Una esposa conveniente - Maggie Cox - E-Book

Una esposa conveniente E-Book

Maggie Cox

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Beschreibung

Él no le dejará más alternativa que convertirse en su esposa. El magnate Nikolai Golitsyn estuvo a punto de seducir a Ellie, la joven que cuidaba de su sobrina. Pero entonces ocurrió una tragedia y, al descubrir que ella era la responsable de la muerte de su hermano, lo último que quiso fue convertirla en su amante. Desconcertada y humillada, Ellie escapó de Londres. Cinco años después, Nikolai decidió buscar a Ellie para que su sobrina tuviera un referente femenino. Pero esa vez estaba dispuesto a disfrutar de todas las delicias que se había negado a sí mismo hasta entonces…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Maggie Cox

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una esposa conveniente, n.º 1974 - noviembre 2021

Título original: Bought: For His Convenience or Pleasure?

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-197-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Capítulo 1

 

 

 

 

 

RECUERDAS lo que ha pasado, Elizabeth?

La voz sonaba como si llegara de muy lejos… como la voz en un sueño.

Medio inconsciente aún, Ellie no podía concentrarse. La sensación de estar envuelta en un capullo de algodón le parecía más placentera y sentía el deseo de volver a la protección de ese capullo para no experimentar de nuevo la extraña ola de pánico que la envolvía cada vez que recuperaba la conciencia.

Algo malo había ocurrido, pero no sabía qué. ¿Por qué aquel hombre intentaba hacerle recordar?

Por un momento, sus ojos se clavaron en las facciones masculinas, pero rápidamente los cerró de nuevo porque la dura línea del mentón, los ojos helados y los altos pómulos que tenía delante la hacían sentir mal… como si hubiera hecho algo malo, algo terrible.

Si pudiera recordar lo que era…

Pero tal vez era mejor no recordar. Afortunadamente, la sensación de estar envuelta en algodón volvió de nuevo; justo a tiempo. No quería recordar cosas que pudieran angustiarla.

Estaba en un hospital, lo sabía. Y saber eso era más que suficiente.

 

 

Con el traje oscuro, aquel hombre era una figura sombría, formidable. Y Ellie se preguntó si estaría de luto por alguien. ¿Por qué estaba allí cada vez que abría los ojos? ¿Qué estaba esperando?

No recordaba nada, pero la sensación de que ella era la culpable o, al menos, responsable de algo terrible persistía. Para no pensar en ello se concentró en la habitación, en las paredes de color blanco y en el olor a hospital que lo permeaba todo.

Entonces sintió un peso en la parte inferior de su cuerpo y, mirando hacia abajo, se dio cuenta por primera vez de que tenía las dos piernas escayoladas.

Dejando escapar un gemido, volvió a apoyar la mejilla en la almohada y cerró los ojos…

 

 

Un día, poco después, Ellie despertó y vio a su lado una cara que sí recordaba; la cara de su padre.

–No te preocupes, hija –le dijo, apretando su mano como si fuera una niña indefensa–. Tu padre cuidará de ti. Voy a sacarte de aquí en cuanto pueda. Tommy Barnes sabe cómo hacer que alguien desaparezca sin dejar rastro y yo no he pasado los últimos veinte años haciendo lo que hago sin aprender un par de trucos.

 

 

–La están esperando en maquillaje, doctora Lyons. Siga a Susie, ella le dirá dónde tiene que ir.

Ellie no podía decir que disfrutase acudiendo a esos anodinos programas de televisión. Y tampoco le gustaba nada el nombre que la prensa londinense le había dado desde que ayudó al hijo drogadicto de un famoso político que había estado viviendo en la calle: «la psicóloga de la coleta».

Ese apelativo la hacía sentir como una adolescente y Ellie odiaba la idea de ser tan joven e inexperta otra vez. Algunas cosas en la vida mejoraban con la edad.

El camino que la había llevado hasta allí estaba lleno de obstáculos, pero aun así había logrado sobrevivir y forjarse una vida que le gustaba.

Y lo más sorprendente de todo era que su padre la había ayudado; a su manera, claro. Se había portado muy bien con ella después del accidente, cinco años antes, y mudarse de Londres a Escocia había sido una de sus mejores ideas. Además, la había animado a terminar sus estudios de psicología, de modo que estaba haciendo el trabajo que siempre había soñado hacer.

Un año antes había tenido la oportunidad de volver a Londres y trabajar en el East End en un proyecto que era muy importante para ella: ayudar a jóvenes que, por culpa de la droga u otras adicciones, acababan viviendo en la calle. Ella sabía lo que era sentirse sola y abandonada y ayudar a esos chicos contribuía a curar sus propias heridas.

Pero durante aquella semana estaba al sur del río Támesis, en un pequeño pero encantador hotel en Chelsea, no lejos de King’s Road, en una suite pagada por la empresa de televisión por satélite que la había contratado para hacer un especial sobre los adolescentes problemáticos de algunas celebridades.

Podría haberse ahorrado aquel programa, desde luego. Tenía una consulta psicológica en Hackney que le iba muy bien y en el albergue era donde la necesitaban de verdad. Pero el dinero que iba a ganar haciendo el programa era muy tentador y, además, pensaba donarlo al albergue, siempre necesitado de fondos.

De vuelta en el hotel, después de hacer el programa, la recepcionista, con su pelo rojo ciruela y su uniforme planchado, la llamó cuando iba a subir a su habitación.

–Doctora Lyons, hay una persona esperándola. Le he llevado a la sala de reuniones para que pudiesen hablar tranquilamente.

Ellie arrugó el ceño. ¿Quién podía haber ido a buscarla al hotel? Debía tener cuidado con un trabajo como el suyo. Por su naturaleza, algunas personas a veces se enfadaban y, ocasionalmente, habían ido a buscarla para descargar con ella sus problemas. Y lo último que le apetecía en aquel momento era tener que aplacar la ira de algún espectador o algún paciente frustrado.

–¿Quién es? ¿Ha dejado algún nombre?

–Nikolai Golitsyn –anunció la recepcionista, como si estuviera hablando de alguna celebridad.

Ellie tuvo que agarrarse al mostrador porque se le doblaban las piernas.

Nikolai Golitsyn.

Un nombre que la había perseguido en sueños durante años.

Pero, aunque temía volver a verlo, además de ese temor había un anhelo que no había disminuido con el paso del tiempo.

–¿Está segura de que es el señor Golitsyn?

–Absolutamente segura, doctora Lyons –contestó la joven.

Ellie se mordió los labios. ¿Cómo la había encontrado después de tanto tiempo? Su padre había cubierto su rastro con mucho cuidado, incluso sugiriendo que usara el apellido de soltera de su madre en lugar del suyo propio y acortase Elizabeth por Ellie.

Pero su reciente «celebridad» creaba el peligro de que su antiguo jefe descubriera por fin su paradero y de vez en cuando había temido que ocurriera precisamente lo que acababa de ocurrir.

Llevándose una mano a la elegante coleta de color rubio pajizo, Ellie no se sorprendió al notar que estaba temblando.

–Gracias –murmuró.

–De nada –sonrió la chica.

Una sonrisa abierta, alegre. La sonrisa de una persona que había crecido con una familia que la salvaba de todo, con amigos que servían como parachoques contra los golpes de la vida. Alguien que no sabía lo dura que podía ser esa vida para otras personas.

Incapaz de evitar una punzada de envidia, Ellie se colocó un par de mechones rebeldes que habían escapado de la coleta y luego pasó las manos por el elegante pantalón oscuro.

Intentando no sentirse como una presa en su camino a la guillotina, tomó el pasillo que llevaba a la sala de reuniones.

–Hola.

El informal saludo sonó incongruente incluso a sus propios oídos.

El hombre que estaba sentado frente a la larga mesa de reuniones, tamborileando con los dedos sobre su pulida superficie, se levantó. Era muy alto, de anchos hombros y músculos marcados bajo el traje de chaqueta italiano.

De hecho, eso era un eufemismo. Los hombros de Nikolai Golitsyn podrían hacer que un ejército detuviera su avance.

Nikolai representaba una amenaza para ella; una amenaza para todo lo que había conseguido durante esos cinco años. Pero tenía que hacerse la fuerte.

Al ver su pelo rubio, cortado al estilo militar, y sus facciones marcadas, pensó que esos cinco años habían sido amables con él… pero el gesto amargo de su boca contaba otra historia.

–Elizabeth.

Los ojos azul hielo se clavaron en ella y Ellie sintió un escalofrío de pánico recorriendo su espina dorsal.

–Prefiero que me llamen Ellie –su voz había temblado ligeramente y eso la molestó. ¿Dónde estaba su entrenamiento cuando lo necesitaba?

–Ya imagino –replicó él, cínicamente–. Y seguro que habrías preferido permanecer en el anonimato durante el resto de tu vida. Pero deberías haber sabido que eso no iba a ser posible. Además, me has ayudado mucho apareciendo en el programa de televisión. Confieso que me sorprendió, pero quizá pensaste que habría dejado de buscarte. Y, si es así, debes culparte a ti misma por tu arrogancia.

A Ellie se le encogió el estómago. Había esperado estar disfrutando de un baño caliente en su habitación, pensando en lo que había hecho aquel día y en los nuevos benefactores a los que había logrado convencer para que hicieran una aportación al albergue. Jamás hubiera imaginado que iba a tener que enfrentarse con aquel fantasma del pasado; el hombre por quien tuvo que huir de la ciudad en la que había crecido. El hombre que la culpaba de la muerte de su hermano.

–No tengo nada que esconder –le dijo–. La única razón por la que me marché de Londres es porque mi padre estaba muy preocupado por mí y quería llevarme a un sitio donde pudiera recuperarme de mis lesiones.

–No creo que ésa fuera la única razón. ¿Por qué has cambiado tu apellido, doctora Lyons? –le espetó Nikolai, dando un paso hacia ella.

Ellie se quedó inmóvil, ya no pensando en un baño caliente sino en algún tipo de intercesión divina para hacerse invisible. Aunque desaparecer no serviría de nada; lo había sabido siempre. Lo mejor sería enfrentarse con él de una vez por todas, por muy aterrador que fuera.

De modo que intentó no mostrarse asustada. Aunque no era fácil. Incluso cinco años antes, con el pelo más largo y las facciones más relajadas, Nikolai Golitsyn era un hombre que daba miedo. Había algo en él, algo provocativo, enigmático y poderoso que hacía que sus músculos se contrajeran de tensión cada vez que estaba cerca.

Su hermano Sasha le había dicho una vez que Nikolai tenía una vena implacable y que era incapaz de perdonar. Si hacías algo que lo molestase o no estabas de su lado, debías tener cuidado.

Claro que él siempre había estado celoso de su hermano mayor. Sasha era un chico encantador, siempre rodeado de amigos, siempre de juerga. Pero la solidez de Nikolai, su seriedad y su ética profesional le habían granjeado el respeto y la admiración de todos. Ellie se había dado cuenta de eso desde que empezó a trabajar como niñera de su sobrina, la hija que Sasha había tenido con su hermana Jackie, en la imponente casa de Park Lane donde aceptó vivir tras la inesperada muerte de su hermana durante el parto.

Las peleas de los dos hombres hacían temblar las paredes, recordó entonces. Pero, a pesar de lo que decía Sasha, siempre era Nikolai el primero en estar dispuesto a hacer las paces.

–¿Por qué has venido a verme? –le preguntó, intentando controlar los latidos de su corazón.

–¿Cómo puedes preguntarme eso después de lo que pasó?

Nikolai, que había nacido en Moscú, hablaba su idioma perfectamente, pero en aquel momento su acento era más pronunciado que nunca. Y bajo ese acento había un mar de furia y resentimiento. Todo dirigido a ella.

–Lo que le ocurrió a Sasha fue terrible. Y estoy dispuesta a hablar contigo, pero me temo que no puedo contarte nada de lo que pasó.

–¿Por qué no?

–Sé que la muerte de tu hermano debió ser muy dura para ti, pero esperaba que cuando volviésemos a encontrarnos ya sabrías que el accidente no fue culpa mía en absoluto.

–¿Eso es lo que esperabas? –replicó él, burlón–. Pues me temo que te equivocas. En lugar de hablar conmigo durante la investigación, que es lo que deberías haber hecho, o al menos comprobar por ti misma que tu sobrina estaba bien, elegiste desaparecer con tu padre.

–Yo no elegí…

–Veo que desde entonces te has forjado una vida muy agradable e imagino que querrás que siga siendo así, pero eso podría no ocurrir.

–¿Qué quieres decir?

–Por qué accediste a llevar a Sasha en mi coche cuando acababas de sacarte el permiso de conducir es algo que me ha perseguido durante todos estos años. Y te aseguro que no descansaré hasta que descubra la verdad.

Nikolai le había hecho esa misma pregunta en la puerta de los juzgados el día de la vista oral y su padre había acudido en su defensa.

–¡Déjala en paz! ¿No crees que ya ha sufrido más que suficiente?

Ellie sacudió la cabeza, intentando apartar los recuerdos.

–Sigo sin poder contarte qué pasó. Supongo que no habrás olvidado que me golpeé la cabeza durante el accidente y perdí la memoria. Lamento decirte que, durante todos estos años, no la he recuperado. Sigo sin recordar nada de aquel día. Es como una pieza de un rompecabezas que no consigo colocar por mucho que lo intente. Los médicos dijeron que podría volver un día… o tal vez no. Lamento que te resulte difícil de aceptar, pero es la verdad.

–¡Qué conveniente para ti!

Ellie apretó las manos, angustiada. ¿Pensaba que era fácil para ella haber perdido los recuerdos de aquel día? Algunos podrían decir que era una bendición, pero las dudas, los miedos, la sensación de culpabilidad… todo eso la había perseguido desde entonces. Seguía sin recordar por qué había subido al coche con Sasha cuando apenas sabía conducir.

Aunque encantador, Sasha era un chico alocado e irresponsable y perder a Jackie lo había desequilibrado aún más. Ni siquiera había intentado relacionarse con su hija y, de no haber intervenido Nikolai, la niña no habría tenido el afecto de nadie. Pero lo que más le preocupaba no era eso sino las adicciones de Sasha, dado a las drogas y el alcohol.

–No es conveniente para mí en absoluto. ¿Cómo puedes decir eso? ¿Crees que lo que pasó no me ha dejado cicatrices? Y no hablo sólo de las cicatrices físicas.

–Imagino que tú lo sabes todo sobre las cicatrices psicológicas de un trauma, ¿verdad, doctora Lyons? Especialmente las cicatrices asociadas a un sentimiento de culpa.

Ellie dio un paso atrás porque la furia apenas contenida de aquel hombre la asustaba. La sala de reuniones de repente le parecía una tumba y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la compostura.

–No niego que me sienta culpable, pero sólo por haberme separado de Arina, no porque sepa que yo causé el accidente. ¿Cómo voy a admitir tal cosa si no recuerdo lo que pasó?

–Mi hermano tenía sólo veintiocho años, Elizabeth… demasiado joven para morir de esa manera tan absurda. Y no saber por qué murió así significa que no puedo descansar tranquilo. ¿Qué voy a decirle a su hija cuando sea mayor? ¿Lo has pensado alguna vez?

–Yo también sufrí mucho después del accidente, Nikolai.

–Pero que Sasha muriese no es lo peor –siguió él, como si no la hubiera oído–. Lo que no puedo perdonar es que cuando decidiste subir al coche con él también te llevaste a Arina… a una niña pequeña. ¿Cómo pudiste hacerlo?

Arina había sobrevivido al terrible accidente que mató a su padre y la dejó a ella con graves lesiones. La colisión sólo aplastó la parte delantera del coche, dejando la parte de atrás milagrosamente intacta. Alguien había estado cuidando de Arina aquel día terrible y Ellie lo agradecía más que nada. No sabría qué habría sido de ella si su sobrina hubiera muerto.

–¿Cómo voy a responder a eso? ¿Es que no me has oído? Sigo sin recordar nada de lo que pasó ese día. Yo siempre me había tomado muy en serio lo de cuidar de mi sobrina y lo único que sé es que nunca habría hecho nada que la pusiera en peligro…

–Pero la pusiste en peligro, ¿verdad, Elizabeth? Arina podría haber muerto igual que su padre.

Ellie sabía que no serviría absolutamente de nada intentar recordar aquel día, que era como un borrón negro para ella. Y la vida seguía adelante. Ella había seguido, aunque el hombre que tenía delante no lo hubiera hecho.

–Yo no hubiera dejado que le pasara nada a la niña. Yo la adoraba y sigo…

–¿Qué?

–Sigo queriéndola.

Era evidente que Nikolai no quería entrar en razón y Ellie, recordando que también él había sufrido, tuvo que hacer un esfuerzo para perdonar su ira.

Pero debía aceptar que habían pasado cinco años. ¿Qué quería que hiciera, encerrarse en casa porque ella había vivido y Sasha no? Sin duda le molestaba que hubiera tenido éxito en la vida desde el accidente… aunque la ironía era que ella no disfrutaba de ese éxito como debería.

–Entiendo que necesites saber lo que pasó, pero a mí me ocurre lo mismo. Ojalá pudiese recordarlo… pero no puedo.

Nikolai Golitsyn siempre había sido un enigma para ella; reservado, contenido y a veces increíblemente distante. Cuando empezó a trabajar como niñera de Arina, a veces se había preguntado qué sería necesario para romper la pared de hielo tras la que parecía protegerse.

Ocasionalmente había visto otro lado de él, un lado más cálido, simpático incluso, sobre todo cuando estaba con su sobrina, y eso había despertado en ella mayor interés. La idea de que tras esa fachada imponente hubiese un corazón compasivo era muy atractiva.

–¿Crees que no me gustaría saberlo? El accidente no sólo me dejó lesiones físicas sino un vacío interior… me siento como una escultura a la que hubiesen quitado parte de la piedra. Y sé que nunca volveré a ser la misma.

Nikolai metió las manos en los bolsillos del pantalón y dejó escapar un largo suspiro.

–Recuperes o no la memoria, tú y yo hemos dejado algo sin terminar. Y pronto sabrás que hay consecuencias por huir como tú lo hiciste, Elizabeth.

–¿Qué quieres decir con eso?