Una noche de ensueño - Lilian Darcy - E-Book
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Una noche de ensueño E-Book

Lilian Darcy

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Beschreibung

Tenía el vestido perfecto, los zapatos ideales... y un gran secreto. Resultaba que Lady Catrina no era más que la pobre Catrina Brown, y no pintaba nada en aquel lujoso baile en el que se había colado. Tenía una misión descabellada, pero creía que podría conseguirlo, hasta que vio a Patrick Callahan al otro lado del salón. Aquel apuesto y millonario soltero era todo lo que ella despreciaba en un hombre... ¿o no? Con aquella ardiente mirada, Catrina sabía que Patrick era capaz de ver a través de ella y de su ridículo disfraz. Al llegar la madrugada, ¿acabaría Patrick desenmascarando a la impostora? ¿O haría que aquella noche de ensueño continuara hasta el amanecer, e incluso después?

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Seitenzahl: 168

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Melissa Benyon

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Una noche de ensueño, n.º 1287 - abril 2015

Título original: Cinderella After Midnight

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6348-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Ya he localizado el objetivo, Número Uno.

Aquellas palabras flotaron en el aire como un pañuelo de seda al viento, pero el sonido de las cuchillas sobre el hielo ahogó el mensaje. Una patinadora elegantemente vestida dio un giro con estilo y volvió a pasar al lado de Catrina Brown.

—Repito, Número Uno. He localizado el objetivo —insistió con un tono misterioso.

Catrina, que ya estaba bastante nerviosa, perdió la paciencia.

—Jill Brown —susurró enfadada—, ¿quieres dejar de tratar esto como si fuera una película de espías y decirme dónde está? ¿No crees que si alguien nos oyera «he localizado el objetivo» suena bastante más sospechoso que un «le apetece tomar algo, señora»? No te olvides que eres una simple camarera.

Jill hizo una mueca.

—Qué pena. Con lo bien que me lo estaba pasando.

Con un movimiento de caderas, Jill colocó las cuchillas lateralmente sobre el hielo y se paró al lado de Cat. Después, balanceó con habilidad una bandeja con bebidas burbujeantes delante de ella.

—Pues yo no —respondió Cat— Tienes que ayudarme a mezclarme, hermanita. Ese es tu cometido. Pixie hizo un trabajo estupendo con este vestido, esa fue su función.

Priscila Treloar, la prima de Cat de sesenta y dos años, conocida por todos como Pixie, sabía coser a las mil maravillas. Había sido la encargada de confeccionar el vestuario de una compañía nacional de ballet durante más de treinta años. Pero su salud empezó a fallarle y tuvo que retirarse. La mujer había insistido en que la perfección del vestido de Cat era la clave para que el plan de esa noche tuviera éxito. Cat presentía que tenía toda la razón.

Tocó los cristales de uno de los tirantes. A parte de los tirantes y del reborde de la falda, bordados con pequeños cristales, el resto del vestido era negro y de seda de imitación. Su efecto glamuroso residía en la sencillez del corte y en que se ajustaba al cuerpo de Cat a la perfección.

Los cristales producían haces de luz con el movimiento y, si no te acercabas mucho, el corte y la tela hacían parecer al vestido un modelo de diseño exclusivo. Esa noche, allí había unos cuantos de ese tipo.

—Mi trabajo consiste en hacerme pasar por Lady Catrina. Sé imitar el acento aristocrático a la perfección; llevo muchos años viendo series británicas. Sé que puedo hacerlo. Todo lo que tú tienes que hacer es decirme en qué mesa está sentado el concejal Wainwright. Este asunto es demasiado importante para nosotras para que lo trates como un juego, Jilly. No podemos permitir que la prima Pixie pierda su casa.

El calor con el Cat pronunciaba el nombre de la prima de su madre revelaba el cariño que sentía por aquella mujer. Sus dos hermanastras, Jill y Suzanne, sentían lo mismo, aunque con ellas no había un parentesco de sangre.

—Perdona. Tienes razón —después, cambió el tono al ver que una pareja se acercaba—. Yo le recomiendo el blanco espumoso, señora.

—Muchas gracias —respondió Cat con gracia, y tomó una copa.

—Está en la mesa de la esquina del fondo —le informó Jill en cuanto pudo hablar—. Cerca de la pista de baile. Está con un grupo de personas.

—Será mejor que me acerque a él.

—Sí. Porque según tu informe, no suele quedarse hasta muy tarde —dijo con una sonrisa.

A pesar del sermón de Cat, no había podido evitar que la palabra «informe» se le escapara de los labios; después de todo, así era como ella lo llamaba cada día.

—Perdona, Cattie.

Esta vez, Catrina no quiso darle importancia.

—Deséame buena suerte.

—¡Muchísima suerte, Lady Catrina! Esto es muy importante para todos nosotros.

—Y será mejor que no te dirijas a mí durante el resto de la noche, a menos que sea algo importante.

—De acuerdo. Hasta luego.

Jill se deslizó hasta una mesa cercana para ofrecer las bebidas que llevaba en la bandeja.

Cat avanzó con cosquillas en el estómago y las mejillas ruborizadas por el efecto de la adrenalina. Pero ya no estaba nerviosa porque sabía que lo iba a conseguir.

«Lo voy a hacer muy bien. Voy a convencer al concejal para que vote contra el plan de reorganización urbanística en la asamblea de agosto. Y no tendrá ni idea de que todo ha sido planeado».

Caminó por la pista de patinaje, sobre la alfombra que habían colocado encima del hielo. Tenía que concentrarse en su papel de Lady Catrina Willoughby-Brown, un miembro de la aristocracia británica.

La pista de patinaje del condado de Madison tenía un aspecto increíble esa noche. Nada que ver con el aspecto corriente de cada día. En el centro de la pista habían colocado una enorme fuente de la que salía champán y, alrededor, había esculturas de hielo representando las obras de artistas famosos como Rodin o Miguel Ángel.

Alrededor de la fuente, había una tarima circular de madera brillante dispuesta a modo de pista de baile. Y, en el borde más exterior de la pista de hielo, estaban patinando los empleados y los invitados que se atrevían a hacerlo. Finalmente, por fuera de la pista, las gradas habituales se habían retirado para la ocasión y, en su lugar, había dos filas de mesas perfectamente decoradas e iluminadas con velas.

Desde el suelo hasta el techo, las pareces estaban forradas con tela negra. Y en el techo brillaban haces de luces de color dorado y rosa pálido. En un extremo del recinto, había una orquesta tocando música de baile.

Catrina se olvidó del decorado y se centró en su objetivo.

En efecto, tal y como le había dicho Jill, allí estaba Wainwright. El concejal Earl P. Wainwright, para ser más precisos. Estaba sentado con otras seis personas, cuatro hombres y dos mujeres, en una de las mejores mesas. Cat lo tenía todo muy bien planeado y no dudó un instante.

Primero, saludó a un conocido imaginario dos mesas más atrás. Después, su atención recayó en el hombre que estaba sentado junto al concejal, como si acabara de reconocerlo. Cambió de dirección de forma brusca y se dirigió con paso firme hacia el total desconocido. Llevaba su copa de vino en la mano y una sonrisa espectacular dibujada en el rostro.

Pero, entonces, de manera inesperada, los ojos del extraño coincidieron con los suyos durante un instante. Su mano tembló un poco y derramó un par de gotas de la copa. El hombre estaba mirándola y eso era algo que no había planeado. Por un momento, su mente se desvió de su objetivo. El cuerpo musculoso del hombre estaba relajado en su asiento y en su rostro había una débil sonrisa. Por alguna razón se sintió confundida y…

«No pienses en él», se dijo rápidamente. «Él no tiene ninguna importancia. Solo forma parte del primer minuto de tu estrategia».

—¡Alasdair! —pronunció con su acento aristocrático.

Esa vez, no permitió que los ojos azules del hombre coincidieran con los suyos. En lugar de eso, su mirada se dirigió a su frente, a sus labios y a su poderosa mandíbula.

—¡Qué suerte encontrarte aquí! ¡Fantástico! ¡Absolutamente fantástico!

—Hum… Sí —respondió Patrick Callahan, director general de Sistemas Informáticos Callahan—. Fantástico.

Con cierto deleite y un poco de miedo, vio cómo una rubia escultural vestida de negro se sentaba en el asiento de al lado. En realidad, ya se había fijado un poco en ella. Bueno, para ser sinceros, algo más que un poco.

Estaba atrapado en aquella mesa porque había dos o tres personas que podían convertirse en potenciales clientes para la empresa y estaba intentando, sin mucha suerte, no aburrirse.

No entendía muy bien por qué veía la fiesta como una tarea ardua, la mayoría de la gente habría estado encantada de recibir la invitación.

Mirabeau era el nombre de unas famosas bodegas de California que había dado con una novedosa estrategia de márketing. Ese baile sobre una pista de hielo estaba teniendo lugar en varias ciudades de los Estados Unidos a la vez. La publicidad que le había hecho era ensordecedora. Solo se podía asistir con invitación y la lista de invitados había sido confeccionada con una intrigante mezcla de personajes ricos, influyentes y famosos.

Patrick no estaba muy seguro del motivo por el que habían llegado a su empresa dos invitaciones. Quizá había sido porque una revista local lo había elegido Soltero del Año. O tal vez porque últimamente se lo había visto con la heredera millonaria de los hoteles Wentworth y con la ex mujer de un senador.

De buena gana, habría rechazado la invitación, pero su hermano, Tom, le había recordado las posibilidades de contactar con nuevos clientes. Había aceptado, pero se negó a llevar una acompañante. En aquel momento, no estaba con nadie; aunque, en realidad, nunca estaba con nadie mucho tiempo.

Si Tom quería que hiciera contactos, lo mejor sería que fuera solo.

De alguna manera, el papel de relaciones públicas de la empresa había recaído sobre él durante los dos últimos años, desde la boda de Tom. El pequeño de los hermanos y tercer accionista, Connor, también estaba a punto de caer en las redes del matrimonio en septiembre. Lo peor de todo era que no lograba convencer a sus hermanos de que ya estaba cansado de esas fiestas.

«Quizá sea porque no se lo has explicado claramente», le dijo una pequeña voz interior. Tom no tenía ni idea de lo insatisfecho que Patrick se sentía con la vida que llevaba. Tampoco sabía que en realidad los envidiaba a ellos.

—De acuerdo, si no quieres llevar a nadie, seguro que encuentras a alguien en la fiesta. Probablemente, Abigail Wakefield estará allí y Diane Crouch, Lauren Van Shuyler…

—Creía que iba de relaciones públicas de la empresa… De todas formas, Lauren no encaja en esa lista; es una amiga.

—Bueno, tú eres un hombre con muchos recursos. Seguro que puedes hacer las dos cosas.

Tema zanjado. Aparentemente. Y ahora estaba allí, intentando hacer de relaciones públicas, mientras su espíritu estaba a miles de kilómetros de distancia.

Así que la aparición de la mujer vestida de negro había roto el tedio, incluso antes de que supiera que se iba a sentar en su mesa. Cuando sus miradas se encontraron, minutos antes, sintió algo misterioso, un interés repentino. Y eso no era algo que él admitiera fácilmente…

—Pero me temo que se ha equivocado… —comenzó a decir él.

¿Por qué sería que no le apetecía desilusionarla? Entonces, notó que ella también se había dado cuenta del error.

La mujer se llevó las manos a la boca en un gesto muy teatral y después las volvió a dejar caer.

—Lo siento muchísimo. Pensé que usted era Alasdair Corliss-Bryant, un viejo amigo de Gloucestershire. Pero ahora veo que me he equivocado…

—Siento decepcionarla —respondió Patrick.

Enseguida, notó que, a su izquierda, el concejal Earl P. Wainwright estaba escuchando atentamente a la recién llegada. Aunque no era de sorprender porque la señorita Inglaterra era preciosa.

Patrick hizo una valoración fría. Aunque, no tan fría como le hubiera gustado.

Tenía unos veinticinco años, demasiado joven para Wainwright, pero eso no parecía molestar al hombre. Una melena rubia enmarcaba su cara y sus ojos brillaban como el azúcar moreno fundiéndose al fuego. Tenía las pestañas largas y un vestido que se ajustaba como un guante a su espléndida figura.

Por supuesto, él ya había visto todo eso antes, decidió Patrick. ¡Claro que sí! Lo había visto más grande, mejor y más sexy.

Aun así, estaba intrigado. No por el embalaje sino por la motivación. Nadie se había fijado en su representación, pero él sí. Estaba claro que era una actuación. Lo cual le hacia preguntarse unas cuantas cosas.

Por ejemplo: ¿por qué había pretendido reconocerlo? El discurso sobre el tal Alasdair Corleone No-sé-qué había sido bastante complicado. Le sorprendía que hubiera elegido esa estrategia. Demasiado elaborada. Innecesaria.

Patrick frunció el ceño.

¿No habría sido más sencillo tropezar con la alfombra y aterrizar sobre sus rodillas? Una mujer de ese tipo no iba a escatimar un vaso de vino y una factura de la tintorería por una buena causa.

¿Y por qué ese acento tan complicado? Era bueno, muy bueno. Sin embargo, él no se lo creía. Entonces… ¿Por qué…?

Siguió considerando el tema, disfrutando por tener algo en lo que pensar.

Probablemente, era por lo del asunto del Soltero del Año. Odiaba la publicidad que esa tontería le había ocasionado. Recientemente, se habían publicado un par de libros destinados a las cazafortunas. Quizá, todo eso estaba descrito en un capítulo de uno de ellos: «Capta su atención haciéndote pasar por un miembro de la aristocracia británica».

Pensó con cierto deleite en lo que iba a hacer con ella. Por un lado, podía descubrirla inmediatamente; se lo merecía. Pero, por otro lado, sintió la tentación de seguirle el juego.

Se acababa de decir por la segunda opción, cuando descubrió algo bastante sorprendente. Él, Patrick Simon Callahan, de treinta y seis años, con una fortuna de más de veinte millones de dólares y un montón de atractivos personales, no era el objetivo de Lady Ojos-de-Miel.

—¡Concejal Wainwright! Encantada de conocerlo —dijo ella acabando con la ronda de presentaciones formales. Patrick no había prestado mucha atención a lo que estaba sucediendo, hasta ahora.

—Lady Catrina, es un honor —contestó el hombre, entusiasmado—. Me encanta su país. Voy a Inglaterra cada vez que tengo una oportunidad. De hecho, quizá usted conozca a alguno de mis amigos.

—¿De verdad? Eso sería genial

Estaba apoyada sobre la mesa, dejando a Patrick de lado. Llevaba un escote moderado y de buen gusto que revelaba una buena porción de su piel sedosa. Tenía la cálida mirada de miel fija en el concejal y asentía entusiasmada a las palabras del hombre, negaba conocer a sus amigos y le ofrecía lo que debían ser, sin lugar a dudas, nombres inventados por ella misma. ¿Lord Peter Devries? ¿La honorable Amanda Fitzhubert?

Por algún motivo, el terrible esfuerzo que estaba haciendo por cazar al hombre totalmente equivocado irritó a Patrick hasta la médula. Debería apuntar más alto. Debería apuntarlo a él.

Aparte de algunas consideraciones como la edad, el aspecto físico y la compatibilidad de caracteres, Patrick le llevaba una gran ventaja al concejal en lo que más le importaba a una mujer como aquella: la cuenta bancaria.

No es que él midiera su masculinidad en términos financieros. Él no venía de una familia rica, sino de una familia sólida que daba más importancia a otros valores como el honor, el amor y la caridad cristiana.

De vez en cuando, había adoptado una actitud cínica con respecto a esos valores, pero en su fuero interno, creía en ellos. Últimamente, había empezado a comprender que si no estaba todavía casado, como algunos de sus siete hermanos, era porque no podía respetar o amar a una mujer para la que el dinero y la aparición pública en las revistas fueran el fin último de todas sus acciones.

Lo triste de todo el asunto era que cuando a uno se le conoce como un joven rico, atrae a manadas a mujeres de ese tipo.

La supuesta Lady Catrina era claramente una de ellas. Ese era su principal defecto. El otro era que estaba haciéndolo todo mal.

No había ninguna excusa para lo que Patrick dijo a continuación:

—¿Quiere bailar?

La súbita pregunta interrumpió una conversación melosa que estaba teniendo lugar entre el concejal y Lady Catrina.

Esta última se volvió hacia él con el ceño fruncido. Tenía toda la razón para mostrarle ese gesto; su interrupción había sido de lo más brusca.

Aun así, Patrick se sorprendió a sí mismo al encontrarse pronunciando una disculpa:

—Lo siento. Cuando acaben su conversación, por supuesto.

—No, no… —dijo Wainwright haciendo un gesto paternal con una mano—. Sáquela a bailar, amigo.

—Por favor, concejal Wainwright, acabe con su historia —arrulló Lady Catrina.

Ni siquiera había mirado a Patrick, que, en ese momento, estaba presionado contra el respaldo de su silla por la obstinada determinación de ella de eludirlo. Su hombro desnudo y precioso estaba al lado de la cara de él, tan cerca, que él podría haberlo acariciado con los labios si hubiera querido.

Y no quería, se recordó a sí mismo.

—Por Dios, Earl, no. La historia no tiene ningún interés —dijo una mujer al otro lado de la mesa que estaba mirando a Lady Catrina de forma sospechosa—. Vayan a bailar.

La mujer estaba vestida con un vestido de satén magnifico y sus mejillas estaban sonrosadas por el champán. Debía de tener unos cincuenta y cinco años. De repente, todo encajó. ¡Por Dios Santo, esa mujer debía de ser Darlene, la esposa de Earl Wainwright!

A Patrick le entraron ganas de aconsejar a la cazafortunas pseudo-británica. «¡Entérate! ¡No puedes coquetear con un hombre delante de su propia mujer!»

Quizá, Lady Catrina se había dado cuenta ella sola. Intentando disimular que no le apetecía dejar la mesa, se levantó.

—¡Bailar! ¡Qué bien! —exclamó, poco convincente y dio un paso hacia el hielo.

Patrick echó un vistazo a sus tacones de aguja.

—Será mejor que se agarre a mi brazo. Creo que tenemos que navegar por el hielo.

—Hay ayudantes para eso —le dijo ella, pensando en otra cosa—. Por aquí.

Llegó al final de la alfombra y un hombre con patines se acercó a ella para ayudarla a cruzar. Una patinadora tomó el brazo de Patrick y lo ayudó a llegar a la pista de baile. Ahora los dos estaban cara a cara y la música era lenta. Él la tomó en sus brazos.

Cat todavía esta enfadada con aquel extraño. ¿Qué nombre había dicho? Patrick algo. Callahan, eso era. Alguien había dicho que era el director general de Sistemas Informáticos Callahan.

Pero eso a ella no le importaba. La única razón por la que había aceptado su invitación a bailar era porque habría llamado demasiado la atención si no lo hubiera hecho. Además, no quería ofender a la pobre señora Wainwright más de lo absolutamente necesario.

Observó con detenimiento los atractivos de Patrick Callahan; pero con menos entusiasmo que con el que se examina un árbol de Navidad. Sí, claro, él lo tenía todo. La altura, la constitución, el pelo, los hombros, la nariz y mandíbula griegas, el saludable bronceado, el aire de seguridad…

Era el tipo de hombre que detestaba, no le cabía ninguna duda. Era una versión de primera calidad de lo que debía ser Barry Grindlay, el desalmado urbanista que iba a pasar la excavadora por encima de la preciosa casa de la prima Pixie en el mismo instante en el que se aprobara el plan de reorganización urbanística a mediados de agosto. Barry Grindlay, el hombre que no tenía intención de pagarle a Pixie el precio del mercado. Barry Grindlay, que se negaba a aceptar el hecho de que Pixie ni siquiera quería vender su casa.

En otras palabras, Patrick Callahan, por su riqueza y su buen aspecto, era… tenía que ser… arrogante y despiadado. Lo tenía escrito en la cara. Era del tipo de los que hacían cualquier cosa por dinero, de eso estaba segura. Y, sin lugar a duda, pensaría que el dinero podría conseguírselo todo, incluso a la mujer que quisiera.

A diferencia de Barry Grindlay, ese director general carecía de importancia en su vida para tomarse la molestia de odiarlo. Todo lo que tenía que hacer era acabar con ese baile lo antes posible.

Factible. Fácil.