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El sheriff Grady O'Connor tenía un enorme secreto. Sus hijas gemelas, las niñas a las que adoraba más que a nada en el mundo, eran en realidad hijas del difunto esposo de Jensen Stevens, y ahora su tío reclamaba la custodia. ¡Pero eso no ocurriría mientras Grady pudiera impedirlo! Así que acudió a la bella Jen y le pidió que fuera su... abogada. Estaba seguro que con su increíble inteligencia, encontraría una manera de sacarlo de ese embrollo. Pero no había contado con que tendría que pasar horas junto a ella, oliendo su perfume, mirándola a los ojos...
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Seitenzahl: 150
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Teresa Ann Southwick
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Viejos amantes, n.º 1313 - julio 2015
Título original: What If We Fall in Love?
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7201-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
HabÍa algo en un hombre de uniforme. Y el comisario Grady O’Connor, definitivamente tenía ese algo.
Jensen Stevens no esperaba fijarse. No recordaba la última vez que un hombre atractivo había llamado su atención. Pero mientras el comisario subía los escalones del recinto donde se celebraba el campeonato juvenil de rodeo, no podía quitarle los ojos de encima. Después de estar años parado, su radar femenino de repente señalaba «tipazo acercándose».
Grady, además de tener un próspero rancho, era el comisario de Destiny, y Jensen se preguntó si estaría tan guapo con zahones como lo estaba con el uniforme. La camisa de manga corta y los pantalones color caqui con una raya marrón en la pernera le quedaban de maravilla, desde luego. Sin duda, tenía pinta de héroe.
Era la segunda vez en toda su vida que se le aceleraba el corazón al ver a un hombre. La primera había sido una década antes y se había casado con él.
—Hola, Jen —la saludó el comisario, dejándose caer sobre el banco de madera.
—Hola, Grady —un desagradable chirrido sonó entonces por el altavoz—. Me parece que hay problemas con el micrófono.
—Sí.
Grady O’Connor se quitó el oscuro sombrero texano para pasarse una enorme mano por el cabello oscuro, cortado al estilo militar. Después, puso un pie sobre el banco que tenía delante y apoyó el antebrazo en un muslo fuerte y poderoso. El uniforme parecía recién planchado, a pesar del calor y la humedad del mes de junio en Texas. La camisa se ajustaba a un torso como de gladiador y llevaba unas gafas de espejo en el bolsillo.
—Hace tiempo que no nos vemos —sonrió ella.
—No tanto. Te vi hace poco. El primer día del campeonato, cuando llegaste a Destiny en ese BMW descapotable.
—Ah, bueno. Pero desde entonces no nos habíamos visto.
Al menos, no tan de cerca como para ponerla nerviosa.
Salían con el mismo grupo de chicos en el instituto, pero después la vida los había separado. Desde que habían vuelto a encontrarse unos días antes, Jen no había pensado mucho en él. Y, aparentemente, debería haber guardado las distancias. Porque empezaba a pensar que lo suyo con aquel hombre era como una reacción alérgica. El primer roce había provocado una señal de alarma. El segundo… cuidado.
Grady O’Connor era demasiado agradable a la vista, con aquella nariz recta, los ojos azul cielo, la boca y el mentón firmes… Era un hombre que haría volver la cabeza a cualquier mujer. El campeonato juvenil de rodeo se celebraba en el rancho de su hermana Taylor, y Jen había sido espectadora desde que comenzó. Afortunadamente no había visto al comisario hasta aquel momento.
—¿Lo estás pasando bien?
—Mucho —contestó ella, aclarándose la garganta—. Es divertido observar a los chicos del instituto. No puedo creer que, un día, yo tuve su edad.
—Sí, claro. Estás prácticamente a punto de ir al asilo.
Jen rio, pasándose las manos por la falda del vestido de flores que apenas le cubría las rodillas. Unas rodillas que Grady miraba con mucha atención.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Sí, claro.
Ella miró la arena, que un tractor estaba repasando para las tres últimas pruebas del rodeo.
—Me pone nerviosa la competición —admitió entonces—. Y me ha parecido oír que Mitch Rafferty iba a montar un toro.
—Eso me han dicho.
Cuando Jen miró los ojos azules del hombre, supo que la estaba advirtiendo. Y sabía por qué.
—Hace diez años, Zach ganó esa prueba.
Y después le había pedido que se escapara de Destiny con él.
—Cómo se me va a olvidar.
Durante un año, había seguido el circuito de rodeo profesional con el hombre del que estaba enamorada. Solo estuvieron juntos un año. Y después, un caballo le pateó la cabeza, matándolo instantáneamente en Las Vegas.
Los siguientes nueve años habían sido profundamente dolorosos y solo las clases de derecho en la universidad y el posterior trabajo en un prestigioso bufete de Dallas la ayudaron a aliviar su soledad. Pero ya solo le quedaban los recuerdos y eso era más que suficiente. No se arriesgaría otra vez. No volvería a dejar que le rompieran el corazón.
Grady pasó el dedo por el ala del sombrero.
—Mitch fue campeón nacional. Además, es muy bueno con los chavales. Los enseña a montar para que no sufran caídas graves.
Jen esperaba que no fuese compasión lo que veía en sus ojos. No necesitaba darle pena a nadie. Y menos a él. La vida era así. Había perdido al amor de su vida, pero tenía una carrera como abogada. Aunque nunca podría tener su propia familia.
—No había ido a un rodeo desde que Zach murió —admitió entonces, sin saber por qué se lo contaba.
—¿Y por qué ahora?
—Buena pregunta —murmuró ella, mirando a lo lejos—. He estado demasiado ocupada como para hacer nada más que trabajar. Y supongo que no me apetecía.
—¿Por qué no has conservado el apellido de Zach?
—¿Adams? No lo sé. Quizá porque solo estuvimos casados durante un año. Quizá porque mis padres no aprobaron que me escapara con él. O quizá porque nunca lo cambié.
Había viajado por todo el país con el rodeo y nunca se molestó en cambiar el apellido en su documento de identidad ni en el permiso de conducir. Entonces perdió a Zach… y ya era demasiado tarde.
—¿Hace mucho tiempo que no venías a Destiny?
—Vine hace seis meses para tomarme unos días de vacaciones.
—No lo sabía.
—Parece que nunca nos encontramos cuando vengo de visita. Supongo que las niñas y el rancho te mantienen muy ocupado.
—Kasey y Stacey necesitarían un guardaespaldas las veinticuatro horas —suspiró él—. Pero que no te haya visto… de forma profesional me refiero, es una buena noticia. Eso significa que nunca he tenido que encerrarte.
Grady sonrió y Jen se alegró de estar sentada. Aquella sonrisa transformaba sus facciones. Serio era suficientemente atractivo como para llamar la atención de la mujer más amargada. Pero cuando sonreía… entonces estaba para comérselo.
—Como abogada, ser detenida no me vendría nada bien.
—Desde luego. ¿Te gusta estar de vuelta aquí? ¿Qué te parecen los cambios que Taylor ha hecho en el rancho?
Traducción de la pregunta: «¿Sigues sintiendo algo por Mitch Rafferty, al que dejaste antes de marcharte con Zach?»
Subtexto de la pregunta: «¿Te duele que tu hermana pequeña haya convertido el rancho en un hotel para turistas?»
Jen decidió ignorar el primer punto e ir directamente al segundo.
—Estoy muy orgullosa de mi hermana. Ha hecho un trabajo estupendo y estoy segura de que el hotel va a ser un éxito.
Tras la muerte de su padre, Taylor había pedido un préstamo para comprarle su parte de la herencia y convertir el rancho familiar en un hotel para turistas deseosos de vivir como en el lejano oeste. Y, si había que fiarse por las reservas, aquello iba a dar mucho dinero.
—¿Y Mitch? —preguntó Grady, con un brillo de interés en los ojos.
Jen hubiera querido olvidar lo joven y tonta que era cuando le rompió el corazón a Mitch Rafferty. Pero Grady y él eran muy amigos y su interés era lógico.
—Hablamos el día que llegué. Le pedí disculpas por mi comportamiento y él las aceptó. Ha pasado mucho tiempo, Grady… Así que le he dado mi bendición para que corteje a Taylor.
—¿Por qué?
—Me parece que tus poderes de deducción están un poco oxidados, amigo.
—¿Podrías ser más específica?
—Mitch está enamorado de mi hermana.
—No…
—Siempre lo ha estado.
—No me lo creo.
—Te lo juro —sonrió Jen—. Yo creo que ya le gustaba cuando salía conmigo. Si yo no hubiera metido la pata hace diez años, seguramente se habrían casado hace tiempo.
—Pero si no salen juntos…
Un desagradable chirrido los interrumpió. Y del altavoz salió una frase que los sorprendió a todos:
—Te quiero, Mitch.
Jen levantó una ceja. No podía verla, pero reconocía la voz de su hermana.
—Ahora funciona el maldito micrófono… —la voz era de Mitch y más que un poco exasperada.
Entonces oyeron un clic y el altavoz volvió a quedarse mudo.
Ella sonrió, satisfecha.
—¿Qué te había dicho?
—Tú ganas, abogada.
Jen no se consideraba una ganadora, especialmente en el amor. Pero se alegraba mucho de que, por fin, Taylor le hubiera confesado sus sentimientos a Mitch. Ya era hora, desde luego. Estaba enamorada de él desde los catorce años.
Grady estudió a la hermosa mujer que tenía al lado. Jensen Stevens era una fantasía masculina hecha realidad. Era bajita, apenas un metro sesenta, y la melena castaña con mechas rojizas le llegaba por los hombros. Tenía los labios carnosos y unos impresionantes ojos verdes, brillantes y llenos de inteligencia.
En ese momento estaba observando a Mitch y a Taylor, que caminaban tomados por la cintura.
—Ellos son los que han ganado —suspiró Jen.
—Supongo que sí.
Si ella estaba en lo cierto, Mitch y Taylor llevaban tiempo enamorados. Grady esperaba que su amigo encontrase la felicidad en pareja, aunque él no creía en eso porque nunca había experimentado la emoción del amor.
—He visto a las mellizas hace un rato. Kasey y Stacey son absolutamente adorables. Debes estar muy orgulloso de ellas.
Él pensó en sus hijas, sonriendo. Eran el amor de su vida. De modo que sí conocía el amor, pero no el amor romántico, no el que se vive con una mujer.
—Sí, bastante. Creo que no las echaré de casa por el momento.
—Pero puede que esta noche tengas que atarlas para que se metan en la cama.
—¿Y eso?
—Las he invitado a algodón dulce, refrescos y caramelos.
—Tienes derecho a permanecer callada. Si renuncias a ese derecho… ¿Les has dado refrescos y algodón dulce?
—Me temo que sí. No he podido evitarlo.
—¿Por qué?
Jen se encogió de hombros.
—Porque me lo han pedido.
—¿Tengo que leerte tus derechos antes de llevarte a la cárcel?
—¿De qué se me acusa?
—De contribuir a la hiperactividad de dos menores —sonrió Grady—. Ah, tengo una idea. Yo soy de los que opinan que el castigo debe ir acorde con el delito. ¿Por qué no me ayudas a meterlas en la cama?
—Ah, eres malvado. El padre perfecto para dos futuras quinceañeras. ¿Cómo lo haces?
—¿Qué?
—Criarlas solo. Debes echar de menos a Lacey.
Lacey Miller O’Connor. Su mujer. Murió poco después de que nacieran las mellizas por complicaciones en el parto. Grady empezó a darle vueltas al sombrero.
—Era mi mejor amiga —dijo, pensativo.
Eso no respondía exactamente a la pregunta, pero no pensaba decir nada más.
—¿No viviste con su familia durante un tiempo? —le preguntó Jen.
—Cuando mis padres murieron.
—Un accidente de coche, ¿verdad?
—Sí.
—Debió ser horrible para ti. Pero Lacey y tú… amistad, amor y luego matrimonio —sonrió Jen.
—Apenas tuvimos tiempo de saber lo que era estar casados.
—Yo sé lo que es eso —suspiró Jen—. Muchas veces he deseado que Zach y yo hubiéramos tenido un hijo. Al menos, tú tienes a las niñas.
—Sí.
Pero ese era su secreto.
—¿Has pensado en volver a casarte?
—¿Estás solicitando el puesto?
¿Por qué había dicho eso? ¿Para poner fin a tantas preguntas personales? ¿O habría una razón más profunda?
Jen tiró de su falda de flores.
—Protesto —dijo, como si estuviera dirigiéndose al juez.
—Protesta denegada. ¿Estás interesada en el puesto?
—¿Casarse contigo es una tarea?
—No, qué va. Soy un tipo estupendo.
—Entonces, ¿por qué no has vuelto a casarte? Y no me digas que ninguna otra mujer ha estado interesada.
Él esbozó una sonrisa.
—¿Eso es un piropo?
—¿Quieres que te regale los oídos?
—Sí, por favor.
—Muy bien. Voy a hacer que te hinches como un pavo. Eres un hombre muy guapo, Grady.
—¿Guapo? ¿Eso es todo?
No quería ponérselo fácil. La estaba haciendo pasar un mal rato a propósito.
—No, no es todo. Pero no pienso decir nada más. La cuestión es que las mujeres se fijan en ti. Entonces, ¿cuál es el problema?
—Tengo dos problemas. Se llaman Kasey y Stacey.
—¿Qué tienen que ver las mellizas?
—Todo. O conozco a una mujer que sería una madre estupenda para ellas, pero que a mí no me dice nada o encuentro una mujer que me gusta y ellas ponen cara de asco cada vez que menciono su nombre.
—¿Cara de asco? ¿Esos angelitos que he visto hace un rato?
—¿Angelitos?
Grady le puso una mano en la frente para comprobar si tenía fiebre. Una broma. Nada más. Pero el escalofrío que sintió al tocarla hizo que retirase la mano.
—Esas dos terminarán siendo unas estafadoras de primera clase. Ahora les ha dado por intercambiar su identidad. La mayoría de la gente no puede diferenciarlas.
—Sí, qué ricas. Pero a mí me han dicho cómo saber cuál es cada una de ellas.
—¿En serio?
—En serio.
—Debes gustarles mucho.
—Claro que sí. Las he invitado a algodón dulce y caramelos… —sonrió Jen—. El algodón dulce funciona mejor que el suero de la verdad.
Grady sacudió la cabeza.
—De todas formas, debes gustarles mucho. Pero son unos demonios disfrazados de ángeles.
—Esas niñas son dos querubines —rio ella, mostrando unos dientes perfectos.
—Muy bien. Ochenta por ciento del tiempo son ángeles. Pero tienen su lado oscuro.
—¡No! —dijo Jen, exagerando el tono.
—Todo el mundo tiene un lado oscuro.
No se refería a las niñas, sino a su difunto marido. Zach no era el hombre que ella creía, pero no había razón para hablar mal de los muertos y destruir sus ilusiones. Y Jen las tenía o no habría permanecido soltera durante nueve años, de luto por aquel canalla.
—Lo sé, Grady. No soy tan ingenua. En mi trabajo, veo lo mejor y lo peor. Sobre todo, lo peor.
—Yo también.
—Entonces, a ver… ¿por qué no has vuelto a casarte?
—Eres como un perro que no suelta un hueso.
—Oye, perdona —protestó ella, poniendo cara de ofendida—. Si tanto te ofende que me interese por ti… quizá debería irme.
—No me he casado porque no he encontrado a nadie.
—Pero ya hemos establecido que hay hordas de mujeres siguiendo tus pasos…
—No hemos establecido nada —protestó Grady—. Y si la abogada no me deja terminar mis alegaciones…
—Termina, termina.
—Si estuviera buscando, que no es así, buscaría una mujer que me gustase y que pudiera ser una buena madre para mis hijas.
Jen se llevó un dedo a los labios.
—¿No estás buscando?
—Sería una pérdida de tiempo.
—¿Por qué?
—Porque eso no existe.
—¿Eso? ¿Te refieres al amor, a las relaciones de pareja?
—Sí.
—Ah.
—¿Qué significa eso?
—Que eres un poco cínico. He oído que los hombres que encuentran el amor una vez, lo encuentran de nuevo. ¿Por qué crees que no existe? Estuviste enamorado de Lacey.
Otro secreto que debía guardar.
—¿Te ha dicho alguien que haces muchas preguntas?
—Sí.
—Supongo que es deformación profesional.
—Supongo.
—¿Y tú qué? ¿Cómo una mujer tan guapa como tú no está casada?
Cuando Jen dejó de sonreír, Grady deseó haberse mordido la lengua.
—Yo ya tuve mi oportunidad.
—Entonces, ¿las mujeres solo tienen una? ¿Solo los hombres encuentran el amor dos veces?
Ella se encogió de hombros.
—Ya conocí al amor de mi vida. No volveré a encontrarlo y, como tú acabas de decir, buscar es una pérdida de tiempo.
Grady deseó poder decirle la verdad: que el hombre del que había estado tan enamorada no la merecía.
Mitch, Dev Hart y Jack Riley lo sabían tan bien como él y llevaban diez años guardando el secreto. ¿Para qué iban a decírselo? No era solo el recuerdo de Zach por lo que permanecía soltera. Jen había estado muy ocupada en su bufete, pero estaba hecha para el amor y, cuando llegase el momento, lo encontraría… supiera o no la horrible verdad sobre el canalla con el que se había casado.
Él no pensaba decírselo. Lo que tenía que hacer era intentar que recuperase la sonrisa.
—Muy bien, a ver si lo entiendo. Tú eres de las de que dan consejos, pero luego no los siguen.
—Claro que no —protestó ella.
No sonreía, pero sus ojos verdes habían vuelto a brillar.
—Pero crees que yo debería casarme y tú no.
—Tú tienes dos niñas que necesitan una madre. Yo solo me tengo a mí.
—Por eso. Yo no estoy solo.
Jen levantó la barbilla.
—Estar solo no es nada de lo que avergonzarse. A mí me gusta estar sola. Me hago muy buena compañía, la verdad. Siempre estoy de acuerdo conmigo misma, me río de mis cosas y tengo una conversación muy estimulante.
—Me gustaría probarlo alguna vez —suspiró Grady.
—¿Estar solo?
—Considerando que Kasey y Stacey hablan como cotorras, estar solo suena como un regalo del cielo. Pero no me refería a eso.
—Entonces, ¿a qué te refieres?
—Tú has dicho que te gusta estar sola y a mí me gustaría estar solo… contigo.
Jen se quedó mirándolo, atónita. Acababa de dejarla sin palabras. A ella. Y, además, la había hecho sonreír.
Antes de que Grady pudiera decir nada más, una mujer morena se acercó a ellos.
—¿Comisario O’Connor?
—Sí, soy yo.
La mujer sacó un sobre del bolso que llevaba colgado al hombro y se lo entregó.
—Esto es para usted.
—¿Qué es?
—Una citación judicial.