Una noche olvidada - Charlene Sands - E-Book
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Una noche olvidada E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

Emma Bloom, durante un apagón, llamó a su amigo Dylan McKay para que la socorriera. El rompecorazones de Hollywood acudió a rescatarla y a dejarla sana y salva en su casa. Emma estaba bebida y tenía recuerdos borrosos de aquella noche; y Dylan había perdido la memoria tras un accidente en el rodaje de una película. Sin embargo, una verdad salió pronto a la superficie. Emma estaba embarazada de un hombre acostumbrado a quitarse de encima a las mujeres que querían enredarlo. Pero Dylan le pidió que se casara con él. Hasta que, un día, recuperó la memoria...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Charlene Swink

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche olvidada, n.º 160 - diciembre 2018

Título original: One Secret Night, One Secret Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-083-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

No era una chica de las que tenían aventuras de una noche.

Emma Rae Bloom era rutinaria, trabajadora y ambiciosa, de todo menos aventurera. Era aburrida y nunca hacía nada que se saliera de lo predecible. Era comedida, fiable y paciente. Era doblemente aburrida. La única vez que rompió ese molde y lo hizo añicos fue hacía un mes, durante la desmadrada celebración del trigésimo cumpleaños de su vecino Eddie en el Havens de Sunset Boulevard. Se había desinhibido y había perdido la cabeza durante el tristemente célebre apagón de Los Ángeles y había acabado en la cama con el hermano de su mejor amiga, con el mismísimo Dylan McKay, el rompecorazones de Hollywood.

Se había enamorado perdidamente del hermano de Brooke en secreto desde que tenía doce años. Era mayor, tenía los ojos azules como el mar y una barba incipiente, la había tratado con consideración y le había dado una vara para medir a todos los hombres.

No iba a recuperar aquella noche que habían pasado juntos y, además, casi ni se acordaba. También era mala suerte, tener su primera aventura de una noche con el hombre más impresionante de la tierra con una niebla en la cabeza tan espesa como la de un día de invierno en Londres.Al parecer un exceso de mojitos de mango podía conseguir eso.

En ese momento, estaba en la borda de babor del yate de Dylan. Él se acercaba a ella con la cabeza vendada y una expresión de tristeza y dolor en la cara. Era un día sombrío, pero los rayos de sol y las preciosas nubes de algodón parecían no saberlo. Se levantó más las gafas de sol para que no se le viera lo que sentía de verdad.

Roy Benjamin, el doble para escenas peligrosas, había tenido un accidente absurdo y había muerto en el plató de la película de marines que estaba rodando Dylan. La tragedia había trastornado al mundo de Hollywood y había tenido mucha difusión en la prensa, incluso, había eclipsado al apagón en la ciudad del día anterior. Lo que había trastornado al mundo del espectáculo y había llegado a los titulares no había sido solo la muerte de Roy, sino la amnesia de Dylan como fruto de la misma explosión que había acabado con la vida de su amigo.

–Toma, un refresco –Brooke llegó al lado de su hermano y le ofreció un vaso a Emma–. Me parece que te sentará bien.

–Gracias –Emma aceptó la bebida. No quería ver el alcohol ni en pintura–. Es un día doloroso para todos –añadió antes de dar un sorbo.

Dylan, entre Brooke y ella, les rodeó los hombros con los brazos.

–Me alegro de que estéis aquí conmigo.

Los nervios atenazaron a Emma por dentro. No había visto a Dylan desde la noche del apagón. El protector brazo que le rodeaba los hombros no debería despertarle ninguna de las sensaciones que estaba sintiendo. Suspiró. Él le acariciaba levemente la parte superior del brazo y hacía que sintiera una oleada de estremecimientos por todo el cuerpo. El yate empezó a retirarse del muelle y el cuerpo de él se tambaleó. Fueron noventa kilos de granito que chocaron contra su hombro. Dejó de respirar un segundo y se agarró a la barandilla.

–¡Cómo no íbamos a estar! –exclamó Brooke–. Roy también era amigo nuestro, ¿verdad, Emma?

Ella sonrió fugazmente a Dylan. Era una tragedia espantosa que un hombre tan fuerte y vital como Roy hubiese muerto a una edad tan temprana. Se parecía a Dylan, era su doble y era un amigo íntimo de los McKay. Emma lo había conocido gracias a ellos y siempre había sido amable con ella.

Dylan esbozó una ligera sonrisa, la sonrisa de un hombre afligido.

–Ya lo echo de menos.

Las abrazó con más fuerza. Era la estrella de cine por excelencia. Tenía un cuerpo esculpido en el gimnasio y por las carreras diarias, las gafas de sol le cubrían la cara y el viento le agitaba el pelo rubio. Pertenecía a la realeza de Hollywood y había conseguido eludir las relaciones duraderas durante toda su vida adulta. Lo tenía todo, estaba bronceado y era tan guapo como inteligente.

Emma debería estar concentrándose en la muerte de Roy y no en su dilema. Esa mañana se había vestido para el homenaje a Roy, pero también había ensayado lo que diría si Dylan recordaba algo de lo que pasó entre ellos durante el apagón. Le diría que aquella noche no había sido ella, que el apagón la había alterado, que había tenido miedo de la oscuridad desde que era pequeña y que le había pedido que se quedara con ella… que si no podían seguir siendo amigos…

En ese momento, parecía que podía evitar esa confesión. Esos ojos azules que derretían a cualquiera, aunque velados por el dolor, la miraron como la habían mirado siempre. La veía como a la amiga de su hermana Brooke y nada más. No se acordaba de la noche que habían pasado juntos. Los especialistas lo llamaban amnesia disociativa. Estaba bloqueado y era posible que nunca recordase las horas o los días que llevaban a la explosión que se cobró la vida de su amigo y que le llenó la cabeza con una descarga de… metralla. Había acabado inconsciente y se había despertado al cabo de unas horas en el hospital.

La soltó para beber su refresco y ella volvió a respirar. Se apartó un paso de él. Sentir su mano le causaba estragos en la cabeza. Había evitado decirle la verdad y el diablillo del hombro le susurraba que por qué iba a estropearlo todo, que ese podía ser su secreto. ¿De verdad podría apañárselas para no tener que decírselo?

Le dio vueltas a esa idea mientras el yate navegaba a paso de tortuga junto a los embarcaderos. El penetrante olor a mar le llenaba la nariz, las gaviotas chillaban por encima de sus cabezas y un pájaro con alas blancas los miró desde una boya mientras se dirigían a mar abierto.

–Creo que ha llegado el momento –comentó Dylan cuando ya se habían alejado lo bastante.

Quería hacerlo solo, con su familia y nadie más. Más tarde, en su casa de Moonlight Beach, se celebraría un homenaje de recuerdo con los amigos de Roy y sus compañeros de rodaje, la única familia que había tenido. Entonces, Emma y Brooke empezarían a trabajar, serían las anfitrionas de un bufé en honor de Roy. No sería un acontecimiento de los que organizaba Parties-To-Go, pero Dylan había recurrido a ellas.

–Roy siempre me decía en broma que si se caía fuera de la red desde un décimo piso, que tirara las cenizas desde el Classy Lady. Le encantaba este barco, pero nunca pensé que tendría que hacerlo.

Brooke miró con pena a su hermano y Emma se desgarró por dentro. Brooke y Dylan eran muy distintos en la mayoría de las cosas, pero a la hora de la verdad siempre estaban el uno al lado del otro. Ella lo envidiaba. No tenía hermanos, no tenía familia de verdad, solo tenía dos padres adoptivos que la habían descuidado cuando era pequeña. Desde luego, no había tenido mucha suerte con los padres. Al contrario que Brooke, que era la hermana adoptiva de Dylan. Sus padres adoptivos, los padres de Dylan, eran increíbles.

Dylan dijo unas palabras muy sentidas sobre su amigo mientras abría la urna y dejaba que el viento se llevara las cenizas de Roy. Cuando se dio la vuelta, tenía los ojos empañados de lágrimas y los labios temblorosos. Emma no había visto nunca ese lado vulnerable de Dylan y tuvo que agarrarse a la barandilla con todas sus fuerzas para no acercarse a él. No le correspondía a ella.

Brooke lo abrazó como haría una madre con su hijo y le susurró algo al oído. Dylan asintió con la cabeza mientras escuchaba a su hermana pequeña. Unos minutos después, se secó las lágrimas, borró el gesto serio de su cara y sonrió a Brooke. Dylan McKay había vuelto.

Era la primera vez que Emma lo había visto con la guardia baja, y le había conmovido.

Se lo había pedido en secreto.

 

 

La cocina de Dylan podría tragarse todo su apartamento de un bocado. La resplandeciente encimera de granito pulido y los armarios blancos tenían todos los aparatos de última generación que pudieran imaginarse. Era una cocina de ensueño y Maisey, su empleada doméstica, le había sacado partido y había cocinado para las más de cincuenta personas que irían a rendir homenaje a Roy Benjamin. Aparte de la comida casera de Maisey, el servicio de catering que había contratado Emma llevó bandejas con canapés, panes especiales y aperitivos. Todo el mundo estaba allí, desde el presidente de Stage One Studio hasta los tramoyistas. Emma y Brooke, vestidas con unos discretos trajes negros, repartieron la comida y ofrecieron bebidas. No estaban actuando como las organizadoras de Parties-To-Go, sino que eran las anfitrionas de Dylan en ese acto tan triste.

–¿Has visto cómo va vestida Carla? –le preguntó Brooke en voz baja.

Emma dejó en la mesa una bandeja con tartaletas de frambuesas y nata y miró de soslayo hacia la sala, donde se habían reunido algunos invitados. Carla Lee Allen, hija del jefazo de Stage One Studio, estaba agarrada del brazo de Dylan y no se perdía ni una de sus palabras. Llevaba un vestido de Versace, y ella lo sabía solo porque había oído a la rubia presumir de él. Era un vestido plateado con distintas capas y llevaba joyas en el cuello y los brazos.

–Sí, lo veo.

–Me parece que la policía de la moda no está patrullando. Roy no se merece esto. Este acto no es por ella.

–A ti por lo menos te habla, Brooke –Emma sonrió–. Yo soy invisible para ella.

Ser amiga de la hermana de Dylan no era mérito suficiente para que Carla le dedicara la más mínima atención.

–Sí, estoy agradecida, muy agradecida.

Emma se apartó un poco para observar la presentación. Habían puesto la mesa de postres con manteles de distintos colores y habían bordeado las bandejas con enredaderas en flor. Se dedicaban a eso y lo hacían bien.

–No es asunto mío, pero esa relación intermitente que tiene Dylan con ella no le beneficia –comentó Brooke.

Emma los miró otra vez. Carla miró el vendaje de Dylan agarrándolo posesivamente del brazo con una mano y tocándole la herida con la otra. Ella contempló la escena. Dylan estaba enfrascado en una conversación con el padre de Carla y no parecía darse cuenta de que lo miraba sin disimulo.

Tomó aire, desvió la mirada y sofocó las punzadas de celos que sentía por todo el cuerpo. Sería una necia de tomo y lomo si creía que alguna vez tendría alguna oportunidad con Dylan. Era su amiga y punto.

–Ya es mayorcito, Brooke.

–Nunca creí que diría esto, pero doy gracias a Dios porque mi hermano no se compromete. Ella es un error en muchos sentidos –Brooke levantó las manos como si fuera a parar algo, su gesto favorito–. Sin embargo, como ya he dicho, no es de mi incumbencia.

Emma le sonrió y dio los últimos toques a la mesa de los postres. Maisey había hecho café y también había agua caliente y una caja con distintas infusiones.

Dylan se acercó a ellas. Estaba impresionante con un traje oscuro hecho a medida y corbata. Se había cambiado los vaqueros y la camisa de seda negra que había llevado esa mañana en el yate.

–¿Tenéis un minuto? –les preguntó con el ceño fruncido, como si estuviese desconcertado.

Ellas asintieron con la cabeza y él las llevó hasta el extremo más alejado de la cocina, donde nadie podía oírlos.

–Chicas, lo habéis hecho de maravilla. Gracias –añadió él antes de sacudir la cabeza–. Espero que me lo digáis con toda claridad. Carla y yo… ¿somos algo otra vez?

Emma contuvo el aliento porque no iba a decir lo que pensaba sobre la rubia de bote. Dylan no se sinceraba con ella sobre su vida amorosa, pero la pregunta había hecho que se le revolvieran las entrañas con remordimiento. Ella también tenía algo que decirle y quizá le ayudara a despejar la memoria, pero también podría enrarecer las cosas entre ellos y no lo querría por nada del mundo.

Brooke estaba deseosa de contestar, pero sacudió la cabeza.

–¿No te acuerdas?

–No, pero ella se comporta como si fuésemos a subir al altar. Que yo recuerde, eso no es verdad. ¿Estoy equivocado?

–No, no estás equivocado –contestó Brooke–. Ni mucho menos. Antes del accidente me dijiste que ibas a romper con ella para siempre.

–¿De verdad? No me acuerdo.

El pobre Dylan estaba hecho un lío. Miraba hacia los ventanales que se abrían hacia el mar como si allí pudiera encontrar una respuesta. Parecía desorientado, no era la persona encantadora, segura de sí misma y que siempre iba un paso por delante de los demás.

–Si ella dice que es algo más, Dylan, yo tendría cuidado –le aconsejó Brooke–. Está aprovechándose de tu amnesia para volver a…

Dylan se volvió hacia su hermana con las cejas arqueadas y una sonrisa torcida.

–¿A qué…?

–A congraciarse contigo –intervino Emma.

–Siempre tan diplomática, Emma –Dylan le dirigió una mirada muy elocuente–, pero creo que eso no es lo que iba a decir Brooke. En cualquier caso, me hago una idea.

Él miró a Carla, quien estaba rodeada por otros actores de la película. Estaba concentrada en la conversación, pero, aun así, lo miraba de reojo en cuanto podía, como si quisiera reclamarlo.

Brooke tenía razón, Carla era un error para Dylan. Para él tenía que ser muy complicado no acordarse de algunas cosas, no controlar sus sentimientos.

–Sois las únicas en las que puedo confiar –Dylan se frotó la frente justo por debajo del vendaje–. No puedo explicaros lo raro que es todo esto. Veo algunas cosas con claridad y otras me parecen borrosas. Además, de muchas, no me acuerdo.

Emma puso tres cubos de hielo en un vaso y le sirvió un mosto, la bebida que más le gustaba en su infancia.

–Gracias, pero creo que me vendría bien algo más fuerte.

–El médico ha dicho que todavía no. Sigues tomando analgésicos –intervino la madre que Brooke llevaba dentro.

Era conmovedor ver lo unidos que estaban desde que se mudaron de Ohio a Los Ángeles hacía unos años.

–Una copa no va a matarme.

–Tampoco vamos a comprobarlo. Ya me preocupé bastante cuando te mandaron al hospital. Además, mamá se marchó hace un par de días. Si tengo que llamarla otra vez para decirle que has vuelto al hospital, le dará un ataque al corazón.

–¿Ves lo buena que es, Emma? –Dylan puso los ojos en blanco–. Sabe muy bien cómo crearme remordimientos.

Emma dejó escapar una risotada desde lo más profundo de la garganta.

–Conozco las tretas de Brooke, trabajo con ella.

–¡Eh! –exclamó Brooke–. Deberías estar de mi lado.

–Como ya he dicho, Emma es diplomática. Gracias por la copa.

Dylan levantó el vaso como si brindara, se dio media vuelta y se alejó.

–No va a pasarle nada –comentó Brooke mientras lo miraba volver con sus invitados–. Nosotras tenemos que hacer lo que haga falta para ayudarlo.

Emma notó que el miedo la atenazaba las entrañas. Le espantaba tener secretos para Brooke, pero cómo iba a decirle de sopetón que le había pedido a su hermano que se acostara con ella la noche del apagón y que lo único que recordaba era su cuerpo sobre el de ella, el aliento acalorado y que le había susurrado palabras excitantes al oído. No se acordaba de cómo se había metido en la cama ni de cuándo se había marchado él. No podía recordar cómo había acabado todo. ¿Se habían separado reconociendo que había sido un error monumental o le había prometido él que la llamaría? No sabía qué habían hecho, pero la verdad era que tampoco se acordaba de gran cosa de esa noche.

–Qué lío… –farfulló ella.

–¿Qué? –le preguntó Brooke.

–Nada.

 

 

–Brooke, lo has hecho muy bien, has ayudado a que el día fuese un poco más llevadero para tu hermano.

Carla apoyó los brazos en la isla de granito, exhibió su escote y esbozó esa sonrisa de cientos de millones de dólares. El sol estaba poniéndose y ya se habían marchado todos los invitados menos uno.

–No lo he hecho sola, Carly –replicó Brooke–. Emma ha trabajado como la que más y las dos haríamos cualquier cosa para ayudar a que Dylan pasara este trago.

Carla miró a Emma como si acabara de darse cuenta de que estaba allí.

–Claro, tú también lo has hecho muy bien.

Carla se dirigió a ella como si fuese una niña. ¿Qué les pasaba a las mujeres ricas y poderosas para que se sintieran superiores? Seguramente, el expediente académico de Emma era infinitamente mejor que el de Carla.

–Dylan es especial y me alegro de poder ayudarlo.

Carla la miró de arriba abajo como si no la considerara una competidora y se dio la vuelta otra vez.

–Brooke, ¿sabes dónde está Dylan? Quiero despedirme y decirle que su panegírico ha sido emocionante.

–Sí, me ha pedido que te despidiera de su parte. El día lo ha dejado agotado y se ha ido a la cama.

–¿Ya se ha acostado? –Carla se incorporó y miró hacia la escalera. Sabía muy bien dónde estaba el dormitorio de Dylan–. A lo mejor debería subir para darle las buenas noches.

–Bueno, el médico le ha ordenado que descanse sin interrupciones.

La sonrisa de Brooke hizo que Emma se carcajeara por dentro. Gracias a Brooke, estaba a la defensiva.

–Claro, tienes razón –Carla se mordió el labio inferior y volvió a mirar hacia la escalera antes de que cambiara de expresión–. Tiene que descansar para que pueda volver al plató lo antes posible.

El rodaje ya llevaba un mes parado y estaba costándole un dineral al estudio. Era fundamental que Dylan volviera a trabajar y hasta Carla se daba cuenta de eso.

–Dile que lo llamaré.

–Lo haré, Carly. Te acompañaré hasta la puerta.

–No hace falta.

Las dos se marcharon y Emma no pudo contener la risa. Sabía con toda certeza que Carla Lee Allen no soportaba que le llamaran Carly, pero se lo consentía a Brooke porque era la hermana de Dylan.

Menudo día. Ella, egoístamente, se alegraba de que hubiese terminado. No le gustaba el peso del remordimiento y esperaba que fuese verdad el dicho de «ojos que no ven, corazón que no siente». Era posible que la cabeza se le aclarase en cuanto se marchara de casa de Dylan y también era posible que dejara de corroerle por dentro la necesidad de decirle lo que había pasado entre ellos.

Una vez limpia y ordenada la casa, gracias a la ayuda de Maisey, Emma se sentó en uno de los muchos sofás de cuero blanco que había en la sala. Miró por la ventana y vio la puesta de sol en Moonlight Beach. Se dejó caer sobre el respaldo, cerró los ojos y escuchó el sonido de las olas que rompían en la playa.

–Misión cumplida –Brooke dio unas palmadas–. Ya se ha marchado.

Emma abrió los ojos cuando su amiga se sentó a su lado.

–Eres una mamá osa. Quién lo iba a decir…

–Normalmente, Dylan puede cuidarse a sí mismo, pero, en este momento, necesita un poco de ayuda. Además, ¿para qué están las hermanas pequeñas y entrometidas?

–¿Para librarlo de las mujeres maquinadoras?

–Hago lo que puedo –Brooke apoyó los pies en una mesita baja y suspiró–. Estoy emocionada con el torneo de golf de las celebridades. Es uno de los acontecimientos más importantes que nos han encargado… y lo hemos conseguido solas, sin intervención de Dylan. Ni siquiera saben que es mi hermano, y no juega al golf.

Dylan entró con un aspecto desaliñado maravilloso. Tenía barba incipiente, el pelo despeinado a la perfección y unos ojos azules somnolientos. Llevaba unos pantalones de chándal negros y una camiseta blanca.

–¿Qué haces levantado?

Él se pasó una mano por la cara y suspiró.

–No puedo dormir. Voy a dar un paseo. Hasta luego y gracias por todo otra vez.

Brooke abrió la boca, pero él ya había salido por la puerta antes de que ella pudiera evitarlo.

–Maldito sea. Todavía está aturdido. ¿Lo acompañarías, Emma? Dile que también te apetece dar un paseo. Él piensa que lo protejo demasiado.

Emma vaciló. Estaba a tres minutos de escaparse a su casa.

–Yo, bueno…

–Por favor –le pidió Brooke–. Si estás con él, no se le ocurrirá ponerse a correr. Sé que lo echa de menos y se ha quejado porque no puede correr todos los días. Ha oscurecido en la playa. Podría desplomarse y nadie se enteraría.

Eso era verdad. El médico había dicho que no hiciera mucho esfuerzo físico. ¿Cómo no iba a darle esa tranquilidad a Brooke?

–De acuerdo, iré.

–Eso es lo que me encanta de ti –le agradeció Brooke con alivio.

Emma se inclinó para quitarse los zapatos de tacón y se levantó del sofá.

–Más te vale. No persigo a superestrellas de cine por cualquiera.

Dicho lo cual, salió por la puerta trasera, bajó los escalones, lo buscó con la mirada y empezó a correr cuando vio lo lejos que estaba ya.

–¡Dylan! ¡Espera!

Él se dio la vuelta y aminoró el paso.

–¿Te importa que te acompañe? –le preguntó ella con la respiración entrecortada–. También me apetece dar un paseo.

–A ver si lo adivino. Te ha mandado Brooke.

–Me apetece dar un paseo… –replicó ella encogiéndose de hombros.

–Y a lo mejor la luna es verde –ironizó él con una sonrisa burlona.

–Todo el mundo sabe que la luna está hecha de queso. Por lo tanto, es amarilla.

Él sacudió la cabeza como si renunciara a su escepticismo.

–De acuerdo, vamos a dar un paseo. La verdad es que me gusta que me acompañes.

Le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de ella. Fue tan inesperado que el aire se le congeló en los pulmones.

–Fue un homenaje bonito, ¿verdad? –le preguntó él mientras empezaba a andar.

Ella notó un ligero tirón de la mano que la sacó del estupor y lo siguió.

–Fue emocionante. Recordaste a Roy con un homenaje precioso a su vida.

–Soy la única familia que tenía, aparte del equipo de rodaje. Era fantástico y todo ha sido absurdo. Estaba obsesionado con su trabajo y se pasaba la vida perfeccionando sus trucos. Era el hombre más prudente que he conocido, sencillamente, no tiene sentido.

–Dicen que fue un accidente muy raro.

–Es lo que dicen cuando no saben qué pasó, es la respuesta manida.

Caminaron un rato en silencio y el calor que sentía en la mano se le extendía por todo el cuerpo. Era un anochecer perfecto para pasear por la playa. La brisa le agitaba el pelo de la nuca y se quitó la cinta para que los largos mechones ondulados le llegaran hasta la mitad de la espalda.

–Bueno, cuéntame qué es de tu vida, Emma.

Él lo sabía casi todo sobre ella. Era amiga y socia de Brooke, vivía en un apartamento diminuto a veinte minutos de Moonlight Beach, le encantaba su trabajo y no salía mucho. Sin embargo, ¿se acordaría de algo?

Se quedó pálida y empezó a buscar indicios de que se acordaba de la noche del apagón, pero él siguió mirando al frente con el mismo gesto inexpresivo que antes. Suspiró. Era posible que solo estuviera dándole conversación y era posible que su remordimiento estuviera confundiéndola.

–Como siempre –contestó ella–. Trabajo y más trabajo.

–¿Todavía esperas ganar el primer millón antes de los treinta años?

Ella dejó escapar una risa. Había tenido poco dinero desde que era pequeña. Sus padres adoptivos no tenían mucho y eran bastante agarrados. Se había criado, prácticamente, llevando ropa de segunda mano. A los trece años comprendió que tendría que abrirse paso en la vida ella sola. Había trabajado como una mula, había conseguido una beca para ir a la universidad y se había jurado que algún día tendría independencia económica y se prometió que ganaría el primer millón antes de los treinta años. Todavía le quedaban algunos años, pero tenía la esperanza de que Parties-To-Go se convirtiera en una franquicia millonaria.

–Tu hermana, mi mejor amiga, debería cerrar al pico.

–No se lo reproches –replicó él con delicadeza–. Creo que es loable tener objetivos.

–Objetivos ambiciosos.

–Objetivos asequibles y trabajáis mucho, Emma.

–Sin tu inversión, ni siquiera tendríamos empresa.

–Solo os ayudé a que dierais el primer paso, y habéis recorrido mucho camino en estos dos años.

–Te lo debemos, Dylan.

Dylan se detuvo y las zapatillas de deporte se le hundieron en la arena. Cuando ella se dio la vuelta para mirarlo, una sonrisa sincera le adornaba el atractivo rostro y un brillo le iluminaba los ojos.

–No me debéis nada y estoy orgulloso. Sois muy trabajadoras y estáis devolviéndome el préstamo antes de lo que esperaba o quería. Sin embargo, Em, te diré que aunque creas que Brooke te ayudó mucho cuando erais más pequeñas, tú también la ayudaste. Vino a California con la esperanza de llegar a ser actriz. Es muy complicado. Yo he tenido suerte, más de la que podía haber esperado, pero a Brooke no le pasó lo mismo. Está mucho más contenta ahora. Es socia de su mejor amiga y se gana la vida haciendo lo que le gusta. Eso te lo debo. Gracias por ser… tú.

Dylan se inclinó y su cara quedó a unos centímetros de la de ella. El corazón se le aceleró cuando le miró la boca y entendió por qué babeaban sus admiradoras. Era impresionante, estaba para comérselo. No se le ocurrió otra forma de describirlo.

–Tú eres la increíble, Emma –susurró él.

–¿Lo soy…? –susurró ella también con la cabeza nublada.

Se relajó cuando se acercó más, la rodeó con los brazos y se inclinó hacia su mejilla. Naturalmente, le daría un beso fraternal en la mejilla. Cerró los ojos y él bajó los labios… hasta los labios de ella. Había muerto y había subido al cielo. Tenía unos labios cálidos y tranquilizadores. Le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso sin reparos. Todo era nuevo y muy apasionante. Dylan McKay estaba besándola en Moonlight Beach a la puesta de sol y esa vez era consciente de todo, no tenía lapsus de memoria ni estaba aturdida. Solo existía ese momento, ese paréntesis de tiempo, y se deleitaba con su sabor, con la maravillosa textura de sus labios, con su cuerpo poderoso pegado al de ella.

Sin embargo, había algo que no encajaba del todo en ese beso y no sabía precisarlo con exactitud. ¿Sería que estaba en perfecta sintonía con él en ese momento?

Dylan dejó de besarla primero, pero la abrazó con fuerza contra el pecho, como un niño pequeño que necesitara el consuelo de su peluche favorito. Ella se quedó así un buen rato. Él suspiró sin soltarla y bajó la boca al lóbulo de la oreja para susurrarle.

–Gracias. Necesitaba tu compañía esta noche, Emma.

¿Qué podía decir? ¿Era lo bastante necia como para creer que él recordaba aquella noche de pasión y quería más de lo mismo? No, no se trataba de eso. Dylan necesitaba consuelo. A ella podría parecerle un beso devastador, pero quizá solo fuera el consuelo de una amiga para un hombre al que todo el mundo adoraba. Al menos, ella podía darle eso. Su secreto estaría a salvo.

–Es un placer, Dylan.

Se alegraba de servirle para algo.