Una noche con un príncipe - Anna Depalo - E-Book
SONDERANGEBOT

Una noche con un príncipe E-Book

ANNA DEPALO

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Pia Lumley, organizadora de bodas, se llevó un buen disgusto cuando el primer marido de la novia irrumpió en la ceremonia echándola a perder. Pero su malestar fue en aumento al fijarse en uno de los invitados al enlace: James Fielding, el hombre que le arrebató la virginidad tres años antes y desapareció robándole el corazón. Más atractivo que nunca, aseguraba haber dejado atrás sus años de calavera. Esta vez ella se propuso no ser la seducida sino la seductora. Pero no tardaría en descubrir algo que él había estado ocultando todo ese tiempo…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 178

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Anna DePalo.

Todos los derechos reservados.

UNA NOCHE CON UN PRÍNCIPE, N.º 1803 - agosto 2011

Título original: One Night with Prince Charming

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-680-1

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

Acababa de ser testigo de un descarrilamiento.

No en el sentido literal, pensaba Pia durante el banquete de bodas. Pero un desastre tal en sentido figurado es igual de terrible.

Es extraño presenciar tal cosa desde la nave de una iglesia, con metros de satén color marfil a la vista y el aroma de los lirios y las rosas entremezclándose en el aire del mes de junio.

Como organizadora de bodas que era había tenido que hacer frente a multitud de desastres. Novios que eran presa del pánico propio de antes del enlace. Novias que habían engordado tanto que no cabían en sus vestidos. Incluso una vez se había dado el caso de que un padrino se había tragado uno de los anillos. Pero nunca habría esperado que su amiga, tan práctica como era, se viera afectada por este tipo de problemas en su propia boda. Por lo menos, eso había pensado dos horas antes.

Los invitados se habían quedado boquiabiertos en sus bancos cuando el marqués de Easterbridge recorrió la nave y anunció que conocía una razón por la que la boda de Belinda Wentworth y Tod Dillingham no podía celebrarse. Y esa razón era que el apresurado y secreto matrimonio de Belinda con Colin Granville, actual marqués de Easterbridge, nunca había sido anulado.

La flor y nata de la sociedad neoyorquina se había quedado aturdida en bloque, pero nadie cometió la torpeza de protagonizar un desmayo, ya fuera real o fingido.

Algo que Pia agradeció. Poco puede hacer una organizadora de bodas una vez que el perro se ha comido la tarta, que un taxi ha salpicado de barro el vestido de novia o, como en este caso, que el marido legítimo de la novia, por el amor de Dios, decide presentarse en la boda.

Pia no se movió de la nave central. «Ay, Belinda, ¿por qué no me contaste nunca que te casaste en Las Vegas con el peor enemigo de tu familia, ni más ni menos?».

Pero en el fondo conocía la respuesta. Belinda estaba arrepentida de aquello. Pia pensó en cómo se estaría sintiendo ahora su amiga. Ésta y Tamara Kincaid, una de sus damas de honor, eran sus dos mejores amigas en Nueva York.

Se echó en parte la culpa a sí misma. Podría haber visto e interceptado a Colin, como habría hecho una buena organizadora de bodas. ¿Por qué no se había quedado a la entrada de la iglesia?

La gente se preguntaría por qué la organizadora del evento no se había preocupado de mantener al marqués de Easterbridge bien lejos e impedir una catástrofe pública que había arruinado la boda de su amiga y su propia reputación profesional.

Al pensar en el impacto que aquello tendría en su joven empresa, Pia Lumley Wedding Productions, sintió ganas de llorar.

La boda Wentworth-Dillingham debería de haber sido el evento más importante de su carrera. Se había establecido por su cuenta apenas un par de años antes, tras una larga trayectoria como asistente en una gran empresa de organización de eventos.

Aquello era horrible, una pesadilla. Tanto para Belinda como para ella misma.

Hacía cinco años había llegado a Nueva York procedente de una pequeña ciudad de Pensilvania, nada más terminar la universidad. Nunca había imaginado que su sueño de triunfar en Nueva York terminaría así.

Como para confirmar sus peores temores, después de que la novia, el novio y el marido de ella desaparecieran supuestamente para solucionar lo que no tenía solución, una señora de la alta sociedad se dirigió a ella.

–Pia, querida, ¿no viste que se acercaba el marqués? –le susurró la señora Knox.

Pia habría querido decir que no tenía ni idea de que el marqués era el marido de Belinda y que, en cualquier caso, si así era no hubiera servido de nada tratar de interceptarlo. Pero se calló por lealtad a su amiga.

Los ojos de la señora Knox refulgieron.

–Podrías haber evitado este espectáculo.

Era cierto. Pero Pia pensó que aun en el caso de que se hubiera propuesto detenerlo, el marqués parecía un hombre muy decidido, además de bastante más alto y corpulento que ella.

Así pues, decidió hacer lo único que estaba en su mano para tratar de salvar el día. Tras consultarlo rápidamente con miembros de la familia Wentworth, animó a los invitados a dirigirse a la recepción que se celebraba en el Plaza.

Y allí estaba, observando a los invitados y a los camareros que recorrían la sala sosteniendo fuentes de entremeses. El constante murmullo de las conversaciones la ayudó a relajar los hombros, aunque su cabeza seguía agitada.

Se concentró en su respiración, una técnica de relajación que había aprendido hacía tiempo para afrontar a novias en crisis y bodas estresantes.

Estaba segura de que Belinda y Colin encontrarían una solución. Podrían enviar un comunicado a los medios de comunicación que empezara con las palabras: «Debido a un desafortunado malentendido…».

Todo acabaría bien.

Volvió a pasear la vista en derredor y entonces vio a un hombre alto de cabello rubio oscuro al otro lado de la sala.

A pesar de que estaba de espaldas, a Pia le resultó familiar y un presentimiento hizo que se le erizara el vello de la nuca. Cuando se giró para hablar con un hombre que se le había acercado, Pia pudo verle la cara. Se quedó sin aliento. El mundo acababa de detenerse en seco.

Cuando pensaba que el día no podía ir peor, aparecía él. James Fielding, el hombre menos apropiado para ella.

¿Qué estaría haciendo allí?

No lo veía desde hacía tres años, cuando él entró y salió de su vida como un relámpago. Pero era imposible no reconocer a aquel adonis dorado y seductor.

Tenía casi diez años más que ella, que tenía veintisiete, pero el muy maldito no los aparentaba. Llevaba el cabello rubio más corto de lo que ella recordaba, pero seguía siendo igual de fuerte e impresionante con su más de uno noventa de estatura.

La expresión de su rostro era afectada, no divertida y despreocupada como lo había sido en el pasado.

Una mujer nunca olvida a su primer amor, sobre todo cuando éste desparece sin dar explicaciones.

Pia comenzó a andar hacia él sin darse cuenta. No tenía ni idea de lo que iba a decir, pero sus pies la impulsaban hacia delante mientras la ira recorría sus venas.

Al acercarse se percató de que James estaba hablando con un conocido gestor de fondos de cobertura de Wall Street, Oliver Smithson.

«Su Excelencia…», estaba diciendo éste.

Pia estuvo a punto de perder el equilibrio. ¿Su Excelencia? ¿Por qué iba alguien a dirigirse a James de ese modo? En aquella sala había una gran cantidad de aristócratas británicos, pero incluso a los marqueses se les trataba de milord. Que ella supiera, «Su Excelencia» era una forma de tratamiento reservada a… los duques.

¿Estaría bromeando Oliver Smithson? No parecía muy probable.

Tuvo un momento de duda, pero ya era demasiado tarde. James la había visto. Pia comprobó con satisfacción que la había reconocido.

Estaba muy apuesto con un esmoquin que resaltaba su espléndido físico. Sus rasgos faciales eran uniformes, si bien su nariz no era ni mucho menos perfecta. La mandíbula era firme y cuadrada. Unas cejas ligeramente más oscuras que el pelo enmarcaban unos ojos que la habían fascinado durante la única noche que pasaron juntos pues tenían la capacidad de cambiar de color.

De no haber estado tan airada, el impacto de tanta perfección masculina podía haberla dejado sin sentido. En su lugar, sintió un cosquilleo en las terminaciones nerviosas.

Era comprensible que hubiera sido una tonta tres años atrás, se dijo. James Fielding era puro sexo embutido en un atuendo civilizado.

–Nuestra encantadora organizadora de bodas –dijo Oliver Smithson, ajeno a la tensión que se mascaba en el ambiente–. Ha sido un giro imprevisible, ¿no cree?

Pia sabía que el comentario se refería al drama ocurrido en la iglesia, pero igual podría aplicarse a la situación que vivía en ese momento ya que nunca habría esperado encontrarse con James allí.

Smithson se dirigió a ella.

–¿Conoce a Su Excelencia, el duque de Hawkshire?

¿El duque de…?

Pia abrió los ojos como platos. ¿Así que era duque de verdad? ¿Sería verdad que se llamaba James?

Un momento, ella podía responder a esa pregunta, pues había visto la lista de invitados a la boda. Lo que no había sabido era que James Carsdale y el noveno duque de Hawkshire eran la misma persona.

Sintió que se mareaba.

James miró a Oliver Smithson.

–Gracias por intentar presentarnos, pero lo cierto es que la señorita Lumley y yo ya nos conocemos –dijo antes de dirigirse a ella–. Podéis llamarme Hawk; así lo hace casi todo el mundo.

Sí, se conocían íntimamente, pensó Pia amargamente. ¿Cómo se atrevía Hawk a adoptar esa actitud tan serena y arrogante?

–S-sí, ya ha tenido el placer –respondió ella elevando la barbilla.

Se ruborizó de inmediato. No le había salido el sofisticado juego de palabras que pretendía. Al contrario, había quedado como una niña nerviosa e ingenua. Le fastidió haber tartamudeado. Había visto a un terapeuta durante años para eliminar ese defecto del habla originado en la infancia.

Hawk, que había captado el mensaje, entornó los ojos y le lanzó una mirada intensa y sensual que hizo que a Pia se le tensaran los pechos y el abdomen.

–Pia.

Al oír su nombre pronunciado por aquellos cincelados labios se sintió invadida por una oleada de recuerdos. Una noche de apasionado sexo entre las blancas sábanas de su cama…

–Qué placer tan… inesperado –dijo Hawk haciendo una mueca con los labios, como si estuviera siguiéndole el juego.

Antes de que ella pudiera contestar, un camarero se detuvo junto a ellos y les ofreció una fuente de canapés de baba ghanoush.

Pia miró los aperitivos y decidió ir a por todas.

–Gracias –dijo al camarero y, volviéndose hacia el duque, sonrió con dulzura–. Tiene un sabor delicioso. Que aproveche.

Y, sin más dilación, le esturreó el puré de berenjenas por toda la cara. A continuación se dio la vuelta y se encaminó hacia la cocina del hotel.

Mientras avanzaba registró débilmente las miradas asombradas del gestor y de otros invitados antes de abrir las puertas giratorias de la cocina. Si su reputación profesional no estaba arruinada todavía, ahora iba a quedar por los suelos. Pero merecía la pena.

Hawk tomó la servilleta que le tendía un diligente camarero. –Gracias –dijo con flema típicamente aristocrática mientras se limpiaba el baba ghanoush de la cara. –Vaya, vaya… –acertó a decir Oliver Smithson.

–Está delicioso, aunque un poco agrio.

Se refería tanto al aperitivo como a la pequeña y explosiva mujer que se lo había proporcionado. Se preguntó dónde se habría metido su amigo Sawyer Langsford, conde de Melton, pues no le vendría mal su ayuda para calmar los caldeados ánimos. Sawyer era pariente lejano del novio, además de un buen amigo de Easterbridge.

Hawk se dio cuenta de que Smithson lo miraba con curiosidad, preguntándose sin duda qué decir en un momento tan embarazoso como aquél.

–Discúlpeme –dijo y, sin esperar respuesta, se fue detrás de Pia.

Pensó que no debería mostrar tan poco interés en un buen contacto de trabajo, pero tenía un asunto urgente del que ocuparse.

Empujó la puerta giratoria de la cocina y entró en ella. Pia se giró para mirarlo.

Estaba igual de atractiva que el día en que se conocieron. Su cuerpo, compacto y curvilíneo, estaba enfundado en un ajustado vestido de satén. Tenía el cabello rubio oscuro recogido en un práctico pero glamuroso moño. Y luego estaba su piel, suave como la seda, sus sensuales labios y aquellos ojos color ámbar pálido. Unos ojos que lo miraban relampagueantes.

–¿H-has venido a buscarme? –preguntó Pia–. Pues llegas tres años tarde.

Hawk admiró su espíritu combativo.

–He venido a comprobar cómo estabas. Te aseguro que si hubiera sabido que estabas aquí…

Los ojos de Pia se abrieron enfurecidos.

–¿Qué habrías hecho? ¿Salir corriendo en dirección contraria? ¿No habrías aceptado la invitación a la boda?

–Este encuentro ha sido tan inesperado para mí como para ti.

Lo cierto es que no la había visto hasta que ella se había acercado a él durante el banquete. En la iglesia había cuatrocientos invitados, más una persona a la que claramente no había invitado nadie. Y todo el mundo, incluido él, se había quedado boquiabierto ante la presencia de Easterbridge. ¿Quién se habría imaginado que la novia tenía un marido escondido, que no era ni más ni menos que el marqués terrateniente más célebre de Londres? Pero aquello no había sido nada comparado con la sorpresa de encontrarse con Pia y ver la mezcla de sorpresa y dolor en su rostro.

–Inesperado y desafortunado; de eso estoy segura, «Excelencia» –replicó Pia–. No recuerdo que mencionaras tu título la última vez que nos vimos.

–En aquel momento no había heredado el ducado.

–Pero tampoco eras James Fielding a secas, ¿verdad? –contraatacó.

Él no supo qué decir, por lo que se quedó callado.

–¡Ya me lo temía! –saltó ella.

–Mi nombre completo es James Fielding Carsdale y ahora soy el noveno duque de Hawkshire. Antes era Lord James Fielding Carsdale o, simplemente, «Señoría», aunque prefería prescindir del título y de la formalidad que éste conlleva.

Lo cierto era que en sus días de playboy se había acostumbrado a ir de incógnito bajo el sencillo nombre de James Fielding, algo que le ahorraba la compañía de molestas cazafortunas, hasta que finalmente la farsa y su hábito de desaparecer sin dar explicaciones había herido a alguien: Pia.

No se había convertido en el heredado del título ducal de su padre hasta que su hermano William, su hermano mayor, murió en un trágico accidente. Se había limitado a ser Lord James Carsdale, el hijo pequeño y despreocupado que se había sacudido de encima las responsabilidades inherentes a la condición de duque. Había tardado tres años, durante los cuales asumió dichas responsabilidades, en darse cuenta de lo desconsiderado que había sido y del daño que había causado. Especialmente a Pia. Se alegraba de volver a verla, de tener la posibilidad de arreglar las cosas.

Pia frunció el ceño.

–¿Estás sugiriendo que tu comportamiento es excusable sólo porque me diste tu verdadero nombre?

Hawk suspiró.

–No, estoy intentando confesarte la verdad, por si sirve de algo.

–No sirve de nada –le informó ella–. La verdad es que te tendría totalmente olvidado de no ser porque se me ha presentado la oportunidad de preguntarte por qué desapareciste sin dejar rastro.

Estaban empezando a atraer las miradas curiosas de cocineros y camareros.

–Pia, ¿podemos hablar de todo esto en otro sitio? –preguntó Hawk mirando en derredor–. Estamos contribuyendo al melodrama del día.

–Créeme cuando te digo que he estado en suficientes bodas como para saber que esto no es en absoluto un melodrama. Un melodrama es cuando la novia se desmaya en el altar o cuando el novio se va de luna de miel él solo. ¡No cuando la organizadora de bodas discute con un ligue de una noche que además es un patán!

Hawk se quedó callado. No cabía duda de que Pia estaba muy enfadada. Seguramente, el trastorno de la boda la había afectado más de lo que estaba dispuesta a admitir. Y, por si eso fuera poco, él había vuelto a aparecer en su vida.

Pia cruzó los brazos y dio un taconazo en el suelo.

–¿Siempre sales huyendo la mañana después?

No, sólo de la única mujer que había resultado ser virgen, o sea, ella.

Se había sentido atraído por su rostro en forma de corazón y su curvilínea figura. A la mañana siguiente se dio cuenta del lío en el que se había metido.

Hawk no se enorgullecía de su comportamiento. Pero ya no era el que había sido.

Aunque todavía se moría de ganas de acercarse a ella, de tocarla…

Apartó el pensamiento de su mente. Se acordó del rumbo que había tomado su vida desde que se convirtió en duque, y ese rumbo no incluía volver a fastidiarle la vida a Pia. Esta vez, deseaba compensarla por lo que había hecho, por la ofrenda que ella le había hecho sin él saberlo…

Se inclinó hacia ella.

–¿Quieres que hablemos de secretos? –preguntó en voz baja–. ¿Cuándo habías pensado informarme de que eras virgen?

El pecho de Pia subía y bajaba agitadamente.

–O sea, que ahora tengo yo la culpa de que te largaras…

Él enarcó una ceja.

–No, pero admitamos que ninguno de los dos fuimos del todo sinceros aquella noche.

Tras acompañarla a su apartamento, un pequeño estudio en el barrio noreste de Manhattan, se habían comportado con responsabilidad antes de intimar. Él había querido dejarle claro que estaba limpio y a cambio ella le había permitido arrebatarle su virginidad… sin querer.

Maldita sea. Ni siquiera en sus días de joven irresponsable había deseado ser el primer amante de una mujer. No quería recordar ni ser recordado. No cuadraba con su estilo de vida despreocupado.

Ella aseguraba haberlo olvidado. ¿Sería verdad o lo habría dicho por orgullo?

Porque él no había conseguido sacársela de la cabeza, y bien que lo había intentado.

Como respondiendo a su pregunta Pia lo miró con callada furia y se dio la vuelta.

–E-esta vez, soy yo la que se va. Adiós, Excelencia.

Se internó en las profundidades de la cocina, dejando a Hawk cavilando a solas sobre el fortuito encuentro, la puntilla a un día verdaderamente terrible.

Pia se había quedado perpleja por su inesperada aparición y el descubrimiento de su verdadera identidad. Pero también estaba preocupada: la «casi boda» de Belinda no iba a tener buenas consecuencias para su empresa. Y la manera en que Pia le había hecho probar el baba ghanoush delante de algunos estupefactos invitados no contribuía a mejorar las cosas.

Era obvio que Pia necesitaba ayuda. Y, a pesar del incidente de la berenjena y de la acalorada discusión que habían mantenido, él se sentía en la obligación de arreglar las cosas.

Con esa idea en mente, Hawk comenzó a idear un plan.

Capítulo Dos

Cuando Pia regresó a casa tras la recepción en el Plaza no trató de volver a exorcizar a Hawk de su vida. Al contrario, tras apartar a Mr. Darcy, su gato, de la silla que tenía frente al ordenador, abrió Google y escribió el nombre y el título de Hawk.

James Fielding Carsdale, noveno duque de Hawkshire.

Internet no la decepcionó, pues le ofreció multitud de resultados en pocos segundos.

Hawk había fundado Sunhill Investments, un fondo de cobertura, hacía tres años, poco después de haberle arrebatado su virginidad y desaparecer. La empresa iba bien y Hawk y sus socios se habían hecho multimillonarios. Qué rabia. Le costaba aceptar que después de haberla dejado tirada le hubiera sonreído la fortuna en lugar de sentir la ira de la justicia cósmica.

Sunhill Investments tenía sede en Londres, pero había abierto una oficina en Nueva York recientemente. La presencia de Hawk a ese lado del Atlántico podía pues deberse a algo más que el enlace Wentworth-Dillingham.

Pia siguió investigando mientras rascaba las orejas de Mr. Darcy. Lo había adoptado hacía tres años y vivía con ella en el apartamento de dos habitaciones al que se acababa de mudar en la parte más modesta del barrio noreste de Manhattan.

El hecho de que el apartamento fuera de renta fija y desgravable le permitía pagar un espacio situado en los límites del mundo en el que ella quería introducirse: el de las escuelas privadas para futuras debutantes, familias adineradas y edificios custodiados por porteros con gorra y uniforme.

Había decorado el apartamento con elegancia e imaginación pues a veces recibía visitas de clientes potenciales. Pero la mayor parte de las veces era ella la que se desplazaba a ver a sus clientas en sus elegantes y lujosas casas.

Hizo clic con el ratón. Unos minutos después apareció en pantalla un viejo artículo del Diario Social de Nueva York que hablaba de Hawk. Salía una fotografía de éste entre dos modelos rubias, con una copa en la mano y un brillo pícaro en la mirada. Según el artículo, Hawk frecuentaba los círculos sociales de Londres sobre todo y, en menor medida, de Nueva York.