Una esposa de ensueño - Barbara Dunlop - E-Book
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Una esposa de ensueño E-Book

Barbara Dunlop

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Beschreibung

Esto no es la lista de la compra El bombero Adam Hollander tenía un problema: necesitaba una madre para su hija de nueve años. La solución: una lista de las características que buscaba en una mujer. Pero su vecina Haley Roberts se hizo con la lista y le prometió que le encontraría la persona adecuada. A pesar de tener también ella una hija de la misma edad que la de Adam, Haley era justo lo contrario de lo que describía la lista, ¿o no?

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Barbara Dunlop

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una esposa de ensueño, n.º 1401 - julio 2016

Título original: The Wish-List Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8684-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

He decidido convertirme en lesbiana —anunció Haley Roberts con los brazos en jarras y las manos llenas de cola reseca, mientras retrocedía para admirar el efecto del nuevo papel pintado de la cocina.

—¿Qué dices? —preguntó atónita su hermana mayor, Laura, lavándose los restos de cola debajo del chorro de agua fría.

—He dicho «lesbiana»—insistió Haley, extasiada ante la grata y femenina impresión que causaban todos aquellos tréboles de cuatro hojas sobre las paredes de la cocina. Se lo había pensado mucho antes de tomar una decisión, pero finalmente había decidido erradicar a los hombres de su vida. Eso resolvería muchos problemas.

—Es ridículo —la amonestó Laura, cerrando el grifo de la pila y agarrando un trapo con el que secarse las manos.

Una brisa fresca, propia de las noches de principio de verano, entraba por la ventana, disipando el olor de la cola.

—No es ridículo —contestó Haley, metiendo la mano en la bolsa de la droguería para sacar otro rollo de papel. Había decidido acabar con los hombres para siempre. Acababa de mudarse a una casa nueva, en un barrio nuevo de una ciudad diferente. Había llegado la hora de empezar una nueva vida—. Ser lesbiana es una opción vital perfectamente válida hoy día.

—Por supuesto —corroboró Laura—. Pero solo para las mujeres que lo son de verdad.

—¿Y qué es para ti una lesbiana, sino una mujer que está harta de los hombres? —preguntó Haley quitando el precinto al rollo de papel.

—Cualquiera podría odiar a los hombres después de haber conocido a Tony y a Raymond —dijo Laura, refiriéndose a los dos últimos novios de su hermana—. Tienes que aprender a tener mejor gusto.

—Tengo mucho gusto. Yo te presenté a Kyle, ¿recuerdas? Y ese es solo uno de mis muy celebrados éxitos como celestina.

La obsesión de Haley con las historias amorosas de los demás se remontaba a su más tierna adolescencia y era herencia de su madre, una experta en organizar bodas ajenas. Pero su talento para formar parejas no había resultado demasiado útil en lo que a su propia vida amorosa se refería. Por eso, después de haber fracasado con los tres hombres con los que había mantenido una relación seria, había decidido olvidarlos a todos.

—Eso es cierto —admitió Laura, meneando su perfecta media melena color miel.

—Sin embargo, parece que a mí me han echado una maldición. Si continuo buscando al inexistente hombre ideal, me volveré loca.

—Ese hombre existe, Haley —contestó Laura con tono dulce—. Lo único que pasa es que no ha aparecido aún.

—No es verdad. Han aparecido cientos de ellos. Al principio son encantadores, pero en cuanto te das la media vuelta muestran su verdadera identidad.

Tony trabajaba en una empresa piramidal de venta de productos de limpieza y quería que Haley se convirtiera también en distribuidora y en devota creyente de la doctrina corporativa que ensalzaba los éxitos personales conseguidos a través de las más increíbles técnicas de autoayuda. Y Raymond… Raymond tenía una relación tan estrecha con una madre dominante que Haley aún sentía escalofríos con solo acordarse. Pero lo peor de todo era que ella había hecho todo lo posible para que cada una de esas dos relaciones funcionara.

—¿Pretendes decirme que vas a tener relaciones amorosas con mujeres? —preguntó Laura, apoyándose sobre la encimera de la cocina y enarcando una ceja. A pesar de llevar un par de horas empapelando paredes, su maquillaje seguía impoluto y su melena, perfecta. Era una de esas mujeres a las que todos los hombres miran por la calle. Sin embargo, Haley era la típica hermana desastrosa, guapa, pero siempre chapucera. Y más aún teniendo en cuenta que se ganaba la vida como ceramista.

—¿Por qué no? Las mujeres son unas criaturas encantadoras. Me gustan las mujeres. Me encanta abrazar a las mujeres.

—Entonces…, ¿ahora vas a dedicarte a besarlas?

—Claro que sí.

—¿En la boca?

—Bueno, es posible que aún no haya terminado de definir bien mi plan —admitió Haley con una mueca—. Pero, para ser lesbiana, no tengo por qué tener una relación amorosa con una mujer —prosiguió Haley, repentinamente inspirada, mientras anotaba las medidas de la última tira de papel—. Hay montones de lesbianas que no tienen pareja.

—Entonces… ¿qué vas a ser? ¿Una lesbiana no practicante?

—Efectivamente.

—No sabes qué ganas tengo de contárselo a mamá.

Haley hizo caso omiso a ese comentario y se mantuvo en sus trece.

—Cuando un hombre me pida que entre en su casa para ver su colección de sellos, yo contestaré: «no, gracias, soy lesbiana».

Laura ahogó una carcajada para no despertar a Belinda, la hija de Haley, ni a Ali y Caitlin, sus propias hijas, que dormían en el piso superior.

—¿Y… qué pasará si se ofrecen voluntarios para curarte esa enfermedad?

—No lo harán, supondría meterse en demasiadas complicaciones. Además, ya he decidido que no voy a volver a dejar que ningún hombre me impresione. Y eso vale para Belinda también.

Desde la muerte de su marido, acaecida cinco años antes, Haley se había esmerado para dotar de estabilidad emocional a la vida de su hija. Pero Belinda tenía ya nueve años, los suficientes como para empezar a pensar en los chicos, los suficientes como para darse cuenta de que si su madre salía con un hombre, este podría pasar a formar parte de sus vidas. El desfile continuo de novios inadecuados no la beneficiaba en absoluto.

—Ahora que te has instalado en Hillard, puedo pedirle a Kyle que te presente a unos cuantos hombres encantadores —se ofreció Laura. Su marido era propietario de una empresa de construcción en Hillard, Vermont, y tenía montones de hombres en nómina.

—Ya te he dicho que mi relación con los hombres ha terminado para siempre —contestó Haley con firme determinación, mientras pegaba la última tira de papel.

—Lo que tú digas, pues —aceptó Laura con resignación.

 

 

El bombero Adam Hollander se relajó en la tumbona del jardín, cansado de releer y modificar una y otra vez la lista que estaba confeccionando. Se había pasado toda la noche combatiendo un incendio en los antiguos graneros de Halsteaders, y no podía concentrarse. Los cálidos rayos de sol caían a plomo sobre su torso desnudo y sus piernas; solo llevaba unos viejos pantalones vaqueros cortados a medio muslo. Sintió que sus ojos se cerraban, cediendo paso al cansancio.

—¿Papi? —lo llamó su hija Nicole, de nueve años, acercándose desde el jardín trasero, donde había estado jugando con los aspersores.

—¿Sí, cariño? —contestó Adam parpadeando para despertarse. Aún tenía que decidir si añadía la frase «no demasiado guapa» a su Lista de requisitos para la esposa ideal.

—¿Puedo invitarla a entrar?

No lo preocupaba demasiado la apariencia de las mujeres, pero su ex mujer había sido una auténtica belleza, con un carácter agrio y crispado, y no pensaba volverse a dejar seducir por las hormonas.

—¿Invitar a quién?

—A la niña de los nuevos vecinos —explicó Nicole, apoyando las manos mojadas sobre los muslos de su padre—. Está asomada a la valla del jardín.

—Claro, invítala —dijo su padre frotándose los muslos para eliminar los restos de agua que había dejado la niña sobre ellos.

Los nuevos vecinos habían llegado hacía un par de días, pero aún no había tenido la oportunidad de saludarlos.

Mientras Nicole trotaba por el césped, Adam se concentró de nuevo en la lista. Tachó la frase «no demasiado guapa» y la sustituyó por «guapa para mí», pensando solo en la belleza interior. Después de considerarlo durante unos instantes, borró «para mí» y puso «para Nicole». Su futura esposa tendría que contar con el beneplácito de su hija. A sus nueve años, Nicole necesitaba una madre. Durante los últimos años, se había hecho la ilusión de que podría criar a Nicole él solo, pero desde hacía unos meses, su hija había empezado a hacer preguntas que él no sabía cómo contestar. Además, se había fijado en las miradas envidiosas que Nicole lanzaba al resto de las madres durante las fiestas del colegio, especialmente durante el té de padres, alumnos y profesores de la semana anterior. Aunque los padres también estaban invitados, casi todos los niños habían aparecido acompañados por sus madres.

Su hijita se merecía tener una madre que pudiera ir con ella a tomar el té, que supiera peinarle las trenzas y que estuviera dispuesta a ponerse delante de la máquina de coser para confeccionar vestidos, faldas y blusas que la hicieran sonreír. La madre perfecta tendría que saber cocinar, coser, tener paciencia, ser inteligente y estar dotada con un excelente sentido del humor.

Miró hacia donde estaba su hija, charlando con la hija de los vecinos, a través de la valla. Eran igual de altas y parecían tener la misma edad. Tendría que hacer un esfuerzo para conocer a los padres algún día. Soltó la lista en el suelo y dejó que sus ojos volvieran a cerrarse, mientras los ecos de la charla de las niñas se desvanecían.

 

 

—Aún respira —dijo la voz desconocida de una niña.

—Podríamos despertarlo con el aspersor —dijo Nicole.

—No es mala idea —intervino una voz de mujer.

Adam hizo un esfuerzo para abrir los ojos. No le había gustado nada la malicia juguetona de la mujer.

—Creo que ya no es necesario que lo rociemos con el aspersor —prosiguió la voz de la mujer con tono de decepción—. Se ha despertado él solo.

Adam se incorporó hasta quedarse sentado, plantando los pies desnudos sobre la hierba. Parpadeó, molesto por la intensidad de los rayos de sol.

—Papi, esta es la madre de Belinda —dijo Nicole, excitada.

—Haley Roberts —se presentó la aludida, alargando una mano, mientras los ojos de Adam luchaban por enfocarla—. Acabamos de mudarnos a la casa de al lado.

Él se puso de pie de un salto y le estrechó la mano.

—Soy Adam Hollander, encantado de conocerte.

Ella debía de medir un metro setenta y sus preciosos ojos azules brillaban divertidos, acompañando a una sonrisa espléndida.

—Lo mismo digo.

—Por favor, siéntate —pidió, señalando la otra tumbona—. ¿Puedo ofrecerte algo de beber? —se brindó, dándose cuenta de que el mosto con hielo picado que había en la jarra, sobre la mesa del jardín, podría no ser una bebida adecuada—. ¿Te apetece un té helado?

Ella inspeccionó la jarra.

—No, me encanta el mosto —repuso Haley dejándose caer indolentemente sobre la segunda tumbona cuan larga era.

Nicole y Belinda desaparecieron en dirección a los aspersores, y gritaron de excitación y placer cuando unos de ellos las alcanzó de lleno.

—¿Qué edad tiene tu hija? —preguntó él, mientras llenaba los vasos de plástico.

—Nueve años. El lunes irá por primera vez al colegio, a la clase de la señora Livingstone. ¿Y la tuya?

—La misma edad —contestó él con una sonrisa—. Y también está en la misma clase.

Sería divertido para Nicole contar con una nueva amiguita en la casa de al lado.

—Genial. Sé que solo quedan dos semanas de colegio hasta que empiecen las vacaciones de verano, pero confiaba en que Belinda tuviera tiempo suficiente para trabar amistad con alguna niña.

—¿Tienes más hijos?

—Solo a Belinda. Pero tiene dos primas que viven en la calle Maple.

—Eso suena muy… —se interrumpió, rígido, al ver que ella estaba leyendo su Lista de requisitos para la esposa perfecta. Su primer instinto fue lanzarse a arrebatársela, pero enseguida se dio cuenta de que ya era demasiado tarde. Solo el título que había puesto a la lista daba al traste con todo su secreto.

Adam respiró hondo, sujetando con fuerza los dos vasos de mosto que había estado a punto de derramar, y se resignó a fingir que el asunto carecía de la menor importancia. Con la mayor indiferencia posible, puso uno de los vasos sobre la mesa, cerca de ella, y se sentó en su tumbona con el otro entre las manos.

—¿Qué es esto exactamente? —preguntó ella, después de una rápida lectura.

—Estoy buscando esposa —contestó él desapasionadamente.

—Ah. Yo soy lesbiana.

Él se atragantó con el refresco, mudo de asombro. Tosió convulsivamente, antes de recuperar la compostura.

—Entiendo, gracias por la confidencia.

—De nada. ¿Qué es exactamente lo que quieres decir con «honesta»?

Y ella… ¿qué quería decir con «lesbiana»?, se preguntó él.

—Todo el mundo sabe lo que significa la palabra «honestidad».

—¿Te refieres a que quieres que tu esposa sea capaz de admitir que se ha comido la última galleta de chocolate? ¿O a que preferirías que no hubiera desfalcado tres cientos mil dólares del banco donde trabajaba hasta que se la llevaron a la cárcel?

—¿Mentirías sobre la última galleta? —preguntó Adam.

—Sin dudarlo —repuso ella con una sonrisa.

—Quiero que mi esposa sea honesta en todos los sentidos —afirmó él, apoyando la espalda sobre el respaldo de la tumbona, mientras rogaba por que la nueva vecina abandonara el interrogatorio.

Haley asintió con solemnidad y continuó estudiando la lista.

—¿Tiene que ser una buena cocinera?

—No quiero que sea una inútil en la cocina. Tendrá que preparar las comidas de Nicole.

—Cierto —dijo ella, mirando a las dos niñas que se divertían poniendo la cara frente al aspersor—. Belinda está acostumbrada a mis comidas, pero la verdad es que no le ha quedado otro remedio.

Adam miró a Haley y a su hija. Se moría por preguntar cómo una lesbiana podía tener una hija, pero temía escuchar la respuesta. Lo que estaba claro era que Belinda era hija natural de Haley, ya que ambas compartían el mismo pelo caoba e idénticas sonrisas.

—¿Con estabilidad mental? —prosiguió ella, refiriéndose al punto número cinco de la lista.

—Por supuesto. Está claro que no quiero vivir con una loca —contestó él, pensado en si debería añadir la palabra «heterosexual» a la lista.

—Yo soy muy buena haciendo estas cosas.

—¿Haciendo qué?

—Haciendo de casamentera.

A Adam se le contrajo el estómago. «No, por Dios, no», rezó.

—No creo que sea una buena idea…

—En serio. Ahora que ya sé lo que quieres, puedo hacer un análisis previo de las posibles candidatas y ahorrarte un montón de tiempo —dijo ella, irradiando satisfacción.

—Eres muy generosa —admitió él caballerosamente, levantándose para recuperar la lista—. Pero te pido que no lo hagas. Yo…

—Hay un montón de cabos sueltos.

—¿Cabos sueltos? —preguntó él algo irritado. Bajo ningún concepto iba a permitir que esa mujer se inmiscuyera en sus asuntos privados. Haley era la antítesis de lo que él deseaba, era demasiado guapa, mala cocinera, de estabilidad mental dudosa y con inclinaciones sexuales que impedían cualquier relación íntima.

—Pensemos, por ejemplo, en que quedas para salir con una mujer —dijo ella tomando un sorbo de mosto—. Puede que decidas que no es la mujer adecuada al cabo de un rato, pero ella puede estar seriamente interesada por ti, puede incluso llegar a obsesionarse, a llamarte por teléfono y dejarte mensajes obscenos, a presentarse en tu casa en mitad de la noche y montar un escándalo…

—Eso solo pasa en las películas —repuso él, dudando ya claramente de la salud mental de la mujer con la que estaba conversando.

—¿No te crees que suceda en la vida real?

—Desde luego, no en Hillard, Vermont.

—Pasa todos los días en las mejores familias.

—No pienso salir con ninguna obsesa depravada.

—La intención no es mala, pero tienes que saber que esas personas tienen una apariencia tan normal como la tuya o la mía.

«Tienen una apariencia más parecida a la tuya que a la mía», pensó Adam.

—Te aseguro que soy perfectamente capaz de alejarme de los problemas —dijo él, pensando en añadir un signo de admiración al punto que se refería a la salud mental de la candidata, en cuanto terminara la visita.

Capítulo 2

 

De acuerdo, al final le había prometido no inmiscuirse, pero si alguien necesitaba una celestina, ese era su vecino Adam Hollander. Y si había una persona que necesitara que su vecino estuviera felizmente casado, esa era ella. Ya había sido bastante penoso que, tres días antes, su cuerpo atlético, apenas cubierto por unos pantalones vaqueros cortos, la hubiera hecho dudar de su decisión de convertirse en lesbiana. Llevaba tres noches despertándose sudorosa, con sueños heterosexuales protagonizados por ese hombre, y estaba decidida a acabar con ese tormento, antes de caer rendida a sus pies, sin habérselo propuesto. Tenía que encontrar una mujer encantadora para Adam lo antes posible.

Entregó a su hermana Laura un vaso de zumo de piña helado. Estaban sentadas en la pequeña terraza del dormitorio de Haley, que estaba en el segundo piso de la vivienda, para disfrutar de la leve brisa vespertina que procedía del río.

Belinda y sus primas, Ali y Caitlin, jugaban a dar volteretas laterales en el jardín trasero. Y la segadora de césped de Adam rugía en el jardín vecino.

—Entonces, ¿quieres que invite a Joanne MacIntosh a la barbacoa del cumpleaños de Belinda? —preguntó Laura con el ceño fruncido, retomando el hilo de la conversación, después de una breve pausa.