Un riesgo justificado - Charlene Sands - E-Book
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Un riesgo justificado E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

Noche de pasión en Las Vegas Jackson Worth, vaquero y empresario, se despertó en Las Vegas con un problema. Sammie Gold, dueña de una tienda de botas, era su nueva socia y la única mujer que debería haber estado vedada para él. Sin embargo, la dulce Sammie tenía algo que le impedía quitársela de la cabeza. Trabajar con ella era una tortura, como lo eran también los recuerdos de su noche de pasión en Las Vegas. Jackson Worth era un hombre muy guapo, pero completamente inalcanzable para ella. Si Sammie quería conseguir su final feliz, tendría que seducir de una vez por todas a aquel soltero empedernido...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Charlene Swink. Todos los derechos reservados.

UN RIESGO JUSTIFICADO, N.º 1946 - noviembre 2013

Título original: Worth the Risk

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3860-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Unas botas de mujer estaban en el suelo, junto a la cama. Un elegante ringorrango de puntadas sobre un suave cuero color chocolate. Verlas le dibujó una sonrisa en los labios a Jackson Worth. Levantó los brazos lentamente para estirarse sin despertar a su acompañante. Su pensamiento se vio inundado de imágenes de lo sexy que ella estaba con aquellas botas puestas y lo mucho que él se había excitado al descalzárselas. La falda, muy corta, y el jersey de escote no habían tardado en seguir el mismo camino sin que él tuviera que esforzarse mucho.

No tenía ningún sentido, pero no podía negar que, después de ver cómo Sammie Gold, la mejor amiga de su cuñada, se acercaba a él la noche anterior en el bar del hotel con aquella dulce sonrisa, el suave contoneo de las caderas y aquellas increíbles botas, se había sentido completamente abrumado por el deseo.

Sin embargo, Jackson Worth no era ningún estúpido. Lo que había hecho tendría consecuencias, que sus hermanos, Clay y Tagg, se encargarían de recordarle. Lo peor vendría por parte de Callie, la esposa de Tagg.

Los brillantes rayos del sol penetraban a través de las cortinas. Jackson cerró los ojos para tratar de aliviar el tremendo dolor de cabeza que se le estaba poniendo. La mujer que estaba tumbada a su lado se rebulló e impregnó el aire de aroma a melocotón. Jackson lo aspiró y maldijo a su saciado cuerpo por reaccionar ante aquel dulce perfume.

Nunca antes había mezclado los negocios con el placer, pero en aquella ocasión los había revuelto a la perfección.

Sammie se dio la vuelta y dejó caer un brazo sobre el torso de Jackson suave y posesivamente. Murmuró algo en sueños. Él observó su cabello, corto y castaño, con tonalidades color caramelo, avellana y ron mezclándose como si fueran los de una rara gema. Era bonita, pero no la clase de mujer con la que él solía salir.

En realidad, no había salido con ella. Se había acostado con ella. Callie no se iba a poner muy contenta cuando se enterara. Le había advertido que se comportara lo mejor que pudiera. Su cuñada le había pedido un favor y había depositado en él toda su confianza.

«Sammie lo ha pasado muy mal últimamente. Ha perdido a su padre y su negocio casi al mismo tiempo. Ocúpate de ella, Jackson. Ayúdala, por favor. Significa mucho para mí».

Y él había hecho saltar en mil pedazos aquella confianza.

Lentamente, Sammie levantó la cabeza de la almohada. Lo miró desorientada con sus profundos ojos castaños.

–¿Jackson?

–Buenos días, nena.

Ella miró el elegante dormitorio. Parpadeó y volvió a mirar. Entonces, sacudió la cabeza y palideció. Se incorporó en la cama dejando que las sábanas se deslizaran por su cuerpo desnudo. Unos pequeños pechos, redondos y firmes, quedaron al descubierto. Jackson gruñó en silencio. Si fuera cualquier otra mujer, volvería a llamar a las puertas del paraíso aquella mañana.

Ella contuvo la respiración y volvió a taparse rápidamente con la sábana.

–¡No! –exclamó interrogándole con la mirada–. ¿Nos hemos...?

–Aparentemente –respondió él. Aquella no era la reacción habitual que recibía de una mujer después de una noche de sexo espectacular.

–¿Dónde estoy?

–En París.

Ella volvió a contener la respiración y respondió con un hilo de voz.

–¿En Francia?

–No, en Las Vegas.

Sammie se dejó caer sobre la almohada y miró al techo mientras tiraba de la sábana hasta cubrirse la barbilla.

–¿Cómo ha ocurrido esto?

Jackson apoyó la cabeza en una mano y la miró a los ojos. Entonces, le dio la única explicación que logró encontrar.

–Por unas botas...

La confusión de Sammie comenzó a desvanecerse y, poco a poco, comenzó a recordar que había ido a Las Vegas para una feria de calzado. Callie Worth, su mejor amiga, había insistido en que quedara con Jackson, dado que él también estaba en Las Vegas. Jackson tenía buena cabeza para los negocios y podría aconsejarla y ayudarla a salir del embrollo financiero en el que se encontraba. El último novio de Sammie, un contable muy hábil, le había robado el corazón y todo lo que ella poseía antes de marcharse. Sammie se había sentido como una idiota y una ingenua por haber creído en sus mentiras. Seguía sintiéndose así, solo que en aquellos momentos el responsable era Jackson Worth.

Desde la muerte de su padre unos meses antes, Sammie había perdido la capacidad para tomar buenas decisiones, pero estaba segura de que acostarse con el cuñado de su mejor amiga debía de ser lo más necio que había hecho en toda su existencia.

Vio su ropa en el suelo, que reflejaba claramente cómo el deseo les había conducido a la cama. La blusa, la falda, el sujetador y el tanga se sucedían uno detrás de otro. El pánico se apoderó de ella.

–¿Cuánto champán bebí anoche?

–No tanto... tal vez dos copas.

Sammie se quedó boquiabierta.

–Yo... no suelo beber. Me afecta mucho. Me pongo... hmm...

–¿Salvaje y muy sensual?

–¡Ay, no! ¿Es que te seduje yo?

Él sonrió.

–Fue mutuo, Sammie. ¿No te acuerdas?

Él se había mostrado muy solícito. De eso sí que se acordaba. Habían estado hablando de negocios la mitad de la noche, y luego habían llegado las risas. A continuación, el champán. Se había sentido bien después de la primera copa... tendría que haberse imaginado lo que ocurriría.

Unos meses antes, Sammie había viajado desde Boston para asistir a la boda de Callie y había conocido a Jackson allí. Entre ellos se había desarrollado una cordial amistad. Él tenía un físico impresionante. Era guapo con mayúsculas y estaba tan fuera del alcance de Sammie que jamás se había planteado que pudiera haber entre ellos algo más que una amistad.

–En realidad, no. No me acuerdo de... mucho –suspiró ella–. No debería haber tomado esa segunda copa de champán.

Jackson le acarició el brazo, trazando círculos con los dedos justo por encima del codo. Al sentir sus caricias, ella se echó a temblar. El calor se le adueñó de la entrepierna y la memoria pareció aclarársele durante un instante. Recordó algo... Cómo su cuerpo reaccionaba cuando él la tocaba.

–Es un poco tarde para eso.

Jackson tenía razón. La noche anterior ella había arrojado la cautela por la ventana. Cansada de ser siempre la buenecita y la formalita, se había enredado con Jackson en la pista de baile y lo había besado.

–Así soy yo. Siempre llego la última a la fiesta.

–Sammie –dijo él. Su voz profunda le recordó lo mucho que se estaba perdiendo al no recordar lo ocurrido la noche anterior–, para que quede claro. Tú querías estar en la fiesta.

–Yo... sí, lo sé. ¿Qué mujer en su sano juicio no querría haber estado?

Sammie cerró los ojos. Debería haber sido más cautelosa. Sin embargo, debía enfrentarse a la verdad. La noche anterior había necesitado algo que la animara, y Jackson Worth, con sus anchos hombros, ojos azules y cabello rubio, era el hombre adecuado para hacerlo. No solo era guapo, también era amable, cariñoso y atento. La combinación había sido irresistible.

Acostarse con Jackson había sido una estupidez, pero no acordarse de nada... Eso estaba fatal. Estaba sintiendo la culpabilidad sin ningún recuerdo memorable que la acompañara. Ya nunca lo sabría. La noche anterior no volvería a repetirse.

El día anterior había acudido a la feria de calzado con la esperanza de atraer el interés hacia su negocio. La economía estaba en crisis. Nadie estaba interesado en inyectar capital en su pequeña boutique.

Nadie excepto Jackson Worth.

Entonces, lo comprendió todo. La cabeza comenzó a darle vueltas y los ojos se le abrieron de par en par.

–Dios mío, Jackson. Somos socios.

Jackson sonrió y suspiró profundamente.

–Hicimos un trato antes de que llegara el champán, Sammie. Firmaste. En estos momentos poseo la mitad de Boot Barrage.

Sammie permaneció tumbada en la cama, con la cabeza apoyada en la almohada y escuchando cómo se abría un grifo en el cuarto de baño. Escuchó el ruido del agua corriente y cómo se abría y se cerraba la puerta de la ducha. No tenía que imaginarse cómo era Jackson desnudo. No. Cinco minutos antes, él se había levantado de la cama como Dios le trajo al mundo. Tenía un hermoso bronceado y el mejor trasero que había visto en un hombre.

–¿Estás segura de que no quieres entrar tú primero? –le había preguntado él.

Ella se había tapado aún más con la sábana y había negado con la cabeza.

–No. Ve tú primero. Prefiero esperar.

En aquellos momentos, seguía tumbada en la cama con el pulso latiéndole. Para ser una mujer que había querido empezar de nuevo en la vida, había metido la pata hasta el fondo. Un temblor se apoderó de su cuerpo. Trató de respirar profundamente para tranquilizarse, pero no le sirvió de nada. No lograba serenarse.

Entonces, recordó sus conocimientos de yoga, que le habían ayudado a superar los duros momentos por los que tuvo que pasar cuando Allen la estafó antes de marcharse de su vida. Lentamente, se sentó en la cama y apoyó los pies en el suelo. Se puso de pie, realizó un círculo con los brazos alrededor de la cabeza y se estiró hasta que las yemas de los dedos se tocaron. Entonces, respiró profundamente, dejando que el oxígeno le llenara los pulmones. Después, con la misma lentitud, dejó escapar el aire y comenzó a bajar los brazos y a doblar el cuerpo hasta que se tocó los dedos de los pies. Mejor. Mucho mejor. Repitió los movimientos varias veces y consiguió que la tensión la abandonara. La cabeza comenzó a aclarársele y los latidos del corazón se le tranquilizaron.

Estaba segura de que tendría muchos más momentos de ansiedad. Su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Mudarse al otro lado del país y comenzar una nueva empresa en una ciudad desconocida era suficiente para ponerla nerviosa. Además, pasar la noche con Jackson, su socio, y tener que verlo con regularidad, no era la situación más idónea para una mujer que se había equivocado en su última relación sentimental.

El sonido del agua terminó y Sammie escuchó cómo se abría la puerta de la ducha. Volvió a tumbarse en la cama y a arroparse hasta la barbilla para asegurarse de que no se le veía ni un centímetro de piel. Toda la paz que había ganado desapareció de un plumazo cuando la puerta del cuarto de baño se abrió y Jackson salió a la habitación.

Llevaba puesto un esponjoso albornoz negro. Ese color le sentaba muy bien. Aquella barba incipiente sobre su masculino rostro y el cabello mojado lo hacían parecer un modelo, aunque aquello era algo que Sammie ya sabía. Llevaba la ropa con estilo, tenía una sonrisa que podía derretir los polos y, además, poseía una encantadora personalidad que era capaz de conquistar a cualquier mujer. En su contra, era soñador y peligroso. Desgraciadamente, la noche anterior las señales de alarma no habían funcionado como debían.

Llevaba un albornoz blanco en la mano. Lo arrojó sobre la cama.

–Tal vez deberías vestirte –le dijo. Su habitual aire de seguridad en sí mismo parecía haberse quebrado un poco–. Tenemos que hablar.

Sin esperar a que ella respondiera, se acercó a la ventana para permitir que entrara la luz del sol. Desde allí, se veía la réplica de la Torre Eiffel.

Sammie decidió aprovechar aquel momento para ponerse el albornoz. Entonces, recogió su ropa del suelo y se dirigió al cuarto de baño.

Se dio una ducha rápida y se puso las ropas que había llevado a la feria el día anterior. Después de haber pasado la noche en el suelo, estaban algo arrugadas. A continuación, se peinó con los dedos sin mucha dificultad gracias a su corto cabello.

Salió descalza del cuarto de baño. Jackson seguía aún de pie junto a la ventana, pero tenía una taza de café en la mano. Mientras ella se duchaba, había llegado el servicio de habitaciones. La mesa estaba puesta para dos, con una amplia variedad de alimentos. Se le había quitado el apetito en el momento en el que se había despertado junto a Jackson, pero, después de asearse, veía la vida de otro modo y necesitaba algo de comer. Unas magdalenas de frambuesa cubiertas de chocolate blanco parecían llevar escrito su nombre.

Jackson se apartó de la ventana para mirarla a los ojos. La miró de arriba abajo y sonrió. Entonces, dio un rápido sorbo al café.

–¿Qué ocurre? –preguntó ella.

–No creo que quieras saberlo –dijo él.

–Sí quiero.

Jackson la miró una vez más y luego se encogió de hombros como si hubiera pensado que responder no era nada del otro mundo.

–Estás muy mona.

–¿Mona? –repitió ella.

Se miró. Llevaba una falda plisada en tonos crema y marrón y una blusa entallada de color marfil. Aquel atuendo debía llevarse con una chaqueta color crema y sus bonitas botas marrones. Se había vestido así para la feria con la intención de demostrar cómo el aspecto de una persona podía crearse y cambiarse simplemente poniéndose las botas adecuadas.

Se miró los pies desnudos. Las botas estaban al otro lado de la cama, en el lugar en el que estaba Jackson. La chaqueta estaba colgada en el respaldo de una silla en el lado opuesto de la habitación. Sin botas, no se sentía poderosa. ¿Sin ellas era mona?

–¿Tienes hambre? –le preguntó él mientras apartaba la mirada para observar la mesa.

–Sí.

Jackson le indicó que se sentara. Ella tomó asiento a un lado de la mesa mientras que Jackson, que aún llevaba el albornoz, se sentó junto a ella. Le sirvió una taza de café sin dejar de mirarla con gran interés, lo que le provocó a Sammie un sentimiento de intranquilidad.

–¿Qué es lo que ocurre? –le preguntó.

Jackson volvió a sonreír.

–Te aseguro que no lo quieres saber.

Ella se tragó el café tan rápido que le abrasó la garganta. Los traidores ojos miraron la entrepierna de Jackson, a pesar de que no podía ver nada por debajo de la mesa. A Jackson no le pasó desapercibido.

–Ah.

–Escúchame –dijo él mientras se giraba en el asiento para mirarla frente a frente–. No soy la clase de hombre que va contando sus aventuras por ahí, pero en especial ahora, por mi relación con Callie y también por la que tú tienes, creo que es mejor que nos olvidemos de lo que ocurrió anoche. Fue un error del que yo me hago plenamente responsable.

Sammie ocultó su decepción. Sabía que él tenía razón, pero escuchar cómo un hombre decía que había sido un error acostarse con ella era muy decepcionante. Si ese hombre era Jackson Worth lo era aún más.

–No fue enteramente culpa tuya, Jackson. Yo también tuve algo que ver, a pesar de que no me acuerdo...

–Eso probablemente sea lo mejor.

¿Por qué? ¿Tan bueno había sido? ¿O tal vez tan malo? Sammie no tuvo el valor de preguntar.

–Quiero volver a empezar en Arizona. La amistad de Callie es muy importante para mí. Nos vamos a ver mucho a partir de ahora y preferiría no tener que mentirla. Sin embargo, no decir nada no es exactamente lo mismo que mentir, ¿verdad?

–No, no lo es. Será nuestro pequeño secreto. Nadie tiene que saber lo que ha ocurrido. A partir de aquí, volveremos a empezar, Sammie.

–Muy bien, lo mantendremos en secreto. Yo tampoco soy de las que va presumiendo por ahí. Después de todo, solo ha sido sexo, ¿verdad?

Jackson comenzó a asentir, pero luego se detuvo. Frunció los labios.

–Voy a acogerme a la quinta enmienda. Ningún hombre en sus cabales respondería a esa pregunta.

Sammie sonrió por primera vez desde que se despertó aquella mañana.

–Eres un hombre inteligente.

–¿Tú crees? –replicó él. Volvió a mirarla de la cabeza a los pies. Sammie sintió que el calor le llegaba hasta los mismos huesos.

–Crees que soy mona.

–Mona puede significar sexy.

–Evidentemente.

Jackson se echó a reír.

Sammie tomó una magdalena y le dio un buen bocado. Se sentía un poco mejor. Ninguno de los dos tenía expectativa alguna sobre lo ocurrido. Aquello era la mitad de la batalla. La otra mitad era recordar que Jackson era su socio y que no debía haber nada más entre ellos. Podría conseguirlo. Tenía que hacerlo. No había más opciones.

Después de desayunar, Jackson regresó al cuarto de baño y salió vestido con unos pantalones oscuros y una camisa de cuadros. Se ofreció a llevarla a su hotel para que pudiera recoger sus cosas y luego acompañarla al aeropuerto. Se puso su sombrero vaquero y permaneció junto a la cama, de brazos cruzados, observándola mientras ella se calzaba las botas.

–Ya está –dijo ella después de cerrar la larga cremallera y ponerse de pie. Entonces, lo miró a los ojos y se puso la chaqueta–. Estoy lista.

Jackson le miró las botas y luego levantó el rostro para hacer lo mismo con el contorno de sus piernas. Tenía una extraña expresión en el rostro, que consiguió borrar inmediatamente.

–Vayámonos de aquí.

Habían hecho un pacto. Lo ocurrido en Las Vegas, se quedaría en Las Vegas. Compartir un secreto con Jackson podría ser muy emocionante.

Ojalá no fuera tan necesario...

Capítulo Dos

Estaban ya a principios de otoño. En Boston las hojas de los árboles estarían comenzando a cambiar y toda la ciudad habría adquirido la tonalidad anaranjada y dorada de la nueva estación. Era la época del año favorita de Sammie, cuando el aire fresco reemplazaba la humedad del verano y agitaba las ramas de los árboles. Sin embargo, en Arizona no había susurros de las ramas de los árboles, al menos no aquel día. El aire no se movía y la tierra tendría un aspecto desolado si no hubiera sido por la vegetación que había sido transplantada al desierto desde climas más tropicales.

Iba a echar de menos la ciudad que la había visto nacer. Sin embargo, su vida ya no estaba allí. En cuanto pisó Arizona el día anterior, se vio invadida por una excitación que no había experimentado desde hacía mucho tiempo. Allí tenía la oportunidad de volver a empezar.Tenía toda intención de mirar hacia el futuro.

Estaba de pie en medio de su enorme tienda, contemplando el hermoso suelo de madera y las paredes vacías. Aspiró el aroma de pintura recién aplicada y levantó la mirada para ver las grandes vigas que recorrían el techo, dándole a aquel espacio un encanto muy rústico. Era perfecto y en esa perfección se adivinaba la mano de Jackson. Él había elegido una localización excelente en Scottsdale para la tienda, justo en el centro de una zona de compras para las clases medias y altas de la sociedad de Phoenix.

Asomó la cabeza al exterior y se fijó en un bonito restaurante que estaba tan solo a unos metros calle abajo, en un estanco, en una tienda de ropa infantil y en un pequeño café con una encantadora terraza en el exterior. Sintió que una profunda alegría le llenaba el corazón.

–Ahora estoy en casa –susurró.