La mujer misteriosa - Rachael Thomas - E-Book

La mujer misteriosa E-Book

Rachael Thomas

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Beschreibung

Estaba dispuesto a reclamar a su bebé… ¡y a su prometida! El magnate Marco Silviano no podía olvidarse de la misteriosa mujer con la que había pasado una semana increíble en una isla. Encontrarse cara a cara con Imogen en Inglaterra le resultó sorprendente. Sobre todo cuando se enteró de que ella estaba esperando un hijo suyo. Sabiendo que su hijo garantizaría la dinastía de su familia, Marco persuadió a Imogen de que aceptara un anillo de compromiso. Una vez comprometidos, el ardiente deseo que vibraba entre ellos y el inmenso atractivo de Imogen pusieron a prueba el autocontrol de Marco…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Rachael Thomas

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La mujer misteriosa, n.º 2714 - julio 2019

Título original: A Ring to Claim His Legacy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-321-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Marco Silviano centró su atención en la mujer rubia y esbelta que acababa de pedir champán para compartir con su amiga. Incluso su voz era increíblemente sexy y el vestido azul brillante que llevaba y que resplandecía con las luces del bar resultaba muy seductor y, provocaba que se intensificara la reacción de su cuerpo al verla.

Él llamó a la camarera con un leve movimiento de la mano:

–Dígales a las chicas que el champán corre de mi cuenta.

–Sí, señor. ¿De parte de quién digo? –preguntó la camarera del resort de lujo de la isla.

Era la última adquisición que había hecho para su empresa Silviano Leisure Group, y él estaba allí para asegurarse de que todo se hacía tal y como él deseaba. La experiencia le había enseñado que era mejor no revelar su verdadera identidad a su llegada, sino más tarde después de haber probado todo como si fuera un huésped de verdad.

–De parte de Marco –dijo él, sin dar su apellido.

Él observó mientras la camarera les daba el mensaje a las mujeres. Ambas se volvieron para mirarlo, pero fue la mujer rubia la que le llamó la atención. Marco la miró fijamente y algo indescriptible se generó entre ellos. Él respiró hondo, asombrado. Nunca le había sucedido algo así. Jamás había experimentado la sensación de que el resto del mundo desaparecía excepto la persona a la que estaba mirando.

Se recuperó rápidamente y, con su encanto habitual, levantó su copa hacia ellas. Apenas se percató de que la amiga de la mujer rubia levantó la copa para darle las gracias y le dijo algo a la mujer que todavía seguía mirándolo. Era evidente que la mujer rubia estaba tan asombrada como él por lo que acababa de suceder. La amiga desapareció de su vista. Lo único que podía ver era a la mujer rubia cuya melena ondulada caía sobre sus hombros y descansaba sobre sus pechos.

Ella sonrió y levantó la copa hacia él. Debería haber sido un gesto inocente, pero, por algún motivo, fue tremendamente erótico. Provocativo. Marco sintió un fuerte calor en la entrepierna y, al instante, la promesa que le había hecho a sus padres acerca de que se casaría con una buena chica y sentaría la cabeza, se desvaneció.

Estaría allí una semana haciéndose pasar por un huésped. La excusa perfecta para escapar de las exigencias de una familia de la que nunca se había sentido parte. Habían pasado muchas cosas en los últimos tiempos y su familia había vuelto a preguntarle de manera insistente cuándo pensaba casarse. Esto había provocado que él se marchara de las oficinas que Silviano Leisure Group tenía en Nueva York para poder escapar del interrogatorio familiar.

El ataque al corazón que había sufrido su padre había provocado que salieran a la luz grandes secretos familiares, y cada vez que él había tratado de seguir con su vida, las expectativas de su padre lo perseguían. Su deber era proporcionar al siguiente heredero de la familia Silviano, y su padre quería que fuese un niño.

Bianca, su única hermana, no podía tener hijos, así que él era el único capaz de tener un heredero que se quedara con todo lo que su abuelo había creado cuando emigró de Italia a Nueva York.

Quizá un poco de coqueteo con aquella rubia era justo lo que necesitaba para distraerse. Después de todo, todavía no estaba casado, y evitaría estarlo todo lo posible. Al pensar en coquetear con aquella rubia atractiva, se le aceleró el pulso. ¿Y por qué no? Estaría alejado de Nueva York una semana. Alejado de la presión a la que le sometía la familia. Pronto regresaría a la realidad, pero por el momento tenía elecciones más importantes que hacer.

Se levantó del taburete y se acercó a las mujeres. La mujer rubia y de ojos azules lo miró y se mordió el labio inferior. Era como si bajo su sexy coqueteo, no estuviera acostumbrada a hacerlo. ¿Sería que la belleza de la isla y estar alejada de casa provocaba que hiciera cosas que no haría normalmente? ¿O era la innegable atracción que ambos habían sentido con tan solo mirarse? En cualquier caso, era un cóctel embriagador. Uno que él estaba dispuesto aprobar.

–Gracias por el champán –dijo la amiga mientras se movía para colocarse detrás de la mujer rubia, y forzando la situación para que él quedara junto a ella.

–Sí, gracias.

Él no esperaba que ella hablara con tono suave y dubitativo. Era algo que no pegaba con el vestido atrevido que mostraba las curvas de su cuerpo y provocaba que deseara abrazarla contra él, antes de quitarle la prenda de seda azul y descubrir el placer que prometía su cuerpo sexy.

–El placer es mío –dijo él, y se inclinó sobre la barra sin dejar de mirarla a los ojos. Era como sumergirse en el océano y bucear a lo más profundo. Casi podía sentir el agua en su cuerpo. Él pestañeó. ¿Qué le pasaba? Había pasado demasiado tiempo con su hermana durante las últimas semanas. Ella siempre le repetía que algún día conocería a la mujer adecuada, se enamoraría y tendrían el hijo que la familia necesitaba.

La idea de formar su propia familia le resultaba extraña. Marco vivía la vida a tope, y le gustaba la pasión de los nuevos encuentros. No quería el confort de una familia cuando a él le había costado encajar en la suya. Y en cuanto al amor, que era lo que su hermana siempre le decía que algún día encontraría, era un tema prohibido. Tras descubrir el secreto de su madre, la explicación de por qué nunca había sido capaz de ganarse el amor de su padre, él no quería saber nada de ninguna clase de amor. De pequeño había recibido muy poco y siempre había pensado que no lo merecía. De adulto, no tenía ninguna intención de enamorarse.

La mujer rubia sonrió y él sintió que una ola de calor lo invadía por dentro.

–Esta es Julie Masters y yo soy Imogen… –hizo una pausa, como si no quisiera desvelar su verdadera identidad–. Solo Imogen.

–Estas muy bella esta noche, solo Imogen… –sonrió él, consciente de que sus encantos estaban teniendo el efecto habitual y de que necesitaba anticipar el resultado del encuentro–. Me llamo Marco.

Imogen pestañeó con timidez, algo que no concordaba con el vestido atrevido que llevaba. Sin embargo, segundos después lo miró con tranquilidad.

–Hola, Marco –su voz se había vuelto sexy, provocando que él ardiera de deseo.

–¿Y a estas encantadoras mujeres les está gustando la isla? –preguntó él.

–Es impresionante –dijo Imogen con entusiasmo–. Llegamos anoche, pero ya me he enamorado de lugar.

–Es divino –dijo Julie, antes de beber un sorbo de champán.

Él no esperaba comentarios mejores. Le había gustado todo lo que había visto desde su llegada, pero oír que la isla y sus empleados agradaban a los huéspedes era más que satisfactorio.

–¿De dónde sois?

–De Londres –Julie contestó enseguida–. Nuestro padre nos dijo que nos fuéramos de vacaciones a algún lugar soleado, así que, aquí estamos.

–¿Sois hermanas? –Marco miró a Imogen y después a Julie. Una era rubia, la otra morena.

–Primas –dijo Imogen, y Julie se rio como si fuera una broma.

Él dudó de que fueran primas. Tenía la sensación de que era una broma que no comprendía, pero mientras no impidiera que él e Imogen pudieran explorar la atracción que había surgido entre ambos, no le importaba.

Imogen se volvió hacia Julie y la miró, pero el no pudo descifrar si era una mirada de advertencia, sorpresa o disgusto. Después, Imogen lo miró de nuevo con una sonrisa y picardía en la mirada. Eso provocó que la atracción que sentía por ella fuera todavía más fuerte.

–Y solo hemos venido por una semana.

–Así que será mejor que la aprovechéis al máximo –dijo él y se percató de que ella se sonrojaba, y de que Imogen bajaba la mirada hacia la copa.

–Justo lo que yo decía –Julie se rio y añadió–: Así que, si me disculpas, voy a ponerme a ello.

Imogen levantó la cabeza y miró a Marco un instante antes de mirar a Julie.

–¿En serio?

–Sí –Julie se rio y se retiró hacia atrás–. Marco te hará compañía, estoy segura.

Marco sabía muy bien lo que pasaba. Julie se había percatado de la situación y de la chispa que había surgido entre ellos. Él volvió a centrar su atención en Imogen. Le gustaba su timidez y, sorprendentemente, le gustaba la idea de cortejar a una mujer bella. Estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran a sus pies, o en su cama. Ese era uno de los aspectos negativos que tenía ser rico. Las mujeres no se fijaban en él, sino en lo que él podía ofrecerles. Imogen parecía indiferente a todo aquello, a pesar del vestido de diseño que llevaba. Él tenía la sensación de que ese tipo de cosa era más típico de su prima que de ella.

–Siento lo que ha pasado –dijo Imogen con timidez.

Esa semana prometía ser mucho más interesante de lo que él había anticipado. La bella Imogen era el antídoto que él necesitaba antes de regresar a Nueva York y afrontar las consecuencias. Quizá incluso llegaba a hacer lo impensable y apagaba el teléfono durante un día o dos. No estaba dispuesto a darle la espalda a la atracción que había surgido entre ellos. Estaba dispuesto a permitir que la atracción se desencadenara con naturalidad, algo que nunca había permitido antes. La idea de que la relación siguiera su curso antes de mantener sexo apasionado hacía que la deseara aún más. Iba a disfrutar de aquello.

–No tengo inconveniente en hacerte compañía –dijo él, y se perdió en la mirada de sus ojos azules–. Tenemos una botella de champán y toda la noche por delante. ¿Qué más podría hacer que fuera perfecto?

Su tímida sonrisa provocó que a él se le entrecortara la respiración por una vez en la vida. Sentía que bajo su sonrisa coqueta y el vestido sexy que llevaba, Imogen parecía diferente a cualquier mujer con las que había tenido una aventura. Le gustaba la idea de tener que esforzarse por ella, cortejarla para poder llevársela a ala cama. Era algo que nunca había tenido que hacer antes.

–No voy a beberme la botella yo sola. Ahora que Julie se ha marchado –sonrió Imogen–. No estoy acostumbrada a beber. Se me sube a la cabeza.

Él frunció el ceño. Sin duda una mujer de la alta sociedad que acostumbraba a ir a fiestas y a eventos donde había comida y bebida, estaría acostumbrada a beber champán. Decidió no pensar en ello y dijo:

–Entonces, iremos despacio.

Ella lo miró y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. No era un gesto de coqueteo, sino de timidez. Si de veras no estaba acostumbrada a recibir atención masculina, tendría que abandonar su rutina de seducción.

–Eso me gustaría –dijo ella, con una encantadora sonrisa.

Marco dejó el vaso de brandy a un lado y, después, le pidió al camarero que les llevara el champán y unas copas limpias.

–¿Quieres que nos pongamos en un sitio más cómodo? –le preguntó a Imogen–. ¿Un lugar con más privacidad?

Durante un momento, Imogen puso expresión de pánico, pero después se encogió de hombros. Marco no pudo evitar preguntarse si no mantendría una relación con otro hombre. No veía motivos para que un hombre no quisiera estar a su lado, y él no estaba dispuesto a tener una aventura con una mujer comprometida o casada.

–Sí, es una buena idea –susurró ella, y él notó que su deseo se intensificaba.

Marco colocó la mano sobre la espalda de Imogen y la guio hasta una zona del restaurante con más privacidad.

–Espero no estar metiéndome en terreno de otra persona –sacó una silla y se la ofreció a ella, mientras el camarero llevaba la cubitera y las copas. Marco negó con la cabeza al ver que se disponía a servirlo.

Imogen frunció el ceño.

–¿En terreno de otra persona?

Él se fijó en su mano izquierda. No llevaba anillo de boda.

–Sin duda, una mujer tan bella como tú ha de tener un novio o un prometido en Londres.

 

 

Imogen trató de contener el dolor punzante que sintió al oír la palabra prometido, pero no era culpa de ese hombre que Gavin la hubiera abandonado una semana antes de la boda. Ni de que Gavin se hubiera casado poco después con otra mujer después de decir que el matrimonio no era para él y que solo había aceptado porque su familia lo había presionado.

–No tengo novio ni prometido –dijo ella, tratando de mostrar naturalidad mientras observaba como él servía el champán.

La luz reflejaba sobre su cabello oscuro y su piel bronceada indicaba que era de descendencia mediterránea. Él levantó la vista y la miró, provocando que se sonrojara al ver que la había pillado mirándolo.

Marco le entregó una copa de champán y ella supo que aquel era un hombre que no llevaba la misma vida que ella. Todo él denotaba riqueza y poder. Era de otro círculo social. Imogen no sabía por qué estaba haciendo aquello, porque le había hecho caso a Julie y se había dejado llevar por la fantasía de una isla a la que las habían enviado de forma inesperada como parte de su trabajo.

Tampoco sabía por qué estaba sentada en una mesa con el hombre más sexy del bar. Su cuerpo atlético destacaba entre todos los hombres ricos que había en el restaurante, y ella había tratado de no mirarlo.

«Los hombres suelen preferir a Julie, que es más alta y delgada que yo», pensó. Al instante se reprendió en silencio. Quizá Gavin había mellado la confianza que tenía en sí misma, pero no iba a permitir que la angustia provocada por las burlas que había sufrido en la adolescencia se apoderara de ella.

Aceptó la copa que él le ofrecía y supo que Julie estaba detrás de todo aquello. Había sido su idea que emplearan el tiempo que iban a pasar en el resort de lujo para escapar de su aburrida rutina diaria. Su empresa, Bespoke Luxury Travel, las había enviado a la isla tropical de Silviano Leisure Group para probar las vacaciones de lujo que la empresa podía ofrecer a sus clientes. Julie había insistido en que iban a disfrutar al máximo como esos clientes ricos y probarlo todo.

Imogen no esperaba que un hombre como Marco formara parte de ese plan. Él era muy diferente a todos los hombres que había conocido. Parecía muy centrado en lo que deseaba y era evidente que, en aquellos momentos, lo que deseaba era ella. Actuar como una mujer coqueta y animada no era su estilo, pero la sugerencia que le había hecho Julie acerca de que para superar el hecho de que Gavin la hubiera traicionado el año anterior necesitaba una aventura llena de pasión, había quedado grabada en su cabeza. Imogen se sentía contenta con su cuerpo menudo y con curvas y quería demostrárselo a Julie.

No era extraño que Julie hubiera forzado que se quedara con Marco. Él era el tipo de hombre que se consideraba un playboy:rico, atractivo y mortalmente encantador. Imogen esbozó una sonrisa. Seguiría el juego, aceptaría el reto que Julie le había propuesto. Esa semana iba a ser una Imogen distinta y sacaría el máximo provecho de aquella noche. Aunque solo fuera por unas horas, viviría el momento como si nada más importara. Era su momento y ¿qué persona mejor para compartirlo que un hombre como Marco?

–Me sorprende que una bella mujer como tú esté sola esta noche, pero me alegro por ello –la voz sexy de Marco la sacó de sus pensamientos.

Imogen notó que se le aceleraba el corazón y un revoloteo en el vientre. Ya se sentía mareada y apenas había bebido champán. ¿De veras podía ser la mujer que Marco deseaba?

–A mí también –intentó recordar todo lo que Julie le había contado durante el vuelo. Los consejos acerca de que debía olvidar que aquel canalla la había abandonado justo antes de llegar al altar, y vivir de nuevo. Julie le había hecho prometer que la próxima vez que un hombre mostrara interés por ella, ella se olvidaría del pasado y disfrutaría del momento. No pensaría en el futuro y tampoco en el único hombre con el que había mantenido una relación.

Sonrió al recordar lo insistente que había sido Julie, así que, decidió que le demostraría que estaba avanzando.

–Estás sonriendo –dijo Marco, mientras le entregaba una copa de champán.

–¿Por qué no voy a sonreír? Estoy en un sitio precioso con una compañía agradable –trató de coquetear, pero se sintió incómoda.

Igual que con aquel vestido de seda que se pegaba a cada curva de su cuerpo. La abertura delantera mostraba sus piernas cada vez que daba un paso. Era un vestido que la mostraba de una manera completamente distinta.

«Muy seductora», recordó lo que Julie había dicho cuando ella se probó el vestido que se encontraba entre el vestuario que les habían proporcionado para probar el resort de lujo y pasar desapercibidas. Era una prenda que ella no podía permitirse, y no quería imaginar cuánto había podido costar.

–¿Solo agradable? –bromeó él, y bebió un sorbo de champán sin dejar de mirarla.

Ella se estremeció y lo observó. Su aspecto era el de los hombres de los países mediterráneos, pero su acento era norteamericano. Mientras él esperaba su respuesta, arqueó las cejas y la miró.

–Está bien –se rio ella–, pero quizá te alimente mucho el ego. Estoy en un lugar precioso y en compañía de un hombre atractivo.

–Eso está mucho mejor –se rio él–. Así que, solo Imogen, ¿qué es lo que haces en Londres?

Imogen estuvo a punto de atragantarse con el champán al oír su pregunta. Pensó en algo adecuado que decir. No podía contarle que era una oficinista que vivía al día a un hombre que exudaba riqueza por los poros. ¿Para qué estropear la magia del momento? ¿Por qué no vivir el sueño y crear una vida para sí misma?

–Trabajo de asistente personal –ella bebió un poco de champán y dejó la copa–. ¿Y tú?

–Yo trabajo en la industria del ocio.

–¿En los Estados Unidos?

Él se rio. Su risa era tan sexy que ella sintió que una ola de deseo la invadía por dentro.

–¿Es tan evidente?

–Un poco, pero pareces un hombre de algún país mediterráneo.

–Mi familia es originaria de Sicilia. Mi abuelo emigró a Nueva York con mi abuela. Estaban recién casados y querían comenzar una nueva vida –él sonrió y ella supuso que debía de haber estado unido a sus abuelos. Al parecer, la familia era algo importante para él, y recordaba a sus abuelos con el mismo cariño con el que ella recordaba a los suyos. Tratando de que su vida no interfiriera en aquel momento, intentó no pensar en ello y esperó a que él continuara.

–Abrieron un café y vivieron allí toda su vida.

–Es muy romántico –dijo ella, sin pensar. Sin embargo, a juzgar por la expresión del rostro de Marco, él no opinaba lo mismo. Su primera opinión acerca de aquel hombre fue que era de esos que no quería sentar la cabeza, que no se comprometía en las relaciones, que no le gustaba el romanticismo y que nunca empleaba la palabra amor.

–¿Eres romántica?

Ella se rio y se inclinó hacia delante para agarrar la copa, consciente de que él no dejaba de mirarla y de que su vestido no cubría demasiado su cuerpo. A Julie le habría quedado mucho mejor, puesto que era más delgada, pero ella había insistido en que era perfecto para Imogen. Ella se había negado incluso a probárselo, recordándole a Imogen que le había prometido que no permitiría que los comentarios crueles que Gavin había hecho sobre su figura no dañarían la confianza que ella tenía en su aspecto desde que había superado el acoso al que le sometieron en el colegio.

–¿No lo es todo el mundo? Una historia como esa es romántica –bebió otro sorbo de champán–. ¿No te lo parece?

–No –fue tan tajante que ella casi sintió lástima por él, pero entonces recordó dónde había llegado gracias al romanticismo… Abandonada durante la última prueba del vestido de novia. Quizá ese hombre tuviera razón, o quizá no. En cualquier caso, ella se divertía bromeando con él. No se había sentido tan despreocupada desde hacía mucho tiempo.

–Mira este lugar. Todo es romántico –estiró los brazos con las palmas hacia arriba y miró las mesas iluminadas con velas, la barra con luz tenue, el jardín donde se encontraban, iluminado con luces que asemejaban el brillo de las estrellas.

–Está bien, me rindo –se rio él, provocando que ella se derritiera por dentro.

–¿De veras? –bromeó Imogen, riéndose como si lo conociera desde hacía años y no desde hacía unas horas.

Marco asintió.

–Quizá esta isla sea un lugar romántico.

Ella se rio, consciente de que él la miraba fijamente.

–Ahora estás mostrando tu lado italiano.

Él se acercó una pizca a ella.

–¿Y te gusta?

El juego se estaba volviendo peligroso, pero por algún motivo, ella no quería parar. Quizá fuera culpa del champán.

–Sí. Mucho más que tu lado de ejecutivo neoyorquino.

–Uf –levantó la copa hacia ella–. En ese caso, brindo por un encuentro romántico con una bella mujer en esta isla.

Nadie le había dicho jamás que era bella. En el colegio se habían metido con ella por su peso y durante la adolescencia su madre siempre la había llamado gordita