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Su historia de amor podía tener una segunda parte A pesar de que Ryleigh Evans ya no sentía nada por su exmarido, estaba segura de era el hombre perfecto para darle el hijo que ella siempre había querido tener. Sin embargo, seguía existiendo atracción entre ellos, aunque Ryleigh se negaba a creer que el sexy pediatra la dejara llegar a su corazón… Nick Damian se quedó de piedra al ver aparecer a su exmujer para ofrecerle una oportunidad única. No dudó en aceptarla. Ya había dejado escapar a Ryleigh una vez y no quería volver a cometer el mismo error.
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Seitenzahl: 175
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Teresa Southwick. Todos los derechos reservados.
UNA PROPOSICIÓN INCREÍBLE, Nº 1925 - febrero 2012
Título original: To Have the Doctor’s Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-496-5
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
EL suyo había sido el típico caso de divorcio amistoso, pero eso no significaba que no la sacase de quicio tener que ver a su exmarido el primer día de su trabajo nuevo.
Ryleigh Evans iba a poner a prueba los límites de su amistad y sabía que era un examen que podía suspender.
Aparecería en cualquier momento en su despacho y ella ya estaba preparada para resistir el impacto. Al menos, lo intentaría.
El doctor Nick Damian era una leyenda en el Centro Médico Mercy, pero ¿cómo se preparaba uno para pedirle a una leyenda el mayor favor de toda su vida?
Ryleigh pensó que habría estado bien chantajearlo, si hubiese tenido algo con lo que hacerlo.
Tal vez fuese de ayuda desabrocharse el primer botón de la blusa y enseñarle un poco de escote. El problema era que tenía poco que enseñar y que, lo poco que tenía, no lo había impresionado mucho cuando habían estado casados. Y Ryleigh no tenía ningún motivo para pensar que eso pudiese haber cambiado en los dos últimos años. Aunque pareciese mentira, en esos momentos tenían una estupenda amistad que no quería perder.
Ryleigh acababa de volver a Las Vegas desde Baltimore para ocupar el puesto de coordinadora regional de las Organizaciones Benéficas Médicas Infantiles, una institución que recogía dinero y financiaba proyectos en el hospital. Nick era neumólogo pediatra, así que sólo era cuestión de tiempo que sus caminos se cruzasen. Lo que no quería Ryleigh era que dicho cruce fuese otro Titanic. De ahí que hubiesen quedado en su despacho en cuanto ambos habían tenido un hueco.
Llamaron a la puerta con fuerza y Ryleigh se sobresaltó a pesar de haber estado esperándolo.
—Demasiado tarde para lo del escote —se dijo a sí misma en un susurro antes de añadir—: Adelante.
Le latía con tanta fuerza el corazón que no oyó cómo se abría la puerta, pero debió de abrirse, porque, de repente, Nick estaba allí. Iba vestido con unos vaqueros desgastados y una camisa blanca de manga larga. No parecía un médico, aunque el estetoscopio que llevaba colgado del cuello lo delataba. Siempre iba así vestido cuando no tenía que llevar un pijama de médico, ya que, tal y como le había explicado en una ocasión, a los niños les intimidaban los trajes. Y una corbata podía convertirse en un arma letal para un paciente enfadado.
Ryleigh se puso en pie, le dio la vuelta a su escritorio y se detuvo delante de él. Luego levantó los brazos para darle un abrazo.
—Hola, Nick. Me alegro mucho de verte.
El abrazo de él fue cálido, fuerte, familiar. Una sensación agridulce que hizo que a Ryleigh se le encogiese el corazón, pero intentó apartarla. Aquello no tenía nada que ver con el pasado, sino con el futuro.
—Ryleigh —le dijo él—. Bienvenida.
Ella notó que se le aceleraba el corazón y retrocedió.
—¿Cómo estás? —le preguntó.
—Bien. ¿Y tú?
—Mejor que nunca.
Llevaban casi dos años sin verse, aunque sí que habían mantenido largas conversaciones telefónicas, se habían mandado mensajes de texto y correos electrónicos. Hablaban de todo: política, libros y cine.
—Tienes muy buen aspecto.
Nick la estudió con sus ojos de un color azul intenso, que por el extremo de fuera estaban un poco inclinados hacia abajo. Le daban un aspecto triste que hacía que tanto las mujeres blandas de corazón como las que no eran tan sensibles deseasen abrazarlo e intentar consolarlo. Ryleigh no era inmune a aquello, pero intentó alejar la sensación.
—Llevas el pelo más corto —añadió Nick por fin.
—Sí.
Automáticamente, Ryleigh se llevó la mano a la melena castaña que le llegaba justo por los hombros. Le sorprendió que Nick se hubiese dado cuenta. Cuando habían estado casados, hasta había pensado en raparse la cabeza, para ver si así podía llamar su atención. Nunca lo hizo porque se temía que Nick no se habría dado cuenta ni siquiera de algo tan drástico, y ella se habría quedado destrozada.
—Me gusta —le dijo Nick.
—Gracias.
A Ryleigh le gustó el cumplido, que encendió una chispa en su interior, pero ella se negó a darle fuerza. Tenía que centrarse en su objetivo.
—Si te estás preguntando por qué te he pedido que vengas…
—Supongo que habrás pensado que sería más íntimo que un encontronazo en la cafetería del hospital.
—Sí.
—Y aquí estamos. En la intimidad —comentó él cruzándose de brazos y sonriendo como si de un mentor orgulloso se tratase—. Mírate. Eres la nueva coordinadora regional.
—¿Qué te parece? Quería volver… para tener este trabajo.
En realidad, tenía también otros planes, pero necesitaba más tiempo antes de contárselos.
—Lo haces por los niños —adivinó Nick.
—Ése es uno de los motivos.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Dos años?
—Eso creo. Desde el divorcio.
—Entonces, más tiempo desde que te marchaste a Baltimore.
—Sí. Pensé que vendrías detrás de mí.
Ryleigh se preguntó cómo podía haber dicho eso en voz alta. No había querido hacerlo.
Había sido muy ingenua. No había hecho bien las cosas y se había responsabilizado de su comportamiento inmaduro. Su única excusa era que había sido joven y había estado locamente enamorada. Había sentido casi dolor físico cuando no había estado con él, algo bastante frecuente. Nick siempre lo había dejado todo para atender a sus pacientes, incluso a ella. Por aquel entonces, Ryleigh no había sabido decirle lo que quería, pero había madurado y ya no volvería cometer el mismo error.
—Ry, si hay…
—Ya forma parte del pasado —lo interrumpió ella. Ya no le dolía porque había conseguido desenamorarse de él.
Nick era el único que la había llamado Ry y que lo hiciese en esos momentos, y con expresión de arrepentimiento, la pilló desprevenida. Le hizo sentir algo que no había sentido desde la última vez que lo había visto, y fue una sensación incómoda.
Volvió a retroceder y luego le dio la vuelta al escritorio para sentarse otra vez en su sillón negro.
—Lo cierto es, Nick, que he vuelto. Y para mí es importante saber que las cosas están bien entre nosotros.
—Si no lo estuviesen, habría hecho caso omiso de tus correos electrónicos, mensajes y llamadas.
—Aun así. No hay manera de ver la expresión facial por esos medios.
—¿Quieres decir que cara a cara te darías cuenta de si te estoy mintiendo? —bromeó Nick.
—Tú nunca me mentirías.
Ryleigh estaba segura.
—Pero así puedo ver si estás bien.
—Lo que quieres es ver si estoy enfadado porque te marchaste. La respuesta es no. Lo entiendo.
Aquello no era lo que Ryleigh quería oír. Si Nick le hubiese dicho que la odiaba, habría podido vivir con ello, ya que significaría que le había importado. No estaba orgullosa de haberse marchado para intentar hacerlo reaccionar, para que le demostrase que le importaba algo. Había tenido la esperanza de que le hiciese un hueco en su agenda.
Así que le había dicho que tenía una oferta de trabajo en la Costa Este y había tenido la esperanza de que él intentase convencerla de que no se marchase, pero lo cierto era que Nick casi ni se había dado cuenta de que se había ido. Pero eso ya era agua pasada. Ryleigh había seguido con su vida y, en esos momentos, tenía otras aspiraciones.
Pero al verlo en persona se acordó de que lo necesitaba para conseguir su objetivo. Estaba tan guapo como la primera vez que lo había visto. Deseó enterrar los dedos en su pelo grueso y moreno. Llevaba barba de tres días, tal y como lo recordaba. De hecho, al principio de la separación, Ryleigh había echado de menos que le ardiese la cara después de besarlo y se había preguntado si necesitaría terapia.
Tenía muy buen aspecto. Mejor de lo que ella recordaba. Estaba más sexy de lo que había esperado.
—Todo está bien entre nosotros, Ry —le dijo él, mirándola a los ojos—. Me alegré al saber que te habían dado el puesto.
—¿De verdad?
—Sí. Lo harás muy bien.
—Me alegro de que lo pienses —le dijo ella sonriendo. Se acababa de quitar un peso—. Y me alegro mucho de verte.
—Lo mismo digo —le respondió Nick, sonriéndole de oreja a oreja.
—Me gusta que seamos amigos —le dijo Ryleigh, aunque tenía otros amigos y ninguno de ellos le ponía la piel de gallina con sólo una mirada. Se le pasaría—. Así que, amigo mío, ¿podemos hablar de negocios?
Nick apoyó la cadera en el pico de la mesa.
—¿Qué clase de negocios?
—Dinero. Mi trabajo consiste en conseguir dinero y decidir cómo gastarlo.
—Entonces, ¿debo ser bueno contigo? —le preguntó él arqueando una ceja.
—No te vendría mal.
Ryleigh estaba bromeando sólo a medias.
—Voy a reunirme con todos los médicos especializados en disciplinas pediátricas para ver cuáles son las necesidades más acuciantes. Me gustaría que me hicieses una lista de las cosas en las que querrías emplear el dinero que recogiésemos.
Él no lo dudó un instante.
—OMEC.
—¿Te importaría traducir, para los que no hablamos lenguaje médico?
—Oxigenación con Membrana Extracorpórea.
—Así me queda mucho más claro —le dijo ella en tono seco—. ¿Es una máquina o un proceso?
—Ambas cosas. Funciona como una máquina cardiopulmonar para los bebés con SDR —le dijo, y al ver su cara añadió—: síndrome de dificultad respiratoria.
—Necesito más información.
Nick se quedó pensativo unos segundos, probablemente buscando la manera de explicárselo sin tantos tecnicismos.
—Cuando los pulmones de un niño se ponen rígidos, un respirador no es suficiente. El OMEC saca la sangre del cuerpo, la conduce a través de una membrana para oxigenarla y luego la devuelve. En este proceso está la diferencia entre la vida y la muerte.
—Entonces, ¿por qué no lo hay todavía en este hospital? —le preguntó Ryleigh, a pesar de sospechar cuál iba a ser la respuesta.
—Porque su coste es prohibitivo. Y los jefes opinan que no es una mina de oro.
Ryleigh sabía que aunque el hospital no tenía ánimo de lucro, había que cubrir los gastos.
—¿Y qué pasa ahora con los bebés que corren algún riesgo?
—Los trasladan al hospital de Phoenix o al de St. George, en Utah. Son los más cercanos en los que hay personal y equipos. Pero los traslados llevan mucho tiempo, que es lo único que no tienen los niños.
—Ya veo.
—El OMEC es caro.
—¿Cómo de caro?
—Un millón de dólares. Tal vez más —le dijo él, incorporándose y apoyando ambas manos en el escritorio—, pero el coste en términos de vidas salvadas es incalculable.
Nick habló con la intensidad con la que había cautivado a Ryleigh cuando se habían conocido, aquella pasión por salvar vidas tan convincente. Una pasión que ella misma había experimentado personalmente. Una pasión que Nick controlaba. Ryleigh había terminado por aprender la triste lección de que la dedicación profesional era una amante decidida que no se podía compaginar con otras.
—Mira, Nick…
—Sé que es una apuesta arriesgada, Ry, pero ¿acaso se puede poner precio a la esperanza?
A Nick no le había costado nada volver a hablar en confianza con ella. Y eso era bueno y malo al mismo tiempo.
—Hazme los números.
—¿Qué?
—Que necesito conocer el coste real. Luego, ya hablaremos.
Él la miró casi como si tuviese dos cabezas.
—¿De verdad?
—Sí.
Nick volvió a sonreír.
—Tenía que haber sabido que no ibas a poder decirle que no a un bebé.
Bebé.
Aquella palabra retumbó en la cabeza de Ryleigh. Adoraba a los niños, a todos. El dinero que recogía aquella organización ayudaría a los enfermos a curarse, y por eso había solicitado ella el trabajo. Y lo había aceptado porque lo que quería más que nada en el mundo era tener su propio hijo. Nick y ella eran amigos, y sabía cómo tenía que pedirle lo que quería.
Él tomó la placa que había encima de la mesa con su nombre.
—Ryleigh Evans —leyó, antes de mirarla—. No sabía que hubieses recuperado tu apellido de soltera.
—No iba a contártelo en un mensaje de texto. ¿Te sorprende?
—Lo que me sorprende es que no te hayas casado. Que no hayas formado una familia.
—No es tan fácil —le dijo ella. No había conocido a nadie que estuviese a la altura de Nick, y éste acababa de darle la excusa perfecta para contarle lo que tenía en mente—, pero tienes razón. Estoy deseando tener un hijo.
—Eso es algo de lo que tendríamos que haber hablado antes de casarnos.
Cuando Ryleigh había sacado el tema, su matrimonio ya había estado mal. El terapeuta al que habían ido les había dicho que tener un hijo en aquellas circunstancias, sólo serviría para acelerar la separación.
—Sí —admitió ella—, pero todo fue tan rápido.
Ryleigh se habían enamorado del doctor Damian a primera vista. Y nada ni nadie la habrían convencido de que aquel hombre que tanto luchaba por salvar la vida de los niños no querría tener los suyos propios.
Ella había sacado el tema. No podía decir que hubiesen discutido al respecto. Nick nunca discutía. O tenía que marcharse a atender a un paciente, o se marchaba sin más. La última vez, había sido Ryleigh quien se había ido.
—Fue culpa mía. Yo no… —dijo Nick, sacudiendo la cabeza con frustración—. Encontrarás a alguien y te casarás, tendrás hijos.
—No hace falta casarse para tener un hijo. En todo este tiempo, no he conocido a nadie que haya merecido la pena.
—Aparecerá.
—¿Y si pasan años y se me pasa el arroz? —preguntó ella, entrelazando los dedos y apoyando las manos en el escritorio—. Mis padres estuvieron años intentando tener un hijo y no lo consiguieron.
—Eso no es del todo cierto, mírate.
—Sí, pero cuando mamá se quedó por fin embarazada ya tenía cuarenta años. Mi llegada fue como un milagro —dijo ella, poniéndose triste al recordar a sus padres, que habían fallecido los dos.
—Es cierto. Ya sabes cuáles son las probabilidades de que una mujer se quede embarazada a los cuarenta…
—Por favor, no me des estadísticas. Eran mis padres y fallecieron antes de que yo terminase el instituto. Estuvimos juntos tan poco tiempo que antes solía preguntarme si había merecido la pena. Ahora entiendo la pasión que sentía mamá, el deseo de tener un hijo, porque yo también lo siento. Aunque también quiero tenerlo joven. Y lo que es más importante, quiero estar ahí cuando mi hijo crezca.
—No te preocupes. Todavía eres joven…
—No tanto. Tengo veintiocho años y medio. Mi reloj biológico sigue avanzando y las perspectivas de tener otro marido no son buenas.
—Dale tiempo.
—Ya lo he hecho. Y estoy cansada de esperar, Nick.
—¿Acaso tienes elección?
—La verdad es que sí. Puedo ser madre soltera.
—Es una decisión muy importante —le advirtió él.
—Una decisión que no he tomado a la ligera. Soy consciente de las dificultades, pero no puedo imaginar mi vida sin un hijo. Quiero sentirlo crecer y moverse en mi interior. Quiero tenerlo en mis brazos y verlo o verla crecer.
—Pero, Ryleigh, hacerlo sola…
Ella levantó una mano para detenerlo.
—No vas a quitarme la idea de la cabeza.
—Alguien tendrá que hacerte entrar en razón.
—La lógica no es nada al lado de mi deseo de ser madre. Voy a serte sincera. La necesidad que siento de tener este bebé es tan fuerte como la tuya con el sexo. ¿Podría convencerte de que no la tuvieras?
—De acuerdo, me ha quedado claro —respondió él—, pero ¿cómo vas a hacerlo? ¿Con una in vitro? ¿Acudiendo a un banco de esperma?
—Preferiría no hacer eso —le contestó ella, mirándolo a los ojos—. Hay más posibilidades de que no salga bien. Y es muy caro. Además, el método de siempre es el mejor y más eficaz.
—Entonces, ¿qué?
—Ahí está el problema, Nick. Cuando nos casamos, yo era joven e idealista. Sólo te necesitaba a ti para ser feliz, sólo necesitaba pasar tiempo contigo. Ahora he madurado y entiendo que eres médico y que los niños te necesitan. Eres un excelente profesional. También eres un buen hombre, el mejor que conozco. Tienes cualidades maravillosas y no he conocido a nadie tan brillante y trabajador como tú. Además, no eres precisamente feo.
—Pero…
—Entiendo que no pudieras darme lo que yo quería. Al menos, entonces.
—Aquí viene el pero —dijo él.
Ryleigh asintió.
—Ahora sí que puedes dármelo. Y quiero un hijo.
Cuando Nick entendió lo que le estaba pidiendo, puso cara de haberse tragado el estetoscopio.
—¿Es una broma, verdad?
—Nunca había hablado más en serio.
—Es una locura —le dijo él, poniéndose a andar de un lado a otro—. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Un hijo nos uniría para siempre.
—No tiene por qué ser así.
Él se detuvo y la miró.
—¿Esperas que sea el padre de un niño y que desaparezca?
—Eso fue lo que hiciste cuando nos casamos —le recordó ella—. No quiero hacerte sentir mal. Sólo digo… Mira, siento habértelo dicho así, pero no había otra manera. Y, sinceramente, me alegro de haberlo hecho. Piénsatelo…
—Ya lo he hecho —replicó él—. Y la respuesta es no.
—¿Así, sin más?
—Sí. No puedes estar hablando en serio. Y cuando entres en razón, nos reiremos juntos de esto.
Ryleigh se sintió decepcionada.
—¿Sabes? Cuando estábamos casados, pensé en dejar de tomar la píldora. Para quedarme embarazada de manera «accidental».
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Porque no me pareció que estuviese bien. No pude hacerlo. Tal vez te parezca una locura, pero no habría sido honesto.
—Lo siento, Ryleigh, pero no puedo hacerlo.
—Tenía que preguntártelo. Aunque tenía la sensación de que me ibas a decir que no. Así que tendré que poner en marcha el plan B.
Él frunció el ceño.
—¿Y cuál es?
—Ir a por el segundo nombre de la lista.
—Eso no es nada gracioso.
No lo era. Sobre todo, porque no era verdad.
—Estoy hablando en serio.
Nick estaba de pie en el control de enfermería de la tercera planta, donde estaba la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátrica, terminando de tomar unas notas. Podía haberlo hecho sentado, pero habría podido quedarse dormido. Después del bombazo de Ryleigh del día anterior, se había pasado la noche en vela. Por suerte, había tenido que atender una urgencia y casi no le había dado tiempo a pensar. Y el niño, asmático, ya estaba bien. Él, no tanto.
Dejó la historia en su sitio, recorrió el pasillo y fue hacia los ascensores. El familiar sonido de la risa de Ryleigh llegó a sus oídos. Al principio pensó que era una alucinación, pero entonces la vio delante de la sala de recién nacidos. Estaba con un hombre. Carlton Gallagher. El médico al que Nick estaba evaluando en esos momentos. Se preguntó si sería él el siguiente nombre en su lista.
Una violenta rabia invadió a Nick, que se quedó sorprendido con su intensidad.
Ryleigh le había dicho que hablaba en serio acerca de quedarse embarazada. Y no había tardado en poner en práctica su plan B.
Nick se acercó rápidamente y se interpuso entre ellos.
—¿Qué está pasando aquí?
Había pretendido hacer la pregunta con naturalidad, pero su tono no había resultado nada amable, sino más bien hostil.
Ryleigh lo miró sorprendida.
—Hola, Nick. El doctor Gallagher acaba de presentarse. Me alegro que por fin hayas encontrado a alguien que pueda ayudarte con los pacientes.
—Todavía no es seguro —contestó él—. Todavía estamos viendo si podemos trabajar juntos.
Carlton lo desafió con la mirada mientras se metía las manos en los bolsillos de los pantalones.
—Tener un periodo de prueba es lo más sensato —comentó.
Gallagher había ido a una de las mejores facultades de medicina y había sido uno de los mejores de su promoción. Se había formado en Dallas, en uno de los mejores hospitales infantiles del país y tenía muchas recomendaciones. Después de un par de meses allí, el personal del hospital estaba empezando a apreciarlo. Sobre todo, las mujeres.
Gallagher tenía más o menos la misma altura que Nick. Era moreno, con algunas canas en las sienes, que seguro que gustaban a las mujeres. Tenía los ojos marrones. La piel morena. Y era probable que a las mujeres les pareciese guapo. Pero, ¿era brillante? ¿Era un buen hombre? No debía de ser el mejor, porque Ryleigh le había pedido antes a él que fuese el padre de su hijo. Nick se enfadó todavía más al bajar la vista a la mano izquierda del otro hombre y ver que no llevaba alianza. Se le debió de notar el enfado, porque Gallagher se puso tenso.
—Se está haciendo tarde —dijo—. Tengo que irme.
Y Nick sintió una cierta satisfacción al oír aquello.
Ryleigh sonrió al otro hombre.
—Me alegro de haberlo conocido, doctor Gallagher. Con respecto al próximo evento para recaudar fondos, ¿puedo contar con que comprará una mesa para la gala?
—Eso se lo tendrá que preguntar al jefe. Hasta luego, Nick —dijo Gallagher mirándolo. Luego frunció el ceño y se marchó.