hablaba de la condición humana. «Dos peces jóvenes estaban nadando cuando se encuentran de pronto con un pez mayor, que inclina la cabeza y les dice: “Buenos días, chicos, ¿qué tal está hoy el agua?” Los dos jóvenes peces siguen nadando, y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y le dice: “¿Qué diablos es agua?”» 1. Una historia bastante sencilla. Un pez de mayor edad, y presumiblemente más sabio, es completamente consciente de su entorno, mientras que los dos peces más jóvenes son completamente inconscientes de lo que les rodea.

Caer absorto en un entumecimiento mental es mucho más fácil de lo que nos gustaría creer. Tal como dice Wallace, el egocentrismo es nuestra configuración por defecto y está «firmemente conectado a nuestra placa base desde el nacimiento» 2. Y sigue diciendo: «No hay ninguna experiencia que hayas tenido en la que no hayas sido el centro absoluto» 3. Al mismo tiempo, quiere asegurarnos de que no va a largarnos un sermón sobre la compasión, ni sobre otros alocentrismos, ni sobre las denominadas virtudes. «No es una cuestión de virtud, se trata de que yo, de algún modo, elija hacer el trabajo de alterar o liberarme de mi configuración por defecto, firmemente conectada a mi placa base, que es ser profunda y literalmente egocéntrica, y ver e interpretarlo todo a través de mi propio objetivo» 4.

La educación debería ayudarnos a ir más allá tan solo prestando atención a cómo nos hablamos a nosotros mismos, escuchando el gran monólogo que tiene lugar en nuestra cabeza. «“Aprender a pensar” significa realmente cómo ejercer cierto control sobre cómo y qué piensas» 5. Este es el verdadero valor de la educación en artes liberales. La esencia de aprender a pensar es «ser consciente y tener la suficiente sensibilidad para elegir a qué prestas atención... Cómo evitar pasar por tu cómoda, próspera y respetable vida adulta muerto, inconsciente, esclavo de tu mente y de tu configuración por defecto de estar única, completa y realmente solo, día tras día» 6.

Cultivar la habilidad de hacernos conscientes de nuestros pensamientos nos permite poder elegir a qué prestamos atención. Esta consciencia se materializa de maneras prácticas. Wallace usa a menudo la experiencia frustrante de ir a la compra, por ejemplo. El caos de la multitud, la frustración de esperar en la cola hasta que llega por fin tu turno de pagar, enfrentarte al caos del aparcamiento, puede desencadenar una avalancha de parloteo interior egocéntrico. Wallace dice que «pensar de este modo es mi configuración por defecto. Es la forma automática e inconsciente en que vivo las partes aburridas, frustrantes y saturadas de mi vida adulta cuando funciono con la idea automática e inconsciente de que soy el centro del mundo y de que mis necesidades inmediatas y mis sentimientos son los que deberían determinar las prioridades del mundo» 7. Cuando aprendemos a escoger a qué dedicar nuestra atención, nos abrimos a las posibilidades de vivir una situación con menos ansiedad y más compasión. «Pero, si has aprendido de verdad a pensar, a prestar atención, entonces sabrás que tienes más opciones» 8. Esto nos liberará al darnos más espacio mental, de modo que podamos preguntarnos: «¿Cómo podrían otras personas –la vida misma– ser distintas de nuestra configuración predeterminada egocéntrica?». Wallace se ha liberado lo suficiente como para dirigir su atención a su interior y preguntarse, por ejemplo, si la mujer que le está molestando tanto porque está gritando a su hijo puede, de hecho, «haber pasado tres noches seguidas sosteniendo la mano de su marido, que estaba muriendo de cáncer» 9. En este caso, sus gritos serían más comprensibles. Tenemos que cultivar la costumbre de ser conscientes de nuestros pensamientos a medida que surgen y elegir cuáles de ellos merecen nuestra atención. Cuando somos capaces de desinstalar o «resetear» la configuración por defecto de nuestro egocentrismo, profundamente arraigado, aumentamos nuestra capacidad para preguntarnos por nuestras propias reflexiones.

Al final, Wallace no ofrece ningún medicamento adecuado para el dilema humano. Pero nos orienta en la dirección correcta, la gracia de la veneración, del culto. «No existe la no veneración. Todo el mundo venera. Nuestra única opción es qué venerar. Y una asombrosa razón para escoger venerar algún tipo de Dios o algo espiritual –llámese Jesucristo, o Alá, o la madre diosa Wicca, o algún conjunto inquebrantable de principios éticos– es que casi cualquier otra cosa puede comerte vivo» 10. Wallace es un tanto impreciso en este punto, defendiendo la elección de «algún tipo de Dios o algo espiritual» para evitar las peligrosas consecuencias de no hacerlo: una especie de apuesta de Pascal expulsando todo el aire.

El dilema que Wallace plantea es bien conocido en la tradición cristiana. En su diario personal, Flannery O’Connor, la gran maestra norteamericana de la novela corta del siglo XX, escribe: «No te conozco, Dios, porque estoy en camino» 11. David Foster Wallace también sabe que asimismo él está en camino. Pero hay una crucial diferencia entre O’Connor y Wallace en este punto. O’Connor habla con Dios. Se da cuenta de que está «en camino», porque sabe que está en una relación viva y amorosa con Dios. Wallace, por el contrario, parece pensar que nosotros, tan solo siendo conscientes, somos capaces de cambiar esos patrones habituales y profundamente incrustados de egocentrismo. Nuestro papel es necesario, sí, pero no basta por sí solo. Más adelante, en este libro tendremos ocasión de ver la urgencia repentina de la gracia en la vida de la joven escritora holandesa judía Etty Hillesum.

Según Wallace, solo nosotros podemos controlar nuestra configuración por defecto, «yo soy el centro del universo». Sin embargo, la persona egocéntrica que trata de «resetear» su configuración por defecto no conoce nada más que su configuración por defecto. La configuración por defecto es, por tanto, únicamente remplazada por otra versión de la misma configuración por defecto. La pregunta profunda que hemos de hacernos es: «¿Cuál es la naturaleza de estos pensamientos que desechamos o a los que nos aferramos?». A esta pregunta no se responde con nuestra mente racional, sino con el silencio interior, que hemos cultivado a lo largo de varios años de práctica de silencio interior. El silencio interior nos lleva a un tipo de descubrimiento diferente: los pensamientos en sí mismos –ya sean ego-céntricos u orientados en otra dirección– son completamente transparentes. No son reales de la manera en que alguna vez consideramos que lo fueron. El parloteo dentro de nuestra cabeza con el que Wallace está tan familiarizado proporciona a nuestros pensamientos su gancho narrativo. Nuestro propio silencio interior, cultivado en una relación que es por naturaleza oración, revela la aparente solidez de que nuestros pensamientos son ilusorios.

A pesar de las afirmaciones de Wallace, no podemos conseguirlo por nosotros mismos. Lo que solo nosotros podemos hacer, no podemos hacerlo solos. De modo que aquello que el cristianismo llama «gracia» –Dios entregándose constantemente, derramándose constantemente a sí mismo– es una necesidad absolutamente probada. Como veremos en los textos de Howard Thurman, el famoso predicador y teólogo norteamericano, confidente y mentor del Dr. Martin Luther King, Jr., la gracia de la experiencia religiosa es cuestión de ser libre para disfrutar de Dios «viniendo a sí mismo dentro de mí... En ese glorioso y trascendente momento, me puede fácilmente parecer que todo lo que existe es Dios» 12. Thurman no es el centro de su propia experiencia. El centro es Dios. Sin esta bendecida dimensión de receptividad que se olvida de sí misma, lo que Wallace desea de verdad para cada uno de nosotros no podría mantenerse. No habría ni transformación ni liberación, porque la configuración predeterminada de Wallace volvería a lo único que conoce. Hay alguien que podría estar de acuerdo con gran parte de la crítica de Wallace, pero que ha llegado a un nivel mucho más profundo: el monje trapense del siglo XXI Thomas Merton, que, a pesar de que falleció en 1968, sigue siendo un profeta espiritual para las primeras décadas del siglo XXI, tal como lo fue para las últimas décadas del XX.

Escrito hace más de cincuenta años, Acción y contemplación sigue siendo uno de los ensayos más relevantes de Merton. Wallace reconoce nuestra necesidad de contar con las suficientes habilidades de interioridad para poder hacernos conscientes de nuestros modelos egocéntricos de pensar y comportarnos. Asimismo, se da cuenta de que podemos elegir a qué prestar atención. Al escoger prestar atención a algo diferente a los monólogos que tienen lugar en nuestra cabeza, encontramos la posibilidad de estar menos centrados en nosotros mismos y ser personas más compasivas. Merton no tendría ningún problema con Wallace en este punto, pero Merton diría que hay que ahondar aún más: hacer un viaje más profundo a nuestras tierras sin explorar. Wallace nos enseña a despejar parte de la maleza, pero parece no darse cuenta de lo que se nos requiere para poder adentrarnos en los paisajes inexplorados e interiores del espíritu. Tal como dice Merton, «sin una comprensión más profunda derivada de la exploración de los territorios interiores de la existencia humana, el amor tenderá a ser superficial y engañoso» 13. Wallace percibe los aspectos superficiales e ilusorios de nuestras vidas y amores, pero ni siquiera él ha entrado en el «terreno interior» de la vida. Merton nos recuerda que las habilidades de «meditación y contemplación se han asociado [tradicionalmente] con la profundización de la vida personal de cada uno y el aumento de la capacidad de comprender y servir a los demás» 14. Para Merton, una vida de contemplación –dentro de los muros de un monasterio o no– implica necesariamente nuestro encuentro con el terreno interior de la existencia humana.

Lo que Wallace sugiere se reconoce fácilmente como un tipo de antigua disciplina contemplativa llamada «vigilancia» o «atención». El cultivo de la vigilancia interior requiere que nos volvamos íntimamente conscientes de los pensamientos que estamos teniendo, más de lo que Wallace cree. El monje del desierto del siglo IV Evagrio Póntico fue un maestro de la vigilancia interior altamente cualificado 15. De hecho, vemos que Evagrio nos exige que nos volvamos más hábiles de lo que Wallace sugiere. Hacernos conscientes de nuestros pensamientos-sentimientos a medida que surgen y se desvanecen es un entrenamiento para algo más: la unión amorosa con Dios a través de la contemplación. Para Evagrio, la vigilancia interior es necesaria pero insuficiente para la contemplación. Porque, una vez que hemos aprendido a ser conscientes de nuestros pensamientos, ¿qué los desencadena? ¿Se juntan o actúan individualmente? ¿Hay algunos que nos planteen más dificultades que otros? ¿En qué circunstancias somos más vulnerables a los pensamientos dolorosos y cuándo somos menos vulnerables a sus ataques? Hemos de aprender a abandonar esos pensamientos para poder entrar en la zona abierta y amplia cuyo nombre es oración. Tal como Evagrio lo plantea con su característico estilo críptico, «la oración es la supresión de los pensamientos» 16.

Merton sugiere que la contemplación, la «percepción interior de la presencia directa de Dios, no es tanto cuestión de causa y efecto cuanto una celebración de amor. A la luz de esta celebración, lo que más importa es el amor en sí, el agradecimiento, el consentimiento a la bondad infinita y rebosante de amor que procede de Dios y revela [a Dios] al mundo» 17. La apertura de la percepción de la «presencia directa de Dios» y nuestro consentimiento a la «bondad rebosante de amor» no son descubrimientos ni acontecimientos separados en el tiempo; primero va una y luego el otro. Ocurren simultáneamente. Si no somos conscientes de la presencia directa, Merton asegura que «no tendremos nada que ofrecer a los demás. No les comunicaremos nada más que el contagio de [nuestras] propias obsesiones, agresividades, ambiciones egocéntricas y falsas ilusiones sobre fines y medios» 18. La interioridad humana y su plena floración como contemplación tienen un papel relevante a la hora de «abrir nuevos caminos y nuevos horizontes» 19.

El 11 de octubre de 2012, el 104º arzobispo de Canterbury, el Dr. Rowan Williams, se dirigió al Sínodo de los obispos en Roma 20. En un discurso inspirado e inspirador, Williams recordó a los obispos la absoluta centralidad de la contemplación para la viva humanidad en Cristo. «La humanidad en la que nos transformamos en el Espíritu, la humanidad que queremos compartir con el mundo como fruto de la labor redentora de Cristo, es una humanidad contemplativa» 21. Williams continuó diciendo algo que seguramente sorprendió a algunos de los obispos: «La contemplación está lejos de ser solo un tipo de cosa que hacen los cristianos: es la clave para la oración, la liturgia, el arte y la ética, la clave para la esencia de una humanidad renovada capaz de ver al mundo y a otros sujetos del mundo con libertad, libertad de las costumbres egoístas y codiciosas y de la comprensión distorsionada que de ellas proviene» 22. Y siguió diciendo: «Para explicarlo con audacia, la contemplación es la única y última respuesta al mundo irreal e insano que nuestros sistemas financieros, nuestra cultura de la publicidad y nuestras emociones caóticas e irreflexivas nos empujan a habitar. Aprender la práctica contemplativa es aprender lo que necesitamos para vivir de una manera verdadera, honesta y amorosa» 23. En esta desafiante afirmación que Williams dirigió a los obispos católicos reunidos en sínodo, podemos escuchar los ecos distantes de Merton. Sin una humanidad moldeada por la contemplación «no tendremos nada que ofrecer a los demás. No les comunicaremos nada más que el contagio de [nuestras] propias obsesiones, agresividades, ambiciones egocéntricas y falsas ilusiones sobre fines y medios» 24. La cultura del marketing y la publicidad impregnan nuestra cultura e invaden nuestra vida espiritual. La práctica de la contemplación no está lejos del alcance de su avidez. La avidez espiritual y las fuerzas de la economía de mercado convierten la espiritualidad en general en una industria, en un producto que se coloca en una estantería y que se vende bien. Y, lo que es aún más triste, esta cultura afianza la habitual convicción, ya profundamente arraigada, de que estamos separados de Dios como de un objeto. Y, por tanto, creemos que necesitamos una estrategia espiritual, como la práctica de la contemplación, para adquirir algo que, para empezar, ni siquiera habíamos perdido del todo; y, una vez adquirido –o eso pensamos–, lo hacemos nuestro. Una vez que es nuestro tratamos de controlar el aspecto que creemos que debe tener una vida espiritual. La espiritualidad queda absorbida en una empresa «egoica» y muy atractiva. Rowan Williams afirma este asunto con gran audacia. «Es una cuestión profundamente revolucionaria» 25.

La contemplación es crucial para ese florecimiento e integridad humanos que encontramos en la intimidad trascendente que llamamos Dios. El don de la contemplación transforma nuestro corazón y lo libera de diferentes maneras: 1) la contemplación disipa la falsa ilusión de que estamos separados de Dios; 2) hace surgir la sencilla comprensión de que Dios es todo amor, un fondo sin fondo del ser; 3) en la medida en que somos, somos en Dios; 4) la contemplación nos libera de las ilusiones que dominan, confunden y paralizan el florecimiento humano; 5) nos libera de la falsa ilusión de que Dios es un objeto del que carecemos y que, por tanto, tenemos que buscar; 6) la contemplación nos libera de las semillas de violencia en nuestro propio corazón, especialmente de nuestras obsesiones individuales y sociales por encontrar a alguien a quien culpar de los males que nos suceden: estas obsesiones no hacen sino hacer que nos inclinemos hacia nosotros mismos, ciegos a lo que constituye un ser humano.

La práctica de la contemplación es buena no solo para nosotros, sino también para todo el mundo. Muchos testimonios a lo largo de la tradición contemplativa son testigos de ello. Entre ellos no podemos dejar de mencionar al autor de La nube del no saber: «La obra contemplativa del espíritu es la que más agrada a Dios. Pues, cuando pones tu amor en él y te olvidas de todo lo demás, los santos y los ángeles se regocijan y se apresuran a asistirte en todos los sentidos, aunque los demonios rabien y conspiren sin cesar para perderte. Los hombres, tus semejantes, se enriquecen de modo maravilloso por esta actividad tuya, aunque no sepas bien cómo. Las mismas almas del purgatorio se benefician, pues sus sufrimientos se ven aliviados por los efectos de esta actividad» 26.

Algunos contemplativos han comprendido que su propio papel en el orden espiritual de las cosas se extiende incluso más allá de su vida. Santa Isabel de la Trinidad escribe: «Creo que en el cielo mi misión consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse con Dios mediante un ejercicio sumamente simple y amoroso, y en mantenerlas en ese gran silencio interior que le permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en él» 27.