Una razón para casarse - Melanie Milburne - E-Book

Una razón para casarse E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Miniserie Bianca 205 Un embarazo sorpresa que lleva a un... ¡reencuentro apasionado! El multimillonario hotelero Jack Livingstone se queda en shock cuando recibe la noticia de que Harper Swan, la mujer con la que pasó una noche apasionada hace nueve meses, está en el hospital... ¡y va a tener un hijo suyo! Aunque parezca mentira, Jack no tarda en descubrir que Harper está tan sorprendida como él por la nueva llegada al mundo de un bebé. Y aunque él no cree en el amor ni en el compromiso, está decidido a hacerse cargo y darle a su hija la educación y amor que él no pudo tener. El matrimonio es la manera más fácil, pero eso solo será posible si Harper acepta…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Melanie Milburne

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una razón para casarse, n.º 205 - noviembre 2023

Título original: Nine Months After That Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805513

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HARPER estaba tumbada en la camilla del hospital, empapada en sudor y presa del pánico. ¿Se iba a morir? El dolor punzante en la espalda que había comenzado hacía tres días estaba empeorando. Se estaba extendiendo al abdomen: era una sensación extraña, como si unas bandas rígidas le apretaran el pecho, dificultándole respirar. ¿Era endometriosis? ¿O cáncer? Solo tenía veintisiete años, ¿cómo iba a morir de cáncer? Le quedaba tanto por hacer. Su carrera estaba despegando. Acababa de participar en un libro recopilatorio con otros fotógrafos prometedores e iba a presentarlo en París en seis semanas. Y como las buenas noticias no solían venir solas, aprovechando que iría allí, realizaría un trabajo fotográfico que le habían encargado. No era el momento adecuado para contraer una enfermedad terminal.

El dolor fue remitiendo poco a poco, y Harper se dejó caer sobre la almohada y exhaló un suspiro tembloroso. Pero sabía que volvería. Los intervalos de tiempo entre las dolorosas sacudidas eran cada vez menores.

Hasta el momento solo la había examinado un médico subalterno, que parecía un poco desconcertado por los síntomas de Harper. El médico tomó una muestra de sangre para Patología y le dijo a Harper que el médico de urgencias más veterano volvería con los resultados en cuanto los tuviera.

Harper cerró los ojos e intentó meditar mientras esperaba los resultados de la prueba. La meditación nunca había sido su fuerte. En su única visita a un balneario, se había sentido inquieta y agitada todo el tiempo, mientras los demás cantaban, limpiaban y reequilibraban sus chakras. Obviamente, sus chakras no tenían arreglo. Pero ¿y su mente? Era una mujer muy inquieta, algo que atribuía a su turbulenta infancia. Todo ese tiempo en hogares de acogida la había vuelto hipervigilante. Cada ruido, sonido o pisada la mantenían despierta y alerta.

Urgencias estaba ocupado con los dramas habituales de un sábado por la noche. Harper podía oír el ruido de alguien tosiendo en un box cercano. No era la tos de un simple virus, sino la de algún tipo de horrible enfermedad pulmonar, como un enfisema o un cáncer.

«Cáncer».

¿Por qué no podía dejar de pensar en la palabra con ce?

Un hombre gritaba en otro box que quería más morfina. Harper se preguntó si padecería la misma enfermedad. Quizá las mujeres Swan no estaban destinadas a vivir más allá de los treinta. Su madre había muerto joven, y también su abuela.

Otra sacudida de dolor le hizo agarrarse el abdomen. El sudor le bajaba en goterones por el nacimiento del pelo y apretaba los dientes con tanta fuerza que estaba segura de que iba a romperse todas las muelas. Pero, si iba a morir, ¿qué importaba que se quedara dientes?

«¡No quiero morir!», se dijo.

Fue un grito dentro de su cerebro, como si hubieran pulsado un botón de pánico en su cabeza, una sirena desgarradora de angustia que solo ella podía oír.

La cortina se apartó y entró una médico de urgencias más experimentada. Puso una mano en la muñeca de Harper con expresión grave.

–¿Está tu pareja fuera?

–No tengo pareja.

–Oh, bueno, ¿tu pariente más cercano? ¿Tu madre?

–Mi madre murió cuando yo tenía ocho años. –Harper podía decirlo sin ningún rastro de emoción, pero le había llevado años de práctica. Años ocultando sus verdaderos sentimientos tras una máscara de indiferencia. Años bloqueando la visión de encontrar a su madre tendida sin vida en el suelo de su estrecho piso cuando volvió de la escuela aquel fatídico día. Más tarde de lo que debería haber llegado. Si no se hubiera detenido a jugar con un gatito callejero…

–¿Un hermano?

–Soy hija única. –Lo cual, estrictamente hablando, no era del todo cierto. Harper tenía varios hermanastros a los que nunca había conocido porque su padre no quería que su oscuro secreto (ella, para ser más exactos) llegara a oídos de su mujer y su familia. Al fin y al cabo, era hija de una infidelidad que duró una noche.

–Harper… –La voz de la doctora era suave, como si se dispusiera a dar una noticia impactante.

–Está bien, doctora Praneesh –dijo Harper con una sonrisa sombría–. Puedes ser sincera conmigo. Es cáncer, ¿no?

La doctora Praneesh la miró con desconcierto.

–No, no tienes cáncer. –Se humedeció los labios y continuó–: En realidad, es otro tipo de bulto… Estás embarazada.

Harper parpadeó rápidamente. El corazón le golpeó la caja torácica como lo haría un pugilista contra una pera de boxeo.

–Imposible. –¿Estaba teniendo algún tipo de alucinación? ¿Un mal sueño? ¿Cómo podía estar embarazada y no saberlo? Y lo que es más, ¿que externamente no viera ninguna señal? Claro, no era la mujer más delgada del planeta, pero podía distinguir una barriguita.

–¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales?

–Hace meses.

–¿Nueve meses?

Harper hizo el cálculo mental, retorciéndose por la preocupación. El estómago le dio un vuelco al comprenderlo. Su aventura de una noche con Jack Livingstone. ¿Cómo podía estar embarazada de ese mujeriego? ¡Un playboy en toda regla! Era su peor pesadilla. ¿Cómo iba a decírselo? ¿Cómo podía tener el bebé de Jack? ¿El bebé de cualquiera? No había planeado tener hijos. Tenía una carrera por delante que no podía detenerse por algo así.

–Sí, pero sería imposible. He tenido la regla todos los meses desde entonces. –Se miró el abdomen ligeramente redondeado justo cuando empezó de nuevo el dolor–. ¡Oh, Dios, aquí viene otra vez! –Agarró la mano de la doctora con tanta fuerza que esta se estremeció.

–Estás de parto, Harper. Parece que has tenido un embarazo críptico. No es tan raro como crees. Uno de cada dos mil quinientos embarazos en el Reino Unido, lo que supone unos trescientos al año. Puedes tener una menstruación ligera cada mes y no tener ningún otro síntoma de embarazo, o al menos ninguno que notes, sobre todo si la placenta está en la parte delantera del abdomen, ya que disminuye las sensaciones del feto dando patadas y moviéndose. Tendré que examinarte para ver lo cerca que estás del parto.

–Del parto… –Harper se tragó el nudo que se le había formado en la garganta–. ¿Quieres decir que voy a tener un bebé? –Su grito de pánico rivalizó con el volumen del hombre que reclamaba morfina.

–Tus contracciones son cada diez minutos, así que no tardará mucho. Por lo que le has dicho a la enfermera de triaje, llevas un par de días de parto no activo. Te haré una ecografía para comprobar el desarrollo del bebé, y el sexo, si quieres saberlo, y luego un examen interno. ¿Quieres llamar a una amiga o al padre del bebé para que esté contigo?

Harper tragó saliva. Sus dos mejores amigas y socias estaban fuera de la ciudad: Ruby se había prometido hacía solo unos días con Lucas Rothwell y pasaba el fin de semana con él en Lake District. Y Aerin estaba visitando a sus padres en Buckinghamshire con motivo de su trigésimo sexto aniversario de boda. Solo Dios sabía dónde estaría Jack Livingstone, sin duda en la cama con su última conquista en uno de sus lujosos hoteles. Debería decírselo, ¿verdad? Él era el padre y tenía que tener la opción de estar presente en el nacimiento del bebé e incluso de formar parte de la vida de su hijo.

Como su propio padre, siempre podía rechazar la idea. Pero debía saberlo.

 

 

Jack estaba leyendo un libro en uno de los áticos de su hotel boutique insignia de Londres cuando sonó el teléfono que tenía en el escritorio. Lo miró y esbozó una suave sonrisa al ver quién le llamaba a esas horas de la noche de un sábado. Quizá la escurridiza Harper Swan había cambiado de opinión y había decidido volver a verle para recoger el pendiente que aún tenía en su poder.

–Hola.

Podía oír su respiración agitada al otro lado de la línea.

–Jack, no es fácil decirte esto, pero estoy en el hospital y…

Jack se enderezó en la silla, con el corazón en un puño.

–¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Has tenido un accidente?

–Me gustaría explicártelo en persona… si te parece bien. ¿Estás en Londres?

–Sí. –Apartó la silla y agarró la chaqueta y las llaves del coche deportivo–. ¿En qué hospital estás?

–En St. Agnes. Todavía estoy en Urgencias, pero…

–Estaré allí en unos minutos. Jack cortó la llamada y abrió el segundo cajón de su escritorio. Sacó el pendiente que ella se había dejado tras su aventura de una noche y se lo metió en el bolsillo. Al menos ahora podría dárselo en persona.

 

 

A Jack no le gustaban los hospitales, pero la llamada de Harper le había puesto los nervios de punta. Había dicho que estaba en Urgencias. ¿Un pequeño golpe? ¿Tal vez en la cabeza? Debía de tener una conmoción si había cambiado de opinión sobre verle. Ella había ignorado sus llamadas durante meses y, aunque él se había sentido decepcionado, no había dejado que le afectara. No era el tipo de hombre que se obsesionaba con una mujer. Había disfrutado de su única noche juntos y esperaba volver a verla, pero ella no parecía interesada. Incluso se había negado a recoger su pendiente. Sabía que podía haberlo enviado por correo o haberlo dejado en su oficina, pero se lo había quedado. Cada vez que lo miraba, le recordaba a aquella noche de sexo desenfrenado y maravilloso.

Por otro lado, Jack no podía explicarse por qué no había tenido una aventura con nadie desde entonces. La abstinencia sexual no era algo que estuviera en sus genes. Por el contrario, se había volcado en la adquisición de una propiedad en Yorkshire. No quería distracciones de ningún tipo mientras cerraba el trato de Rothwell Park. Convertir la antigua finca en uno de sus hoteles boutique era un sueño que había albergado durante meses y ahora se estaba haciendo realidad. Aunque lo cierto era que revivir cada segundo de aquella noche de pasión con Harper era ya una distracción en sí misma. Le había resultado casi imposible quitársela de la cabeza. ¿Sería porque ella se había negado a volver a verle? Intentó ignorar la sensación de fracaso que le invadía cuando pensaba en ella. No es que viera a ninguna mujer como un premio o un trofeo que pudiera ganar, sino porque había algo en Harper que le atraía de un modo que ninguna otra mujer lo había hecho. Y no haber seguido viéndola había sido un fracaso.

Cuando llegó al hospital, una enfermera condujo a Jack al box en el que estaba Harper.

–Aquí está. –La enfermera esbozó una sonrisa enérgica y eficiente–. Estamos esperando a un celador para que la recoja. No debería tardar mucho.

Harper estaba tumbada de lado en la camilla del hospital, con el rostro pálido y atormentado por el dolor. El sudor le corría por la cara y en una de sus manos tenía una pelota azul contra el estrés que apretaba con fuerza. Pero entonces el color volvió a sus mejillas.

–Jack… –Su voz era un susurro ahogado, y sus ojos grises y verdes parecían evitarle–. Lo siento mucho…

Jack le agarró la otra mano y le dio un suave apretón.

–Eh…, ¿qué es lo que te pasa? –preguntó mostrando cariño en su voz.

–No sé cómo decírtelo… –Se mordió el labio inferior con tanta fuerza que a él le preocupó que se lo partiera–. Pensé que era dolor de espalda. No tenía ni idea. De verdad que no. No creía que fuera posible no saberlo, no reconocer las señales.

–¿Señales? ¿De qué estás hablando?

–Pensé que era cáncer. ¿Te lo puedes creer? –Soltó una carcajada irónica, le quitó la mano de encima y se apartó el pelo empapado de sudor de la cara–. Creía que la doctora me iba a decir que tenía un cáncer inoperable. Que me moriría con veintisiete años…

El miedo retorció las tripas de Jack.

–No tienes cáncer…, ¿verdad?

–No… –Volvió a morderse el labio y apretó con fuerza la pelota antiestrés, con las facciones contorsionadas por el dolor–. Me siento tan estúpida. ¿Cómo voy a explicar esto a todo el mundo? ¿A Aerin y Ruby? Tenemos muchas bodas reservadas para los próximos dos meses, incluida la de Ruby y Lucas. El verano es nuestra época más ocupada del año. Quiero decir, es como un mal sueño o algo así. No puedo creer que esto me esté pasando a mí…

La cortina del box se apartó y reapareció la enfermera.

–El celador está de camino para llevarla a la Unidad de Maternidad.

¿Unidad de Maternidad? Las palabras fueron como una bomba estallando en la cabeza de Jack. ¡Booommmm! Sus pensamientos volaron por todas partes como metralla. Se dio la vuelta tan deprisa para mirar a la enfermera que casi derribó el tensiómetro portátil. Alargó la mano para sostenerla.

–¿Maternidad? –La voz le salió ronca, el corazón le latía como si él mismo necesitara ser ingresado a una Unidad Coronaria.

–Intentaba decírtelo… –dijo Harper, con la mirada suplicante.

–¿Decirme qué?

–Voy a tener un bebé.

«¿Harper estaba embarazada?».

Jack dejó que las palabras se hundieran en su cerebro. Ella iba a tener un hijo. Una insoportable punzada de decepción lo apuñaló en las entrañas. Harper iba a tener el bebé de otra persona. No es que a él le entusiasmara tener una familia o algo así, pero aun así… Ella había seguido adelante, había encontrado a otra persona y se había quedado embarazada. ¿Pero qué tenían que ver esas noticias con él? No parecía que llevara mucho tiempo. ¿Estaba en las primeras etapas? Él sabía que el embarazo podía provocar náuseas terribles en algunas mujeres que requerían ingreso hospitalario. Entonces, ¿por qué le había llamado? No era su pariente más cercano, no era su pareja, ni siquiera era, estrictamente hablando, un amigo. No tenía sentido. Tenía amistades y familia, ¿no? ¿Y qué pasaba con su pareja, el padre de su bebé? Se suponía que era él quien debía estar a su lado. No él. Un amante ocasional que había desechado sin miramientos.

–¿Es usted el orgulloso padre? –le preguntó la enfermera a Jack con una sonrisa radiante.

–No, yo…

–Sí –dijo Harper–. Él es el padre.

Jack se quedó mirando a Harper en un silencio atónito. ¿Cómo podía ser él el padre? Hacía meses que no veía a Harper. Nueve meses. Los había contado todos. Sacudió la cabeza, preguntándose si estaría atrapado en algún extraño túnel del tiempo. Nada tenía sentido.

–¿Soy el padre? Pero ¿cómo?

Pero no hubo tiempo para aclaraciones ni explicaciones, pues el celador entró con determinación y soltó el freno de la camilla.

–¿Primer bebé? –preguntó el celador con una sonrisa alegre.

–Sí… Oh… –La voz de Harper se cortó por un espasmo de dolor que recorrió sus facciones.

Jack miró a la enfermera, que estaba recogiendo el bolso y el teléfono de Harper de la mesita que había junto a la camilla.

–¿No puedes darle algo para el dolor?

–No quiero nada –dijo Harper antes de que la enfermera pudiera responder–. Quiero un parto natural.

Jack no estaba muy al tanto en materia de embarazo y maternidad, pero había oído hablar del «parto natural» y le sonaba como si pudiera ser extremadamente doloroso.

–Estamos en el siglo XXI, Harper –le recordó Jack, siguiéndola mientras el camillero la llevaba hacia el ascensor situado fuera de la sala de Urgencias.

–Lo sé, pero me imagino que la única manera de aceptar que esto me está pasando de verdad es si lo siento todo ahora.

–Lo que dices no tiene mucho sentido. Has tenido nueve meses para prepararte. –Él solo había tenido unos minutos. Y no eran suficientes. La cabeza le daba vueltas, estaba mareado, el pulso se le aceleraba, el corazón le latía con un cúmulo de emociones: pánico, temor, miedo. Estaba a punto de ser padre. No parecía real. No parecía posible. Habían utilizado protección. Nunca había sentido el deseo de tener hijos. Disfrutaba demasiado de su libertad. ¿Por qué Harper no se lo había dicho antes? ¿Por qué no le había avisado hacía meses? ¿O es que le preocupaba que la presionara para que abortase? Él no habría hecho tal cosa, pero le habría gustado saber que iba a ser padre mucho antes del día de su maldito nacimiento.

Nunca se había sentido tan fuera de control.

Tan sorprendido.

–No he tenido nueve meses para prepararme –señaló Harper–. Me acabo de enterar hace media hora.

–Embarazo críptico –le explicó el celador–. No es común, pero ocurre. Ya he visto uno antes. Una adolescente no sabía que estaba embarazada hasta que llegó a Urgencias con un fuerte dolor abdominal. Pensó que era apendicitis. Tendrías que haber visto la cara de su madre cuando le dijeron que iba a ser abuela.

Un embarazo críptico. ¿Así que Harper no lo sabía? ¿Cómo podía no saberlo? ¿Seguro que había habido algún que otro indicio? ¿O estaba tan decidida a olvidarse de todo lo relacionado con él que no había notado los sutiles cambios en su cuerpo? Pero la negación era una poderosa herramienta mental. Podía hacer que personas normalmente racionales y sensatas ignoraran cosas que no querían afrontar. Cuestiones con las que no querían lidiar, verdades a las que no querían enfrentarse.

Jack también tenía que enfrentarse a una verdad que le iba a cambiar la vida. Iba a ser padre y quería que su hijo llevara su apellido. Casarse no había formado parte de su plan de vida, pero iba a tener que replanteárselo, pues de lo contrario su hijo crecería sin la seguridad y la protección que ofrecía el apellido Livingstone. El matrimonio era un paso trascendental para cualquier pareja, pero para él y Harper, que solo se habían visto una vez (la noche en que concibieron a su bebé), era una completa locura. Y sin embargo era la única opción. No veía otro camino. A pesar de no haber tenido una infancia fácil debido a la larga y penosa enfermedad de su padre, Jack estaba decidido a brindarle a su hijo una niñez feliz, y para lograrlo debía estar presente en su vida desde el principio.

Las puertas del ascensor se abrieron. Todos entraron y las puertas se cerraron de nuevo. Jack miró el cartel que indicaba Unidad de Maternidad en el tercer piso y se le revolvieron las tripas. Miró a Harper, pero ella estaba en medio de otra contracción salvaje. Tenía la cara desencajada y sus jadeos eran angustiosos. Tomó una de sus manos y ella la agarró hasta que pensó que sus huesos se quebrarían como ramas. Tal vez no era el mejor momento para proponerle matrimonio.

–¿Seguro que no quieres que te alivie el dolor? –preguntó con el ceño fruncido.

–Si no soportas verme sufrir, no vengas al parto –dijo Harper apretando los dientes–. Nadie te obliga.

–¿Quieres que vaya contigo?

–Solo si quieres. –El énfasis que puso en la palabra «quieres» no pasó desapercibido para él.

Jack se pasó la mano libre por el pelo.

–No es algo en lo que haya pensado antes. –Como el matrimonio, como el compromiso, como establecerse con una persona para el resto de su vida. Pero tenía que pensar en un hijo, un bebé que iba a nacer en los próximos minutos. Un bebé para el que no estaba preparado de ninguna manera.

Las puertas del ascensor se abrieron en la planta de Maternidad y su corazón dio otro tremendo vuelco.

–Decídete rápido –dijo Harper expulsando el aire con fuerza–. Tengo la sensación de que este bebé no va a esperar.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HARPER fue llevada en silla de ruedas a la sala de partos y se preparó mentalmente para que Jack la abandonara en la puerta. Pero, para su sorpresa, no lo hizo. Era obvio que estaba fuera de sí al encontrarse de repente en una Unidad de Maternidad, pero ella también lo estaba. Estaba pálido, y tenía la postura rígida y cautelosa, como si se estuviera preparando para un acontecimiento que nunca había esperado vivir.

El nacimiento de un niño que cambiaría la vida de Jack.

La vida de Harper.

La vida de los dos.

A Harper aún le costaba hacerse a la idea de que estaba a punto de dar a luz. Un bebé que su cuerpo había albergado en secreto durante casi nueve meses. Un bebé para el que no había hecho nada por prepararse: ni ropa, ni juguetes, ni accesorios, ni una habitación infantil pintada de colores pastel, ni cochecito, ni silla de bebé, ni cambiador. Tampoco se había preparado emocionalmente. No había emoción ni expectación, ni alegría, ni asombro. No sentía ninguna conexión con el bebé. ¿Sería eso era malo para el bebé?

La decisión de Harper de rechazar los analgésicos fue su forma de aceptar por fin la realidad de lo que estaba ocurriendo. De lo contrario, le preocupaba no establecer un vínculo adecuado con el bebé. Tal vez no supiera mucho de bebés, pero sabía que el vínculo lo era todo. Algunos de los niños con los que había crecido en hogares de acogida no habían experimentado una conexión verdadera con sus padres. Aunque en cierto modo sabía que su madre la había querido, seguía teniendo motivos para cuestionar el compromiso de su madre con ella. Convertirse en madre soltera no entraba dentro de sus planes. Su pareja la había dejado en la estacada con una responsabilidad enorme, negándole toda ayuda emocional y económica, y eso le había agriado el carácter, hasta el punto de que se vio desbordada y decidió acabar con su vida.

Harper estaba decidida a no repetir el ciclo. Haría todo lo que estuviera en su mano para establecer un vínculo con su bebé, para proporcionarle amor y apoyo pasara lo que pasara.

Su bebé.

Las palabras le resultaban tan extrañas, como las de otro idioma. El lenguaje de la maternidad que no había planeado aprender.

¿Sería una buena madre? ¿Cómo compaginaría su carrera con un bebé? Había tantos frentes que no sabía por dónde debería empezar… Sin embargo, allí estaba, a pocos minutos de dar a luz, de tener a su bebé en brazos. Pero ¿cómo iba a establecer un vínculo con un bebé cuya existencia desconocía momentos antes?

El pánico se apoderó de ella cuando se dio cuenta de que no había elegido un nombre. Nunca había pensado en ponerle nombre a nadie. ¡Qué responsabilidad más grande! ¿Y si su bebé crecía odiando el nombre que le había puesto? ¿Y si no encajaba con su personalidad? Intentó pensar en algunos nombres, pero su cerebro estaba aletargado por el cansancio y el dolor.

Harper miró a Jack con el corazón latiéndole con fuerza.

–Tenemos que pensar en un nombre.

–¿Qué? ¿Ahora?

–Deberíamos tener algunos nombres listos. Uno para niño y otro para niña.

–¿No sabes el sexo?

–No, cuando el médico de Urgencias me hizo la ecografía mientras te esperaba, preferí no enterarme. Quiero que sea una sorpresa.

–¿No ha habido ya suficientes sorpresas? –inquirió con ironía.

–Touché.

La comadrona entró y se presentó.

–Me llamo Meg. Te cuidaré durante el parto. Necesito examinarte, si te parece bien.

–¿Quieres que salga? –preguntó Jack.

–No –dijo Harper, sorprendiéndose a sí misma. La idea de estar tan expuesta y vulnerable con él mirándola debería haberla avergonzado, pero quería su apoyo. Lo necesitaba. Era demasiado tarde para llamar a nadie más… Por otro lado, quería que su bebé conociera a su padre. Que él fuera una de las primeras personas en darle la bienvenida al mundo.