Venganza griega - Julia James - E-Book
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Venganza griega E-Book

Julia James

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Beschreibung

Había planeado hasta el último detalle de aquella venganza... El objetivo del magnate griego Nikos Kyriades era llevarse a Janine Fareham a la cama. Para ello planeó una seducción para la que disponía de dos semanas en una soleada isla griega... Nikos quería convertirla en su amante para asegurarse de que no volviera a acostarse con ningún otro hombre. Pero si Janine descubría que no era más que una pieza del juego, se marcharía inmediatamente. Por tenerla en la cama junto a él, merecía la pena el riesgo.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Julia James. Todos los derechos reservados.

VENGANZA GRIEGA, Nº 1584 - junio 2012

Título original: The Greek’s Ultimate Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0203-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Nikos! ¡Tienes que hacer algo! ¡Tienes que hacerlo! Esa ramera tiene tan atrapado a Stephanos que él ya no ve nada claro.

Nikos Kiriakis miró a la mujer tendida en el lecho del hospital. Su cara estaba pálida y fatigada y parecía diez años mayor de los treinta y nueve que en realidad tenía. Aunque la operación había sido sencilla le había dejado una fuerte repercusión psicológica.

Y como si eso no fuera suficiente, al parecer su marido había escogido precisamente esos momentos para serle infiel.

Los ojos oscuros de Nikos, salpicados de pequeños puntos dorados, se endurecieron. Su hermana mayor había sido una fiel esposa para Stephanos Ephandrou y no merecía algo así. Y menos en esas circunstancias.

No cuando el médico le acababa de decir que los resultados de la laparoscopia indicaban que las trompas de Falopio estaban irreparablemente dañadas. Que el esfuerzo de todos esos años por dar a Stephanos el hijo que tanto anhelaba había sido totalmente en vano, como ella había llegado a temer.

Nikos intentó mostrarse optimista. Le dijo que al menos los médicos habían descubierto la causa de su esterilidad. Se podía realizar una fecundación asistida que incluso a su edad tenía buen pronóstico. Todavía podía darle un hijo a Stephanos y no debía renunciar a sus esperanzas.

Fue entonces cuando Demetria dejó caer la bomba.

–¡Ya ni siquiera quiere un hijo mío! ¡Tiene otra mujer! –exclamó con profunda amargura.

Nikos la escuchó estupefacto. De todos los hombres que conocía, Stephanos parecía ser el hombre menos inclinado a tener una amante. Siempre había sido un marido fiel. Incluso cuando se casaron declaró que le alegraba que Demetria no hubiera tenido hijos en su primer matrimonio.

Stephanos se había casado con ella tras lograr persuadirla de que se divorciara de su primer marido, un mujeriego crónico que el padre, como última voluntad, había elegido para ella porque era una unión socialmente muy aceptable para un miembro de la familia Kiriakis.

Y en la actualidad parecía que Stephanos se comportaba igual que el primer marido. O peor, porque, ¿qué se podía esperar de un hombre que iba a la caza de otra mujer cuando su esposa luchaba contra la infecundidad?

Nikos inclinó su alto cuerpo enfundado en un traje impecable y tomó las manos de su hermana, acariciándolas con suavidad.

–Demi, ¿estás segura de que no son imaginaciones tuyas? Stephanos no puede ser tan cruel, tan deshonesto.

Su hermana le apretó las manos.

–¡No son imaginaciones mías! Conoció a una rubia de veinticinco años en un aeropuerto, la ha instalado espléndidamente y va a visitarla cuando puede. En este momento está con ella. Te puedo decir que Stephanos está obsesionado, que ha cambiado completamente. ¡Te lo puedo asegurar! –dijo alzando la voz peligrosamente–. Tienes que ayudarme, Nik. ¡Tienes que hacerlo!

Nikos le soltó las manos.

–Dices que sabes dónde la ha instalado. Cuéntame todo lo que sepas –pidió con calma mientras se sentaba al borde del lecho. En su fuero interno intentaba acallar el instinto que le impulsaba a buscar a Stephanos y propinarle una buena paliza. Pero eso no ayudaría a su hermana.

Demetria tragó saliva.

–Se llama Janine Fareham –dijo respirando con dificultad–. Conoció a Stephanos en Heathrow la última vez que él fue a Londres. Y entonces él la trajo aquí.

–¿A Atenas? –Nikos preguntó con brusquedad mientras su mente trabajaba a toda prisa.

La chica tenía que ser muy lista. Había hecho un rápido trabajo al pescar a un hombre rico de mediana edad en un aeropuerto y conseguir verse instalada con todo lujo al día siguiente. Sí, muy lista. Inconscientemente, su bien dibujada boca esbozó un rictus de desprecio.

–No, la instaló en el hotel que acaba de inaugurar en Skarios –explicó con una voz tensa y llena de amargura.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó al tiempo que fruncía el ceño ligeramente.

–Philip. Le obligué a contármelo. Últimamente Stephanos se comportaba de un modo tan extraño que empecé a sospechar que algo sucedía.

–Ya veo –asintió, sin mayor sorpresa.

Philip era el brazo derecho de Stephanos en la oficina, pero sentía debilidad por Demetria. Nikos pudo imaginar a su hermana acosándolo a fin de confirmar sus sospechas. Nikos lo maldijo silenciosamente. En esas circunstancias lo mejor habría sido que Demetria ignorase lo que ocurría. Sencillamente su hermana no podía permitirse más sufrimientos.

Demetria volvió a apretarle la mano.

–Harás algo, ¿verdad, Nik? Por favor, debes hacerlo. No puedo hablar con Stephanos. Simplemente no puedo. Él intenta ser agradable conmigo, pero no funciona. Está tan raro, tan encerrado en sí mismo. Es incapaz de mirarme a los ojos. ¡Y todo por culpa de esa mujer! ¡Lo tiene atrapado! ¡Es una de esas zorras que utilizan a hombres ricos sin tener en cuenta el daño que pueden causar! –exclamó en un tono casi histérico.

Nikos volvió a tomarle las manos y oprimirlas con suavidad.

–Vamos, vamos.

–Ha logrado que el hombre se vuelva loco por ella. Lo sé. ¿Y cómo puedo culparlo? –dijo casi sollozando–. Mírame, una mujer de mediana edad y estéril. Soy una inútil para él. No me extraña que ya no sienta el menor deseo por mí –añadió al tiempo que sus mejillas se ruborizaban febrilmente y en sus ojos brillaba la angustia.

Silenciosamente, Nikos presionó el timbre de llamada y luego se inclinó para besar a su hermana en la mejilla.

–Cualquier hombre estaría orgulloso de tener una mujer como tú. Esto no es nada más que una estupidez de Stephanos –afirmó mientras se levantaba del borde del lecho–. La infertilidad también se cobra su cuota en un hombre, Demetria. Creo que se trata de una locura transitoria. Stephanos volverá a ti, estoy seguro.

–Líbrame de ella, Nik. Tú eres el único que puede lograr que se aparte de Stephanos. Por favor, hazlo por mí. Te lo ruego. Haz lo que haga falta.

Nikos pudo percibir perfectamente la histeria en la voz de su hermana y se sintió conmovido. Demetria era el único familiar que le quedaba desde la muerte de sus padres y la había visto sufrir demasiado. La había apoyado durante el proceso de divorcio del primer marido y le había dicho a Stephanos que no perdiera la esperanza, que la mujer que él amaba quedaría libre si contaba con su apoyo. Nikos no la iba a dejar sola en esos momentos en que peligraba su matrimonio, por mucho que su cuñado se comportara como un redomado estúpido.

Nikos supo exactamente lo que su hermana le pedía. La miró fijamente, con el rostro en tensión.

–Yo...

–¡Puedes hacerlo, Nik! Sé que puedes –rogó en tono esperanzado–. Las mujeres siempre caen rendidas a tus pies. Puedes lograr que ésta haga lo mismo. Haz que se vuelva loca por ti y así dejará a Stephanos en paz. ¡Por favor, Nik, te lo suplico!

–Podría hablar con Stephanos –dijo él, lentamente.

–¡No, no! –exclamó Demetria mirándolo con temor al tiempo que negaba violentamente con la cabeza–. No podría soportar que se entere de que yo lo sé. Si sólo pudieras apartarla de Stephanos él volvería conmigo. Estoy segura. ¡Por favor, Nik! Si yo pudiera quedar embarazada, él volvería a ser feliz conmigo. Pero nunca volverá a mí si esa arpía no lo suelta. ¡Nunca!

«Mal asunto», pensó Nikos. Demetria no debería inquietarse de esa manera, no en esos momentos. Había estado sometida demasiado tiempo a una fuerte tensión por su necesidad desesperada de concebir un hijo. Pero le estaba pidiendo que interfiriera en su matrimonio. No, sólo le pedía que interfiriera entre su marido y la amante. Nikos exhaló lentamente mientras le acariciaba las manos.

–Te prometo hacer todo lo que pueda.

La expresión de la hermana se relajó un tanto.

–Sabía que podría contar contigo –dijo con un tono lleno de alivio y gratitud–. ¿Irás a buscarla inmediatamente y harás que aparte sus garras de Stephanos, verdad?

Nikos aspiró una bocanada de aire.

–Muy bien –dijo con voz sombría–. Pero tú debes prometerme que empezarás el tratamiento de inmediato. No más evasivas. Los médicos te han dicho lo que se puede hacer. Sabes que hay muchas esperanzas de lograrlo. Pero estas cosas llevan su tiempo, así que ya no puedes postergarlo más– añadió. De pronto sus ojos se entornaron–. Sería una buena idea consultar en el extranjero a un médico especializado en fecundación asistida, en un país que requiera un largo viaje. Estados Unidos, por ejemplo. Pide a tu médico que te recomiende un médico en ese país. Dile a Stephanos que es el mejor facultativo, que necesitas verlo y que te acompañe. Lo hará por ti, estoy seguro. Necesito tiempo, Demi. ¿Lo comprendes?

Los ojos de la hermana cobraron vida al comprender lo que Nikos sugería.

–¡La boda de la hija de Sofía! –exclamó de pronto–. Le dije que no me era posible asistir, pero ahora pienso que podríamos hacerlo, después de todo. Podríamos ir a Long Island tras haber consultado a un especialista en Nueva York.

Nikos observó que el calor febril había disminuido, que su voz sonaba esperanzada y que se expresaba con ansiosa racionalidad.

–Dos semanas. Necesito dos semanas como mínimo para hacer lo que deseas. Asegúrate de que Stephanos se aleje de Grecia durante dos semanas. Mantenlo incomunicado con ella. No quiero que la mujer se distraiga –dijo con una dura mirada–. Tiene que hacerlo sólo conmigo –añadió con un rictus en la boca.

–Dos semanas –prometió Demetria–. ¡Oh, Nik, eres el mejor de los hermanos! ¡Sabía que me ibas a ayudar! ¡Lo sabía! –exclamó llorando.

Tras dejarla a cargo de la enfermera, Nikos se marchó de la habitación. Mientras sus largas piernas recorrían los alfombrados corredores de la lujosa clínica privada, su rostro cobró una expresión inflexible. De acuerdo, Stephanos se estaba comportando como un estúpido. Incluso aunque no estuviera casado con una mujer atormentada por su infecundidad, a sus cincuenta y dos años no tenía nada que hacer corriendo detrás de una mujer de veinticinco. ¡Por amor a Dios, si le doblaba la edad!

La expresión de Nikos se ensombreció aún más. Desde luego que los hombres cincuentones que intentaban revivir su juventud eran un bocado de primera para chicas como la que había hecho caer a su cuñado en la trampa Y si eran ricos, como Stephanos Ephandrou indudablemente lo era, incluso resultaban más atractivos.

Los ojos de Nikos chispearon de cinismo. Bueno, si ése era el tipo de bocado que atraía a las jóvenes, entonces él era el mejor de todos. En la escala de protectores deseables, su puntuación era aún más alta que la de Stephanos. Era tan rico como él, no tenía que salvar el obstáculo de ninguna esposa inconveniente y, más aún, era casi veinte años menor que Stephanos.

Nikos esbozó una fría sonrisa irónica. Demetria sabía muy bien lo que hacía al pedirle ayuda porque conocía muy bien su fama con las mujeres y constantemente lo regañaba con amor fraternal al ver que el estilo de vida del hermano obstaculizaba sus esperanzas de verlo asentado, con esposa e hijos.

Bueno, no en vano se había ganado su reputación y podría ponerla al servicio de su hermana.

Las facciones de Nikos se endurecieron cuando subió a su lujoso coche deportivo.

Era hora de ir a visitar a la señorita Janine Fareham; una visita que para ella fuera absolutamente inolvidable. Una visita que, de una vez por todas, pusiera fin a aquella aventura con su cuñado.

Capítulo 1

Janine se tendió boca abajo y suspiró lánguidamente, el cuerpo expuesto al sol. Frente a ella la luz del sol brillaba sobre el azul celeste de la piscina y más lejos, los esbeltos cipreses se alzaban hacia el cielo del mismo color.

El flamante hotel, última adición de Stephanos a su imperio hotelero, era un lujoso refugio de paz que le había enseñado con orgullo.

«Stephanos», pensó con una sonrisa. Había sido increíble haberlo conocido de esa manera en el aeropuerto de Heathrow. Al verla se había detenido en seco, paralizado. Eso había sido todo. Y entonces, simplemente se la había llevado a Grecia. Su vida nunca volvería a ser la misma.

Su rostro se ensombreció de repente. ¡Sólo deseaba que pasara más tiempo a su lado! Stephanos había sido muy sincero y Janine comprendió que le era imposible admitir oficialmente la presencia de ella en su vida. Todo lo que podría compartir con él serían escasos momentos robados, demasiados breves. Por eso la había instalado allí.

–Aunque no pueda estar contigo, mi niña querida, quiero que disfrutes de todo lo mejor que pueda ofrecerte –le había dicho.

Al recordar sus palabras Janine sonrió con afecto. Luego la sonrisa se borró de sus labios.

La llamada de la noche anterior, breve y rápida como todas, no fue portadora de buenas noticias. Pero ella se esforzó por tranquilizarlo.

–Estaré bien. No debes preocuparte por mí mientras estés en Estados Unidos.

El problema era que Stephanos sí que se preocupaba por ella. Le conmovía su actitud protectora. Parecía muy temeroso de verla desaparecer de su vida tan inesperadamente como había aparecido. Pero no tenía nada que temer, pensó Janine con una sonrisa. Nada podría apartarla de él. Quería formar parte de su vida para siempre, aunque tuviera que ser en secreto.

Con los ojos cerrados se adormeció al calor de la tarde. Por una vez en su vida disfrutaría de todo aquel lujo bajo el sol dorado de la isla.

Una vida totalmente diferente a la que había llevado hasta entonces...

Nikos se detuvo en la terraza y miró hacia la piscina. Su ojos ocultaban una dura mirada tras las gafas oscuras. Así que la chica tendida en una tumbona era ella. La que estaba destrozando el matrimonio de su hermana.

Nikos la observó con más detenimiento bajo la sombra de la parra donde maduraban apretados racimos de uvas color púrpura.

En su interior se libró un conflicto de emociones. La primera fue una amarga ira al recordar que la criatura aquélla tenía el poder de haber hecho llorar desesperadamente a Demetria en sus brazos. La segunda emoción fue simplemente de deleite.

Su vasta experiencia con las mujeres le hizo ver que aquélla pertenecía a un rango superior. Con el rostro de lado y los ojos cerrados, las largas pestañas sombreaban su mejilla. Una larga cabellera de un pálido tono rubio se esparcía sobre el almohadón de la tumbona. Y en cuanto a su cuerpo...

Los ojos de Nikos recorrieron toda la extensión de ese cuerpo. Estaba casi desnuda, a excepción del diminuto biquini que apenas cubría sus nalgas redondas. Se había soltado el sujetador para que los lazos no marcaran el perfecto bronceado de la espalda. No era demasiado alta, pero sí muy esbelta, con esa gracia natural que abundaba en las chicas de su tipo y edad.

Era una chica sensual, muy sensual.

De inmediato pudo comprende por qué Stephanos había sido incapaz de resistirse a ella.

Pero Stephanos estaba casado y tenía que haber resistido la tentación. En cambio él no tenía ese obstáculo y además había dado su promesa a la hermana traicionada. Su misión era muy clara. De un modo absolutamente deliberado y calculado iba a seducir a Janine Fareham hasta lograr separarla del marido de Demetria.

Con una dura mirada comenzó a acercarse a la tentadora joven rubia que, casi desnuda, dormitaba tendida en la tumbona.

Adormilada, Janine oyó unos pasos y un segundo después una sombra se posó sobre ella. Abrió los ojos y alzó la vista.

Un hombre la miraba. Era moreno y muy alto. Una generación más joven que Stephanos. ¿Era un administrativo del hotel? ¿Qué quería?

–¿Kyria Fareham? –la voz era profunda y con acento.

Había algo en su tono que le hizo pensar que ese hombre no era un miembro del personal del hotel. Era el tono de un hombre acostumbrado a mandar, no a obedecer.

Tampoco parecía un huésped. Los huéspedes se vestían de manera informal; pero ese hombre llevaba un traje ligero, de corte impecable, como si acabara de salir de una junta de negocios.

La mirada de la joven recorrió su rostro y el corazón le dio un vuelco.

Los ojos cubiertos por unas gafas oscuras la recorrieron como si estuviera tendida en exposición para él. De pronto se dio cuenta de que estaba casi desnuda y él muy bien vestido. La disparidad le hizo sentirse expuesta, vulnerable.

Instintivamente, se sentó en la tumbona, recogió el sarong sobre el que había estado tendida y se puso de pie. Incluso así quedaba en desventaja porque todavía la dominaba. Para ser griego, y tenía que serlo por su aspecto y acento, era muy alto.

La joven se anudó el sarong rápidamente.

Cuando lo miró con más atención sintió que se le cortaba la respiración. Sus labios se separaron y abrió los ojos desmesuradamente.

Ante ella se encontraba el hombre más devastador que jamás hubiera visto en su vida.

Su aspecto de hombre acaudalado acentuaba los atributos físicos con que lo había dotado la naturaleza. La perfecta confección del traje hecho a medida se adaptaba a su cuerpo como un guante. Todo en él era fino y caro. Llevaba un corte de pelo realizado por un experto, ligeramente disperso sobre la amplia frente y ella no tuvo necesidad de mirar el discreto logo para darse cuenta de que las gafas no habían sido adquiridas en un mercadillo. La nariz era fuerte y recta, con unas profundas líneas que se prolongaban hasta las comisuras de la boca.

La boca...

Esculpida. Era el único término para definirla. Bien dibujada, con un labio inferior tan sensual que tuvo que esforzarse para apartar la vista y concentrarse en la mirada oculta por las gafas oscuras.

Había algo en él que le aceleraba el corazón y sintió que el mundo giraba a su alrededor. Como si algo hubiera cambiado para siempre.

Luego la invadió una emoción diferente. Demasiado ocupada contemplando a ese hombre de aspecto formidable no había caído en la cuenta de que parecía saber quién era ella.

–¿Quién es usted? –devolvió la pregunta con cautela.

Si no era del hotel, ¿quién más, excepto Stephanos, sabía que se hospedaba allí?

La joven se echó el cabello hacia atrás y sintió que la melena caía pesadamente sobre su espalda.

«Theos», pensó Nikos, absorto en el gesto lleno de sensualidad. Era perfecta. Simplemente perfecta. La imagen soñada de una rubia sensual.

No tenía el aspecto ni la actitud de ser una chica fácil. Era hermosa, muy hermosa. En un instante el ojo experto de Nikos observó que poseía uno de esos rostros en los que cada rasgo se complementaba con los otros, desde los ojos castaños situados en una cara en forma de corazón hasta la boca generosa y la delicada nariz. Su piel era dorada y la cabellera rubia caía sobre la espalda hasta la esbelta cintura apenas visible bajo la tela del sarong turquesa.

El deseo se apoderó de Nikos. Instantáneo e insistente.

Durante un segundo sintió que lo consumía, que lo arrollaba. Luego, con deliberado control de sí mismo logró dominarlo.