Vidas opuestas - Catherine George - E-Book

Vidas opuestas E-Book

CATHERINE GEORGE

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Beschreibung

Ella era una cenicienta independiente e irresistible Lucas Tennent: Un rico y soltero banquero. Le gustaba que su apartamento estuviera limpio y vacío, y quería una vida sin complicaciones. Emily Warner: Arruinada, desempleada y sin la menor intención de acercarse a un hombre. Lo único que deseaba era un poco de tranquilidad para trabajar en su novela. Pero un día Lucas volvió a casa enfermo y se encontró con Emily, la chica que limpiaba su casa... utilizando el apartamento como si fuera su estudio. Cuando la furia se apoderaba de él, Lucas no era precisamente un príncipe azul...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Catherine George

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Vidas opuestas, n.º 1429 - octubre 2017

Título original: City Cinderella

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-459-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

EL VIENTO procedente del Támesis arreció mientras pagaba el taxi. Sintiendo que le dolía cada hueso del cuerpo, entró en el edificio, se apoyó contra la pared del ascensor mientras subía y maldijo en silencio al virus que finalmente había ganado la batalla. Cuando entró en su casa dejó escapar un suspiro de alivio. Se quitó el abrigo, dejó el maletín sobre el correo que había en el taquillón de la entrada y, desesperado por tomar un café con unas gotas de whisky, abrió la puerta de la cocina… y se quedó petrificado en el sitio.

La cocina estaba perfectamente limpia, como era de esperar. Pero estaba ocupada. Una joven a la que no había visto en su vida se hallaba sentada a la mesa, totalmente concentrada en lo que estaba escribiendo en un ordenador portátil.

Un inesperado ataque de tos delató su presencia y la joven volvió la mirada hacia la puerta, sobresaltada.

–¿Señor Tennent? –dijo, con una voz sorprendentemente grave para alguien que apenas superaba el metro sesenta–. Discúlpeme. Le aseguro que esta es la primera vez que lo hago.

Lucas Tennent permaneció dónde estaba, sin comprender.

–¿La primera vez que hace qué? ¿Quién diablos es usted?

–Soy su asistenta.

Lucas parpadeó.

–¿Mi asistenta?

La joven asintió, ruborizada.

–Gracias por el cheque que ha dejado hoy para mí… a no ser que quiera que se lo devuelva.

–¿Por qué iba a querer que me lo devolviera? –dijo Lucas, irritado, mientras pensaba que aquella era la tal E. Warner que se ocupaba de mantener limpio su apartamento. Lo cierto era que había imaginado que se trataba de una mujer madura con un mandil, no de una jovencita en camiseta y vaqueros con el pelo negro rizado sujeto informalmente en lo alto de la cabeza.

–No tiene aspecto de encontrarse bien, señor Tennent –dijo ella tras mirarlo atentamente.

–Me encuentro fatal –espetó él–. Pero centrémonos en el asunto. Explíqueme lo del ordenador.

–Estoy utilizando mis baterías, no su electricidad –dijo ella, a la defensiva.

–Me quita un gran peso de encima –replicó él en tono sarcástico–. Explíqueme qué estaba haciendo.

Ella frunció el ceño.

–Preferiría no hacerlo.

–Explíquemelo de todos modos.

–No estaba haciendo nada ilegal, señor Tennent –dijo ella, altiva–. Estoy haciendo un curso por correspondencia.

–¿Y dónde suele trabajar normalmente en ese curso?

–En mi habitación. Pero estamos en plenas vacaciones del primer trimestre y en el lugar en el que vivo no hay precisamente mucha tranquilidad. Así que hoy he trabajado un poco aquí. Cuando he terminado de limpiar, por supuesto –aseguró.

–Siento haber llegado antes de tiempo para estropearle la diversión… –empezó Lucas, pero un nuevo ataque de tos lo hizo interrumpirse.

La joven se acercó a él, lo tomó de un brazo y lo condujo hasta la mesa.

–Siéntese un momento, señor Tennent –dijo, compasiva–. ¿Tiene que tomar alguna medicación?

Lucas negó con la cabeza.

–No. Solo necesito café. Prepáreme uno y le doblo el sueldo.

Ella le dedicó una mirada fulminante y se volvió para poner la cafetera. Él permaneció en silencio, con la barbilla apoyada en las manos, distraído de su malestar por la visión de E. Warner tirando hacia abajo de su camiseta para cubrir el escaso centímetro de carne desnuda que esta revelaba.

–Cuando he entrado he creído que estaba alucinando, señorita Warner –continuó él mientras el aroma a café invadía el aire–. Pero un ordenador portátil no parece un accesorio muy adecuado para alguien que pretenda entrar en una casa a robar. Gracias –añadió cuando ella le entregó una taza con el café servido–. Creo que acaba de salvarme la vida.

Ella negó con la cabeza.

–En realidad no, señor Tennent. Debería estar en la cama.

–Pienso meterme en ella enseguida –Lucas alzó una ceja–. ¿No va a tomar café?

La sonrisa de la joven sacó a relucir un hoyuelo en una de las comisuras de sus labios. Lucas pensó que era un hoyuelo muy atractivo… al igual que las curvas que ocultaban la camiseta y los pantalones. Era evidente que la fiebre le estaba afectando al cerebro, pensó, molesto consigo mismo.

–Me ha parecido mejor esperar a ser invitada –dijo ella.

Lucas asintió e hizo una mueca de dolor. El más mínimo movimiento hacía que su cabeza pareciera a punto de estallar.

–Acompáñeme, por favor, señorita Warner –dijo, formalmente–. ¿O es señora?

–Señorita.

–¿Y la «E» es inicial de…?

–Emily –contestó ella, y enseguida añadió–: ¿Le importa que le toque la frente?

–En absoluto –Lucas dejó que lo hiciera–. ¿Cuál es el diagnóstico?

–Tiene bastante fiebre. Con un poco de suerte, se tratará de la gripe.

–¿Con un poco de suerte?

–Me refiero a que podría tratarse de algo peor –Emily dudó un momento y luego se inclinó para sacar de su bolso una caja de paracetamol–. Tomé dos pastillas ahora y otras dos por la noche y beba todo lo que pueda.

Lucas la miró, sorprendido.

–Eres muy amable, Emily, ¿o prefieres que te llame «señorita Warner»?

–Usted paga mi salario, señor Tennent, así que, lo que usted decida –Emily miró su reloj y guardó el ordenador portátil en su funda–. Le agradezco el café, pero no voy a tomarlo. Ya debería haber salido. Voy a llevar a los gemelos al cine.

–¿A los gemelos?

–Los niños que están de vacaciones. Su padre es mi casero y voy a librarlo de ellos durante un par de horas –explicó Emily–. Le he hecho la compra antes de venir, de manera que tiene suficiente fruta y zumo de naranja. Adiós, señor Tennent. Volveré el lunes, como de costumbre –lo miró con expresión preocupada–. ¿Hay alguien que pueda ocuparse de usted?

–No pediría ni a mi mejor enemigo que se arriesgara a atrapar este maldito virus. Cosa que ya podría haberte pasado a ti –añadió.

Emily negó con la cabeza.

–Ya he pasado la gripe este invierno.

–¿Y qué hiciste para superarla?

–Ir a casa de mis padres a que me mimaran.

–Mi madre es asmática, así que yo no podría hacer lo mismo –Lucas se encogió de hombros–. Además, prefiero regodearme a solas en mi sufrimiento.

Emily se puso la chaqueta y se colgó el portátil al hombro.

–Si es gripe no tiene sentido llamar al médico, por supuesto, a menos que desarrolle una bronquitis o algo parecido. Pero debe tomar el paracetamol y beber mucho. Es una suerte que sea viernes porque así podrá recuperarse durante el fin de semana.

–Si vivo tanto –dijo él con aire taciturno mientras la acompañaba hasta la puerta.

–Señor Tennent…

–¿Sí?

–Lo siento.

–¿Qué siente? ¿Que esté a punto de morir o que la haya atrapado con las manos en la masa?

Emily alzó la barbilla.

–Ambas cosas. Pero espero que considere una satisfacción el hecho de que le haya preparado el café gratis –añadió antes de entrar el ascensor.

 

 

Emily no dejó de pensar en Lucas Tennent mientras iba a su casa. Hasta hacía un rato, el hombre para el que trabajaba solo había sido uno de sus cuatro patrones. Le dejaba todas las semanas un cheque con su sueldo y era dueño de un maravilloso apartamento. Pero ahora que podía añadir un rostro y un cuerpo a su nombre la situación era diferente. Le había dado un susto de muerte cuando la había atrapado trabajando con el ordenador en su apartamento, por supuesto. Pero la primera visión que había tenido de Lucas Tennent había quedado indeleblemente grabada en su cerebro, en parte porque su aspecto le había parecido tan terrible que había temido que fuera a morirse allí mismo.

A pesar de todo, no había podido evitar fijarse en su metro ochenta y cinco de estatura, en su pelo moreno y en sus ojos oscuros. Y su elegante traje no bastaba para disimular la musculatura que ella había esperado encontrar debajo, pues parte de su trabajo consistía en quitar el polvo a la máquina de remo y a la rueda para andar y correr que había en la galería del apartamento.

Suspiró, envidiosa. Todo aquel espacio para un solo hombre… Si ella viviera allí, utilizaría la galería acristalada para trabajar y saldría algunos ratos a descansar a la terraza a la que daba y desde la que se divisaba el Támesis. Aquel apartamento suponía un contraste total con su solitaria habitación en la segunda planta de una casa cuyo dueño era uno de los amigos de su hermano.

Pero era una habitación bonita, y tenía suerte de contar con ella, se recordó mientras llegaba a su calle. La mayoría de las casas de aquella zona, inicialmente construidas a finales del siglo XVIII, habían sido completamente restauradas, incluyendo la de Nat Desley, su casero, un arquitecto que trabajaba en Londres y tenía su casa en los Cotswolds. Inicialmente había comprado la casa en Spitafields para tener un lugar en que quedarse en Londres, pero en la actualidad vivía permanentemente allí con la única compañía de dos inquilinos, mientras sus hijos permanecían en los Cotswolds con su esposa, de la que estaba separado.

Emily estaba a punto de sacar la llave cuando la puerta de la casa se abrió y aparecieron dos excitados niños de seis años totalmente listos para salir.

–Llevan horas preparados –dijo su padre con una sonrisa de disculpa–. Les he advertido que tal vez querrías tomar un té antes de salir, pero no me han hecho ni caso.

–Saldremos en cuanto deje mis cosas –aseguró Emily a los niños, y fue recompensada de inmediato por la radiante sonrisa de dos rostros tan distintos que nadie habría podido creer que Thomas y Lucy fueran hermano y hermana, y menos aún gemelos.

–Tendré la cena preparada cuando volváis –dijo Nat mientras los acompañaba hasta el taxi–. Portaos bien y tal vez podamos convencer a Emily para que cene con nosotros.

Para cuando Emily volvió con los gemelos a Spitalfields, Nat Sedley tenía preparada la cena prometida y ella se quedó a compartirla con él y con los niños.

–Muchas gracias, Em –dijo Nat más tarde, agradecido, cuando ella se encaminaba hacia las escaleras para subir a su habitación–. Has sido mi salvación.

Emily rio.

–Es la segunda vez que me dicen eso hoy.

Nat le pidió que le contara lo sucedido y rio cuando Emily le dijo que su jefe la había atrapado trabajando con el ordenador en la mesa de su cocina.

–Siento que hayas tenido que buscar fuera un poco de tranquilidad para poder trabajar. Debería haberte puesto en una habitación más alejada de la de los gemelos. A modo de compensación, me gustaría invitarte a beber algo aquí abajo conmigo a última hora de la tarde.

Emily sonrió.

–Gracias. Será un placer.

En la tranquilidad de su habitación, Emily se dejó caer en una silla, repentinamente agotada. Salir con los niños había sido divertido, pero después de trabajar toda la mañana y dedicar un par de horas al ordenador, el inesperado encuentro con Lucas Tennent la había dejado sin energía. Habría tenido todo el derecho del mundo a despedirla de inmediato, algo que habría supuesto un desastre para sus finanzas. Era una suerte que se hubiera sentido tan mal, pues de lo contrario podría haber reaccionado de otra forma.

A partir de aquel día, sus actividades en el apartamento de Lucas Tennent se limitarían a la limpieza para la que estaba contratada. Se preguntó cómo se encontraría y frunció el ceño. Parecía tan enfermo que se había sentido reacia a dejarlo solo… lo cual era una tontería, porque si no se hubiera quedado allí dos horas más de lo habitual no habría llegado a conocerlo y no habría llegado a enterarse de que tenía la gripe.

Tomó una reconfortante ducha para recuperarse, agradecida por la invitación de Nat para tomar algo más tarde. Por mucho que se despreciara por ello, aún no se había acostumbrado a pasar sola las tardes de los viernes. Y se alegró aún más al bajar al cuarto de estar y encontrar allí a Mark Cooper, el otro inquilino de Nat. Mark le dio un abrazo y la condujo hasta el sofá en que estaba sentada Bryony Talbot, su novia.

–Hola, Emily –Bryony palmeó el sofá a su lado–. Ven a sentarte. ¿No estás agotada? Nat me ha dicho que has sacado de paseo a los niños.

–Y lo he pasado muy bien –Emily se volvió hacia Mark–. ¿Cómo te sientes? ¿Ya te has recuperado de tu catarro?

Mark asintió, sonriente.

–Bryony me ha curado a base de besos.

Nat movió la cabeza mientras alcanzaba a Emily un vaso de vino.

–El muy bandido tiene su enfermera privada.

–Pero mis habilidades médicas no son precisamente baratas –dijo Bryony–. Mañana por la noche va a invitarme a una cena muy cara.

Emily rio.

–Por lo menos tiene que llevarte al Claridges.

Mark le guiñó un ojo.

–Vuelve a enseñarme tu hoyuelo y te traeré una bolsa con la sobras.

–¡Muchas gracias!

–Os advierto que en el lugar en que trabajo hay montones de virus pululando –dijo Mark mientras se sentaba en el sofá entre su novia y Emily–. Así que moveos.

–¿No podrías sentarte en una silla? –protestó Emily afectuosamente.

–Sí, pero no sería tan divertido, querida.

Emily sintió una punzada de preocupación al oír el comentario de Mark sobre los virus. Pero Lucas Tennent era lo suficientemente mayor como para cuidar de sí mismo; si se ponía realmente malo, siempre podía solicitar los servicios de un médico. Aquel pensamiento le permitió relajarse en la estimulante compañía de sus amigos.

Mark tenía alquilado el piso que había debajo del suyo en la casa de Nat y, junto con Bryony, había sido un buen amigo cuando Emily había aceptado alquilar una de las habitaciones de Nat. Este le había pedido un alquiler casi ridículo, pero era amigo de su hermano Andrew y, a pesar de las protestas de Emily, se negó a subirlo.

Tras encontrar un lugar en qué vivir, la siguiente prioridad fue buscar un trabajo. Cuando entró a vivir en casa de Nat este ya llevaba un tiempo tratando de encontrar una sustituta adecuada para su asistenta, que quería retirarse. Debido a que la elegante casa en que vivía era muy antigua y frágil, necesitaba alguien que hiciera su trabajo con la delicadeza necesaria. Cuando Emily se propuso como sustituta, Nat no se lo podía creer, pero aceptó con entusiasmo al ver que hablaba en serio. En cuanto se enteró de ello, Mark rogó a Emily que también se ocupara de sus habitaciones. Cuando se hizo evidente que Emily disfrutaba limpiando, Nat le pidió permiso para recomendarla a una amiga casada que acababa de comprarse un piso en Bermondsey. Muy pronto, Liz Donaldosn la recomendó a un amigo que vivía frente a ella. De manera que lo que había empezando simplemente como un modo pasajero de ganarse la vida se acabó convirtiendo para Emily en toda una profesión.

Sus padres desaprobaban aquella actividad y sus amigos pensaban que estaba loca. Pero Emily estaba elaborando un plan en secreto. Su nuevo trabajo le dejaba la mente y la imaginación libres mientras estaba ocupada con sus manos, de manera que así podía pensar muchas horas en la novela que quería escribir. Pillada por sorpresa, había tenido que contar una mentira a Lucas Tennent porque ni siquiera su familia ni sus mejores amigos sabían qué se traía entre manos en su tiempo libre.

Ya tenía prácticamente desarrollada la trama de la novela y las características de algunos de sus personajes, pero estaba teniendo dificultades con el carismático personaje masculino principal. Nat era muy atractivo, y Mark tenía un encanto especial, pero, a pesar de haberse fijado atentamente en ellos como posibles modelos, su héroe se había negado obstinadamente a salir a la luz. Pero cuando Lucas Tennent la había pillado in fraganti aquella tarde, el carácter principal de su novela se había materializado repentinamente ante sus sorprendidos ojos.

Tras un par de horas, y a pesar de lo mucho que se estaba divirtiendo, Emily hizo caso omiso de los ruegos de sus amigos para que se quedara un rato más y subió a su habitación. Se sentó frente al ordenador y se puso a trabajar en su novela. Para cuando se fue a la cama se sentía cansada pero muy satisfecha de sí misma. Añadir los atributos físicos de Lucas Tennent al personaje central de su novela era justo lo que necesitaba para redondear la trama.

A la mañana siguiente, los gemelos fueron a llamar a su puerta cuando acababa de vestirse.

–Hola, pequeños –saludó afectuosamente.

–Papá dice que no debemos molestarte si estás ocupada –dijo Thomas, sin aliento, y a continuación sonrió para engatusarla–. Pero queremos que bajes a tomar el café. Luego, tenemos que irnos.

–Te echaremos de menos –dijo Lucy.

–Pero hoy vais a ver a vuestra mamá, corazón, así que no me necesitaréis. Estoy segura de que ella os ha echado mucho de menos –dijo Emily, mostrándose deliberadamente animada–. Dadle recuerdos de mi parte.

Los grandes ojos azules de Lucy se llenaron de lágrimas.

–Emily, ¿puedes pedirle a mamá que vuelva a ser amiga de papá?

–¡No puedes decirle a Emily que haga eso! –dijo su hermano con brusquedad.

Emily bajó con los niños deseando poder hacer algo por ayudar, pero sabía que los problemas de los Sedleys no eran asunto suyo. Era cierto que los conocía hacía tiempo, pero no sabía qué pecado había cometido Nat que Thea se sentía incapaz de perdonar. Y tampoco quería saberlo. Ya tenía bastante con seguir adelante con su vida.

Disfrutó de una animada media hora con los gemelos, pero en cuanto estos se pusieron a ver la televisión, Nat le hizo un gesto para que lo acompañara a la cocina.

–¿Por qué estaba llorando Lucy?

Emily lo miró a los ojos.

–Quería que le pidiera a Thea que volviera a ser amiga tuya.

Nat la miró con expresión perpleja.

–¿Y vas a hacerlo?

–¿Quieres que lo haga?

Nat permaneció unos momentos en silencio y luego le dedicó una sonrisa idéntica a la de su hijo.

–Si pensara que fuera a servir de algo, sí. Pero sé que no serviría de nada –Nat se estremeció ligeramente–. Olvídalo, cariño. No te impliques.

Emily lo miró con suspicacia.

–¿Te encuentras bien, Nat? No irás a caer con algo tú también, ¿no?

–¿Yo también?

–Como Mark –contestó Emily precipitadamente.

Nat negó con la cabeza y sonrió.

–Ya has tenido suficientes disgustos en tu vida últimamente como para que encima empieces a preocuparte por mí, Emily. Disfruta del fin de semana.

 

 

Pero, antes de salir, Emily cedió a las llamadas de su conciencia y telefoneó a Lucas Tennent, cuyo ronco tono de voz reveló claramente que estaba peor que el día anterior.

–Buenos días –dijo Emily rápidamente–. Soy Emily Warner.

–¿Quién?

–Su asistenta, señor Tennent. Solo quería saber qué tal se encontraba hoy.

–Oh, claro –se produjo una pausa–. Lo cierto es que me siento fatal.

–¿Ha comido algo?

Un ataque de tos asaltó el oído de Emily antes de que Lucas volviera a hablar.

–No. No tengo hambre.

–¿Sigue teniendo fiebre?

–Probablemente. Oh, diablos…

Emily se irritó un momento cuando él cortó la comunicación, pero enseguida se dijo que era absurdo sentirse ofendida. Y era más absurdo aún preocuparse por un completo desconocido, sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera la recordaba.

Pensando en Ginny, que siempre iba de punta en blanco, Emily se tomó su tiempo para prepararse y luego bajó para despedirse de los gemelos antes de salir para Knightsbridge a reunirse con su amiga.

–Hoy tienes un aspecto estupendo –dijo Ginny Hart cuando Emily se reunió con ella en la cafetería Harvey Nichols.

–Me ha gustado lo de «hoy» –dijo Emily en broma mientras se quitaba el abrigo de lana comprado en la época en la que aún ganaba un buen sueldo–. Hago lo posible todos los días.

–Ese abrigo fue toda una ganga, y va a juego con tus ojos –comentó Ginny, que miró con aprobación el ceñido vestido negro que llevaba su amiga–. ¡No me digas que llevas esa clase de cosas para restregar suelos!

–No restriego suelos. Mis clientes me surten de los artilugios necesarios para mi trabajo, como cubos y fregonas.

–La tirana que limpia nuestra casa exige cosas extraordinarias. Ahora quiere una brocha nueva de siete centímetros y medio para quitar el polvo de los zócalos, ¿puedes creerlo?

El café del sábado por la mañana era un ritual que conservaban las amigas desde la época en que compartían piso, y no habían dejado la costumbre a pesar del matrimonio de Ginny.

–¿Y qué hay de nuevo? –preguntó Ginny cuando el camarero las atendió.

–Por fin he conocido al hombre para el que limpio –dijo Emily, alzando ligeramente la voz.

–¿El hombre misterioso del apartamento maravilloso? ¿Cómo es? ¿Alto, guapo y fuerte?

–Sí –contestó Emily, y rio al ver que su amiga se quedaba boquiabierta.

–¿En serio? La verdad es que siempre me ha parecido un poco sospechoso que te aceptara sin una entrevista previa.

–Sabes muy bien que me aceptó gracias a las referencias que le dio Liz Donaldson.

–No pensarás seguir haciendo esa clase de trabajo para siempre, ¿no?

–Por supuesto que no. Pero de momento lo estoy disfrutando. Trabajo a mi propio ritmo en entornos muy agradables. Sobre todo el ático de Lucas Tennent –Emily miró a su amiga a los ojos–. En estos momentos, el trabajo es una buena terapia para mí.

–Y al menos te pagan por hacerlo, no como… –Ginny se interrumpió y alzó una mano–. De acuerdo. Me callo. Ahora que por fin lo has conocido, háblame de tu sexy banquero.

Emily describió su encuentro detalladamente, haciendo reír a su amiga.

–La verdad es que reaccionó muy bien, Ginny. Y lo cierto es que no puedo dejar de pensar en él.

–¿Por lo bueno que está?

–No. Porque el pobre está enfermo y no tiene nadie que lo cuide.

Ginny pidió más café al camarero y luego se volvió hacia Emily con expresión combativa.

–Si es tan atractivo como dices, gana mucho dinero y vive en un lujoso apartamento que da al Támesis, debe de haber hordas de mujeres dispuestas a secarle el sudor de la frente.

–Supongo que sí, pero parece que prefiere regodearse a solas en su miseria. Y me temo que va a tener que hacerlo durante todo el fin de semana, porque yo no vuelvo a su casa hasta el lunes.

–Bien. Más vale que las cosas sigan así –Ginny alargó una mano para tocar la de Emily–. Estás empezando a encauzar tu vida de nuevo, así que haz el favor de dejar de preocuparte por un hombre al que apenas conoces.

Para cambiar de tema, Emily sugirió que fueran a ver algunos escaparates en lugar de pasar otra tarde en el cine. Como de costumbre, el tiempo voló en compañía de Ginny, sin dejar huecos para la introspección. Pero más tarde, durante el trayecto en metro y el paseo hasta la casa de Nat, y a pesar de lo que se esforzó por evitarlo, no pudo dejar de preocuparse por Lucas Tennent.

La sensación persistió durante el resto de la tarde. Emily trabajó un rato en su ordenador, cosa que no la ayudó precisamente a dejar de pensar en Lucas Tennent, ya que había basado su personaje principal en él. En determinado momento incluso descolgó el teléfono para llamarlo, pero volvió a colgarlo y se puso a trabajar de nuevo. Y logró concentrarse tanto que ya era bastante más de medianoche cuando finalmente cerró el ordenador y se metió en la cama.

Despertó sobresaltada a la mañana siguiente, con la esperanza de que Lucas Tennent no hubiera desarrollado una neumonía durante la noche solo porque ella no se hubiera tomado la molestia de comprobar cómo estaba. Y cuando lo llamó y él contestó se sintió totalmente justificada, pues sonaba incluso peor que el día anterior. Antes de que pudiera preguntar cómo estaba, él murmuró algo incoherente y colgó.

Un par de horas más tarde, sintiéndose como Caperucita Roja a punto de visitar al lobo, Emily entraba en el portal de Lucas Tennent con una bolsa de compra en la mano. Maldiciendo su molesta conciencia por haberla llevado hasta allí, llamó al timbre y luego abrió con su llave.

–Soy Emily Warner, señor Tennent –dijo en alto–. Su asistenta. ¿Puedo pasar?

Al cabo de unos segundos Lucas Tennent apareció en el umbral de su dormitorio. El día que Emily lo había conocido tenía mala cara, pero en aquellos momentos su aspecto era espantoso. Su intensa palidez se veía acentuada por la incipiente y oscura barba, tenía el pelo revuelto y sus ojos, inyectados en sangre, estaban enmarcados por unas ojeras que más parecían moretones.

–¿Qué diablos hace aquí? –dijo con voz temblorosa a la vez que se ceñía la bata.

Emily se ruborizó.

–Sonaba tan enfermo por teléfono que me he preocupado. He pensado que tal vez necesitaría…

–Váyase de aquí, por Dios santo. No necesito nada… –de pronto, Lucas se llevó una mano a la boca, entró a toda prisa en la habitación y cerró de un portazo.

Emily se quedó mirando la puerta, indignada. Tras dejar el periódico y una caja de leche fresca en el taquillón de la entrada se volvió para salir con el resto de su compra, pero la ronca voz de su jefe la hizo detenerse.

–Señorita Warner… Emily. He sido muy grosero. Ruego que aceptes mis disculpas.

Emily se volvió a mirarlo.

–Disculpas aceptadas –dijo con frialdad–. Adiós.

–Espera un momento. Por favor –Lucas se apoyó en el quicio de la puerta, temblando–. Aunque en realidad deberías salir corriendo de aquí cuanto antes para huir de este maldito virus. Siento haber reaccionado así –su boca se contrajo en una mueca de desagrado–. He entrado a toda prisa en mi habitación porque tenía que devolver de nuevo.

Emily empezó a relajarse y cerró la puerta.

–En ese caso, vuelva a la cama, por favor.

–En estos momentos no resulta una perspectiva muy agradable.