Unidos por el matrimonio - Vivian Leiber - E-Book

Unidos por el matrimonio E-Book

Vivian Leiber

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Beschreibung

Sam Wainwright solo necesitaba una esposa falsa para impresionar a su jefe. No obstante, Patricia Peel aceptó representar ese papel esperando conseguir que él no la considerase solo una buena profesional, sino que también se fijara en ella como mujer. Esperaba que al tener que comportarse como un marido amoroso y tenerla cerca, Sam buscara algo más que amistad en su vida de casado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Harlequin Books S.A.

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Unidos por el matrimonio, n.º 1109- enero 2022

Título original: The Marriage Merger

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-563-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

OTRAS mujeres lo habían hecho. Algunas incluso alardeaban de ello. Una encuesta publicada la semana anterior en el Arizona Republic decía que un sesenta por ciento de las mujeres lo habían hecho por lo menos una vez, a veces dos. Muchos artículos explican cómo hacerlo. Según el que Patricia leyó al llegar a casa después de la fiesta por el embarazo de Olivia McGovern, las mujeres que no lo hacen son anticuadas, tienen problemas de autoestima o son unas débiles.

«Débiles», pensó Patricia.

Otras mujeres invitaban a salir a los hombres. Hasta les proponían matrimonio. Otras mujeres hacían muchas cosas que Patricia Peel no hacía.

Pero aquella mañana iba a hacerlo. Se colocó un mechón detrás de la oreja, se aclaró la garganta y se contuvo para no morderse las uñas.

—Sam, no acepto los líos amorosos —dijo levantando la barbilla para enfatizar—. Ensaya otra vez. «Líos amorosos» suena fatal. Sam, a ninguno de los dos nos parece bien que dos compañeros de trabajo mantengan una relación amorosa. Y menos, cuando el hombre tiene un puesto superior al de la mujer. Asistimos a un seminario sobre ese tema en Washington, ¿lo recuerdas? Lo daba aquella mujer con un peinado…

«No te vayas por las ramas», pensó. Sam y ella habían bromeado acerca del peinado de la mujer, y si mencionaba el seminario, solo conseguiría más bromas.

Se hizo una coleta y ordenó las carpetas que tenía encima del escritorio. Después se enderezó, recolocó su traje gris, que era demasiado abrigado para la oficina y comenzó de nuevo.

—Sam, te quiero y lo hecho desde que acepté este trabajo hace seis meses —dijo, pensando que lo mejor sería hacerlo de la manera más clara y sencilla—. Lo acepté por ti. Desde que me hiciste la entrevista no he podido dejar de pensar en ti. Tenía una oferta en San Luis y no la acepté por ti. He ocultado mis sentimientos porque estás, bueno, estabas, comprometido. O por lo menos, eso es lo que he oído.

Se puso la mano en la frente. ¿Por qué no podía hacerlo bien?

—Lo que quiero decir es que todos sabemos que tú estabas comprometido. Y no me malinterpretes, Melissa es una mujer estupenda.

Patricia se mordió el labio inferior al escuchar su propia mentira. Las pocas veces que Melissa había ido a recoger a Sam a Barrington Corporation se había comportado como una imbécil. Patricia se preguntaba si esos pensamientos no estarían provocados por los celos.

Pero por lo que se cotilleaba en el trabajo estaba bien claro, Melissa y Sam habían roto. Además de ser el vicepresidente de personal de Barrington Corporation, y por tanto, el jefe de Patricia, Sam era un hombre soltero y sin compromiso. Dado su atractivo, esa situación no duraría mucho. Es más, Patricia no se hubiera sorprendido si esa mañana se hubiese encontrado a un montón de mujeres esperándolo en la puerta de su despacho. Si quería una oportunidad, tenía que actuar.

—Siento de verdad que Melissa y tú os hayáis separado —continuó mintiendo.

Miró el reloj. Eran las nueve y dos minutos.

Tomó las carpetas de la mesa. Eran los expedientes de quince estudiantes de las mejores universidades. Fue idea suya entrevistarlos en el sur de Florida durante las vacaciones de primavera. A Sam le encantó la idea. Era una buena forma de conocer a los candidatos en un ambiente tranquilo y amistoso.

Patricia y Sam estuvieron todo el tiempo juntos. Pasaban el día en la playa hablando con los estudiantes acerca de Barrington Corporation. Las noches, en los mejores restaurantes de Fort Lauderdale, revisando los currículums de los candidatos. Y en los ratos libres fueron a bucear, a un baile en el hotel y participaron en un concurso de baloncesto. A veces, ella se olvidaba de que él estaba comprometido y que la consideraba solo como a una amiga y una colega. No como a una mujer.

Había regresado con una lista de quince candidatos al trabajo, la piel tostada por el sol y con la sensación de que la mejor semana de su vida había llegado a su fin. En los últimos tres meses no hubo nada que la hiciera cambiar de opinión.

Se levantó y se acercó a la puerta de su despacho.

—Sam, ¿recuerdas cuando fuimos al Little Havana Nightclub y bebimos cócteles de endrina, y que las bailarinas llevaban diamantes falsos y montones de plumas? Pues, me gustaría ir otra vez, pero no por motivos de trabajo.

Patricia movió la cabeza. Eso no funcionaría. No era el tipo de mujer segura de sí misma que se atrevía a invitar a los hombres. Quizá era una débil. Había hecho cosas que a otras personas le resultarían difíciles, como visitar al Presidente cuando solo tenía doce años, hacer una reverencia ante la reina de Bélgica cuando tenía catorce, o hablar con el presidente de Liberia cuando sus padres estaban destinados en África. Esta vez solo tenía que pedirle una cita a un hombre.

—Tengo dos entradas para el partido de baloncesto. ¿Quieres ir conmigo?

Eso tampoco funcionaría. Siempre iban juntos a los partidos. Él no lo entendería. Durante el pasado año y medio, nadie se extrañó de verlos juntos en las fiestas, los partidos, o los museos.

Ese era el problema.

Patricia se estiró la minifalda y salió de su despacho. Eran las nueve y tres minutos.

Llegaba tarde y él se sorprendería. No por nada, solo porque ella siempre era muy puntual.

—Sam, quería decirte que me gustas.

Claro, eran amigos y compañeros de trabajo. Él no lo captaría.

—Me gustas, pero no como un amigo.

Eso tampoco sonaba bien.

Se detuvo en el pasillo y se preparó para llamar antes de entrar.

Cerró los ojos.

—Si no sientes lo mismo por mí, no pasa nada. No afectará a nuestra relación de trabajo. Pensé que debía decírtelo…, la vida es muy corta, yo ya tengo veintinueve años, y si se ama a alguien hay que decírselo. Así que te lo digo, Sam, te…

Oyó que se abría la puerta. Tragó saliva y abrió los ojos. Se encontró frente a un hombre con traje azul claro. A Patricia se le paró el corazón. Él la miró con picardía.

—Lo siento mucho, señor Barrington —dijo ella fijando la vista en la corbata para no tener que mirar a la cara al presidente de Barrington Corporation.

—Siempre pensé que si se quiere a alguien hay que decírselo —dijo el señor Barrington y se alejó por el pasillo.

«¡Perfecto!», pensó Patricia, «el presidente de Barrington Corporation sabe que estoy enamorada».

 

 

Sam Wainwright solo podía pensar en una palabra.

Matrimonio.

Matrimonio.

Matrimonio.

Apenas se dio cuenta de que Patricia se había sentado frente al escritorio. Ella comenzó a revisar los resultados de la segunda ronda de entrevistas a los licenciados que conocieron en Florida. Sam observaba cómo abría una carpeta tras otra, ¿cómo podía centrarse tan bien en el trabajo si acababa de ocurrir un gran desastre?

Matrimonio.

Rex Barrington II podía haber despedido a Sam en aquel instante.

Después de haberlo recogido de la calle y de haberle dado una oportunidad, Rex solo tenía una petición que hacerle antes de jubilarse.

—Quiero ver al vicepresidente de personal casado y asentado —le había dicho diez minutos antes—, quiero dejar al departamento de personal de esta empresa en manos de alguien que tenga una vida personal estable. No quiero tener que preocuparme de quién está a cargo de esta empresa cuando esté en las playas de Tahiti. Eso no debería ser un problema, estás comprometido ¿no?

«Estabas, hubiese sido más preciso», pensó Sam. Antes de poder decir nada, Rex continuó:

—Fija una fecha de boda.

—De acuerdo, Rex —dijo Sam sabiendo que era imposible fijar una fecha de boda si no tenía novia.

Rex II tenía la graciosa costumbre de preguntar, sugerir y averiguar, cuando realmente lo que quería hacer era ordenar.

Eso había sonado como una orden.

—Me encantaría conocer a la mujer que te ha hecho feliz —añadió Rex.

«A mí también», pensó Sam.

—Llévala a la fiesta de mi jubilación. Si no conozco a la mujer misteriosa que va a asegurar la calidad de tu trabajo cuando yo me vaya, tendré que abandonar la fiesta e ir a buscarla.

«Hay montones de mujeres en el mundo», pensó Sam. Sin embargo, contestó:

—Lo haré, Rex.

—Recuerda, quiero al vicepresidente de personal casado. Cuando mi hijo Rex III tome el mando, habrá cierta incertidumbre en la empresa hasta que él encuentre su propia forma de hacer negocios. El vicepresidente de personal debe tener estabilidad, en tu caso, estar casado.

—De acuerdo, Rex.

Sin duda. Una orden.

¡Qué pesadilla!

Matrimonio.

Matrimonio.

Sam.

Matrimonio.

Sam.

—¿Sam?

Sam prestó atención.

—¿Qué decías?

—Te he preguntado si crees que debo pedir al departamento de turismo de Barrington que organicen el viaje para que los encargados conozcan a los candidatos seleccionados —dijo ella colocándose las gafas—. Sería una buena oportunidad para que la gente nueva conozca a sus jefes, no solo con los que van a trabajar, sino con los que en un futuro podrían trabajar.

—Buena idea —dijo Sam. Observó a Patricia. Eficiente, de confianza… Si ella fuese vicepresidenta, Rex II no le pediría que se casase, no había nadie que tuviera una vida más estable que Patricia. Su única debilidad era el chocolate. En el resto de su vida era tan estricta como un reloj.

Patricia Peel era el tipo de mujer que ve la televisión, que se toma un vaso de leche antes de irse a la cama, se cepilla los dientes tres veces al día y que lleva ropa interior de algodón.

—¿Sam? ¿Me estás escuchando?

—¿Eh? Ah, sí. Dame tus gafas.

—¿Para qué?

—Tienen una mancha.

Ella se las quitó y las miró.

—Aquí. No la ves —él las agarró y sacó un pañuelo de papel.

La miró. Sí, si él fuese ella, Rex no dudaría de si su vida personal era estable o no. Era tan firme como el Peñón de Gibraltar, tan puntual como los pájaros de Capistrano y tan certera como la visita anual de Papá Noel.

Ella lo miró.

A Sam se le ocurrió una idea perversa.

Sam siempre solucionaba los problemas. Siempre superaba las contrariedades. Cualquiera que conociese su pasado sabría que nunca se rendía. Podría solucionar esa situación.

—Patricia, ¿tú dirías que somos amigos?

Ella se sonrojó y cerró los ojos. Él se preguntaba si había ido demasiado lejos, pero antes de poder rectificar, ella levantó la vista y dijo:

—Sí. Creo que somos buenos amigos. Nos llevamos bien. Bromeamos. Trabajamos bien juntos. Sí, diría que somos amigos. ¿Por qué lo preguntas?

Sam hizo un repaso mental. Era guapa, atractiva. No era demasiado joven. Si lo hubiera sido, él no hubiese pensado lo que pensaba. Podría vestir un poco mejor, los trajes grises que llevaba eran demasiado serios. Cuando fueron a Fort Lauderdale a entrevistar a los candidatos, él se fijó en que llevaba camisetas y vaqueros cortos. Y cuando se soltó la coleta en la playa, mucha gente se volvía para mirarla.

—Patricia, ¿crees que los amigos deben hacerse favores? —preguntó dejando las gafas sobre la mesa fuera del alcance de ella.

—Claro.

—¿Y yo soy el tipo de amigo al que le harías un favor?

Sam sabía que esa era una pregunta estúpida. Por supuesto que ella le había hecho favores. Le había llevado el trabajo y la comida a casa durante dos semanas cuando él se torció un tobillo jugando al béisbol. Se había apuntado a su equipo de baloncesto cuando uno de los jugadores lo dejó. Le había recogido la ropa de la lavandería cuando estaba muy ocupado y le había ayudado a organizar la cena para la familia de Melissa cuando iban a anunciar su compromiso.

Intentó pensar si los favores que le había hecho a Patricia eran equiparables. Le había conseguido un despacho con vistas al desierto. Había convencido a Rex de que ella merecía un aumento. Aunque eso lo habría hecho por cualquier empleado que trabajara como ella.

La balanza de la amistad se inclinaba hacia Patricia.

—Deja que te lo pregunte de otra manera. ¿Estás saliendo con alguien? —se dio cuenta de que sabía mucho menos de ella que ella de él.

—No —dijo ella—. De hecho iba a preguntarte si…

Se quedó paralizada.

—¿Qué me ibas a preguntar?

—Nada.

Él estaba seguro de que la oyó susurrar la palabra débil.

—¿Qué?

—Nada —repitió ella—. ¿Por qué preguntas si salgo con alguien?

—Porque no quiero hacerte la siguiente pregunta si hay otro hombre.

Ella abrió la boca. Él nunca se había percatado de que sus labios eran del color de las rosas. Patricia comenzó a hablar, tenía los ojos bien abiertos. Sus pechos rozaban la camisa almidonada que llevaba.

—¿Qué pregunta?

Él respiró hondo. No sabía si estaba cometiendo un error. El eco en su cabeza era cada vez más fuerte.

Matrimonio.

Matrimonio.

Matrimonio.

Pensó en todo lo que Rex había hecho por él. En la pobreza de su infancia, en el sabor del pan rancio y de la leche agria, en el olor a whisky de su padre, en el funeral de su madre y en el ataúd barato que a los once años lo puso furioso por no poder ofrecerle nada mejor a los restos de su madre.

Rex II quería que el vicepresidente de personal se casara.

—Patricia, ¿qué opinas acerca de convertirte en mi prometida?

Su expresión se llenó de júbilo y ella no fue capaz de disimular. Sam se preguntaba si había cometido un gran error.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HAS dicho, prometida?

«Estupendo», pensó Patricia, «parezco idiota. Claro que ha dicho prometida».

—¿Era una pregunta retórica? Porque si es así, quiero que sepas que cualquier mujer estaría encantada de ser tu prometida. Es más, cuando he entrado en tu despacho tenía algo que decirte sobre el mismo tema.

—No era retórica —dijo él.

—¿Quieres decir que me has preguntado si quiero ser tu prometida porque quieres que lo sea?

«¿Será que siente algo por mí y no sabe cómo expresarlo?», al pensar esto, Patricia respiró hondo y reprimió una sonrisa. Él acababa de romper con una mujer, estaba dolido y no estaba en sus casillas. «¡Sí que está es sus casillas!» —protestó su voz interior—, «¡por fin se ha fijado en mí!»

—Prometida —repitió Patricia a pesar de que él miraba hacia otro lado—. Dijiste que quieres que sea tu prometida. ¿No crees que deberíamos tomarnos esta relación con un poco más de calma?

—Olvídalo —contestó él y tomó la primera carpeta del montón. Patricia le agarró la mano y él la retiró—. Ha sido una idea estúpida. Es culpa mía. No debí mencionarlo. ¿Qué trabajo tenemos para esta mañana?

Él sonrió y el contorno de sus ojos grises se arrugó. Un mechón de pelo le caía por la frente y Patricia tuvo que contenerse para no pedirle un autógrafo. Estaba tan guapo que podía ser un actor.

—¿Y cuál era la idea? —insistió Patricia.

Él miró por la ventana.

—Tengo un problema —dijo al fin.

Patricia suspiró. Un problema. Y no pasión. Un problema. Y no amor. Un problema. Sintió un poco de rabia, como un ratón al que ha burlado un gato. Si hubiese sido otro hombre ella se habría marchado, pero sentía cariño por Sam y se quedó.

—¿Tiene algo que ver con Melissa?

—Un poco. Lo hemos dejado.

—Eso he oído.

—¿Sí?

—Estuve en la fiesta de Olivia, del departamento jurídico. La mujer que se encarga de las invitaciones para la fiesta de jubilación me comentó que Melissa y tú ya no estabais juntos.

Patricia omitió el resto de la conversación. La parte en que la mujer que ella consideraba su mejor amiga la había animado a que le pidiera salir al único hombre que le había interesado desde que vivía en Phoenix hacía seis meses.

—No nos iba bien —dijo Sam.

—¿Y sientes lástima?

—No.

—¿Tristeza?

Él se encogió de hombros.

—No demasiada.

—¿La echas de menos?

—En realidad, no.

—¿La dejaste tú?

Él asintió.

—¿Y ella está triste?

—Sí. Me dio una bofetada. No fue muy convincente. Se irá de compras y se olvidará de todo.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Rex. El señor Barrington.

Patricia pensó en el encontronazo que había tenido con el presidente y decidió callarse.

—¿Qué tiene que ver con todo esto?

Sam se tapó la cara con las manos.

—Quiere conocer a mi prometida. Acaba de estar aquí y quiere que se la presente en la fiesta de jubilación.

—Dile que lo habéis dejado.

Él levantó la cara. Estaba tenso y sus ojos eran tristes.

—No he tenido valor para hacerlo.

Patricia lo comprendía. A pesar de que ella no tenía una relación estrecha con el fundador de Barrington Corporation, sabía que Sam sí la tenía. Jugaban al golf juntos, Rex lo había invitado a cenar a su casa, e incluso habían trabajado juntos. Sam hablaba de Rex II con verdadero sentimiento.

—Eres tan amable con él.

—No es amabilidad. No soy una persona amable.

—Lo eres.

—No empecemos. Esto es sobre lo único que discutimos. Te he dicho muchas veces que soy decente, que es el mínimo requisito para no ser un cretino. Pero amable, no.

—Yo creo que sí.

—Patricia, no le he dicho nada por mi propio interés. Dijo que estaba preocupado de dejar al departamento de personal en manos de alguien que no tuviera una vida personal estable, que no estuviera casado. Así que, cuando me pidió que le presentara a mi prometida no le conté que lo hemos dejado.

—Quieres decir que no se lo dijiste por no preocuparlo.

—Patricia, he sido muy egoísta. Pensaba en mi trabajo.

—No, pensabas en los sentimientos de Rex. Además, todo el mundo hace las cosas por varias razones, unas más egoístas que otras.