Un sentimiento especial - Kristi Gold - E-Book
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Kristi Gold

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Beschreibung

Para Dana Landry, Will Baker tenía un aspecto tan salvaje como un tornado de Texas. Y a pesar de su recelosa actitud hacia los hombres, se sentía hechizada por él. Aquellos hoyuelos de sus mejillas y el pelo rubio como el oro le daban el encanto de un niño, aunque el brillo de sus ojos era el de todo un hombre El problema estaba en que con aquel vaquero errante nunca podría ver hecho realidad su sueño de volver a casarse y formar una familia. Y en cuanto ella consiguiera derribar las barreras que protegían su corazón, iba a desear salir huyendo otra vez. Aunque en aquella ocasión, no iba a resultarle tan fácil.

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Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Kristi Goldberg

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un sentimiento especial, n.º 1002 - julio 2019

Título original: Cowboy for Keeps

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-420-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Cuando Dana Landry alcanzó a hija en el interior del establo, su primera reacción fue de alivio. La segunda fue algo más desconcertante: una respuesta definitivamente femenina al ver al hombre que estaba acuclillado frente a su hija de ocho años, manteniendo una animada conversación con ella.

Callie había encontrado un vaquero. Pero no era un simple vaquero. Se trataba de un vaquero de hombros anchos y perfecto perfil que exudaba fuerza por cada uno de los poros de su piel. Sus vaqueros acentuaban sus atributos masculinos, de manera que, a pesar de la cautelosa actitud de Dana hacia los hombres, era absolutamente imposible no notarlos.

Se suponía que al darse cuenta de que su hija estaba a salvo, su pulso debería haber recuperado la normalidad. Pero no había sido así. Y todo por culpa de aquel hombre.

Y no por que pareciera peligroso, que no lo parecía en absoluto. Y tampoco porque Callie habitualmente no hablara. De hecho, si Callie nunca hablaba con desconocidos era porque ellos rara vez le respondían.

Pero aquel hombre sí lo hacía. De hecho, parecía encantado de poder hablar con Callie. Una sonrisa iluminaba su atractivo rostro. Y era una sonrisa sincera, no la habitual sonrisa de compasión que su hija despertaba.

Y Callie estaba pendiente de cada una de sus palabras. O quizá fuera mejor decir de cada uno de sus gestos.

Porque Callie era sorda.

El vaquero le hablaba con unas manos que parecían excesivamente grandes para comunicarse a un ritmo tan fluido. Pero de alguna manera, él conseguía convertir su conversación en un grácil baile de palabras.

Callie estaba cautivada. En su rostro de querubín se dibujaba una sonrisa y sus ojos brillaban mientras se concentraba en aquel discurso silencioso.

En cuanto salió de su hechizo, Dana caminó hacia la pareja, tomó a su hija por los hombros y le hizo volverse.

–Callie Renee Landry, no deberías haber entrado aquí sin mí.

El vaquero se levantó, haciéndole sentirse a Dana como una niña pequeña a su lado.

–Eh –comenzó a decir–, la niña está bien, solo quería echar un vistazo a los caballos.

El sonido de su voz sorprendió a Dana. Sin saber por qué, había asumido que él también era sordo.

–Lo siento, pero a mi hija le entusiasma meterse en problemas.

Dana bajó la mirada ante los incesantes golpecitos que Callie le estaba dando en la cadera. La niña la estaba mirando con el ceño fruncido. Dana, vocalizando exageradamente para que su hija pudiera comprenderla, la regañó:

–No deberías salir corriendo sin mí.

El hombre miró a Callie sonriente y le revolvió el pelo.

–Tu mamá tiene razón. No querrás que tenga que estar persiguiéndote por todo el establo, ¿verdad?

Movía las manos tan rápidamente mientras hablaba que Dana no habría conseguido comprenderlo si no lo hubiera oído. Ella era tan inepta para el lenguaje de signos como aquel hombre habilidoso. Callie parecía considerarlo además ingenioso y divertido, a juzgar por su silenciosa risa.

Callie deletreó algunas palabras y señaló al hombre.

–Lo siento, cariño –le dijo Dana–, tienes que hablar más despacio para que pueda comprenderte.

El vaquero se quitó el sombrero y le tendió la mano a Dana.

–Lo siento, he olvidado mis buenos modales. Me llamo Will Baker.

Su sonrisa marcó dos atractivos hoyuelos en sus mejillas y unos dientes blancos y perfectos resplandecieron en su bronceado rostro. Aquellos hoyuelos combinados con su pelo lacio y rubio le daban un aspecto encantadoramente infantil. Pero sus ojos, del color de la media noche, le proporcionaban un encanto absolutamente varonil.

Dana pestañeó dos veces.

–Oh, Will… –dijo, como si se tratara de alguien a quien de pronto hubiera reconocido. Rápidamente, se obligó a volver a la realidad y estrechó la mano que él le ofrecía. Una mano larga y fuerte–. Yo soy Dana Landry.

–Encantado de conocerla –su sonrisa se profundizó. Había algo en sus oscuros ojos que evocaba en Dana sentimientos que no se atrevía a reconocer. Su contacto le hizo consciente de lo pequeña que era su mano al lado de la suya.

Tras saludar a Dana, Will se arrodilló al lado de su hija.

–¿Quieres que vayamos alguna vez a montar en el viejo Pete?

La expresión de alegría de Callie fue más elocuente que cualquier palabra.

–Estupendo. Tendrás que decirle a tu mamá que te traiga pronto por aquí. ¿Y ahora quieres ir a despedirte de Pete?

Callie asintió con entusiasmo. Will se levantó, se colocó el sombrero y se dirigió con la niña hasta uno de los pesebres. Colocó un cubo en el suelo, subió allí a Callie para que pudiera ver al caballo. Se volvió entonces hacia Dana.

–¿Está recibiendo clases de equitación?

–Iba a apuntarla cuando se ha escapado.

–Oh, al verla con los pantalones de montar y el gorro he pensado que ya habría asistido a alguna clase.

–Ha montado alguna vez. Pero el traje era mío. Ha insistido en ponérselo.

–¿Entonces usted sabe montar?

–Hace mucho que no lo hago. Recibí algunas clases cuando tenía la edad de Callie, pero eso fue hace más de veinte años. Supongo que ya habré olvidado todo lo que aprendí.

Will le dirigió una turbadora sonrisa.

–Lo dudo.

Dana se cruzó de brazos, reprimiendo la necesidad de estirarse la falda. Aunque era suficientemente larga, la sensualidad de su mirada le hacía sentirse incómodamente expuesta ante él.

–La próxima vez que venga por aquí procure ponerse algo más informal. No me gustaría que se echara a perder una ropa tan elegante.

–Intentaré recordarlo –farfulló Dana. Alzó la mirada y vio a Will apoyado contra la puerta del establo, con los brazos cruzados sobre su pecho, revelando sus perfectos bíceps.

–¿Cuándo empezará a montar Callie? –preguntó.

Dana se entretuvo quitando una brizna de paja de la falda, evitando así sus ojos y la absurda necesidad de mirarlos.

–El jueves, si todo sale bien.

–¿Por qué no iba a salir bien?

–Callie es… digamos que está llena de vida y parece que la equitación la tranquiliza. Pero aquí no tienen ningún curso específico para niños con necesidades especiales, de modo que no sé si encontrará algún problema.

Will miró a Callie, que continuaba acariciando al caballo.

–Lo hará estupendamente –dijo–. En cuanto a lo de estar llena de vida, no creo que eso tenga nada de malo.

La mayor parte de las veces no, pensó Dana. Pero aquel hombre no podía hacerse una idea del desafío que a veces representaba Callie.

–Me gustaría que aprendiera las cosas más básicas del estilo de montura inglés: caminar y trotar. ¿Usted es uno de los profesores?

–No, señora. Yo me dedico a entrenar caballos para los circuitos de rodeo.

Así que se trataba de un entrenador de caballos. Dana lo miró desilusionada. Para Callie habría sido una gran ventaja contar con alguien con quien pudiera comunicarse. Y, definitivamente, Dana también habría encontrado sus propias ventajas al poder verlo en acción.

–¿Se dedica a entrenar caballos a tiempo completo?

–También entreno al equipo de lazo.

La confusión de Dana debió de mostrarse en su expresión porque rápidamente le aclaró:

–Es una especie de deporte. Dos vaqueros montados a caballo tienen que atrapar un novillo, uno le ata los cuernos y el otro las patas. Después tienes que arrastrarlo. El equipo que lo hace en menos tiempo gana.

A Dana le habría gustado preguntar qué sentido tenía hacerle algo así a un pobre animal, pero ya había demostrado su ignorancia suficientes veces aquella tarde, de modo que se limitó a decir:

–Qué curioso.

–En realidad, es bastante aburrido para quien no participa.

Will bajó a Callie del cubo y la colocó al lado de su madre.

–Será mejor que vayas con tu mamá para que pueda apuntarte a las clases de equitación –le pellizcó la nariz–. Y esta vez no salgas corriendo.

–Muchas gracias por haber cuidado de ella, señor Baker –le dijo Dana.

–De nada. Y llámame Will, por favor –se llevó la mano al borde del sombrero–. Hasta luego, señora Landry.

–Nada de señora, llámame Dana.

Callie se despidió de Will, agarró la mano de su madre y tiró de ella hacia la salida. Antes de marcharse, Dana se volvió hacia Will con intención de satisfacer su curiosidad.

–¿Dónde aprendiste el lenguaje de signos?

Una sombra de emoción, tristeza o quizá dolor, empañó la mirada de Will.

–De un miembro de mi familia –dijo, y se volvió, dejando a Dana con más curiosidad todavía.

Por alguna extraña razón, ansiaba saber algo más sobre aquel hombre. Estaba definitivamente intrigada.

Mientras Callie la arrastraba hacia la pista, sus pensamientos volvían hacia Will Baker y hacia su extraña reacción a su pregunta. Quizá tuviera un hijo sordo. Eso explicaría su facilidad para conversar con Callie. Aunque en realidad podía ser cualquiera de su familia. Quizá incluso su esposa, aunque no había visto que llevara alianza… Como si eso pudiera significar algo… Como si eso importara. Pero la verdad era que no podía dejar de pensar en sus ojos oscuros y en su sensual sonrisa. Caminó junto a Callie hasta el registro y ocupó su sitio al final de la cola.

Cuando llegaron a la mesa, Dana alzó la mirada y vio a Will reclinado contra la puerta del establo. Llevaba una soga enrollada al hombro; apoyaba una bota en la puerta del establo y hundía las manos en los bolsillos. Parecía recién salido del una película del Oeste. Era un hombre demasiado guapo para ser verdad. Un vaquero maravilloso que no era en absoluto su tipo. En el caso de que ella tuviera algún tipo.

–Le toca a usted, señora –le indicó la dama que estaba tras la mesa.

–Lo siento –musitó Dana, apartando la atención de Will y concentrándose en sus responsabilidades. Sin perder a Callie de vista, rellenó los formularios que le correspondía.

Callie permanecía a unos metros de ella junto a un niño que aparentaba unos nueve años. Aunque Dana deseaba que su hija encontrara pronto algún amigo, los miró preocupada.

–¿Cómo te llamas? –preguntó el niño.

Callie vaciló un momento y deletreó su nombre.

–He dicho que cómo te llamas –repitió el niño.

Dana se acercó a Callie y posó la mano en su hombro.

–Se llama Callie.

–¿Y por qué no lo dice? ¿Es tonta o algo así?

–No puede entender lo que le dices si no le hablas despacio.

–Oh –el niño se encogió de hombros y se apartó.

A Dana se le cayó el corazón a los pies al ver la expresión alicaída de su hija. ¿Qué pasaría por la mente de Callie cuando se daba cuenta de que no la aceptaban? ¿Hasta qué punto comprendería aquellas crueles injusticias de la vida? ¿La habría protegido excesivamente del mundo al meterla en un internado?

Dana todo lo había hecho por Callie. Pero todavía no había podido comunicarse del todo con su hija. Y no podía decirse que no lo hubiera intentado.

Fuera cual fuera el método de comunicación que se propusiera, Rob, su ex marido, siempre lo encontraba insatisfactorio. No le gustaba el lenguaje de signos porque decía que Callie se ponía en evidencia en público. No le gustaba el método oral porque no quería que Callie hablara: consideraba que lo hacía de una forma muy extraña. En realidad, lo que quería era una niña normal.

Sin embargo, Callie había aprendido a utilizar sus manos para hablar y sus ojos para comprender lo que otros decían. Desgraciadamente, había aprendido tan rápido que Dana todavía no había conseguido alcanzarla.

Como si quisiera decir que la perdonaba, Callie le dirigió a su madre una adorable sonrisa. Después alzó la mano y dobló los dedos corazón y anular, formando el signo del corazón con el que cada noche, antes de acostarse, le decía a su madre que la quería.

Dana tragó saliva y le dijo con los labios que la quería. Callie la abrazó tan fuerte como si acabara de regalarle la luna.

Dana sintió que se le humedecían los ojos. No había absolutamente nada que no estuviera dispuesta a hacer por aquella niña. El lunes por la mañana pensaba reducir su horario en la empresa en la que trabajaba para poder pasar, al menos en verano, más tiempo con la niña. Y estaba completamente decidida a recibir clases de lenguaje de signos, aunque eso significara dormir y cobrar menos. Vendería su casa si hacía falta. Al fin y al cabo, nunca la había sentido verdaderamente suya. Era una casa en la que Rob había diseñado hasta el último detalle; una casa plagada de amargos recuerdos.

Sacudiendo su resentimiento, Dana levantó a Callie en brazos y giró con ella. Se sentía repentinamente animada, con energías suficientes para enfrentarse a cualquiera que se interpusiera en la felicidad de su hija, incluyendo a Rob. Costara lo que costara, iba a conseguir una vida mejor para Callie. Aquel día era solo el principio. Y, quizá pudiera convencer a Will Baker de que la ayudara.

 

 

El jueves por la tarde, Will reía para sí mientras observaba a la señora Landry salir de un carísimo coche. Evidentemente, la idea que ella tenía de la ropa informal no era exactamente la que él tenía en mente. Una blusa de seda sin mangas y unos pantalones negros del mismo material no eran el atuendo indicado para un picadero. Y eso no quería decir que no le quedaran bien. Mejor que bien. Diablos, aquella mujer estaría atractiva hasta con un saco de forraje… Su sexo se tensó al imaginárselo, pero inmediatamente puso freno a sus pensamientos.

Aquella mujer estaba fuera de su alcance. Probablemente había tenido una vida perfecta hasta que Dios le había hecho la jugarreta de darle una niña con problemas de audición.

Como si acabara de conjurarla con sus pensamientos, Callie salió corriendo de detrás de su madre. Sus travesuras le hicieron sonreír. No, a la pequeña Callie no le iba a bastar con aprender a andar y a trotar a caballo. Aquello la mantendría entretenida durante veinte minutos, después ya querría empezar a galopar.

Si fuera su hija, la enseñaría a tirar el lazo. O al menos a saltar obstáculos.

Pero no era suya. Y aquello no era asunto suyo.

Callie dejó de lado la puerta de la pista en la que estaban reunidos los alumnos y se dirigió hacia Will, moviendo las manos a la misma velocidad que sus pies. Cuando llegó hasta él, lo abrazó por la cintura.

–¡Guau! ¿A dónde vas tan rápido?

La niña se llevó la mano a la sien y meneó dos dedos, como si fuera un caballo.

Dana se reunió en ese momento con ellos y señaló a Callie:

–Si vuelves a escaparte, este será tu último día dedicado a la equitación.

Callie miró a Will y pasó su dedo índice sobre su mano izquierda, indicándole que no había entendido lo que significaba «equitación».

–Equitación quiere decir montar a caballo. Y si no te portas bien, tu madre no te dejará hacerlo.

Callie asintió con el ceño fruncido, indicando que no le hacía ninguna gracia que la regañaran. Will no la culpaba. A él también le entraban a veces ganas de salir corriendo. Como en ese momento.

Le bastó mirar a Dana Landry a los ojos para que se extendiera por todo su cuerpo una inesperada oleada de calor.

–Callie está encantada contigo –le dijo Dana con una voz tan suave como su sonrisa.

Y él estaba encantado con la madre de Callie. No cabía duda de que aquella mujer era preciosa. Más que preciosa. Sexy. Y tenía verdadera clase. Era exactamente el tipo de mujer que él siempre evitaba. Pero algo le decía que no le iba a resultar fácil ignorar a Dana Landry.

Y en vez de salir corriendo cuando todavía estaba a tiempo de hacerlo, se descubrió a sí mismo diciendo.

–Ya que estoy aquí, voy a aprovechar para presentarte a la profesora de Callie.

Mientras caminaba hacia la pista, sintió los delgados y frágiles dedos de Callie deslizarse en la palma de su mano. El gesto lo sorprendió tanto que estuvo a punto de apartar la mano. Pero en vez de eso, le sonrió. Mientras andaba, se preguntaba si aquella niña quería o necesitaba algo de él. Algo que él estaba seguro no podría darle. Aquel pensamiento le hizo sentirse incómodo. Casi tanto como le hacía sentirse Dana.

La miró de reojo. Ella no tenía la nariz cubierta de pecas, pero sus ojos eran del mismo color azul que los de su hija. Tenía el pelo castaño y lo llevaba peinado en una cola de caballo. Will se preguntó qué aspecto tendría con el pelo salvajemente suelto y revuelto tras haber pasado horas haciendo el amor.

Inmediatamente detuvo sus pensamientos. Era obvio que aquella mujer no tenía nada de salvaje.

Además, ni siquiera debería considerar la posibilidad de conocerla mejor. Por lo que él sabía, podía estar casada. Aunque teniendo en cuenta la conversación que habían mantenido en el establo, tenía la sensación de que no lo estaba. En cualquier caso, él estaba soltero y le gustaría seguir así. Sin ataduras, sin compromisos permanentes. Todavía no tenía ganas de sentar cabeza y probablemente no las tendría nunca.

Soledad y libertad, aquella era la vida que había elegido. Bueno, más o menos. En realidad había sido ese tipo de vida el que lo había elegido a él.

Se acercaron a Marge Golden, que permanecía cerca de la puerta de la pista, escuchando explicar a una mamá el talento de su pequeño Philip con una voz que resucitaría a un muerto. Will se echó a reír cuando Marge lo miró. Esta, fingiendo un ataque de tos, volvió la cabeza y elevó los ojos al cielo.

En cuanto la madre de Philip terminó su discurso, Will condujo a Callie y a Dana hacia Marge.

–Madam, esta es la nña de la que te hablé –le soltó la mano a Callie para hablarle–: Callie, esta es tu profesora, tú puedes llamarla Marge.

Marge se volvió hacia Dana y le explicó:

–Will es el único que me llama madam, como si lo que dirigiera fuera un negocio de dudosa reputación –sonrió a Callie–. Dile a la señorita Callie que estoy encantada de conocerla.

–Ella sabe leer los labios –le explicó Dana.

–De acuerdo –se volvió hacia la niña–. Estoy encantada de conocerte, Callie. Estábamos a punto de empezar –tomó a Callie de la mano y se dirigió con ella al interior de la pista.

Dana dio un paso adelante, como si pretendiera seguirlas, pero Will posó la mano en su brazo, estremeciéndose al sentir la piel desnuda de Callie bajo sus dedos. Se aclaró la garganta y le dijo:

–Ven por aquí. Nos quedaremos en la cerca para que puedas verla.

Dana lo siguió en silencio. En cuanto llegaron a la cerca, se aferró a ella con ambas manos, como si estuviera dispuesta a saltarla en cuanto hiciera falta.

–¿A dónde van? –le preguntó, mientras veía a Callie y a Marge cruzando la pista.

Will señaló hacia el otro extremo, donde había algunos caballos.

–Lo primero que les enseñan es a preparar los caballos. Volverán en seguida.

–Espero que le presten atención. No creo que Callie pueda ponerle las riendas al caballo. Es demasiado bajita para su edad. Debería haberle dicho a Marge que le prestara atención, por si…

–Tú relájate –repuso Will–. Marge sabe lo que hace. Además, Callie va a montar una yegua de veinticinco años que no es mucho más alta que un pony.

Al cabo de diez minutos, dos de los alumnos, un chico y una chica, llegaron a la pista en sus respectivas monturas. Ambos iban con el traje de equitación. Will pensaba que estarían mejor con vaqueros y unos zahones de cuero. Además, aquellas condenadas sillas inglesas, eran completamente inútiles. Sería mejor que los enseñaran a montar a pelo.

–Mira, aquí viene.

Las palabras de Dana sacaron a Will de sus meditaciones. Alzó la cabeza y vio a Callie sobre la yegua, con los pies en los estribos y sujetando con ambas manos las riendas.

–Tiene estilo –comentó Will–. Lo va a hacer estupendamente.

–Eso espero –dijo Callie con escepticismo.

Callie no abandonó su concentración hasta que se acercó a Will y a Dana. Entonces se colocó las riendas en la boca e intentó decir con las manos «miradme». El caballo, comenzó a girar, confundido por las indicaciones que Callie le estaba enviando. Will oyó gemir a Dana y decidió intervenir. Se subió a la cerca, se inclinó y le indicó a la niña cuando esta pasó por delante de él:

–No sueltes las riendas y mantén las manos quietas, Callie –la niña asintió y volvió a colocarse correctamente.

Dana soltó un largo suspiro.

–Quizá deberían atarle las riendas a las manos. Le encanta hablar.

–¿Por qué tú no utilizas el lenguaje de signos? –quiso saber Will.

–Sí lo utilizo. A veces. Pero Callie ha estado viviendo en un internado durante los dos últimos años. Antes estuvo apuntada a un programa de aprendizaje oral y la niña aprendió a leer en los labios. Pero con el lenguaje de signos parece mucho más contenta.

–¿Ha aprendido a hablar?

–No mucho, y además no va a intentarlo todo ahora.

–¿Su padre conoce el lenguaje de signos? –aquella pregunta le interesaba más que ninguna otra, aunque tenía poco que ver con Callie.

–No, en absoluto –parecía que la molestara. O quizá fuera el padre de Callie el que la disgustaba, aunque no sería sensato pensar en esos términos.

Aun así, Will se descubrió preguntando:

–¿Entonces cómo se comunica con ella cuando estáis en casa?

–No vive con nosotras.

–¿Estás divorciada? –el entusiasmo que advirtió en su propia voz lo asustó.

–Sí.

Al ver que el rostro de Dana se había convertido en una máscara de piedra, Will decidió que no le había hecho especialmente feliz aquella separación. Le hubiera gustado hacerle más preguntas sobre Rob, pero desistió.

–Él espera que la niña lea en los labios –continuó explicándole Dana.

–¿Y cómo piensa que se las va a arreglar para hablar?

–Escribiendo, señalando. Ese tipo de cosas. Él y la niña no están muy unidos.

–¿Y tú cuántos signos conoces?

Dana bajó la mirada.

–No muchos. Callie está teniendo mucha paciencia conmigo, no es tan fácil como parece, bueno, supongo que eso tú ya lo sabes –lo miró a los ojos–. ¿Cuánto tiempo tardaste tú en aprenderlo?

A causa de sus padres, Will había empezado a aprender el lenguaje de signos el mismo día que llegó al mundo. Pero no era algo que le revelara a mucha gente. Y no porque se avergonzara de ello, sino porque odiaba la compasión y las disculpas por haberlo preguntado.

–He tenido mucha práctica. En mi opinión, lo mejor es poder hablar con la boca y con las manos. Así puedes disfrutar de lo mejor de ambos mundos. Solo es cuestión de dedicarle tiempo y practicar.

–Lo sé. Estoy intentando encajar algunas clases en mi horario, pero la verdad es que el trabajo me quita la mayor parte del tiempo.

Afortunadamente, acababa de proporcionarle la excusa ideal para cambiar de tema.

–¿Eres una especie de esclava del trabajo?

–Sí, podría decirse así.

–¿A qué te dedicas exactamente?

–Soy economista.

¡Maldita fuera! Probablemente tenía más dinero del que había tenido él en toda su vida. Otra razón más para que no estuviera interesada por un simple vaquero. Mejor así, pensó con rencor. Él no necesitaba enredarse con una mujer de ese calibre. Con ninguna mujer, de hecho.

–Ah, ahora lo entiendo.

–¿Entiendes qué? –preguntó Dana, confundida.

–Lo de la ropa, el coche… Todo encaja.

Dana hizo un sonido que parecía casi un gruñido, como si le hubiera molestado aquella asociación. Aunque él no entendía por qué.

Un inesperado golpe de viento levantó la arena de la pista. Will se llevó la mano a los ojos y se sujetó el sombrero.

–¡Oh, Dios mío! –Dana se subió de nuevo a la cerca, pisándole el brazo en el proceso.

Will dio media vuelta. Oyó los aterrados gritos de los niños y a continuación vio trotar una yegua. Y en medio de la arena, una figura frágil y diminuta.

Callie.