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"Watt" es una novela experimental, filosófica, cómica e inclasificable. Su protagonista, Watt, un desharrapado del que apenas llegamos a saber nada, pasa dos años como criado en la casa de un enigmático y caprichoso terrateniente, en un ambiente de tensión opresiva, que acaba por resquebrajar los esquemas mentales de Watt.
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Seitenzahl: 559
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Samuel Beckett
Watt
Edición de José Francisco Fernández
Traducción de José Francisco Fernández
EN mayo de 2022 se publicó una noticia en el IrishTimes en la que se podía leer que la casa natal deSamuel Beckett, en las afueras de Dublín, se ponía a la venta por 3,8 millones de euros. La atractiva mansión de estilo eduardiano se mostraba en las fotografías rodeada de un frondoso jardín de 380 metros cuadrados. El artículo informaba que la casa consta de cinco salones (incluyendo una sala de música), todos ellos exquisitamente amueblados y en algunos casos equipados con chimeneas de mármol y paneles de madera. Un gran dormitorio con dos baños y un vestidor ocupa la primera planta, y hay dos dormitorios más pequeños en el segundo piso. Además, la vivienda cuenta con una galería acristalada y una espléndida cocina que se comunica con el jardín por amplios ventanales. El padre del autor la encargó construir en 1902 y la casa tomó su nombre, Cooldrinagh, de la mansión que la familia de la madre de Samuel Beckett tenía en las afueras de Leixlip, una ciudad en el condado de Kildare, no lejos de Dublín. El barrio residencial, Foxrock, donde se sitúa la casa de la noticia del periódico, era a principios del siglo XX una zona exclusiva donde familias protestantes acomodadas podían vivir alejadas del bullicio de la capital, aunque un tren de cercanías comunicaba directamente la zona con el centro de la ciudad.
A grandes rasgos, así es la casa del señor Knott, el misterioso personaje alrededor del cual gravitan los destinos de los demás seres que aparecen en Watt, pues Beckett se inspiró en Cooldrinagh para crear el lugar en el que transcurre la mayor parte de la acción en esta novela. En la historia narrada por Beckett, Watt, el homónimo protagonista, parte de la estación de Harcourt Street en el centro de Dublín para bajarse poco después en la estación de tren de Foxrock1. Camina hacia la casa y las chimeneas pronto se hacen visibles. Tras un ir y venir entre la puerta principal y la de servicio, entra por esta última y se sienta en la cocina; así comienza el episodio central y más importante de la novela. La evocación que allí se hace de la casa familiar y de sus alrededores da testimonio de la pulsión en la narrativa de Beckett que ejerció el paisaje de su infancia. Beckett escribió la mayor parte del libro escondido en el sur de Francia durante la Segunda Guerra Mundial y, sin duda, la recreación de un entorno dotado de una notable carga emocional tuvo que suponer una fuente de consuelo para el autor en tiempos de gran desarraigo.
El protagonista de la novela, Watt, un desharrapado del que apenas llegaremos a conocer nada, realiza el mismo recorrido que Beckett hacía a diario en su niñez para volver de la escuela en Dublín, y que más tarde haría para volver de la universidad. Watt se dirige a la casa del señor Knott para trabajar como criado. Allí ejercerá sus funciones durante un año en la planta baja, para ser destinado al año siguiente a la primera planta, donde está el dormitorio del señor Knott (en la ficción, el cuarto de Watt, junto con el del otro criado, se sitúa en la segunda planta, donde en la vida real dormían los dos hijos de la familia Beckett, Frank y Sam). Al término del segundo año, Watt será sustituido por otro criado y volverá a la misma estación de tren por la que llegó al barrio. En el marco de estas simples coordenadas espaciotemporales el personaje principal sufre una compleja transformación, de tal forma que podría hablarse de su estancia en la casa como un viaje al fin de la razón, una experiencia regresiva en su desarrollo cognitivo en la que sus esquemas mentales se resquebrajan por completo. ¿Qué le ocurre a Watt en la casa del señor Knott? ¿Qué ideas quería desarrollar el autor a través de esta desopilante, absurda, desmedida y a la vez fascinante historia? Este es el objeto de las páginas que siguen a continuación, aunque hay que tener en cuenta que en el caso de Watt no hay fórmulas fáciles; se trata de una novela experimental, filosófica, cómica e inclasificable que es, entre otras cosas, un enorme ejercicio de metaficción. Parafraseando al propio protagonista de la novela, se trata de una cerradura complicada que no se puede abrir con una llave sencilla. Veremos algunas claves que nos ayuden a su lectura e interpretación.
Samuel Beckett nació en Cooldrinagh el 13 de abril de 1906, precisamente en la habitación principal de la primera planta donde se encuentra el dormitorio del señor Knott en Watt. Beckett tuvo una larga existencia, vivió 83 años, residió fuera de Irlanda la mayor parte de su vida, recibió una educación refinada, adquirió una extraordinaria cultura, conoció a miles de personas y su periplo vital fue muy agitado, especialmente en la primera parte de su vida. No es posible, por tanto, adscribir a un solo factor el impulso del que se nutre su escritura, pero es igualmente indudable que el hecho de haberse criado en la acomodada clase media protestante irlandesa, en unos años en los que dicho estamento perdió gran parte de lo que le quedaba de su influencia y poder, tendrá una importante repercusión en su particular enfoque de la realidad.
El declive de la élite protestante en Irlanda había empezado muchos años antes del nacimiento de Beckett. Durante el siglo XIX la mayoría católica de la población había adquirido derechos de ciudadanía que siglos antes les habían estado negados, y aunque Irlanda seguía gobernada por el poder británico, en términos prácticos los católicos fueron conquistando las parcelas de la actividad social que constituyen el devenir cotidiano de la existencia. A principios del siglo XX, con la adquisición masiva de tierras por parte de los pequeños agricultores2, la clase media irlandesa, aliada con la iglesia católica, había recuperado gran parte del terreno perdido. Las familias protestantes de Dublín y del resto del país, que tradicionalmente habían ocupado las profesiones de mayor relevancia social, tales como la ingeniería, la abogacía, los negocios, las finanzas, la medicina, etc., se adaptaron a estas circunstancias lo mejor que pudieron, aunque socialmente se atrincheraron en los barrios acomodados de las afueras, como Foxrock. Allí hizo construir su casa William Beckett, dueño de un próspero negocio relacionado con la tasación de tierras. Su mujer, Mary Roe, pertenecía a una familia de terratenientes venida a menos. El hijo mayor de ambos, Frank, había nacido en 1902 y Samuel nació cuatro años más tarde.
Todo estaba diseñado para que los dos varones tuvieran una vida regida por las convenciones de su clase social: frecuentarían la compañía de otros niños de familias protestantes en el exclusivo vecindario, irían a una escuela privada protestante, recibirían una esmerada educación superior en una universidad para jóvenes protestantes y se incorporarían a profesiones relacionadas con su estatus. Este planteamiento, que había permanecido inmutable durante décadas, sufriría una considerable presión durante la infancia y adolescencia de Samuel Beckett, de forma que el aislamiento de su entorno social se hizo más acusado. Tenía algo de irreal que familias protestantes como los Beckett participaran de unas convenciones que los distinguían del resto de la mayoría católica de la población, mientras que el número de protestantes disminuía en el país e Irlanda se enfrentaba a una década revolucionaria (1912-1923) que supondría la partición de la isla y la creación del Estado Libre de Irlanda.
La nación que surgió de una década de conflictos, incluyendo una revuelta sangrienta (1916), una guerra de independencia (1919-1921) y una guerra civil (1922-1923), se caracterizó por la imposición de la moral católica en todas las áreas de la vida pública, incluyendo la educación, la sanidad o la publicación de libros3, mientras que los miembros de la clase protestante que no se habían ido del país persistían en sus hábitos sociales como si nada hubiera pasado. Este será el primer elemento que tener en cuenta para entender la obra de Beckett, su niñez y juventud en una clase social en decadencia, aislada del resto de la población. Las imágenes de parálisis, inmovilidad, esterilidad y enfermedad que abundan en su obra tienen su origen en este marco vital e histórico. En el caso familiar de Beckett, habría que añadir la presencia de una madre obsesiva, de difícil carácter, con quien Beckett tuvo una relación conflictiva.
En la escuela de las hermanas Elsner, en las cercanías de Foxrock, Beckett recibió desde los 5 a los 9 años las primeras enseñanzas musicales y también sus primeras nociones de francés, un idioma que llegaría a dominar con la facilidad de un hablante nativo. A los 9 años sus padres lo matricularon en la escuela Earlsfort House, en Dublín. Todos los días cogía el tren en la estación de Foxrock hasta llegar a la estación de Harcourt Street, para ir a la escuela en la ciudad. De niño observaba fascinado todos los personajes que pululaban en dicho entorno, los mozos de estación, el vendedor de periódicos, los empleados del ferrocarril, etc., personajes que aparecerán en la novela que nos ocupa.
Beckett cursó la educación secundaria desde 1920 a 1923 en un internado del condado de Enniskillen, en el norte del país. Portora Royal School era una institución a la que las familias protestantes adineradas enviaban a sus hijos para recibir una educación de primer nivel. Oscar Wilde, por ejemplo, había estudiado allí medio siglo antes. Portora les aportaba a los jóvenes disciplina, modales y una activa preparación física en forma de deportes como el boxeo, la natación o el tenis. El joven Samuel destacó especialmente en el cricket4. Estudiar en Portora correspondía, por tanto, a su posición social, pero los padres de Beckett enviaron allí a sus hijos también para apartarlos de los disturbios que en esos años se estaban produciendo entre rebeldes irlandeses y el Ejército británico. Es conocido el episodio en el que William Beckett llevó a sus hijos a una colina durante el alzamiento de Pascua de 1916 para ver el centro de Dublín en llamas, una imagen que se quedaría grabada para siempre en la memoria del niño de 10 años que décadas más tarde se convertiría en escritor. Cuando Beckett terminó la secundaria, Irlanda ya no formaba parte del Reino Unido.
Estudiar en la universidad de Trinity College, en Dublín, era la consecuencia lógica para alguien que venía de Portora, pues era otro centro de la cultura protestante de su tiempo. Allí Beckett desarrolló un intenso periodo de aprendizaje como estudiante de humanidades. Beckett optó por el equivalente a una licenciatura en Filosofía y Letras, en la especialidad de idiomas modernos (francés e italiano) y allí cursó cuatro años académicos, desde 1923 hasta 1927. En los primeros tres años vivió en casa, en Cooldrinagh, haciendo el mismo recorrido en tren que había hecho de pequeño para ir a la escuela (aunque más tarde iba y venía en coche o en motocicleta). En el último año se alojó en la propia universidad. Esta época fue crucial para su formación intelectual, no solo por los numerosos libros que estudió y las asignaturas que cursó, sino también por sus frecuentes visitas a los museos, especialmente la National Gallery, y al teatro, sobre todo el Abbey Theatre. Su carácter en esta época era de gran introversión acompañada de cierta arrogancia, algo que contrastaría con los rasgos de su personalidad que destacarían en su edad madura:
Era en verdad muy generoso, era amable, ayudó a mucha gente [...] Por otra parte, podía llegar a ser muy irritante, difícil y centrado en sí mismo; de joven había llegado a ser muy introvertido, narcisista incluso, a pesar de que ya siendo mayor se comportaba como un santo5.
El profesor que más influyó en el joven Beckett fue Thomas B. Rudmose-Brown, experto en clásicos franceses como Racine, Corneille o Marivaux, aunque también introdujo a su pupilo en la literatura francesa contemporánea, como los poetas simbolistas, y le dio a conocer a autores como Proust, Fargue o Larbaud. En estos años de universidad, Beckett hace sus primeros viajes al extranjero, al valle del Loira en Francia y a Florencia, en Italia. También experimentó las pasiones del corazón y se enamoró de Ethna McCarthy, una alumna brillante de Trinity College, aunque no fue un amor correspondido. Beckett hasta ese momento había tenido una educación sentimental prácticamente inexistente, pues las instituciones en las que había estado mantenían una estricta separación entre los sexos. Para un joven deportista y estudioso como Beckett, el mundo femenino era una incógnita: «se sentía muy incómodo con las mujeres que no conocía bien, y nunca intentó conquistar a sus compañeras de la universidad»6. Algo de esta incomodidad se desprende del comportamiento entre hombres y mujeres en Watt, un mundo casi exclusivamente masculino. Los encuentros que el protagonista tiene con la señora Gorman, la pescadera, por ejemplo, se caracterizan por una mezcla de torpeza, apatía y abatimiento. No fue hasta el verano de 1928, cuando conoció a su prima Peggy Sinclair, que Beckett tuvo relaciones íntimas con una mujer7.
Beckett obtuvo unas calificaciones brillantes en su carrera, siendo uno de los mejores alumnos de su promoción. Con estas credenciales el joven Beckett estaba destinado a una fulgurante carrera académica, y sin duda estos eran los planes de su tutor, aunque el alumno brillante no veía claro qué dirección iba a tomar su vida al terminar la universidad. De todas formas, tenía tiempo para reflexionar sobre su futuro en los siguientes dos años, pues a instancias de Rudmose-Brown Beckett había obtenido el puesto de profesor de intercambio, o lecteur d’anglais, que los mejores alumnos podían solicitar según el acuerdo que Trinity College mantenía con la École Normale Supérieure, en París. La estancia en esta prestigiosa institución sería el trampolín para, a continuación, emprender una sólida carrera académica en Trinity College. Debido a un malentendido que impidió a Beckett incorporarse a su destino en el último trimestre de 1927, pues la dirección de la ENS extendió el contrato de otro graduado de Trinity, Thomas MacGreevy8, sin que estuviera previsto, Beckett tuvo que esperar a que terminara el curso académico para poder instalarse en París. Mientras tanto, para estar ocupado en algo útil, aceptó un puesto temporal como profesor de secundaria en Campbell College, Belfast.
Tras un otoño en el que fructificó su pasión amorosa por su prima Peggy, Beckett comenzó su estancia en París en noviembre de 1928, iniciándose así un periodo de dos años (hasta septiembre de 1930) que cambiaría la vida del flamante licenciado en letras, pues su horizonte vital se amplió hasta extremos que nunca habría sospechado. «Cuando Beckett llegó a París —escribe Lois Gordon—, se zambulló en el mágico mundo que tenía delante y así empezó un compromiso con la ciudad que duraría toda la vida»9. París a finales de los años 20 era una ciudad de una gran efervescencia cultural. Para un joven intelectual con ambiciones creativas era sin duda el centro del universo, y así fue como él lo vivió, especialmente tras un periodo insulso y sin distracciones en Belfast. Los surrealistas y otros grupos de vanguardia estaban revolucionando la forma de entender la literatura, las revistas literarias florecían por doquier y artistas expatriados de todo el mundo luchaban por hacerse un hueco en el abigarrado panorama cultural. Y en medio de ese magma artístico estaba James Joyce. Beckett conocía la obra del gran escritor dublinés antes de partir de Irlanda. Ulysses se había publicado en 1922 y Beckett poseía una copia, aunque había sido prohibido por las autoridades irlandesas. De todas formas, sus preferencias en cuanto a la obra de Joyce se decantaban por A Portrait of the Artist as a Young Man (1916). En el primer mes de estancia en París, a través del contacto proporcionado por Thomas MacGreevy, Beckett conoce a Joyce y entra inmediatamente a formar parte de su círculo personal. Joyce, básicamente, tenía a su alrededor una corte de admiradores que acompañaban al maestro y colaboraban con él en la promoción de su obra. Beckett ayuda a Joyce, al igual que hacían los demás, en tareas de corrección del libro que entonces estaba preparando, llamado Work in Progress, y que finalmente se publicaría como Finnegans Wake (1939). La progresiva pérdida de visión de Joyce hacía que otros leyeran por él o que tomaran al dictado lo que Joyce les pedía, y Beckett ocasionalmente también hizo estas labores.
Antes del fin de 1928, Joyce ya había encargado al joven Beckett que escribiera un capítulo para el libro sobre Work in Progress que algunos de sus colaboradores estaban preparando bajo su supervisión, Our Exagmination round His Factification for Incamination of ‘Work in Progress’ (1929). Pronto seguiría el encargo de traducir al francés una sección del mismo libro, «Anna Livia Plurabelle», labor que realizaría junto a Alfred Péron. Conocer a Joyce significaba también entrar en contacto con una serie de intelectuales franceses y extranjeros que cualquier aspirante a escritor hubiera dado la vida por conocer. Las revistas literarias como transition, donde Beckett publicaría sus primeros textos, estaban comprometidas con la revolución de la palabra que encabezaba James Joyce. Además, en París Beckett empezó a beber y a frecuentar locales nocturnos, asimilando algo de la vida bohemia de la ciudad. Las conversaciones con Joyce, por otra parte, eran un estímulo para su ambición de convertirse en escritor: ambos habían estudiado idiomas, a ambos les apasionaba Dante y ambos compartían un sentimiento de desconfianza hacia la Iglesia, aunque su principal punto de afinidad eran las palabras, sus posibilidades, sus variantes, sus formas y sus sonidos10.
Al visitar con frecuencia al maestro, Beckett inevitablemente entró en contacto con Nora, la mujer de Joyce, y con Lucia, su hija. Lucia tomó un interés desmedido por el joven que acudía a su casa a ver a su padre, y se enamoró de él. Beckett por cortesía la acompañaba al cine, al teatro o a los cafés. Lucia sufría una enfermedad mental que por esa época empezaba a manifestarse y que con el tiempo la recluiría en diversas instituciones psiquiátricas. En mayo de 1930 Beckett le comunicó a Lucia que no estaba interesado en ella y la hija de Joyce sufrió un gran revés emocional. A Beckett se le invitó a no visitar más la casa de los Joyce; no fue hasta meses más tarde que pudo retomar la relación con su mentor.
Con respecto al predominio del maestro en la escritura del joven aprendiz, esta era desmedida en los primeros escritos de Beckett. Su primer relato, «Assumption» (1929), así como la novela de juventud antes mencionada, Dream of Fair to Middling Women, y, en definitiva, el conjunto de su producción narrativa de los años 30, se caracterizan por el deseo de emular el estilo de Joyce, especialmente en lo referente a la exuberancia lingüística y a la explotación de los recursos de las palabras: «Por supuesto que apesta a Joyce, a pesar de haber puesto todo mi empeño en dotarlo con mis propios olores»11, escribió Beckett al editor Charles Prentice en relación con un fragmento de Dream... que Prentice había leído. Beckett era plenamente consciente del poder que Joyce ejercía sobre él y, aunque admiraba a su maestro, no podía dejar de sentir rabia por no ser capaz de escapar de su influencia. No se podía ser escritor a la sombra de Joyce y nadie podía escribir como él. En la obra de juventud de Beckett abundan bromas literarias a costa de Joyce, referencias irónicas que no hacen sino engrandecer la talla literaria del autor de Ulysses y mostrar lo patético de cualquier intento de ridiculizarlo. En un relato de Beckett para su colección More Pricks than Kicks (1934), a su vez extraído de la novela fallida antes mencionada, Dream..., titulado «A Wet Night», Beckett reescribe en tono jocoso la sutil y evocadora epifanía de Gabriel Conroy al final del relato «The Dead» de la colección Dubliners (1914), de Joyce. También en otro fragmento de Dream..., titulado «Text» y publicado por separado en 1932, Beckett se burla del monólogo final en Ulysses en el que Molly Bloom da rienda suelta a los pensamientos más íntimos sobre su vida. El relato antes mencionado, «Assumption», quiere emular el encuentro de Stephen Dedalus con una prostituta al final del segundo capítulo de A Portrait of the Artist as a Young Man. Otro relato de Beckett publicado en 1934, «A Case in a Thousand», es claramente un intento de desmontar la epifanía joyceana de un cuento como «A Painful Case», también incluido en Dubliners.
Conforme avanza la década de los años 30, a la vez que madura como persona, Beckett va desprendiéndose gradualmente de la losa que supone la influencia de Joyce y empieza a entrever el rumbo que quiere seguir en su carrera como escritor. De todas formas, Beckett tardó mucho tiempo en emprender un camino opuesto a Joyce y encontrar su propia voz. Esta eclosión ocurrió cuando Beckett empezó a escribir en francés tras la Segunda Guerra Mundial. Beckett descubrió entonces que su escritura pasaba por la austeridad, la pobreza expresiva y el silencio. Es significativo como documento programático la carta que Beckett escribe a su amigo Axel Kaun en 1937, y que se conoce como la «carta alemana», por contener el germen de lo que llegaría a ser una constante en su obra de madurez, la disolución del lenguaje:
Desde luego, cada vez me cuesta más escribir en un inglés estándar. Me parece algo carente de sentido. Y mi propia lengua cada vez se me antoja más un velo que ha de rasgarse para acceder a las cosas —o a la Nada— que haya tras él [...] Como no es posible eliminar la lengua de golpe y porrazo, al menos será preciso no dejar cabos sueltos que puedan propiciar su caída en descrédito. Abrir en ella un agujero tras otro hasta que lo que acecha detrás, sea algo, sea nada, comience a rezumar y a filtrarse. No se me ocurre que el escritor de hoy en día pueda fijarse una meta más alta12.
Beckett tendrá que acudir a los recursos expresivos de otro idioma y probar suerte en un género, el teatro, en el que Joyce había fracasado, para poder liberarse del todo de su dominio. La presencia de Joyce, no obstante, siempre estuvo sobrevolando la obra de Beckett, bien como homenaje, como una muestra del reconocimiento a su compromiso con la escritura y a su probidad como artista, bien como diálogo intertextual. Este sin duda es el caso de Watt, la última novela que Beckett escribe en inglés, cuando el autor ha dejado atrás las ansiedades de la juventud y se adentra en la exploración de sus propias obsesiones a través de la literatura. Además, Joyce acaba de morir (13 de enero de 1941) cuando Beckett inicia la composición de Watt, por lo que en esta novela, su primera gran obra de madurez, Beckett normaliza la relación con el gigante literario que influyó tanto en su formación como escritor. Watt ejemplifica «la forma en la que, conscientemente, Beckett anula la influencia de Joyce por medio de la incorporación de su héroe, recientemente fallecido, a la narrativa, como una forma de digerirlo y, finalmente, romper con él»13.
En Watt hay muchos guiños a la obra de Joyce, como señala Onno Kosters: Beckett, por ejemplo, evita a propósito el monólogo interior, un estilo literario en el que Joyce había alcanzado gran maestría. Todos los pensamientos de los personajes en la novela serán expresados en voz alta, según se nos indica en una nota al pie al inicio de la novela. Beckett también muestra una inclinación a imitar sonidos, como las ventosidades del señor Knott, de forma similar a como lo hace Joyce con Leopold Bloom en Ulysses, u otros sonidos como el croar de las ranas. Watt también camina con los pies en direcciones opuestas, como Bloom, si bien se multiplican por mil los aspavientos que el personaje de Beckett hace al desplazarse. La desesperación final del protagonista por no hallarle sentido a nada lleva a reflexiones que podían salir de la boca de Stephen Dedalus en Ulysses. Pero sin duda el mayor paralelismo, en sentido negativo, que puede encontrarse entre la obra de Joyce y la de Beckett en este libro radica en el desmantelamiento de la epifanía joyceana. Los personajes de Joyce, tanto en sus relatos como en sus novelas, acceden a momentos de gran intensidad por los que adquieren un tipo de iluminación que facilita un conocimiento personal. Beckett consideraba que había un límite al poder de la literatura de acceder al pensamiento o a las vivencias interiores de otros, incluidos los personajes ficticios, por lo que rehúye este tipo de revelaciones internas. Así, cuando Arsene se extiende en un monólogo extensísimo (irónicamente llamado «breve declaración») sobre el cambio que experimentó en la casa del señor Knott, o cuando Watt se ve envuelto en una experiencia que puede llegar a proporcionarle un conocimiento sobre sí mismo o sobre su entorno, el resultado final es que no ha aprendido nada y que sigue a oscuras respecto a lo que deseaba saber. Los momentos de revelación existen, dice Chris Ackerley14, pero Beckett se niega a atribuirles un valor trascendental.
Retomamos, pues, el relato de la vida de Beckett cuando termina su estancia como asistente de conversación en la ENS de París y tiene que volver a casa en Dublín. Tenía un puesto de profesor asegurado en una institución de prestigio, pero él contemplaba esta nueva fase en su vida con aprensión:
París había sido una experiencia liberadora para Samuel Beckett. Había logrado publicar y había comenzado a tener allí una identidad literaria. Había llegado a relacionarse a diario con James Joyce, siendo miembro destacado de su círculo más íntimo. Había encontrado un alma gemela de notable sofisticación en MacGreevy, posiblemente el más íntimo de los amigos que nunca llegase a tener. Además de todo eso, se había producido en él la muy personal liberación de vivir en una ciudad en la que podía ser del todo anónimo [...] Después de todo eso, el regreso a Dublín iba a ser claustrofóbico y frustrante; iba a ser un dilatado periodo de confusión, de constantes dudas de sí mismo, de infelicidad15.
A su regreso a Irlanda, Beckett empieza, según estaba previsto, una carrera en Trinity College, su alma mater, para orgullo de su familia y de su tutor, el profesor Rudmose-Brown. El académico en ciernes sospecha, sin embargo, que ese no es el camino que quiere seguir en su vida. Seis meses más tarde, esa sospecha se transforma en firme convicción: odia la enseñanza y la exposición pública que supone ser docente. Emplea su tiempo libre en ir al teatro, en dar largos paseos y, ocasionalmente, en beber en tabernas, aunque añora la vida que ha tenido en París. Durante algo más de un año, desde octubre de 1930 a diciembre de 1931, el tiempo que ejerce como profesor de literatura francesa en la universidad, viaja a París en dos ocasiones y se encuentra con Joyce; allí es donde siente que pertenece. En este tiempo Beckett sigue de algún modo en contacto con revistas y editoriales para la publicación de artículos, traducciones y poemas; su monografía Proust se publica en Londres en marzo de 1931, un libro que había entregado a imprenta antes de integrarse en la plantilla de la universidad. Volver a casa después de la libertad que experimentó en París también supone enfrentarse a su controladora madre, que le recrimina sus nuevos hábitos de vida y el tipo de textos que escribe. Al poco tiempo, abandona el hogar familiar y se instala en las habitaciones para profesores en Trinity College. Su labor diaria durante el curso se centra en enseñar y en corregir exámenes, pero en su mente viaja a los lugares en los que ha sido feliz:
En la primavera de 1931 la vieja conexión París-Kassel [Kassel, Alemania, donde vivía su prima Peggy con su familia y donde Beckett había estado de visita ya varias veces] [...] había vuelto a configurarse y reconstitutirse, frente a una vida cada vez más desagradable dedicada al deber y a las tareas aburridas desde que volviera a Irlanda, donde Beckett quizá nunca se había sentido «en casa», ya fuera en la universidad o en el seno de su familia16.
Las clases se le hacían insoportables y Beckett cumplía con su deber estrictamente, cortésmente, sin dedicarle más atención de la necesaria. Una alumna del curso de 1931 recuerda lo incómodo que se sentía en clase:
Era muy guapo, pero tenía una mirada distraída, sus ojos azules intentaban evitarnos, como si dijera «bueno, tengo a este grupo aquí delante, debo intentar hacer algo por ellas». No de forma grosera, porque se notaba que era... tímido, esa sería la expresión [...] No parecía ser muy buen comunicador, ni tampoco es que quisiera serlo17.
A finales de diciembre de 1931, Beckett visita a sus familiares en Kassel y unos días más tarde renuncia a su puesto de profesor en Trinity College a través de un telegrama. A finales de enero ya se encuentra en París escribiendo lo que sería su primera novela, Dream of Fair to Middling Women. Comienzan aquí unos años confusos, con muchos pasos en falso, en una vida peripatética entre París, Londres y Dublín, hasta que se instale definitivamente en la capital francesa en octubre de 1937. Algo quedó en su memoria de su breve etapa como profesor en la universidad, y por la descripción de las reuniones del comité de becas que verifica los resultados del viaje de Ernest Louit al oeste de Irlanda en Watt, intuimos que no eran precisamente buenos recuerdos: las reuniones tediosas de las comisiones, los protocolos exasperantes e insufribles, las rancias fórmulas de cortesía..., todo esto tuvo que influir sin duda en su decisión de no dedicarse a la carrera universitaria. La forma en la que el narrador imagina la manera más eficaz de establecer miradas en el comité nos habla de personalidades untuosas y afectadas, así como de horas de aburrimiento en compañía de otros profesores de la universidad, un ambiente que Beckett se alegraría de dejar atrás.
Beckett se dedica en estos años a perseguir una carrera literaria, obteniendo un resultado irregular. John Pilling llega a definir al joven escritor como una personalidad fragmentada:
El Beckett que escribió Dream era una figura profundamente dividida. Ya no era profesor, pero tampoco era escritor y ciertamente no era El Escritor. Había dejado de tener una relación íntima con Peggy Sinclair, pero era incapaz de responder a las exigencias que en este sentido le hacía Lucia Joyce. Era infeliz en el estancado ambiente cultural de Dublín, pero era incapaz de volver con plenitud a la estimulante atmósfera creativa de París18.
Algunas publicaciones jalonan su recorrido literario en esta época, como su primer libro de relatos, More Pricks than Kicks (1934), su primer libro de poemas, Echo’s Bones and Other Precipitates (1935), o su primera novela publicada, Murphy (1938), pero son libros que muestran a un autor con un potencial por desarrollar. Se trata, además, de obras con muy escasa repercusión en la crítica del momento y con un reducido número de ventas. En estos años difíciles, no obstante, Beckett no deja de leer ampliamente, tanto clásicos de la literatura occidental como autores oscuros de segunda fila. Toma notas de todo aquello que es susceptible de ser usado luego en sus novelas y escribe artículos y reseñas de libros. En sus temporadas en Dublín, de vacaciones o para curarse de alguna enfermedad, el ambiente en casa no es precisamente apacible. En 1933 mueren dos personas muy queridas para él, su primer amor, Peggy Sinclair, y su padre, Will Beckett, con quien le unía un verdadero afecto. Beckett siente su salud resquebrajarse, con ataques de ansiedad, taquicardias, insomnio y estado de nerviosismo generalizado. Por ello en 1934, de vuelta a Londres, comienza a someterse a sesiones de psicoanálisis, una técnica aún incipiente, con el doctor Wilfred Bion en la clínica Tavistock. Son sesiones financiadas por su madre, que sufre por el estado de salud de su hijo. Estas sesiones durarán dos años y en ellas Beckett buceará en sus miedos, sueños y obsesiones, intentando entender el mal que lo aqueja. Acompaña la práctica del psicoanálisis con extensas lecturas de libros de psicología, incluidos los tratados de Sigmund Freud. Su interés en personajes con una rica vida interior, que hablan y hablan enredándose en los vericuetos de sus propios pensamientos, como ocurre en las obras que componen la trilogía (Molloy, 1951; Malone muere, 1951; El innombrable, 1953), puede que tenga su origen, en parte, en esta experiencia.
En Londres tiene la compañía de su fiel amigo, Thomas MacGreevy, pero en general lleva una vida solitaria: pasa sus días leyendo en el British Museum, escribiendo relatos y poemas y haciendo traducciones para revistas, así como otras colaboraciones. Son frecuentes los viajes a Dublín para ver a su madre, pero al cabo de un tiempo regresa a Londres y a su tortuosa labor de escritura. Son significativas, por lo que indican de ausencia de un objetivo claro en su vida, dos cartas que escribe solicitando trabajo durante estos años, una de ellas a Moscú, al cineasta Serguéi Eisenstein, en 1936, y otra a Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1937, por un anuncio de profesor de italiano en la universidad de esa ciudad austral. Tiene una vaga idea de querer dedicarse al mundo del arte (Beckett fue toda su vida un apasionado de la pintura), y con este fin realiza una larga estancia en Alemania para estudiar los cuadros en los museos y galerías de ese país.
El periplo del autor por Alemania durante seis meses (desde octubre de 1936 a marzo de 1937) tendrá una importancia fundamental en la biografía de Beckett, así como en la formación del escritor que llegaría a ser. Antes que nada, es necesario decir que existía en Beckett una predisposición hacia la sobriedad, la seriedad y el rigor de la cultura alemana:
Los inútiles esfuerzos del individuo en un universo sin sentido, las preocupaciones por la melancolía, la soledad y la pérdida, todos estos temas Beckett los encontró en la tradición alemana, y las cualidades oscuras y densas, trágicas incluso, del idioma alemán coincidían con sentimientos en su interior que estaba intentando asimilar y que quería expresar en su escritura19.
Beckett había visitado el país en distintas ocasiones y conocía bien el idioma. Durante su viaje de 1936-37, visita museos en Hamburgo, Lübeck, Hannover, Berlín, Leipzig, Dresde, Wurzburgo o Múnich, entre otras ciudades. Pasea por galerías, catedrales y monumentos, toma notas y entabla conversación con coleccionistas, críticos y artistas. No siempre le es fácil acceder a las pinturas, pues el Partido Nazi, en el poder desde 1933, había emprendido una cruzada contra el «arte degenerado», y Beckett en ocasiones tiene dificultades para ver determinados cuadros. Su experiencia de primera mano de la propaganda nazi hace que pueda prestar detalle al discurso autoritario omnipresente en los medios de comunicación y frente al cual Beckett reacciona de forma irónica.
Los diarios que escribe durante estos meses serán importantes a la hora de preparar el terreno para la escritura de Watt: son un ejemplo de escritura en el camino, fragmentada, sin un final o conclusión fácilmente distinguibles (como ocurre en la novela que nos ocupa). El escritor se enfrenta a sí mismo por primera vez, es decir, alejado del soporte emocional del idioma, los amigos o los lugares conocidos; Beckett se entrena en una literatura de soledad y aislamiento. Tras una etapa caracterizada por la inestabilidad personal, que Beckett intentaba entender para poder superarla y acceder a una existencia más serena, en Alemania empieza a intuir que ese es precisamente el ámbito emocional en el que debe instalarse y sobre el que ha de basar su escritura. El uso de la primera persona en sus diarios será el entrenamiento para «inscribirse él mismo en sus textos»20, dar rienda suelta a sus obsesiones sin ningún tipo de cortapisa, ocupar la literatura por sí y para sí, ajeno a las opiniones externas.
A su regreso de Alemania, tras seis meses en Dublín, se instala definitivamente en París en octubre de 1937. Su relación intermitente con Joyce se intensifica a partir de ese momento y vuelve a formar parte del círculo de confianza del maestro. De hecho, es Joyce quien lo visita a diario en el hospital cuando el 7 de enero de 1938 un vagabundo lo apuñala en el pecho sin ningún motivo aparente. También acude a visitarlo Suzanne Déchevaux-Dumesnil, una amiga tres años mayor que él, con quien comienza a intimar. Pocos meses después Beckett se instala en un apartamento en Rue des Favorites, la primera de las dos viviendas en las que el escritor vivirá en París (en 1961 se traslada al Boulevard Saint Jacques). Suzanne se mudará a vivir con él en abril de 1939. En París sigue con sus lecturas de amplio espectro y, de forma tímida, comienza a escribir poemas en francés. Termina para el autor una década, los años 30, que fue para Beckett una época de incertidumbre, confusión y gran ansiedad, entre otros motivos porque su carrera literaria no acababa de despegar del todo. El autor se acercaba a la cuarentena.
En agosto de 1939, Beckett se va de vacaciones a Irlanda y, cuando el 1 de septiembre estalla la noticia de la invasión alemana de Polonia, con la consiguiente entrada en guerra de Gran Bretaña y Francia, regresa inmediatamente a París. «Prefiero Francia en guerra a Irlanda en paz», reza una de las frases lapidarias que se dice que dijo. Lo cierto es que su permanencia en Francia en tiempos tan convulsos tiene unas firmes raíces morales: sencillamente, no podía desentenderse del destino de su país de adopción y estaba dispuesto a aportar su granito de arena para luchar contra la barbarie. Durante los primeros meses de la guerra, se dedica a traducir su novela Murphy al francés e intenta regularizar su situación como residente extranjero.
Cuando Alemania finalmente invade Francia y el Ejército francés se derrumba, Beckett y Suzanne huyen de París junto con miles de habitantes de la capital ante la inminente ocupación de la ciudad, que se producirá el 14 de junio de 1940. Por las mismas fechas, Samuel y Suzanne se encuentran con Joyce brevemente en Vichy. Esa será la última vez que se ven maestro y discípulo. Joyce le entrega una carta de presentación que a Beckett le será muy útil para pedir ayuda a distintas personas y de esta forma sobrevivir durante varios meses, pues la pareja se desplaza sin rumbo entre diversas ciudades del sur de Francia. Joyce conseguirá entrar en Suiza junto con su mujer en noviembre de ese año y morirá en Zurich poco después. Cuando Francia firma el armisticio y el país se divide en dos zonas, el norte y oeste ocupado por el Ejército nazi, y el centro y sur controlado por el Gobierno colaboracionista del mariscal Pétain, se instaura una frágil estabilidad que permite a mucha gente regresar a sus hogares. Samuel y Suzanne vuelven a su apartamento en París en septiembre de 1940 y será allí, en la ciudad ocupada por los nazis, donde Beckett inicie el primero de los seis cuadernos en los que escribirá Watt. La fecha es el 11 de febrero de 1941. Durante los siguientes cuatro años Beckett compaginará la escritura de esta novela, con frecuencia interrumpida, con una extraordinaria peripecia vital en un país invadido.
A través de la intermediación de su amigo Alfred Péron, Beckett se une a la Resistencia y entra a formar parte de una célula llamada Gloria SMH en septiembre de 194121. Su labor es la de traducir documentos y hacer de correo, trasladando mensajes cuyo destino final es el servicio de inteligencia británico. Cuando su célula es descubierta a mediados de agosto de 1942, Samuel y Suzanne huyen de París horas antes de que la Gestapo entre en su piso. De nuevo, la pareja se desplaza por distintas localidades de la Francia colaboracionista en busca de un lugar seguro. Beckett lleva consigo los tres cuadernos que tiene escritos de su novela hasta ese momento. El 6 de octubre de 1942 llegan a un pueblo del departamento de la Vaucluse, Roussillon. Allí residirán durante los siguientes dos años, manteniendo una vida discreta e intentando no llamar la atención. Durante el día, Beckett trabaja en el campo para algunos agricultores locales, y por las noches, para tener algo en lo que ocupar la mente, retoma la escritura de Watt. En octubre de 1943 Beckett empieza el cuarto cuaderno, y continuará con los cuadernos quinto y sexto en el siguiente año y medio.
En los últimos meses de su estancia en Roussillon, Beckett vuelve a colaborar con la Resistencia de la zona22 y, cuando París es finalmente liberado el 24 de agosto de 1944, la pareja regresa definitivamente a su apartamento. Durante el otoño de 1944 y principios de 1945, una vez establecido en París, Beckett terminará la composición de Watt. El final que aparece en los cuadernos es el 28 de diciembre de 1944, pero seguirá trabajando en la novela en los primeros meses de 1945. En abril de ese año Beckett regresa a Irlanda para ver a su familia, con quienes ha estado privado de contacto directo, salvo algún telegrama ocasional, durante más de 5 años. Curiosamente, en Londres le retienen el manuscrito de Watt que lleva consigo. Desde Dublín, a finales de mayo, enviará el texto de la novela a la editorial Routledge. Será el principio de la complicada y tortuosa aventura editorial de este libro, que se detallará más adelante. Aquí acaba el relato sobre la vida de Beckett desde su nacimiento hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Solo cabe añadir que Beckett intentará publicar su novela en varias editoriales (Nicholson & Watson, Chatto & Windus, Methuen y Secker & Warburg, entre otras) y, ante el repetido rechazo del manuscrito, al tener el autor otros intereses literarios muy apremiantes en la cabeza, guarda el libro recién terminado para un momento más propicio.
En agosto de 1945, Beckett vuelve a Francia como personal de apoyo para el hospital de la Cruz Roja irlandesa que se instala a toda prisa en la bombardeada ciudad de Saint-Lô. Se quedará allí hasta enero de 1946 y, a continuación, de vuelta en París, se inicia el frenético periodo creativo que se conoce como el «asedio en la habitación» (1946-1950), unos años de escritura febril en los que Beckett, encerrado en su apartamento, escribirá en francés sus conocidas nouvelles (El expulsado, El calmante, El fin), que se complementarán con Primer amor; dos obras de teatro, Eleutheria y Esperando a Godot, y dos novelas, Mercier y Camier y Molloy, a las que seguirán Malone muere y El innombrable. En estos meses la pareja sobrevive gracias a los trabajos de modista y las clases de piano de Suzanne, así como las traducciones ocasionales de Samuel. A principios de los años 50, Beckett publica extractos de sus novelas en revistas literarias y tras muchas dificultades consigue estrenar, el 3 de enero de 1953, una extraña pieza teatral sobre dos vagabundos que esperan a un tipo, un tal Godot, que nunca llega.
Durante los años de la inmediata posguerra, Beckett, empeñado en escribir hasta la extenuación, no tenía, sin embargo, el mismo vigor para promocionar su obra:
Hacía tiempo que admitía lo que odiaba tratar con los editores, y agradecía que de estos asuntos se encargaran amigos suyos a los que se les daban bien los intercambios comerciales; por lo que a él le concernía, prefería guardar su privacidad. Suzanne era una persona aún más privada que él, pero, viendo que la situación financiera era muy seria para soportar más tiempo sin publicar, decidió actuar como su agente23.
Fue su compañera, por tanto, la que llevó sus escritos de editorial en editorial, al principio sin mucho éxito, hasta que dos de sus narraciones extensas, Molloy y Malone muere, acabaron en el despacho de un joven editor, Jérôme Lindon, al frente de una pequeña compañía, Minuit. Entusiasmado con las novelas de Beckett, en el año de 1951 Lindon publicó las dos obras seguidas.
Un joven americano que vivía en París desde comienzos de la década, Richard Seaver, y que había emprendido la aventura de editar una revista literaria en inglés en París, llamada Merlin24, encontró por casualidad estos libros y quedó fascinado por el humor despiadado y brutal, las elucubraciones absurdas y la desnudez de la narrativa, por lo que leyó todo lo que pudo de Beckett (entre otros textos, Murphy, que se había publicado en francés en 1947, traducida por el propio autor) y, aunque intentó conocerlo en persona, experimentó de primera mano lo elusivo que era este misterioso escritor. Llegó a sus oídos que Beckett tenía una novela en inglés inédita y le hizo llegar, a través de su editor, el mensaje de que estaría interesado en publicarla. Una tarde de noviembre de 1952, en las oficinas de Merlin, tuvo lugar una escena que debería figurar en los anales de la historia literaria contemporánea:
Habíamos perdido toda esperanza de saber algo de Beckett, cuando una oscura tarde de tormenta a finales de noviembre [...] alguien llamó a la puerta. El sonido de la lluvia cayendo sobre el techo acristalado era tan ensordecedor que apenas oímos los golpes. Cuando finalmente fui a abrir, allí me encontré, su figura recortada en la luz, alto y demacrado, a un individuo con un chubasquero al que el agua le caía a chorros por el borde de un sombrero indescriptible que llevaba incrustado en lo alto de la cabeza. De los pliegues interiores del chubasquero extrajo un paquete que ni siquiera estaba envuelto para protegerlo del aguacero. Era un manuscrito en un archivador negro de piel de imitación. «Esto fue lo que pidió», dijo, poniendo el paquete en mis manos con un empellón. «Aquí lo tiene». En ese momento caí en la cuenta de que eso era Watt y que la silueta empapada de agua era el señor Beckett en persona25.
Seguidamente, el autor del manuscrito desapareció en la lluvia y el equipo de la revista leyó la novela de un tirón, alternándose entre ellos la lectura en voz alta hasta altas horas de la madrugada. La conclusión era unánime, tenían que publicar ese libro. Incluyeron un extracto de la novela en un número de la revista, pero, al no ser una editorial francesa, no les estaba permitido legalmente publicar el libro en su totalidad, por lo que se asociaron con Maurice Girodias, cuya editorial, Olympia Press, se especializaba en libros en inglés prohibidos en Gran Bretaña y los Estados Unidos. Así fue como Watt vio la luz por primera vez el 31 de agosto de 1953. Esta primera edición contenía muchos errores, debido a erratas de los impresores y a la ausencia de una corrección a conciencia de las pruebas de imprenta. La siguiente edición del libro estuvo a cargo de Grove Press, la editorial americana de Barney Rosset, una edición que se retrasó bastante (1959) por litigios con Girodias. Beckett anotó muchos cambios en su copia de Olympia Press para que se tuvieran en cuenta en la edición americana, pero cuando se publicó el libro la mayoría de estas correcciones no se habían llevado a cabo. Cuando se publicó la edición británica por John Calder en 1963, Beckett puso especial empeño en que se corrigieran los errores de ediciones anteriores. Como Chris Ackerley admite, el libro publicado por Calder es «más correcto» que las ediciones anteriores, aunque añade: «en cualquier edición, Watt sigue siendo profundamente imperfecto»26, pues Calder introdujo cambios por su cuenta (aunque la mayoría tienen que ver con puntuación y distinciones ortográficas). Curiosamente, la imperfección textual de Watt, en cualquier edición, no hace sino resaltar la provisionalidad de una novela que, lejos de ocultarlas, enfatiza sus propias irregularidades, haciendo de este texto el paradigma de la novela inconclusa.
Lo que más llama la atención, tras conocer las circunstancias en las que se compuso la novela, es la clamorosa ausencia de referencias a una guerra cuyas consecuencias Beckett sufrió en primera persona. Ciertamente, por ningún sitio aparecen descripciones de combates, batallas, bombardeos, desplazamientos forzosos de la población, hambre y miseria, es decir, las afrentas e indignidades que se infligen al ser humano en cualquier conflicto. Además, la acción se sitúa en Irlanda (un país neutral durante la Segunda Guerra Mundial) y en el trasfondo nada hace indicar que en el resto del mundo haya estallado el caos. La conmoción brutal de la guerra se hace sentir de otras formas, más indirectas y sutiles, pero inconfundibles. El hecho de que no se mencionen fechas ni acontecimientos (¡salvo el terremoto de Lisboa de 1755!) puede llevar a la conclusión de que la novela está por encima de coordenadas espaciotemporales y que Beckett en realidad está lidiando con asuntos que afectan a la humanidad en sentido abstracto. Pero lo cierto es que Watt es una novela profundamente trastocada por la Segunda Guerra Mundial.
Para empezar, la propia lógica quebrada de un mundo desquiciado e incomprensible se impone en todas las páginas: «Aunque no hay rastro del conflicto mundial en Watt, la novela se lee en gran medida como si solo pudiera haber surgido de un mundo que se ha vuelto loco»27. La propia sensación de provisionalidad que rezuma el discurso en esta narración nos habla de un texto escrito a salto de mata, entre momentos de huida y búsqueda de refugio. Es verdad que no hay referencias concretas al estado del mundo durante el periodo de 1939-1945, pero Beckett acude a su experiencia de refugiado para describir estados o situaciones en las que se intuye el sufrimiento que experimentan los ciudadanos envueltos en la guerra. Los obsesivos desplazamientos dentro de su habitación por parte del señor Knott («... de la puerta a la ventana, de la ventana a la puerta; de la ventana a la puerta, de la puerta a la ventana; de la chimenea a la cama, de la cama a la chimenea...»), así como los estrafalarios cambios de sitio de los muebles, por ejemplo, recuerdan los movimientos de alguien que lleva tiempo encerrado en un cuarto, desesperado, escondido por miedo a ser descubierto y, quizá, ser deportado.
La falta de comunicación entre los sirvientes en la casa del señor Knott, donde impera el secreto más absoluto sobre los movimientos de cada individuo, y en donde la información se proporciona en mínimas dosis (o no se proporciona en absoluto), indican también un clima de desconfianza y miedo, propio de una situación de guerra en la que cualquier comentario puede implicar una detención, un arresto o un interrogatorio. También las frases pronunciadas por Watt al revés, en las que llega a invertir el orden de las palabras en la frase y de las letras en las palabras, recuerdan el tipo de mensajes cifrados que, seguramente, el propio Beckett tuvo que llevar de un sitio a otro durante su trabajo clandestino en la Resistencia.
Algunos detalles secundarios en el entorno en el que se desenvuelven los personajes también apuntan hacia un clima bélico. Los pabellones del sanatorio en donde Watt acaba internado están rodeados de alambradas, evocando claramente los barracones de un campo de concentración. El narrador, Sam, y el propio Watt se encuentran furtivamente en los jardines entre los pabellones o zona de nadie. Estos disparatados encuentros ocultan, tan solo levemente, una situación terrible, la de prisioneros que encontrarían la muerte, desangrados por los alambres de espino, comidos por las ratas y esperando en vano ser rescatados. James McNaughton habla a este respecto de las crisis de significado que el autor fuerza en el lenguaje. Se trata, en su opinión, de una literatura que es obligada a reconocer lo que aparentemente ignora:
Hasta los escenarios más cómicos y ridículos traen a la mente historias recientes de sufrimiento; los lectores son de esta forma aguijoneados por una historia política del horror que transforma cualitativamente la manera en la que interpretamos las palabras y las imágenes28.
El lector se divierte con los disparatados incidentes que se narran en la novela, «hasta que una brusca reorientación de la interpretación revela que el histrionismo se ha transformado en historia»29. McNaughton relaciona el engrudo que Watt prepara semanalmente para su amo, una mezcla imposible de alimentos, bebidas y sustancias diversas, con el Eintopf, o guiso hecho con sobras que las autoridades nazis promovían encarecidamente para que las familias alemanas aprovecharan al máximo los alimentos. El dinero ahorrado se destinaba a los más necesitados. El Eintopf sería el más claro ejemplo de una ideología política focalizada en una receta de cocina, pues simbolizaba una nación unida en torno a una olla común, algo que Beckett pudo observar en Alemania durante su estancia de 1936-1937 y que traslada a su novela, exagerándolo hasta el ridículo, al imaginarse una comida que contenga todo lo que el cuerpo humano pueda necesitar para su sustento.
El particular Eintopf del señor Knott se hace en la misma olla que el protagonista visualiza como ejemplo de ruptura entre el significante y el significado y que provoca en él una grave crisis en su percepción de la realidad. Además, cuando Watt afirma que «esta olla no es una olla» no solo ejemplifica la arbitrariedad del signo30, también está indicando que es algo más que un utensilio de cocina, es un instrumento por el que se perpetúa un sistema económico que relega a gran parte de la población a la pobreza, pues las sobras de la comida del señor Knott sirven para alimentar al perro de los Lynch e indirectamente a la propia familia Lynch:
En Watt, Beckett une de forma satírica la elaboración de esta economía emocional de los alimentos, y la administración de caridad, con la aceptación sin cuestionar por parte del protagonista de un curioso relato de dominación colonial y hambre generalizada31.
Este sería el tipo de interpretaciones que se ocultan en la novela entre los episodios de una trama disparatada.
Watt es una novela incompleta, sin terminar, pero conscientemente diseñada para que quede así. Se trata de un libro al que se le ven las costuras, por así decirlo, que deja entrever sin ningún tipo de disimulo el proceso de composición, las elipsis o saltos en el tiempo, los restos de material descartado, los espacios en blanco que parecen indicar decisiones que acabaron por no resolverse, las rectificaciones sobre lo que se acaba de escribir, las menciones a un manuscrito ilegible y los errores sin corregir32. En la primera biografía de Beckett, Deirdre Bair afirma que, durante su estancia forzosa en Roussillon, el autor llegó a estar profundamente deprimido, lo cual tiene su plasmación en el contenido y en la forma «esquizofrénica» de gran parte de la novela33. James Knowlson, por el contrario, sostiene que, aunque la novela da la impresión de haber sido escrita por alguien en un estado de colapso mental, es un libro muy divertido que muestra un alto grado de control del material por parte del autor34.
Beckett fue desarrollando la novela sobre la marcha a lo largo de seis cuadernos. Algunos de los retales de la historia que no entraron en la composición final «por cansancio o por asco» Beckett los reunió en una sección final titulada «Adenda» que remite al lector a la prehistoria de Watt, pues nos hablan de la existencia del libro en forma de manuscrito durante su composición. Al inicio, la historia no es como la conocemos: el señor Knott se llamaba entonces James Quin, un hombre de unos 60 años, y Watt aparecía con su nombre de pila, Johnny. Los padres de James Quin tuvieron 11 hijos, de ahí que la primera entrada en la adenda sea una referencia al empapador de cama del matrimonio. El padre de James Quin aparece en un retrato en otra entrada de la adenda, donde se especifica que era el segundo cuadro en la habitación de Erskine (aunque en un primer borrador el cuadro estaba en el salón). El pintor del cuadro fue Art Conn O’Connery, al que se menciona en la segunda entrada de la adenda. Este es el tipo de información que se encuentra en la adenda, una información totalmente prescindible a la hora de entender y disfrutar la novela, pero que actúa, no obstante, como una marca de restos fósiles que nos indican que el libro tuvo un pasado35. Algunos episodios iniciales fueron descartados y se reescribieron otros, de forma que Beckett fue gradualmente modificando partes de la historia, perfilando los personajes y añadiendo finalmente la figura de un narrador, Sam. Esta adenda es, evidentemente, un acto consciente por parte del autor, igual que los hiatos en el manuscrito o las referencias a palabras ilegibles. Los 37 fragmentos de la adenda, para complicar más las cosas, no están tomados únicamente de los seis cuadernos originales, sino también de otros cuadernos (como el llamado Whoroscope notebook) en los que Beckett apuntaba anotaciones de sus lecturas. El libro, como puede apreciarse, está plagado de fantasmas de una vida anterior en forma de huellas textuales del pasado. Por este motivo se puede hablar de Watt como un texto abierto, que hace gala de sus distintos grados de apertura o ausencia de un cierre final. Cuando el posmodernismo no se había inventado, Beckett ya estaba demostrando que el texto cerrado no era sino una ilusión.
Los seis cuadernos originales en los que se escribió la novela se hallan en el Harry Ransom Center, perteneciente a la Universidad de Texas, en la ciudad de Austin36. También se conserva allí una copia mecanografiada e incompleta de la novela, distinta del texto final que acabaría publicándose, claro ejemplo de las distintas modificaciones que sufrió el texto. No se conserva el manuscrito definitivo que Beckett entregó a la imprenta, sin duda mecanografiado en París a su regreso de Roussillon. Por ese motivo, y debido a que las tres ediciones publicadas en inglés (Olympia, Grove y Calder) contienen errores, no se puede hablar de una edición definitiva de la novela37.
El narrador habla de cuatro partes del libro al inicio del capítulo IV. Hay que entender esto como el orden en el que Watt le contó la historia a Sam, el narrador, cuando ambos se encontraron en el sanatorio, tiempo después de la estancia del protagonista en la casa del señor Knott. Según el narrador, Watt le contó el capítulo II a Sam al principio, a continuación le contó el capítulo I, después el IV y finalmente el capítulo III. Sam, sin embargo, cuenta la historia a los lectores de una forma más o menos cronológica: en el capítulo I, Watt viaja a la casa del señor Knott y llega a su destino. Un criado, Arsene, se marcha de la casa, pues ya ha cumplido su ciclo, y Erskine pasa a ejercer sus funciones como sirviente en la primera planta. En el capítulo II, Watt trabaja como criado en la planta baja de la residencia del señor Knott. Arthur llega y Erskine se va, al igual que hizo Arsene. En la primera parte del capítulo III, Watt y Sam están internos en una institución psiquiátrica, un episodio que rompe la línea temporal, pues ocurre después de que Watt abandone la casa del señor Knott. En la segunda parte de ese capítulo retomamos el orden cronológico y vemos a Watt, que ha subido en el escalafón, trabajando en la primera planta, como antes estuvo Erskine38. En el capítulo IV, finalmente, Watt sale de la casa del señor Knott camino de la estación. Un nuevo criado, Micks, se incorpora al servicio y entendemos que Arthur cumplirá sus tareas de criado en la primera planta, donde antes estuvo Watt. En este último capítulo, Watt pasa la noche en la estación en espera del tren que lo llevará de vuelta a la ciudad, compra el billete cuando se abre la taquilla por la mañana, pero no se sube al tren. Lo siguiente que sabemos es que acaba en una institución para enfermos mentales donde le cuenta su historia a Sam (episodio que corresponde a la primera parte del capítulo III). Además de la historia principal, centrada en las aventuras y desventuras de Watt en la casa del señor Knott, hay tres grandes digresiones en la novela: la «breve declaración» de Arsene, en el capítulo I; la historia de la familia Lynch y el perro famélico, en el capítulo II, y la historia de Ernest Louit y Thomas Nackybal, en el capítulo III. Esta disposición enrevesada de las secciones del libro hace que Ruby Cohn sentencie: «Tal y como está publicado, Watt [...] es el primer texto de Beckett en el que las dificultades que experimenta el protagonista se reflejan en obstáculos en la lectura del libro»39.
Normalmente se ha interpretado la segunda novela que Beckett publicó en vida como una crítica al cartesianismo. Beckett claramente dota a su protagonista de un intelecto racional tan desarrollado que aplica hasta sus últimas consecuencias el método para averiguar la verdad basado en la duda metódica, aunque para Watt el resultado es la imposibilidad de llegar a ninguna afirmación concluyente sobre nada: «La voluntad de agotar las posibilidades combinatorias de la sintaxis, referencial y verbal, preside la composición»40. ¿Es Watt una sátira antirracionalista? Entre otras cosas, sin duda es así. El vanagloriado poder de la razón, confrontado en esta obra con la concepción del ser humano como un ser confuso y perdido en un universo inexplicable, se revela aquí como una carga inútil, un obstáculo más en la agonía de existir.
Descartes había sido para Beckett, desde sus años de estudiante, uno de sus pensadores de referencia. En la universidad, Beckett había tenido como profesor a Arthur Aston Luce, gran especialista en este filósofo. «Con Descartes, Beckett se podía identificar con el primer investigador moderno del funcionamiento de la mente, así como el iniciador del escepticismo radical»41. Durante su etapa como asistente de conversación en la ENS en París, su interés en el filósofo se acrecentó y es conocido que su primer poema publicado, «Whoroscope» (1930), basado en la vida de Descartes, obtuvo el primer premio de un concurso organizado por la editorial Hours Press de Nancy Cunard sobre el tema del Tiempo. En opinión de Knowlson, sería necesario ser un especialista en Descartes, o haber leído los libros que Beckett había leído sobre el filósofo, para poder entender las oscuras alusiones que hay en el poema42.
Al diseñar su novela, Beckett tenía bien presentes los cuatro preceptos ideados por el filósofo francés en la segunda parte del Discurso del método (1657) para tener una certeza irrefutable ante cualquier problema:
1.No aceptar como verdadera ninguna cosa sin conocer con certeza que así fuera.
2.Dividir cada una de las dificultades en tantas partes como sea posible.
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