Un torrente de aguas turbulentas - Madeleine L´Engle - E-Book

Un torrente de aguas turbulentas E-Book

Madeleine L'Engle

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Beschreibung

"Algunas cosas deben creerse para poder ser vistas." Sandy y Dennys siempre han sido los normales y pragmáticos dentro de su excéntrica y extraordinaria familia, pero un día, estos hermanos gemelos se entrometen accidentalmente en uno de los experimentos científicos de su padre y son llevados a un punto remoto del tiempo y el espacio. En este extraño paraje del desierto donde los hombres conviven con seres angelicales, mamuts enanos, mantícoras y unicornios, los gemelos se verán envueltos en una lucha encarnizada entre el bien y el mal, y el destino de la familia de un hombre llamado Noé y la construcción de una enorme arca en las arenas del desierto. Madeleine L'Engle vuelve a crear una aventura deslumbrante en esta cuarta entrega de El Quinteto del Tiempo, en la que ciencia, mitología, fantasía y realidad se unen inextricablemente para romper todas las barreras de la imaginación.

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Para Stephen Roxburgh

«Las muchas aguas no podrán apagar el amor,

ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre

todos los bienes de su casa por este amor,

mucho sería sin embargo despreciado.»

Cantar de los Cantares 8:7

UNO

Partículas virtuales

y unicornios virtuales

Una repentina nevada puso fin al entrenamiento de hockey.

—Ni siquiera podemos ver el disco —gritó Sandy Murry en plena ventisca—. Vamos a casa —se deslizó hacia un costado del estanque helado y se sentó para quitarse los patines en una roca que ya estaba cubierta de nieve.

Hubo gritos de acuerdo de los otros patinadores. Dennys, el hermano gemelo de Sandy, lo siguió, la nieve se acumulaba sobre sus pestañas, por lo que tuvo que parpadear para ver la roca.

—¿Por qué tenemos que vivir en el lugar más alto, más frío y más ventoso del estado?

Se oyeron carcajadas y gritos de despedida de los otros muchachos.

—¿Dónde más querrías vivir? —le interrogaron a Dennys.

La nieve se deslizaba fríamente al interior de su cuello.

—En Bali o en Fiyi. En un lugar cálido.

Uno de los muchachos anudó los cordones y colgó los patines alrededor de su cuello.

—¿Lo dices en serio? ¿Con todos esos turistas?

—Sí, y con esos ricachones que se amontonan en la playa.

—Y con la gente bonita.

—Y con la gente sucia.

Uno por uno, el resto de los chicos se alejó, dejando solos a los gemelos.

—Pensé que te gustaba el invierno —dijo Sandy.

—Cuando llegamos a mediados de marzo, ya me siento cansado del frío.

—Pero no te gustaría ir a uno de esos paraísos para turistas, ¿verdad?

—Bueno, probablemente no. Tal vez lo hubiera hecho en los viejos tiempos, antes de la explosión demográfica. ¡Muero de hambre! Echemos una carrera hasta casa.

Para cuando llegaron a su casa, una antigua granja pintada de blanco y situada a kilómetro y medio del pueblo, la nieve ya había comenzado a amainar, aunque el viento aún era fuerte. Entraron por la cochera y pasaron por el laboratorio de su madre. Se quitaron las chaquetas, las arrojaron al perchero e irrumpieron en la cocina.

—¿Dónde está todo el mundo? —gritó Sandy.

Dennys señaló un trozo de papel sostenido por imanes en la puerta del refrigerador. Ambos se acercaron para leerlo:

QUERIDOS GEMELOS, FUI A LA CIUDAD CON MEG Y CHARLES WALLACE PARA LA REVISIÓN DENTAL. SU TURNO ES LA SEMANA PRÓXIMA. NO PIENSEN QUE SE VAN A LIBRAR. AMBOS HAN CRECIDO TANTO ESTE AÑO QUE ES ESENCIAL QUE LES HAGAN UNA REVISIÓN DENTAL.

LOS QUIERO, MAMÁ

Sandy mostró sus dientes con ferocidad.

—Nunca hemos tenido una sola caries.

Dennys hizo una mueca similar.

—Pero hemos crecido. Casi medimos un metro ochenta.

—Apuesto a que si nos midieran hoy, ya es más que eso.

Dennys abrió la puerta del refrigerador. Había medio pollo en un plato de barro con una nota que decía:

VERBOTEN.1 ESTO ES PARA LA CENA.

Sandy jaló el cajón de las carnes frías.

—¿Te apetece jamón?

—Claro. Con queso.

—Y mostaza.

—Y aceitunas en rodajas.

—Y cátsup.

—Y pepinillos.

—No quedan tomates. Seguro que Meg se hizo un sándwich de tocino, lechuga y tomate.

—Hay mucho paté. A mamá le encanta.

—¡Puaj!

—Con queso crema y cebolla está bien.

Colocaron los ingredientes en el mostrador de la cocina y cortaron unas rebanadas gruesas de pan recién sacadas del horno.

Dennys se asomó para olisquear las manzanas que se horneaban lentamente. Sandy miró hacia la mesa de la cocina, donde Meg había dispuesto sus libros y papeles.

—Ella ha ocupado una parte mayor de la que le corresponde en la mesa.

—Está en la universidad —la defendió Dennys—. Nosotros no tenemos tantos deberes como ella.

—Sí, y odiaría tener que emplear tanto tiempo para asistir a clase todos los días.

—A ella le gusta conducir. Y al menos llega a casa temprano.

Dennys dejó caer sus libros sobre la gran mesa. Sandy se quedó mirando uno de los cuadernos abiertos de Meg.

—Hey, escucha esto. ¿Crees que nos tocará estudiar estas tonterías cuando estemos en la universidad? “Parece bastante evidente que hubo una existencia prebiótica definida de ancestros proteínicos de polímeros, y que, por lo tanto, los seres primarios no eran aminoácidos.” Supongo que ella sabe qué significa todo esto, porque yo no tengo la menor idea.

Dennys dio vuelta a la página.

—Mira su título: “La pregunta del millón: la gallina o el huevo, los aminoácidos o sus polímeros.” Puede que ella sea un genio matemático, pero todavía no es capaz de tener una letra legible.

—¿Quieres decir que tú sabes algo acerca de lo que escribió aquí? —exigió Sandy.

—Tengo una idea bastante cercana. Es el tipo de cosas sobre las que mamá y papá discuten durante la cena: polímeros, partículas virtuales, cuásares, todo eso.

Sandy miró a su hermano gemelo.

—¿Quieres decir que los escuchas?

—Claro. ¿Por qué no? Nunca se sabe cuándo un poco de conocimiento inútil puede llegar a ser útil. Hey, ¿qué es este libro? Trata de la peste bubónica. Soy yo quien quiere ser médico.

Sandy echó un vistazo.

—Es un libro de historia, no de medicina, tonto.

—Hey, ¿sabes por qué las serpientes nunca muerden a los abogados? —preguntó Dennys.

—No lo sé. Y no me importa.

—Bueno, tú eres el que quiere ser abogado. Vamos. ¿Por qué las serpientes nunca muerden a los abogados?

—Me rindo. ¿Por qué las serpientes nunca muerden a los abogados?

—Por cortesía entre colegas.

—Muy gracioso. Ja, ja —refunfuñó Sandy.

Dennys untó mostaza sobre una gruesa rebanada de jamón.

—Cuando pienso en todos los años de estudio que tenemos por delante, casi pierdo el apetito.

—Casi.

—Bueno, no del todo.

Sandy abrió la puerta del refrigerador buscando algo más para agregar a su sándwich.

—Parece que comemos más que el resto de la familia junta. Charles se alimenta como un pájaro. Bueno, a juzgar por la suma que gastamos en la alimentación de las aves, podría decirse que las aves son unas glotonas terribles. Pero ya sabes a qué me refiero.

—Al menos se está adaptando a la escuela, y los otros niños no lo molestan como solían hacerlo.

—Todavía no parece que tenga más de seis años, pero la mayor parte del tiempo creo que sabe más que nosotros. Sin duda, somos los más ordinarios, comunes y corrientes de la familia.

—La familia puede sobrevivir con algunas personas comunes y corrientes como nosotros. Y tampoco somos exactamente tontos. Si yo voy a ser médico y tú abogado, tenemos que ser lo suficientemente inteligentes para ello. Tengo sed.

Sandy abrió la alacena que estaba encima de la puerta de la cocina. Tan sólo un año antes eran demasiado bajos para alcanzarla sin subirse a un banquillo.

—¿Dónde está el chocolate holandés? ¡Eso es lo que quiero! —Sandy movió varias cajas con lenteja, cebada, frijol, latas de atún y salmón.

—Apuesto a que mamá lo guarda en el laboratorio. Vayamos a ver —Dennys cortó unas rebanadas más de jamón.

Sandy se metió un pepinillo enorme en la boca.

—Terminemos los sándwiches primero.

—Primero la comida. Está bien.

Con unos emparedados de más de tres centímetros de espesor en sus manos y las bocas llenas, salieron de la despensa y se dirigieron al laboratorio. En los primeros años del siglo XX, cuando la casa había sido parte de una granja lechera, el laboratorio se había utilizado para almacenar leche, mantequilla y huevos, y todavía había una gran mantequera en una esquina, que ahora servía para sostener una lámpara. El mostrador de trabajo con el lavabo de piedra servía tanto para sostener el equipo de laboratorio como para apoyar la leche y los huevos. Ahora había un microscopio de aspecto formidable, algunos equipos extraños que sólo su madre entendía y un viejo mechero Bunsen sobre el cual, en un trípode casero, una olla negra hervía a fuego lento.

Sandy olfateó con aprecio.

—Estofado.

—Se supone que deberíamos llamarlo bœuf bourguignon —Dennys alzó el brazo hasta el estante que estaba sobre el lavabo y extrajo una lata cuadrada de color rojo—. Aquí está el chocolate. A mamá y papá les gusta tomar una taza antes de irse a dormir.

—¿Cuándo regresará papá a casa? —quiso saber Dennys.

—Mañana por la noche, creo que dijo mamá.

Sandy extendió sus manos hacia la estufa de leña con la boca llena.

—Si tuviéramos permiso de conducir podríamos ir al aeropuerto a recogerlo.

—Ya somos buenos conductores —convino Dennys.

Sandy dio otro bocado grande a su sándwich y dejó el calor de la estufa para dirigirse al rincón más alejado del laboratorio, donde había una computadora que tenía un aspecto no del todo ordinario.

—¿Cuánto tiempo hace que papá tiene este artilugio aquí?

—Lo trajo la semana pasada. Mamá no estaba particularmente complacida.

—Bueno, se supone que éste es su laboratorio —dijo Sandy.

—¿Qué está programando? —preguntó Dennys.

—Por lo general, él es bastante bueno para explicar este tipo de cosas. Aunque no entiendo la mayor parte de lo que dice: teseractuar,2 el desplazamiento hacia el rojo,3 el continuo del espacio-tiempo y todas esas cosas —Sandy miró el teclado, que en lugar de los cuatro rangos de teclas habituales tenía ocho—. La mitad de estos símbolos son griegos. Quiero decir, literalmente griegos.

Dennys, devorando el último bocado de sándwich, miró por encima del hombro de su hermano gemelo.

—Bueno, entiendo los signos científicos habituales más o menos. Esto parece hebreo, y esto es cirílico. No tengo la menor idea para qué sirven estas teclas.

Sandy miró el suelo del laboratorio, que estaba formado por grandes losas de piedra. Había una alfombra gruesa junto al lavabo, y otra frente a la desvencijada silla de cuero y la lámpara de lectura.

—No sé cómo mamá puede permanecer aquí en invierno.

—Se abriga como un esquimal —Dennys se estremeció de frío, luego escribió con las teclas estándar de la computadora usando un dedo—: LLÉVAME A UN LUGAR CÁLIDO.

—Hey, no creo que debamos tontear con esto —advirtió Sandy.

—¿Qué esperas? ¿Qué aparezca un genio como el de Aladino y la lámpara maravillosa? Es sólo una computadora, por el amor de Dios. No puede hacer nada que no esté programada para hacer.

—Entonces está bien —Sandy colocó sus dedos sobre el teclado—. Mucha gente piensa que las computadoras están vivas, quiero decir, realmente vivas, algo así como el genio de Aladino —escribió con las teclas estándar—: UN LUGAR CÁLIDO Y ESCASAMENTE POBLADO.

Dennys lo apartó, y agregó:

—CON POCA HUMEDAD.

Sandy se alejó de la extraña computadora.

—Preparemos el chocolate.

—Está bien —Dennys tomó la lata roja que había dejado sobre el mostrador—. Dado que mamá está usando el mechero, lo mejor será que regresemos a la cocina para prepararlo.

—Bueno. De todos modos allí se está más a gusto.

—Sería capaz de comer otro sándwich. Si han ido a la ciudad, tal vez cenemos tarde.

Salieron del laboratorio y cerraron la puerta detrás de ellos.

—Eh —señaló Sandy—, no habíamos visto esto —había una pequeña nota pegada sobre la puerta—: EXPERIMENTO EN CURSO. POR FAVOR, NO ENTRAR.

—Oh, oh. Espero que no hayamos estropeado algo.

—Será mejor que se lo digamos a mamá cuando regrese.

—¿Por qué no vimos esa nota?

—Estábamos ocupados masticando.

Dennys atravesó el pasillo, abrió la puerta de la cocina y lo sacudió una ráfaga de calor.

—¡Eh! —intentó retroceder, pero Sandy estaba pisándole los talones.

—¡Fuego! —gritó Sandy—. ¡Ve por el extintor!

—¡Demasiado tarde! Será mejor que salgamos y… —Dennys escuchó la puerta de la cocina cerrarse de golpe detrás de ellos—. Tenemos que salir…

Sandy gritó:

—¡No encuentro el extintor!

—No consigo encontrar las paredes… —Dennys tanteó a través de una niebla penetrante, sus manos nada palpaban.

Se produjo una gran explosión sónica.4

Luego, un silencio absoluto.

Lentamente, la niebla comenzó a disiparse.

—¡Eh! —la voz cambiante de Sandy se quebró y se alzó—. ¿Qué sucede?

De igual forma, la voz quebrada de Dennys le siguió.

—¿Qué demonios…? ¿Qué pasó…?

—¿Qué fue esa explosión?

—¡Eh!

Miraron a su alrededor pero no vieron algo familiar. No estaba la puerta de la cocina. Pero tampoco había cocina. Ni la chimenea con su fragante olor a leña. Ni la mesa, adornada con su maceta de geranios en flor. Ni el techo, del que colgaban hileras de pimientos y ristras de ajo. Ni siquiera quedaba rastro del suelo con sus coloridas alfombras trenzadas. Estaban parados sobre arena, una blanca y abrasadora arena. Y por encima de sus cabezas, el sol se alzaba en un cielo tan ardiente que ya no era azul, sino que desprendía un tono broncíneo. No había más que arena y cielo de un horizonte al otro.

—¿Le pasa algo a la casa? —la voz de Sandy tembló.

—No creo que hayamos entrado en casa…

—¿No te parecía que se había incendiado?

—No. Creo que cruzamos la puerta y llegamos aquí.

—¿Qué pasa con la niebla?

—¿Y la explosión sónica?

—¿Y qué me dices de la computadora de papá?

—Oh, oh. ¿Qué vamos a hacer? —la voz de Dennys comenzó en un tono bajo, se atipló y se quebró en un tono agudo desgarrador.

—No te dejes llevar por el pánico —advirtió Sandy, pero su voz tembló. Ambos muchachos miraron a su alrededor con los rostros desencajados. La cobriza luz del sol los golpeaba. Después del frío de la nieve y el hielo, el calor repentino era impactante. Pequeñas partículas de mica en la arena absorbían la luz y la reflejaban en ellos.

—Eh —la voz de Dennys se quebró otra vez—. ¿Qué vamos a hacer?

Sandy intentó hablar con calma.

—Nosotros somos los que hacemos las cosas, ¿recuerdas?

—Acabamos de hacer algo —dijo Dennys cortante—. Nos hemos hecho volar por los aires hasta aquí, donde quiera que sea este aquí.

Sandy estuvo de acuerdo.

—¡Tontos! Somos unos tontos al entrometernos con un experimento en curso.

—Con la salvedad de que no sabíamos que estaba en curso.

—Deberíamos habernos detenido a pensar.

Dennys miró el cielo y la arena, ambos refulgían de calor.

—¿Qué supones que estaba investigando papá? Si lo supiéramos…

—Viajes espaciales. Teseractuar. Sobrepasar la velocidad de la luz. Ya sabes —la ansiedad hizo que Dennys se pusiera nervioso.

El sol golpeaba la cabeza de Sandy, por lo que extendió la mano y se secó el sudor que caía alrededor de sus ojos.

—Ojalá nunca hubiéramos pensado en ese chocolate caliente.

Dennys se quitó su pesado suéter de punto trenzado. Se humedeció sus labios secos y gimió:

—Limonada.

Sandy también se quitó el suéter.

—Tenemos lo que pedimos, ¿no? ¡Calor! Poca humedad. Un lugar escasamente poblado.

Dennys miró a su alrededor, entrecerrando los ojos ante el resplandor.

—Escasamente poblado no quería decir que no hubiera nadie.

Sandy se desabrochó la camisa de franela a cuadros.

—Pensé que habíamos pedido una playa.

—No, no fue eso lo que pedimos al artilugio de papá. Sólo un lugar escasamente poblado. ¿Crees que nos hayamos proyectado a un planeta muerto? ¿Un lugar donde el sol entra en su fase de gigante roja antes de explotar?5

A pesar del intenso calor, Sandy se estremeció, miró al sol y luego dijo rápidamente.

—Creo que el sol en su fase de gigante roja sería más grande. Este sol no parece más grande que nuestro sol en las películas ambientadas en el desierto.

—¿Crees que es nuestro sol? —preguntó Dennys con esperanza.

Sandy se encogió de hombros.

—Podríamos estar en cualquier sitio. En cualquier lugar del Universo. Si íbamos a tontear con ese condenado teclado, deberíamos haber sido más específicos. Ojalá nos hubiéramos conformado con Bali o Fiyi, sin importar si allí había gente bonita o sucia.

—Preferiría ver a una persona bonita. Ahora mismo. Ojalá no hubiéramos hecho lo que sea que hicimos —Dennys se quitó su camisa de cuello alto de algodón y siguió desnudándose hasta quedar sólo con sus calzoncillos blancos y su camiseta sin mangas.

Sandy se paró sobre una pierna para comenzar a quitarse sus abrigados pantalones, miró de nuevo al sol abrasador, y luego cerró los ojos rápidamente.

—Nos echarán de menos cuando regresen del dentista.

—Pero no sabrán dónde buscar. Mamá tiene más sentido común que nosotros. Ella nunca se entromete en nada de lo que papá esté haciendo a menos que él se encuentre allí.

—A mamá no le interesa la astrofísica. A ella le importa lo concerniente a las partículas virtuales y cosas por el estilo.

—Aun así, nos extrañará.

—Papá llegará a casa mañana —dijo Sandy esperanzado. Ahora se había quedado también en calzoncillos.

Dennys recogió su ropa y la ató en un pulcro hatillo.

—A menos que encontremos algo de sombra, tendremos que volver a ponernos nuestra ropa en media hora, o al menos algunas prendas, si no queremos acabar con unas terribles quemaduras solares.

—Sombra —gimió Sandy y oteó el horizonte—. ¡Den! ¿Eso que veo es una palmera?

Dennys sostuvo su mano sobre sus ojos para protegerlos del sol.

—¿Dónde?

—Allá. Allá al fondo.

—Sí. No. Sí.

—Vayamos allá.

—Bueno. Al menos es algo que podemos hacer —Dennys comenzó a caminar fatigosamente—. Si es la misma hora del día que cuando salimos de casa…

—En casa era invierno —los ojos de Sandy estaban casi cerrados contra el resplandor—. El sol ya se estaba poniendo.

Dennys señaló a sus sombras, tan largas y delgadas como ellos.

—El sol está ligeramente detrás de nosotros… Podríamos estar dirigiéndonos hacia el este, si se trata de nuestro mismo sol.

Sandy preguntó:

—¿Tienes miedo? Yo sí. Nos hemos metido en un verdadero lío.

Dennys no respondió. Caminaron con dificultad. Se habían dejado sus zapatos y calcetines puestos, y Dennys sugirió:

—Sería más fácil caminar descalzos.

Sandy se inclinó y tocó la arena con la palma de su mano, luego negó con la cabeza.

—Siéntela. Nos quemaría los pies.

—¿Todavía ves esa palmera?

—Creo que sí.

Avanzaron por la arena en silencio. Después de unos minutos les pareció que se tornaba más firme, y vieron que había piedras debajo.

—Esto está mejor —dijo Sandy.

—¡Hey!

El suelo pareció estremecerse bajo sus pies. Dennys sacudió los brazos para tratar de mantener el equilibrio, pero fue arrojado al suelo.

—¿Se trata de un terremoto o algo así?

Sandy también fue derribado. Oyeron un ruidoso chirriar de rocas a su alrededor, y un rugido grave y estruendoso bajo sus pies. En ese momento se hizo un silencio abrupto y total. La roca se estabilizó debajo de ellos. El terremoto, o lo que hubiera sido, había durado menos de un minuto, pero había tenido la fuerza suficiente para empujar hacia arriba una gran porción de roca, formando un pequeño acantilado de aproximadamente dos metros de altura. Tenía un aspecto veteado y rugoso, pero proporcionaba una sombra que se extendía sobre la arena.

Ambos se pusieron en pie y se dirigieron hacia la acogedora sombra. Sandy tocó la roca cercenada, y la sintió fresca.

—Tal vez podríamos sentarnos aquí un momento…

El sol todavía era muy intenso, pero la roca en la que se encontraban sentados estaba fría. El alivio de la sombra fue tan grande que durante unos minutos se quedaron sentados en silencio. Sus cuerpos estaban resbaladizos por el sudor, y éste se introducía en sus ojos. Permanecieron sentados sin moverse, tratando de aprovechar todos los beneficios de la sombra.

—No sé qué pasará a continuación, pero sea lo que sea, no es probable que me sorprenda —dijo Sandy al fin—. ¿Estás seguro de que el experimento que se suponía que no debíamos interrumpir era de papá? ¿No podría haber sido de mamá?

—Mamá está trabajando de nuevo en algo relacionado con partículas subatómicas —dijo Dennys—. Anoche, durante la cena, estuvo la mayor parte del tiempo hablando de partículas virtuales.

—Me sonaba a locura —dijo Sandy—. Partículas que tienen tendencia a la vida.

—¡Así es! —asintió Dennys—. Partículas virtuales. Que casi son partículas. Justo lo que acabas de decir. Partículas que tienden a ser.

Sandy negó con la cabeza.

—La mayoría de los experimentos subatómicos de mamá son tan, tan infinitesimales, que nunca importó si entrábamos al laboratorio.

—Pero tal vez, si está buscando una partícula virtual… —Dennys sonaba esperanzado.

—No. A mí me parece más algo de papá. Era sólo un pensamiento ilusorio cuando pregunté si podía tratarse de algo de mamá. ¿Por qué no vimos esa nota en la puerta?

—Sí. ¿Por qué?

—Y me gustaría que nuestros padres hicieran cosas comunes y corrientes —se quejó Sandy—. Si papá fuera fontanero o electricista, y si mamá fuera secretaria, todo sería mucho más sencillo para nosotros.

—Y no tendríamos que esforzarnos por ser tan buenos deportistas y comportarnos en la escuela —estuvo de acuerdo Dennys—. Y… —se interrumpió cuando la tierra comenzó a temblar nuevamente. Fue un breve temblor, sin sacudidas de piedras, pero ambos se pusieron en pie.

—¡Hey! —Sandy saltó, casi derribando a Dennys.

Desde detrás del acantilado de roca llegó una persona muy pequeña, tal vez de menos de un metro y medio de alto. No era un niño. Tenía músculos firmes, un fuerte bronceado y una pelusilla de vello sobre el labio superior y la barbilla. Vestía un taparrabos con una pequeña bolsa atada a la cintura. Cuando los vio, tomó la bolsa con un gesto rápido y alarmado.

—Hey, espera —Sandy levantó sus manos abiertas con las palmas hacia delante.

Dennys emuló el gesto.

—No te haremos daño.

—¿Quién eres? —preguntó Sandy.

—¿Dónde estamos? —agregó Dennys.

El diminuto hombre los miró con una mezcla de curiosidad y miedo.

—¡Gigantes! —gritó. Tenía la voz de hombre, de un hombre joven, más grave que la de Sandy o la de Dennys.

Sandy negó con la cabeza.

—No somos gigantes.

—Somos muchachos —añadió Dennys—. ¿Quién eres tú?

El joven se tocó la frente brevemente:

—Jafet.

—¿Ése es tu nombre? —preguntó Sandy.

Él tocó su frente de nuevo.

—Jafet.

Tal vez ésta era la costumbre del país, fuera la que fuese la parte del Universo en la que se encontraban ahora. Sandy se tocó su frente.

—Alexander. Sandy.

Dennys hizo el mismo gesto.

—Dennys.

—Gigantes —afirmó el joven.

—No —corrigió Sandy—. Somos muchachos.

El joven se frotó la cabeza, donde se estaba formando un moretón:

—Me golpeó una piedra. Debo estar viendo doble.

—¿Jafet? —preguntó Sandy.

El joven asintió:

—¿Ustedes son dos? ¿O uno? —se frotó los ojos perplejo.

—Dos —respondió Sandy—. Somos gemelos. Yo soy Sandy. Él es Dennys.

—¿Gemelos? —preguntó Jafet, sus dedos buscaron una vez más la bolsa que pendía de su costado y que parecía estar llena con unas flechas diminutas de unos cinco centímetros de largo.

Dennys abrió sus manos de par en par.

—Los gemelos son cuando… —había empezado a darle una explicación científica, pero se detuvo… —cuando una madre tiene una camada de dos bebés en lugar de uno —su voz era tranquilizadora.

—¿Entonces, son animales?

Sandy negó con la cabeza.

—Somos dos muchachos —estaba listo para preguntarle, “¿Tú qué eres?”, cuando notó un arco pequeñísimo cerca de la bolsa de flechas.

—No. No —el joven los miró lleno de dudas—. Sólo los gigantes son tan altos como ustedes. Y los serafines y los nefilim. Pero ustedes no tienen alas.

¿Qué significaba eso de las alas? Dennys preguntó:

—Por favor, Ja… ¿Jota?, ¿dónde estamos? ¿Dónde está este lugar?

—En el desierto, estamos a una hora de mi oasis. Salí a buscar agua —se inclinó y recogió una varita de madera flexible—. La madera de gofer es la mejor para descubrir manantiales subterráneos, y yo tenía la de mi abuelo… —se detuvo en mitad de la frase—. ¡Higaion! ¡Hig! ¿Dónde estás? —gritó de la misma manera en la que los gemelos podrían haber llamado a su perro al llegar a casa—. ¡Hig! —miró con los ojos muy abiertos a los gemelos—. Si algo le ha sucedido, mi abuelo… quedan muy pocos de su especie… —volvió a gritar con desesperación—. ¡Higaion!

De la parte de atrás del afloramiento rocoso surgió algo gris y ondulante que los gemelos pensaron al principio que se trataba de una serpiente. Pero también tenía una cabeza con ojos pequeños, brillantes y negros, y unas orejas enormes como unos grandes abanicos, y un cuerpo fornido y peludo, y una pequeña y delgada cola.

—¡Higaion! —el joven estaba feliz—. ¿Por qué no viniste cuando te llamé?

Con su tronco flexible, el pequeño animal, del tamaño de un perro pequeño o un gato grande, señaló a los gemelos.

El joven le dio unas palmaditas en la cabeza. Era tan pequeño que no tuvo que inclinarse.

—Gracias a El, estás bien —hizo un gesto hacia los gemelos—. Parecen amigables. Dicen que no son gigantes, y aunque son tan altos como los serafines o los nefilim, no parecen ser de su especie.

Con cautela, el pequeño animal se acercó a Sandy, quien se arrodilló y extendió la mano para que la criatura la olfateara. Luego, tentativamente, comenzó a rascar su pecho peludo, tal y como lo habría hecho con su perro en casa. Cuando el pequeño animal se relajó con sus caricias, preguntó a Jafet:

—¿Qué son los serafines?

—¿Y los nefilim? —agregó Dennys. Si pudieran descubrir qué eran estas personas tan altas como ellos, podrían tener alguna pista sobre dónde habían aterrizado.

—Oh, son muy altos —dijo Jafet—. Como ustedes, pero diferentes. Tienen grandes alas. Abundante pelo largo. Y sus cuerpos, como los suyos, no tienen vello. Los serafines son dorados y los nefilim son blancos, más blancos que la arena. Su piel… es diferente. Pálida, suave, como si nunca hubiera visto el sol.

—En casa todavía es invierno —explicó Sandy—. Nuestra piel se broncea mucho cuando llega el verano y trabajamos al aire libre.

—Tu pequeña mascota —preguntó Dennys— parece una especie de elefante, pero ¿qué es?

—Es un mamut —Jafet acarició a la criatura con afecto.

Sandy retiró su mano y dejó de acariciar a Higaion.

—¡Pero se supone que los mamuts son enormes!

Dennys visualizó en su mente la imagen de un mamut de un libro que tenía en casa, y era muy parecido al animal de Jafet. El propio Jafet era una versión en miniatura de un joven fuerte y apuesto, no mucho mayor que ellos, quizá tan mayor como Calvin, el amigo de su hermana que estaba en la universidad. Puede que en este lugar, fuera el que fuera, todo estuviera en miniatura.

—No quedan muchos mamuts —explicó Jafet—. Yo soy bueno encontrando manantiales subterráneos, pero los mamuts son excelentes para localizar agua, y Higaion es el mejor de todos —le dio una palmadita en la cabeza al pequeño animal—. Así que se lo pedí prestado al abuelo Lamec, y juntos encontramos un buen manantial, pero me temo que está demasiado lejos del oasis para que resulte de utilidad.

—Gracias por la explicación —dijo Sandy, y luego se volvió hacia Dennys—. ¿Crees que estemos soñando?

—No. Regresamos a casa después del entrenamiento de hockey. Nos hicimos unos sándwiches. Fuimos al laboratorio para buscar el chocolate. Nos entrometimos en el experimento de papá. Fuimos increíblemente tontos. Pero esto no es un sueño.

—Me alegra oírles decir eso —dijo Jafet—. Estaba empezando a preguntármelo. Pensé que podría estar soñando debido a la piedra que me golpeó en la cabeza durante el terremoto.

—¿Fue un terremoto? —preguntó Sandy.

Jafet asintió.

—Ocurren con bastante frecuencia. Los serafines dicen que las cosas aún no están del todo asentadas.

—Entonces, quizás éste sea un planeta joven —la voz de Dennys sonaba esperanzada.

Jafet preguntó:

—¿De dónde vienen y adónde van?

—Llévanos con tu líder —murmuró Sandy.

Dennys le dio un codazo:

—Calla.

Sandy dijo:

—Venimos del planeta Tierra, de fines del siglo XX. Llegamos aquí por accidente, y no sabemos en dónde estamos.

—Nos gustaría regresar a casa —agregó Dennys—, pero no sabemos cómo.

—¿Dónde está su casa? —preguntó Jafet.

Sandy suspiró:

—Muy lejos, me temo.

Jafet los miró.

—Están enrojecidos. Y húmedos —sin embargo, él no parecía sentir el intenso calor.

Dennys dijo:

—Estamos sudando. Profusamente. Me temo que sufriremos una insolación si no encontramos una sombra pronto.

Jafet asintió.

—La tienda del abuelo Lamec es la más cercana. Mi esposa y yo… —se sonrojó de placer al decir mi esposa— vivimos en medio del oasis, junto a la tienda de mi padre. Y de todos modos tengo que devolverle a Higaion al abuelo. Él es muy hospitalario. Los llevaré ahí, si quieren.

—Gracias —repuso Sandy.

—Nos gustaría ir contigo —agregó Dennys.

—Llegados a este punto, no tenemos muchas opciones —murmuró Sandy.

Dennys le dio un codazo, luego sacó la camisa de cuello alto del hatillo de ropa y la vistió; sacó la cabeza del cuello de algodón enrollado que le revolvió el cabello de color castaño claro e hizo que un mechón sobresaliera como el de un periquito.

—Será mejor que nos cubramos. Creo que ya ha quemado el sol.

—Vamos, entonces —agregó Jafet—. Me gustaría estar en casa antes de que oscurezca.

—¡Eh! —dijo Sandy de repente—. Al menos hablamos el mismo idioma. Todo ha sido tan desenfrenado y extraño que no me había dado cuenta hasta que…

Jafet lo miró desconcertado.

—Me suenan muy extraño. Pero puedo entender si los escucho con mi oído sutil. Hablan parecido a los serafines y a los nefilim. ¿Ustedes me entienden?

Los gemelos se miraron el uno al otro. Sandy dijo:

—En realidad, no había pensado en ello y ahora que lo hago, tu voz me suena, bueno, diferente, pero puedo entenderte. ¿Verdad, Den?

—Así es —afirmó Dennys—. Aunque resultaba más fácil cuando no pensábamos en ello.

—Vamos —urgió Jafet—. Pongámonos en marcha —miró a Sandy—. Será mejor que tú también te cubras.

Sandy siguió el ejemplo de Dennys y vistió su camisa de cuello alto.

Dennys desenrolló su camisa de franela y la colocó sobre su cabeza.

—Hagámonos algo así como una capucha para evitar la insolación.

—Buena idea —Sandy lo emuló.

—Sí —agregó Dennys de modo taciturno—, aún no es demasiado tarde. Luego dijo—: Jaf… —y se trabó al pronunciar su nombre—. J, ¿qué es eso?

En el extremo izquierdo del horizonte, y avanzando hacia ellos, apareció una criatura de color plateado que brillaba, y que aparecía y desaparecía de su visión, tan grande como una cabra o un poni, y con una luz que titilaba en su frente.

Sandy también acortó el nombre de Jafet.

—¿Qué es eso, J? —el mamut empujó su cabeza bajo la mano de Sandy, y éste comenzó a rascar entre las enormes orejas del animal.

Jafet miró hacia la criatura apenas visible y sonrió al reconocerla.

—Oh, eso es un unicornio. Ellos son muy extraños. A veces se materializan, y a veces no. Si queremos que uno venga, lo llamamos y por lo general aparece.

—¿Tú lo llamaste? —preguntó Sandy.

—Higaion pudo haberlo pensado, pero no creo que lo haya llamado realmente. Es por eso que su estado no es del todo sólido. Los unicornios son aún mejores que los mamuts para encontrar agua, aunque no siempre puedes contar con ellos. Tal vez Higaion haya pensado que un unicornio podría confirmar dónde creíamos que estaba el manantial —sonrió con tristeza—. El abuelo siempre sabe lo que Hig piensa, pero yo sólo hago conjeturas.

Los gemelos parpadearon y se miraron el uno al otro; el mamut ya se había ido del lado de Sandy y corría tras Jafet, que caminaba hacia el oasis nuevamente, así que lo siguieron. Debido a la intensidad del calor del desierto, sus miembros se sentían pesados y parecían poco dispuestos a moverse. Cuando miraron el lugar donde había estado el unicornio, ya no se encontraba allí, aunque en su lugar había quedado el reflejo de un espejismo.

Sandy jadeó.

—No puedo creer todo esto.

Dennys, que corría junto a él, estuvo de acuerdo:

—Nunca hemos estado muy dispuestos a renunciar a nuestra incredulidad. Somos los pragmáticos de la familia.

—Y aun así, no lo creo —dijo Sandy—. Si parpadeo lo suficiente, regresaremos a la cocina de casa.

Dennys tomó una de las anchas mangas de su camisa y se secó los ojos.

—Lo que ahora creo es que tengo calor. Calor. Calor.

Jafet volvió la cabeza y miró hacia atrás.

—¡Gigantes, vamos! Dejen de hablar.

Con sus largas piernas, para los gemelos era bastante fácil alcanzar a Jafet.

—No somos gigantes —repitió Dennys—. Mi nombre es Dennys.

—Dennyses.

Dennys tocó su frente, como lo había hecho Jafet:

—Un Dennys, no varios. Yo.

Sandy también tocó su frente.

—Yo soy Sandy.

—Arena6 —Jafet miró a su alrededor—. Aquí hay mucha arena.

—No, J —corrigió Sandy—. Sandy es la abreviatura de Alexander.

Jafet negó con la cabeza.

—Tú me llamas J. Yo te llamo Sand, arena. La arena es algo que entiendo.

—Hablando de nombres extraños —Dennys miró al mamut, que nuevamente estaba dando cabezazos a Sandy para que lo acariciara—. Hig…

—Hi-gai-on —enfatizó Jafet.

—¿Todos los mamuts son de su tamaño? ¿O hay algunos realmente grandes?

Jafet parecía desconcertado.

—Los que quedan son como Higaion.

Sandy miró a su hermano.

—¿Los caballos no comenzaron siendo muy pequeños, en la prehistoria?

Pero Dennys estaba oteando el horizonte.

—Mira. Ahora se puede ver que hay muchas palmeras.

Pero aunque eran capaces de ver que había muchos árboles, el oasis aún estaba lejos. A pesar de que sus piernas eran mucho más largas, los chicos comenzaron a quedarse atrás de Jafet y el mamut, que se movían fácilmente a toda velocidad por la arena.

—No estoy seguro de poder lograrlo —dijo Dennys, gruñendo.

Los pasos de Sandy también se rezagaban.

—Pensé que éramos unos grandes atletas —dijo, jadeando.

—Nunca antes habíamos estado expuestos a un calor como éste.

Jafet se dio cuenta de que ya no estaban detrás de él, se giró y corrió hacia ellos, aparentemente relajado y fresco.

—¿Qué pasa? Ambos están rojos. Del mismo color rojo. ¿En verdad son dos personas?

—Somos gemelos —la voz de Sandy era un carraspeo exhausto.

Dennys jadeó.

—Creo que nos está dando… nos está dando un golpe de calor.

Jafet los miró preocupado.

—La enfermedad del sol puede ser peligrosa —extendió la mano y tocó la mejilla de Dennys. Sacudió la cabeza—. Estás frío y húmedo. Mala señal —puso una mano sobre su frente. Parecía estar pensando profundamente. Entonces dijo—: ¿Qué tal si pensamos en un unicornio?

—¿A qué te refieres? —preguntó Sandy, que se sentía cansado e irritable.

—Si pudiéramos hacer que un par de unicornios se volvieran reales y sólidos, ellos podrían llevarnos al oasis.

Los gemelos se miraron el uno al otro; cada uno de ellos vio una versión roja y sudorosa de sí mismos.

—Nunca hemos sido entusiastas de las criaturas míticas —dijo Dennys.

Sandy agregó:

—Meg dice que los unicornios han desaparecido debido a la sobrepoblación.

Jafet frunció el ceño:

—No entiendo lo que dices.

Dennys también frunció el ceño. Pensaba. Luego añadió:

—Los unicornios de J se parecen más a las partículas virtuales de mamá que a las criaturas míticas.

Sandy estaba exasperado.

—Las partículas virtuales no son míticas. Son teóricas.

Dennys respondió:

—Si mamá puede creer en sus extrañas teorías, nosotros deberíamos ser capaces de creer en unicornios virtuales.

—¿Qué tipo de unicornios? —Jafet parecía desconcertado—. ¿Es porque ustedes son un extraño tipo de gigantes que hay toda esta confusión?

—Los unicornios nunca han sido una cuestión de particular importancia para nosotros —Sandy se pasó las manos por el rostro y se sorprendió al descubrir que las gotas de sudor estaban realmente frías.

—Ahora son de gran importancia —gimió Dennys—. Mamá cree en partículas virtuales, así que no hay razón para que no puedan existir unicornios virtuales.

—Hig… —urgió Jafet.

El mamut se volvió y miró al horizonte. Un débil resplandor brilló en la arena frente a ellos. Poco a poco tomó la forma de un unicornio, transparente pero reconocible. A su lado, otro unicornio comenzó a brillar.

—Por favor, unicornios —suplicó Dennys—. ¡Sean reales!

Lentamente, la transparencia de ambas criaturas comenzó a solidificarse, hasta que hubo dos unicornios parados en la arena, con sus ijadas de color gris plateado, y sus crines y barbas también plateadas. Pezuñas argentadas y cuernos de luz brillante. Miraron a los gemelos e inclinaron con docilidad sus piernas para tumbarse.

—¡Oh! —exclamó Jafet—. Es bueno que ambos sean muy jóvenes. Por un momento había olvidado que los unicornios no permiten que nadie los toque a menos que sean puros.

Los gemelos se miraron el uno al otro.

—Bueno, ni siquiera tenemos todavía permiso de conducir —dijo Dennys.

—Monten antes de que decidan que no son necesarios —ordenó Jafet.

Los gemelos treparon sobre los lomos de las criaturas de plata, sintiendo que era un sueño del cual no podían despertarse. Pero, sin los unicornios, nunca llegarían al oasis.

Los unicornios volaron por el desierto, sus pezuñas apenas tocaban la superficie. De vez en cuando, allá donde el viento se había llevado la arena y el suelo era de piedra, un casco plateado golpeaba con un ruido metálico como el de una campana, y saltaban chispas. Las pequeñas criaturas del desierto los observaban pasar volando. Sandy notó, pero no lo mencionó, algunos huesos diseminados que habían sido blanqueados por el sol y el viento.

—¡Resistan! —gritó Jafet en señal de advertencia—. No se caigan —pero había un sentimiento de irrealidad al cabalgar en los unicornios. Si esto no era más extraño que el mundo de la física de partículas de su madre, al menos sí era igual de extraño.

—¡Resistan! —gritó de nuevo Jafet.

Pero Dennys sintió que se deslizaba por las lisas ijadas. Trató de sujetarse a la crin, pero ésta se deslizó entre sus dedos como si fuera arena. ¿El unicornio se estaba volviendo menos real, o el sol, todavía ardiente, le seguía afectando?

—¡Dennys! No te caigas —gritó Sandy.

Pero Dennys sintió que se deslizaba. No sabía si era su presencia o la del unicornio la que seguía apareciendo y desapareciendo.

Luego sintió algo sólido: Sandy encima de su unicornio se presionaba contra él. Los fuertes brazos de Sandy lo empujaron de nuevo al unicornio, la partícula virtual se hizo real de repente, no se trataba de algo únicamente de laboratorio. Su cabeza le dolía.

Jafet y el mamut corrían junto a ellos; era increíble que se movieran tan rápido tratándose de unas criaturas tan pequeñas.

—Dense prisa —instó Jafet a los unicornios—. Dense prisa.

Sandy, con su camisa de franela todavía amarrada a la cabeza, apenas se daba cuenta de que estaba aguantando a su hermano. Sentía los brazos tan inestables como el agua. Respiraba con grandes bocanadas que quemaban su garganta. Su cabeza comenzó a hincharse, a llenarse de aire caliente como un globo, por lo que temió que fuera a flotar en el cielo.

El mamut se adelantó a Jafet y a los unicornios, guiando el camino hacia el oasis, de modo que sus cortas y fornidas patas no eran más que un borrón en movimiento, como alas de colibríes. De cuando en cuando levantaba su trompa y emitía un ruido de trompetas, instando a los unicornios a seguir. Jafet corría junto a los unicornios, y comenzaba a respirar entrecortadamente por el esfuerzo.

Pero no iban lo suficientemente rápido para Dennys, que estaba cayendo en la inconsciencia, y mientras el mundo se oscurecía ante sus ojos, el cuerno de su unicornio se atenuaba; la criatura plateada comenzaba a disolverse, al tiempo que Dennys perdía la vista, el oído y el pensamiento. Y la figura de Dennys aparecía y se desvanecía con su montura.

Sandy, que apenas se aferraba a la conciencia, no percibió que el brazo con el que sostenía a Dennys ya no lo sujetaba. Se sintió caer al suelo, pero no aterrizó en la arena ardiente, sino en una suave alfombra de hierba. Su cuerpo quemado se cubrió por la sombra y el frescor de las grandes ramas de una palmera.

Su unicornio había llegado al oasis.

1 “Prohibido”, en alemán.

2 Para una explicación del teseracto y sus funciones, ver Una arruga en el tiempo de Madeleine L’Engle, primer volumen de esta serie.

3 El “desplazamiento hacia el rojo” ocurre cuando la radiación electromagnética, emitida o reflejada por un objeto, es desplazada hacia el rojo al final del espectro electromagnético.

4 Se conoce como explosión sónica al componente audible producido cuando un objeto sobrepasa la velocidad Mach 1 (cociente entre la velocidad de un objeto y la velocidad del sonido).

5 Las gigantes rojas son el resultado de la evolución de estrellas de masa baja e intermedia, como nuestro Sol. Cuando agote su hidrógeno en el centro, el Sol se transformará en una gigante roja.

6 En inglés, “sand” significa “arena”.

DOS

Un pelícano en el desierto

Sandy pasó poco a poco al estado de conciencia con los ojos fuertemente cerrados. No oía el tintineo de ninguna alarma, por lo que debía ser sábado. Prestó atención para escuchar si Dennys se había despertado en la litera superior. Sintió algo fresco y húmedo que era rociado sobre su cuerpo. Le resultaba agradable. No quería despertar. Los sábados tenían tareas duras de las que encargarse. Limpiaban el piso del laboratorio de su madre, y de los baños. Si estuviera nevando otra vez, habría nieve que amontonar.

—Sand…

No reconoció la voz extraña y con un acento ligeramente extranjero. No reconoció el olor que lo rodeaba, acre y fuerte. De nuevo, su cuerpo fue rociado con una fresca humedad.

—¿Sand?

Lentamente, abrió los ojos. En la luz que caía directamente sobre él, vio dos rostros de piel bronceada que lo miraban con curiosidad. Una cara era joven, apenas cubierta con una pelusilla de color ámbar oscuro. El otro rostro estaba surcado por innumerables arrugas, una cara de piel vieja y curtida y una barba larga de rizos blancos.

Poco dispuesto a creer que no estaba despertando de un sueño, extendió la mano para tocar el colchón de Dennys en la parte superior. Nada. Abrió los ojos más ampliamente.

Estaba en una tienda, una tienda grande hecha de pieles de cabra, a juzgar por el olor. La luz entraba por el agujero del techo, una luz rosada del atardecer. Un gracioso animalito cruzó la carpa hacia él y le roció el cuerpo con agua, y se dio cuenta de que su cuerpo ardía por las quemaduras solares. El animal traía agua de un gran cántaro de barro y lo enfriaba con ella.

—¿Sand? —preguntó nuevamente el joven—. ¿Estás despierto?

—¿J? —éste luchó por sentarse, y su piel quemada se arañó con las pieles en las que estaba recostado.

—Sand, ¿estás bien? —la voz de Jafet tembló de ansiedad.

—Estoy bien. Sólo quemado por el sol.

El anciano puso su mano sobre la frente de Sandy.

—Tienes mucha fiebre. La enfermedad del sol es dura para aquellos que no están acostumbrados al desierto. ¿Eres de más allá de las montañas?

Sandy miró al anciano, que era incluso más pequeño que Jafet pero tenía los mismos ojos azules brillantes, llamativos sobre la piel oscurecida por el sol. Sandy tocó su frente como lo había hecho Jafet.

—Soy Sandy.

—Sí, Jafet me lo ha dicho —el anciano tocó su frente, cubierta con el pelo blanco suavemente ondulado—. Lamec. Soy el abuelo Lamec. Jafet te trajo a mi tienda.

Sandy miró a su alrededor alarmado.

—Pero Dennys, ¿dónde está Dennys? —ahora estaba completamente despierto, consciente de que no se encontraba en la litera de su casa, sino en este extraño lugar desértico que podría hallarse en cualquier planeta de cualquier sistema de cualquier galaxia de cualquier punto del Universo. El chico se estremeció—. ¿Dennys?

—Desapareció con el unicornio.

—¡Qué!

—Sand —explicó Jafet pacientemente—. Dennys debió haberse desmayado. Te hablé sobre los unicornios: a veces tienen forma material, a veces no. Cuando Den se desmayó, el unicornio se desvaneció y se llevó a Den con él.

—¡Pero tenemos que encontrarlo y traerlo de vuelta! —Sandy intentó ponerse en pie.

El abuelo Lamec lo empujó sobre las pieles con una fuerza increíble para tratarse de una persona tan pequeña.

—Tranquilo, Sand. No te asustes. Tu hermano está bien.

—Pero…

—Los unicornios son muy responsables —explicó Lamec.

—Pero…

—Es cierto que no son confiables en el sentido de que no podemos contar siempre con ellos, pero son muy responsables.

—Usted está demente —dijo Sandy.

—Tranquilo, Sand —repitió el abuelo Lamec—. No sabemos adónde van los unicornios cuando se desvanecen, pero cuando alguien llame al unicornio otra vez y éste aparezca, Den también aparecerá.

—¿Está seguro?

—Sí. Estoy seguro —dijo el anciano, y por un momento Sandy se relajó ante la autoridad de su voz. Entonces añadió:

—¡Bien, llame a un unicornio, hágalo ahora!

El anciano y Jafet miraron a Higaion. Higaion levantó su trompa hacia el agujero del techo de la tienda y emitió un sonido como de trompeta. El resplandor rosado del atardecer se había desvanecido, y el anciano, Jafet y Higaion eran sombras apenas visibles en la tienda. Hubo un destello repentino, y Sandy pudo ver el brillante cuerpo plateado de un unicornio. Pero no a Dennys.

—¡Dennys! —gritó.

Y escuchó a Jafet repetir:

—¡Den!

Higaion parecía estar consultándolo con el unicornio. Luego miró a Jafet y al anciano. Bramó.

Hubo otro destello de luz y un débil titileo, y el unicornio desapareció.

El abuelo Lamec dijo:

—Parece que alguien ya ha llamado al unicornio en el que montaba Den.

Sandy se puso en pie, pero estaba tan débil que se dejó caer otra vez sobre las pieles.

—¡Pero podría estar en cualquier lugar, en cualquier lugar! —Sandy gritaba sin control.

—Tranquilo —repitió el anciano—. Está en el oasis. Lo encontraremos.

—¿Cómo? —la voz de Sandy era un chillido asustado de niño pequeño.

Jafet respondió:

—Yo lo buscaré. Cuando lo encuentre, lo traeré junto a ti.

—Oh, J… quiero acompañarte.

—No —la voz del abuelo Lamec era firme—. Tienes la enfermedad del sol. Debes quedarte aquí hasta que te recuperes —miró el agujero en el techo. Los últimos instantes de la puesta de sol habían pasado, y la luna, no llena pero sí radiante, brillaba sobre ellos. El anciano tocó el brazo y el muslo de Sandy—. Mañana tendrás ampollas por todas partes.

Sandy sentía que la cabeza le zumbaba de forma extraña y sabía que era por la fiebre, y que el abuelo Lamec tenía razón.

—Pero Dennys…

—Lo encontraré y lo traeré aquí —prometió Jafet.

—Oh, J, gracias.

El joven se volvió hacia su abuelo.

—Una de las mujeres… mi esposa o una de mis hermanas… te traerá una lamparilla, abuelo.

El anciano contempló la luz de la luna que iluminaba la tienda.

—Gracias, querido nieto. Mis nietos son buenos conmigo, muy buenos… —su voz vaciló—. Mi hijo…

La voz de Jafet sonaba avergonzada.

—Sabes que no puedo hacer nada con papá. Ni siquiera le digo cuando vengo a tu tienda.

—Mejor así —el viejo parecía triste—. Mejor así. Pero un día…