Un plan inaudito - Rachael Thomas - E-Book

Un plan inaudito E-Book

Rachael Thomas

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Beschreibung

Un inaudito plan para casarse… Kaliana necesitaba un marido, no había otra manera de librar a su familia de la ruina. Ese fue el motivo por el que le propuso matrimonio a Rafe Casella, un multimillonario. A pesar de haber pasado una noche juntos, Kaliana dejó claro que sería solo un matrimonio de conveniencia. A Rafe le parecía que el matrimonio tenía grandes ventajas. Para empezar, le aseguraría su herencia, pero solo si aparentase ser un verdadero matrimonio. ¿Les resultaría posible mantener su relación como algo impersonal cuando todo indicaba ser precisamente lo opuesto?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Rachael Thomas

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un plan inaudito, n.º 2780 - mayo 2020

Título original: A Shocking Proposal in Sicily

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-062-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

HABÍA gozado de libertad. Ahora tenía que pagar por ello. Los últimos cinco años tratando de evitar satisfacer las arcaicas tradiciones de su país no habían servido de nada. No podía seguir ignorando, ni evitando, su deber para con Ardu Safra.

Kaliana Benhamed, delante de la puerta del despacho de su padre, conocía el motivo por el que este la había hecho regresar de Londres y abandonar la vida que se había forjado allí después de la tragedia de cinco años atrás. Sabía por qué había insistido en que dejara su trabajo como directora de campaña de la organización benéfica Charity Resources, trabajo que le encantaba. A su padre no le importaba que hubiera tenido que despedirse de Claire, una amiga que lo sabía todo sobre ella y, a pesar de ello, la trataba como a una chica corriente. Con una sola orden, su padre le había cambiado la vida; y ahí estaba ella, de vuelta en su tierra natal, a punto de ver a su progenitor y sin más remedio que enfrentarse a su destino.

Kaliana respiró hondo para intentar calmar los nervios en un intento por evitar que su padre se lo notara. Ahora era una mujer diferente a la que había abandonado Ardu Safra después de la tragedia de haber perdido al hombre que había amado. Desde entonces, había logrado gozar de independencia y bienestar, dejando atrás el sueño del amor y la felicidad para siempre jamás. Había empezado una nueva vida, una vida a la que no estaba dispuesta a renunciar con facilidad.

Ni siquiera por su padre, el gobernante de Ardu Safra, un pequeño reino en el desierto al nordeste del continente africano. Su padre siempre había sido estricto, pero justo. ¿La obligaría a hacer algo en contra de su voluntad? ¿La obligaría a casarse con el hombre que él mismo había elegido para ella?

Kaliana cerró los ojos brevemente y pensó que ojalá su madre no tuviera unas ideas tan anticuadas. Ojalá su madre la apoyara. Pero eso era pedir lo imposible. Su madre era una mujer buena y cariñosa, pero de ideas muy conservadoras.

Por fin cruzó el umbral de la puerta y caminó por el suelo de mármol hasta el ornamentado escritorio al fondo de la enorme estancia. Su padre alzó la cabeza y la miró con intensidad. ¿La veía diferente? ¿Más fuerte? ¿Dispuesta a luchar por sus derechos como cualquier mujer moderna?

–Kaliana –dijo él con voz fría y distante, como si estuviera dirigiéndose a uno de sus ayudantes y no a su única hija. Y ese era el problema de fondo: ella era la única heredera al reino de Ardu Safra–. Por fin has regresado a tu tierra.

–No he tenido alternativa –Kaliana se detuvo cerca del escritorio y le produjo una extraña satisfacción comprobar la irritación de su padre al fijarse que llevaba el pelo más corto. A ella, por el contrario, le encantaba la melena de la moderna Kaliana–. Me dejaste muy claro que no me quedaba más remedio que volver, padre.

Se esperaba de ella que se casara y, a los veinticinco años de edad, ya se le estaba agotando el tiempo. Había llegado el momento de cumplir con un deber que había esperado no tener que cumplir. Le tocaba vivir una vida de la que había intentado escapar.

–¿Qué clase de ropa es esa que llevas? –su padre paseó la mirada por la falda azul marino y la camisa blanca, unos zapatos de tacón completaban el atuendo.

Era la clase de ropa que había llevado al trabajo. Ni su padre ni su madre aprobarían nunca semejante indumentaria. En muchos sentidos, había decepcionado a sus padres.

–Así me visto ahora, padre –respondió Kaliana alzando la barbilla–. Ahora soy así.

Su padre se levantó bruscamente, las patas de su asiento arañaron el mármol. Se inclinó sobre la mesa con ira en los ojos.

–Y lo que yo quiero es que cumplas con tu deber.

–¿Mi deber, padre? –dijo ella evitando mostrar temor, porque eso era ceder poder a su padre.

Y eso era precisamente lo que Kaliana había evitado durante los últimos cinco años. Se había demostrado a sí misma que podía sobrevivir sin necesidad de recurrir a su título de princesa Kaliana de Ardu Safra. Había conseguido un trabajo a nivel de manager, tenía una vivienda y amigas que desconocían su linaje. Solo Claire sabía la verdad. Para su jefe, compañeros de trabajo y amigos, era simplemente Kaliana Benhamed. Y el hecho de que hubiera conseguido todo eso irritaba a su padre más de lo que aparentaba.

–Matrimonio –declaró él–. Tu deber es casarte, Kaliana. Tu deber como princesa del reino de Ardu Safra. Tu deber como mi hija y única heredera.

–No en la vida que he forjado para mí, padre.

–¿La vida que has forjado para ti? –dijo su padre con expresión de disgusto y frustración–. Te he permitido ese capricho durante demasiado tiempo.

–No ha sido ningún capricho, padre. Ahora es mi vida.

Su padre suspiró y, al mirarla, su expresión se suavizó ligeramente, haciéndola recordar a su padre de antaño, a su padre de niña. Un padre que la había querido mucho a pesar de no ser un chico. Un padre más tranquilo y relajado… hasta el momento de heredar la corona de un pequeño reino con problemas económicos.

–Comprendo los motivos por los que creíste necesario marcharte. Por eso no dije nada cuando diste la espalda al estilo de vida que conllevaba tu título.

–En ese caso, comprenderás por qué no puedo casarme. Nunca.

–No es tan sencillo, Kaliana. Nuestro reino corre peligro, igual que nuestra gente. La única forma de salir de esta situación es que te cases –le sorprendió el tono resignado de su padre. El enfado de él se había disipado, el hombre que la había querido tanto de pequeña había vuelto.

–¿Y con quién se supone que debo casarme, padre? Alif, el hombre al que amaba y con el que me habría casado, está muerto –sintió un profundo dolor al recordar el momento en que le anunciaron la muerte de su prometido en un accidente de helicóptero, justo unas semanas antes de su boda.

–Nassif ha pedido tu mano –respondió su padre.

–¿Nassif? –Kaliana no podía creer lo que acababa de oír–. ¿El tío de Alif? ¿El cruel y vengativo tío de Alif? No es posible que hables en serio –dijo ella rayando en la desesperación–. No puedo hacer eso. No puedo.

–El matrimonio entre vosotros dos uniría nuestros dos países, igual que habría ocurrido cinco años atrás de haberte casado con Alif –su padre volvió a sentarse detrás del escritorio; de nuevo, el regente de un país, no el padre de antaño.

A Kaliana le temblaron las piernas por el dolor y el pánico que las palabras de su padre le habían producido. Por lo que su padre esperaba que hiciera sin protestar.

–Nassif es mucho mayor que yo.

–Sí, eso es verdad –respondió su padre pausadamente–. Ahora que su esposa ha fallecido, quiere casarse contigo.

Kaliana retrocedió unos pasos, necesitaba calmarse, necesitaba controlar el súbito pánico que la invadía.

–No. No voy a casarme con ese hombre.

Unas gotas de sudor aparecieron en su frente. Sintió una náusea y estuvo a punto de darse media vuelta y salir corriendo de allí. Pero no, no iba a escapar. Desde pequeña su madre le había inculcado un profundo sentido del deber.

Quería escapar, pero no podía hacerlo. Tenía un deber que cumplir. Era un deber para con su familia y su reino.

En el fondo, sabía que su padre la había permitido irse, la había concedido tiempo para reponerse del dolor de la pérdida de su amado. Pero ese tiempo de gracia se había agotado. Había llegado el momento de cumplir con su deber, de doblegarse a su destino.

Pero… ¿casarse con Nassif? Sintió un profundo asco. Ya era malo casarse, pero ¿con el repugnante tío de Alif? Impensable.

Su padre la observó sin decir nada. Ni siquiera pestañeó cuando ella le lanzó una mirada con la que le imploraba que la comprendiera, con la que le imploraba que le buscara otro marido.

Otro marido. Cualquiera… ¿Y si se casaba con otro?

Animada por esa idea, desesperada por encontrar la solución al problema, se acercó a su padre.

–Padre, no puedo casarme con Nassif.

–Ardu Safra está al borde de la quiebra. La situación económica se ha vuelto insostenible durante el tiempo que tú has estado en Londres.

–¿Por qué no me lo dijiste?

–Soy yo quien tiene que encargarse de ello. Contaba con tu matrimonio con Alif para solucionar nuestros problemas –el tono seco de la voz de su padre trató de enmascarar el pánico que sentía, la seriedad de la situación.

–¿Los problemas vienen de hace tanto tiempo? –preguntó ella, entristecida al pensar en lo feliz y libre que había estado en Londres mientras sus padres se habían enfrentado a esa carga.

–Sí. Y ahora debo pedirte que te cases con Nassif –declaró su padre endureciendo su tono de voz.

–No, padre. No con Nassif.

–Es un hombre con una gran fortuna –su padre la miró fijamente, no como el regente, sino como un hombre destrozado, vencido. Un hombre que dependía de ella–. Y Nassif está dispuesto a invertir en Ardu Safra.

Kaliana sacudió la cabeza, pero la recta línea que los labios de su padre formaban le advirtió que protestar no le serviría de nada.

–Tu matrimonio con él saneará nuestras finanzas, igual que habría ocurrido cinco años atrás de haberte casado con Alif –insistió su padre con determinación. De una forma u otra, él conseguiría lo que se había propuesto. Y lo que se había propuesto era salvar a Ardu Safra de la ruina casándola con un hombre rico.

Pero… ¿era necesario que ese hombre fuese Nassif?

Su mente conjuró una solución. El corazón le latió con fuerza. ¿Debía correr ese riesgo? ¿No despertaría la furia de su padre? Y, peor aún, ¿no decepcionaría a su padre profundamente?

–No. No puedo hacerlo.

–Piensa en la vergüenza que causarás a tu madre.

–Esto no tiene nada que ver con mamá –respondió ella al tiempo que lanzaba una furiosa mirada a su padre.

–¿Y qué me dices de la gente de Ardu Safra? ¿Vas a permitir que pase penuria solo porque no quieres cumplir con tu deber? ¿Porque te niegas a casarte y a traer riqueza a tu país?

–No digas eso, padre –le espetó ella.

–Vas a tener que casarte con alguien, Kaliana. Vas a tener que casarte con un hombre muy rico, un hombre capaz de regentar este reino contigo cuando llegue el momento –su padre hizo una breve pausa antes de continuar–. Este es tu país, estas son tus gentes.

Casarse con alguien. Eso era lo que su padre acababa de decir. De nuevo, la alternativa menos repugnante le vino en mente. Sí, era ella quien iba a elegir a su marido.

–En ese caso, yo me buscaré un marido. Encontraré a un hombre que pueda invertir en Ardu Safra el dinero que el reino necesita.

Su padre se la quedó mirando e hizo una mueca burlona. Pero antes de poder contestar, ella añadió:

–No voy a casarme con Nassif.

Esperaba que su padre se enojara y se preparó para enfrentarse a su ira, pero no ocurrió. Su padre pareció tan perplejo como ella se sentía.

Su padre sacudió la cabeza con expresión de incredulidad.

–¿En serio crees que vas a encontrar a un hombre tan rico como Nassif dispuesto a casarse contigo y a enfrentarse a todo lo que conlleva ser el marido de una princesa?

–Sí, padre, así es.

No obstante, Kaliana no sabía cómo iba a conseguirlo.

–Muy bien. En ese caso, encargaré que se inicien los preparativos de tu boda.

–¿Qué?

–Te casarás el día que cumplas los veintiséis años.

–Pero eso es… en octubre. A principios de octubre. Dentro de cuatro meses.

Su padre asintió solemnemente.

–¿Y si para entonces aún no he encontrado marido? –preguntó asustada.

Pero sabía que podía conseguirlo. Tenía que conseguirlo.

–Tienes hasta septiembre –declaró su padre–. Si no has encontrado marido para entonces, te casarás con Nassif el día que cumplas veintiséis años.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Principios de junio

 

Raffaele Casella apenas podía controlar su frustración. No había logrado apagar la irritación que sentía durante el vuelo de Sicilia a Londres. Su padre, alarmantemente tranquilo a pesar de que acababan de diagnosticarle un cáncer, había explicado con claridad la realidad de la situación en la que se encontraba la familia en esos momentos.

El apellido Casella iba a desaparecer y con él las tierras y la riqueza que había pasado de una generación de Casella a la siguiente. Desgraciadamente, su hermano mellizo, Enzo, había elegido ese mismo día para admitir que su matrimonio con Emma peligraba tras las pruebas de fertilidad a las que se había sometido y que habían demostrado que no podía tener hijos, herederos Casella.

Su padre, presa de un ataque de pánico, había recurrido al él y le había hecho responsable de proporcionar herederos.

Rafe había tratado de controlar su ira y su perplejidad durante la discusión que había tenido con su padre y con Enzo. Consciente de que su padre estaba enfermo, se había contenido, a pesar de recordar cómo había pasado toda su vida intentando satisfacer a su padre sin conseguirlo. Enzo, el primero de los dos en nacer, era quien ostentaba ese honor, a pesar de haber traicionado a Rafe con suma crueldad, a pesar de destrozar una familia acuciada por una tragedia.

El apellido Casella desaparecería si él, el segundo mellizo, el heredero de repuesto, no se casaba y no tenía hijos. Un drama para la familia Casella.

Rafe era el único que podía hacer que el apellido Casella sobreviviera, y con él la fortuna de la familia. Tanta presión le abrumaba. Le exigían que se casara, a pesar de no haber querido hacerlo nunca; también le exigían que tuviera hijos, un heredero para ser exactos, cosa que tampoco había deseado nunca.

Pero no tenía elección. O se casaba y tenía descendencia o su prima Serafina y Giovanni Romano, el avaricioso esposo de Serafina, se quedarían con todo y sería el fin de la dinastía Casella.

Rafe no podía permitir que eso ocurriera. Sobre todo, teniendo en cuenta que estaba en juego la finca que, para él, significaba más que ninguna otra cosa. El terreno de su madre. El lugar en el que Enzo y él, en compañía de su amigo de la infancia, Franco, habían jugado de pequeños. Ese lugar estaba lleno de recuerdos de su madre, que había muerto cuando Enzo y él eran adolescentes. Rafe estaba dispuesto a cualquier cosa por no perder esos campos de olivos. Estaba dispuesto incluso a casarse y tener hijos. No se trataba solo de evitar que alguien que no fuera un Casella se convirtiera en propietario de Pietra Bianca. Para él, suponía mantener viva la memoria de su madre.

Mientras pedía su segundo whisky en el bar del exclusivo hotel londinense, su mente conjuró la imagen de Giovanni en los olivares y una profunda ira se apoderó de él. No, no iba a permitir que Giovanni Romano tuviera nada que ver con Pietra Bianca.

Rafe se bebió el whisky y dejó el vaso vacío en la barra. Durante la última discusión que había tenido con Enzo, su hermano le había dejado muy claro que se esperaba de él que salvara la fortuna Casella. Lo que demostraba que su hermano mellizo era un avaro; para él, el dinero era tan importante como para su padre.

–Maldito seas, padre –murmuró Rafe mirando con furia el vaso vacío–. Y maldito seas, Enzo.

Rafe llamó al camarero y le sirvieron otro whisky. Agarró el vaso y, a modo de brindis, lo alzó mientras contemplaba su imagen reflejada en el espejo detrás de la barra. Un brindis por su futuro, por el matrimonio, por la paternidad… por todo lo que no había querido nunca.

Era Enzo a quien su padre había considerado el verdadero heredero, el que había nacido para casarse, procrear y heredar. Rafe era, como siempre, la reserva, por si algo salía mal.

Pero ahora la reserva había entrado en juego, tras el espectacular fracaso del matrimonio de Enzo. El divorcio parecía la única alternativa. Pobre Emma. Aunque hubiera sido su primer amor, ahora era la esposa de Enzo. La traición de Enzo y Emma le había afectado profundamente.

Rafe meneó el whisky en el vaso y lo miró como si ahí pudiera encontrar la solución a aquella pesadilla. No quería casarse, no quería involucrarse emocionalmente con nadie. Además, ¿dónde iba a encontrar a una mujer para casarse? Y no solo una mujer, sino una mujer con el prestigio necesario para convertirse en la esposa de un Casella. ¿Tendría que aceptar un matrimonio amañado por su padre?

–Champán –dijo una voz ronca y femenina a su lado.

El acento de ella al dirigirse al camarero despertó su curiosidad. Al mirar la imagen de esa mujer en el espejo, se dio cuenta de que era tan atractiva como su voz. Y sofisticada. Daba la impresión de ser una persona segura de sí misma y, al instante, deseó conocerla.

Una profunda atracción se apoderó de él. Era la mujer más sexy que había visto en mucho tiempo. Era alta y delgada, llevaba una blusa de seda dorada con escote y se había enrollado las mangas hasta los codos. Llevaba el pelo echado hacia atrás, una melena negra que le llegaba a la altura de los hombros. Tenía unos ojos castaños oscuros, casi negros. Sus labios apretados daban aspecto de sexy mohín.

Era preciosa.

Un sobrecogedor deseo sexual se apoderó de él, hacía mucho tiempo que no se encontraba en los brazos de una hermosa mujer. Algo que no volvería a hacer una vez que se hubiera casado. Aunque no se casara por amor, la infidelidad era algo que no cabía en su sentido de la ética.

Sabía demasiado bien lo que era la infidelidad.

Rafe llamó la atención del camarero con un movimiento de cabeza y este llevó al instante una botella de champán con dos copas.

–No recuerdo haberte invitado –dijo ella mirándolo con enfado.

Rafe paseó los ojos por esas largas y morenas piernas que una falta ajustada y por encima de la rodilla dejaba al descubierto. La mujer calzaba unas sandalias doradas y llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo.

Era una mujer segura de sí misma. Fuerte. Independiente. Y con un cuerpo hecho para el placer. De ninguna manera una mujer como esa accedería a un matrimonio de conveniencia.

Se dio cuenta, instintivamente, que esa mujer era su igual.

–Te equivocas, te he invitado yo a ti –dijo él, picándola.

–¿Qué es lo que te ha hecho llegar a semejante conclusión? Al llegar, he visto que estabas bebiendo whisky –dijo ella, sus pendientes de brillantes haciéndole guiños.

Rafe sonrió. Ella se había fijado en él.

–Sí, eso es verdad.

–He sido yo quien ha pedido champán –declaró ella con acento extranjero.

Nunca había conocido a una mujer así. Durante los últimos seis años había evitado complicarse la vida con las mujeres. En vez de trabajar con su padre y con Enzo en el negocio familiar y con el fin de evitar los malos recuerdos que su lugar de nacimiento, Sicilia, le traía, se había entregado por entero a levantar su negocio de energías alternativas. Ahí en Londres, o en Nueva York, donde había establecido su base, le era difícil olvidar.

Ahí no tenía que enfrentarse al pasado ni permitir que este dictara su futuro.