Virtuosa - Mónica Díaz - E-Book

Virtuosa E-Book

Mónica Díaz

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Beschreibung

En este camino de 366 días, la intención es formularnos nuevas resoluciones cada mañana: resoluciones que nos lleven a una fe más profunda, a relaciones humanas más significativas y al desarrollo de un carácter cristiano para esta vida y la venidera: resoluciones que hagan de ti una mujer Virtuosa: valiente, influyente, reflexiva, transformada, única, ocupada, sabia y auténtica.

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Virtuosa

Lecturas devocionales para damas

Mónica Díaz

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Tabla de contenidos
Tapa
Dedicatoria
Introducción
1º de enero
2 de enero
3 de enero
4 de enero
5 de enero
6 de enero
7 de enero
8 de enero
9 de enero
10 de enero
11 de enero
12 de enero
13 de enero
14 de enero
15 de enero
16 de enero
17 de enero
18 de enero
19 de enero
20 de enero
21 de enero
22 de enero
23 de enero
24 de enero
25 de enero
26 de enero
27 de enero
28 de enero
29 de enero
30 de enero
31 de enero
1º de febrero
2 de febrero
3 de febrero
4 de febrero
5 de febrero
6 de febrero
7 de febrero
8 de febrero
9 de febrero
10 de febrero
11 de febrero
12 de febrero
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1º de marzo
2 de marzo
3 de marzo
4 de marzo
5 de marzo
6 de marzo
7 de marzo
8 de marzo
9 de marzo
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27 de marzo
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30 de marzo
31 de marzo
1º de abril
2 de abril
3 de abril
4 de abril
5 de abril
6 de abril
7 de abril
8 de abril
9 de abril
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1º de mayo
2 de mayo
3 de mayo
4 de mayo
5 de mayo
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31 de mayo
1º de junio
2 de junio
3 de junio
4 de junio
5 de junio
6 de junio
7 de junio
8 de junio
9 de junio
10 de junio
11 de junio
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1º de julio
2 de julio
3 de julio
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2 de diciembre
3 de diciembre
4 de diciembre
5 de diciembre
6 de diciembre
7 de diciembre
8 de diciembre
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28 de diciembre
29 de diciembre
30 de diciembre
31 de diciembre

Virtuosa

Mónica Díaz

Dirección: Natalia Jonas

Diseño: Ivonne Leichner

Ilustración: Shutterstock

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

Primera edición, e-book

MMXXIII

Es propiedad. © Inter American Division Publishing Association, 2023. © Asociación Casa Editora Sudamericana, 2023.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-901-4

Díaz, Mónica

Virtuosa / Mónica Díaz / Director Natalia Jonas. - 1ª ed. - Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-798-901-4

1. Devocionario. I. Jonas, Natalia, dir. II. Título.

CDD 204.4

Publicado el 31 de agosto de 2023 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Dedicatoria

A mi madre,

mis raíces y mis alas,

el amor y el perdón

que constantemente me revelan verdades

sobre mí misma, sobre la vida y sobre Dios.

Introducción

“¿Qué están buscando?”. Estas son las primeras palabras de Jesús registradas en los Evangelios (Juan 1:38). Y estas son las primeras palabras que te lanzo a ti, que acabas de abrir este libro (por cierto, gracias por elegirlo).

¿Qué estás buscando?

¿Lo sabes ya?

¿Buscas apenas la satisfacción de las necesidades inmediatas, o tienes metas más elevadas? ¿Buscas la comodidad, o el desarrollo del carácter (que solo se obtiene saliendo de la comodidad)? ¿Buscas el éxito como el mundo lo entiende, o una vida coherente con los principios del evangelio que, de hecho, es el único camino hacia el verdadero éxito? ¿Buscas evitar el sufrimiento, o entiendes que la clave es trascenderlo por medio de una visión de la vida más realista, más en sintonía con el propósito al que hemos sido llamadas por Dios?

Vaya, apenas acabamos de empezar y ya todo son preguntas. Pero es que todo comienza con una pregunta. El verdadero discipulado comienza con una pregunta: ¿Qué estás buscando? Para que logres visualizar aquello que realmente merece la pena buscar, de tal manera que salgas a buscarlo, te hago una propuesta: “Busca el reino de Dios por encima de todo lo demás” (Mat. 6:33, NTV). O, dicho en otras palabras: “Pon la mira en las cosas de arriba” (Col. 3:2, RVR95). Busca ante todo comprender qué significa para una mujer creyente vivir una vida en Cristo. Esto lo cambiará absolutamente todo de ti, en ti, para ti.

Tras preguntar ¿qué están buscando?, Jesús añadió: “Vengan y vean” (Juan 1:39, RVC). Ven y ve. Ven a Jesús y obsérvalo de cerca, detenidamente, aprendiendo de él, empapándote de sus enseñanzas. No ha habido ni habrá otro Maestro igual. Jesús conoce todas tus preguntas y tiene todas las respuestas que necesitas.

La intención de las páginas que siguen es ayudarte (y ayudarme) a acercarnos más a él, a conocerlo mejor, y a no abandonar el hábito de buscarlo como lo primero cada día, todos los días; no solo este año, sino todos los años que nos quedan. Hoy comenzamos juntas un camino de 366 días que espero nos conduzca a formularnos nuevas resoluciones cada mañana. Resoluciones que nos lleven a una fe más profunda, a relaciones humanas más significativas y al desarrollo de un carácter cristiano para esta vida y la venidera. Resoluciones que hagan de ti una mujer Virtuosa: valiente, influyente, reflexiva, transformada, única, ocupada, sabia y auténtica.

Con cariño,

Mónica

1º de enero

Cuando la ambición es buena

“Buscad lo que basta y no queráis más. Lo que pasa de ahí es agobio, no alivio”. Agustín de Hipona

Solemos pensar que tener ambición es malo, porque asociamos la palabra a lo material, como, de hecho, lo hace el mismo Diccionario de la lengua española en su primera acepción del término: “Ambición es el deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama”. Sin duda, ese tipo de ambición es malo.

La Biblia nos advierte contra el poder (Jesús señala como negativas las ansias de poder de sus discípulos); la riqueza (Timoteo dice que el amor al dinero es raíz de toda clase de males); las dignidades (o, lo que es lo mismo, ambicionar ser vistos de los hombres, precisamente una de las críticas que Jesús hace a los fariseos); y la fama. Ir tras estas cosas es correr tras el viento. Pero el segundo significado de la palabra “ambición” es: “Cosa que se desea con vehemencia”. ¿Podemos desear con vehemencia cosas buenas? Sí. De hecho, la Biblia nos invita a hacerlo.

“Tengan por su ambición el llevar una vida tranquila, ocuparse en sus propios asuntos y trabajar con sus manos, tal como les hemos mandado; a fin de que se conduzcan honradamente” (1 Tes. 4:11, 12, NBLA). Otras Biblias traducen “tengan por su ambición” como “procurad” o “traten de”, pero el Comentario bíblico adventista es claro en señalar que la palabra original, filotiméomai, “significa aquí ‘ambicionar’ ” (t. 7, p. 253). Por tanto, es bueno ambicionar estas tres cosas:

Llevar una vida tranquila, sin fanatismos, sin escandalizarse fácilmente por nada, sin explosividades, sin perder el control, sin afanarse tras lo que no aprovecha. ¿Cómo se logra? Dedicando cada día a lo que aprovecha, haciendo lo que nos viene a la mano con humildad y fe. “El Señor, el Dios Santo de Israel, dice: ‘Vuelvan, quédense tranquilos y estarán a salvo. En la tranquilidad y la confianza estará su fuerza’ ” (Isa. 30:15).Ocuparnos en nuestros propios asuntos. ¿Eres una persona entrometida? Trabaja contigo misma para abandonar ese hábito. El apóstol Pedro aconseja: “Si alguno de ustedes sufre, que no sea por […] meterse en asuntos ajenos” (4:15).Trabajar con nuestras manos. Preciosa ambición, pues el trabajo digno es la mejor salvaguarda contra la ociosidad, que conduce a pensamientos inútiles y adicciones.

Ambiciona lo que la Biblia dice que es bueno para el ser humano, y no quieras más.

“Tengan por su ambición el llevar una vida tranquila, ocuparse en sus propios asuntos y trabajar con sus manos” (1 Tes. 4:11, NBLA).

2 de enero

¿A dónde estás apuntando?

“Ama y haz lo que quieras”. Agustín de Hipona

Una de las palabras hebreas que se utilizan en el Antiguo Testamento para “pecado” es jattah. Su sentido original es “errar el blanco”, “no dar en la diana”, “fallar el tiro”. Con este significado, por ejemplo, se usa en Jueces 20:16: “Había setecientos hombres escogidos […] los cuales tiraban una piedra con la honda a un cabello y no erraban [jattah]” (RVR95). Es interesante cómo conocer el contexto y el origen de una palabra nos puede ayudar a no errar o fallar en nuestra interpretación de ella.

Pecar es, pues, en su sentido original, errar el blanco. Ahora bien, ¿cuál es para ti el blanco al que apuntas en tu vida cristiana? Si tu blanco es la ley, es decir, si tu objetivo es cumplir perfectamente la ley, tendrás un pequeño problemita: ese era el mismo blanco al que apuntaban los fariseos y Jesús los llamó “ciegos guías de ciegos” (ver Mat. 15:12-14). Intenta dar con una flecha en el blanco siendo ciego y verás que es, cuando menos, complicado. Bueno, vamos a decir la verdad: imposible. Si cumplir —o más bien intentar cumplir— la ley a la perfección, como hacían los fariseos o el joven rico, no es la clave para vivir sin pecado, entonces la ley no debe de ser el blanco al que Dios nos propone apuntar en nuestra vida cristiana, ¿no te parece una conclusión lógica?

Si queremos salir de la ceguera que supone vivir una vida centrada en el hacer y no en el ser, debemos apuntar adonde hay que apuntar: al amor, que solo puede venir de una auténtica relación con Dios. Por eso “el gran mandamiento de la ley”, en palabras del propio Jesús, es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. “Y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ ” (Mat. 22:37, 39, RVR95).

Como decía Agustín de Hipona: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”. Lo más maravilloso de todo es que ese amor (el amor de Dios por ti, y el tuyo por él y por el prójimo) es la diana que mantendrá la flecha de tu vida en la dirección contraria al pecado. Es lo que te llevará a respetar realmente la ley. El amor ha de ser el verdadero motor de todo; en el amor se cumple perfectamente la ley.

“En el amor se cumple perfectamente la ley” (Rom. 13:8-10).

3 de enero

La única manera de lograr un cambio

“Lo que logramos internamente cambiará nuestra realidad exterior”. Plutarco

Lee de nuevo el pensamiento de Plutarco. Es increíble que una frase escrita hace dos mil años siga encerrando tanta verdad. Obviamente, el ser humano sigue siendo igual; y, obviamente también, muy poquitas personas a lo largo de la historia han logrado dominar el arte de cambiarse a sí mismos, porque nuestra realidad exterior sigue siendo la que ha sido siempre: guerras, corrupción, codicia, amor al dinero, odios, envidias... Pocas excepciones —como Gandhi, Martin Luther King o, por supuesto, Jesús— lograron cambios en su entorno, y lo hicieron no imponiendo un cambio a los demás, sino siendo ellos el cambio. Desde el respeto, la responsabilidad individual, el dominio propio y la no violencia, mostraron un camino mejor que fue una luz en el mundo, y que nos invita dulcemente a cambiar. Y el cambio llega (aunque no para todos, porque cada uno decide si quiere o no cambiar).

Simplemente por el hecho de existir, nosotras también ejercemos una influencia sobre los demás. ¿Qué haremos con esa influencia? Esta es una pregunta que todas debemos hacernos, para ser intencionales con nuestro vivir. Si queremos que nuestro paso por este mundo deje huella —en el sentido de lograr cambios para mejor—, hemos de entender que nada cambia exteriormente si no se produce antes un cambio interior. Querer confrontar la violencia con violencia solo genera más violencia; gritar solo provoca más gritos; ser competitiva lleva a más competitividad. Como dijo Einstein: “No podemos resolver un problema con la misma mentalidad que lo ha generado”.

Una de las decisiones más importantes que podemos tomar es cambiar nuestra mentalidad; comenzar a vivir como queremos que sea la vida. Si queremos un ambiente de paz, hemos de ser la paz aunque nos rodee el conflicto. Si queremos un entorno de amor, tenemos que ser amor, respondiendo al odio con serenidad, respeto e incluso cariño, derrotando así el odio. Si queremos superar una cultura de chisme y crítica, tenemos que ser cuidadosas con nuestras palabras. Solo transformando nuestro entendimiento para que este, a su vez, transforme nuestra manera de vivir, podremos llevar una vida que sea luz. Esa luz será la que anime a otros a cambiar.

Esta es la paradoja: ¿Quiero cambiar lo que me rodea? Debo comenzar por cambiar yo. No existe otra manera.

“No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” (Rom. 12:2).

4 de enero

Yo, aquí me quedo

“Cuando más se juzga, menos se ama”. Honoré de Balzac

Hoy, en la iglesia, viví una experiencia reveladora. Duró un instante, pero me dejó huella. Fue un sermón de dos frases: una, un puñetazo; la otra, una terapia. La comparto contigo, porque creo que puede ser reveladora para ti también.

Yo estaba en mi banco y delante de mí se sentaba un desconocido. Llevaba gafas de sol y su postura era como si estuviera en un partido de fútbol. Iba en jeans y camisa remangada; muy informal. Mientras yo lo observaba, desde la plataforma presentaban al predicador: un departamental de una División de la Iglesia Adventista. Ya sabes cómo se hacen esas presentaciones, con bombo y platillo. Pero el protagonista de mi escena no era el predicador de la plataforma, sino mi desconocido “predicador” del banco de delante.

De pronto, lo vi agarrar su celular. Le había entrado un mensaje y se puso a leerlo colocando el teléfono de tal modo que también lo podía leer yo. Decía: “Esta gente se cree superior a nosotros, yo me voy”. Me quedé de piedra; normalmente yo soy esa “gente”. A mí suelen invitarme a predicar a lugares donde nunca he estado, a gente que no conozco, y me presentan con bombo y platillo. Pensé: “Así es como muchas personas me deben de juzgar a mí”. Me dolió. Pero mi sermón tuvo un final feliz. Sin inmutarse, el desconocido informal escribió (mientras yo veía cada hermosa letra surgir en la pantalla): “A mí eso no me importa. Estoy aquí para alabar a Dios. Yo me quedo”.

Gracias a Dios por la autenticidad cristiana, que aún existe y me motiva a seguir intentando ser auténtica. Gracias, querido desconocido, por recordarme que nuestros juicios no son la realidad. Nuestros pensamientos son solo eso, pensamientos; no son hechos, como, por cierto, demostró el departamental que estaba en la plataforma. Desde una humildad extraordinaria, dio un sermón que me removió por dentro, en el que no se discernía ningún sentimiento de superioridad.

Si la persona que envió aquel primer mensaje de celular se fue o se quedó a oír el sermón, lo desconozco. Ojalá se haya quedado, para que pudiera comprender cuán absurdo es crear barreras basándonos en percepciones, que no son hechos ni realidades, y que ignoran el hecho y la realidad de que todos podemos mejorar.

Yo me quedo con esta decisión: estoy aquí para alabar a Dios, y no para juzgar al prójimo. ¿Y tú, con qué te quedas? ¿O tal vez te vas?

“No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes” (Mat. 7:1).

5 de enero

Crea momentos especiales

“Sé diferente para que la gente te pueda ver con claridad entre la multitud”. Mehmet Murat

Después de treinta años como azafata de American Airlines, Mary Ann estaba recién jubilada y feliz de poder hacer con su vida lo que siempre había deseado: ayudar a los demás. Fue en ese estado de ánimo como, un día de junio de 1995, se detuvo en una gasolinera para repostar. La mujer que atendía la gasolinera era entrañable y cariñosa, y ese día estaba intentando vender lotería. Mary Ann, sin expectativa de ganar nada, aceptó comprar un billete y le dijo: “Si me tocan diez millones, te daré una parte”. Millie, la dependienta, contestó: “Prefiero que me lleves a almorzar a París”. Millie no tenía idea de lo fácil que era para Mary Ann conseguir un boleto de avión a París.

Mary Ann se fue de la gasolinera reflexionando en el hecho de que, para ella, que le tocara la lotería tenía que ver con recibir varios millones de dólares mientras que, para Millie, su lotería particular era simplemente ganarse un viaje para poder ir a París. El 21 de diciembre de ese mismo año, Mary Ann visitó a Millie con el único objetivo de entregarle una tarjeta que decía: “Querida Millie, aunque a mí no me tocó la lotería, a ti sí. Elige la fecha que quieras y haz las maletas, porque te vas a almorzar a París. Es mi regalo para ti, por esforzarte tanto para que todos los que entran en contacto contigo se sientan especiales. Gracias y que Dios te bendiga”.1

Cuando se encuentran en la vida dos personas que disfrutan de crear momentos especiales, el resultado es todavía más especial, casi divino, diría yo, porque esa sensibilidad de estar pendiente de cómo hacer la vida agradable al prójimo es inspirada. No es patrimonio de unos cuantos, es patrimonio de Dios, que está dispuesto a concedernos lo que le pidamos. Yo creo que, por el día de hoy, sería una oración interesante pedirle al Señor que nos conceda ser ese tipo de persona que llena vidas ajenas de detalles especiales. Yo tuve una persona así en mi vida. Mi amigo Juanjo era un creador de momentos especiales, de risas especiales, de espacios para ser, estar y crecer. Su vida me inspiró a ser igual que él; su muerte me ha dejado la responsabilidad de tomar el relevo.

¿Qué te parece si hoy oramos juntas la siguiente oración: “Señor, ayúdame a ser creadora de momentos especiales. Ayúdame a ganarme la vida con lo que doy, no con lo que recibo. Ayúdame a darme cuenta de lo mucho que la gente necesita la existencia de personas que sean diferentes, altruistas, generosas. Enséñame a ser así, con tu poder. Amén”.

“Deléitate en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal. 37:4, RVR95).

1 VV.AA., Sopa de pollo para el alma del trabajador (Florida: Health Communications, Inc.), pp. 30, 31.

6 de enero

No es difícil

“El contagio de los prejuicios hace creer muchas veces en la dificultad de las cosas que no tienen nada de difíciles”. Pío Baroja

El presidente de una empresa y su esposa se detuvieron en una gasolinera para repostar. De pronto, él se fijó en que ella estaba charlando con el dependiente como si lo conociera de toda la vida. Al regresar al auto, le preguntó:

—¿Conoces a ese hombre?

—Sí —dijo ella—, fue novio mío.

—¿Novio tuyo? —comentó él, sorprendido—. Pues seguro estarás pensando que te alegras de haberte casado conmigo, que soy presidente de una empresa, y no con él, que no ha pasado de dependiente de gasolinera.

—Pues no —respondió ella—, estaba pensando que si me hubiera casado con ese hombre, él sería hoy presidente de una empresa y tú serías dependiente de gasolinera.2

Si estás a punto de reírte, no lo hagas, porque es una historia triste. ¿Por qué digo triste? Porque esta mujer no dejó de verse a sí misma como “esposa de”. ¿Y es que no podía ser ella presidenta de empresa si no se hubiera casado con ninguno de los dos, o si se hubiera casado con cualquiera de ellos? Como mujeres, hemos de vernos como algo más que la sombra de un esposo (y no digo que sea malo estar casada con un presidente; como tampoco lo es estarlo con un vendedor, o ser una misma quien sirve la gasolina).

Jesús no permitió que lo limitaran los prejuicios sociales. Ofrecía espacio a todos, hombres y mujeres, en una época en que no se concebía que una mujer se sentara a los pies de un maestro, ayudara a un varón no familiar con sus gastos ni, mucho menos, que anduviera por ahí viajando con él. Sin embargo, “Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas, anunciando la buena noticia del reino de Dios. Los doce apóstoles lo acompañaban, como también algunas mujeres. […] Entre ellas iba María, la llamada Magdalena; […] también Juana; […] y Susana; y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían” (Luc. 8:1-3).

“Mejor es quemar la Torá que enseñarla a una mujer”, afirmaba un escrito rabínico de la época de Jesús. Qué comentario tan fuerte, ¿no crees? Pero Jesús enseñó a quien quisiera aprender, hombre o mujer. Seguir aprendiendo y llegando lejos es nuestro privilegio como mujeres. No lo dejemos escapar por el contagio de prejuicios sociales que nada tienen que ver con Cristo.

“No importa el ser […] hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo” (Gál. 3:28).

2 John Ortberg, Who is this Man? (Míchigan: Zondervan, 2012), p. 49.

7 de enero

Hija de Abraham

“El orgullo de los mediocres consiste en hablar siempre de sí mismos; el orgullo de los grandes, en no hablar nunca de ellos mismos”. Voltaire

“Enseñaba Jesús en una sinagoga en sábado, y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: “Mujer, eres libre de tu enfermedad”. Puso las manos sobre ella, y ella se enderezó al momento y glorificaba a Dios. Pero el alto dignatario de la sinagoga, enojado de que Jesús hubiera sanado en sábado, dijo a la gente: “Seis días hay en que se debe trabajar; en estos, pues, venid y sed sanados, y no en sábado”. Entonces el Señor le respondió y dijo: ‘¡Hipócrita!, ¿no desatáis vosotros vuestro buey o vuestro asno del pesebre y lo lleváis a beber en sábado? Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en sábado?’ ” (Luc. 13:10-16, RVR95).

“Hija de Abraham”. Esta es la única vez en la Biblia que se usa la frase en femenino, y quien la dice es Jesús mismo. En masculino la usan los escribas y los fariseos, “dignatarios” judíos que se creían especiales por nacimiento; y la usan para referirse a ellos mismos, porque estaban orgullosos de su estatus religioso. Pero Jesús ni una sola vez los llamó a ellos “hijos de Abraham”; nunca les reconoció ese estatus. Jesús sí usó la frase “hijo de Abraham” en masculino, pero una sola vez (ver Luc. 19:9), y fue para referirse a Zaqueo, a quien, paradójicamente, los dirigentes consideraban traidor y ladrón.

En las dos únicas ocasiones registradas en la Biblia en las que Jesús llamó a alguien “hijo/hija de Abraham” se encierra un mensaje maravilloso y tan pertinente y oportuno hoy como lo era entonces: no hemos de considerar a una mujer poca cosa porque esté enferma, sea anciana, pobre y sin estudios, o porque no tenga cargos en la iglesia, ya que tal vez sea una mujer de fe. No hemos de considerar a un hombre poca cosa porque, a causa de su ignorancia, no viva aún de acuerdo a los principios del reino, si su corazón es terreno propicio para el evangelio. Dios, cuyos tiempos son distintos a los nuestros, está obrando en todos los que tienen un anhelo profundo de fe y salvación, y el fruto se verá.

Creerse algo dentro de la iglesia, tener “orgullo cristiano”, es contrario al auténtico cristianismo. Para Cristo, “hija de Abraham” no es cualquiera que se dice cristiana, sino aquella mujer que, aunque no habla de sí misma y está poco valorada socialmente, cree de verdad en el Hijo de Dios.

“Y a esta hija de Abraham, […] ¿no se le debía desatar de esta ligadura?” (Luc. 13:16, RVR95).

8 de enero

Te ubicas o te ubican

“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Jesús

Se cuenta que Telly Savalas, el famoso actor estadounidense ya fallecido, viajaba una vez en avión cuando, a su lado, se sentó un hombre que lo reconoció inmediatamente.

—¿Me firmaría un autógrafo para mi hija? —le pidió el desconocido—. Ella es una gran admiradora suya.

—Más tarde —le dijo Telly Savalas, que no tenía ganas de hablar con nadie.

A la mitad del viaje, el desconocido volvió a insistir en que le gustaría mucho que le firmara un autógrafo para su hija, pero otra vez Telly Savalas cortó rápidamente la conversación diciéndole que “más tarde”, porque aún seguía sin tener ganas de que lo molestaran.

Cuando finalmente llegaron al destino, el desconocido no insistió. Savalas vio entonces que, en la pista, había mucha gente esperando la llegada del avión, y que estaban colocando una alfombra roja en el piso. Creyó que era para él, porque era un actor famoso, y que su visita a ese país era la gran cosa. Hasta que vio que un escolta recogía al señor que estaba sentado a su lado, el mismo que le había pedido un autógrafo para su hija, y al que ahora escoltaban al bajar del avión y caminar sobre la alfombra roja mientras todos los demás (incluido Savalas) tenían que esperar sentados en sus asientos.

Aquel hombre que había viajado a su lado todo el rato era el rey de Jordania, y ahora Telly Savalas se daba cuenta de que había perdido la oportunidad de conversar largas horas con un rey. Se sintió humillado, aunque nadie nunca lo quiso humillar. La vida tiene estas formas curiosas de poner a cada uno en su sitio, y el lugar del orgulloso siempre será la humillación. 

¿Cuál es tu lugar? ¿Esperarás a que la vida te dé una lección de este tipo, o te colocarás tú misma donde te corresponde tomando como referencia la Biblia? La Biblia dice que Cristo es humilde de corazón (ver Mat. 11:29). Cristo, con cuyo nombre nos identificamos al llamarnos “cristianas”, es humilde de corazón. Por eso, si quieres reflejar a Cristo, ser humilde es un requisito. No esperes que la vida te ubique a la fuerza.

La mujer cristiana no se cree más que nadie (ni menos tampoco); lucha contra la arrogancia porque sabe quién es en Cristo y, con la ayuda de Dios, sabe ubicarse con respecto a él. Humildad es reconocer quién es Dios, agradecerle por lo que nos da y saber apreciar el camino, el lugar y los talentos de los demás.Humildad es aprender de Aquel que es manso y humilde de corazón.

“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mat. 23:12, RVR95).

9 de enero

La belleza de las cicatrices

“La herida es el lugar por donde entra la luz”. Rumí

Kintsugi es un arte japonés. Consiste en reparar con resina de oro piezas de cerámica rotas como platos, cuencos, bandejas o tazas. En el producto final, el protagonista no es el objeto, sino los trazos de oro que recubren los lugares anteriormente rotos, haciendo así, de los defectos de las piezas, sus más grandes virtudes. El mensaje de fondo es que tanto las roturas como las reparaciones forman parte de la historia de uno y deben mostrarse, no ocultarse, porque la transformación que resulta de todo el proceso no afea, sino que embellece.

Esta forma de arte oriental es en realidad una metáfora para decirnos que, por más que las experiencias duras de la vida nos hayan roto por dentro; por más que los sufrimientos nos hayan amargado; los golpes, magullado; las traiciones, herido o los fracasos, hundido; sigue habiendo belleza y potencial después de la herida, precisamente, gracias a las reparaciones hechas tras la herida. Esto, para nuestra mentalidad occidental, es difícil de entender. Acostumbradas como estamos a tirar a la basura lo que se rompe, a esconder tras una máscara toda fisura de nuestra vida que nos haga parecer vulnerables, y a aislarnos para que nadie descubra nuestras heridas, nos cuesta comprender que hay belleza en el resultado final de pasar por el crisol. Admiro la sensibilidad del arte japonés, que señala un error cultural que hemos de corregir.

La belleza y la valía de una mujer no se pierden tras los golpes de la vida. Sí, es cierto que las heridas y los errores del pasado dejan cicatrices con las que hemos de cargar para siempre, pero podemos hacerlo de dos maneras: avergonzándonos de ellas y de lo que representan, por tanto, escondiéndolas; o viéndolas como medallas, trofeos de la experiencia que nos van dejando los años, y portándolas sin necesidad de esconderlas. ¿Somos capaces de valorar la belleza que se esconde en el resultado final, que es un carácter refinado por el fuego?

Como decía el también artista (pero de las letras) William Shakespeare: “Solo se ríe de las cicatrices quien nunca ha tenido una herida”. Porque la persona que ha sufrido sabe que esa herida es preludio de una madurez, un equilibrio, una compasión y una solidaridad que son una verdadera obra de arte. Por eso, no te avergüences de tus roturas ni de los golpes que te ha dado la vida. Busca la forma de apreciar la belleza que resulta, y exhíbela para beneficio de las generaciones más jóvenes. Porque por esas cicatrices entra un raudal de luz. La luz de saber que es el gran Reparador el que nos recompone con hilos de oro. La luz de la esperanza en que el gran Artista sabe usar nuestras heridas para hacernos mujeres más profundas, más sabias, más empáticas, más... virtuosas.

“Mientras hablaba, [Jesús] les mostró las heridas de sus manos y su costado” (Juan 20:20, NTV).

10 de enero

Mi primera mentira

“Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver”. Proverbio judío

Mi primera mentira de la que tengo recuerdo me salió mal. Mi padre acababa de morir y yo tenía once años cuando, en el conservatorio de música donde estudiaba, me pidieron que rellenara un formulario. Al leerlo, vi que dos de los datos que pedían eran “Nombre y edad del padre”. Puse “Pedro Díaz Andelo, cuarenta años”. Era mentira, pero yo no quería que nadie supiera la verdad de que mi padre había muerto. Poco después, lo mismo sucedió en las clases particulares de inglés. Me entregaron una ficha y de nuevo negué mi realidad y contesté como si mi padre siguiera vivo. Pensaba que de ese modo nadie se daría cuenta de que había algo diferente en mi vida, de que ya no todo era “normal”.

Un día, hablando con amigas de la escuela, surgió en la conversación algo sobre nuestros padres, y yo me inventé no recuerdo qué historia para no tener que decirles que ya no tenía padre. Y en esa ocasión, al descubrirme otra vez a mí misma mintiendo —pero ahora a mis amigas— me sentí mal, como si hubiera traspasado un límite. Estaba triste. Y me puse a reflexionar.

Analizando la situación, me di cuenta de que no podía seguir así toda la vida y decidí revelarle mi pequeño secreto a la que entonces era mi amiga más íntima, una compañera llamada Eva. Cuando le admití que mi padre había muerto, ella me dijo: “¡Ya lo sé! ¡Todos los sabemos! Don Luis, el director, nos lo dijo a toda la clase hace tiempo”. Qué tonta me sentí. Y no tanto por haber sido descubierta —porque yo sabía que no era una mentirosa— sino por todo lo que me perdí por haberme encerrado en mí misma.

¿Qué me perdí? Para empezar, me perdí poder recibir la solidaridad de mis amigas, que querían ayudarme en mi dolor pero solo podían hacerlo hasta el límite que les marcaba mi propia mentira. Para continuar, me perdí también su compañía, porque la incomodidad de no ser sincera me hizo aislarme para evitar conversaciones difíciles. Y, por último, me perdí la autenticidad, el poder ser yo, que es la única forma posible de relacionarse equilibradamente con los demás.

Desde entonces, hay tres premisas en mi vida: no mentirás, no mentirás, no mentirás. Ni a mí ni a nadie. Porque si lo hago, dejaré de recibir precisamente lo que necesito para superar aquello que estoy ocultando. Mentir va contra mí misma, contra el prójimo y contra Dios. Cuarta premisa: no mentirás.

“El justo aborrece la palabra mentirosa” (Prov. 13:5, RVR95).

11 de enero

Un cristiano en la cárcel

“Hay tanta justicia en la caridad y tanta caridad en la justicia que no parece loca la esperanza de que llegue el día en que se confundan”. Concepción Arenal

Cuando el pastor John Ortberg visitó Etiopía en una época en la que estaba prohibido ser cristiano en ese país, le llamó mucho la atención algo que sucedía en las cárceles. Por causa de la persecución religiosa que predominaba, con cierta frecuencia las autoridades arrestaban a los cristianos, que tenían que pasar una temporada en prisión. Todas las cárceles del país estaban ya sobresaturadas de gente, por lo que no había comida para alimentarlos a todos. Por esa razón, los presos no creyentes anhelaban que llegara algún cristiano a su prisión, porque cuando un cristiano era encarcelado, los miembros de su iglesia se encargaban de llevarle comida regularmente. De hecho, llevaban más comida de la que una persona podía comer, así que había sobras para compartir. La oración más oída en las cárceles etíopes era: “Dios, envía a un cristiano a esta cárcel”.3

Por supuesto, no hace falta decir que en el mundo hay mucha gente caritativa aparte de los cristianos y que, con frecuencia, los cristianos no estamos a la altura del nivel de caridad que hace falta alrededor nuestro, o incluso del nivel de caridad al que nos llama la Biblia. Pero qué bendición cuando los seguidores de Jesús logramos marcar la diferencia en nuestro entorno inmediato, porque ese es uno de los llamados más apremiantes que nos hace el evangelio.

Si buscas la palabra “caridad” en el diccionario encontrarás que esta es su primera acepción: “Actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”. Digamos que la caridad va un pasito más allá de la compasión, cuya definición es: “Sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. Creo que la actitud que tuvo Cristo —siempre sensible al dolor, el sufrimiento y la necesidad humana— fue más allá de los sentimientos y de la identificación; él dio un paso, actuó, hizo algo, en cada ocasión en que se vio frente a un caso de necesidad.

No sé cuál es la necesidad ajena que más abunda a tu alrededor; tal vez sea también visitar las cárceles, o a una familia inmigrante sin recursos, o a una mujer que se está divorciando... Sea cual sea esa necesidad, imitar a Cristo significa pasar a la acción, no quedarse al nivel de la compasión sino ser solidaria y hacer algo. O sea, tener caridad.

“Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mat. 25:40).

3 John Ortberg, Who is this Man? (Míchigan: Zondervan, 2012), p. 43.

12 de enero

Sin punto ciego

“El prejuicio es el hijo de la ignorancia”. William Hazlitt

El 24 de noviembre de 2009, Tareq y Michaele Salahi, un matrimonio estadounidense, asistieron a una cena en la Casa Blanca en honor al primer ministro de la India, Manmohan Singh. Como cualquier invitado, Tareq y Michaele tuvieron que pasar varios puntos de seguridad: la identificación con fotografía a la entrada del complejo presidencial; el detector de metales para ingresar al edificio; la corroboración de que sus nombres estaban en la lista de invitados, antes de pasar al salón; y una guardia del servicio secreto. Finalmente accedieron a Obama, a quien saludaron con un apretón de manos. Hasta aquí, todo normal, ¿cierto? Solo en apariencia. En realidad, todo anormal.

¿Anormal por qué? Porque ni Tareq ni Michaele habían sido invitados al evento. Personas que ni tan siquiera debieran haber podido superar el primer punto de seguridad de la residencia oficial más importante del mundo, acabaron dando la mano al presidente, charlando con el vicepresidente y bebiendo con personalidades políticas y celebridades, ¡delante de las cámaras! No me extraña que el escándalo en la prensa al día siguiente fuera tan grande como fue. El suceso resultó en investigaciones legales sobre el nivel de seguridad en la Casa Blanca.

¿Cómo lo consiguieron Tareq y Michaele Salahi? Según los portavoces de la Casa Blanca, porque encajaban en el perfil de los invitados: vestimenta, raza, manera de hablar… aparentaban lo que debían aparentar.4 Esto puso en evidencia que existe un “punto ciego cultural”, por así llamarlo, que hace juzgar las cosas mal y dar cabida a quien no la tiene, a la vez que impide la entrada a quien tiene todo el derecho a pasar (aunque pueda parecer lo contrario).

Así son las cosas en este mundo complicado. Acceder al líder de un país es prácticamente imposible a no ser que formes parte de un círculo reducido de privilegiados. Nada que ver con cómo funcionan las cosas en el reino de Dios. Él mantiene una política de puertas abiertas con la humanidad que, aunque no es digna de estar en su presencia, es hecha digna por medio de Cristo. Su invitación es para todos, incluidas las personas que me caen mal o me han hecho daño. MI i “punto ciego cultural” no acepta esto muy bien. Pero Dios, que no tiene “punto ciego cultural”, sabe que todos tenemos necesidad de él; y no para ocasiones especiales, sino siempre. Gracias, mi Presidente.

“El Señor conoce a los que le pertenecen, y todos los que invocan el nombre del Señor han de apartarse de la maldad” (2 Tim. 2:19).

4 https://en.wikipedia.org/wiki/2009_U.S._state_dinner_security_breaches [consultado en abril de 2023].

13 de enero

En cada banca se sienta un corazón roto

“El Señor consolará a Sion;consolará todas sus ruinas. Convertirá en un Edén su desierto”. Isaías

“Yo sé lo que es sentarse en una banca de la iglesia con el corazón roto. Durante años, esa fue mi realidad. Me sentaba con mis miedos y decepciones, convencida de que estaba sola. A mi alrededor, todos parecían felices, seguros de sí mismos, espiritualmente fuertes. ¿Tal vez no sufren como yo?, me preguntaba. ¿Soy la única cuya vida está hecha pedazos? Para protegerme me ponía una máscara que ocultaba mis penas y fracasos. Me esforzaba por dar la impresión de que tenía mi vida bajo control. Conocía bien las posturas que adoptar y las palabras que decir pero, por dentro, estaba destrozada”.5 Estas son palabras de Ruth Graham, hija del famoso evangelista norteamericano Billy Graham. Con ellas nos recuerda la realidad de que, cada sábado, a nuestro lado en la iglesia, se sienta alguien que tiene el corazón roto (aunque parezca tenerlo todo bajo control).

Tal vez ese alguien eres tú misma; tal vez es la persona que juzgas como superficial, engreída o indiferente cuando, en realidad, simplemente está sufriendo; tal vez ese alguien es un niño, un adolescente, una madre, un anciano… El caso es que ahí está, a nuestro lado, y nosotras incapaces de ver su dolor o de mostrar el nuestro. ¿Quién, entonces, nos hará comprender que hay un Dios que puede consolar y convertir en Edén cualquier desierto (ver Isa. 51:3)?

Lamentablemente, esta es la realidad de las iglesias: nos sentamos aislados. Pero no somos islas. Por eso, te propongo que adquieras un nuevo hábito, empezando desde ya mismo. Hoy, cuando te sientes en la iglesia, mira más allá de ti misma. Sal de tus muros de protección y observa a la muchacha que se emociona por nada, a la mujer con la mirada perdida, a la adolescente con los brazos cruzados y la postura informal... Sal a la caza del alma que está sufriendo y cumple la ley de Cristo ayudándola a soportar sus cargas. Y ten algo muy importante en cuenta: quizás estás rodeada de personas que, como Ruth Graham, conocen “bien las posturas que adoptar y las palabras que decir” para que nadie se dé cuenta de que, por dentro, están destrozadas. Por eso, el mejor camino es aplicar la sensibilidad, la atención y la ternura con todos. Tener mentalidad de llevar agua permanentemente en el desierto. Y no cualquier agua: el agua de vida.

Y si eres tú ese corazón roto, pide ayuda. Y recuerda: todo pasa; “el llanto podrá durar toda la noche, pero con la mañana llega la alegría” (Sal. 30:5, NTV). Dios traerá esa alegría a tu corazón.

“Él sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas” (Sal. 147:3).

5 Ruth Graham, In Every Pew Sits a Broken Heart (Míchigan: Zondervan, 2004), p. 12.

14 de enero

Dios habla con nosotras

“Cuando oramos hablamos con Dios, pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”. Agustín de Hipona

Un estudio realizado en los Países Bajos con mujeres adultas analfabetas demostró que aprender a leer y escribir produce grandes efectos en la estructura cerebral.6 Anteriormente ya se había demostrado que aprender a leer modifica la corteza del cerebro —es decir, su zona más superficial—, pero esta investigación, que se publicó en la revista Science Advances el 24 de mayo de 2017, demostró que también zonas internas como el tálamo y el tronco encefálico sufren cambios en el proceso de aprendizaje de la lectura.

Para realizar su investigación, estos científicos psicolingüistas trabajaron con mujeres de la India —país en el que un tercio de la población es analfabeta—, todas ellas de unos treinta años de edad. Varios meses después observaron con resonancias magnéticas no solo los cambios en la corteza cerebral sino también en las estructuras más profundas del cerebro, donde se producía la reorganización de la nueva información. “Creemos que los sistemas cerebrales mejoran a medida que los estudiantes se vuelven más y más competentes en la lectura”, explica uno de los neurocientíficos que llevaron a cabo el estudio.

Esta investigación es reveladora para nosotras en dos aspectos fundamentales de la vida. El primero es que necesitamos entender cuán flexible es el cerebro adulto, para alejar de nuestro vocabulario para siempre expresiones como: “Es que soy así, y así tienen que aceptarme”, o “Nunca cambiarás, eres incorregible”. Mentira, podemos cambiar, podemos mejorar, podemos incluso alterar la estructura de nuestro cerebro mediante actividades idóneas para ello. El segundo, y más importante: Dios nos ha dejado un Libro, una herramienta perfecta con la que, cada día, ir moldeando nuestro cerebro, nuestra personalidad, nuestra manera de entender el mundo y de relacionarnos.

No sé qué estarás pensando tú, pero para mí, qué privilegio tan grande es saber que, leyendo la Biblia hasta volverme competente en ello, puedo matar varios pájaros de un tiro: dar a mi cerebro una actividad que le hará muchísimo bien; dar a mis emociones un material que las ayudarán a estar controladas; dar a mis valores una dimensión y una profundidad que no puedo encontrar en ninguna otra fuente; y dar a mi vida una esperanza, un propósito, un norte y una guía. Más no se puede pedir.

“La Palabra de Dios tiene vida y poder. […] Penetra […] hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12).

6 https://timesofindia.indiatimes.com/india/learning-to-read-as-adult-changes-brain-study/articleshow/59151960.cms [consultado en abril de 2023].

15 de enero

El que sabe “más”

“Hay que ser muy sabio para aprender de alguien que sabe menos que uno”. Jorge Bucay

Un niño llegó corriendo a la casa y le dijo a su mamá:

—Mamá, hoy Huguito lloró porque se peleó con su papá.

—¿Y por qué se peleó con su papá? —le preguntó la mamá—. Eso no se hace.

—Porque la maestra le puso una mala nota y el padre, en lugar de enojarse con la maestra, le dijo que la maestra tenía razón y lo castigó —respondió el niño.

—Bueno, hijo, pues el padre de Huguito tiene razón —comentó la mamá.

—¿Y tú cómo sabes que tiene razón, si no lo conoces? —quiso saber el niño.

—Porque el papá sabe más que Huguito —explicó ella, totalmente convencida.

—¿Y por qué el papá de Huguito sabe más que Huguito? —preguntó el hijo.

—Porque es mayor, porque tiene más experiencia, porque ha leído más… Los padres siempre saben más que los hijos —le aclaró ella.

—¿¡Los padres siempre saben más que los hijos!? —exclamó él, enojado.

—Siempre —sentenció la mamá.

—¿Tú sabes más que yo? —añadió el niño.

—Sí, claro —dijo la mamá, segura de sí misma.

—¿Y yo sabré más que mis hijos?

—Sí.

—¿Y siempre fue así?

—Sí.

—Dime una cosa, mamá, ¿quién inventó el teléfono?

—El teléfono lo inventó Alexander Graham Bell —dijo ella, orgullosa de saber la respuesta.

—¿Y por qué no lo inventó su papá, si sabía más?

Qué difícil es educar a los hijos, y en qué contradicciones tan grandes caemos muchas veces como madres, olvidando que no lo sabemos todo y que estamos ahí, más que nada, para fomentar la relación de ellos con Jesús y para llevarlos de la mano en su desarrollo personal. Por el hecho de ser sus madres, no necesariamente sabemos más que ellos; tal vez en algunas cosas sí, pero en otras no. El que sí sabe más que ellos (y que nosotras) es Dios, por eso lo mejor que se puede hacer como madre es conducir a nuestros hijos a él. Cambiar, aprender, crecer, mejorar, ampliar la mente, profundizar el corazón, esos son retos a los que nos llama el evangelio. Y todo empieza con dos requisitos: reconocer que no lo sabemos todo y volvernos como niños, con humildad, listas para observar y retener lo bueno.

“Les aseguro que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mat. 18:3).

16 de enero

Yo también protesto

“Me gusta ese sentido protestante de la responsabilidad personal”. Antonio Muñoz Molina

En 1529, el emperador Carlos V envió una carta a los príncipes europeos que se habían convertido a la predicación de Lutero. En ella, los urgía a regresar a la Iglesia Católica y abandonar el luteranismo; de lo contrario, los heriría “a fuego y a espada”. Los príncipes luteranos, como respuesta, se unieron en Alemania para redactar un escrito que comenzaba con las palabras: “Protestamos ante el rey, y ante Dios, nuestro creador, redentor y salvador, que algún día será nuestro juez”. Esa fue la manera diplomática que tuvieron de decir: “No, no vamos a abandonar nuestra fe, que se basa en la verdad de las Escrituras, por más que papas y emperadores nos envíen edictos amenazantes”.

Esa primera palabra, “protestamos”, dio pie al adjetivo “protestantes”. Desde entonces, el mundo católico pasó a llamar “protestantes” a aquellos cristianos que habían tomado la decisión de alejarse de las doctrinas y la autoridad del papado, para vivir una religión personal basada en la conciencia y en el convencimiento derivado de la lectura personal de la Biblia en el idioma propio. A todas las denominaciones cristianas que surgieron después de la Reforma e influenciadas por ese movimiento, se las ha denominado “protestantes”.

Es obvio que la Iglesia Adventista forma parte de ese grupo de denominaciones religiosas protestantes. Y yo, como adventista que soy desde que dejé el catolicismo hace treinta años, no puedo dejar de preguntarme si existe algo contra lo que protesto. Más allá del nombre histórico que he heredado, ¿contra qué protesto yo? ¿O será que no soy protestante?

Sí, por supuesto que soy protestante. Protesto contra la idea de vivir una religión impuesta y autoritaria; baso mis creencias en mi decisión libre de poner en práctica los principios bíblicos en mi experiencia diaria. Protesto contra el concepto de vivir la religión a través de otros; baso mi experiencia de fe en la lectura de la Biblia y en mi relación personal con Cristo. Protesto contra la creencia de que pueda existir algo, aparte de la gracia de Cristo, a través de lo cual pueda ser salva. Porque, como dijo Lutero, “mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios y no es seguro ir contra la conciencia”.

Y tú, ¿contra qué protestas? Al fin y al cabo, ser protestante es una responsabilidad personal, no una simple herencia histórica.

“¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8:20, RVR95).

17 de enero

2 Ignorancias 1:1

“Nada es, a menudo, lo mejor que se puede hacer y lo más inteligente que se puede decir”. Will Durant

“Esto también pasará” fueron las palabras con las que Mike Ditka comenzó y terminó su discurso de despedida en la rueda de prensa posterior a su última derrota. Así recogió la noticia el Chicago Tribune del 7 de enero de 1993. “Iron Mike”, como se le conocía, había sido hasta aquel entonces un exitoso jugador de fútbol americano y, posteriormente, un fantástico entrenador en jefe durante catorce años. De hecho, él y Tom Flores son las únicas personas que han ganado la Super Bowl en las posiciones de jugador, entrenador asistente y entrenador en jefe. Con su breve mensaje, “Esto también pasará”, Dikta estaba diciendo a la prensa y a los fans que, aunque aquel era un momento durísimo en su vida profesional, el tiempo curaría las heridas.

Hasta aquí, todo normal; esta no pasa de ser una de tantas noticias cotidianas de la sección de deportes de cualquier periódico del mundo. Lo que hace esta noticia extraordinaria, desde el punto de vista de los intereses de una mujer cristiana, es el comentario que Ditka añadió: “La Biblia dice ‘esto también pasará’, así que esto también pasará”.7 Imagínate a los periodistas buscando en concordancias bíblicas el pasaje… sin éxito. “Esto también pasará” no está en la Biblia, aunque la idea sí esté (ver Mat. 24:35 o 1 Ped. 1:24). Tampoco están en la Biblia otros dichos que la gente cree que están; y sí son de la Biblia frases y proverbios increíbles que la gente atribuye a otras fuentes.

A mí también me encantan esas frases geniales que solo genios pueden crear, pues recoger en pocas palabras ideas profundas es dificilísimo; pero de ahí a darles categoría bíblica hay un gran trecho. No quisiera que nadie me pillara fuera de juego colándome un gol sobre algo de la Biblia; ni tomar como Palabra de Dios para mi vida algo que no es inspirado.

“Esta ignorancia también pasará” me parece un buen lema, teniendo en cuenta la reflexión de hoy (tan real como la vida misma). Reconocer que me queda mucho por aprender de la Biblia es el primer paso para superar mi ignorancia. Los siguientes pasos se dan cada día, leyéndola e interiorizándola.

Lo único que no pasará es la Palabra de Dios. Merece la pena conocerla. Si necesitas hacer ajustes en tu agenda diaria para crear un espacio para la lectura de la Biblia, hazlo; te aseguro que vale la pena.

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán” (Mat. 24:35, NVI).

7 "This, too, shall be misquoted”, en http://articles.chicagotribune.com/1993-01-07/news/9303151483_1_halas-hall-pass-wodehouse [consultado en septiembre de 2022].

18 de enero

Como niños de la mano de papá

“Ser cristiano significa perdonar lo inexcusable, porque Dios ha perdonado lo inexcusable en ti”. C. S. Lewis

En una de sus predicaciones, el pastor J. John relata una ocasión en que fue a una tienda con su hijo Michael, de cuatro años, a comprarle un regalo a su esposa Kelly por el Día de la Madre. Nada más entrar, vio un letrero inmenso que decía: “No tocar. Todo lo que rompa, deberá comprarlo”. Eso fue como una invitación al pecado. Sin embargo, J. John se portó como lo que él era: un padre responsable. Pero Michael se portó también como lo que él era: un niño de cuatro años. En cuanto vio una enorme y carísima figura de porcelana, le echó la mano y, cuando papá se giró, pudo ver a cámara lenta cómo la fina y cara pieza caía hasta partirse en mil pedazos contra el suelo.

Al instante llegó la gerente a la escena del crimen. Sin mediar palabra, señaló al inmenso cartel: “No tocar. Todo lo que rompa, deberá comprarlo”. “Es que yo no hice nada, fue él, él lo rompió, él es quien tiene que pagarlo”, reaccionó J. John. Luego, reflexionó: Es imposible que un niño de cuatro años pueda pagar las consecuencias, el daño y la rotura, generados por su desobediencia a la ley. Solo su padre puede pagar por ello. He ahí el evangelio en palabras sencillas.

No hay manera en que podamos pagar las consecuencias, el daño y la rotura generados por el pecado original y por nuestros pequeños y grandes pecados posteriores, que hacen que aspectos de nuestras vidas (y de las ajenas) se rompan en mil pedazos. Solo nuestro Padre puede encargarse de deshacer los errores cometidos por nosotras. Y esa es la buena nueva del evangelio: Jesús, el enviado del Padre, perdona el pecado del mundo y te perdona a ti tus pecados. Me pregunto si realmente captamos la relevancia y el significado de esto.

El perdón es puramente un acto de amor de Dios hacia nosotros, criaturas que ni siquiera comprendemos los mensajes que han sido escritos en letras inmensas para protegernos de las consecuencias de transgredirlos. Somos como niños de cuatro años: ignorantes, pero acompañados de Papá. La clave está en no soltarnos nunca de su mano.

Y ahora, puesto que “Dios te ha perdonado muchas veces por pequeñas y grandes cosas, necesitas hacer lo mismo y perdonar a los demás” (Lisa Rusczyk).

“Voy a probarles que yo, el Hijo del hombre, tengo potestad para perdonar los pecados” (Mar. 2:10. NBV).

19 de enero

Débora

“Hay que aprender a hacer las cosas más pequeñas de la manera más grande”. Goethe

Hoy arrancamos con una pregunta: ¿Cuántas Déboras hay en la Biblia? Supongo que habrás respondido que una, pero lo cierto es que hay dos. Y yo no voy a hablar de la que te vino a la mente, la Débora jueza de Israel, esa que todo el mundo recuerda porque fue una mujer de liderazgo en un mundo de hombres. Voy a hablar de la primera Débora, de la que nadie predica pero que aparece en el libro del Génesis (por algo será).