Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates - E-Book

Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Una aristócrata en el desierto Salvaje e indomable, Tarek al-Khalij no se había propuesto nunca ser el sultán de Tahar. Se sentía más cómodo con una espada que con una corona. Elegante y aristocrática, la reina Olivia tenía el objetivo de educar a Tarek en el arte de la política. A cambio, él sacó a la luz una pasión desbocada de la que ella no había creído ser capaz. Matrimonio en juego Eduardo Vega había tenido en otro tiempo el mundo en sus manos, y una esposa a juego con su posición, hasta que un accidente cruel le alteró la memoria y perdió muchas cosas. Ahora había llegado el momento de buscar a la esposa fugada y volver a unir por fin las piezas perdidas de su rompecabezas.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 232 - marzo 2021

 

© 2015 Maisey Yates

Una aristócrata en el desierto

Título original: Bound to the Warrior King

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2015 Maisey Yates

Matrimonio en juego

Título original: A Game of Vows

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015 y 2016

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-155-9

 

Índice

Créditos

Índice

Una aristócrata en el desierto

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Matrimonio en juego

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Era frágil. Y pálida. Llevaba el pelo rubio recogido en un elegante moño. Las mangas largas de su vestido, largo hasta el suelo, debían de estar destinadas a protegerla del sol de Tahar. Pero no servirían de nada.

Unos minutos en aquel entorno donde él había pasado los últimos quince años bastarían para matarla.

No sería más que un lirio blanco secándose en la arena hasta convertirse en polvo y desaparecer con un soplo de aire.

Quien hubiera imaginado que esa mujer podía servirle de esposa al sultán de Tahar debía ser relevado de su cargo.

A Tarek cada vez le gustaban menos los consejeros que había utilizado Malik.

Le habían dicho que podía ser una alianza política beneficiosa para su país. Tarek no sabía nada de política, pero había aceptado pensarlo.

Sin embargo, al verla… No funcionaría, se dijo.

–Lleváosla de mi vista – ordenó Tarek.

–No – dijo ella, levantando los ojos dulces y, a la vez, teñidos de férrea determinación.

–¿No?

–No puedo irme.

–Claro que puedes. Igual que has entrado, puedes salir.

Después de haber vivido aislado durante toda la vida, Tarek se había encontrado solo ante la tarea de gobernar una población de millones de habitantes.

Cuando ella levantó la barbilla con gesto aristocrático, el sultán se dio cuenta de que no se acordaba de su nombre.

Sin duda, se lo habían comunicado cuando, hacía dos semanas, le habían informado de que una princesa europea acudiría para ofrecerse como esposa.

En ese momento, el nombre de la extranjera le había parecido un detalle sin importancia, por lo que no lo había retenido en la memoria.

–No lo entiendes – continuó ella. Su voz firme resonaba en las paredes de la sala del trono.

–¿Ah, no?

–No. No puedo regresar a Alansund sin asegurar esta unión. De hecho, sería mejor no regresar nunca.

–¿Y eso por qué?

–No hay lugar para mí allí. No soy de sangre azul. Ni siquiera soy nativa de Alansund.

–¿No?

–Soy estadounidense. Conocí a mi difunto esposo, el rey, cuando íbamos a la universidad. Ahora está muerto. Su hermano ha ocupado el trono y ha decidido que mi deber es formalizar un matrimonio estratégico en el extranjero. Por eso estoy aquí.

–¿Tu nombre? – preguntó él, cansado de no saberlo.

–¿No sabes cómo me llamo?

–No tengo tiempo para trivialidades y, como no voy a quedarme contigo, tu nombre no me pareció importante. Aunque ahora quiero saberlo.

–Disculpa, Alteza, pero mi nombre no suele ser considerado una trivialidad – repuso ella, levantando la barbilla–. Soy Olivia de Alansund. Y creía que íbamos a hablar de los beneficios que supondría nuestro matrimonio.

Tarek se frotó la barba un momento.

–No sé si el matrimonio puede reportar algún beneficio.

–Entonces, ¿por qué estoy aquí? – preguntó ella, parpadeando con sorpresa.

–Mis consejeros me recomendaron hablar contigo. Yo no estoy muy convencido de que sirva de algo.

–¿Prefieres a otra mujer?

Él no estaba seguro de cómo responder a la pregunta. Aquel le resultaba un pensamiento extraño. Las mujeres nunca habían formado parte de su vida.

–No. ¿Por qué lo preguntas?

–Necesitarás un heredero, supongo.

En eso, la mujer no se equivocaba, se dijo Tarek. Era el último de la familia al-Khalij. Aunque no se sentía preparado para la tarea. Al contrario, siempre le habían dicho que tener familia supondría una debilidad para alguien como él. Le habían entrenado para rechazar los placeres de la carne. Para proteger a su país, tenía que ser más que un hombre. Tenía que ser parte de la piedra que cubría el vasto y seco desierto. Pedirle que fuera una persona de carne y hueso de nuevo era demasiado.

Pero las cosas habían cambiado y Tarek era lo único que se interponía entre Tahar y sus enemigos. Era lo único que podía salvar a su nación de la ruina. Siempre había sido la espada de su pueblo, aunque en el presente tenía que ser también su cabeza. Un deber que debía ejecutar sin encogerse ni pestañear.

–Algún día.

–Con todos mis respetos, vuestro retraso en dar un heredero a vuestro pueblo es la razón por la que ambos estamos aquí. Yo no le di un hijo a mi marido mientras pude y tu hermano tampoco tuvo descendencia mientras estaba vivo. Por eso, yo me encuentro desplazada. Mi cuñado tiene tan poco interés en casarse conmigo como yo en ser su esposa. Y tu posición en el trono se ve amenazada por tu primo, que quiere arrebatarte el puesto. Si he aprendido algo en el último año es que retrasar la procreación puede ser un error demasiado caro.

Tarek se recostó en la butaca, en la que no conseguía sentirse cómodo. No estaba acostumbrado a los muebles de palacio.

Su primera impresión de Olivia había sido la de fragilidad. En ese momento, sin embargo, empezaba a preguntarse si se había dejado engañar por las apariencias.

Un hombre que había pasado tantos años en el desierto debía haber aprendido a no confiar solo en sus ojos. Los espejismos eran una realidad peligrosa.

Cuando el jefe de la tribu beduina con quien había estado viviendo en el desierto le había informado de la muerte de Malik, Tarek se había mostrado reticente a volver.

¿Qué podía ofrecerle él a su país como diplomático? La nación había quedado devastada bajo el mandato de su hermano y por el asesinato de sus padres hacía años.

Pero había jurado proteger a su país a toda costa. El trono y la protección de Tahar habían sido la razón por la que sus padres habían perdido la vida.

Por eso, había tenido que regresar y había aceptado el puesto de monarca. Tenía el deber de curar las heridas que Malik le había causado a su pueblo.

También por eso, por mucho que le desagradara, debía considerar los beneficios de casarse.

–En eso, tienes razón. Pero tengo otras opciones. Al menos, he demostrado que soy más difícil de matar que mi hermano.

Ella arqueó las cejas sobre unos ojos azules como el cielo.

–¿Alguien pretende matarte? Porque mi propia seguridad es prioritaria para mí. Si tienes enemigos, es posible que no me interese ponerme en peligro, ni a mis futuros hijos.

–Aprecio que cuides de ti misma. Sin embargo, la muerte de mi hermano no ha sido más que un accidente. Yo me he ocupado personalmente de sus enemigos.

–La forma de gobernar que hay aquí asegura que los enemigos nunca desaparezcan. Solo están silenciados. Espero que no tengas que pelear con su rabia.

–Yo no soy Malik. No pretendo seguir su ejemplo – señaló Tarek. Él pretendía gobernar para el bien de su pueblo, no para el suyo propio. Malik había intimidado a las masas, había ignorado la economía, había hecho oídos sordos al hambre de su pueblo. Se había gastado el dinero en dar fiestas y en regalarles casas a sus amantes.

Tarek no estaba sediento de poder. Solo quería el bien de su gente.

Su hermano había sido muy distinto desde pequeño. Se había convertido en un asesino, pero, por suerte, ya estaba muerto.

Olivia asintió despacio.

–Entiendo. Los cambios también pueden provocar problemas.

–Hablas como si lo supieras por experiencia.

Ella esbozó una suave sonrisa. Tarek nunca había conocido a una criatura tan refinada.

Las féminas que poblaban los campamentos beduinos eran fuertes y rudas, preparadas para luchar contra los elementos y contra los enemigos. No tenían nada que ver con el ridículo espécimen que tenía delante. Delgada y alta, tenía el cuello demasiado largo y frágil. Parecía a punto de romperse con el más leve de los golpes.

–Mi esposo hizo algunos cambios cuando subió al trono. Modernizó el país. Alansund era uno de los reinos más retrasados de Escandinavia y el rey Marcus hizo mucho por cambiar eso – dijo ella, y tragó saliva–. Los cambios siempre son dolorosos.

–Ahora tu nación se enfrenta a otro cambio. Un nuevo rey.

–Sí. Aunque confío en que Anton, mi cuñado, hará todo lo que pueda por su pueblo. Es un buen hombre.

–¿No lo bastante bueno como para que te cases con él?

–Está enamorado de otra mujer y quiere casarse con ella. Además, sería un poco raro ser la esposa del hermano de mi marido.

Tarek no era capaz de captar la razón de ser de esa objeción. Si su hermano, Malik, hubiera estado casado, le habría dado igual casarse con su viuda. A él poco le importaba de quién había sido esposa una mujer antes.

Aunque, por otra parte, tenía que reconocer que era un ignorante en lo que se refería a relaciones amorosas.

–¿Es él quien te ha enviado aquí? ¿Tu cuñado? – quiso saber Tarek.

Olivia asintió y dio unos pasos hacia el trono. El sonido de sus zapatos de tacón retumbó en la sala. Era un sonido intrigante y desconocido para el sultán.

–Sí. Pensó que necesitarías una reina. Y él tenía una de sobra.

Tarek reconoció un extraño sentido del humor en su comentario. Podía haberse reído, si hubiera sido dado a esas cosas. Hacía tiempo que había olvidado el sonido de la risa.

–Entiendo. Pero, lamentablemente, no me encuentro en posición de contraer matrimonio. Ahora, ¿puedes irte por ti misma o tengo que llamar a los guardias para que te saquen de aquí?

 

 

Olivia no estaba acostumbrada a que rechazaran su presencia. Aunque, en poco tiempo, era la segunda vez que le ocurría. Anton la había enviado a la otra punta del mundo, a un país extranjero. Con Marcus muerto, ella había dejado de ser importante. No tenía razones para sentirse ofendida. Después de todo, no era de sangre real y no había tenido un heredero. Había sido cuestión de política palaciega. No había sido nada personal.

El bien de Alansund era prioritario. Por eso, su unión con Marcus había ido destinada a asegurar las relaciones entre Estados Unidos y la pequeña nación escandinava.

Al morir su marido, Anton había intentado casarla con otro hombre, un diplomático de Alansund que iba a residir en Estados Unidos. Había tenido sentido, pero… a ella no le había gustado el hombre en cuestión. Además, tampoco había tenido interés en volver a su país natal. Ansiaba algo nuevo. Un cambio.

Con la muerte de Malik y la subida al trono de un nuevo sultán en Tahar, había surgido la oportunidad perfecta para que Olivia forjara una alianza con aquel lugar aislado, pero muy rico en petróleo y otros recursos naturales.

Anton se lo había pedido y ella había aceptado. En cierta forma, había esperado que el sultán hubiera sido… distinto.

Su presencia llenaba la sala con su fuerza y su poder. Aunque no era la clase de monarca al que ella estaba acostumbrada. Su marido, al igual que Anton, había sido un hombre muy culto, que había elegido con esmero las palabras al hablar y había irradiado una belleza aristocrática aplastante.

El sultán Tarek al-Khalij no poseía ninguna de esas cualidades. Era más una bestia que un hombre. Parecía encontrarse fuera de su elemento en el trono.

No era guapo.

Vestía una sencilla túnica y pantalones de lino, tenía el pelo moreno recogido hacia atrás con una cinta de cuero y la barba oscura ocultaba sus rasgos.

Sin embargo, había algo cautivador en él.

Sus ojos eran del color del ónix. Y la atravesaban con la mirada.

En cierta forma, Olivia debía estar agradecida de que la rechazara. No era la clase de hombre con el que había esperado casarse. Ella había visto fotos de Malik, su hermano, un hombre culto, cuidado y atractivo, igual que Marcus.

Había estado preparada para encontrarse algo así. Pero no para Tarek.

Lo malo era que no sabía qué sería de ella si regresara en ese momento a Alansund, sin haber cumplido su misión. Por nada del mundo quería volver a sentirse inútil y prescindible. Y tampoco quería decepcionar a su cuñado. Él era uno de los pocos buenos vínculos que mantenía con su país adoptivo.

No creía que Anton la expulsara de allí, aunque sabía que no había lugar para ella en el palacio de Alansund. No sería más que una molestia…

Algo parecido había experimentado durante su infancia. Había sido la niña olvidada, mientras que todo el mundo había dedicado su atención a Emily. La débil Emily había requerido cuidados a todas horas.

Sin embargo, no tenía sentido sufrir por el pasado. Sus padres habían hecho las cosas lo mejor que habían podido. Y ella había intentado ser una buena hermana. Aun así, la sensación de ser invisible la había dejado traumatizada.

–Espero que reconsideres tu decisión – insistió ella, sin pensarlo.

¿Era eso cierto?, se preguntó a sí misma. En parte, deseaba volver a su avión privado, meterse en la cama y pasarse todo el viaje de vuelta a Alansund acurrucada bajo la sábana en posición fetal.

Aunque eso era otro problema. Volver a Alansund implicaba meterse de nuevo en el avión, el mismo modelo en que había perecido su esposo. Tres píldoras para la ansiedad no habían bastado para hacer la ida más soportable.

–¿Sabes cuál ha sido siempre mi función en mi país? – preguntó él con tono misterioso.

–Ilústrame – replicó ella con frialdad.

–Yo soy la daga. La que un hombre guarda escondida bajo los pliegues de su capa. No mando los ejércitos. Mi lugar está en el desierto. Mi objetivo es asegurar la estabilidad de sus tribus. Fiel a la corona, he dirigido pequeños batallones cuando ha sido necesario. He aplastado a los rebeldes antes de que pudieran hacerse fuertes. He sido el enemigo de los enemigos de mi hermano. El que apenas sabían que existía. Dicen que quien a hierro mata a hierro muere. Si es cierto, supongo que estoy esperando mi golpe de gracia. Aunque, como te he dicho antes, soy difícil de exterminar.

Olivia sintió un escalofrío. Si había intentado asustarla, lo había logrado. Pero también había despertado su curiosidad, más poderosa que el miedo.

–¿Te han entrenado para ser rey? – preguntó ella.

–¿Te refieres a si sé cómo hablar con dignatarios extranjeros, dar discursos y comer con buenos modales en la mesa? No.

–Entiendo – dijo ella, dando un paso más hacia él. Se sentía como si se estuviera acercando a un tigre enjaulado. El cuerpo de Tarek emanaba una fuerza letal–. Entonces, tal vez podría serte de utilidad de otras maneras.

–¿Cómo? Si pretendes seducirme con tu cuerpo… – repuso él con tono despreciativo, mirándola de arriba abajo– como verás, no soy fácil de impresionar.

Olivia se sonrojó. No sabía si era de rabia o de vergüenza. Ni siquiera entendía por qué iba a sentir ninguna de las dos cosas. No conocía a ese hombre. Y su desprecio no debía significar nada para ella. Confiaba lo bastante en su propio atractivo. Marcus nunca se había quejado.

Haciendo un esfuerzo por no encogerse y por no dar rienda suelta a sus emociones, se recordó que, si estaba allí, era porque se lo debía a Anton. Quería servir a su país adoptivo.

–Cualquier mujer puede ofrecerte su cuerpo – señaló ella con tono indiferente–. Muy pocas han sido formadas para pertenecer a la realeza. Como te he dicho, soy estadounidense. Procedo de una familia muy rica, pero no de la realeza. Tuve que aprender muchas cosas antes de poder convertirme en reina. Podría enseñarte.

Tarek apenas cambió de expresión.

–¿Crees que eso me puede interesar?

–A menos que quieras que el país que tanto has defendido se vaya a pique, creo que sí. En política, es precisa una clase de fuerza distinta. Como hiciste con tus habilidades físicas, debes practicar y aprender.

–No tengo que casarme contigo para que me enseñes.

–Es verdad. Tal vez, sea una buena manera de empezar.

–¿Qué propones?

–Dame algo de tiempo para demostrarte lo valiosa que puedo ser. El matrimonio es un paso demasiado serio para dos personas que no se conocen.

Él ladeó la cabeza.

–¿Te has casado con un extraño en otra ocasión?

–Marcus no era un desconocido para mí cuando nos casamos. Nos conocimos en la universidad.

–Entonces, ¿fue una boda por amor? – preguntó él, arqueando una ceja.

–Sí – afirmó ella, y tragó saliva, un poco incómoda–. Es otra razón por la que no descarto la idea de un matrimonio de conveniencia para ambas partes. Nunca sería posible repetir una unión como la que ya he tenido con un hombre.

–Te puedo prometer que, si nos casamos, no se parecería en nada a la unión que compartiste con tu primer marido.

Olivia no lo puso en duda.

–Bien. No me envíes de vuelta. Dame un mes. Te ayudaré con los temas diplomáticos y podemos mantener una especie de cortejo. Eso les gustará a los medios de comunicación y a tu pueblo. Si no funciona, no pasará nada. Pero si sale bien… bueno, resolverá varios problemas.

De forma abrupta, Tarek se puso en pie con la agilidad de una cobra.

–Olivia de Alansund, tenemos un trato. Tienes treinta días para convencerme de que eres indispensable. Si lo logras, te haré mi esposa.

Capítulo 2

 

Uno de los criados te mostrará tus aposentos.

–¿No podrías enseñármelos tú? – pidió ella. No sabía por qué demandaba pasar más tiempo con él. Tal vez, fuera un intento de recuperar el control de la situación.

A Olivia no le gustaba que las cosas se le escaparan de las manos. Durante los dos últimos años, se había sentido como un meteorito a la deriva en el espacio. Odiaba esa sensación. Era demasiado parecido a lo que había vivido de niña, con el espectro de la enfermedad sobrevolando su hogar.

De todas maneras, no era momento para derrumbarse, ni para pensar en sí misma. Había cosas más importantes que tener en cuenta, como el bien de su país adoptivo.

–Te aseguro que no tengo ni idea de dónde están los cuartos de invitados.

–¿No conoces la disposición de las habitaciones en tu palacio?

Tarek dio unos pasos hacia ella.

–Este no es mi palacio, sino el de mi hermano. Llevo su corona y me siento en su trono.

A Olivia le resultó imposible respirar al verlo acercarse. No se parecía en nada a los hombres que ella había conocido. No tenía nada que ver con su padre, amable y sofisticado. Ni con su culto marido. Ni con su sólido y tranquilo cuñado. Tarek tenía mucha más fuerza. Absorbía todo a su alrededor, como un poderoso agujero negro.

–Nada de esto me pertenece. Yo no estoy hecho para ser rey. Si quieres moldear mi persona para hacerme encajar en el papel, debes ser consciente de ello.

–Entonces, ¿qué solución se te ocurre? Porque, quieras o no, eres el rey – comentó ella. Le sorprendió ser capaz de seguir hablando, a pesar de lo impresionada que estaba por su cercanía.

–Supongo que tú eres la solución. Los consejeros de mi hermano me desesperan. Me parecen unos lisonjeros que no tienen personalidad propia. No los quiero a mi alrededor.

–Vamos, a la mayoría de los gobernantes les gusta que les bailen el agua.

–Solo un hombre busca la admiración de los demás. Un arma solo quiere ser usada. Y eso, Olivia de Alansund, es lo único que yo soy.

Ella tragó saliva, tratando de mantener la calma y la compostura.

–Entonces, te enseñaré a luchar del modo en que lucha un rey.

Cuando Tarek comenzó a caminar a su alrededor, ella se estremeció.

–Me preocupan las cosas que he dejado desatendidas.

–Estoy segura de que sabes más sobre muchas cosas que tu hermano – sugirió ella–. Usa tus conocimientos. Y deja que te ayude con lo demás. Interactuar con los diplomáticos es política, mi especialidad. Mi marido me enseñó todo lo que sé.

–Bueno, entonces, espero que me lo demuestres. Sígueme – indicó él, pasando delante de ella.

Olivia se esforzó por seguir sus pasos. Era casi imposible. Era mucho más alto y una sola zancada suya equivalía a tres de ella. Con los finos tacones, se sentía como un cervatillo asustado correteando sobre el suelo de mármol.

–¿Adónde me llevas? Dijiste que no sabías dónde estaban mis aposentos.

–Dame un poco de agua, déjame en el desierto y encontraré el camino de vuelta. Aun así, este palacio me resulta un laberinto. Está demasiado oscuro. Dependo del sol para orientarme.

–Interesante. Pero ¿me estás llevando a mi habitación o al desierto?

En ese momento, una sirvienta apareció en el pasillo con la vista baja.

–Estás aquí. ¿Existen habitaciones de invitados para alojar a la reina? – preguntó él con tono autoritario.

–Sultán Tarek, no sabíamos que iba a tener una invitada – repuso la joven con los ojos muy abiertos.

–Sí, porque yo no os lo dije. Pensé que mis consejeros se habían ocupado de eso. Hasta las cosas más sencillas resultan difíciles aquí. En el desierto, cada persona busca lo que necesita. No tenemos tanta burocracia inútil.

La sirvienta lo miró sin saber qué decir.

–Me servirá cualquier habitación que esté disponible – indicó Olivia, intentando suavizar la tensión–. También necesito que me traigan las maletas del coche.

La criada asintió.

–De acuerdo. La habitación más cercana a los aposentos del sultán tiene la cama hecha. Es la más rápida de preparar.

Cuando Tarek se puso rígido, Olivia intuyó que no le agradaba tenerla cerca.

–Me parece bien – dijo ella antes de que él pudiera negarse. Después de todo, su objetivo era estar cerca del sultán.

–Hazlo, pues – ordenó Tarek.

La criada asintió y salió corriendo.

–Supongo que sabes cómo encontrar tu habitación – dijo Olivia.

–Así es. Sígueme.

Atravesaron un laberinto de pasillos con paredes de plata y suelos de piedra. El palacio de Alansund albergaba las joyas de la familia real. Ese palacio parecía estar hecho de ellas. Era el lugar más ostentoso que Olivia había visto jamás.

–Es precioso.

–¿Sí? – preguntó él, parándose en seco para mirarla–. A mí me resulta opresivo.

Era un hombre extraño, pensó Olivia. Impenetrable como una roca y, al mismo tiempo, sincero en sus palabras.

–Supongo que estás acostumbrado a los espacios abiertos y, por eso, te resulta difícil vivir entre paredes de piedra.

–Estoy acostumbrado a las paredes de piedra. He pasado mucho tiempo viviendo en cuevas. Y en un pueblo abandonado en medio del desierto. Pero no tengo buenos recuerdos de eso – contestó él.

A pesar de lo intrigada que estaba, Olivia intuyó que no serviría de nada seguir preguntándole. Se recordó a sí misma que, de todos modos, no necesitaba saber qué había pasado en aquel pueblo. Ni necesitaba comprender a Tarek.

Solo necesitaba que se casara con ella.

Una oleada de miedo la invadió al pensarlo. De pronto, se preguntó por qué había aceptado casarse con un extraño.

Lo hacía por Alansund y porque Anton se lo había pedido. Lo hacía porque era una reina sin trono y sin marido, porque no tenía adónde ir.

Tragándose su miedo, siguió al sultán hasta unas puertas ornamentadas que él abrió sin decir nada.

–Eres un conversador excitante, ¿te lo han dicho alguna vez?

–No – repuso él, ignorando el sarcasmo.

–No me sorprende.

–Nunca se me requirió que ofreciera conversación.

Con aquella afirmación, Tarek expresó toda su impotencia. Y, de alguna manera, con esas palabras, Olivia se sintió conectada con él. Los dos se encontraban en una situación para la que no habían sido preparados. Ella había sido desposeída de su estatus y había perdido al hombre que formaba parte de su alma. Y Tarek había sido arrancado del desierto para desempeñar un papel que lo alienaba.

–Encontraremos la manera de arreglar eso – afirmó ella, no muy segura de si para tranquilizarse a sí misma o a él.

–Y, si no es así, volverás a tu casa.

–No tengo casa – negó ella–. Ya no.

–Entiendo. Yo sí tengo hogar. Pero no puedo regresar a él.

–¿Y si construimos uno nuevo aquí?

Olivia intentó imaginarse cómo sería tener un vínculo con ese hombre, pero le resultó imposible. Aunque no más imposible que regresar a Alansund.

–Si no es así, tal vez podamos limitarnos a impedir que el palacio se convierta en una ruina, junto con el resto del país. ¿Qué te parece?

–Es mucho esperar de una desconocida – comentó ella.

–Prefiero confiar en ti que en cualquiera de los empleados de mi hermano.

–¿Tan malo era?

–Sí – afirmó él, sin dar más explicaciones.

–Entonces, tal vez no tengas que esforzarte tanto como crees. A tu pueblo le parecerás bueno solo por comparación.

–Tal vez.

Olivia no dijo nada. Se quedó callada a su lado, sintiéndose extrañamente incómoda.

–Creía que querías ver tu habitación.

–Así es – repuso ella y, pasando de largo ante él, dio una vuelta a su alrededor. No se parecía a los dormitorios de su palacio escandinavo, aunque también era magnífico. Como el resto del edificio, resplandecía de joyas. La cama tenía un dosel de oro, tallado como si estuviera hecho con ramas de árboles–. Creo que me siento un poco… – comenzó a decir y, cuando se giró, se dio cuenta de que estaba hablando sola.

Tarek se había ido sin decir palabra. Obviamente, había terminado con ella por el momento.

Se había quedado sola de nuevo. Algo que se había convertido en lo más común en los últimos meses.

Odiaba la sensación de vacío.

Sentándose en el borde de la cama, trató de liberarse del miedo y la tristeza que la asfixiaban.

–No puedes derrumbarte ahora – se dijo a sí misma–. No debes derrumbarte nunca.

 

 

Tarek no estaba seguro de si era un recuerdo o un sueño. O ambas cosas.

Como le había ocurrido siempre que había regresado al palacio, los fantasmas del pasado lo acosaban.

Se había pasado demasiados años en el desierto con una espada como única protección. Allí, no había tenido miedo. Lo peor que le había esperado había sido la muerte. Pero, en el palacio, era distinto. Aquello era una tortura.

Se sentó, empapado en sudor. Estaba desorientado.

Se había despertado en el suelo, con una manta enredada en el cuerpo desnudo. Alerta, se puso en pie de un salto, mirando a su alrededor en la oscuridad. Se sentía como si se estuviera muriendo.

Tomó la espada de la mesilla. Algo andaba mal, pero no estaba seguro de qué era. Su mente era un nido de demonios y no podía ver con claridad ni decidir cuál debía ser su próximo paso. Por eso, se aferró a lo que conocía.

La violencia y el objetivo de derramar sangre antes de que nadie hiciera correr la suya.

 

 

El sonido de un trueno despertó a Olivia. Se sentó con el corazón acelerado, desorientada y confundida.

Cuando oyó el sonido de una espada contra la piedra se aferró con más fuerza a la manta. Por primera vez, temió por su vida. Había dado por sentado que estaría a salvo en el palacio de Tahar. Sin embargo, podía ser demasiado tarde para darse cuenta de su error.

Salió de la cama y se puso la bata. Sin hacer ruido, caminó hasta la puerta, sintiendo el frío mármol bajo los pies. Armándose de valor, agarró el picaporte y abrió.

Cuando asomó la cabeza, se quedó sin aliento al ver la imponente figura que se erguía en la oscuridad. Era un hombre alto, impresionante, desnudo. En la mano, la luz de la luna iluminaba una espada.

Olivia sintió terror, sí, y se quedó paralizada. Pero también la invadió una inusitada fascinación.

El hombre se giró y le vio la cara. Era Tarek.

Casi no parecía humano. Parecía más bien un guerrero vikingo de otra época. Tenía el pecho ancho y los brazos más musculosos que ella había visto. Era como una estatua de carne y hueso, un espécimen masculino moldeado a la perfección por las manos del artista.

Tarek se volvió de nuevo y se dirigió hacia ella. Paralizada, Olivia dejó de respirar. Pero, antes de llegar a su puerta, él se detuvo delante de su propia habitación.

Sin duda, el sultán no sabía dónde estaba. Quizá, estaba sufriendo un episodio de sonambulismo, pensó ella. Si no, no se estaría paseando desnudo por el palacio.

Entonces, cuando la luz que se filtraba por la ventana bañó su espalda y un poco más abajo, a Olivia se le aceleró el corazón y se le calentó la sangre en las venas.

Llevaba dos años sin tocar a un hombre. Pero no podía ser esa la explicación, se dijo a sí misma.

Sin embargo, allí estaba, cautivada por la visión de un hombre desnudo con una espada en la mano.

Debería pedir ayuda. Aunque tenía la garganta demasiado seca como para gritar.

En ese momento, él se volvió otra vez, la luz iluminó su rostro y Olivia se quedó perpleja al ver en él tanto dolor. Era la expresión de un hombre torturado.

Fue entonces cuando Olivia cerró la puerta y echó el cerrojo. Se ató la bata con más fuerza y se metió entre las sábanas. Lo único que podía escuchar era el latido de su corazón y su propia respiración entrecortada.

La llegada del amanecer se le iba a hacer eterna.

Capítulo 3

 

Tarek se sentía como si no hubiera dormido. Era raro, teniendo en cuenta que vivía en un palacio y antes había vivido en ruinas de casas abandonadas. Lo lógico era dormir mejor en un lugar protegido por guardias, con un colchón mullido y limpio. Sin embargo, no había logrado descansar.

Llevaba despierto solo una hora y ya había sido acosado por varios sirvientes en los pasillos. Había que tomar demasiadas decisiones antes de comenzar las rutinas del día.

En el desierto, había hecho una hoguera al amanecer cada mañana y se había preparado agua para café. Había comido pan o cereales que había adquirido de alguno de los mercaderes con los que se había cruzado de mes en mes.

Se había pasado la mañana preparándose para el día, saboreando el tiempo y lo que la Madre Tierra tenía reservado para él. Había trabajado duro y, cuando su hermano lo había necesitado, había cumplido con misiones peligrosas y sangrientas. Pero también se había pasado muchos días seguidos sin hablar con nadie y sin hacer mucho más que ejercicio físico y atender su campamento.

Cuando los problemas habían acechado, se había ido a los asentamientos beduinos y se había mezclado con sus hombres para ver qué había podido hacer para proteger sus fronteras. A excepción de esos momentos, había llevado una vida solitaria.

El palacio siempre estaba lleno de gente por todas partes.

A Tarek no le gustaba. Igual que no le gustaba esperar.

En ese instante, estaba a la espera de su café. El desayuno de un rey era demasiado recargado para su gusto. Queso y fruta, cereales, carnes. Su hermano había sido un amante de la buena mesa. En su opinión, había sido una más de sus debilidades, algo que sin remedio le había llevado a la corrupción.

Para Tarek, la comida no era nada más que algo que debía cumplir su sencillo objetivo, el de alimentar el cuerpo como mero combustible.

Al entrar en el comedor, el sultán vio a Olivia sentada a la cabecera de la mesa con un plato lleno de manjares delante de ella. Cuando lo vio, le sonrió. Tenía una sonrisa bonita. Labios rosas, dientes blancos. Le gustaba.

Lo cierto era que no era una mujer desagradable a la vista.

Aunque, igual que nunca le había dado más importancia de la debida a la comida, Tarek tampoco solía admirar la belleza de las mujeres.

–Buenos días – saludó ella, sonrojándose un poco.

–Buenos días – repuso él, aunque no lo pensaba.

–¿Qué tal has dormido?

–Supongo que mal. Sigo cansado.

Ella asintió despacio.

–¿Y no sabes por qué?

Un fugaz recuerdo asaltó a Tarek. Miedo. Dolor. Angustia.

Intentó dejarlo de lado. Sin embargo, el peso de la memoria lo aplastaba desde que había vuelto a palacio. Sobre todo, desde que había descubierto los diarios privados de su hermano.

Malik había ordenado la muerte de sus padres. Era un secreto que Tarek no podía compartir con su país, pues su pueblo ya había sufrido bastante a manos de su hermano. Sus gastos desaforados habían dejado a la gente sumida en la miseria, ahogada por unos impuestos excesivos y las infraestructuras de la nación abandonadas.

Él no podía hacerles más daño.

Además de admitir que había asesinado a sus padres, Malik confesaba en sus diarios cómo había torturado y manipulado a Tarek para convertirlo en un arma que pudiera utilizar a su antojo.

Si su hermano no estuviera muerto, él lo habría matado tras haber descubierto sus escritos.

No había duda de que Malik lo había transformado. Pero su tortura no había servido más que para fortalecerlo. Y para ligarlo a su pueblo.

No abandonaría a su nación por nada del mundo.

–No me gusta este sitio – dijo él.

–¿Qué desea tomar, mi sultán? – le preguntó una criada.

–Café. Y pan.

La sirvienta lo miró como si estuviera loco, pero se limitó a asentir y se retiró a cumplir su orden, dejándolos a solas.

–Tú sabes que no he dormido – adivinó él, sin tomar asiento–. Cuéntame.

Ella abrió mucho los ojos, arqueando las cejas.

–¿Cómo lo sabes?

Tarek sonrió. Podía no tener experiencia con las mujeres, pero Olivia de Alansund era fácil de descifrar.

–Te quedas muy callada y tratas de mostrarte calmada cuando guardas un secreto. Creo que ocultas mucho bajo la superficie. Eres una mujer muy diplomática, pero tienes descuidos de vez en cuando. Tienes la lengua muy larga. Y, si no hablas, es porque te estás esforzando en callar algo.

Ella se sonrojó todavía más. Al verla, Tarek experimentó una extraña y desconocida sensación de satisfacción.

¿Por qué no?, se dijo a sí mismo. Se sentía demasiado fuera de su elemento en aquel lugar. Era muy reconfortante saborear una pequeña victoria.

De haber sido el dueño y señor del desierto, había pasado a ser un hombre incapaz de conciliar el sueño. Estaba enjaulado. No había nada que odiara más que la sensación de impotencia. Algo que lo había asediado desde que había entrado en palacio. Por eso, aquella pequeña victoria le sabía más dulce que la miel.

–Eres sonámbulo – indicó ella, sin andarse con rodeos–. Te levantaste desnudo. Con tu espada.

Algo en sus palabras hizo que a Tarek le subiera la temperatura. No estaba seguro de por qué. Ni estaba acostumbrado a no tener el control de su propio cuerpo.

–No lo sabía – dijo él con tono seco.

–Eso explica por qué estás tan cansado por la mañana – continuó ella–. ¿Por qué no te sientas?

–No me apetece sentarme. Tengo asuntos que atender.

–No te hará daño desayunar – insistió ella con una suave sonrisa.

–¿Qué te hace tanta gracia?

–Ya hablamos como una pareja casada – dijo ella, y bajó la vista a sus manos, que descansaban sobre la mesa–. Mi marido nunca se tomaba tiempo para desayunar. Comía algo poco saludable con un café mientras iba de camino a su despacho.

Ella parecía triste y Tarek no supo qué hacer al respecto.

–Parece que estaba hecho para esta clase de vida.

–Amaba a su país. Aunque siempre andaba con prisa por la mañana porque se solía quedar hasta tarde despierto por la noche, en alguna fiesta – contestó ella–. Y se pasaba todo el día intentando ponerse al día con los asuntos pendientes. Era muy joven y llevaba un peso muy grande sobre los hombros.

–Yo no soy tan joven y, aun así, el peso me resulta aplastante.

–¿Cuántos años tienes?

–Creo que treinta.

–¿No estás seguro? – preguntó ella, frunciendo el ceño.

–He perdido la cuenta. Nunca he tenido fiestas de cumpleaños ni nada parecido.

Olivia frunció el ceño todavía más. Parecía muy preocupada por su falta de tartas.

–¿Nunca?

–Quizá alguna vez – repuso él, luchando para no recordar aquellos tiempos–. Pero yo era mucho más joven.

Había sido cuando sus padres estaban vivos. Era una época que prefería guardar oculta en su memoria. A veces, veía en sueños la cara de su padre. El viejo sultán le hablaba, pero él no podía entender sus palabras.

–Yo siempre he soplado velas en mis cumpleaños. Aunque a veces no tenía con quién celebrarlo. Cuando tuve edad suficiente, hacía viajes con mis amigas. Siempre intentaba no estar sola en el día de mi cumpleaños – indicó ella.

–¿Por qué no tenías con quién celebrarlo cuando eras pequeña?

–Mis padres estaban ocupados – contestó ella, apartando la mirada–. Tengo veintiséis años, por si te interesa.

–No me interesa – replicó el sultán, y era cierto. Sentía curiosidad por ella, pero la edad significaba poco para él.

–No me sorprende, ya que tampoco te preocupa tu propia edad.

–¿A la gente le preocupa su edad?

–¿Cuánto tiempo has estado en el desierto? – quiso saber ella, arrugando el ceño.

–Desde que tenía quince años. De vez en cuando, volvía a palacio para hablar con mi hermano. Pero rara vez me quedaba a dormir – explicó él. No le había gustado ese lugar y, sobre todo, había aborrecido la idea de compartir alojamiento con Malik.

En realidad, el mundo le parecía un lugar mucho mejor desde que no tenía que compartirlo con él.

–Me impresiona que puedas mantener una conversación tan bien como lo haces.

–He convivido con muchas tribus de beduinos. Aunque la mayor parte del tiempo he vivido solo.

–¿Y soñabas cuando vivías solo? – preguntó ella, ladeando la cabeza.

–No lo creo.

–¿Soñaste algo anoche?

Él intentó recordar, pero todo era borroso.

–No fue un sueño, fue otra cosa. Algo me despertó. El dolor – contestó él. Y el recuerdo. Pero eso no quiso confesarlo.

Entonces, reapareció la criada con una cafetera, una taza y una cesta con panecillos.

–Siéntate – dijo Olivia, arqueando una ceja.

En ese instante, Tarek se dio cuenta de una de las cosas que le parecían tan extrañas de ella.

–No me tienes miedo – adivinó él. Se sentó y se sirvió una taza de café.

–Anoche, tuve miedo – reconoció ella–. Tenías una espada.

–No te hice daño ni te amenacé, ¿verdad? – preguntó él con el corazón encogido.

–¿Te sentirías mal si hubiera sido así?

Tarek se tomó su tiempo para pensar la respuesta.

–Siempre me he tomado muy en serio mi deber de proteger a las mujeres y los niños. No me gustaría hacerte daño. Ni asustarte.

–Hablas como un hombre – observó ella–. Pero me pregunto si también sientes como un hombre.

–¿Por qué?

–Te piensas mucho las respuestas. Para la mayoría de la gente, no es difícil saber cómo les haría sentir algo.

–No he dedicado mucho tiempo a examinar mi interior.

–Hablas muy bien – comentó ella, pensativa–. No será tu forma de hablar lo que nos resultará problemático, sino las cosas que dices.

–Siempre puedes escribirme los discursos.

–Supongo que ya hay alguien en palacio encargado de eso.

–Despedí a la mayoría de los empleados de mi hermano.

–¿Qué hizo para ser tan malo?

–Lo fue y punto – repuso él, cortante.

–¿Por qué te levantas sonámbulo?

–No lo sé – confesó él con frustración. Apretó los dientes–. Ni siquiera sabía que lo hiciera. ¿Cómo diablos voy a conocer la razón?

–Yo tuve que tomar pastillas para dormir durante seis meses después de… A veces, cuesta conciliar el sueño – indicó ella, y tragó saliva con un nudo en la garganta.

–Yo no pienso tomar somníferos. Necesito estar alerta para actuar si es necesario.

–Aquí estás rodeado de guardias.

–Olvidas que, además del ejército y la guardia real, también me necesitaban a mí.

–Es verdad. Pero ahora eres el rey. Y a mí solo me quedan treinta días más.

–Veintinueve.

–No. Treinta. Ayer apenas interactuamos unos minutos.

–Veintinueve.

Ella soltó un suspiro exasperado, mirando al techo.

–Esa actitud no va a hacer las cosas nada agradables.

–Lo siento por ti. No soy un hombre agradable.

Olivia se puso en pie.

–Y yo tampoco soy agradable, si me provocan. No he llegado a donde estoy por ser una delicada flor – le espetó ella, levantando la barbilla–. Lo primero que necesitas es cortarte el pelo. Y afeitarte. Y un traje.

–¿Todo hoy?

–Como solo me quedan veintinueve días, tal vez decida que hagamos todo lo que podamos esta tarde. Depende de lo ambiciosa que me sienta.

–¿Por qué me suena a mal presagio?

–Porque tampoco soy agradable cuando me siento ambiciosa – respondió ella, cruzándose de brazos–. Voy a hacer unas llamadas. Nos veremos en tu despacho dentro de media hora.

Acto seguido, Olivia se dio media vuelta y salió del comedor, dejándolo solo en la mesa.

Capítulo 4

 

Olivia tuvo la tentación de recurrir a sus pastillas para la ansiedad antes de ir a reunirse con Tarek en su despacho. Pero no lo hizo. Necesitaba guardarlas para sus ataques de pánico, algo que, por suerte, solo sufría cuando tenía que tomar un avión. Debería haberse tomado una, también, cuando había visto a aquel hombre desnudo con una espada. Aunque, entonces, el pánico no había sido su emoción dominante.

Enderezando la espalda, levantó la mano para llamar a la puerta. No debía darles más vueltas a los sentimientos contradictorios y acalorados que la habían poseído cuando lo había visto en el pasillo la noche anterior, desnudo y con expresión torturada.

Estaba cansada de recordar su imagen sin ropa una y otra vez.

Sin embargo, tampoco ese era un asunto que debía serle indiferente. Después de todo, había ido allí a casarse con él. Y el propósito era darle un heredero.