Venganza truncada - Pippa Roscoe - E-Book

Venganza truncada E-Book

Pippa Roscoe

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Beschreibung

Bianca 3074 Todo comenzó con un encuentro prohibido; luego se verían unidos por las consecuencias. Tras trabajar de incógnito durante dos años en la compañía de Alessandro Rossi, Amelia Seymore seguía intentando demostrar que el multimillonario italiano, que había destrozado a su familia y al que quería hacer pagar por ello, había incurrido en actos de corrupción. Hasta el momento, sin embargo, lo único que había quedado patente era la atracción entre ambos, que había acabado materializándose en una ardiente noche de pasión durante un viaje de negocios. Cuando Amelia por fin se decidió a ejecutar su venganza, su plan se desmoronó por completo al descubrir que estaba embarazada, y que el hijo que esperaba era de su enemigo. Esa venganza lo era todo para ella, pero Alessandro destapó su sabotaje a la empresa y se la llevó a su villa de la Toscana para evitar que pudiera causar más daños. Pero cuando empezó a conocerlo mejor y a explorar la sensual atracción entre los dos, se cuestionaría si aún era lo que más deseaba.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Pippa Roscoe

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Venganza truncada n.º 3074 - abril 2024

Título original: Expecting Her Enemy’s Heir

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411808835

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AQUEL iba a ser el día, se dijo Amelia Seymore, escudriñando los nubarrones grises en el horizonte por la ventanilla del autobús. Entre el empalagoso perfume de la anciana junto a la que iba sentada, y los bruscos frenazos del autobús cada vez que se detenía antes de volver a arrancar, estaba sintiendo tales náuseas que acabó bajándose una parada antes. De pie en la acera, inspiró para llenar sus pulmones de aire puro… bueno, tan puro como podía ser el aire en el centro de Londres en la hora punta. Tal vez estuviera incubando algo, pensó.

«Tienes que centrarte», se ordenó con firmeza. Nada podía distraerla, ni apartarla de su objetivo. Llevaba diez años preparándose para aquel día, pero no eran las muchas horas de trabajo ni las noches sin dormir lo que la impelía, sino el recuerdo de la última vez que había hablado con su padre, el modo en que había apartado la vista de ella y había alargado su mano temblorosa para alcanzar la botella de whisky. Esa era la razón por la que su hermana Issy y ella estaban haciendo aquello. Por eso no podía fallar.

Demasiado impaciente como para esperar a que se abriera el semáforo, Amelia aprovechó un hueco entre los coches que pasaban para cruzar a la otra acera. Alzó la vista hacia la fachada del rascacielos que albergaba Rossi Industries, propiedad de dos apuestos magnates inmobiliarios para los que trabajaba.

Cada día, durante los últimos dos años, había hecho ese mismo recorrido hasta allí y había cruzado las puertas del edificio sabiendo que se adentraba en la guarida de los dos hombres que habían destruido a su familia. Y cada día se había prometido que su hermana y ella llevarían a cabo al fin su venganza.

La primera vez que habían visto a Alessandro y Gianni Rossi había sido cuando ella tenía quince años y su hermana Issy trece. Claro que entonces no habían sabido quiénes eran, solo dos jóvenes desconocidos que se habían presentado un domingo en su casa, cuando estaban preparando el almuerzo, para hablar con su padre. Y tras aquella visita le arrebataron la compañía a su padre y destruyeron todo lo que su hermana y ella habían conocido.

La sangre le hervía en las venas solo de pensar en ello mientras sacaba su tarjeta, que la identificaba como «gerente de proyectos» en Rossi Industries, y entraba en el edificio. Sonrió al guarda de seguridad a pesar de tener el corazón en un puño por aquellos amargos recuerdos, pasó la tarjeta por la ranura de los torniquetes de acceso, y se dirigió a los ascensores.

Mientras subía a la planta sesenta y cuatro, fue contando cada una de las anteriores para sus adentros, como si fuera una bomba de relojería, una bomba que los Rossi ignoraban por completo. No sabían que aquel día marcaría el inicio de su debacle. Y cuando hubiera llevado a cabo su venganza ya no importaría que hubiese estado a punto de echar a perder todo el plan en una noche, un mes atrás.

«No deberíamos estar haciendo esto…». Amelia apretó los dientes, intentando ignorar el recuerdo de esa voz ronca acariciándole la piel. Incluso después de más de un mes el deseo volvió a golpearla con la fuerza de un tsunami al rememorarlo.

«Quiero hacerlo…». Con esas dos palabras había traicionado a su familia, a su hermana y a sí misma. ¡No!, se dijo, no iba a dejar que una noche, un error, echara a perder sus esfuerzos y los de Issy.

Sí, había pasado una noche con su jefe, Alessandro Rossi, con el enemigo, y no debería haberlo hecho, pero eso no cambiaba nada. Solo tenía que bloquear la cascada de eróticos recuerdos que la asediaban. Daba igual lo que hubiera pasado hacía seis semanas en Hong Kong; nada podría justificar ni excusar jamás lo que Alessandro y Gianni Rossi le habían hecho a su familia diez años atrás.

 

 

Alessandro estaba de pie junto al ventanal de su despacho de la última planta del edificio, desde donde se divisaba toda la ciudad de Londres. Su primera reunión de aquel ajetreado día daría luz verde a un acuerdo que provocaría verdaderos movimientos sísmicos en el sector.

El apellido Rossi ya gozaba de renombre, pero aquel acuerdo haría que se escribiese en los libros de historia. En los años venideros, tal vez incluso habría jóvenes que, al leer acerca de su éxito, pensasen: «Eso es lo que yo quiero llegar a ser».

¿Cómo se sentiría su padre cuando supiera que su primo Gianni y él habían logrado un éxito que él jamás se habría atrevido a soñar? Y no con el apellido de los dos hermanos que los habían engendrado. No, en cuanto habían podido Gianni y él se habían cambiado el apellido, ansiosos por desligarse de sus progenitores, por hacer lo que sabían que les dolería más, que conseguiría hacer mella en sus almas emponzoñadas. Habían escogido el apellido Rossi en honor a su nonna, el único miembro de la familia que los había tratado con cariño y amabilidad.

«Mi sangre corre por tus venas, chico», le había dicho su padre al enterarse. «Y correrá por las venas de tus hijos, y por las venas de los hijos de tus hijos». Pero para Alessandro esa amenaza había sido irrelevante porque sus genes morirían con él; no pensaba tener hijos.

Rossi Industries era su vida, lo que consumía su tiempo y su energía. Su padre solo buscaba destruir, como el modo en que sobreexplotaba sus viñedos y el modo en que había maltratado constantemente a su esposa. Alessandro, en cambio, estaba decidido a abandonar el mundo habiendo hecho de él un lugar un poco mejor. Ese sería su legado.

Su reloj emitió un pitido. Era la alarma que había programado para que sonara cuando faltasen quince minutos para la reunión. Era una lástima que aquel día hubiese tenido que coincidir con el único día del año que era sagrado para Gianni, porque siempre se lo tomaba de vacaciones, pasara lo que pasara.

Sin embargo, se recordó, el acuerdo Aurora había sido aprobado por su primo, por todos los miembros del consejo y por sus asesores. Además, era un asunto que llevaba Amelia Seymore, la gestora de proyectos en la que había depositado su confianza –quizá más pronto de lo que debería, pues solo llevaba dos años trabajando para ellos–, y con ella al frente estaba seguro de que todo saldría bien. Se puso derecho el nudo de la corbata y comprobó que el botón tras él estaba bien abrochado, aunque su mente estaba evocando el recuerdo de aquel día, de sí mismo desanudándose la corbata y desabrochándose la camisa mientras Amelia lo observaba.

«Quiero hacerlo…», había murmurado ella, casi sin aliento por el deseo.

«¿Estás segura?», le había preguntado él. «Porque…».

«Solo esta noche», lo había interrumpido ella. «Y no hablaremos de ello. Nunca».

Aquella había sido la única vez que había cruzado la línea entre lo profesional y lo personal, algo que para él siempre había sido tabú, algo que estaba mal. Él no era esa clase de hombre, no se acostaba con sus empleadas…, pero era justo lo que había hecho.

Unos golpes en la puerta lo devolvieron al presente. Fue a sentarse tras su escritorio, para ocultar el estado casi constante de excitación en que llevaba desde que Amelia y él habían regresado de Hong Kong, hacía seis semanas y respondió con un:

–Adelante.

Su secretaria entró, avanzó unos pasos y se detuvo. Había aprendido muy pronto que no le gustaba que invadieran su espacio.

–No ha habido ningún cambio en la agenda de hoy –le dijo–. Asimov ya ha llegado a su hotel y su gente y él estarán aquí para la sesión informativa de las once. También está confirmada la reserva para el almuerzo en el restaurante Alain Ducasse del hotel Dorchester. Y Gianni llamó para decir: «No la fastidies».

–¿Usó la palabra «fastidiar»? –inquirió Alessandro.

–Solo lo estaba parafraseando.

Alessandro reprimió una sonrisilla al imaginar lo que realmente debía haber dicho su primo. Se habían criado como si fueran hermanos, y el que se conocieran tan bien era una de las razones de su éxito en los negocios.

–¿Y las reunión de las nueve? –le preguntó a su secretaria.

–La sala está preparada y la señorita Seymore ya está allí. Me ha dado una carpeta con la presentación y un CD por si quiere echarle un vistazo.

–No es necesario.

Y era verdad. Cuando Amelia Seymore se comprometía a algo, jamás defraudaba. Evaluaba los proyectos, se reunía con los clientes, elaboraba proyecciones, analizaba los flujos de trabajo y cumplía con lo que se esperaba de ella. Era casi tan rigurosa con los detalles como él. Y por eso le había confiado el proyecto Aurora. No porque hubieran compartido una noche ardiente, sino porque era la mejor en su trabajo. Era como si la hubiesen hecho a medida para él.

–¿Señor?

¡Si al menos no lo distrajera como lo distraía!

–Perdona –le dijo a su secretaria–, ¿qué me decías?

–Le preguntaba si quiere que le traiga el café aquí, o que se lo lleve a la reunión.

–Lo tomaré aquí –contestó él. Estaba claro que necesitaba recobrar la compostura antes de la reunión.

 

 

Mientras los miembros del equipo iban entrando en la sala de reuniones, Amelia fue colocando sobre la mesa, frente a cada silla, las carpetas con los documentos de la presentación, acompañando cada una con un bloc de notas y un bolígrafo. Alessandro era muy particular con esos detalles; le gustaba que todo se hiciese de un modo preciso y exacto.

Cuando terminó, retrocedió unos pasos, apartándose de la mesa, y apretó los labios. Todo estaba dispuesto. Issy y ella habían estado urdiendo aquella venganza durante diez años, y los astros parecían haberse alineado para que pudieran llevar a cabo su plan. Casi parecía algo predestinado.

Después de dos años de un proyecto tras otro, nadie cuestionaba su posición en Rossi Industries. Precisamente por eso le habían confiado el proyecto más importante en la historia de la compañía, y la suerte decididamente estaba de su parte, porque la presentación del proyecto había coincidido con las vacaciones que Gianni, el primo de Alessandro, se tomaba cada año en esas fechas. Todo el mundo sabía que juntos Alessandro y Gianni Rossi eran invencibles, pero por separado… Era el único punto débil que tenían, una debilidad que su hermana y ella aprovecharían para ponerlos de rodillas.

Issy había pasado años preparándose para convertirse en la Mata-Hari para seducir a Gianni, el legendario playboy, y el día anterior había volado al Caribe con él. Su misión era distraerlo y mantenerlo lejos de Alessandro hasta que el consejo hubiese tomado una decisión sobre el proyecto Aurora. Con Gianni fuera de escena, Amelia podría cometer el mayor acto de sabotaje industrial de la historia, el imperio de los Rossi acabaría arrasado, igual que ellos habían destrozado a su familia.

«Estamos haciendo lo correcto, ¿verdad?». Aquella pregunta que Issy le había hecho el día anterior, antes de marcharse al aeropuerto, había aguijoneado su conciencia una y otra vez. Y no porque no estuviera convencida de que estaban haciendo lo correcto –porque lo estaba–, sino porque para poner su plan en marcha se había visto obligada a mentir a su hermana. Algo a lo que jamás había pensado que llegaría.

Años antes, cuando se habían embarcado en su búsqueda de venganza, habían hecho un pacto: no llevarían su plan a término sin pruebas de corrupción. Porque desde el principio habían tenido muy claro que no querían convertirse en la clase de monstruos a los que querían abatir. Por supuesto, ella había estado convencida de que tenía que haber documentos, pruebas de innumerables corruptelas. Sin embargo, en esos dos años no había encontrado nada de lo que acusarlos, nada salvo lo que le habían hecho a su padre.

El pánico había empezado a apoderarse de ella. ¿Y si no pudiera cumplir la promesa que le había hecho a Issy? ¿Y si todo lo que habían sacrificado para conseguir aquella venganza hubiera sido en balde?

Mientras las adolescentes normales iban a fiestas y a discotecas, Issy y ella se habían volcado en sus maquinaciones. Ella se había apuntado a todos los cursos de negocios e idiomas posibles para convertirse en la candidata perfecta para conseguir un puesto en Rossi Industries.

Su hermana Issy, entretanto, había buceado incansablemente por Internet recopilando hasta los detalles más insignificantes sobre sus enemigos. No había habido un solo comunicado de prensa, un acuerdo de negocios, un tuit o una publicación en redes sociales que se le hubiese escapado.

Ambas habían dedicado años a aquella misión, renunciando a muchísimas cosas en su adolescencia y su juventud.

Y entonces, durante el viaje de negocios a Hong Kong, ella había estado a punto de echarlo todo a perder. Aquel había sido el tercer mayor proyecto de todos los que había gestionado hasta entonces para Rossi Industries, y su equipo y ella le habían dedicado meses y meses de trabajo.

Se suponía que Alessandro no iba a volar a Hong Kong para asistir a la reunión. Era algo tremendamente inusual, pero ella no había dejado que eso la desconcentrase. Había clavado la presentación y gracias a la sólida relación que había establecido con el cliente, Kai Choi, no solo había conseguido que se cerrase el trato, sino que este los había invitado a Alessandro y a ella a cenar con él. Habría sido un grave insulto que rehusaran, así que, mientras los otros miembros del equipo regresaban a Londres, Alessandro y ella permanecieron en Hong Kong.

Incluso ahora, echando la vista atrás, se le antojaba chocante recordar lo entusiasmada que se había sentido cuando habían cerrado el trato. Se suponía que su trabajo en la compañía no era más que una estratagema, un medio para conseguir la venganza que ansiaba.

Sin embargo, había visto reflejado su entusiasmo en la mirada de Alessandro. Y cuando los ojos de él habían permanecido fijos en los suyos más de lo necesario, un fuego abrasador se había apoderado de ella. En ese momento la línea que los separaba se había esfumado, y eso la había obligado a hacer algo que jamás había tenido intención de hacer. Había decidido que no podía seguir esperando a encontrar pruebas contra Alessandro y Gianni Rossi.

El sentimiento de culpa, la tensión y el deseo que aún sentía por Alessandro, por uno de los dos hombres que habían destruido a su familia, la estaban desgarrando por dentro; estaban haciendo que perdiera el control. Sus planes estaban empezando a desmoronarse y la situación se le estaba yendo de las manos.

Por eso había hecho lo impensable: le había dicho a su hermana que había encontrado pruebas de corrupción y, con ello, había puesto en marcha el acoso y derribo a los Rossi. Era una mentira que le haría perder la confianza de Issy; algo tan hermoso, delicado y frágil.

Había traicionado a la única persona que había estado siempre a su lado desde la muerte de su padre y del posterior aislamiento físico y emocional de su madre. Había traicionado a su hermana, un alma alegre y buena, y el solo pensarlo la hizo sentirse aún peor, por más que se repitiera que lo había hecho por una buena razón, porque los Rossi merecían ser castigados.

Eran tan culpables de la muerte prematura de su padre, Thomas Seymore, como si lo hubieran matado ellos mismos. Los demonios que Alessandro y Gianni Rossi habían desatado lo habían perseguido hasta que, incapaz de recobrarse del daño que había sufrido su reputación, el alcohol lo había llevado a la tumba.

Después de aquello su madre, Jane Seymore, una mujer antaño vivaz y muy activa, no había vuelto a ser la misma. El perder a su esposo, que se quedaran en la ruina, el verse desplazada de su círculo social, que sus hijas tuvieran que cambiar de colegio… Todo eso la había minado poco a poco y había acabado enajenándola.

–Espero que Gianni vuelva pronto –comentó una de las personas que estaban ocupando sus asientos–. Detesto las reuniones cuando solo está Alessandro.

–Sí, es tan estricto… –respondió otra.

–Al menos al final de esta reunión sabremos con qué compañía nos asociaremos para el proyecto. Llevamos meses con el tira y afloja…

Sí, se dijo Amelia para sus adentros, para cuando terminara la reunión ella habría conseguido que Rossi Industries se asociara con la compañía que no debía y sellaría su destino. Al fin podría servirle en bandeja a Issy la venganza que le había prometido. Y por fin, por fin, aquello terminaría y ella podría marcharse y no volver nunca la vista atrás.

La sala se quedó de pronto en silencio, y cuando alzó la mirada vio que Alessandro había llegado y estaba ocupando su lugar en la cabecera de la mesa. Sus ojos se encontraron, y él le indicó con un asentimiento de cabeza que comenzara su presentación.

 

 

Alessandro dejó a un lado el dosier que Amelia les había repartido y alzó la vista hacia ella, que estaba explicando cada punto de un modo elocuente y conciso. No malgastaba ni un minuto en nimiedades.

Amelia se colocó a la izquierda de la gran pantalla, donde podían verse los logotipos de las dos compañías que rivalizaban por asociarse con Rossi Industries en lo que sería una oportunidad única.

Su figura, recortada contra el tenue brillo de la pantalla, hacía que pareciera poco más que una silueta. Igual que aquel día, en la habitación del hotel en Hong Kong, de pie frente a la vaporosa cortina blanca de la terraza. Él se había acercado, había tirado de la cinta de seda que cerraba su vestido cruzado y este se había abierto, dejando al descubierto un cuerpo perfecto. Sus manos se habían visto atraídas irresistiblemente por el conjunto de lencería negra de encaje que llevaba. Al deslizar las palmas por su suave piel, la respiración de ella se había tornado agitada, y él había admirado sus pechos mientras subían y bajaban…

–Y ese es el problema.

La voz de Amelia lo devolvió al presente y dio un ligero respingo, que disimuló alargando la mano hacia su taza de café. Sin embargo, al instante volvió a dejar de escuchar sus palabras, y se puso a recordar la primera vez que la había visto.

Su currículum reflejaba un impresionante expediente académico, una notable motivación y unas referencias entusiastas. Se había desenvuelto muy bien en la entrevista, y había estado seguro de que destacaría en su puesto, igual que tantos otros empleados.

Y ahí debería haber terminado todo, pero lo había intrigado el poco interés que parecía haber despertado en ella. No era que fuese un idiota arrogante, sino que aquello era algo de lo más inusual. Rara era la mujer que no se sentía atraída por él. Claro que, a diferencia de su primo Gianni, que era un playboy, él no se aprovechaba de la situación para ir de flor en flor. No le parecía bien dar falsas esperanzas a mujeres con las que no pretendía llegar a tener una relación. Por eso en los medios lo llamaban «el monje».

En cualquier caso, la cuestión era que su atractivo físico, que se debía únicamente a una cuestión genética, llamaba la atención del sexo opuesto, lo quisiera él o no, pero Amelia Seymore lo había tratado desde el principio con la misma frialdad e indiferencia que a cualquier otra persona de la empresa. Tal vez su forma de ser no hiciese que cayera simpática entre sus compañeros, pero su talento y su eficiencia eran innegables.

Siempre llevaba el cabello –castaño, con vetas rojizas y cobrizas– recogido de un modo informal, o bien en un moño perfecto, o una trenza. Él no debería saber que cuando se lo dejaba suelto le llegaba justo a la mitad de la espalda, y no debería haberlo visto rozando sus pezones sonrosados.

Sus rasgos eran proporcionados y a primera vista no llamaban la atención. Sus labios eran de un rosa pálido, y no eran particularmente carnosos, ni sensuales, pero habían explorado su cuerpo con una voracidad que casi lo había vuelto loco. Y cuando se había colocado entre sus muslos temblorosos, y había hundido su miembro erecto en su húmedo calor…

Carraspeó, tratando de apartar esos pensamientos, y todo el mundo giró la cabeza hacia él. Le pidió a Amelia con un ademán que continuase. Tenía que recobrar el control sobre sí mismo, algo con lo que parecía que ella no tenía el menor problema.

Tal y como Amelia le había asegurado que haría, después de aquella tórrida noche juntos en Hong Kong, por cómo se comportaba cualquiera diría que no había ocurrido nada entre ellos. Pero tal vez fuera lo mejor. Así, cuando aquel proyecto estuviera cerrado, los dos volverían a sus rutinas y apenas se cruzarían en los pasillos.

 

 

Cuando Amelia estaba llegando al final de la presentación, una tensa expectación se apoderó de la sala. Sentía que su equipo quería que se tomara ya una decisión para poder avanzar, solo que no tenían ni idea de las consecuencias que se derivarían de a qué compañía se escogiese para el proyecto.

Había orquestado cuidadosamente la presentación para que pareciera que les estaba ofreciendo la posibilidad de elegir entre Chapel Developments y Firstview Ltd. Si Rossi Industries se asociaba con Chapel Developments, sería un éxito sin precedentes en el sector inmobiliario. En cambio, si escogían a Firstview Ltd., las expectativas que había estado generando durante la presentación con respecto a aquel proyecto, se convertirían en una pesadilla. Firstview no tenía ni la infraestructura ni el respaldo financiero necesario para que el proyecto diera frutos, pero era algo que ella se había esforzado al máximo por ocultar.