Vista al Mar - Debbie De Louise - E-Book

Vista al Mar E-Book

Debbie De Louise

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Beschreibung

Sarah Collins necesita un escape. Mientras sufre el duelo por la muerte de su heramano y la inminente ruptura de su matrimonio, regresa al hogar de su infancia en Carolina del Sur, donde su familia regentaba una posada.

Sarah no había regresado a Vista al Mar durante veinte años; desde que ella y su hermano Glen descubrieron un cuerpo cerca del faro. Ella nunca comprendió por qué sus padres se marcharon de Vista al Mar tan repentinamente, ni las razones detrás del suicidio de su padre.

Después que Sarah regresa a la posada, enfrenta recuerdos enterrados hacía mucho tiempo y unas pistas extrañas. Algo no está bien en Vista al Mar. Reunida con personas de su pasado, ella intenta descubrir qué está ocurriendo en el hogar de su infancia.

Cuando el pasado y el presente se encuentran, Sarah debe enfrentar las verdades de su familia, y lo que ocurrió aquel día de verano en el faro. ¿Pero sobreviviría para contar la historia?

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VISTA AL MAR

DEBBIE DE LOUISE

Traducido porANA MEDINA

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

De las notas de Michael Gamboski

Capítulo 9

Capítulo 10

De las notas de Michael Gamboski

Capítulo 11

Capítulo 12

De las notas de Michael Gamboski

Capítulo 13

Capítulo 14

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 15

Capítulo 16

De las notas de Michael Gamboski

Capítulo 17

Capítulo 18

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 19

Capítulo 20

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 21

Capítulo 22

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 23

Capítulo 24

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 25

Capítulo 26

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 27

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 28

Capítulo 29

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 30

Capítulo 31

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 32

Capítulo 33

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 34

Capítulo 35

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 40

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 41

Capítulo 42

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 43

Capítulo 44

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 45

Capítulo 46

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 51

Capítulo 52

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 53

Capítulo 54

De las Notas de Michael Gamboski

Capítulo 55

Capítulo 56

Agradecimientos

Sobre la Autora

Querido lector

Derechos de autor (C) 2019 Debbie De Louise

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado en 2021 por Next Chapter

Arte de la portada por Brian Suderman

Editado por CoverMint

Este libro es una obra de ficción. Nombres, personajes, lugares, e incidentes son producto de la imaginación de la autora o son usados de forma ficticia. Cualquier parecido con hechos reales, establecimientos, o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducido o transmitido de ninguna forma o por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo las fotocopias, grabaciones, o por ningún sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso de la autora.

En memoria de mis padres, Florence y William Smiloff, quienes apoyaron mi amor por la lectura y escritura y recordando a John, el chico que me dio mi primer beso.

PRÓLOGO

Posada Vista al Mar, Veinte años atrás

Mi hermano Glen y yo corríamos por las escaleras del faro. Mi cola de caballo se agitaba salvajemente a medida que mis zapatos deportivos golpeaban los escalones de hierro en espiral. Como de costumbre, Glen tomó la delantera y yo reduje mi velocidad, con dolor en mis muslos. Ciento sesenta y siete escalones después me reuní con él en la barandilla, doblada y jadeando. Con una sonrisa pedante, él estaba allí de pie con sus brazos cruzados y relajado.

—Te gané de nuevo, Sara la tortuga. —Sacó su lengua.

Me enderecé. —Pequeño diablillo. Se lo diré a Mamá.

Glen volteó los ojos y me dio la espalda mientras caminaba por el borde del balcón, mirando hacia abajo por la barandilla.

Luego se detuvo.

—Ey, ¿qué es eso? —preguntó, inclinándose por encima de la barandilla.

Vacilé. Lo último que quería era mirar hacia abajo. Glen, por otro lado, no le tenía miedo a nada.

—Aléjate de allí, Glen. ¿Qué nos dijo Papá sobre acercarnos demasiado al borde de la barandilla?

—Tienes que venir a ver esto, Sarah. Hay un hombre allá abajo, —dijo sobre su hombro, señalando el suelo con su dedo regordete.

A pesar de mi estómago revuelto, me asomé por el borde y seguí su mirada hasta un hombre que estaba durmiendo en la hierba arenosa. Estaba boca abajo e inmóvil, sus brazos y piernas extendidos en ángulo, su camisa a cuadros rota.

1

Long Island, Tiempo presente

Estaba planeando marcharme antes de recibir la carta de mi tía. El silencio entre Derek y yo se había vuelto demasiado ensordecedor, demasiado pesado. Esta invitación para visitar mi hogar de la infancia llegaba en el momento preciso.

Inhalé profundamente un suspiro reparador y coloqué la carta en el escritorio de Derek. Eventualmente me preguntaría al respecto. Tal vez.

Levanté la nota y la leí de nuevo.

Querida Sarah,

Espero te encuentres bien. Lamento no haber permanecido en contacto durante tanto tiempo. Me he estado sintiendo un poco mal pero eso es de esperarse a mi edad. Tengo planes para reabrir la posada, y me preguntaba si a ti y tu esposo les gustaría para un tiempo aquí este verano. Pueden quedarse una o dos semanas o incluso todo el verano si así lo desean. Tendremos otros tres invitados. No quisiera mencionar sus nombres. Estoy segura de que disfrutarás el reencuentro.

Te llamaré durante la semana para saber qué has decidido.

Con amor, Tía Julie

La posada Vista al Mar había sido un negocio familiar. Perteneció a mi padre y su hermana, y a mis abuelos antes de ellos. La Tía Julie se encargó de él después que Papá se mudó con Mamá, Glen y yo desde Carolina de Sur hacia Nueva York en 1996 cuando yo tenía diez años. Ese año ella cerró la posada al público pero continuó viviendo allí mientras trabajaba en otra posada junto a la costa de Charleston hacia Hilton Head.

Tía Julie nunca se casó, aunque había rumores de que tuvo muchas oportunidades. Me resultaba extraño por qué había elegido invitarme ahora al Vista al Mar, pero lo tomé como una señal. Derek y yo necesitábamos un descanso. Tal vez viajar a Carolina del Sur nos ayude.

Bajé la carta y subía las escaleras hacia lo que Derek había bautizado “mi buhardilla,” donde creaba bocetos e ilustraciones que hacía para libros infantiles. Rosy, mi gata roja atigrada, salió de su escondite detrás de uno de mis lienzos. Ella era la inspiración para mi dibujo actual de “Kit Kat la Gata en el Patio de la Escuela,” una de las series de libros escritas por la autora Carolyn Grant, una buena amiga mía.

Me senté junto al caballete ante mi boceto medio hecho de Kit Kat, alias Rosy, pero me sentí inspirada para dibujar otra cosa. Tomé mi cuaderno de dibujo y desprendí una hoja. Coloqué la hoja en la mesa de dibujo que Derek había armado aquí cuando se mudó conmigo y comencé a trazar con un lápiz lo que recordaba del Vista al Mar. Mientras dibujaba, mi mente se llenaba de detalles. Recordé a mi madre diciéndome que mis abuelos, a quienes apenas recordaba, lo habían llamado Vista al Mar por su vista del faro cercano. Tía Julie, una artista como yo, había querido cambiar el nombre a Escape Junto al Mar, pero nuestro padre insistió en que Vista al Mar era un nombre más adecuado, y así permaneció.

El Vista al Mar que se extendía a través de la hoja mientras yo dibujaba era enorme con varias terrazas y dos pisos que envolvían una casa que poseía una encantadora vista del mar. Recordé las gaviotas volando en círculos cerca del tope superior mientras Glen y yo corríamos jugando al escondite. Como los niños que tienen una imaginación muy vívida, también nos gustaba inventar historias de fantasmas y misterios sobre la posada. Glen me asustaba hablando de un asesinato que habría ocurrido arriba en la Habitación Violeta, la que yo ocupaba junto a la suya, que tenía papel tapiz morado y una cobija color lavanda tejida a crochet en la cama de bronce. Dijo que uno de los huéspedes habría estado fumando, aunque no estaba permitido fumar en ninguna de las habitaciones, y así se iniciaría un incendio que quemaría todo el edificio. En otro escenario, algunos ladrones entraban y robaban todas las estatuas (había una cantidad de hermosas obras de escultura que decoraban ambos pisos). Glen también imaginaba un túnel del tiempo o una puerta secreta detrás de la alacena de la cocina, pero yo me reía. Mi hermano menor era demasiado imaginativo para su propio bien. Cómo lo extrañaba. Una lágrima amenazó con brotar, mientras continuaba con el dibujo. Quería agregar los dos niños saltando por el camino frente a la casa hacia el faro, pero tuve que retornar a mi trabajo. Tenía que presentar los bocetos de Kit Kat en Apple Kids Books al día siguiente.

Mientras retiraba el dibujo del Vista al Mar, sonó el teléfono.

Pensé que podría ser Derek, pero nunca llamaba durante el día a menos que fuera una emergencia.

—¿Hola?

—Sarah. Qué agradable escucha tu voz, —dijo Tía Julie.

—Oh, hola. Acabo de recibir tu invitación.

—Maravilloso. Espero que estés bien. Ansío verte de nuevo. ¿Podrán venir Derek y tú?

Hice una pausa. Tía Julie no sabía que ya no éramos una pareja, o al menos que íbamos camino a una ruptura. —No. Derek no podrá ausentarse del trabajo. Pero yo estaré allá. Gracias por invitarnos, y ansío verte pronto de nuevo. ¿Cómo estás?

Fue el turno de mi tía para hacer una pausa. A través de la línea y a cientos de millas, podía verla, una mujer alta que parecía más alta por su buena postura. Me había enseñado a practicar caminando balanceando unos libros sobre mi cabeza.

—Estoy bien, pero un poco sola. Me alegra que vengas. Te asignaré tu habitación favorita.

¿Tía Julie, sola? Eso era extraño. Cuando vivíamos en la posada, ella siempre tenía personas a su alrededor, y yo sabía que todavía daba lecciones de pintura y había vendido algunos de sus retratos en la galería de arte del pueblo.

—Gracias. —La Habitación Violeta siempre había sido mi favorita, y esperaba con ansia la hermosa vista al mar desde sus ventanas. Podría arreglármelas para trabajar allí. Una de las ventajas de mi trabajo era que podía hacerlo en cualquier lugar.

—¿Cuándo quieres venir? Todavía estoy preparando la posada para recibir los invitados, pero les estoy diciendo a todos que lleguen el quince. ¿Te parece bien?

—Me parece perfecto. —Dos semanas era más que suficiente tiempo para empacar y partir.

—Perfecto. Te veré entonces. —Estaba a punto de colgar cuando le pregunté, —Tía Julie, ¿por qué decidiste abrir el Vista al Mar este verano?

Mi tía era conocida por su sexto sentido. Casi podía creer que abriría la posada porque yo necesitaba un lugar adonde escapar.

—Pensé que era tiempo de hacerlo, Sarah. Gracias por aceptar. Espero verte pronto. —Su respuesta no fue lo esperado. Por alguna razón, no le creí.

—¿Puedes decirme algo de los demás invitados? —Tenía curiosidad por las personas que había invitado al Vista al Mar.

—Eso arruinaría la sorpresa. Todo lo que puedo decir es que estarás en buena compañía. Ahora déjame volver al trabajo. Estoy creando un retrato de Glen.

Mi corazón se hundió con sus palabras. El dolor todavía era muy fuerte. —Nos veremos el quince, Tía Julie.

—Maravilloso. Avísame si tienes algún inconveniente con la aerolínea, mi amiga Karen todavía trabaja con United.

No lograba recordar a Karen, pero agradecí a Tía Julie y me despedí.

Rosy maulló para llamar mi atención, y recordé que no la había alimentado. Derek tendría que encargarse de ella mientras yo estaba fuera. Me preocupaba cómo le explicaría el viaje a él, pero sabía que no discutiría conmigo a pesar de algunas protestas simuladas. Esto era lo mejor para ambos, una forma de prepararnos para la ruptura definitiva. En mi corazón, esperaba que las cosas fueran diferentes cuando regresara, pero no creía que la ausencia ablandara el corazón.

2

Para cuando Derek entró en la cama, ya estaba casi dormida. Se deslizó junto a mí tan silenciosamente como le fue posible. No siempre había sido así, que anduviéramos el uno alrededor del otro como extraños. Parecía haber comenzado hace dos años junto con la muerte de Glen, pero probablemente parte desde el día en que me dijo que no intentaría con tratamientos para la fertilidad y que teníamos que aceptar el hecho de que no íbamos a ser padres.

Mantuve mi respiración inalterada mientras él se alejaba de mí. No éramos tan viejos. Yo había cumplido 30 en el otoño. Derek tenía 35. Mis padres me tuvieron a esas mismas edades y a Glen dos años después, pero solo habían estado casados por un año antes de que yo naciera. La familia de papá pensaba que era un soltero empedernido hasta que llegó Mamá y conquistó a Martin Brewster.

Derek comenzó a roncar. Hasta hace dos meses, hacíamos el amor ocasionalmente pero no con el fervor que teníamos cuando estábamos tratando de concebir. Los médicos nos aseguraron que ambos estábamos sanos. “Infertilidad inexplicable” fue la explicación que no era una explicación para nuestro problema.

Era cierto que yo había usado algún método de anticonceptivo con regularidad hasta que decidimos formar una familia, pero no había tomado la pastilla durante tres años. La muerte de Glen hizo más desesperada nuestra situación, o al menos yo estaba más desesperada. Los médicos dijeron que podíamos intentar con in vitro, pero Derek pensó que era una locura. Sabía que nuestro seguro no lo cubriría y creía que todavía era posible que quedáramos embarazados a la antigua. Entonces dejó de hacer el amor conmigo.

Me preguntaba si todo el tiempo que dedicaba a sus clases y que dictaba talleres e intensivos extras, su asistencia a conferencias y seminarios para profesores, era su forma de lidiar con esto o si estaba viendo a otra mujer. Oculté mi dolor detrás de mis pinturas. No los lindos bocetos de gatos, sino el montón que había dejado arriba, pinturas sobre nosotros cuando éramos felices, durante nuestra luna de miel manejando una bicicleta doble, pintando las habitaciones cuando nos mudamos a la casa, tendidos en la playa al atardecer con copas de champaña celebrando nuestro primer aniversario. Recuerdos que podían estar en un diario pero que en lugar de eso se expresaban en un lienzo. Nunca se los había mostrado, y así como yo respetaba la privacidad de su oficina, él nunca pondría un pie dentro de mi estudio a menos que lo invitara.

Había otro juego de pinturas. Las comencé después que murió Glen. Eran pinturas de mi hermano y yo cuando éramos niños en el Vista al Mar, dentro, alrededor y arriba del faro. Solo había uno de Glen como adulto de la última vez que me visitó antes de irse a California y a su muerte. En la oscuridad de la habitación con Derek roncando a mi lado, lo visualicé. Glen compartía muchas de mis facciones en una versión masculina. Era de piel clara y cabello oscuro y lo llevaba largo hasta los hombros. Siempre estuve detrás de él para que lo cortara, pero debía admitir que lucía bien. El único detalle en su rostro era una cicatriz en su mejilla que se había hecho durante una pelea en un bar por Papá. Fue el año que Martin Glen Brewster se dio un tiro y ni siquiera dejó una nota con alguna explicación.

Saqué esos pensamientos de mi mente y traté de dormir. Si Glen estuviera aquí, podría confiarle mi situación con Derek, algo que no podía hacer con Mamá ni Carolyn aunque yo sabía que ambas sospechaban que estábamos tendiendo dificultades en nuestro matrimonio. Glen tenía una manera especial de escuchar, y probablemente era así porque era psicólogo. Sonreí al pensar en él con su chaqueta de cuero conduciendo su motocicleta en L.A. En su oficina, proporcionaba atención y seguridad a adictos, a los que luchaban con su sexualidad, aspirantes a estrellas de cine, y adolescentes embarazadas. Se sentaba allí con sus manos juntas, les dirigía una profunda mirada evaluadora, y los hacía sentir, durante una hora en su sofá, que eran valiosos, que todavía tenían algo por lo que vivir, a diferencia de su propio padre.

No me sorprendí cuando finalmente me quedé dormida y soñé con Glen y yo juntos en el Vista al Mar. No había calendario en mi sueño, pero sabía qué día era. Tuve ese sueño durante años hasta que Glen sugirió que viera su profesor de psicología quien también tenía su consulta privada. Fui a su consulta dos veces antes de abandonar. Hablar sobre el sueño no hacía nada para erradicarlo porque no era un sueño. Era un recuerdo de lo que sucedió aquel verano de hacía casi veinte años. El día que mi hermano y yo encontramos el cuerpo de Michael bajo el faro.

Mi consciencia tomó control, y la escena comenzó a desvanecerse. Me desperté con un sobresalto. Estaba sudando y me había quitado las cobijas. Mi estómago se sentía extraño.

Derek se estiró a mi lado pero no se despertó. Miré el reloj. Dos a.m. No quería volver a dormir. Temía tener otro sueño. Me quedé tendida en la cama tratando de no pensar en nada y entonces decidí levantarme para ir a mi buhardilla y dibujar, esperando que pudiera relajarme.

3

Vista al Mar, Dos Semanas Después

Julie Brewster acababa de terminar una llamada telefónica con su sobrina Sarah. Estaba encantada de que la joven asistiera y no le sorprendía que llevara una amiga en lugar de su esposo, pero a Julie no le agradaban demasiado los extraños en Vista al Mar. Le recordaba lo que había ocurrido hacía casi veinte años cuando aquel muchacho universitario, Michael, apareció muerto junto al faro y su hermano se mudó con su familia. Un año después, Martin se quitó la vida. Apretó sus ojos violeta por un momento y luego los abrió por completo. No era momento para lágrimas ni arrepentimientos. La vida era para los vivos. La supervivencia del más apto y todo eso. Ella era una Brewster, descendiente de un pescador que construyó Vista al Mar y llevó su joven esposa a través de sus puertas. Jeremiah y Josephine Brewster convirtieron su hogar en una posada para atender a los muchos turistas del pueblo. Criaron allí a Julie y Martin y les enseñaron el negocio de la hospitalidad. Josephine, una maravillosa cocinera, enseñó a Julie a preparar panecillos y otros alimentos para el desayuno en la acogedora cocina donde sus huéspedes se reunían con ellos en la mañana. Martin ayudaba a barrer el porche y la terraza de arriba, y él y Julie ayudaban a su madre a cambiar las camas.

Cuando sus padres se retiraron y se mudaron a una instalación de atención a mayores en Florida, era natural que Julie y Martin se encargaran del negocio familiar. Julie ya había obtenido un título en gerencia hotelera, pero Martin eligió no asistir a la universidad y en lugar de eso se dedicó al campo de la construcción. Después de casarse con Jennifer, una trabajadora social que conoció mientras trabajaba en un proyecto en la clínica Beaufort donde ella trabajaba, la pareja se mudó a una suite de habitaciones en el piso superior de la posada. Los niños llegaron poco después, y Jennifer dejó su trabajo. Martin contribuía con el trabajo de construcción, y Jennifer ayudaba con los libros de contabilidad. Cuando se mudaron para Long Island donde Jennifer había crecido, Julie cerró la posada al público y aceptó varios empleos en las posadas cercanas. Sin un esposo ni hijos que atender, administraba bien su dinero y continuaba viviendo en el Vista al Mar. El año pasado, en su cumpleaños número sesenta y nueve, ella decidió retirarse. Sabía que reabrir el Vista al Mar sería una buena fuente de ingresos para su retiro, pero regresó el antiguo temor. Pensó que sería bueno hacer una prueba invitando a varias personas que conocía para que la visitaran primero.

Julie se sentó en el tocador de su habitación, conocida en la posada como la Habitación Dorada. Las paredes estaban cubiertas con papel tapiz color crema y oro. La cama estaba cubierta por un cobertor y sábanas en amarillo y blanco. Siempre había sido su favorita. Solo el estudio de arte que tenía justo arriba podía competir por sus afectos. Como su sobrina, también disfrutaba pintando, pero sus obras no trataban de lindos animales para libros infantiles. Le gustaba captar retratos de personas y tenía una colección de muchos rostros que componían su portafolio de más de cuarenta años.

Mientras miraba su rostro al peinar su largo cabello castaño, Julie se sintió feliz con su reflejo. Sabía que podía pasar por alguien en sus cincuentas. Las únicas arrugas en su piel eran algunas líneas de expresión alrededor de su boca y sus ojos por sonreír. Había tenido una buena vida, completa, y a pesar de las preguntas silenciosas de su familia sobre el matrimonio, había tenido muchos amantes y nunca se arrepintió de evitar el matrimonio.

Los ojos violeta de Julie, que los hombres decían les recordaban de Elizabeth Taylor y que pensaban que al halagarla llegarían más rápido a su cama, brillaron mientras les aplicaba máscara. Todo estaría bien. Si las cosas salían bien, le pediría a Sarah que se uniera a ella en el Vista al Mar y la ayudara a administrar la posada. Tenía el presentimiento de que su sobrina estaba teniendo problemas en su matrimonio. Si ese era el caso, Sarah podría estar dispuesta a mudarse de vuelta a Carolina del Sur. De lo contrario, tal vez podría convencer a Derek para reubicarse allí con ella y aplicar por una posición como profesor en la universidad local.

Julie todavía llevaba puesta su bata cuando bajó las escaleras. Sola en el Vista al Mar, no se molestaba en preparar panecillos ni desayunos especiales. Tomaba fruta del tazón en la mesa y preparaba una taza de té. Incluso cuando uno de sus amantes se quedaba, rara vez preparaba algo especial para el desayuno. Generalmente, lo convencía de que se levantara y prepara huevos para ambos.

Cuando elegía una manzana de la cesta de metal para la fruta, escuchó un ruido en la puerta del frente. Había un pequeño buzón en el porche, pero generalmente buscaba el correo en la oficina de correos directamente. Le gustaba caminar hasta allá todos los días. La ayudaba a mantener su figura esbelta.

Cuando estaba a punto de investigar el sonido, Alabaster apareció maullando en la cocina buscando su desayuno. Alabaster, o Al, como diminutivo, era un gato negro que había adoptado hacía cinco años para hacerle compañía. Lo había bautizado por el material blanco parecido a la piedra, a manera de chiste y pensaba que era gracioso que acostumbrara pasearse por entre las estatuas de la posada que estaban elaboradas con ese material.

—Hola, Al. Justo iba a revisar el buzón antes de darte comida.

El gato la siguió, con la cola en alto, mientras Julie salía al porche. El buzón estaba a un lado detrás de las mecedoras y el columpio del patio. Era una caja larga blanca que necesitaba un retoque. Tomó nota mental de pintarlo cuando tuviera tiempo.

Mientras Al rodeaba sus piernas emitiendo cortos lamentos que indicaban su apetito, Julie buscó el correo. Había una carta dentro de la caja. No estaba en un sobre y tampoco tenía sello. Alguien la había dejado allí. Pensaba que sería alguna publicidad, pero cuando abrió el papel, vio que era una nota escrita a mano con una caligrafía infantil. Cada letra estaba escrita con un creyón de diferente color. Como una persona sensible al color, comprendió que en conjunto formaban un arcoíris.

Tomó el papel y se sentó en una de las mecedoras que había forrado con relleno para su madre hacía años y que había reemplazado una solitaria primavera en la que no tenía ningún novio.

Al continuó rogando por su desayuno.

—Un momento, muchacho. Déjame leer esto.

Julie había olvidado adentro sus lentes de lectura. No le gustaba usarlos porque envejecían su rostro. Entrecerró los ojos para leer las palabras, las letras escritas con color claro se le hacían difíciles de leer.

—¿De verdad piensas que debes reabrir la posada? ¿Cuántas muertes más quieres en tu cabeza?

Tu sobrino, Glen

Ella jadeó. Al percibió su agitación y dejó de llorar, su cuerpo se alertó ante el peligro; el pelaje en su espalda comenzaba a erizarse.

Estuvo tentada a romper el papel pero lo reconsideró. ¿Debería ir a la policía? Nunca fueron de mucha ayuda en el pasado, y obviamente esto era una broma de mal gusto. Glen estaba muerto, enterrado en el cementerio familiar desde hacía casi dos años.

Decidió ignorar la nota pero la llevó con ella adentro de la casa y la guardo en una gaveta en su habitación.

Aunque su mañana ya estaba arruinada, bajó de nuevo las escaleras, alimentó a Al, y comió su manzana. En dos días, el Vista al Mar abriría sus puertas para sus invitados. No cambiaría sus planes. Ni Sarah ni nadie necesitaban saber sobre la nota. Todo saldría bien.

4

Long Island

No esperaba que Derek, a última hora, cambiara de opinión sobre acompañarme a Vista al Mar. En realidad estaba complacido de que Carolyn ocupara su lugar.

—Diviértanse chicas retozando en Cabo Bretton. Tal vez ambas conquisten unos chicos sureños, —bromeó.

No me pareció gracioso su comentario. —Solo voy porque me invitó Tía Julie. Ese lugar no guarda los mejores recuerdos para mí.

Él levantó la mirada de su taza de café mientras nos sentábamos en la mesa de la cocina. —Creo que ya es tiempo de que exorcices esos demonios, Sarah.

No lo dignifiqué con una respuesta.

—¿Tu madre sabe que vamos?

Esa era una pregunta difícil. Había evitado intencionalmente llamarla desde que recibí la invitación. Sentía aversión hacia la mentira, y mi madre no tomaría bien las noticias. No me arriesgaría a causarle otra crisis de nervios. Estaba al límite, y solo los efectos soporíferos del alcohol y una variedad de pastillas que le prescribía su psiquiatra evitaban que cayera por el precipicio. La muerte de Glen ocasionó que la hospitalizaran durante dos meses.

—No. No he hablado con ella.

—Probablemente sea mejor que no le digas nada. —Incluso Derek estaba consciente del peligro de mencionar el Vista al Mar a mi madre.

Terminé mi café y lavé la taza en el fregadero. Todavía me sentía un tanto incómoda después de mi sueño/recuerdo de la noche anterior. Sin embargo, temía que hubiera otra razón para mi náusea. Había comenzado cuando me faltó mi segundo período la semana pasada. Sería irónico que, después de todas nuestras discusiones sobre tratamientos de fertilidad, terminara quedando embarazada de forma natural. Era un mal momento y no era algo que quisiera compartir con Derek antes de marcharme. Ni siquiera podía sentirme feliz sobre eso por la dudosa naturaleza de nuestro matrimonio en este momento.

El día que nos marchábamos, Carolyn llegó después de la hora acordada para encontrarnos. Siempre llegaba varios minutos tarde, así que no me preocupé. Nos habíamos permitido dos días completos para ir Vista al Mar con una parada cuando estuviéramos demasiado cansadas para continuar conduciendo. A mí me hubiera encantado ir volando, pero Carolyn odiaba los aviones.

El taller intensivo de verano de Derek no comenzaba hasta el diez, así que estaba allí para despedirnos. Me había ayudado a guardar todo en mi auto y se aseguró de que mi celular estuviera cargado y de que tuviera estuches de primeros auxilios y emergencias de tránsito. También había llenado el tanque de combustible la noche anterior, algo que yo casi había olvidado en mi prisa por empacar.

—Llámame cuando llegues allá, —dijo mientras estábamos afuera, la cálida brisa de Julio ondeando entre su cabello oscuro mientras empujaba hacia atrás mis mechones.

Extendió una mano y los arregló con la punta de sus dedos. —Cuídate, Sarah.

Por un momento, vi la vieja calidez y quise posponer mis planes. Podía quedarme aquí y reconquistar a mi esposo, decirle sobre el bebé si mis sospechas eran acertadas, y arreglar todo entre nosotros de nuevo. Entonces Carolyn llegó en su auto deportivo rojo, y comprendí que era demasiado tarde. Me alegraba que hubiésemos acordado utilizar mi Camry para el viaje, aunque más lento también era más estable.

Derek ayudó a Carolyn a pasar sus bolsos hasta el pequeño espacio que quedaba junto a los míos en el maletero.

—¿Por qué ustedes chicas empacan tanto? ¿Tu tía no tiene una lavadora y secadora allá?

Carolyn sonrió. No podía ver sus ojos a través de sus lentes oscuros. Le dio una palmadita en el brazo a Derek. —No solo traemos ropa. Necesitamos accesorios, maquillaje, y otras cosas de chicas.

Observé la bufanda azul que llevaba, uno de los accesorios que mencionaba. Pensé en Isadora Duncan y luego lo saqué de mi mente.

—Bueno, cuida a mi esposa. No conduzcan por más de dos o tres horas sin tomar un descanso y turnarse al volante.

Dio la vuelta y se acercó a mi lado. —Diviértanse, señoras. —Aunque se dirigía a ambas, me miraba a mí. Sentí nuevamente la urgencia de cancelar todo esto, pero Carolyn había cerrado el maletero y había subido al asiento del pasajero para esperar a que yo entrara al auto.

—Gracias, —dije. Quería agregar que lo extrañaría, pero sus labios interrumpieron mis palabras. Fue un beso breve, recortado porque Carolyn nos estaba mirando, pero sentí en ese beso algo que no sentía desde hacía tiempo.

—Te llamaré si paramos para pasar la noche, —dije, un poco agitada por el beso.

—Incluso antes si quieres. Mis clases terminan hoy a las dos. Revisaré el celular después de eso. Que tengan un feliz viaje y saluda a tu tía de mi parte.

Asentí mientras me deslizaba detrás del volante. Consideré recortar mi visita. No había razón para que me quedara tanto tiempo. Tal vez Carolyn también quisiera después de una o dos semanas. Me preguntaba cómo su novio Jack había tomado las noticias sobre su viaje.

Derek permaneció en la entrada saludando mientras me alejaba de la casa. También vi a Rosy en la ventana del frente. Derek había prometido cuidarla bien mientras yo estaba fuera, pero sabía que extrañaría su compañía enrollada a un lado de mi almohada en la noche o estirándose junto a mi lienzo mientras trabajaba arriba en la buhardilla.

—¿No estás emocionada? —preguntó Carolyn y a continuación respondió la pregunta ella misma antes de que yo pudiera hacerlo. —Yo lo estoy. Nunca he estado en Carolina del Sur, y el único faro que he visto estaba en Montauk Point cuando mis padres me llevaron al Este cuando era pequeña.

—No esperes demasiado, —dije. —El área es bonita, y supongo que el faro está bien, pero si has visto uno, los has visto todo. —Eso no era exactamente cierto. El Faro de la Isla Bretton era una atracción que generaba muchos turistas en Cabo Bretton, pero mi memoria estaba manchada por lo que había ocurrido allá. Era el último lugar que querría visitar.

Carolyn pareció leer mi mente. —Lo siento. Recuerdo que me contaste sobre lo que sucedió en el faro, y sé que debe nublar tu mente. Tal vez verlo de adulta te ayude a superar esa experiencia.

Se hizo eco del comentario de Derek sobre exorcizar mis demonios. Mientras tomaba el camino principal para entrar en la autopista, me preguntaba si eso sería posible. ¿Acaso Tía Julie estaría tratando de hacer lo mismo al reabrir la posada?

El comienzo de nuestro viaje estuvo bien. Todavía nos faltaba el embotellamiento del tráfico que cruza los puentes y pasan por las incontables taquillas de peaje, pero Carolyn continuó con su conversación y preguntas para pasar el tiempo.

—Tienes que prepararme, Sarah. ¿Cómo es tu tía? ¿Quién más se quedará con nosotras? ¿Por qué tu tía decidió abrir la posada ahora?

Yo mantuve mis ojos en el atestado camino mientras avanzábamos lentamente y trataba de contestar. —Mi tía es una mujer fuerte. Conociste a mi madre. Tía Julie es su exacto lado opuesto.

—¿Tu padre era como tu tía?

El sol llegaba a mis ojos, y desearía haber tenido el buen sentido de traer lentes oscuros como Carolyn. Bajé el visor para ayudarme a escudar su resplandor, pero mis ojos estaban lagrimeando. Sabía que parte de la razón era mi respuesta a esa pregunta. —Yo pensaba que Papá era fuerte, pero supongo que de pequeños, se tiene una visión diferente de los adultos en tu vida.

—Lo siento. Olvidé que murió cuando tenías once.

Carolyn sabía todo sobre el suicidio de Papá el año después de mudarnos a Long Island. Cambié el tema para responder las preguntas que me había lanzado antes. —Tía Julie no me dijo quién más se quedaría en el Vista al Mar. Sé que invitó a varias personas que dice que conozco pero que no he visto desde que me mudé. La posada no está oficialmente abierta todavía. Mencionó que esto era una apertura de prueba antes de la gran apertura este otoño. Ella se retiró el año pasado, así que necesita un ingreso para complementar su pensión.

—Ella trabajó en otras posadas de la zona, ¿cierto?

Asentí pero mantuve los ojos adelante en el camino. —Sí, pero ella nunca se quedó en ninguno por mucho tiempo porque le gusta estar a cargo, y el único lugar en el que podría hacerlo totalmente era el Vista al Mar.

—Suena un poco dominante para mí.

—En realidad no. Creo que la palabra que mejor la describe es segura. Prefiere guiar a las personas en lugar de seguirlas. Cumplirá setenta la próxima semana. Es la hermana mayor de mi papá. Él hubiera tenido sesenta y cinco.

—Creo que me agradará. Dijiste que también pinta.

Tuve un rápido recuerdo de estar sentada junto a Glen en el salón de dibujo recubierto con madera de roble mientras Tía Julie nos dibujaba. Ese dibujo todavía está colgado en la buhardilla. —Ella se dedica a hacer retratos, —aclaré. —Desearía tener la habilidad para pintar personas.

—Haces un trabajo maravilloso con los gatos.

Estaba a punto de darle las gracias, pero habíamos salido del puente, y estaba buscando un canal para pagar el peaje.

—Allí a la derecha, —indicó Carolyn, agitando su mano.

—No hagas eso, —le advertí, siguiendo sus instrucciones.

—Lo siento. Puedes jugar al conductor desde el asiento trasero cuando sea mi turno para conducir.

La barra roja se levantó, y pasamos en fila. Permanecí a la derecha para tomar la salida al sur. Derek y Rosy ya estaban a millas de distancia.

Hicimos una parada después de tres horas como sugirió Derek. El lugar que elegimos tenía un McDonald’s y, aunque era un poco temprano para almorzar, decidimos comer. También necesitábamos estirar las piernas y usar los baños que, afortunadamente, estaban limpios. La temperatura estaba subiendo a mitad del día, y se haría más caluroso a medida que continuábamos hacia el sur.

—Podría tomar una bebida fría, —dijo Carolyn leyendo mi mente mientras entrábamos al restaurante.

—Yo también. Creo que tomaré una malteada.

Había una larga fila en el mostrador. Las mujeres y hombres con camisetas y pantalones cortos, algunos que viajaban con sus hijos, se detuvieron al igual que nosotros por la comida y para descansar.

—Estuvo bien que no esperáramos. Imagina esta fila al medio día, —comentó Carolyn.

Frente a nosotras, una joven rubia estaba junto a dos niños con cabello color arena, un niño y una niña de aproximadamente ocho y diez.

La madre tenía algo que me recordaba la mía hace muchos años. Aparte de un fin de semana en Charleston y unas vacaciones familiares en Disney World cuando yo tenía seis y Glen tenía cuatro, nunca viajamos muchos cuando vivíamos en Cabo Bretton excepto alrededor de la Isla Bretton y Beaufort, uno de los pueblos vecinos.

Observé a la pequeña niña, que le sacaba una cabeza a su hermano en estatura, mientras le preguntaba qué quería ordenar. Ella actuaba como si fuera la vendedora. Incluso tenía una pequeña libreta en su mano. Era probable que la usara para dibujar durante el viaje en auto, como acostumbra hacer yo cuando era niña.

El niño tenía una caja de creyones. —Yo escribiré mi pedido, —le dijo a su hermana. Ella le entregó la libreta.

—¿Qué vas a ordenar? —preguntó Carolyn desde detrás de mí.

Todavía tenía mis ojos en los niños. —Una hamburguesa con queso y papas fritas pequeñas con una malteada de vainilla. ¿Y tú?

—Yo voy a ordenar una Big Mac cariño, y siempre tomo una malteada. La tomaré de chocolate.

El pequeño niño le devolvió la libreta a la niña con su pedido escrito con creyones. Dado que siempre me gustó dibujar, Glen acostumbraba esconder mis creyones. Con frecuencia escribía notas con creyones en los alrededores de Vista al Mar con pistas de dónde los había ocultado. Él disfrutaba el juego. Durante nuestro último verano allí, había comenzado a dejar pistas de creyón para mi Tía Julie después de ocultar su cubertería, un libro, o piezas de joyería. Ella nunca se había enojado mucho por eso, pero nuestra madre lo castigó la vez que escondió su suéter favorito. Él nunca lo intentó con Papá, pero creo que nuestro padre lo habría encontrado divertido.

La mujer estaba haciendo el pedido de su familia. Leyó la hoja que su hija le había entregado.

El calor me golpeó con un impacto súbito, y sentí que me desmayaba.

—¿Estás bien, Sarah? Te ves pálida. No te preocupes. Somos los siguientes. Te caerá bien la comida, y luego yo conduciré.

Sonreí. —Ese prospecto no me hace sentir mejor.

Ella rió. —Sé que soy un poco pesada con el acelerador, pero esperaré hasta que terminemos de comer antes de salir corriendo.

—Muchas gracias.

Los niños salieron del restaurante con su madre y sus Cajitas Felices y refrescos y peleándose por los juguetes.

Éramos las siguientes en el mostrador. Carolyn insistió en pagar por el almuerzo de ambas con la condición de que yo pagaría por la cena.

Afuera había varios bancos, pero la mayoría de las personas estaban almorzando en sus autos o dejaban la comida para otra parada. Los bancos tenían sombrillas, y recibí de buen agrado la sombra mientras tomaba asiento frente a mi amiga.

Carolyn sacó su Big Mac de la bolsa marrón y la desenvolvió. —Me muero de hambre. —Introdujo una pajilla en su malteada y sorbió un poco junto con un bocado de su hamburguesa.

Yo comí un bocado de mi hamburguesa con queso y dos papas fritas y luego tomé mi malteada.

—¿No tienes hambre, Sarah? Si comes a ese ritmo, necesitaremos tres días para llegar a Vista al Mar.

Hice una pausa. Yo comía lentamente por naturaleza, pero mi estómago se estaba agitando de nuevo. Esperaba no vomitar esta vez.

—Por favor, Carolyn. No me estoy sintiendo bien.

—No estoy tratando de apurarte. Tómate tu tiempo. Puedes llevártelo. Traje una neverita. Debería mantenerse bien por algunas horas, aunque no sé cómo sabrá una hamburguesa fría. Al menos podemos salvar tu bebida.

Respiré hondo. —Está bien. Luego comeré algo. —Me levanté, todavía un poco temblorosa, y lancé todo a un cesto para basura cercano.

Carolyn bajó sus lentes oscuros y me miró preocupada. —¿Qué sucede? Tengo Tylenol y Tums, y el estuche de primeros auxilios está en el auto.

—Gracias, pero no necesito nada. Me estoy sintiendo mejor. —Respiré hondo nuevamente, pero el olor de la hamburguesa de Carolyn permanecía en el aire, y sentí que mi estómago se retorcía de nuevo. Me dirigí al estacionamiento.

—Tal vez necesite caminar un poco. Termina tu almuerzo. Enseguida vuelvo.

El área de la parada no era panorámica, pero se sintió bien estirar las piernas. También me ayudó a aclarar mi mente de las imágenes de la familia tan parecida a la mía. Me preguntaba por el padre. ¿Estaba esperando en el auto por su esposa e hijos para que le llevaran la comida, o estaban viajado solos mientras él tenía que quedarse a trabajar como Derek? El último escenario era que la mujer fuera madre soltera, divorciada, viuda, o nunca se había casado.

Mi celular vibró en mi bolso. Olvidé que lo había encendido cuando llegamos a la parada de descanso. Carolyn y yo llevábamos cargadores, así que no teníamos que preocuparnos por quedarnos sin batería. Sin embargo tenía sentido apagar el teléfono cuando no lo estaba usando.

Miré la pantalla con la esperanza de encontrar un mensaje de Derek, aunque yo sabía que él todavía estaba en clases. Pestañeé varias veces mientras leía el texto. El sol brillaba, reflejándose en la pantalla. Me dirigí a la sombra del baño para damas que había usado antes cerca de donde había dejado a Carolyn.

No era Derek. Tampoco era un aviso publicitario. Quien enviaba el mensaje se identificaba como Glen Brewster, mi hermano muerto. ¿Qué clase de chiste enfermizo era este? Todavía tenía el celular de Glen programado en mis contactos. Nunca había pensado en borrarlo, o tal vez inconscientemente sentía que si lo borraba significaba que su muerte era real. Así era como él me lo explicaría si fuera uno de sus pacientes.

—¿Por qué vas a Vista al Mar, Tonta Sarah? —decían las palabras negras contra el blanco de la pantalla. Reconocí el apodo que Glen me daba cuando era pequeña.

Quería borrar el mensaje y pretender que nunca lo había recibido, pero no lograba hacerlo. ¿Debía decirle a Carolyn? ¿Compartirlo con Tía Julie? Aún más importante, ¿quién estaba usando el teléfono de Glen? Después del accidente de Glen en California, su cuerpo fue transportado de vuelta a Long Island. Como Madre y yo no lográbamos reunir la fuerza para revisar sus pertenencias, Tía Julie tuvo que volar hasta California y revisar las cosas en su apartamento. Hasta donde yo sabía, su celular nunca apareció. Cuando la motocicleta de Glen se volcó en una autopista de L.A., podría haber salido volando de su chaqueta o alguien pudo tomarlo en la escena del accidente. Mamá dijo que había llamado a la compañía y había cancelado el servicio, pero yo no estaba segura de que lo hiciera. Sufrió su segunda crisis de nervios poco tiempo después.

—Sarah, ¿estás bien? —Carolyn se acercó corriendo a mí. —Terminé de comer y pensé en alcanzarte. —Observó el teléfono en mi mano.

—¿Recibiste un mensaje?

Borré la pantalla. —No. Solo lo revisaba. Voy a apagarlo de nuevo. Deberíamos reanudar el viaje.

Me preguntaba si Carolyn sabía que le estaba mintiendo. Guardó el teléfono y me dirigí al estacionamiento.

Carolyn me siguió sin decir una palabra.

5

Vista al Mar

Julie Brewster no se sorprendió de que su primera invitada llegara con un día de anticipación. Wanda Wilson todavía vivía en Cabo Bretton y era una de sus mejores amigas a pesar del hecho de que la mujer tuviera edad suficiente para ser su hija. De hecho, hubo ocasiones en que Julie pensó en Wanda como la hija que nunca tuvo. Sabía que Wanda sentía lo mismo dado que los padres de Wanda, negros tradicionales del sur, la habían echado de su casa cuando quedó embarazada a los dieciséis años de un hombre blanco casado.

Hubo un período, antes del trágico incidente en el faro, cuando Wanda y su hija, Wendy, vivieron en Vista al Mar. Wanda no podía costear pagar por una habitación y comida pero lo compensó aceptando trabajar como ama de llaves de la posada. La joven trabajó duro para mantener las habitaciones limpias, recibir los huéspedes, y ayudar a Julie a cocinar y servir el desayuno. Julie reconoció en Wanda la fortaleza que era parte de su personalidad y la premió con excelentes recomendaciones para trabajar en las posadas de Hilton Head cuando Vista al Mar cerró sus puertas. Julie y Wanda terminaron trabajando juntas de nuevo por un breve tiempo en una posada. Ella le brindó consuelo a Julie cuando su hermano se quitó la vida y de nuevo cuando su sobrino Glen murió en un accidente de motocicleta. Sin embargo, Wanda y Julie se apartaron durante los últimos dos años después que Wendy se divorció y se mudó de vuelta a casa. Julie quería ponerse al día con Wanda y era por eso que incluyó a su antigua ama de llaves como una de las primeras invitadas previa su reapertura. También sabía que a Sarah le encantaría ver de nuevo a Wanda.

Julie estaba en la sala limpiando y reubicando los muebles cuando escuchó el timbre. La mayoría de los visitantes de Vista al Mar usaban la aldaba de bronce en forma de ancla, pero el timbre era útil porque era más fácil de escuchar desde las habitaciones de arriba. Julie lo había hecho instalar después que la posada cerró y estaba viviendo sola en la casa.

Al abrir la puerta, sonrió. —Tenía el presentimiento de que vendrías temprano. Estoy encantada de verte, Wanda.

La mujer en el umbral de la puerta, a finales de sus cuarenta años, mantenía una apariencia juvenil. Su piel color ébano no tenía arrugas, y sus grandes ojos oscuros estaban iluminados con energía. Apoyaba su mano en una maleta con ruedas que tenía un diseño floral. Tan pronto como vio a Julie, soltó su equipaje y la rodeó con sus brazos. —Te he extrañado, Julie. Estoy aquí para ayudarte con los preparativos para el gran evento.

Julie sonrió. Mantuvo a Wanda a un brazo de distancia. La mujer era alta incluso con zapatos planos debajo de su falda hasta los tobillos. A pesar de los ochenta grados de calor, llevaba un ligero abrigo de viaje sobre su blusa sin mangas.

—Ni siquiera pienses en ayudarme. Fuiste invitada como huésped, y difícilmente lo llamaría un gran evento, aunque es muy especial para mí. La verdadera reapertura, como te expliqué cuando te llamé, será este otoño. Podrías considerar esto como una fiesta coctel antes de la recepción de bodas.

Wanda sonrió, sus dientes blancos como la nieve sobresalían en contraste con su oscuro rostro. —Aún así es emocionante, cariño. ¿Ahora podrías dejarme entrar, para poder observar tus arreglos? Me asomé al patio y vi que tu jardín está en pleno florecimiento. Necesitarás flores en cada habitación. También traje recetas para los invitados.

Julie dio un paso atrás para permitir que entrara su amiga. —La mayoría de las habitaciones todavía están cerradas, Wanda. Solo tendremos cuatro invitados incluyéndote a ti. Piensa en esto como en unas vacaciones. Me alegra tanto que pudieras disponer del tiempo para venir, aunque sé que solo podrás quedarte por dos semanas.

Wanda entró arrastrando su maleta.

—Déjame eso. —Julie extendió su mano, pero Wanda no lo aceptó. —Yo puedo encargarme de esto sin problemas. ¿Me asignaste a mi antigua habitación?

—Claro. —Julie sabía que a Wanda le gustaría la habitación color durazno en el segundo piso. Al igual que la Habitación Dorada, era un lugar alegre que aprovechaba mejor la luz de ese lado de la posada. La Habitación Durazno en realidad era una pequeña suite con una puerta comunicante. Cuando Wanda y Wendy dormían en la habitación principal, la segunda habitación había sido convertida en una sala de juegos para Wendy cuando era pequeña. Wanda siempre recibía allí a Sarah y Glen, especialmente en los días de lluvia, para que su hija tuviera compañeros de juego. Sarah y Glen no tenían una sala de juegos formal en la posada; en lugar de eso, consideraban que todo Vista al Mar era su parque privado. Después de mudarse, el lugar se volvió silencioso. En la noche, sola en la casa, Julie imaginaba que escuchaba los pequeños pies caminando por las escaleras y el eco de risas infantiles que se habían marchado hacía mucho tiempo.

El golpeteo de la maleta de Wanda mientras la arrastraba por los azulejos hacia las escaleras, sacó a Julie de su ensoñación. —¿Estás segura de que puedes con eso?