Un playboy para casarse - Melanie Milburne - E-Book

Un playboy para casarse E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Miniserie Bianca 206 Su toque prohibido... ¡es lo que quiere la inocente! Drake Cawthorn se queda sin palabras cuando Aerin Drysdale le ruega que la acompañe a un glamuroso evento en Escocia. Aerin es la hermana de su mejor amigo y busca el tipo de amor que Drake se niega a creer que exista, así que, aunque le parezca una mujer muy atractiva, ¡para él está totalmente prohibida! Aerin tiene claro que un cínico mujeriego como Drake no se parece en nada al hombre ideal de sus sueños. Aunque no puede negar que él consigue acelerarle el pulso... Pero cuando una tormenta de nieve los deja atrapados y a solas en la misma casa, la tentación les pone las cosas muy difíciles a ambos...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Melanie Milburne

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un playboy para casarse, n.º 206 - diciembre 2023

Título original: Forbidden Until Their Snowbound Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805520

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 5

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AERIN divisó aDrake Cawthorn en la esquina de la calle, justo enfrente de ella, absorto en la pantalla de su teléfono mientras aguardaba a que el semáforo se pusiera en verde para atravesar el bullicioso cruce londinense que le separaba de su oficina. Se tomó un momento para estudiarlo en secreto y un escalofrío le recorrió la espalda. Drake sobresalía por encima de todos entre la multitud, con el pelo negro y liso y una nariz que parecía haberse roto en algún momento y que le daba un aspecto de duro boxeador. Llevaba un traje azul oscuro combinado con una impecable camisa de negocios blanca que resaltaba el tono aceitunado de su piel. La corbata era azul a cuadros, pero estaba floja en el cuello, como si hubiera tirado de ella con impaciencia en algún momento del día y no se hubiera molestado en reajustarla. Si no fuera por la nariz y la cicatriz que le partía la ceja izquierda, cumpliría a la perfección con los primeros requisitos que le pedía a su hombre ideal: alto, moreno y guapo.

El semáforo se puso en verde para los peatones y Drake levantó la cabeza de su teléfono para encontrarse de pronto con la mirada escrutadora de Aerin. Sus ojos la atravesaron como una descarga eléctrica.

Por eso no lo veía nunca en persona a no ser que no le quedara más remedio. Era el abogado especializado en acuerdos prematrimoniales al que recurrían los famosos y que ella y sus socias recomendaban de vez en cuando a sus clientes. Pero Aerin no estaba allí por trabajo, sino por asuntos personales. Vergonzosos asuntos personales. Hacía meses que Aerin no quedaba con él. Mantener las distancias era lo mejor.

Encontraba su descarada masculinidad un poco… inquietante. Su cinismo resultaba demasiado chocante para una romántica empedernida como ella. Y su sonrisa sardónica y sus ojos marrón oscuro eran demasiado burlones.

Drake atravesó el paso de cebra a grandes zancadas, sorteando a la gente hasta llegar a su lado. De repente, sus pies se quedaron clavados en la acera, el corazón se le aceleró y el rubor tiñó sus mejillas.

–Hola, Ricitos de Oro. ¿Venías a verme? –Su tono era tan burlón, como su sonrisa.

Aerin no podía negar que era a él a quien había ido a ver cuando se encontraba frente al edificio de su oficina, pero le habría encantado hacerlo. Había dado varias vueltas a la manzana, buscando el coraje para acercarse, mientras sopesaba si seguir adelante con su plan o esfumarse entre la gente para evitar pasar vergüenza. Pero solo tenía cinco días para encontrar a alguien que la acompañara a su reunión de amigas del colegio. No quería sufrir el bochorno de presentarse allí como una solterona.

Cada año que pasaba, se convertía más y más en una paria para sus amigas. La única soltera. La única virgen. Las miradas de lástima de sus compañeras eran cada vez peores, estaba segura de que no se lo estaba imaginando. Los cuchicheos, las especulaciones sobre su soltería, las preguntas punzantes y las miradas a su mano izquierda sin anillo, cuando todas sus amigas tenían unas sortijas tan bonitas en el dedo anular que prácticamente se podían ver desde el espacio. Estaba empezando a preguntarse si su sueño de encontrar a su media naranja estaba un poco… fuera de la realidad. Era bastante difícil conocer gente en la actualidad y no iba a descargarse ninguna aplicación de citas a menos que las cosas se pusieran desesperadas. Bueno, incluso más desesperadas de lo que ya estaban con sus casi treinta años y sin haberse besado con nadie todavía.

Pero ella creíaen el amor verdadero.

Era su meta y lo que daba sentido a su vida.

Su alma gemela tenía que estar ahí fuera. Todo lo que tenía que hacer era encontrarlo.

Aerin fulminó a Drake con la mirada.

–Me gustaría que dejaras de llamarme así.

–Llevo llamándote así desde que tenías aparato en los dientes y granos en la barbilla –respondió dibujando una amplia sonrisa en su rostro–. Debo decir que has mejorado mucho con la edad.

Como amigo de la universidad de su hermano mayor, Drake Cawthorn había sido un visitante habitual de la casa de su familia en el pasado. Durante años había sido simplemente el amigo de Tom y apenas le llamaba la atención. Pero, al llegar a la pubertad tardía, se fijó cada vez más en él, puesto que era guapo y encantador. Sin embargo, ya le había quedado claro que un ligón como él nunca se interesaría por alguien tan conservadora como ella.

–Por favor, no me recuerdes que cumplo treinta en enero.

Drake abrió los ojos como si estuviera sorprendido.

–No puede ser. ¿Tienes algo planeado? ¿Una gran fiesta para celebrarlo?

Aerin sintió cómo el rubor se apoderaba de sus mejillas. ¿Qué se suponía que debía celebrar cuando estaba soltera y nunca nadie la había besado? ¡Menudo desastre! Su sueño de encontrar a su media naranja antes de cumplir los treinta se estaba convirtiendo en una pesadilla y su reloj biológico sonaba lo bastante fuerte como para hacer resucitar a todos los habitantes de un camposanto. Desvió la mirada y se encogió de hombros.

–No estoy segura. Tal vez.

Hizo un gesto con la cabeza en dirección a su oficina.

–¿Querías verme por un cliente? Tengo menos de una hora antes de ir al juzgado.

Aerin cambió el peso de un pie a otro y reajustó la correa de su bolso sobre el hombro izquierdo, consciente de su mirada fija.

–No quiero molestarte cuando estás ocupado…

–Siempre tengo tiempo para ti. Además, muchos de mis clientes me los consigues tú. –Sus ojos brillaron tras otra sonrisa y añadió–: He oído que tu otra socia, Harper, se ha prometido con Jack Livingstone. ¿Vendrán a verme para hablar de un acuerdo prenupcial?

–No que yo sepa.

–Lástima. Con la cantidad de dinero que tiene Jack, podría ser un divorcio complicado si no cuenta con uno.

Aerin esbozó una rígida sonrisa para disimular el fastidio que le producía su cinismo.

–No creo que se divorcien nunca. Están demasiado enamorados y, además, tienen que pensar en Marli.

Drake se encogió de hombros.

–Todo el mundo está enamorado hasta que deja de estarlo.

–¿Te has enamorado alguna vez? –La pregunta salió de su boca antes de que pudiera frenar de golpe su lengua.

–No. ¿Y tú?

Sus mejillas volvieron a sonrojarse y no pudo sostenerle la mirada. Alguien como Drake se burlaría de ella si le contaba que era de las que buscaban el amor verdadero. Pero no era ningún secreto que estaba esperando no solo a su media naranja, sino al hombre ideal.

–No, pero algún día me gustaría.

Hubo un silencio breve pero ponderado, incluso los sonidos de los peatones apresurados y el tráfico ajetreado parecieron desvanecerse en el fondo.

–¿Para qué querías verme? –preguntó Drake, mirándola con el entrecejo fruncido.

Aerin se mordió un lado del labio inferior.

–No importa.

Empezó a apartarse, pero él alargó la mano, fuerte y bronceada, y se la puso en el antebrazo. Su abrigo de cachemira no fue suficiente barrera para bloquear el calor eléctrico de su tacto. No recordaba ningún momento en el que él la hubiera tocado antes, o al menos desde que le había despeinado cuando era una niña. Su mirada se cruzó con la de él y otra descarga eléctrica la recorrió.

Su mano se apartó del brazo de ella como si él también hubiera sentido la misma corriente de energía, y su ceño se frunció sobre sus ojos castaño oscuro.

–¿Va todo bien? –Su voz era grave, un sonido áspero y profundo que le provocó otro delicado escalofrío.

Aerin tragó saliva y le dedicó una sonrisa tensa.

–¿Podemos hablar en un lugar más privado?

–Claro.

Aerin lo siguió, preguntándose si no estaría cometiendo una tontería al plantearse pedirle que fuera su acompañante en la reunión que tendría el fin de semana en Escocia. ¿Pero a quién más podía pedírselo? No quería llevar a un desconocido o a alguien de una aplicación de citas. Drake la conocía desde hacía años y sabría comportarse como si entre ellos existiera una relación auténtica. Era perfecto…, bueno, no exactamente perfecto según los requisitos que debía cumplir su hombre ideal, pero lo suficientemente bueno como para casi rozar la perfección. No podía pasar la vergüenza de ser la única soltera en la reunión del colegio, la última antes de que una de las chicas se fuera a vivir a Australia con su marido. Si Aerin no aparecía, asumirían que era porque todavía estaba sin pareja. Tenía que ir y tenía que llevar a alguien que no pareciera de pega. Ese era el plan.

–Mi despacho está en la última planta –dijo Drake, pasando junto a los cuatro ascensores situados a un lado del vestíbulo de mármol.

Aerin le lanzó una mirada de horror al ver que dejaban atrás los ascensores.

–¿No esperarás que suba cincuenta tramos de escaleras?

Su boca se torció en una de sus sonrisas irónicas que siempre le aceleraban el ritmo cardíaco.

–No, por supuesto. Tengo mi propio ascensor privado. –Abrió una puerta con el hombro y le indicó que pasara. Ella casi rozó su alto y delgado cuerpo atlético, percibiendo la seductora fragancia de su aftershave a base de limón y lima. La puerta se cerró tras él con un golpe seco y Drake la condujo a un ascensor que tenía el cartel de privado. Drake sacó una etiqueta de seguridad del bolsillo de su pantalón, la puso contra el sensor y las puertas se abrieron. Apoyó un brazo musculoso contra el marco del ascensor y dijo–: Después de ti.

Aerin entró dentro y él la siguió. Las puertas se cerraron con un susurro a sus espaldas. El hecho de encontrarse encerrada en un espacio reducido a solas con Drake Cawthorn provocó que el corazón le comenzara a bombear con fuerza en el pecho. El ascensor tenía espejos en tres de sus lados y, al ver sus rasgos enrojecidos, se encogió interiormente. ¿Por qué siempre tenía que comportarse como una adolescente torpe a su lado? ¿Era porque él era la personificación del hombre sofisticado de la ciudad? ¿Un ligón multimillonario hecho a sí mismo que atraía a mujeres de todo el mundo? Ella era una empresaria de éxito, no una adolescente torpe.

Bueno…, una soltera y exitosa mujer de negocios. Ella amaba el éxito, pero no la soltería.

Se oyó un pitido cuando el ascensor llegó a la planta de Drake.

–Por aquí –dijo él, y ella lo siguió por un amplio pasillo alfombrado, pasando por la recepción, donde una mujer de mediana edad tecleaba en un ordenador. Aerin estaba bastante segura de que era la misma mujer con la que había hablado en un par de ocasiones cuando había llamado para concertar alguna cita con clientes.

–No me pases llamadas, por favor, Cathleen –le pidió Drake.

La sonrisa de Cathleen era amistosa, pero Aerin no estaba segura de si la había reconocido o no.

–Sin problemas.

Drake condujo a Aerin hasta una puerta que tenía su nombre escrito en una sencilla placa. La abrió y le dedicó una breve sonrisa para indicarle que entrara. Ella cruzó el umbral y echó un vistazo a la cuidada pero discreta decoración. Los títulos de Drake estaban enmarcados en una pared, a la izquierda de su gran escritorio de madera. Sospechaba que estaban allí solo para demostrar a sus clientes que estaba más que cualificado para actuar para ellos, no por vanidad. Sabía que Drake se había graduado con matrícula de honor y se había llevado el premio de la universidad, pero eso se lo había dicho su hermano, no Drake. En las otras paredes había cuadros con paisajes bucólicos y las ventanas ofrecían una vista espectacular del río Támesis y el Tower Bridge.

–Siéntate. ¿Puedo pedirle a Cathleen que te traiga un café o un té? –preguntó Drake quitándose el abrigo y colgándolo en un armario cercano a su escritorio.

–No, gracias. Tomé café no hace mucho. –En realidad, se había tomado tres, y probablemente por eso tenía el pulso tan acelerado. Su corazón palpitaba por el estimulante… ¿o era porque la idea de pedirle ese favor a Drake Cawthorn estaba haciendo que su ritmo cardíaco se desbocara?

Aerin se sentó, sabiendo que él era demasiado educado para tomar asiento hasta que ella no lo hubiera hecho. Colocó su bolso sobre el regazo y puso las manos encima para evitar que resbalara al suelo.

Drake se sentó en su silla de oficina y la acercó a su escritorio, con los antebrazos apoyados en la superficie pulida y los dedos entrelazados sin apretar. La mirada de Aerin se desvió hacia aquellos dedos largos y bronceados y se preguntó qué sentiría al deslizarlos por su piel. Intentó disimular un pequeño escalofrío, lo intentó pero no lo consiguió. ¿Por qué pensaba en eso de repente? No era el tipo de hombre con el que podría construir un futuro. Era demasiado frívolo, demasiado cínico.

–¿Tienes frío? Puedo subir la calefacción si quieres.

–No, estoy bien… –Se pasó la lengua por los labios y forzó una sonrisa, consciente del calor incandescente de sus mejillas y de los nervios que le corroían el estómago–. Tengo que pedirte un favor.

Levantó la ceja seccionada por la cicatriz, con su mirada agudamente inteligente clavada en la de ella.

–Continúa.

Aerin agarró su bolso con más fuerza. Su corazón latía a un ritmo sincopado en su pecho. Bum, bum, bum…

–Este fin de semana tengo una reunión del colegio. Nada más que una cena y alguna copa en un pueblo remoto a una hora de Edimburgo, cerca de nuestro antiguo internado, y… no tengo a nadie que me lleve.

Drake levantó los brazos del escritorio y se reclinó en la silla, con expresión indescifrable.

–¿Por qué no puedes ir por tu cuenta?

Otra oleada de calor estalló en sus mejillas.

–Durante los últimos doce años me he reunido con mis amigas del colegio una vez al año, justo antes de Navidad, y siempre he ido sola. Al principio no estaba tan mal, porque algunas de las chicas eran solteras o no tenían pareja. Pero ahora soy la única que no está con nadie. Es tan mortificante ser la última soltera. La última vez se burlaron tanto de mí que creí que me moriría de vergüenza.

–Entonces, ¿por qué ir si solo te van a hacer pasar un mal rato?

Aerin jugueteó distraídamente con la hebilla plateada de su bolso. Su mirada se desvió hacia sus dedos ocupados y ella se obligó a detener sus inquietos movimientos. Tenía la sensación de que él la estudiaba, y eso la hacía sentirse expuesta y poco sofisticada. Él solo era siete años mayor que ella, pero en términos de experiencia era más como un siglo. Un eón.

–Tenemos un historial perfecto de encuentros. Doce años y ninguno de nosotros ha faltado. No quiero ser yo quien lo rompa. Pero, si no aparezco, todos supondrán que me avergüenzo de seguir soltera, así que tendré que aparecer con alguien. He hablado con Harper y me ha sugerido que te lo pida a ti, ya que me conoces desde hace mucho. Es eso o contratar a alguien que me acompañe.

Drake se levantó de la silla con el ceño fruncido.

–Ni se te ocurra. –La severa nota de autoridad en su tono la habría molestado en cualquier otra ocasión, pero, por alguna extraña razón, esta vez no fue así.

Le miró esperanzada.

–Entonces, ¿eso significa que serás mi cita esa noche?

Drake se pasó una mano por el rostro y se aflojó aún más la corbata. Su ceño estaba más fruncido y su boca tenía una expresión firme.

–Entendí que era el fin de semana entero.

–Solo para la cena y las copas del viernes. Les diré que tienes que volver por trabajo o algo así.

Siguió mirándola con una intensidad inquebrantable.

–Entonces, ¿cuál es la historia que vas a contarles sobre nuestra… relación?

–Les diré que nos hemos enamorado locamente y…

Levantó la mano derecha como una señal de stop y sus facciones se torcieron con desagrado.

–Despacito, Ricitos de Oro. No te ofendas, pero no soy de los que se enamoran locamente. ¿Por qué no podemos decir que estamos teniendo una aventura?

Aerin movió los ojos de un lado a otro.

–Porque no soy el tipo de chica que tiene una aventura.

–Debes haber tenido muchas aventuras, tienes casi treinta años.

Se hizo un silencio tan intenso que Aerin pudo oír el crujido de su silla cuando cambió de postura. Levantó lentamente la mirada hacia la de él y vio la conmoción y la sorpresa que le embargaban.

–¿Me estás diciendo que eres virgen?

La palabra parecía rebotar en las cuatro paredes de la habitación. ¿Tenía que hacerlo sonar tan… tan chocante? Mucha gente era célibe por diversas razones. Aerin dejó caer su bolso al suelo mientras se levantaba.

–Sé que es algo inusual, pero por eso necesito una cita este fin de semana. Hace años que se burlan de mi virginidad.

–¿Hay alguna razón por la que no…?

–¿… me haya acostado con nadie? –Aerin suspiró–. Sí. Estoy esperando a que aparezca mi media naranja. No quiero perder el tiempo con alguien que no entienda la importancia de lo que esto significa para mí. Quiero que todo en mi primera vez sea perfecto.

Drake se acercó a las ventanas de su despacho y, apoyando las manos en sus caderas, contempló el paisaje. No se había dado cuenta antes de lo anchos que eran su espalda y sus hombros desde atrás. Se estrechaban hasta llegar a unas caderas esbeltas, un trasero firme y unas piernas largas y delgadas. Su mente empezó a desvestirlo y su ritmo cardíaco volvió a acelerarse. Se imaginaba que estaría maravillosamente sexy sin nada más que su piel aceitunada. ¿Qué sentiría al pasar las manos por su cuerpo desnudo? Se sorprendió de sus pensamientos caprichosos y se preguntó por qué le venían ahora a la cabeza. Solo estaba interesada en él como acompañante, no como una cita real.

Pasaron unos instantes antes de que Drake se diera la vuelta para mirarla y volviera a bajar las manos a los costados. El sol de la tarde que entraba por detrás de él ensombrecía sus rasgos, dándole un aspecto aún más desgarbado.

–Mira, me halaga que me lo pidas, pero…

–Por favor, no digas que no, Drake. Estoy desesperada. No puedo ir sola, no este año, porque es el último que estaremos todas juntas porque una de las chicas se traslada a Australia con su marido. –A Aerin no le importó que se hiciera de rogar–. No tenemos que decírselo a nadie. Ni siquiera Tom tiene por qué saberlo, ni mis padres. De hecho, probablemente sea mejor que no se enteren.

Drake volvió a su escritorio, pero no se sentó en la silla. Se quedó de pie agarrado al respaldo, con los dedos clavados en el cuero.

–¿Estará allí la prensa?

–No, es un evento privado.

–Pero sin duda tú y tus amigas colgaréis fotos en las redes sociales.

Aerin intentaba no pensar en cuántos seguidores tenían algunas de sus amigas influencers. En el último recuento eran cientos de miles.

–Les diré que no publiquen fotos nuestras. Les diré que vamos a mantener nuestra relación en secreto para mi familia un tiempo más. Estarán de acuerdo. Saben lo duro que puede ser mi padre.

Drake dejó escapar un largo suspiro y retiró las manos del respaldo de su silla.

–No estoy seguro de ser el hombre adecuado para el trabajo. –Sacudió la cabeza como si aún no pudiera creer que ella se lo hubiera pedido–. Me parece que todo es un sinsentido.

La decepción la invadió y se mordió el labio.

–Es solo una noche. No tienes que hacer nada más que fingir que eres mi pareja. No te estoy pidiendo que lo seas de verdad.

–No planeo ser la pareja de nadie.

Drake volvió a sentarse, pero no acercó la silla al escritorio, sino que se sentó con una pierna cruzada sobre la otra rodilla y los dedos de la mano derecha tamborileando ligeramente contra el muslo. Sus ojos no se apartaban de los de Aerin mientras ella luchaba contra el deseo de retorcerse en su asiento. Se había enmascarado tras su rostro inmutable de abogado y saber qué pensaba era misión imposible.

–¿Temes amar a alguien por si te hace daño? –se aventuró a decir ella.

Sus dedos dejaron de tamborilear contra su pierna y hubo un movimiento repentino en el fondo de su mirada, un movimiento tan rápido como el clic del obturador de una cámara. Pero entonces sus labios se crisparon en una sonrisa sardónica.

–La gente puede hacerte daño, la ames o no.

–Supongo…

Descruzó la pierna y acercó la silla al escritorio.

–De acuerdo. Lo haré. Pero solo porque no quiero que te metas en líos con alguien que podría aprovecharse de ti.

Aerin exhaló un suspiro de alivio.

–Muchas gracias. Me ponía muy nerviosa la idea de contratar a alguien o llevar a un desconocido y tener que compartir habitación con él.

Hubo un largo silencio.

–¿Y estarás cómoda compartiendo la habitación conmigo? –Su tono era ligeramente burlón, y el brillo de sus ojos aún más.

Aerin intentó ignorar los latidos de su corazón y el nudo que se le había formado en la garganta.

–Estoy segura de que serás un perfecto caballero.

Su ceja partida se alzó de nuevo en un arco cínico.

–¿Yo? ¿Perfecto? –Soltó una profunda risita de irónica diversión y añadió–: No lo creo. –Su mirada se desvió hacia la boca de ella durante un instante infinitesimal, y el ambiente del despacho se volvió tan denso que se podría cortar. Sus miradas volvieron a cruzarse y ella soltó un suspiro que había olvidado que estaba conteniendo. Seguramente por eso se encontraba un poco mareada, ¿verdad? No solo porque él la miraba con aquellos ojos intensamente oscuros.

Aerin recogió su bolso del suelo y se colgó la correa del hombro.

–Reservaré los vuelos y te daré los detalles. La vestimenta para la cena es formal. Sé que parece un poco exagerado, pero siempre lo hemos hecho así. –Se volvió hacia la puerta, más nerviosa de lo que quería admitir ante su seductora presencia. Nunca había estado a solas con él durante tanto tiempo. ¿Cómo iba a ser estar con él toda una noche?

–Aerin.

Su voz profunda la detuvo en seco. Llevaba años llamándola Ricitos de Oro; no recordaba la última vez que había oído su nombre en sus labios.

Se volvió para mirarle, apretando su bolso.

–¿Sí?

Sus ojos oscuros se clavaron en los de ella durante un instante, con una expresión inusualmente sombría.

–Estarás a salvo conmigo. Te doy mi palabra.

–Gracias. –Le dedicó una rápida sonrisa y se volvió hacia la puerta.

–Otra cosa: yo reservaré los vuelos.

–Pero no espero que pagues…

–No te preocupes por eso.

Aerin sabía que sería inútil discutir con él.

–Muy bien, es muy amable de tu parte, gracias.

–Espera, bajo contigo. –Agarró una carpeta de papeles de su escritorio, los metió en un maletín de cuero y echó el cerrojo. Sacó la chaqueta del armario, se la puso encogiéndose de hombros, después se llevó la mano a la corbata y se la ajustó cerca del cuello. Eran cosas que había visto hacer a su hermano y a su padre cientos de veces y, sin embargo, cuando Drake las hacía, había algo tan… tan tremendamente masculino y sexy en ello.

Bajaron en el ascensor privado en un silencio en el que latía algo de lo que Aerin no había sido consciente hasta entonces. Ella le lanzaba miradas disimuladas, pero sus rasgos estaban marcados por líneas inescrutables. Las puertas del ascensor se abrieron en la planta baja y ella salió. Era consciente de que él la seguía de cerca, del aroma cítrico de su aftershave y de la secreta reacción de su cuerpo ante su proximidad.

Aerin se volvió para despedirse.

–Gracias de nuevo. Espero que no tengas nada importante planeado para el fin de semana.

–Nada que no pudiera cancelar con poca antelación –dijo con una sonrisa ligera que no encajaba con su fría mirada.

–No se me ocurrió preguntarlo, pero ¿estás saliendo con alguien? Lo digo porque no me gustaría incomodar a nadie.

–No. –Su respuesta fue taxativa.

–¡Oh! Por un momento pensé que sí. Siempre estás con alguien.

–No tan cerca de Navidad.

Aerin frunció el ceño.