Una historia inacabada - Maggie Cox - E-Book
SONDERANGEBOT

Una historia inacabada E-Book

Maggie Cox

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Lo que se le negó en el pasado... ¡se le concedió en el presente! Lara Bradley sintió que se le cortaba la respiración cuando Gabriel Devenish volvió a aparecer en su vida, acompañado de un torbellino de sentimientos. El hombre que Lara tenía ante sí ya no era el objeto de sus deseos de adolescente, sino un hombre duro, distante y cruel... Gabriel sabía que debía alejarse de Lara y demostrarle que los finales felices con él eran imposibles. Sin embargo, al tratar de probarle lo inadecuado que era para ella, se dio cuenta de lo bien que Lara le hacía sentirse, amenazando así los cimientos mismos del muro que había construido alrededor de su corazón.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 201

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Maggie Cox

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una historia inacabada, n.º 2334 - septiembre 2014

Título original: The Man She Can’t Forget

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4556-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

EN SU momento, le había parecido una buena idea. Ojalá Lara hubiera recordado a tiempo el sabio consejo de su hermano Sean sobre lo de «esperar lo inesperado». Así, se lo habría pensado dos veces antes de acceder a quedarse en casa de sus padres mientras ellos se tomaban unas muy necesitadas vacaciones en el sur de Francia.

Sin embargo, Sean ya no estaba para recordarle aquella recomendación. Además, a ella jamás se le habría ocurrido negarse a la petición de sus padres para que les cuidara la casa cuando ellos aún seguían muy afectados por la dura tragedia que les había golpeado a todos hacía seis meses. Su hijo Sean, el hermano de Lara, había muerto. Contrajo la malaria mientras trabajaba en África como cooperante y no había logrado recuperarse. No parecía posible que algo semejante pudiera ocurrir en el siglo XXI, pero, desgraciadamente, así era.

Llevaba de vuelta en la casa familiar ya una semana, pero Lara aún esperaba que Sean apareciera de repente, tal y como solía hacer cuando eran unos adolescentes.

El tiempo parecía decidido a hacerle blanco de sus bromas porque, en ocasiones, un minuto parecía durar una eternidad y el siguiente se desvanecía de repente, dejándola con la sensación de encontrarse atrapada en un sueño triste y desesperanzador del que no podía despertarse nunca.

A pesar de que adoraba su trabajo, se alegraba de que el curso hubiera terminado. Sus responsabilidades y deberes en la biblioteca habían resultado muy arduos durante el último mes porque todos los alumnos querían tomar prestados libros para estudiar. Sin embargo, después de que hubiera terminado aquel periodo tan frenético, no le quedaba más remedio que enfrentarse a su pena y al profundo dolor que sentía por la pérdida de su hermano. No aguardaba los largos días de verano con la misma impaciencia que lo habría hecho normalmente. Lo único que podía hacer para conseguir que pasara el tiempo era dar largos paseos con Barney, el querido perro de sus padres.

Podría haberse organizado ella también unas vacaciones para cuando sus padres regresaran, pero no había tenido ánimo para hacerlo. Unas amigas le habían pedido que se fuera con ellas de vacaciones a Italia, pero Lara había declinado la oferta. ¿Cómo podría ser buena compañía para nadie cuando aún seguía profundamente apenada por la muerte de su hermano?

Un día, cuando estaba ya a mitad de la segunda semana de estancia en la casa familiar, se encontraba sentada a la mesa de la cocina tratando de tomarse un bol de cereales cuando al timbre de la puerta sonó. Se sobresaltó profundamente. En aquellos días, parecía asustarse de todo. La repentina muerte de su hermano le había hecho temer que nada bueno volvería a ocurrirle nunca a ella o a su familia.

Barney se levantó de repente del suelo y echó a correr hacia la puerta, ladrando y meneando la cola, como si estuviera dándole la bienvenida a un amigo o a algún conocido. Los nervios de Lara se pusieron aún más de punta. Eran las ocho y media de la mañana. ¿Quién iba de visita a aquellas horas?

–Por el amor de Dios –murmuró–. Lo más probable es que tan solo sea el cartero...

Se puso de pie y caminó descalza hasta la puerta principal, con Barney pisándole los talones. El día prometía ser especialmente cálido y el sol ya se filtraba con fuerza a través de la vidriera que adornaba la puerta. Lara se protegió los ojos del sol con una mano y observó atentamente la sombra que se erguía al otro lado de la puerta. No sabía de quién se trataba, pero no era el cartero. Aquel hombre tenía un aspecto oficial. Lara sintió que el estómago le daba un vuelco. «Por favor, que no sean más malas noticias...».

Abrió la puerta con cautela.

–Buenos días.

Al otro lado de la puerta, había un hombre con unos ojos de un color azul tan intenso que la dejaron sin aliento. Observó su rostro, esculpido y masculino, y el atractivo hoyuelo que le adornaba la barbilla y pensó que estaba soñando. Jamás habría creído que lo volvería a ver, por lo que se quedó completamente sin palabras.

Él iba vestido con un traje oscuro de raya diplomática que, al estar hecho a medida, destacaba a la perfección los anchos hombros y el físico atlético. Siempre había sido un hombre de aspecto elegante, incluso cuando era un adolescente. Era una de esas personas que nacen con ese aire de exclusividad. Solo el aroma de la carísima colonia que él llevaba puesta le indicaba que nada de todo aquello era un sueño.

El recién llegado esbozó una reticente sonrisa, como si no estuviera seguro de cuál era el saludo apropiado.

–Me preguntaba si podría hablar un instante con el señor o la señora Bradley –dijo–. Yo soy un... era un amigo suyo. Siento haber venido tan temprano, pero acabo de regresar de Nueva York y quería darle el pésame a la familia.

Lara lo miró fijamente. Sintió que las piernas amenazaban con doblársele. Se acababa de dar cuenta de que Gabriel Devenish, el mejor amigo de su hermano en la universidad, no la había reconocido.

Su primera reacción fue de alivio, pero le siguió una extraña sensación en el vientre que le hizo temer que pudiera desmayarse. El recuerdo de Gabriel llevaba años persiguiéndola.

Sean y él habían estudiado la misma carrera, pero, mientras el generoso Sean se había decantado por trabajar de cooperante al terminar, Gabriel había seguido los pasos de su acaudalado tío y se había decidido por el mundo más lucrativo y despiadado de las altas finanzas. Su hermano le había contado en una ocasión que, desde que se mudó a Nueva York, su amigo había logrado amasar una increíble fortuna, aunque lo había dicho de un modo que implicaba que se apiadaba de él.

Fuera como fuera, desde el primer momento que vio a Gabriel, en un caluroso verano de hacía trece años cuando ella solo contaba con dieciséis, se había sentido profundamente atraída por él. Podría ser que ella fuera cuatro años más joven y que siguiera en el instituto, pero eso no había calmado sus sentimientos. Un estúpido impulso del que siempre se había arrepentido la había empujado a confesarle a él lo que sentía.

Su memoria la transportó a aquella noche en la que Sean celebró una improvisada fiesta para algunos amigos cuando sus padres no estaban. Para darse valor, Lara bebió demasiado vino y, como consecuencia, hizo el ridículo. Estaba bailando con él unas horas más tarde cuando, hechizada por los seductores comentarios de Gabriel y por una mirada que ella creía solo centrada en ella, le dijo tímidamente lo mucho que él le gustaba. Entonces, cerró los ojos y levantó el rostro para pedirle un beso.

Aún recordaba perfectamente la mirada de sorpresa que se reflejó en el rostro de Gabriel y la sensación de dolor que se apoderó de ella cuando él la apartó de su lado delicada pero firmemente mientras le decía que ella era la hermana pequeña de su mejor amigo y que lo había interpretado todo mal... que él solo había estado bromeando con ella.

Lara prácticamente recordaba lo que él le había dicho palabra por palabra. Gabriel había dicho a continuación: «Estoy seguro de que hay muchos chicos de tu edad a los que les encantaría salir contigo, Lara, pero yo soy demasiado mayor para ti. De todos modos, tengo la vista puesta en esa rubia, alta y delgada que hay allí de pie. Es una de mis tutoras y ha dejado muy claro que yo le gusto».

Ni siquiera el alcohol había podido proteger a Lara de lo que sintió por el rechazo de Gabriel. Profunda tristeza y humillación. No había hecho más que pensar por qué él la había rechazado. ¿Había sido de verdad tan solo porque ella era mucho más joven que él, además de ser la hermanita pequeña de Sean? Si a uno le gusta una persona, ¿qué importa la diferencia de edad?

Lara se había quedado con la conclusión de que, aparte de la amistad que había entre ellos por ser él el mejor amigo de su hermano, ella no le importaba a Gabriel lo más mínimo. Incluso entonces tenía la mirada puesta en oportunidades más lucrativas, como por ejemplo la atractiva tutora de la universidad.

Desde el doloroso incidente en la fiesta, las relaciones de Lara con los hombres jamás habían parecido progresar mucho más allá de la amistad. El problema era que ella no confiaba en sí misma a la hora de interpretar correctamente las señales del sexo opuesto. También, a pesar del rechazo de Gabriel, sabía que aún tenía sentimientos románticos hacia él. ¿Lo habría convertido a lo largo de los años en una fantasía, una fantasía con la que ningún otro hombre pudiera competir? Ciertamente, le había costado mucho olvidarlo.

Lara sintió que la garganta se le quedaba seca, pero, de algún modo, consiguió hablar.

–Eres Gabriel, ¿verdad? Eras el mejor amigo de mi hermano cuando él estaba en la universidad. Lo siento, pero mis padres no están aquí en este momento. Se han marchado de vacaciones al sur de Francia.

Barney comenzó a ladrar, como si quisiera reclamar la atención que los dos le estaban negando. Lara agradeció la distracción que el perro le proporcionó y se agachó para poder acariciarlo.

–Calla, Barney. No tienes por qué montar tanto jaleo.

–¿Tú eres Lara? ¿La hermana pequeña de Sean?

Lara levantó la mirada y se sintió atrapada por la hipnótica mirada azul de Gabriel. El corazón comenzó a latirle con fuerza contra las costillas. Asintió lentamente.

–Así es, aunque me temo que ya no soy tan pequeña.

Volvió a ponerse de pie y a exhibir su altura de casi un metro setenta y unas femeninas curvas ceñidas por unos vaqueros y una camisa blanca. Ya no se parecía en nada a la regordeta adolescente de dieciséis años. No era de extrañar que Gabriel no la hubiera reconocido.

–Vaya...

Gabriel parecía verdaderamente sorprendido.

–Has crecido mucho. Mira...

Se mesó el espeso cabello castaño con los dedos y, con ese gesto, hizo que Lara se fijara más en su frente, una frente surcada ya por dos profundas arrugas. No parecía que utilizara con mucha frecuencia su devastadora sonrisa. Fuera cual fuera el camino que había tomado su vida, no parecía que esta hubiera sido fácil. Tal vez él era rico, pero, por mucho dinero que tuviera una persona, eso no podía protegerle de todos los sinsabores de la vida.

–Me enteré de la muerte de tu hermano ayer –confesó Gabriel–. Vi un artículo en el periódico sobre los cooperantes que habían muerto de malaria y se mencionaba su nombre. El artículo decía que recientemente había ganado un premio muy prestigioso por su trabajo. Me quedé pasmado al enterarme de que había muerto. Después de que termináramos la universidad, no mantuve el contacto con él.

–Los dos tomasteis caminos muy diferentes –dijo ella encogiéndose de hombros.

No le gustaría que Gabriel pensara que ella le estaba criticando, aunque jamás había comprendido por qué él había elegido una profesión que, a su parecer, se centraba más en tomar que en dar, una profesión completamente opuesta a la que Sean había elegido.

–Te agradezco mucho que hayas venido a presentar tus respetos. Mis padres se emocionarán mucho cuando se lo diga. Estoy segura. Bueno, supongo que estarás muy ocupado, así que no te entretendré más.

Lara deseó fervientemente que él comprendiera la indirecta y se marchara. No quería que él pensara que se alegraba de volver a verlo. Ya no era la inocente muchacha de dieciséis años cuya fijación por él le había resultado seguramente muy vergonzosa...

Sin embargo, Gabriel suspiró y permaneció donde estaba.

–Mira, no quiero que creas que soy un aprovechado, pero ¿podrías darme una taza de té? Te prometo no robarte demasiado tiempo.

Por mucho que Lara deseó encontrar una excusa convincente, la imagen de vulnerabilidad que vio en los ojos de Gabriel le impidió negarse a lo que él le pedía.

–¿Por qué no entras? –le invitó ella–. Estaba a punto de prepararme una para mí.

Aliviado, Gabriel siguió a Lara por el pasillo hacia lo que recordaba que era una espaciosa y acogedora cocina. Mientras caminaba lentamente detrás de ella, se dio cuenta de que la tímida y estudiosa adolescente se había transformado en una belleza que lo obligaba a mirar su estupenda figura con admiración.

Lo que las curvas de su cuerpo hacían por un sencillo par de pantalones vaqueros y una camisa blanca debería reflejarse en el arte o la poesía. Aunque él no era una persona especialmente artística ni poética, eso no significaba que no apreciara las cosas más hermosas de la vida. Por eso, había seleccionado un apartamento en Nueva York que tenía una maravillosa vista sobre el Metropolitan Museum.

De vez en cuando, si encontraba un rato libre, bajaba a visitarlo para recordarse que el dinero no era lo único bueno de la vida. Efectivamente, una persona tenía muchas más opciones si lo tenía, pero no compraba la felicidad. Dios sabía que él había aprendido esa lección a lo largo de los años.

La admiración de la belleza de Lara quedó en un segundo plano cuando entraron en la cocina. Efectivamente, era tan acogedora como la recordaba. Sus antiguos muebles lo transportaron inmediatamente a los años en los que Sean y él eran jóvenes. Recordó las deliciosas comidas que Peggy Bradley les preparaba, en particular durante un verano en el que Sean y él tuvieron que estudiar los exámenes. Reían y bromeaban juntos, escuchaban la música de sus grupos favoritos y se metían sin piedad con Lara. Había resultado tan fácil imaginar que aquellos maravillosos días podrían durar para siempre...

Gabriel se sintió de repente sumido en un mar de recuerdos al ver una fotografía de Sean, tal y como él debía de ser antes de morir. Sean había sido el amigo más íntimo que él había tenido nunca y le dolía mucho pensar que ya no estaba...

–Todo está exactamente igual –comentó con voz ronca. Se metió los dedos por el cuello de la camisa que, de repente, le resultaba completamente agobiante.

–A mis padres no les gustan demasiado los cambios. En eso están muy chapados a la antigua –comentó Lara con una afectuosa sonrisa–. Por no mencionar que son muy sentimentales. De hecho, lo son más aún después de perder a Sean –añadió mientras la sonrisa se le helaba en los labios. Entonces, se dio la vuelta y se dirigió hacia el fregadero para llenar el hervidor de agua.

–Debió de ser un shock terrible para todos vosotros recibir la noticia de que había muerto –murmuró Gabriel.

–Así fue. Un día estábamos hablando con él por Skype y prácticamente al otro... –musitó mientras sacudía tristemente la cabeza–. ¿Cómo te gusta el té? –le preguntó mientras se apartaba un mechón de cabello castaño y se lo metía detrás de la oreja antes de darse la vuelta.

–¿No te acuerdas? –bromeó Gabriel recordando con placer las numerosas tazas de té que Lara, ansiosa por agradarle, le preparaba cuando estaba en la casa–. Yo te decía que, junto con tu madre, tú preparabas el mejor té del mundo.

–Es verdad –susurró ella con una sonrisa–. Está bien. A ver si me acuerdo de cómo te gusta. No me digas nada. Déjame intentarlo. Siéntate y ponte cómodo.

Gabriel no necesitó que se lo pidiera dos veces. Aquella casa era el único lugar en el que había conocido un hogar de verdad, con todo lo que esa palabra representaba.

Cansado y estresado por las exigencias del cruel mundo de las altas finanzas, en el que seguramente llevaba ya demasiados años, Gabriel sentía un secreto anhelo por una vida más simple y más cómoda. Estaba harto de la opulenta forma de vida de los banqueros de Nueva York. Efectivamente, anhelaba la clase de comodidad que se puede obtener al estar entre personas auténticas, sin agendas ocultas y con la sencilla habilidad de ser ellos mismos.

Los padres de Lara le habían dado la bienvenida a su casa sin prejuicios ni expectativa alguna, incluso expresaron su tristeza de que a él lo hubiera criado un tío muy rico, pero ausente, que lo había dejado frecuentemente al cuidado de la niñera. Se sintieron muy apenados por el hecho de que él nunca hubiera conocido la dicha de crecer en la una familia de verdad como le había ocurrido a Sean.

–¿Te apetecerían unas tostadas con mermelada con tu taza de té?

–Lo siento... ¿qué es lo que has dicho? –preguntó mirando los ojos color chocolate, a juego con su cabello, de Lara. Durante un instante, Gabriel se había olvidado de quién era o dónde estaba. Lara resultaba tan encantadora...

Ella frunció el ceño. Parecía molesta de que él no la hubiera escuchado a la primera. «Tal vez no sabe lo atractiva que resulta...». Lo dudaba. No había conocido a ninguna mujer hermosa que no fuera consciente de su propio atractivo. La belleza era algo muy deseable en el mundo avaricioso que él habitaba, por no decir que era algo que abría muchas puertas. En su opinión, todas las mujeres atractivas que apuntan a lo más alto en su profesión no tenían reparo alguno para utilizar esa ventaja al máximo.

–Te acabo de preguntar si te apetecerían unas tostadas con mermelada...

–Con el té será suficiente, gracias. Luego, si tienes tiempo, me gustaría que te sentaras a charlar un rato conmigo. Tenemos que ponernos al día. Hace años desde la última vez que nos vimos, Lara, y, aparte de hablar de Sean, me gustaría que me contaras lo que has estado haciendo tú.

–Está bien –dijo ella. Se mordió el labio, como si le hubiera sorprendido aquella invitación–, pero ¿no has dicho que acabas de regresar de Nueva York? ¿No prefieres relajarte y dormir un rato después de tu vuelo?

Gabriel no pudo evitar sonreír. Parecía que la que había sido una adolescente tímida e insegura había heredado la habilidad natural de su madre para pensar primero en las necesidades de otro. Aquello no era algo que encontrara a menudo en su mundo y tenía que admitir que le resultaba muy atractivo.

–Te aseguro que, en estos momentos, no necesito hacer nada más que estar aquí contigo, Lara.

Lara no había escuchado nunca una frase en labios de un hombre que resultara más atractiva y seductora. La profunda y seductora voz de Gabriel hacía que aquellas palabras resultaran aún más provocativas. De repente, el interior de su cuerpo pareció caldeado por una llama increíblemente erótica. ¿Podría ser que su fascinación adolescente por aquel hombre no hubiera muerto con su rechazo sino que, a lo largo de todos aquellos años, hubiera estado latente?

Habían pasado trece años desde la última vez que vio a Gabriel. Ya no sabía nada de su vida ni de lo que había ocurrido en todo aquel tiempo. No obstante, estaba completamente segura de que, en aquellos momentos, él solo tenía interés por su familia.

Por lo que Lara sabía, él podía estar felizmente casado con una esposa bellísima y perfecta en Nueva York. Al pensarlo, sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

–Muy bien. Prepararé el té y nos pondremos al día. Sin embargo, no esperes nada emocionante por mi parte. Llevo una vida muy tranquila y ordinaria que probablemente está a años luz de la tuya.

Tras dedicarle una sonrisa, se puso a preparar el té y a colocar todo lo necesario en una bandeja. Las manos le temblaban visiblemente al hacerlo y el corazón le latía rápidamente, como si no pudiera volver a tranquilizarse nunca más.

Pasaron al salón para tomarse el té. Lara abrió las puertas del patio para que los dos pudieran disfrutar de la luz del sol.

–Lo has hecho exactamente como me gusta –anunció Gabriel tras tomar un sorbo de su té–. Tienes buena memoria –añadió mientras se acomodaba en el sillón.

–Gracias.

Lara de repente se sintió muy tímida y se sentó enfrente de él para tomarse su té.

–Has dicho que acabas de regresar de Nueva York –dijo para iniciar la conversación–. ¿Se trata de una visita relámpago o piensas quedarte un tiempo?

–No estoy seguro –respondió él tras apretar la mandíbula un instante–. En estos momentos, no tengo ni idea de cuánto tiempo voy a quedarme. He regresado para ocuparme de algunos temas legales relacionados con las propiedades de mi tío. Él murió hace unas semanas y yo soy su único heredero.

–Oh, Gabriel. Lo siento mucho... No sabía... ¿Viniste al entierro?

–Sí. Tengo una reunión con su abogado mañana.

Gabriel sacudió la cabeza, como si el pensamiento le molestara en vez de gratificarle. Lara pensó que, efectivamente, por qué se iba a alegrar de que el único miembro de su familia hubiera muerto, aunque él le hubiera legado todo lo que poseía. Si lo poco que sabía sobre el tío de Gabriel era cierto, estaba segura de que él hubiera preferido el amor y el afecto de su tío cuando era niño en vez de recibir todos sus bienes materiales a su muerte. De todos modos, ¿para qué los necesitaba si él era ya inmensamente rico por su propio trabajo?

–¿Viste a tu tío mucho desde que te marchaste a Nueva York?

–No. No estábamos muy unidos. Él me adoptó cuando mi madre, su hermana, decidió que no estaba preparada para ser madre. Supongo que, al menos, él tuvo la decencia de hacer eso.

–¿Y tu padre? –le preguntó Lara frunciendo el ceño–. ¿Qué le pasó?

–Tú sabes tanto como yo –respondió él frunciendo también el ceño–. Mi madre escribió «desconocido» en mi certificado de nacimiento.

–Qué triste...

–¿Por qué? Yo crecí en una casa impresionante y no me faltó de nada. ¿Qué hay de triste en eso?

–Es triste que no hayas conocido nunca a tu verdadero padre o que no hayas tenido relación alguna con él. Es triste que ni siquiera estuvieras muy unido a la persona que te adoptó. Eso es lo que quería decir.

–Pues no lo pienses más. En los círculos en los que yo me muevo, se me considera un rotundo éxito. Todo lo que he conseguido, lo he conseguido solo. No me lo impidió no tener una buena relación con mi familia. Punto final.

Lara estaba segura de que eso no era la verdad. Cualquiera a quien su madre hubiera abandonado de niño debía de sentir un profundo dolor y una terrible ira que, con toda seguridad, afectaría a su autoestima y a su seguridad en sí mismo. Sin embargo, sabía que no era el momento para seguir hablando de aquello o para presionar a Gabriel. Él había acudido para darle el pésame a la familia por Sean y no para ser sometido a un interrogatorio sobre su poco idílica infancia.

–Ahora, quiero que me cuentes lo que has estado haciendo desde que nos vimos por última vez –dijo él cambiando hábilmente de tema–. ¿A qué te dedicas? Si no recuerdo mal, ibas a ser veterinaria o política. Sean, tú y yo teníamos unos apasionados debates sobre cómo enmendar el mundo, ¿verdad?

Lara se sonrojó al recordar sus caldeadas y animadas discusiones. Sus puntos de vista siempre habían sido los más apasionados y vehementes.

–Bueno, pues no soy ni una cosa ni otra –dijo ella–. Ser responsable de enmendar el mundo era algo demasiado ambicioso, por lo que me convertí en bibliotecaria.

–Vaya, vaya, vaya... Bibliotecaria –dijo él con expresión seria–. Sé que te encantaban los libros, pero siempre me pareció que eras demasiado apasionada para esconderte en una sala polvorienta y culturizar al ignorante público.