Vacuna contra el fracaso - Eduardo Ísmodes - E-Book

Vacuna contra el fracaso E-Book

Eduardo Ísmodes

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"Vacuna contra el fracaso. Innovar para prosperar es un llamado urgente a convertir la investigación, el desarrollo, la innovación y el emprendimiento (I+D+i+e) en el motor que los países, en su intento hasta ahora infructuoso por el desarrollo, necesitan para dejar atrás la informalidad y la pobreza. Con un lenguaje directo y apoyado en cuatro décadas de docencia, gestión universitaria y trabajo con el Estado y las empresas, Eduardo Ísmodes hilvana reflexiones personales, análisis de políticas públicas y ejemplos latinoamericanos para mostrar cómo articular la «triple hélice» Estado-empresa-academia desde lo local: distritos, municipios, universidades y clústeres productivos. Lejos de un manual convencional, este libro combina teoría, vivencias y herramientas prácticas —desde la curva S hasta la vigilancia tecnológica— y propone un protocolo replicable para crear sistemas de innovación locales capaces de escalar en los ámbitos nacional y regional. Una obra pensada para líderes, gestores y ciudadanos que quieran transformar sus comunidades mediante la generación de conocimiento con valor social y económico. "

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Eduardo Ísmodes es ingeniero mecánico por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y profesor principal del Departamento de Ingeniería de la misma casa de estudios. Entre 1988 y 1996 cofundó y coordinó la creación de la carrera de Ingeniería Electrónica. Posteriormente obtuvo la maestría en Comunicaciones en la PUCP y el doctorado en Historia de América Latina. Mundos Indígenas por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España (UPO).

Ha sido director académico de Investigación (1999-2002), decano de la Facultad de Ciencias e Ingeniería (2002-2008), director de la Escuela de Posgrado (2020-2023) y actualmente es vicerrector de Investigación de la PUCP. En ese camino, impulsó la creación del Centro de Innovación y Desarrollo Emprendedor (CIDE-PUCP) y de la red Equipu, referentes nacionales en la articulación universidad-empresa-Estado.

Fuera de la academia presidió la Sección Perú del Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE) (1997-2000), lideró el directorio de SEDAPAL (2012-2014) y, en la década de 1990, participó en la formación del Grupo de Apoyo al Sector Rural.

Sus líneas de investigación abarcan la gestión de la I+D+i+e, los sistemas universitarios de innovación y el emprendimiento tecnológico. Sobre estos temas ha publicado numerosos artículos y los libros Países sin futuro (2006) y Cambiar la universidad en el Perú (2014).

Eduardo Ísmodes

VACUNA CONTRA EL FRACASO

Innovar para prosperar

Vacuna contra el fracasoInnovar para prosperar© Eduardo Ísmodes, 2025

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2025Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú[email protected]

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Primera edición digital: junio de 2025

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2025-05432e-ISBN: 978-612-335-052-9

A Isabel, Lucía y Andrea, por un mejor Perú y una mejor Latinoamérica donde valga la pena vivir y contribuir.

Índice

Introducción

Del fracaso, su vacuna: la investigación, el desarrollo, la innovación y el emprendimiento (I+D+I+E)

La ciencia, la tecnología y la innovación tecnológica en el Perú: un tema íntimo, una pelea pasional

La innovación, ¿de qué se trata?

Definiciones estandarizadas sobre innovación

Niveles de la innovación

La innovación a nivel macro

Foco en el desarrollo humano

Cuidado, el modelo es una simplificación de la realidad

¿Y cuánto invertimos en I+D?

¿Solo educación? ¿Y la organización?

El deber incumplido por los líderes en el Perú

Los sistemas de innovación

Caracterización de los sistemas de innovación

El triángulo de Sábato y la triple hélice de Etzkowitz y Leydesdorff

La triple hélice, los sistemas de innovación y los ecosistemas de innovación

Modelos del proceso de innovación

Articular y desarrollar los ecosistemas de innovación y aprovechar los modelos de innovación: tema para los políticos y los líderes

Instrumentos para impulsar la I+D+i

Estado de la innovación en los países

La ley 31250

La innovación a nivel medio

La curva S de la innovación

¿Cuáles son las posibilidades de éxito en la innovación?

¿Tu organización es innovadora?

El uso de las normas sobre gestión de la innovación

Recomendaciones para la evaluación de un sistema de gestión de la innovación

La norma no lo es todo. Aspectos clave en la gestión de la I+D+i

La innovación a nivel micro

¿Qué es lo esencial para provocar la innovación?

El design thinking

El QFD simplificado

El mapa del viaje del cliente

Tareas por realizar, innovación orientada por resultados (jobs to be done, ODI)

SI Perú

La triple hélice, ja, ja, ja

¿Qué se hace por la articulación?

Financiamiento limitado y descomposición: dos problemas por resolver

SI San Miguel

Receta básica

¿Y por qué no Latinoamérica?

Propuesta de protocolo para la creación de Sistemas de Innovación Locales (SIL)

Distritos de innovación

SI Universidad

La universidad: semilla del mal, semilla del bien

Para muestra un botón

Una propuesta: los sistemas de innovación universitarios (SI Universidad)

El desafío de romper con la autocomplacencia

La universidad de tercera generación

La universidad del futuro

Algunas iniciativas para preparar a las universidades para los nuevos tiempos

Epílogo

Referencias

Introducción

Este libro se ha ido gestando a lo largo de varios años. Es producto del estudio y de la práctica de las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida, en la búsqueda del impulso de actividades de investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento en el Perú.

Inicialmente, la idea fue escribir un manual por y para la innovación, adaptado a la realidad de países como el Perú. Sin embargo, a medida que reflexionaba sobre el tema y daba clases relacionadas con él, me fui convenciendo de que no podía escribir un manual puramente técnico, sino que debía incorporar experiencias e ideas personales que pudieran involucrar en el tema a las personas que, desde distintos espacios de intervención, estuvieran interesadas en mejorar la creatividad o en provocar la generación de innovaciones.

Si bien no contemplé este aspecto en un inicio, luego me di cuenta de que tenía que hacer visibles mis preocupaciones personales por la poca innovación y el poco interés por provocarla por parte de nuestros líderes en el Estado, en la empresa y en la academia, así como por mi incomodidad al ser testigo de la miopía de la mayoría de nuestros tomadores de decisión respecto a la necesidad de generar conocimientos y creaciones con valor. Por todo eso pensé que sería más efectivo si incluía algunos pasajes autobiográficos.

Me disculpará el lector si considera que en esto pueda haber un exceso de vanidad o una mirada sesgada y poco racional, pero creo que en este tema no se puede ser «pecho frío», como se dice en el argot futbolístico.

Considero vital que en el Perú se trabaje en construir una cultura favorable para la investigación, el desarrollo, la innovación y el emprendimiento. De no hacerlo, nuestra existencia como un país en el que valga la pena vivir será penosa y mediocre. Es por ese motivo que en este libro he incluido temas personales, pues mi intención es despertar en las y los lectores la pasión por construir un mejor país. Mi intención es transmitir y compartir los sentimientos —descontento y frustración— que me embargan cuando veo la pasividad y el poco interés en impulsar la I+D+i+e1 por parte de las personas que deberían estar más interesadas y preocupadas en ello.

Esa pasión es la que busco transformar en energía positiva, en energía cinética para unirnos y crear una sociedad mejor. En lugar de concentrar nuestros esfuerzos en discutir por diferencias ideológicas o de opinión, como actualmente sucede, deberíamos enfocarnos en los problemas y, con la aplicación de las metodologías adecuadas, en la investigación y la innovación, para encontrar las mejores soluciones para tener un país próspero y en bonanza.

Este libro está organizado en siete capítulos, que no necesariamente tienen que leerse de manera secuencial. El primer capítulo tiene un título bastante peculiar, inspirado en la forma coloquial de hablar de los loretanos; hago eso porque, generalmente, Loreto aparece en posiciones muy bajas en los índices de competitividad regional y eso me genera un ruido interno, el mismo que provoca el título. En esta sección repaso algunas situaciones por las que he pasado a lo largo de mi vida y que me han llevado a promover las actividades de investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento en el Perú.

En el segundo capítulo se presentan las ideas y las definiciones generales y más aceptadas sobre lo que es la innovación; asimismo, destaco su relación en tres niveles desde los cuales se la puede impulsar o provocar: los niveles macro, medio y micro. Cada uno de ellos se desglosa y explora con más detalle en los siguientes capítulos.

El tercero está dedicado a los grandes hacedores de las políticas y el manejo de los recursos. Explico por qué es importante su intervención y doy pautas sobre cómo proceder si se quiere impulsar adecuadamente a la I+D+i en un país, una región, una localidad o un sector productivo.

El cuarto capítulo está dedicado a los empresarios y a los responsables de las organizaciones. Se exponen las razones y las acciones que se deben realizar para conseguir que una empresa u organización sea innovadora y para que pueda evaluar en qué grado lo es.

Seguidamente, el quinto capítulo está dedicado a las personas que quieren generar innovaciones. Se presentan las ideas generales por tomar en cuenta y, entre las decenas de técnicas que existen para provocar la innovación, pongo énfasis en algunas de las más populares. El sexto capítulo pretende, con base en lecturas y experiencias, explicar cómo se podría proceder en el Perú para lograr impulsar, de manera más efectiva, todo lo que hemos hablado en los capítulos anteriores sobre la investigación, desarrollo e innovación para el buen crecimiento integral de los peruanos. Se propone la articulación del Sistema Nacional del Perú desde la base, a partir de la articulación de sistemas locales o sectoriales. Se plantea la propuesta de modo que, en caso de que despierte interés, pueda ser replicada en otros países latinoamericanos, sin necesidad de esperar a las grandes decisiones de un Gobierno central. A partir de una iniciativa que se ha puesto en marcha en el distrito de San Miguel, en Lima, se trata de generar un procedimiento replicable y adaptable en otros distritos o ciudades. Con las indicaciones planteadas en el capítulo, cualquier persona que tenga capacidad para unir intereses en un municipio, ciudad, universidad, instituto tecnológico o agrupación de empresas puede iniciar el trabajo de articular un sistema de innovación local o uno sectorial y buscar integrarse y coordinar con iniciativas similares.

Finalmente, el sétimo y último capítulo se centra en mostrar la necesidad y la importancia de involucrar de manera activa a las universidades en la articulación de los sistemas locales de innovación. Dado que, por lo regular, las universidades son conservadoras y de lenta reacción, se propone que comencemos por impulsar los sistemas de innovación de las propias universidades, contactando con egresados en las empresas y en el Estado, para aprovechar cursos y trabajos de tesis que contribuyan a generar una cultura de cambio positivo que luego permita intervenir en espacios de mayor dimensión.

1 Investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento (I+D+i+e). A veces solo se usan los términos I+D (R&D en inglés), o I+D+i, según sea el caso.

Del fracaso, su vacuna: la investigación, el desarrollo, la innovación y el emprendimiento (I+D+I+E)

«Fracaso» es la palabra que se me viene a la mente cuando pienso en el Perú y en mi vida en este querido y sufrido país que no logra despegar ni desarrollarse, en comparación con otras naciones que sí lo han conseguido. ¿Cómo puede alguien sentirse feliz en un país donde la pobreza y el sufrimiento siempre están tan presentes? Donde los principales medios de comunicación centran sus noticias en reportajes sobre asesinatos, robos y desgracias; donde periodistas de cierto renombre se ven obligados, presos de las supuestas necesidades del mercado de las comunicaciones, a aprovechar el morbo y desnudar los dramas personales, el sufrimiento y el dolor de la gente que ha padecido un ataque, una desgracia o que quiere algunos minutos de popularidad.

Este sentimiento de fracaso se acrecienta cuando escuchamos a jóvenes educados en colegios de clase media o acomodada, que han tenido la oportunidad de viajar a otros países desde pequeños, manifestar su deseo de abandonar el país en busca de una mejor calidad de vida. Y no son solo ellos. Las familias de menos recursos, pero no por ello ajenas a lo que los medios de comunicación dicen, también ansían dejar el Perú. Más aún cuando tienen algún familiar o amigo que ha emigrado a países como Italia, Estados Unidos, España, Australia o Canadá, quienes les invitan a unirse a ellos para realizar trabajos que los ciudadanos locales no quieren llevar a cabo. Al final, sea cual sea la condición económica de las personas o su nivel de formación o edad, lo cierto es que la gente emprendedora se está yendo del país, porque está insatisfecha con el Perú y considera que en otros lugares hay mejores condiciones para tener una mejor calidad de vida.

Por ello, «fracaso» es una palabra que resume el sentimiento de desilusión que ha estado presente en la vida de muchos peruanos desde hace muchas décadas.

«Fracaso», según el Diccionario de la Lengua Española, es el resultado adverso de algo que se esperaba que sucediera bien. Aplicado al Perú, utilizo el término porque siempre, aun en la peor situación, muchos ciudadanos albergamos esperanzas de un resultado positivo y mejor para nuestro país, pero eso no sucede. En el ámbito político, vemos cómo los líderes y los «lidercillos», de diferentes partidos y facciones, de izquierda, de derecha, nacionalistas, populistas, liberales, antiliberales o de confusas ideologías, luchan por el poder, convencidos de que sus ideas son la solución para los problemas del país. Nuestros prohombres no ponen por delante el tratar de entender la raíz de los problemas, sino que tratan de aplicar mecánicamente sus recetas en un país complejo, multidiverso y que en las actuales condiciones pareciera imposible de gobernar.

El repetido fracaso final de los ilusos ganadores de cada competencia política que hemos tenido en el Perú ha originado que la población en general pierda la confianza en los políticos. La ciudadanía desconfía del Ejecutivo y del Congreso, desconfía del Poder Judicial y de la Policía. En otras palabras, desconfía de todo títere con cabeza. Por ello, independientemente de quién sea elegido en cada proceso electoral, el iluso ganador, desde el inicio de su mandato o a los pocos meses de su victoria, tendrá a una mayoría de la población en su contra.

Llegados al año 2025, hemos tenido a cinco expresidentes encarcelados y otra más que podría llegar a tener la misma suerte. Prácticamente ninguno de nuestros expresidentes se escapa de ser considerado ladrón, corrupto, mentiroso o inútil. Sea cierto o no, la mayor parte de la población no cree en ellos. Tenemos el lamentable caso de Alan García, que se suicidó para evitar la deshonra de ser encarcelado. Y el caso de los expresidentes es la lista corta, porque también tenemos un enorme contingente de candidatos a la Presidencia del Perú, al Congreso, a los gobiernos regionales, alcaldías y a distintos procesos electorales que, como consecuencia de sus acciones al ser candidatos o autoridades elegidas, terminan quedando sujetos a distintos procesos judiciales, circunstancia que contribuye a acrecentar la enorme desconfianza de los peruanos respecto a la política y la democracia.

Esta penosa situación nos lleva a los peruanos a experimentar una sensación de fracaso recurrente. Ya no confiamos en los políticos, en algunos grupos religiosos, en nuestras instituciones fundamentales, como el Poder Judicial y las organizaciones encargadas de los procesos electorales; tampoco, en los medios de comunicación.

Ante este panorama, resulta difícil imaginar cómo construir un país mejor. Nos encontramos atrapados en un círculo vicioso y no parece haber un buen futuro ni una salida promisoria. Pero, claro, los seres humanos difícilmente perdemos la esperanza; pese a haber caído y fracasado, nos levantamos y retornamos los esfuerzos para llegar a ser un mejor Estado. No podemos caer en la amargura y el pesimismo, sino que debemos buscar soluciones a nuestros problemas como país.

Seguramente por mi formación como ingeniero, considero que parte de la solución a nuestros problemas pasa por recurrir a la ciencia, al conocimiento y a la técnica. No obstante, para crear un país mejor, hay que empezar por entender las causas, el origen de nuestros problemas, y no quedarnos encerrados en nuestros pequeños mundos. Tenemos que entender el todo, el sistema y los supersistemas, así como los subsistemas. Si conocemos y entendemos mejor la realidad, tendremos mayores probabilidades de mejorarla.

Aunque cada país es independiente y sus características son diferentes frente a los demás, existen situaciones comunes que explican por qué a algunos países les va mejor que a otros. En el libro ¿Por qué fracasan los países?, publicado por Daron Acemoglu y James A. Robinson en 2012, se plantea que el fracaso económico de los países no se debe a factores geográficos, culturales o raciales, sino a las instituciones políticas y económicas que dirigen la sociedad. Según estos autores, las instituciones extractivas, que benefician a unos pocos en detrimento de la mayoría, son las responsables del fracaso económico y la pobreza en muchos países. En contraposición a ello, las instituciones inclusivas, que garantizan la igualdad de oportunidades y los derechos de propiedad, son las que fomentan el crecimiento y la prosperidad económica. El libro de Acemoglu y Robinson explora diferentes ejemplos históricos y actuales para ilustrar la importancia de las instituciones en el éxito o en el fracaso económico de los países y, entre estos ejemplos, exponen el caso del Perú. Los autores discuten la experiencia peruana en las últimas décadas, particularmente desde la de 1990, cuando el país implementó importantes reformas económicas que lo llevaron a un aumento del crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Sin embargo, también señalan que el Perú todavía enfrenta importantes desafíos en términos de corrupción, desigualdad y exclusión social, que están relacionados con instituciones políticas y actividades económicas extractivas. En este mismo libro, los autores discuten brevemente la historia del Perú virreinal y la influencia de las instituciones extractivas heredadas de esa época en el desarrollo del país.

Acemoglu y Robinson no se quedan en la mera descripción del porqué del fracaso, de lo nocivo del extractivismo en general y del mercantilismo en particular, sino que también proponen soluciones que fomenten la aparición y el desarrollo de instituciones inclusivas, que garanticen el empoderamiento de la sociedad en su conjunto. Estas instituciones pueden ser creadas a través de procesos políticos participativos y democráticos y, también, tomar la forma de elecciones libres y justas, el Estado de derecho, la protección de los derechos de propiedad y la promoción de la educación y la innovación.

Las ideas propuestas por estos dos autores son la explicación a la penosa situación en la que se encuentra el Perú, pero solo abren una pequeña ventana sobre cómo hacer para cambiar de condición.

Pero ¿cómo hacer para poner en acción sus sugerencias? En las siguientes páginas se plantearán algunas ideas y propuestas de acción que permitirían, a través del impulso de la investigación, el desarrollo, la innovación y el emprendimiento —representadas por la expresión I+D+i+e—, y contando con la participación de las comunidades de alumnos y docentes de las instituciones de educación superior, empresarios, líderes de organizaciones y líderes políticos, iniciar un cambio de rumbo en la construcción de un mejor país, de una mejor sociedad. Para ello, será conveniente explicar algunos conceptos que luego nos permitirán saber cómo aplicarlos a nuestra realidad.

La ciencia, la tecnología y la innovación tecnológica en el Perú: un tema íntimo, una pelea pasional

Mis padres, Aníbal y Adela, fueron profesores universitarios. Mi padre, además de ser docente, fue un homus politicus con gran preocupación por el país y el mundo en general. Desde pequeño, tuve la oportunidad de visitar la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), ver su campus y asistir a la Casona de San Marcos para escuchar discursos y presentaciones interesantes. Asistí a innumerables reuniones en casa, con sus amigos y discípulos, reuniones con interesantísimas discusiones sobre cómo construir un mejor país. Por ello, desde que estudiaba en el colegio, me comenzó a interesar y preocupar enormemente la política, así como la universidad y su papel transformador en la sociedad.

Ingresé a la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) para estudiar Ciencias, en particular Ingeniería Mecánica, una de las carreras más exigentes y con una alta formación teórica. La otra opción, la de estudiar en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), no fue viable porque en 1976 hubo un receso en dicha universidad por temas políticos y no hubo exámenes de admisión durante todo ese año.

Arrastrado, seguramente, por la vena política de mi padre, a partir del tercer año de la carrera me involucré en temas de política universitaria. Tuve la suerte de ser elegido miembro de la Asamblea Universitaria y, posteriormente, del Consejo Ejecutivo de la universidad, que hoy en día se conoce como Consejo Universitario.

Recuerdo mi primer día como miembro del entonces llamado Consejo Ejecutivo, yendo como estudiante representante de la izquierda universitaria, mirando con desconfianza a un grupo de señores mayores que decidían el futuro de la universidad. Eran, según mi entender, las personas que aumentaban despiadadamente los costos de la educación universitaria y cuya función como autoridades era hacerles la vida imposible a los estudiantes. En pocas semanas, recibí un baño de realidad. Esas personas mayores, a quienes consideraba que existían para fastidiar a los estudiantes, resultaron ser un grupo de gente brillante, genuinamente preocupado por la universidad y dirigido por el doctor José Tola Pasquel, un hombre sabio, un personaje entrañable por quien tengo un grato recuerdo mezclado con cariño y admiración.

Tuve largas y extensas conversaciones en innumerables ocasiones con Fernando Giuffra, decano de la Facultad de Ciencias e Ingeniería, y el entonces vicerrector, Hugo Sarabia, ambos formados en la vieja escuela de ingenieros civiles, que requerían alta exigencia y dedicación. Disfruté de las intervenciones de Raúl Zamalloa, un hombre irónico e inteligente, y de Fernando de Trazegnies, un abogado de primera línea con innumerables anécdotas e historias. También conocí a Rogelio Llerena, un hombre preocupado por los temas sociales de la universidad; al ingeniero Luis Guzmán Barrón, jefe del Departamento de Ingeniería, entre otras personas que me hicieron ver cómo, desde el Consejo Ejecutivo, se buscaba orientar y dirigir a la universidad de la mejor manera posible. Este aprendizaje, invaluable para un joven de 21 años, hizo aumentar mi cariño por la universidad y mi preocupación por su importancia como ente transformador de personas y sociedades.

Al terminar mi carrera, practiqué y trabajé un poco en ingeniería mecánica, pero ya estaba muy ligado a la universidad. No quería apartarme de ella. No me veía en una empresa trabajando como ingeniero mecánico. Me habían formado para diseñar y lo que las empresas en el Perú necesitaban, o en su gran mayoría, era expertos en mantenimiento o en ventas, cosa lógica para un país que no genera tecnología, sino que la compra del exterior.

Frente a esa situación, tomé algunos cursos de economía pensando en cambiar de carrera, ya que la ingeniería mecánica dejó de apasionarme. Desde joven he pensado que uno debe trabajar en lo que le gusta o en generar las condiciones para ello; y, definitivamente, no encontré espacios interesantes en mi primera profesión.

Cuando terminé mis estudios en Ingeniería Mecánica, en el país ya había comenzado a actuar la agrupación terrorista Sendero Luminoso. Mi desencanto con la izquierda, plagada de «lidercillos» que no se unían y que competían entre sí para liderar sobre la nada, me hizo pensar que mi lugar en la vida, si quería trabajar por una mejor sociedad, estaba dentro de una universidad, especialmente en la PUCP. Por eso, mientras llevaba los cursos de economía, ingresé como jefe de práctica de Electricidad en Ingeniería Mecánica y allí me reencontré con mi profesión. Desde antes de ingresar a la universidad, me había gustado estudiar y experimentar con la electricidad. Gracias al apoyo e interés del ingeniero Ludvik Medic, quien en ese entonces era el jefe del área de Electricidad, tuvimos toda una serie de aventuras buscando impulsar y desarrollar actividades en las que la universidad, desde el ámbito de nuestra especialidad, se involucrara en brindar una mejor formación para los estudiantes. En 1984, luego de haber trabajado dos años como jefe de práctica, ingresé como profesor contratado y decidí que mi futuro profesional estaba en la universidad.

En 1986, Alan García fue elegido presidente de la República del Perú. García era el joven líder del Partido Aprista Peruano, que durante más de cincuenta años había buscado sin éxito llegar a la presidencia del país. El ímpetu y el impulso por cambiar las cosas, la idea de un mundo mejor, obnubilaron al joven líder, quien tomó una serie de medidas desastrosas para el país. Al desastre, como sucede regularmente, se sumaron las ansias de poder. De pronto, gente oportunista se acercó al jefe de Estado para sacar provecho de él y este, a su vez, se aprovechó también de ellos para poder aplicar sus erradas ideas políticas.

A pesar de su desastroso manejo económico del país, una de las pocas cosas que considero que García realizó bien en su primer mandato fue nombrar al doctor Carlos del Río Cabrera como presidente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Concytec). Del Río, doctor formado en Stanford, venía con una serie de ideas trascendentales e interesantes para impulsar la investigación en el país. Para él, estaba claro que no teníamos una base sólida ni suficientes investigadores como para lograr una transformación importante en el país. Por eso, puso en marcha la idea que él llamaba «el caos premeditado». Según Del Río, era necesario «echar agua en el desierto», descubrir qué plantas florecían y cuáles sobrevivían, y luego trabajar con ellas.

Lo primero que hizo Del Río fue conseguir recursos del Gobierno, un dinero que el Concytec jamás antes había tenido a su disposición. Luego, invitó a los peruanos, en particular a las universidades y los institutos de investigación, a presentar proyectos. El ingeniero Giuffra, decano de la Facultad de Ciencias e Ingeniería de la PUCP, me llamó y, conociendo mi interés por desarrollar actividades relacionadas con la investigación y el desarrollo, me dio la responsabilidad de conseguir que los profesores de ciencias e ingenierías, así como también de otras facultades, presentaran proyectos al Concytec. El doctor Tola, que seguía siendo nuestro rector, era muy amigo del Del Río; los dos se reunían con cierta frecuencia y, por eso, tuve la oportunidad de sostener varias reuniones con Del Río y conocer sus preocupaciones por la investigación y el desarrollo del Perú.

Una vez enterado de primera mano de las posibilidades de conseguir recursos para la investigación en la universidad, me dediqué a buscar a los profesores de Química, Matemáticas, Física, Ingeniería Civil, Ingeniería Mecánica e Ingeniería de Minas para pedirles proyectos que pudiéramos presentar al Concytec.

Quedé sorprendido al darme cuenta de que muchos, incluido yo, no sabíamos cómo preparar proyectos de investigación. La mayoría de los docentes carecíamos de conocimientos al respecto, por lo que comencé a asistir a cursos sobre cómo presentar proyectos. Fue el propio doctor Del Río quien se encargó de explicarnos, en términos generales, lo que esperaba de un proyecto de investigación. Animé a los profesores a aprender a hacerlo y comenzamos a conseguir recursos y fondos. Fue una primavera para la ciencia y la tecnología en el Perú, aunque muy corta debido al calamitoso gobierno de Alan García, a quien el manejo económico del gobierno se le fue de las manos y provocó una inflación galopante sin precedentes.

Los docentes que lograban ganar las convocatorias del Concytec tenían que cambiar los fondos que recibían en soles a dólares, bajo pena de diluir el dinero recibido. Si importaban equipos o insumos, debían lidiar con problemas en Aduanas debido a la desbocada corrupción. Teníamos problemas para importar máquinas y equipos. Más de una vez en Aduanas nos robaron lo que habíamos importado. A pesar de todo, aprendimos bastante y también surgieron proyectos prometedores, no solo en la PUCP, sino también en otras casas de estudios. Mi querido y gran amigo Miguel Hadzich, desde el Grupo de Apoyo al Sector Rural, inició una aventura muy destacada al desarrollar maquinaria y equipos valiosos para los agricultores del país, y con entusiasmo colaboré, bajo su liderazgo, en la creación del Grupo de Apoyo al Sector Rural de la PUCP.

Lamentablemente, los fondos del Concytec duraron solo un par de años, ya que el país se fue arruinando y no se conseguían más recursos. Una vez que se terminaron los apoyos, la actividad de investigación en la universidad se redujo, pero no desapareció. La chispa ya había encendido la marcha y varios profesores habían aprendido a preparar proyectos y ejecutar recursos para realizar una investigación.

Cierto día de 1985, el ingeniero Ludvik Medic y yo, que trabajábamos en el área de Electricidad de la sección Mecánica, fuimos llamados por el ingeniero Giuffra, decano de la Facultad de Ciencias e Ingeniería, para ser encomendados, como miembros del área de Electricidad, en una misión que nos encandiló: preparar un proyecto para solicitar fondos al Gobierno italiano con el objetivo de establecer una carrera de Ingeniería Eléctrica en la universidad. Aceptamos este desafío con gran entusiasmo, ya que se nos presentaba la oportunidad de crear una carrera en la cual podríamos introducir mejoras significativas respecto a nuestra formación previa como ingenieros mecánicos. Nos interesó mucho la posibilidad de ofrecer una formación más práctica respecto a lo que considerábamos que faltaba en la formación en ingeniería mecánica.

La llegada del ingeniero Del Río al Concytec y sus visitas a la PUCP y al doctor Tola nos motivaron a hacer un cambio de rumbo y pasar de preparar una propuesta de creación de la carrera de Ingeniería Eléctrica a una propuesta en Ingeniería Electrónica, la cual debía responder a las crecientes necesidades de especialistas en esta área en el Perú y a las posibilidades en esta carrera de realizar desarrollos tecnológicos mucho más factibles de impulsar que en otras ingenierías.

Avanzamos con entusiasmo el proyecto, tuvimos reuniones y conversaciones con los representantes académicos italianos. Se suponía que iba a venir una misión de expertos los primeros años y que algunos de los profesores nos perfeccionaríamos en Italia. En 1988 ingresaron a Estudios Generales de Ciencias los primeros alumnos de Ingeniería Electrónica. El número de ingresantes sorprendió a la universidad. El interés de muchos jóvenes por seguir la carrera superó todas nuestras expectativas.

Al siguiente año, estábamos cerca de hacer realidad nuestro proyecto, que dispondría de una inversión de alrededor de dos millones y medio de dólares. Sin embargo, el sueño se desmoronó debido a la decisión del Gobierno peruano de suspender el pago de la deuda externa, lo que resultó en la interrupción de toda ayuda financiera para el Perú. Los fondos del Gobierno italiano que iban a ser destinados a diversas ayudas en el país, entre ellas a nuestro proyecto, se desviaron para financiar la infraestructura de un tren eléctrico que no funcionó hasta más de veinte años después.

La universidad ya había recibido a sus primeros grupos de estudiantes interesados en la carrera. Confiábamos en la llegada de un fuerte apoyo económico que repentinamente se esfumó y, frente a ello, el entonces rector de la universidad, el ingeniero Hugo Sarabia, y el doctor Giuffra nos convocaron para resolver aquello que se había convertido en un gran desafío. Formamos un pequeño equipo de expertos y, con nuestros propios recursos, comenzamos a construir los laboratorios y a adquirir los equipos y materiales necesarios para ofrecer una educación de alta calidad en ingeniería electrónica. Durante este periodo, recuerdo con mucho aprecio a ingenieros que nos brindaron su apoyo, algunos de ellos egresados de la UNI, como Carlos Silva, y otros formados en Argentina, como Willy Carrera, y a ellos se sumaron jóvenes egresados de nuestra propia especialidad de Ingeniería Mecánica, como Luis Vilcahuamán, Jorge Chiriboga, Raúl del Rosario, Felipe Solari, Raúl Chirinos, César Cangahuala y otros más.

Esta etapa de diseño y desarrollo de la carrera con recursos propios, recurriendo al ingenio para superar la falta de presupuesto, nos marcó a varios. Un destacado profesional a la sazón ya jubilado, el ingeniero Darío Teodori, se acercó para ofrecernos su apoyo y, al encargarle la dirección de nuestro taller, nos ayudó a fabricar equipos y laboratorios, y a hacer las mejores compras de instrumentos necesarios para la carrera. Recuerdo varias de sus memorables frases, en especial aquellas que me llevaron a contratarlo: «Ingeniero Ísmodes, cuando yo estudié en la Argentina, no existían los ingenieros electrónicos. Yo no les voy a enseñar sobre eso, que sus jóvenes saben más que yo. Lo que le voy a enseñar es qué cosas no hacer». Por supuesto que nos enseñó mucho más y, gracias a él y a la infraestructura que nos construyó la universidad, pudimos ofrecer un excelente ambiente y equipos de trabajo para nuestros alumnos.

En lo que compete al plan de estudios, este había sido planteado y desarrollado con mucho cuidado por el ingeniero Medic, quien lamentablemente fue «capturado» por el Acuerdo de Cartagena, organismo que se lo llevó con un sueldo mucho mejor que el que la PUCP le ofrecía. Como consecuencia de la salida del profesor Medic, quedé a cargo de la puesta en marcha de la carrera. Gracias a la claridad de las ideas de base planteadas por el Medic, mi trabajo consistió en ejecutarlas y resolver los problemas y las necesidades de cambio de manera adaptativa, siempre pensando en el foco, que debía ser una formación integral en ingeniería electrónica, tener contacto temprano con la práctica y fomentar la investigación y el desarrollo de soluciones a las necesidades del país.

En esa tarea, para aplicar los principios de combinar teoría y práctica, tuve la suerte de contactar con los profesores Jorge Heraud y Joaquín González, quienes me ayudaron a aplicar el plan con los cursos de Tecnologías de Fabricación y Proyectos 1 y 2.

Heraud, destacado académico, investigador, innovador y empresario, y González, formado en la IBM y quien había dirigido la fabricación y la construcción de las computadoras Novotec, diseñadas y hechas en el Perú, formaron un equipo fenomenal y consiguieron poner en marcha la conexión de teoría con la práctica que nos interesaba lograr. En Proyecto 1, los alumnos, alrededor de un problema determinado (construir un vehículo, un barco controlado de manera remota, fabricar vehículos pequeños autónomos, por ejemplo), formaban equipos de cuatro o cinco personas y durante el semestre, en un taller especialmente acondicionado para ello, trabajaban en su propuesta. La gloria o el fracaso llegaba el día final del curso, cuando se hacía una competencia pública entre los equipos y la mejor nota iba para el grupo de alumnos que ganara. No bastaba con el conocimiento teórico para ganar la competencia. La teoría debía ir acompañada de resultados.

En Proyecto 2, la figura era distinta. Los alumnos del curso, en grupos grandes de cerca de veinte personas cada uno, debían tomar un proyecto de envergadura complicada y aprender a organizarse, a dividirse las tareas, a estudiar temas que no hubieran llevado en la carrera, pero que eran necesarios para resolver el problema. El último día del curso, en presencia de familiares y amigos, se presentaba el trabajo, el cual debía funcionar y resolver el problema planteado para la obtención de la nota aprobatoria final.

Estos cursos provocaban un aprendizaje excepcional en los alumnos. Tanto los éxitos al conseguir un buen resultado como los fracasos cuando el equipo no funcionaba el día de la presentación final generaban experiencias fundamentales para la formación de un profesional de excelencia. Además de lo anterior, se generaban lazos de amistad y compañerismo que luego rindieron sus frutos en el campo profesional.

Desde que inicié mis estudios en Ingeniería Mecánica, siempre he tratado de relacionar lo que hago con la realidad y he pensado que las tesis son una herramienta muy potente para generar la relación entre teoría y práctica, entre investigación y aplicación de esta a la realidad. Por ello, mi tesis de bachillerato fue el desarrollo de guías para los laboratorios de electricidad de la PUCP y mi trabajo de tesis en Ingeniería Mecánica fue el desarrollo de un prototipo para el enfriamiento de aceite comestible a velocidad constante durante su proceso de producción industrial.

Esa idea personal, que traía desde los inicios de mi formación, me llevó a incentivar que los alumnos de Ingeniería Electrónica desarrollaran y terminaran a tiempo sus trabajos de tesis. A diferencia de lo que sucedía en otras especialidades de ingeniería con una muy baja tasa de titulación, impulsé y conseguimos, con la ayuda de los asesores, que de la primera promoción de dieciséis alumnos que terminaron sus estudios en cinco años, trece de ellos desarrollaran y sustentaran su tesis antes de que se cumpliera un año de su egreso.

Esta experiencia, así como las que he visto luego en otras especialidades de la PUCP y de otras universidades, me mostró que, con el impulso adecuado, era posible licenciar a tiempo a los alumnos y conseguir que los trabajos de tesis contribuyan a la investigación y a la innovación.

Mientras se ponía en marcha la especialidad de Ingeniería Electrónica en la PUCP, tuve la fortuna de colaborar en el desarrollo del Grupo de Apoyo al Sector Rural, mencionado anteriormente. El local que albergaba a los profesores y a los laboratorios de Electrónica se construyó en lo que antiguamente habían sido los extramuros de la universidad. Como al inicio dispusimos de espacios libres, le facilitamos un ambiente al Grupo de Apoyo, motivo por el cual se generó una gran cercanía entre Electrónica y el grupo que lideraba el profesor Hadzich.

Gracias a la labor del Grupo de Apoyo y por los temas relacionados con la energía y la electricidad, tuve la oportunidad de viajar por todo el país, de conocer el mundo rural peruano, de tratar con las necesidades que tenían las personas en las zonas alejadas de las grandes ciudades, como son el contar con energía suficiente y adecuada, con comunicaciones y saneamiento. Este contacto y detectar estas necesidades nos permitieron traer a la universidad los requerimientos del sector rural, lo que luego generaba trabajos de tesis en Ingeniería Mecánica y en Electrónica. Aprendimos, en esta labor, que la solución no es solo tecnología pura y dura, sino que primero hay que entender las necesidades de las personas, pues la solución debe adaptarse a las necesidades y no al revés. Aprendimos también a querer al Perú y a preocuparnos por su presente y futuro.

Los desarrollos y las investigaciones que realizaban nuestros alumnos me hacían confiar en la posibilidad de generar negocios y empresas, pero no sabía cómo hacerlo hasta que, en octubre de 1993, el rector de la universidad, el ingeniero Hugo Sarabia, me envío a Chile para asistir a un encuentro sobre innovación y emprendimiento. El evento trataba sobre los avances en los parques científicos y las incubadoras de empresas en Europa y en algunos países latinoamericanos. Allí se me abrieron los ojos. Las ideas que yo tenía sobre innovación y universidad ya tenían un gran desarrollo y una base teórica en otros países. Regresé al Perú fortalecido, con la idea de crear una incubadora de empresas y fomentar la creación de un parque tecnológico en las afueras de la PUCP. Conversé con algunos amigos, pero dos de ellos tuvieron mayor interés en el tema: los profesores Manuel Chávez y César Corrales. Más tarde, Chávez consiguió una beca para ir a Francia y a Bélgica y, con ello, conocer y entrenarse en el tema de generación y operación de incubadoras de empresas.