Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci - Sigmund Freud - E-Book

Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci E-Book

Sigmund Freud

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Beschreibung

¿Qué opinarías de una biografía no autorizada sobre Leonardo de Vinci escrita por el padre del psicoanálisis? Pues bien; en este ensayo, Sigmund Freud reúne toda la información disponible sobre uno de los grandes genios de la historia y analiza el perfil de su extraordinaria personalidad, la relación con sus padres, sus recuerdos y secretos. Esta investigación es mucho más que un estudio biográfico, se trata de una reconstrucción detallada de la vida emocional y sexual del gran Leonardo y ha despertado enorme controversia desde su publicación.

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Seitenzahl: 106

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Capítulo 1

Cuando la investigación psicoanalítica –que suele trabajar con un frágil material humano– se aproxima a una de las grandes figuras de la humanidad, no lo hace con el objetivo que los aficionados a menudo le atribuyen. No se propone “oscurecer lo luminoso y arrastrar por el polvo lo elevado”, ni encuentra satisfacción alguna en aminorar la distancia entre la perfección del gran hombre y la insuficiencia de los típicos objetos humanos. Al contrario, intenta descubrir todo lo bueno que estos modelos arquetípicos pueden mostrar, y opina que nadie es tan grande como para avergonzarse al ser sometido a las leyes que rigen con el mismo rigor la conducta normal y la conducta patológica.

Leonardo da Vinci (1452-1519) ya era admirado por sus contemporáneos como uno de los hombres más destacados del Renacimiento italiano; aunque a ellos también les parecía tan enigmático como a nosotros hoy. Fue un genio multidisciplinario cuyos límites sólo podemos sospechar, nunca dejar fijos, y ejerció la más intensa influencia sobre la pintura de su época. Recién en la actualidad se ha llegado a reconocer la grandeza del investigador y del técnico asociada con sus dotes como artista. Aunque nos ha legado obras maestras de la pintura, sus descubrimientos científicos permanecieron inéditos y sin aplicación. Su desarrollo como investigador influyó constantemente en su despliegue artístico, perjudicándolo muchas veces y terminando por ahogarlo. Vasari refiere que en su lecho de muerte Leonardo expresó su remordimiento por haber ofendido a Dios y a los hombres al no haber cumplido su misión en el arte. Y aunque este relato de Vasari no es del todo verosímil tanto exterior como interiormente, y pertenece al campo de la leyenda que ya en aquellos tiempos comenzó a tejerse en torno al enigmático maestro, constituye, sin embargo, un valioso testimonio a propósito de la consideración que sobre él tenían los hombres de la época.

¿Qué factor en la personalidad de Leonardo escapaba a la comprensión de sus contemporáneos? Por supuesto, no fue la multiplicidad de sus habilidades y conocimientos que le permitieron presentarse en la corte de Ludovico Sforza, apodado el Moro, duque de Milán, tañendo un instrumento de música recién fabricado por él, o escribir aquella carta asombrosa en la que se gloriaba de sus inventos como arquitecto e ingeniero militar. La reunión de múltiples aptitudes en una sola persona era común en la época del Renacimiento, y el propio Leonardo fue uno de los ejemplos más brillantes. Tampoco pertenecía al tipo de hombres geniales que –habiendo sido poco favorecidos exteriormente por la Naturaleza– niegan valor a las formas exteriores de la vida, caen en un profundo pesimismo y rehúyen al trato social.

Al contrario, Leonardo era esbelto y proporcionado, tenía un rostro muy bello y una fuerza física nada común; era encantador en su trato, elocuente, alegre y amable con todos. Le gustaba rodearse de cosas bellas, usaba magníficos trajes y estimaba todos los refinamientos de la vida. A propósito de su actitud hacia el disfrute, en un párrafo de su “Tratado sobre la pintura” compara este arte con los demás y describe el esfuerzo del trabajo del escultor: “El escultor trabaja con el rostro embadurnado en el polvillo del mármol, lo que le da todo el aspecto de un panadero. Sus vestidos se cubren de blancos trocitos de mármol como si hubiera nevado sobre sus espaldas, y toda su casa está llena de polvo y piedras. En cambio, el pintor aparece bien vestido y cómodamente sentado ante su obra, manejando el ligero pincel con los colores más alegres. Y su casa, llena de bellas pinturas, resplandece de limpieza. Con frecuencia lo acompañan músicos o lectores que recrean su espíritu, y ni el golpear del martillo ni ningún otro ruido estorba sus placeres”.

Es muy posible que esta idea de un Leonardo radiante de alegría, entregado gozosamente al placer de vivir, pueda identificarse exclusivamente con el primer período de su vida. En épocas posteriores, cuando el derrocamiento de Ludovico Moro lo obligó a salir de Milán, –su campo de acción– y abandonar su posición segura en dicha ciudad para llevar una vida un poco nómada escasa en éxitos exteriores, hasta refugiarse en Francia, su último asilo, puede que se haya ensombrecido su ánimo y se acentuara algún rasgo extravagante de su ser. El giro paulatino por el cual fue dejando su arte para interesarse solamente por las investigaciones científicas contribuyó a profundizar el abismo que lo separaba de sus contemporáneos. Los experimentos con los que, según ellos, perdía lamentablemente el tiempo que hubiera podido emplear pintando los cuadros que le encargaban y enriquecerse como el Perugino, su antiguo condiscípulo, eran considerados como los juegos de un loco, e incluso lo hicieron sospechoso de dedicarse a la magia negra. En este sentido, nosotros lo comprendemos mejor, pues por sus dibujos y notas sabemos qué artes ejercía.

En una época en la que la autoridad de la Iglesia comenzaba a ser sustituida por la de la Antigüedad y en la que no se conocía aún la investigación exenta de prejuicios, Leonardo fue el precursor de Bacon y de Copérnico, un digno rival, y tenía que quedar aislado, por lo tanto, de sus contemporáneos. Cuando diseccionaba cadáveres de hombres o de caballos, construía aparatos para volar o estudiaba la nutrición de las plantas y su reacción hacia ciertos venenos, se apartaba considerablemente de los comentadores de Aristóteles y se acercaba a los despreciados alquimistas, en cuyos laboratorios la investigación experimental encontró refugio durante aquellos tiempos adversos. Consecuencia de todo esto fue que Leonardo llegó a tomar de mala gana los pinceles, dejar inconclusas en su mayor parte las pocas obras pictóricas que emprendía y a no preocuparse demasiado por el destino final de sus obras. Justamente esto le reprochaban sus contemporáneos, para ellos Leonardo era siempre un enigma.

Los admiradores posteriores de Leonardo intentaron defenderlo de las acusaciones de inconstancia alegando que se trata de una característica general de los grandes artistas. Hasta Miguel Ángel, trabajador activo e infatigable, dejó inconclusas muchas de sus obras, y sería, sin embargo, injusto tildarlo de inconstante. Por otra parte, muchos de los cuadros de Leonardo no están tan inconclusos como él mismo consideraba, pues lo que él veía como insatisfactorio era para el profano una obra de arte. El maestro concebía una perfección que finalmente nunca terminaba de hallar en su obra. Sería injusto no hacer responsable al artista por el destino final de su trabajo.

Por muy fundamentales que parezcan algunas de las disculpas no logran eximir a Leonardo de toda responsabilidad. La penosa lucha con la obra, su abandono y la indiferencia con respecto a su destino subsiguiente pueden ser caracteres comunes a muchos artistas, pero Leonardo los muestra en su más alto grado. Solmi cita las siguientes expresiones de uno de sus discípulos: “Parecía que temblaba cuando se ponía a pintar, pero nunca terminaba nada de lo que comenzaba, pues en su altísimo concepto sobre la grandeza del arte descubría errores en cosas que a los demás les parecían milagros. Sus últimos cuadros: Leda,La virgen de San Onofre,BacoySan Juan Bautista joven”, continúa el discípulo, “quedaron inconclusos, como ocurría con casi todas sus cosas”. Lomazzo, que pintó una copia de la Cena, se refiere en un soneto a la conocida incapacidad de Leonardo para dar fin a una obra pictórica: “Protógenes, que no alzaba el pincel de su pintura, fue igual al divino Vinci, de quien no hay obra alguna terminada”.

La lentitud con que Leonardo trabajaba llegó a ser proverbial. Después de mucho tiempo en estudios preliminares, trabajó durante tres años en La última cena en el convento de Santa María delle Grazie, de Milán. El novelista Mateo Bandelli, contemporáneo y fraile del convento en la época, relata que a menudo Leonardo subía al andamio en las primeras horas de la mañana y trabajaba sin descanso hasta la noche, sin acordarse siquiera de comer. En cambio, transcurrían semanas enteras sin que hiciera nada. A veces, pasaba horas sumergido en profundas meditaciones frente a su obra, sometiéndola a un riguroso análisis. Otras, llegaba a toda prisa al convento desde el patio del castillo de Milán, en el que trabajaba en el modelo de la estatua ecuestre de Francisco Sforza, sólo para dar un par de pinceladas a una figura, y se marchaba en seguida. Vasari relata que trabajó durante cuatro años en el retrato de Monna Lisa, esposa del florentino Francesco del Giocondo, sin llegar a darlo por terminado. Esto queda confirmado porque en lugar de entregarlo a la persona que se lo encargó, se lo llevó con él a Francia. El rey Francisco I se lo compró, y hoy constituye uno de los tesoros más preciados del Louvre.

Si asociamos estas informaciones sobre los métodos de trabajo de Leonardo con los innumerables estudios y apuntes de su puño y letra que se han conservado, y que varían al infinito cada uno de los motivos de sus cuadros, tendremos que reconocer que es incorrecto creer que había en su actitud ligereza o inconstancia. Al contrario, observamos una extraordinaria profundidad y una gran riqueza de posibilidades, entre las que la definitiva elección del artista vacila, elevadísimas aspiraciones apenas realizables y una inhibición para concluir sus trabajos que solo se explica por la fatal impotencia del artista para conseguir plenamente su propósito ideal. La lentitud de Leonardo se demuestra como un síntoma de dicha inhibición y el preanuncio de su posterior abandono total de la pintura. Esto determinó también el triste destino de La última cena, Leonardo no podía acostumbrarse a la pintura al fresco, que exige un trabajo continuado y rápido mientras se encuentra húmedo el fondo sobre el que se extenderán los colores, por lo tanto, eligió óleos que le permitían trabajar sin apuro. Estos pigmentos se desprendieron del fondo sobre el que fueron extendidos que los separaba de la pared. Justamente los defectos de la pared y el devenir del edificio mismo hicieron que, con el transcurso de los años, la ruina del cuadro pareciera completamente inevitable.

El fracaso de un experimento técnico semejante parece haber provocado la pérdida del cuadro La batalla de Anghiari que Leonardo pintó más tarde, compitiendo con Miguel Ángel en la Sala de Consiglio de Florencia, y que también dejó inconcluso. Es como si un interés ajeno al arte, el del experimentador, hubiera reforzado el interés artístico, solo para terminar posteriormente perjudicando la obra de arte.

El carácter de Leonardo mostraba además algunos otros rasgos singulares y varias contradicciones. Cierto grado de inactividad e indiferencia parecía evidente en él. En una época en la que todo individuo intentaba conquistar el campo de acción más amplio posible, objetivo que exigía cierta agresividad hacia los demás, Leonardo se destacaba por su espíritu apacible y su empeño en evitar toda clase de competencias y disputas. Era bondadoso y amigable con todos, no comía carne porque creía injusto quitar la vida de los animales, y uno de sus mayores placeres era liberar a los pájaros que compraba en el mercado. Condenaba la guerra y el derramamiento de sangre y declaraba no ver en el hombre al rey de la creación, sino a la más temible de las fieras. Pero esta femenina delicadeza de su sensibilidad no le impedía acompañar en el camino hacia el cadalso a los condenados para estudiar sus fisonomías, contraídas por la angustia, y dibujarlas en su cuaderno de notas, ni tampoco inventar las más mortíferas armas de guerra y entrar al servicio de César Borgia como ingeniero militar. Parecía indiferente al bien y al mal y pedía ser evaluado con un estándar especial. Acompañó en un puesto de autoridad a César Borgia, el más cruel y desleal de todos los caudillos, en su conquista de la Romaña, y en sus notas no encontramos ni una sola línea dedicada a aquellos sucesos. No sería desacertado comparar aquí su actitud con la de Goethe durante la campaña de Francia.