Una Línea Sutil - Oreste Maria Petrillo - E-Book

Una Línea Sutil E-Book

Oreste Maria Petrillo

0,0
4,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Thriller legal que se centra en dos abogados que trabajan en lados opuestos del Canal de la Mancha, y cuyos destinos acaban entrelazados de manera mortal.

Una patente farmacéutica por valor de miles de millones, un hombre salvajemente asesinado y un juicio por homicidio que se avecina casi imposible. Estos son los elementos en torno a los cuales gira la vida de dos jóvenes abogados. Dos historias de hombres que provienen de dos realidades opuestas que se cruzan en un juego de sombras y espejos. Donde el dinero y la venganza trazan el límite más allá del cual los enemigos se convierten en aliados y donde no hay certezas, sino sólo dudas y sospechas. Una Línea Sutil que separa existencias normales de vidas destruidas por el miedo, y corresponderá a un par de adversarios, a ambos lados de la barricada legal, elevarse por encima de una trama internacional que podría poner en peligro sus profesiones y, quizás, sus propias vidas... Un emocionante thriller legal desde la primera página.

PUBLISHER: TEKTIME

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



UNA LÍNEA SUTIL

De Fabio Santoro y Oreste Maria Petrillo

Traducido por CARSERRED

Portada de Matteo Venturi (www.epubsolution.com)

"El abogado debe saber, de un modo especialmente discreto,

sugerir al juez los argumentos para demostrar que tiene razón,

dejándolo en la creencia de que los ha encontrado por sí mismo".

Piero Calamandrei, Elogio de los jueces escrito por un abogado, 1935

Prólogo

”No puedo. No estamos hablando sólo de mi vida”.

Miró repetidamente la pantalla blanca de su portátil. Esperaba que entre los espacios en blanco del mensaje que acababa de recibir, hubiera otro escrito. Algo que le diera un significado diferente a las palabras que estaban enfriando su corazón. El Dr. Francisco Alvarado era un hombre de ciencia. Pragmático, conciso.

Buscaba soluciones a los problemas, no excusas. En su vida no había espacio para ”y si”, sino sólo para ”como”.

Al menos esto era lo que siempre había creído. En ese momento, sólo entonces, se dio cuenta de lo equivocado que estaba. Se dio cuenta de que, incluso un hombre como él, podía descubrirse increíblemente frágil superado el umbral de un límite casi invisible. Ese umbral más allá del cual se destruyen y cambian vidas. Una frontera que ya no quería superar.

Se reclinó en su silla, en la enorme sala de estar casi completamente amueblada con muebles de nogal. Tomó su rostro entre las manos y lanzó dos profundos suspiros. Estaba cansado. Cansado de los compromisos y la hipocresía.

Los últimos días habían sido, de alguna manera, los peores y, al mismo tiempo, los mejores de su vida. Habían sacado una parte de él que había eliminado por completo: el miedo.

Se levantó y fue directo al armario de licores. Necesitaba algo fuerte. Sirvió un generoso trago de whisky de dieciocho años y volvió a su silla con mil preguntas que apuntaban a su mente como astillas enloquecidas.

Tuvo que reflexionar de nuevo. Él era bueno en eso. Dejó que el líquido ámbar se deslizara por su garganta de una vez, mientras que su casilla de correo electrónico señalaba la llegada de otro mensaje. Dejó el vaso sobre la mesa con un ruido sordo y agarró el ratón para comprobar el remitente. De nuevo él.

La punta de la angustia que lo atormentaba rompió las orillas y cavó un abismo en su pecho.

Como persona racional, optó por abrir el mensaje, incluso si desesperadamente no quería hacerlo.

Inmediatamente lamentó no haber seguido a sus instintos.

Sus párpados se cerraron durante varios segundos y su aliento murió en su garganta. ”Dios mío”, dijo en un suspiro silencioso que se perdió entre las paredes de la habitación.

”Dios Todopoderoso”.

Capítulo 1
Fabrizio Tancredi

Ganadores y perdedores.

Cazadores y presas.

Esto es de lo que está hecho un tribunal.

Esto es de lo que está hecho mi mundo.

Un mundo donde, entre la primera y la segunda categoría, se cierne una línea sutil.

Una realidad donde un soplo de viento puede hacerte atravesarla.

Desde hace algún tiempo, he comprendido cuál es el lado correcto de la línea en el que debo permanecer.

Yo soy un ganador.

La mía no es una arrogancia inútil sino una simple constatación. Todo hombre, después de todo, no hace nada más que seguir los instintos de su propia naturaleza.

Y nací para cazar. Nací para ganar.

Y hay una razón por la que, en la mayoría de los casos, consigo no cruzar ese límite. Soy bueno calculando el viento.

En mis treinta años de vida tuve que trabajar como un esclavo para aprender todo lo que un abogado necesita saber para prosperar. Pero para ser el mejor tuve que desarrollar un talento que ningún libro puede transmitir y que ningún maestro puede enseñar: el instinto animal. Una afinidad por los cambios de rumbo que, en un juzgado, pueden salvarte el culo con más frecuencia de lo que imaginas. El mismo instinto que me ha hecho sentir demasiada indecisión, una pausa muy pequeña que ha puesto en movimiento una conjetura que luego resultó ser exacta. El mismo instinto que esta mañana me ha regalado una frase que huele a victoria. Carencia de los requisitos de legitimación.

Una forma exquisitamente jurídica de decir que has tirado por el retrete cinco años de penas legales y veinte mil libras de honorarios legales, a los que se añadirán diez mil más que la compañía defendida por el bufete para el que trabajo, estará encantada de pagar por haber evitado una indemnización de algunos millones.

Sobre la marcha reajusto el nudo de la corbata gris que cae inmaculada sobre un traje de seda pura, mientras entro por las puertas transparentes de Smithson Partnership y me dirijo directamente a los ascensores en los que llevo cinco años montando. Odio las corbatas, pero cada mundo tiene sus propias etiquetas, cada vida tiene algún compromiso y, con toda honestidad, el de las corbatas es, quizás, el menos pesado que cumplir.

Tres minutos y dieciséis plantas después, estoy en el pasillo exterior mirando a la sonriente secretaria del estudio. Una preciosidad de cabello castaño y ojos marrones contratada la semana pasada, a la cual no he conseguido aún preguntar el nombre. Hay algo exultante, alegre en esa sonrisa. La luz radiante de una joven que ha vivido en este ambiente muy poco tiempo. Tal vez es eso lo que me gusta de ella. Me propongo invitarla a tomar algo si en algún momento encuentro el momento y el lugar. Mientras paso frente a ella me saluda brevemente con la mano para captar mi atención.

—Buenos días abogado Tancredi, el Sr. Smithson está en su oficina y pide que se reúna con él.

Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma.

—Gracias... —por un momento me engaño a mí mismo esperando que haya pasado desapercibida la pausa apenas insinuada que sugiere un "¿cómo diablos te llamas?"

—...Sofía, mi nombre es Sofía abogado.

—Justo, Sofía.

—Gracias Sofía, por cierto, yo soy Fabrizio.

Se sonroja ligeramente mientras me estiro el brazo para darle la mano. Rápidamente me alejo de su escritorio para evitar mayor vergüenza y me dirijo directo al final del pasillo, pasando por delante de una pequeña constelación de oficinas amuebladas con buen gusto, entre las cuales también la mía, y llamo a la última puerta del fondo.

—Adelante —Richard Smithson, como de costumbre, está detrás de su escritorio principal de caoba, sorbiendo un café.

El socio fundador del bufete que ocupa la parte oriental del edificio, un hombre maduro y delgado, con el cabello tupido y plateado, es un astuto bastardo que en el transcurso de los últimos treinta y cinco años ha dominado la escena del derecho corporativo en la ciudad. Un jefe y mentor que ha pasado los últimos cinco años supervisando mi formación e inculcándome esa idea que es la base de cualquier abogado inteligente: en la sala los resultados es lo único que cuenta.

Una mentalidad que hoy ha dado sus frutos.

—¿Querías verme?

—Me imagino que, si ese trozo de papel que tienes en la mano es lo que creo, tendré que felicitarte —sonríe con astucia.

—Si a mis felicitaciones les añadiera un buen beneficio, estaría más agradecido.

—A mi gusto, te pago demasiado —responde con un gesto exasperado.

—Y qué gusto —respondo avanzando. La tiranía de este hombre hacia sus propios empleados es conocida en todo el orbe donde haya un tribunal.

—Siéntate novato, tengo que hablar contigo. Me hace sentar en los sillones forrados con cuero sintético frente al escritorio. Cómo me gustan. Le entrego a Smithson la sentencia que acabo de retirar en el registro y comienza a leerla perezosamente, alternando tranquilos signos de aprobación y un aplomo espectacular.

En esas pocas páginas había un resumen de mis actividades procesales. La compañía que defendíamos había sido citada por una indemnización histórica por parte de una gran empresa de transportes que reclamaba que había sido dañada por las protuberancias de metal oxidado del almacén de sus clientes. La situación era clara y estábamos muy equivocados. Por lo tanto, llamé a la contraparte para llegar a un acuerdo y evitar el proceso.

Fue entonces cuando el instinto salió al rescate. Fue entonces cuando calculé la variación del viento.

Cada compañía tiene un administrador que la representa, incluso en un juicio civil o penal, y nuestros adversarios no fueron la excepción, excepto por una cosa.

El nombre del administrador que nos ha citado no era el mismo que figura en los estatutos de la empresa. Después de una breve investigación, resultó que el antiguo gerente había dimitido apenas un mes antes del caso, y que su sustituto oficial provocó un fuego incluso antes de ser nombrado oficialmente, por lo tanto, sin ninguna autoridad legal al momento del inicio del caso. La idea se me ocurrió cuando estaba al teléfono con la secretaria de la contraparte. Al escuchar el nombre equivocado, la mujer tuvo dudas, demasiadas dudas que me pusieron en el camino correcto.

—¿Por qué has solicitado una segunda Nota Simple del Registro Mercantil? —pregunta Smithson sutilmente, —¿No te bastaba con los datos que nos proporcionaron los clientes?

Me tumbo sobre el respaldo del sillón.

—¿Y desde cuándo confiamos en los clientes? —pregunto.

Richard asiente con la cabeza cerrando los ojos, y junta las manos mirando por encima de los cristales de vidrio de su ventana que ofrecen como espectáculo todo Londres.

—Entonces, ¿de qué querías hablarme?

Smithson gira la silla y me mira fijamente a los ojos.

—De mucho, mucho dinero.

Capítulo 2
Riccardo Ferrari

"Las personas exitosas tienen el hábito de hacer las cosas que los que fracasan no hacen. Incluso aunque no necesariamente les gusta hacerlas. Pero la repulsión se doblega ante la fuerza de la determinación."

Esta frase de E. M. Gray ha condicionado la mayor parte de mi vida. Como abogado y ex atleta, siempre he pensado que se debe buscar ante todo la perfección. ¡Mejor apuntar a las estrellas y alcanzar la luna, que apuntar al suelo y alcanzar los pies! Es lunes. Como todos los días me levanto a las 6:00 para ir a entrenar antes de ponerme en el papel del penalista.

Ya estoy acostumbrado a los sermones no solicitados de los frustrados que pronuncian la palabra "final" o "fracaso" en mi presencia. Siempre he estado rodeado, desde la época del instituto, por personas que creían ser más inteligentes que yo.

"Sí, está bien, ahora entrenas, pero espera a inscribirte en la universidad y verás..."; "Cuando tengas que trabajar ya no tendrás tiempo..."; "Cuando tengas una familia, no podrás pensar más en tu físico...", según ellos debería haber dejado de entrenar hace más de diez años, sin embargo, aquí sigo: ¡después del instituto, después de la universidad y a pesar del trabajo! Estoy esperando a lo que quieran inventarse en el futuro...

La verdad es que cuando haces algo que los demás no consiguen, estás minando profundamente su realidad y, por miedo, te atacan menospreciándote. ¡Hoy en día, las opiniones representan los bienes más baratos!

Voy a mi habitación preparada como gimnasio, acompañado por mi entrenador personal, Lucky, un incansable cachorro de Epagneul Breton y comienzo a golpear el saco... A menudo lo hago cuando tengo que pensar en la solución para un caso difícil... Continúo el workout con un poco de entrenamiento con pesas y me voy a dar una ducha para luego, finalmente, ¡tomar mi merecido desayuno! Nunca he entendido cómo algunas personas renuncian a este momento fantástico del día: para mí, comenzar el día sin desayuno, es como conducir el coche sin echarle gasolina.

Elijo cuidadosamente el traje y la corbata que me voy a poner (debo decir que he sido bien instruido por mi novia, Maya, ahora en el extranjero por trabajo, porque antes era un desastre combinando colores) y me pongo en marcha con mi scooter hacia el Tribunal, un gran rascacielos de cristal, sala de lo penal, segunda planta.

Mientras aguardo mi turno durante la larga espera para tomar el ascensor (por lo general voy a pie, pero hoy tengo el maletín abarrotado) recuerdo cuando aún era un abogado principiante en prácticas y, atemorizado, me disponía a conocer este mundo con mi primer maestro: un abogado de edad avanzada salido directamente de la pluma de un director de teatro napolitano del siglo pasado, un magistrado partenopeo muy folclórico que confundía la improvisación con el procedimiento y la fantasía con la retórica.

En el ascensor, lleno por encima del límite máximo permitido, escucho los discursos de los abogados y de los muchos picapleitos que se agolpan, a diario, en los pasillos de este inmenso edificio.

Observo el lenguaje no verbal del cuerpo: un buen penalista también debe ser un psicólogo talentoso. Escucho a dos becarios que se quejan del examen de capacitación para la profesión y recuerdo mis prácticas legales cuando también pasé bajo la guillotina del examen de capacitación. Una forma para los órganos jurisdiccionales de tener el control del mundo laboral y sobre sus subalternos.

Entro en la sala antes que todos los demás: nunca he conseguido reservar en primer lugar, ni siquiera cuando ingresaba con el personal de servicio y, como es habitual en los tribunales de Nápoles, encuentro en la lista abogados en los primeros puestos de los casos, obviamente no presentes...

¡Siempre me he preguntado por el secreto de este don de la ubicuidad! Abogados aún bajo las sábanas que, con la fuerza de la visualización, reservan antes que los demás... Me inscribo en la lista como el cuarto. Me siento en la segunda fila para dejar los primeros puestos "reservados" a los fantasmas legales delante de mí y comienzo a leer un libro de mi autor favorito, traído de forma previsora en el maletín para no aburrirme: "El jurado" de John Grisham.

Alrededor de las 9:30 el juez regresa de la cafetería, se pone la toga y, finalmente, tras más de una hora de espera, en una sala abarrotada de personas, entre periodistas y familiares de los detenidos, se levanta el telón y comienza el espectáculo.

Las dos primeras causas son simples aplazamientos debidos a la ausencia de los testigos y a un impedimento de los abogados defensores: en otras palabras, un método para posponer el caso el mayor tiempo posible, esperando la ayuda de la disposición o de un indulto recibido por algunos parlamentarios atentos a las necesidades de los imputados. La tercera causa, sin embargo, representa una ruptura con la monotonía de la mañana. Se cuestiona al principal testigo de la acusación, ¡un querellante que no consigue expresarse bien en italiano ni articular su discurso de manera clara y que lleva al juez a actuar como intérprete!

Finalmente, después de cinco minutos adicionales de suspensión procesal, comienza mi juicio. Estoy preparado.

He estudiado mucho para este caso. Se trata de un delito de contrabando cometido por dos soldados fuera de servicio. La prensa y la televisión han hablado de esto durante días y una victoria aumentaría enormemente mi popularidad... y con ello mis honorarios.

Me pongo la toga y releo los apuntes de los fragmentos más importantes de mi alegato final. Mis pensamientos y mi concentración son interrumpidos por la voz atronadora del juez:

—Invitamos a las partes a concluir, tiene la palabra la fiscalía.

—De las acciones y las pruebas mencionadas en la audiencia, se considera acertada la responsabilidad penal de los imputados de hoy y se pide una pena de prisión de tres años, ¡y una multa de veinte mil euros! Estas son las palabras concluyentes de la fiscalía, extremadamente apresuradas y engreídas.

En la sala se alza una voz desde los puestos más lejanos. El juez ordena silencio.

La pena solicitada por la acusación es ejemplar y también un buen dolor de cabeza, ya que está fuera del beneficio de la libertad condicional, otorgada a sentencias de hasta dos años.

—Abogado Ferrari, por favor —me insta el juez.

Me levanto para tomar la palabra.

La adrenalina aumenta, pero la experiencia toma el control. Todo desaparece: público, cliente, juez y fiscalía. Sólo existe mi discurso y lo tengo que pronunciar con la máxima entonación para llegar directamente al juez.

—Honorable juez, me gustaría que se tomara una decisión justa y sopesada, como nos ha acostumbrado desde hace ya mucho tiempo. Un pequeño truco del oficio, un halago para asegurar que el sujeto que debería ser imparcial se decante un poco más por nuestra parte...

—Lo que voy a sugerirles es un borrador de la sentencia que saca a la luz la verdad procesal, pasando a través de la verdad histórica en relación con la evolución de la ley a lo largo del tiempo.

Los hechos son bien conocidos por todos, debido también al énfasis dado por los órganos mediáticos. A raíz de unos controles en el territorio, los militares Leone y Grosso, ambos fuera de servicio, fueron detenidos por los agentes de la Policía Judicial ya que fueron vistos mientras transportaban grandes cajas del maletero de un automóvil a otro. Tras someterse a un registro, fueron encontrados en posesión de una gran cantidad de cartones de tabaco y grandes sumas de dinero.

—Entonces, Presidente, como militares, los acusados de hoy estaban en posesión de una insignia que les permitía comprar cigarrillos duty–free ante el compartimiento de la OTAN. Antes de entrar en el fondo de la cuestión, su señoría, me opongo a una violación de la legitimidad constitucional en relación con las normas que regulan el delito de contrabando y la venta de tabaco sin licencia.

Observo la expresión del juez, esto no debe haberle gustado, por lo general las cuestiones de legitimidad constitucional son presentadas antes de la audiencia, de forma que el juez pueda estudiarlas con cuidado, pero en este caso no he tenido tiempo. Le estoy obligando a trabajar demasiado y esto él lo detesta. Pero tengo que continuar...

<<De hecho, las reglas en cuestión, nacen bajo los auspicios de una época aún hija de un estado autoritario y propietario. El código penal actual, el código Rocco, nació como un código represivo y atento a las necesidades del Estado que trató de incluir, en lo que se refiere al delito, la mayor cantidad posible de delitos. De hecho, ¡los delitos contra la persona se insertan después de los delitos contra el Estado y la justicia!

¡Con la llegada de la Constitución, esta visión ha cambiado radicalmente mostrando una tutela primaria de la persona! >>.

Ahora el juez ya no me está mirando, una señal visible de que la atención está disminuyendo o que, simplemente, está pensando en sus asuntos. Me detengo, entonces, justo en el momento en que el juez vuelve a mirarme fijamente y continúo el discurso, estoy llegando a la idea principal...

<<Las normas que castigan los delitos de contrabando o la venta de tabaco sin licencia con prisión, arresto o reclusión, no quieren proteger el interés principal del Estado, identificado como el pago del impuesto al monopolio del estado. Dichas normas nacieron en la época fascista, en 1942, o en una época inmediatamente posterior, ¡pero aún condicionadas por estas ideologías!

Privar a los actuales imputados del sagrado derecho a la libertad personal por el mero hecho de no pagar el impuesto al monopolio del estado, sería inconstitucional y representaría un retorno al "nexus" romano, la pesada carga que gravaba sobre el deudor el ser degradado en esclavitud por el acreedor en caso de insolvencia". He abierto una brecha. Ahora no sólo me mira atentamente, sino que su lenguaje corporal da la impresión de haberlo conquistado... ¡excelente! Mi discurso continúa. ¡Mi energía está al máximo y la adrenalina también, pero debo concentrarme!

Además, la defensa se opone a la violación de los principios de taxatividad y determinación de la norma penal que castiga los delitos de contrabando. La regla debe ser clara y precisa en su dictamen, de lo contrario no cumpliría con su función de enmienda: si un sujeto no discerniera completamente lo que es legal de lo que no lo es, no podría entender el valor criminal de sus acciones y, en consecuencia, no valdría para nada la pena. La taxatividad y la determinación de la norma a la que se refiere el art. 291 bis, por la cual hoy están presentes ante ustedes los señores Leone y Grosso, debe identificarse en la identificación exacta del tabaco elaborado en el extranjero. ¡Tenemos que identificar qué es contrabando y qué no!>>.

Bien, ahora que he secuestrado debo marcar inmediatamente un punto a favor.

<<Entrando aún más en el mérito, señor juez, recuerdo...>>, otro truco cuando se quiere decir algo al juez sin tocar la susceptibilidad, <<...que con el nacimiento del mercado común europeo para el movimiento de bienes y capitales la antigua definición de frontera estatal ya no es válida.

La convención europea ha previsto, expresamente, un espacio europeo común y, por lo tanto, hoy es posible comercializar productos a nivel europeo sin tener que pagar más derechos de aduana. Tanto es así, que el delito de contrabando sólo puede existir con respecto a bienes extracomunitarios gravados por derechos de aduana. Si hay acuerdos bilaterales, en base a los cuales los derechos aduaneros no son exigibles, no habrá delito y los sujetos estarán exentos de pena. ¡Parece evidente que adquirir cigarrillos dentro del espacio de la OTAN es equivalente a comprarlos dentro de la Comunidad Europea!>>

Mirada del juez al fiscal...¡Me estaba animando!

<<Aquí se quiere evidenciar la pretensión de la cabeza de la imputación. De hecho, es evidente que nos enfrentamos a una realidad diferente del clásico contrabando previsto por la norma del art. 291 bis del decreto sobre el contrabando, ¡con el efecto de castigar a los acusados por un crimen que no cometieron!

Una aclaración final antes de concluir, juez. No debe impresionar la cantidad ingente de tabaco ni la suma de dinero encontradas a los acusados porque solo iban ocasionalmente a comprar los cigarrillos incriminados y, una vez allí, también compraban la ración a la que anteriormente tenían derecho.

Además, los cigarrillos que adquirían eran procedentes de Suiza, y entre Italia y Suiza hay acuerdos específicos para el transporte de mercancías. ¡Por lo tanto el tabaco no debería considerarse como producido en el extranjero!>>.

Ahora la mirada del juez pasa a los acusados, las arrugas en la frente ya no fruncen el ceño. Me dispongo a concluir la requisitoria...

<<En conclusión, la defensa de los acusados solicita la liberación inmediata de los cartones de tabaco y de los autos propiedad de los acusados, la absolución total de conformidad con el artículo 530, primer párrafo, del código de procedimiento penal, porque el hecho no existe, con carácter subsidiario la absolución porque el hecho no constituye delito.

En la hipótesis negada de no aceptar las solicitudes de la defensa, se solicita el mínimo de la pena y la aplicación de las prestaciones estatutarias: la no mención de la condena en los antecedentes penales y la suspensión condicional de la sentencia. Gracias, he concluido>>.

He hecho todo lo posible. Estoy agotado. En los días previos al alegato final he estudiado muchísimo hasta altas horas de la madrugada para encontrar una brecha en las acusaciones del fiscal. La noche anterior al juicio tuve una idea brillante: el contrabando se refiere al tabaco producido en el extranjero y, si los cigarrillos hubieran sido comprados dentro de la Unión Europea o en otro estado que tuviera acuerdos específicos al respecto con Italia, ¡el delito habría prescrito con el visto bueno de la acusación!

Ahora sólo queda esperar a que el juez salga de la cámara del consejo y pronuncie el veredicto.

Salgo de la sala y me voy al bar, huyendo de los micrófonos de los periodistas porque necesito estar solo.

Mientras estoy en la barra del bar sorbiendo el café, oigo sonar el teléfono: <<Abogado Ferrari, ¿dónde está? Aquí el juez ya ha regresado, ¡corra!>>, me avisa el mariscal Leone. Si el juez ha regresado tan pronto significa que ya tiene la sentencia en mente y, generalmente, no es algo bueno. Bajo corriendo las escaleras y entro en el primer ascensor abierto. Apenas abiertas las puertas del ascensor, me meto en la sala del tribunal zigzagueando entre la audiencia y los periodistas, entro justo a tiempo.

<<En nombre del pueblo italiano, considerados los artículos 523 y siguientes, así como el artículo 350 del código de procedimiento penal, declaro a los imputados absueltos porque el hecho no constituye delito y ordeno la liberación inmediata de los bienes confiscados por la fiscalía>>.

Me siento temblar de felicidad, no me creo lo que oyen mis oídos. Inmediatamente recibo el abrazo de Leone y Grosso mientras en la sala se oye el llanto de los familiares de los ex acusados y el fuerte murmullo de los periodistas... ¡He ganado! ¡Ahora el éxito me espera!

Capítulo 3
El caso

(Tancredi)

En algún lugar del mundo, hace miles de años, alguien teorizó el capitalismo. Esa teoría económica fue probada y dio origen a las primeras formas de negocio. Algunas de estas han crecido y, siempre en nombre de la teoría, han ganado algo de dinero para meter en el cerdito. Una parte todavía más pequeña del resto que se desarrollaron, descubrió un buen día que la hucha en la estantería ya no era suficiente para atesorar sus propias ganancias, que todo ese tiempo se habían multiplicado de un modo obsceno, y creyeron que era mejor comprarse un banco para custodiarlas.

Obviamente, no estamos aquí para enfocarnos en formas, más o menos legales, como, por ejemplo, la usura financiera, con la que algunas empresas han amasado tanta fortuna, pero tengamos en cuenta que, cuanto más grandes son sus fortunas, mayores son sus intereses.

En este mar de pirañas donde cada uno sobrevive tratando de dar el primer mordisco, se colocan la compañía farmacéutica Dreddson & Co. y el doctor Francisco Alvarado.

Esta es, al menos, la idea de Richard Smithson para contar los antecedentes legales de este caso.

Hace unos diez años la compañía Dreddson, que se enorgullece de invertir en investigación mil millones de libras al año, presentó al joven y prometedor científico entre sus filas, proporcionándole un salario que oscilaba ligeramente por debajo del producto interior bruto del Principado de Mónaco.

Francisco Alvarado, con su título en la universidad John Hopkins y dos masters, uno en oncología gastrointestinal en Harvard y el otro en oncología tiroidea en Cambridge, se presentaba con las credenciales en regla para descubrir la cura contra el cáncer y, por supuesto, Dreddson había cultivado esta pasión con un propósito profundamente humanitario: ganar una cantidad ingente de dinero. En el transcurso de una semana le habían entregado un laboratorio súper equipado, un automóvil, un teléfono móvil y, sobre todo, una misión. Crear un fármaco contra el cáncer con el que poder invadir el mercado.

La joint-venture de los dos había sido duradera y no sin satisfacción. Alvarado progresaba año tras año, incluso si la medicina milagrosa aún no había llegado. En resumen, todo iba bien encaminado, hasta que, según lo que dice el gigante farmacéutico, Alvarado hizo sus maletas y voló al sur del Canal dejando un dedo medio levantado como carta de renuncia.

Por supuesto, el coloso de la salud había vinculado, bajo un contrato de hierro, cualquier descubrimiento o producto final que el querido Alvarado hubiera sacado de su volcánico cerebro, por lo que mantenía que la pérdida del jefe de investigación era un problema de algún modo recuperable, y no había preocupado demasiado por su destino. O, al menos, esto sucedió antes de que algún ratón de laboratorio de Dreddson abriera la página 47 del British Medical Journal y descubriera con horror que Salus S.p. A., una compañía farmacéutica que opera principalmente en Italia, con sede legal en Nápoles, estaba a punto de presentar en el foro médico-científico italiano una cura revolucionaria contra el cáncer metastásico intestinal.

Lo que más sorprendió a Dreddson no fue tanto la noticia en sí, sino el nombre del doctor a quien Salus había confiado la investigación. Al parecer Alvarado había cambiado de país pero no de profesión.

Y esta es, en resumen, la razón por la cual Dreddson se ha puesto en contacto con nosotros>>, comenta Richard antes de apurar el último sorbo de su pésimo café. Cruzo lentamente las piernas y respiro profundamente.

<<Déjame adivinar. Debemos evitar que dicho fármaco salga al mercado en el caso de que esté aprobado por las autoridades italianas>>.

<<En esencia, sí. La compañía Dreddson tiene motivos para creer que Alvarado ultimó su fármaco gracias a los resultados científicos obtenidos de su trabajo con ellos y los utilizó para finalizar su investigación con Salus. Pero dado que esos resultados se basaron en un contrato vinculante...>>

<<...quedan automáticamente cubiertos por el secreto industrial>>, acabo. Smithson asiente con la cabeza.

<<Exactamente>>. Me froto la mejilla distraídamente, aprovechando una sonrisa reprimida.

<<Podrían pedirnos que abramos las aguas del Mar Rojo ya que se ponen>>.

<<¿Mi novato favorito tiene alguna duda?>>, se burla de mí.

<<Más de una para ser sinceros>>.

Richard deja su vaso ya vacío y une las manos.

<<Dispara>>

<<En primer lugar, llevará tiempo. No será suficiente con ir a ver a la compañía Salus y pedir que paren las máquinas. Normalmente bastaría con hacer valer el derecho de patente pero, dado que estoy aquí, significa que Dreddson no tiene la patente sobre todo el procedimiento clínico. ¿Estoy en lo cierto?>>. Smithson sonríe.

<<Muy bien>>, responde.

<<Entonces, esto significa que debemos esperar a que el Ministerio de Sanidad dé su consentimiento para la comercialización, solicitar un extracto del proceso clínico llevado a cabo por Alvarado y demostrar que, básicamente, este plagia el patentado por Dreddson. ¿Voy por buen camino?>>

<<Magníficamente>>, dice balanceándose en su silla.

<<Después de eso, tendremos que acudir a las autoridades europeas para solicitar la protección de la propiedad intelectual y a las italianas la retirada del fármaco>>.

<<Presiento que se acerca un "pero">>, me anticipa.

Observo el borde de su escritorio de nogal mientras considero todos los puntos de vista.

<<Pero nos llevará siglos obtener el ensayo clínico realizado, siempre y cuando admitiendo que nos lo den. Además, tendremos que evaluar por medio de un perito privado si el procedimiento médico seguido fue determinante o no para la elaboración del fármaco, y esto conlleva un riesgo considerable>>.

<<Continúa>>, me incita acompañando la frase con las manos.

<<Dejando de lado que estos chicos te cobran hasta por respirar, en cualquier caso nos veremos obligados a depositar los resultados, nos den la razón o no>>.

<<Buena observación...>>, dice sarcásticamente. <<¿Algo más?>>

<<Sí, si yo fuera ellos, trataría de manipular los ensayos clínicos, poniendo en evidencia valores químicos diferentes de los protegidos por la patente de Dreddson>>.

Richard tiene ahora una sonrisa de oreja a oreja.

<<Tu cinismo visceral es música celestial para mis oídos>>, ataca con tranquilidad. Se aclara la garganta y toma la palabra.

<<Ahora has destacado con precisión todos los problemas. ¿Has evaluado alguna solución?>>, pregunta con sinceridad.

<<Lo más fácil sería evaluar un acuerdo con Salus. Ellos se quedan con el fármaco, pero nos reconocen un porcentaje de las ganancias>>.

<<Genial, pero para sacar adelante una negociación productiva se debe tener una moneda de cambio. ¿Tenemos algo que ofrecerles, aparte de nuestro afecto indiscutible?>>, pregunta, inclinándose hacia adelante.

<<Podríamos intentarlo con la buena y vieja amenaza. El temor de ser inmiscuidos en una demanda millonaria podría inducirlos a llegar a un acuerdo>>. Richard cierra los ojos y mueve la cabeza lentamente.

<<Razona chaval. Si este fármaco sale a la venta, será un diluvio de millones que les lloverán del cielo. Si estuvieras en su lugar, ¿no correrías algún riesgo teniendo en cuenta que de nuestra parte, según tu análisis, tenemos únicamente una patente limitada sobre el procedimiento?>>

<<¿Por qué dices "según tu análisis"? ¿Tenemos algo más con lo que jugar aparte de la patente?>>

<<Yo diría que sí>>

<<¿El qué?>>

<<Veo que no me escuchas. Te he dicho que Alvarado ha pasado diez años en Dreddson. Diez largos años sin llegar a nada definitivo>>, de repente la niebla se disipa y entiendo a dónde quiere llegar.

<<¡El tiempo!>>. Richard une a sus manos en señal de aprobación.

<<No pueden mentir sobre eso>>, comento. Me relajo un momento en el sillón y afirmo.

<<¿Pero por qué me pides justo a mí que me encargue de esto? Ya tenemos a Harris como especialista en derecho de patentes>>

<<Primero, cuando se trata de cerrar un acuerdo, nadie es mejor que un joven chantajista con un extraño sentido del humor>>

<<¿Te refieres a alguien que conozco?>>, le contesto.

<<Absolutamente, no. Estaba pensando en voz alta>>, responde Richard sonriendo. <<Segundo, Salus tiene su base en Nápoles y tú, si no me equivoco, eres de allí>>.

Un ámbito de mi vida que dejé atrás.

<<Pero, sobre todo, eres el único de entre mis abogados habilitado también en Italia. En el caso eventual de contencioso, te las podrías apañar por ti mismo>>.

<<Entiendo. Entonces, ¿cuál es el siguiente movimiento? >>.

Richard estira la mano hacia el cajón de su escritorio, saca un sobre blanco sellado y me lo ofrece.

<<Vuelo reservado, hotel también. Coge tu cepillo de dientes >>, responde.

Abro el sobre sacando el billete para Nápoles y la confirmación de reserva del hotel.

<<¿Cuándo debería irme? >, pregunto sin ni siquiera leer las fechas.

<<¿Esta noche te vendría bien?>>. Durante un momento espero haberlo entendido mal.

<<Espera un minuto, ¿tendría que irme esta noche?>>, le grito.

Richard asiente arqueando una ceja.

<<En el vuelo de los seis, para ser exactos>>, sobresale hacia mí.

<<¡Pero no puedo! Tengo otras audiencias esta semana, tengo que organizar mis compromisos, citas...>>

<<...y un montón de otras mierdas para las cuales te puedo sustituir por alguien. Dreddson es un gran cliente y no quiero perderlo, por lo que tenemos que actuar con rapidez y decisión antes de que acudan a otro bufete. ¿Más preguntas?>>.

Agaché mi cabeza afligido. Cuando me fui de Italia hace años, siempre pensé que volvería sólo como turista un par de veces al año. Definitivamente, no me esperaba que mi regreso triunfal fuera esta noche.

<<Sí. ¿Me puede acompañar la secretaria?>>

Richard sonríe malvadamente: <<Ya te gustaría>>.

Sacudo de nuevo la cabeza un poco más visiblemente, molesto por esta irrupción en mi rutina cotidiana.

<<¿Qué debo hacer una vez allí? >>

<<¿Conoces a un tal abogado Ferrari, Riccardo Ferrari?>>.

De nuevo niego con la cabeza.

<<Ni idea>>

Smithson tuerce los labios.

<<Bueno, tendrás que ponerte en contacto con él. Es a él a quien ha acudido Salus>>.

Capítulo 4
Un nuevo cliente

(Ferrari)