Ya nada será igual - Miguel Albero - E-Book

Ya nada será igual E-Book

Miguel Albero

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En Madrid, la crisis de 2009 estalla con la misma fuerza que en todo el mundo, pero para los Montero, una familia acomodada, esa crisis se convierte en drama, al verse involucrado su hijo en la muerte de un indigente. Con el ritmo frenético de esos días en los mercados financieros, Albero traza, en Ya nada será igual, una suerte de thriller urbano que es también el retrato de una sociedad y de una época. Porque, en efecto, Ya nada será igual para la familia Montero, pero tampoco para el resto de nosotros.

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Miguel Albero nació en Madrid ya muy entrado el siglo pasado, llegando inevitablemente tarde a este que avanza inexorable. Ha publicado ya más libros de los que debiera. Tiene en su haber el Premio Gil de Biedma de Poesía, el Premio Vargas Llosa de Novela y el Premio Málaga de ensayo, y con ellos ha conseguido pasar de tener, avergonzado, más libros que lectores a disponer, orgulloso, de más premios que lectores.

 

En Madrid, la crisis de 2009 estalla con la misma fuerza que en todo el mundo, pero para los Montero, una familia acomodada, esa crisis se convierte en drama, al verse involucrado su hijo en la muerte de un indigente. Con el ritmo frenético de esos días en los mercados financieros, Albero traza, en Ya nada será igual, una suerte de thriller urbano que es también el retrato de una sociedad y de una época. Porque, en efecto, ya nada será igual para la familia Montero, pero tampoco para el resto de nosotros.

Ya nada será igual

Ya nada será igual

MIGUEL ALBERO

 

 

Primera edición: mayo de 2023

 

Para Josep Forment, siempre con nosotros

 

Publicado por:

EDITORIAL ALREVÉS, S.L.

C/ València, 241, 4.º

08007 Barcelona

[email protected]

www.alreveseditorial.com

 

© 2023, Miguel Albero

© de la presente edición, 2023, Editorial Alrevés, S. L.

 

ISBN: 978-84-19615-06-0

Código IBIC: FF

Producción del ePub: booqlab

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del «Copyright», la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro, comprendiendo la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

 

 

 

Un jurado compuesto por Luis Alberto de Cuenca, Paloma Sánchez-Garnica, Manuel Pecellín y Juan Manuel de Prada concedió a la obra titulada Ya nada será igual, de Miguel Albero, el vigesimosexto Premio de Novela Ciudad de Badajoz, que fue convocado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Badajoz.

CAMPAÑA DE AUGUSTO CONTRA GALAICOS, CÁNTABROS Y ASTURES

Vuelven Los exploradores. Bajan flotando por el río sus cuerpos mutilados, sin cabeza y con heridas atroces. Ellos ya lo ignoran, pero traen la información que salieron a buscar.

EMILIO GAVILANES,El río

I

Es viernes, 3 de octubre. Un informe revela que el semen del sesenta por ciento de los españoles es de baja calidad. Unos científicos, también españoles y ubicados por fuerza en ese sesenta por ciento o en el cuarenta restante, al menos los varones, han diseñado un chip para estudiar el viento en Marte. Estamos en 2008, y ayer han encontrado otros nueve cadáveres con el tiro de gracia en Tijuana, mientras el jefe de la Policía de Coslada afirma rotundo que nunca ha grabado a ningún político con prostitutas. Pero no debemos inquietarnos, el periódico también anuncia optimista que el día será soleado en Madrid, y ese cielo sin nubes y la luz que despide han sido siempre la mejor tarjeta de presentación de la capital de España.

Pese a los buenos presagios meteorológicos, Javier Montero ha tenido un día de perros. El BCE abre la puerta a una bajada de tipos, pero no tranquiliza a los mercados. Ese era otro titular, el titular, porque Montero trabaja en los mercados, vive de ellos, no solo peligra su bonus anual, también su empleo. Javier Montero tiene cincuenta años, dos hijos adolescentes, una mujer granadina. Estudió Filología Griega, terminó un máster, abandonó las lenguas muertas, abrazó la bolsa, las finanzas y el estrés, cambió sin darse cuenta El País por El Mundo, sigue siendo hincha del Real Madrid. Ya casi no tiene pelo.

La palabra «crisis» se ha instalado invasora en las conversaciones de los madrileños con la fuerza y la velocidad de un virus informático, pero antes de que todo el mundo la usara y repitiera entre sorprendido y aterrado ya era una definición precisa del momento vital de Javier Montero, cansado de sí mismo y de su trabajo aun cuando este no se había convertido en una locura, preocupado por sus hijos, distanciado de su mujer. Y la jornada laboral no solo ha terminado de forma desastrosa para Montero, también lo ha hecho tarde, va a ir directamente a la cena, restaurante de moda, comida asiática de fusión, pareja de matrimonios de vida acomodada. Pero el día no ha pasado en balde, ha dejado su rastro para que nadie se olvide de él, las bolsas han bajado otra vez o, por no abandonar los titulares que lo serán ya esta vez de mañana, el pánico se ha apoderado del parqué, es posible que hayan aparecido en Tijuana más cadáveres con el tiro sin gracia, quizás ha aumentado aunque sea de forma todavía imperceptible el porcentaje de españoles que atesora sin saberlo en sus entrañas semen de mala calidad, como si guardaran en su nevera inconscientes un yogur caducado.

Juan y Julián Montero tienen diecisiete y quince años, el primero termina el colegio este año, es alto, moreno y cejijunto, el segundo atesora los ojos verdes de su madre y despide la mirada atónita de quien no ha perdido aún la capacidad de asombro. Es muy probable que Juan repita curso, lo intuye él perspicaz y también sus padres, pese a que este curso acaba de empezar, sin embargo, todos esperan sin excepción que Julián saque buenas notas, es mucho mejor estudiante, más sereno, tan solo un par de centímetros más bajo.

Al no pasar por casa, Javier Montero no ha visto a sus hijos llegar a esa misma casa, tirar aliviados la mochila al rincón, concederse como terapia de choque una buena dosis de pantalla y una ducha rápida, vestirse también deprisa con la ropa más nueva. La casa de los Montero luce esa mezcla entre lo tradicional y lo muy moderno que los decoradores de interiores denominan tramposos «estilo ecléctico», para darle un nombre sonoro a lo que no tiene ni pies ni cabeza, acéfalo y cojo, esa sería sin duda una definición más exacta. Sí hay algo claro, la tecnología ha ido ganando espacio, casi igualmente invasora que la crisis, y entre ordenadores, televisiones de plasma, iPods y Nintendos, el número de pantallas, esas mismas de las que apenas se despegan los dos adolescentes, ya supera con mucho al de librerías, desde luego al de camas, por supuesto al de piezas que conforman el hogar.

Juan Montero ha quedado con sus amigos para salir, y mientras se ducha el telediario informa cumplidor de la crisis, Javier también oye esa misma palabra «crisis» en la radio cuando conduce camino del restaurante, pero él no se escuda en el chorro de agua caliente para esquivarla, le basta cambiar de emisora para mudar la información ruidosa por la muy relajante música clásica, en el mismo instante en el que Julián, ya aseado y listo, ha decidido no salir para sorpresa de todos, y entonces llama a quien iba a ir a buscarlo para que no lo haga. No puedo ir, se limita a comunicar lacónico a su interlocutor, para así no tener que entrar en el territorio engorroso de las explicaciones.

María Guzmán, madre y esposa de los Montero, ha llegado del ministerio a las tres y media, ventajas del viernes y de su condición de funcionaria, trabaja como documentalista, es rubia, tiene cuarenta y ocho años y muchas más canas de las que quisiera. Ha dormido la siesta, se ha duchado antes que sus hijos, ha intercambiado con ellos dos palabras, qué tal el día, qué vais a hacer hoy, y cada uno le ha contestado expresivo con monosílabos desde su cuarto, sin dejar de mirar un instante su respectiva pantalla.

Los analistas ya hablan de crac, lo comparan con la crisis del 29, lo atribuyen, como siempre precisos a toro pasado y romos cuando el morlaco aún está enfrente, a años de orgía financiera, de trampas para que en el corto plazo todos salieran guapos en la foto. Ahora viene briosa y dispuesta la resaca implacable, nadie intuía que iba a ser tan grande, probablemente porque no quedaba nadie sereno y todos preferían tomarse dipsómanos la última copa, antes de pensar en el mañana inminente y en el muy seguro dolor de cabeza. Va por ustedes. Y aun así, con la que está cayendo, los candidatos a la Casa Blanca preparan encerrados un último debate que puede resultar decisivo, y muchos madrileños preparan sin encerrarse, pero deprisa, las maletas para salir de fin de semana, las carreteras ya han advertido sagaces esa decisión colectiva y están atestadas, la ciudad no puede marcharse con ellos, aunque sin duda lo haría gustosa.

Julián Montero ya dispone de nuevo programa de viernes por la noche, aunque no lo sabe aún, alternará ecléctico él sí de verdad, pantalla televisiva e informática, comerá algo de la cocina o se pedirá una pizza, no va por tanto a ir a la fiesta que organizaba un gordo de su clase. Las razones de su negativa son difusas, ni él mismo sabría verbalizarlas, la que iba a ser su chica ya no lo será, ha tenido esa mañana un incidente tonto en el recreo con un compañero, esta semana su rostro alberga hinchado demasiadas espinillas. Juan se despide de su madre, que está arreglándose casi coqueta para salir, no llegues muy tarde, le pide ella más en tono de súplica que de exigencia, qué, otra vez de cena, ¿no?, contesta él nervioso sin contestar, no me has dicho qué tal el cole hoy, insiste María preocupada. Mañana hablamos, que no llego, ya debe de estar Pincho en la entrada, grita ya saliendo Juan al viento tras lanzar un beso al aire o al mismo viento y mirar después inquieto el reloj, como si en efecto llegara tarde.

Los Montero viven en el Encinar de los Reyes, a las afueras de Madrid, en una urbanización nueva y pequeña, veinte casas, una piscina, dos pistas de pádel, clase algo más que media encantada de su elevada condición. A Juan han venido a buscarlo en moto, en efecto su amigo Pincho estaba puntual en la puerta, y se cruza al salir con dos vecinos que vuelven de trabajar con el nudo de la corbata suelto, el buen tiempo, ajeno a los índices bursátiles, permite a los más pequeños seguir jugando al aire libre. Son las nueve y diez.

Los restos con alas de un avión estrellado en Barajas, las peleas sin freno antes del debate de los presupuestos, la crisis con anestesia de la sanidad madrileña, los animados informativos de noche alternan la crisis de verdad con las otras crisis, la llamada actualidad informativa es así, no opera como los dolores donde uno solo puede opacar abusón el resto si dispone de suficiente entidad, aquí por mucho que el mundo se hunda hay que dar espacio a todas las secciones, sobre todo a los deportes, y nadie se olvida del esperma de los jóvenes españoles, la noticia del esperma cubre hoy el apartado imprescindible reservado a lo gracioso o lo exótico, se casa el hombre más gordo del mundo, han separado con éxito a las siamesas de Bombay, un ingeniero ha inventado en Japón una cortadora de césped con una cuerda y una batidora de cocina. A la televisión la noticia del esperma le gusta menos porque no aporta imágenes de impacto, la boda del más gordo da mucho más juego, pero aun así el telediario cierra con esa información y otra de un concierto de música étnica, para el asunto del esperma el realizador ha creído que bastaba con unas tomas de unos jóvenes en la calle, parece un botellón, alguno puede interpretar que este está en el origen del problema, a más cubatas, peor esperma, o tal vez el responsable es el consumo callejero del combinado, igual si el cubata lo tomas mucho más cómodo en un bar con sofás y música lenta, camarero y panchitos, entonces el esperma mejora como el ánimo, los espermatozoides celebran su buena salud dando saltos de alegría.

Javier Montero se ha ahorrado esas noticias, y escuchando a Bach llega antes de tiempo al restaurante casi relajado, gente guapa y ninguna mesa libre, un par de llamadas al móvil de colegas acojonados por la situación, un gin-tonic de Beefeater en copa balón mientras espera al resto. El restaurante, diseño a granel, camareros latinoamericanos y levísimo ambiente oriental, está situado a la entrada de la Moraleja, a Madrid ya casi no van porque se han puesto muy pesados con los controles de alcoholemia, por dos cubatas de más te quitan el carné para los restos, por mucho que los hayas consumido en un restaurante de moda y la ingesta haya servido terapéutica para mejorar tu debilitado esperma. María llega con Miguel y Sandra y con el segundo gin-tonic, siempre Beefeater, siempre copa balón, han pasado a recogerla porque viven muy cerca. Son las diez menos cinco.

Los amigos de Juan Montero han quedado en casa de otro del grupo, sus padres también han salido, y antes de lanzarse a la noche madrileña practican el botellón domiciliario, y para que resulte lo más parecido posible al callejero se han hecho en un chino con varias botellas de Coca-Cola de dos litros, ron y ginebra, el menú se completa generoso con porros que ya no despacha el oriental, alguno habla de un par de rayitas euforizantes para luego, otro anuncia conocedor que en la fiesta pueden pillar pastillas sin problema. Son cinco, el plato fuerte de la noche es una movida en un garito en el centro, hay una fiesta con una lista de DJ impresionante, no es recomendable ir antes de la una.

La cena en el Tamura transcurre divertida, hasta el lunes no hay bolsa, no hay que preocuparse de lo que pase en Nueva York, los gin-tonics balompédicos han servido para levantar el ánimo, la jornada laboral parece ya lejana. Sandra y Miguel son agradables, amigos de siempre, médicos los dos, han acordado al principio no hablar de la crisis para no resultar aguafiestas, pero Javier ha tenido que exponer didáctico un breve balance de la situación, los hijos, los amigos y los proyectos turísticos del próximo puente han acaparado el resto de la conversación. La que no habla mucho es María, está rara, cansada o triste, apenas abre la boca, termina con ansiedad las copas de vino, no ha comido casi nada.

Sí come Julián y en abundancia, una pizza enorme con mucha cebolla que ha pedido por teléfono será su cena, come sin abandonar un videojuego que lo tiene enganchado, ya casi pasa de la quinta fase. Antes ha chateado un buen rato sin ganas, no ha contestado el teléfono las tres veces que ha sonado, mañana le dirá a su madre que tenía puestos los cascos, y es verdad, los tiene puestos, aunque no por ello ha dejado de oír el teléfono sonar sin respuesta. Son las once y veinte.

A esta hora, la información desaparece de la ciudad escurridiza casi a la vez que se han marchado con prisas quienes se van de fin de semana, quizás se ha ido también ella a su casa de la sierra para descansar de tanta actividad. Porque el viernes, terminado el telediario, ya nadie ofrece más información, en la semana la gente está pegada a ella todo el día, en el metro lee de pie el periódico gratuito, en el taxi o en el coche con derecho a atasco consume tertulias, esta vez sentados, en casa al llegar degusta el telediario con mando a distancia, en la oficina internet con ratón y banda ancha. Así, la información se convierte en parte integrante de la jornada laboral, y como ahora empieza el fin de semana, radios y televisiones la abandonan aliviados para entregarse holgazanes al ocio, cuanto más burdo mejor, como si todos necesitaran un respiro, una pausa reparadora que no exija pensar y nos mantenga de paso entretenidos.

Concluido con éxito el botellón casero, los cinco amigos se han ido al centro en moto, en cuatro motos. Hasta entonces las conversaciones han girado en torno a las chicas, a las que alguno llama «pibas» y otros prefieren mentar por su nombre de pila, al plan de la noche, al fútbol y a los chismes del colegio, nadie habla de la crisis, al menos en ese ámbito el virus no ha entrado aún. Juan va de paquete en la moto de su amigo Manolo, al que todos conocen como Pincho porque llevaba —ya no lo lleva— el pelo cortado al uno. Antes de salir se han metido unas rayitas, Segrelles invita, su padre está forrado y él parece estarlo también, el aire ahora les golpea balsámico en la cara, van a un bar antes de la fiesta para seguir el precalentamiento, allí han quedado con unas amigas del colegio para acudir juntos al evento principal de esa velada sin cirios.

A la salida del Tamura previo abono de la cuenta imposible, Miguel insiste animado en que vayan a su casa a tomar una copa, María mira entonces a Javier para decirle con los ojos que no le apetece, que la respuesta que debe dar a esa invitación es negativa. Pero Javier no la ha mirado en toda la noche y tampoco lo hace ahora, y ya ha contestado entusiasta que sí, se le ha olvidado el mal día, puede que se apunte otra pareja amiga que viene de una cena de trabajo. Son las doce y media.

En la fiesta apenas hay gente cuando llegan, Juan está ya muy pasado, ya lo estaba de hecho al salir de la casa, el trayecto y su brisa lo han reanimado un poco, pero la copa de aproximación en el bareto de al lado ha terminado por hundirlo cual puntilla, no habla casi con las chicas, y eso que entre ellas está la que le gusta. Siempre le ocurre lo mismo, el viernes sale como una moto aun cuando no va de paquete, a ver si el próximo me controlo, se dice luego entre semana, arrepentido, pero llega el viernes y como una moto vuelve a salir, y vuelve a perderse, la ansiedad termina por anular el disfrute. Tres tipos bailan solos en la pista, lo bueno está por llegar en la fiesta, lo bueno y la gente, los tres lanzados ya no necesitan mucho estímulo, bailarían igual si no hubiera DJ, ni siquiera música, uno sonríe oligofrénico a la nada sin parar, casi nadie consume en la barra, la gente se concentra en las pocas butacas y en los alrededores del baño.

Al baño ha ido dos veces María, la otra pareja ha llegado de su cena de trabajo con ganas de hablar, no sabéis lo gilipollas que es el jefe de Paco, el tipo va sobrado, Javier se ha tomado con gusto otra copa más ya sin balón, ahora están hablando ácidos de la boda de la hija de unos amigos, de la borrachera del padre del novio, de la cara de perro de la madre viuda. María se levanta y anuncia rotunda que se va, como si Javier no tuviera que llevarla, yo me retiro que estoy muy cansada, solo unos segundos después ha reaccionado Javier, ha dejado bronco la copa en la mesa para levantarse también, sin ocultar su cabreo, parece que nos vamos, gracias por la copa, chicos, besos, abrazos, despedida.

La fiesta ha terminado al menos para tres de los asistentes, Juan vuelve a ir en la misma moto de paquete, regresan a casa, Pincho enfila rápido hacia la Gran Vía por callejuelas estrechas, hay poco tráfico, en la otra moto José Segrelles va descerebrado haciendo el indio como casi siempre, caballito, derrape, gritos de hooligan. En un semáforo cerca de la red de San Luis las dos motos se detienen, Segrelles gira la cabeza y ve a un indigente que parece estar organizando con cartones lo que será su cama. Espera, tronco, le grita entonces a Pincho con voz de mando, y sin esperar él la respuesta y con el semáforo ya en verde, se baja de la moto, se quita el casco, y se saca de la chupa el móvil para dárselo a Pincho. Pilla, Pincho, fílmame esto, verás qué punto. Pincho cumple borrego con las instrucciones, no apaga el motor de la moto, solo la quita del medio de la calle, Juan asiste, calla y otorga, él es quien sujeta la moto ahora con las piernas, se adelanta con dificultad y agarra el manillar con torpeza, como si estuviera sosteniéndose él y no a la moto. Pasan dos coches de un tiro, como picados, el ruido y la velocidad parecen despertarlo. Vente, Pincho, tronco, acércate que estás muy lejos, le grita Segrelles histérico, hablando como si estuviera aún en el garito, con la música sonando todavía en su cabeza, la música y la coca, la coca y el ron. ¿Qué haces, tío?, le pregunta Pincho descolocado, pero como un autómata obedece siempre borrego y enfoca cuando Segrelles le vuelve a decir gritando ¡ahora!, momento en el que golpea con el casco y con fuerza al indigente como si le despachara un tortazo con la mano abierta. El indigente los ha visto venir, pero no ha interrumpido su tarea, y recibe el impacto inerme con la sorpresa de un muñeco, solo se alcanza a verle el rostro cuando se reincorpora lento y esboza aterrado una mueca de espanto.

Julián lleva tiempo durmiendo, María también, Javier Montero no, él está desvelado, y mira indiferente la televisión sin sonido, tumbado en la misma cama donde su mujer descansa, su hijo Juan se ha quedado sentado en la moto, el rostro sin expresión, un rostro que por su nada se parece y mucho a esa televisión que no habla. Pero no sobre su rostro inexpresivo sino sobre el del indigente, que sí está expresando algo con su mueca que es el pánico más atroz, el casco de Segrelles impacta brutal una segunda vez, ¡déjalo ya!, le grita ahora por fin despierto Pincho, ¡estás loco, joder! Juan no habla, se limita a abrir con esfuerzo un poco más los ojos, el indigente ha caído esta vez a plomo sobre los cartones, el sonido no recoge la previsible amortiguación de estos, no hay indicios de que vaya a incorporarse. ¡Vámonos, tío, vámonos!, grita Pincho ahora muy nervioso, ha dejado ya de grabar y se dirige deprisa a la moto, en todo este tiempo no se ha quitado el casco, mientras Segrelles lanza una carcajada histérica. ¿Has visto?, se dice a sí mismo o a Pincho o a Juan, el cabrón ni se ha movido, ¡qué fuerte, tío, qué fuerte! Recoge su móvil, se pone el casco, ejecuta con maña un caballito de celebración, se oye una sirena que los asusta pero que resulta ser una furgoneta del Sámur y no la Policía, pasa de largo, arrancan por fin.

Javier Montero apaga también por fin el televisor, antes se ha tomado una segunda pastilla para dormir, y para acompañarlo aun sin quererlo, María Guzmán emite dormida un leve ronquido, en cuya aparente dulzura aflautada puede percibirse algo parecido a un lamento. Son las cinco menos cuarto.

II

Javier Montero está sentado en la taza del váter de su cuarto de baño de diseño, el peso de la cabeza gacha sostenido a duras penas por sus dos manos, la mirada extraviada del que ha recibido un golpe y aún no sabe por qué, como si fuera él el indigente y Segrelles le acabara de recetar borracho un bofetón con el casco como mano. Es lunes, 6 de octubre, el año sigue siendo 2008.

Pero el estado de parálisis de Javier no impide que la realidad prosiga terca su curso inexorable, que el Sporting encuentre feliz la sonrisa en Mallorca, que el automóvil aplauda aliviado el plan de rescate del presidente Bush, que un cuarenta y uno por ciento de los alumnos afirme sincero que cambiaría de asiento si supiera que su compañero es gay, que un hombre mate animal en Santurce a su mujer tras atarla de pies y manos.

Sin embargo, es la crisis de nuevo la que acapara las portadas, y al leerlas, a los madrileños se les queda la misma cara de asombro que luce Javier Montero, tampoco ellos entienden qué pasa, tampoco ellos pueden aguantar el peso de su cabeza sin ayuda. Porque la crisis económica, como le sucede a la personal de Montero, está adoptando a toda prisa la mayúscula para alcanzar gloriosa la posteridad, y quiere ella asumir no ya protagonismo sino todo el protagonismo, ser la reina de la fiesta, el blanco de todas las miradas. «Ya nada será igual», ese es el titular redondo perpetrado por un ingenioso periodista, ilustrado por una fotografía en la que un corredor de bolsa, cuyos tirantes además de ser su uniforme son también la metáfora de cuanto precisa, exhibe sin quererlo la misma mirada perdida de Montero, la cabeza apoyada en las manos como Montero. ¿Será que en estos tiempos ya no se basta el tronco para sostenerla?

Ya nada será igual, se está diciendo agorero sin pronunciar esas palabras Javier Montero, pero a él no es tanto el futuro incierto lo que le inquieta sino el presente, el presente intolerable y dolorosamente próximo. El sábado amaneció tarde para todos y terminó peor para algunos, los Montero tenían ese día actividades varias que los mantuvieron ocupados hasta el almuerzo. Julián jugó y ganó un partido de pádel de dobles con un vecino a las diez, María se fue de compras con una amiga al centro, Juan y Javier durmieron tranquilos la mona y la mañana casi entera. Como muchos sábados, en lo que ya constituía una tradición sin pretenderlo, los cuatro se fueron juntos a almorzar, a un restaurante italiano del centro comercial contiguo a su casa, la interna de servicio de otros tiempos había dado paso a una empleada igualmente extranjera con horario de oficina, y en esa mudanza horaria estaba el origen de la tradición, forzada por la necesidad y las muy pocas ganas de María de cocinar para toda la familia.

Un coche bomba mata a siete soldados rusos en Osetia del Sur, fallece un vigilante de seguridad al caerse de un toro mecánico en una nave de Arganda, las prostitutas de la Gran Vía se multiplican, sin que para ello sea preciso que procreen. Y como si estas noticias resultaran pocas para un sábado, un día en el que el ánimo de lector se encuentra más proclive a los suplementos de viajes o a los reportajes de moda, donde la información terrible de lo inmediato se cambia por la más sosegada de lo remoto, Segrelles ha querido contribuir dadivoso mandando por aspersión y por correo electrónico su hazaña de la noche anterior a todos sus contactos, dando muestra con ello de que para su desgracia el arrepentimiento no ha acompañado solidario a la resaca. Y así, cuando los Montero se sientan a comer, dos pastas, una pizza y un pescado al horno para María, el correo ya ha sido rebotado por alguno de sus destinatarios, y la fuerza de la onda expansiva logrará que a las nueve de la noche la aspersión alcance extensiva a toda la comunidad autónoma, de soltera provincia, y el vídeo salga en el telediario de Telemadrid como primicia mundial, por esas virtudes contagiosas de la banda ancha que permiten que ya ningún secreto pueda guardarse cien años, tampoco cinco minutos.

Les advertimos que las imágenes que emitiremos a continuación son de una dureza escalofriante. En ellas verán cómo un joven golpea con frialdad a un indigente mientras otro lo graba. El indigente está ingresado en el Gregorio Marañón, se encuentra en coma y se teme por su vida. De esta forma introduce sugerente el vídeo la presentadora, sugerente ella también, cuellos alzados, polo de marca y un sutil pero mucho más que evidente exceso de maquillaje. Antes el equipo de redacción ha decidido resuelto incluirlo a falta de nada mejor entre los titulares, para que así el telespectador alertado no cambie de canal, y se trague en la espera la muy ajena noticia de los soldados rusos muertos en Osetia del Sur, y la más cercana reproducción de las prostitutas de la Gran Vía. Al parecer, uno de los agresores es hijo de un conocido magistrado. Esta es la ominosa frase final, la que precede al vídeo y también la que va a causar problemas a la periodista y de paso a la cadena.

Y para desgracia de la familia Montero, el vídeo empieza con un primer plano indudable de Juan Montero borracho sentado sobre moto ajena, la mirada en efecto sin expresión, el casco que podía haber protegido su cabeza y esta vez además su intimidad, situado como codera asimétrica en el brazo derecho. La imagen es difusa, no hay mucha luz, Pincho ha debido de girarse torpón con la cámara activada, de ahí el móvil se da media vuelta hacia el lugar donde está el indigente, esa toma es más nítida porque una farola ejerce de foco improvisado, se oye la voz gritona de Segrelles, vente, tronco, acércate, que estás muy lejos. El vídeo dura casi dos minutos, mucho más que un anuncio, un poco menos que un videoclip, algo parecido a lo que antes en televisión llamaban ingeniosos «publirreportaje», como si con él no te estuvieran vendiendo el mismo producto, pero con más literatura.

—¿A qué hora llegaste ayer? —pregunta María a Juan ya en los postres, tiramisú para casi todos y profiteroles para Julián, advirtiendo en su cara algo más que cansancio.

—No muy tarde, no me acuerdo bien, pero cuando nos fuimos de la fiesta ni siquiera estaba aún llena —acierta a decir Juan para justificarse.

—Tarde sería, yo no me dormí hasta las tantas y no te oí llegar —insiste Javier pesado, pensando más en su insomnio que en las andanzas de su hijo.

—¿Vamos a ir a esquiar estas Navidades a los Alpes? —tercia Julián, echando un capotazo a su hermano.

—Ya veremos, como esto siga así me parece que no nos va a dar ni para Navacerrada —cierra el paterfamilias para que se vea que es él quien tiene la última palabra, y en la cara de preocupación se percibe que la crisis ha regresado recurrente a su cabeza.

A las seis, Pincho ha llamado a Juan, ¿has visto?, este Segrelles es un gilipollas, solo se le ocurre mandar el vídeo de lo de ayer. ¿Qué vídeo?, pregunta Juan desconcertado. Joder, tú sí que ibas cocido, lo del mendigo, coño, anda, abre el correo y así te enteras. Y ahí Juan abre veloz el correo sin dejar de hablar con Pincho, y entonces se ve, no se acuerda de nada, a la curiosidad inicial por ver su cara en ese estado le ha seguido el espanto infinito al observar el resto de la filmación, y ya directamente el pánico helado al comprobar la cantidad de destinatarios del correo. En efecto, este Segrelles es un gilipollas, siempre lo ha sido, coincide lapidario con Pincho antes de colgar, luego te llamo.

Y mientras Juan vuelve a ver lo que quiere que no hubiera pasado, Julián y su padre están sentados o más bien tirados en el sofá disfrutando como niños del partido de la Premier que la televisión les ofrece generosa, esto es, del encuentro semanal de la liga inglesa de fútbol, en lo que constituye la última playa de comunicación paternofilial, el último ámbito donde cada uno se olvida del papel que le toca, joder con el Liverpool, este año está que se sale, para mí que el Chelsea no se come ni una rosca después de tantos millones gastados. Para desgracia de María, en la comunicación conyugal no queda ni siquiera una última playa, deben de haber construido allí un hotel con vistas y sin desagües, solo conversaciones mínimas antes de dormir donde el que no la ha iniciado se manifiesta cansado y propone cobarde postergar el asunto para el día siguiente, un día siguiente que pese a lo implacable del calendario no llega nunca. Este sábado apenas han intercambiado unas palabras antes del almuerzo, los dos en el baño del dormitorio, Javier recogiendo el reloj, María peinándose. Te veo rara, Chiqui, ¿te pasa algo?, ha preguntado él utilizando el apelativo reservado a ese espacio de intimidad. Estoy muy cansada, no sé, también me duele la cabeza, confiesa María sin dejar de peinarse. Igual tienes la menopausia, diagnostica él saliendo del cuarto, como si temiera que la cosa se alargase. Ojalá, se dice ella en voz baja a sí misma o al espejo, que no a Javier, que ya ha salido del dormitorio y también de la conversación y está ya en otra parte donde no tiene que responder a preguntas incómodas.

—Oye, Juan, si te parece te paso a buscar a las nueve, tenemos que hablar, hay que desmarcarse de Segrelles, ya verás, el vídeo al final lo va a ver medio Madrid. La llamada insistente de Pincho es la tercera, la primera que contesta Juan, su amigo está muy nervioso, no es para menos, tampoco él sabe muy bien qué van a hacer.

—Vale, vente si quieres a las nueve, pero yo hoy paso de movidas, quiero acostarme pronto, estoy molido —contesta Juan molesto, pues la resaca moral está empezando a sustituir y con fuerza a la física, qué coño hacía él en esa moto ahí, con esa cara de colgado, por qué tiene que verla nadie, por qué tiene que enterarse nadie de sus salidas. Cada vez que llega muy puesto y se levanta tarde sin acordarse de casi nada, es decir, casi todos los sábados y gran parte de los domingos, los primeros minutos de la mañana traicionera los dedica Juan a comprobar que no ha hecho nada irreparable, que sus padres no se han enterado de su estado, y tras confirmarlo aliviado se abandona a una sensación de arrullo familiar, a la serena degustación de las bondades reparadoras del hogar, esas mismas que el viernes por la noche mandaría a la mierda con alegría. Y hoy, esta mañana, ha tenido esa misma sensación, la vuelta a la vida familiar ha sido el almuerzo, con el poder acogedor añadido de la tradición, o al menos de la costumbre, los camareros te conocen, el ambiente lo conoces bien, el menú se repite reconfortante. Pero ahora, después de que Pincho le mandara el correo, la desazón ha sustituido invasora al sosiego, la angustia ha ocupado victoriosa el lugar que acaparaba la estabilidad.

Y así, pese a ser sábado a la noche, ya cobré, y mi dinero yo me lo gané, los Montero, salvo Juan, carecen de plan de ocio, Javier y María han rechazado una invitación a cenar fuera, María esta vez ha impuesto su negativa sin fisuras, a Javier no le ha costado demasiado la renuncia, el cansancio de toda la semana y la tensión han decidido venir de visita de la mano, reclamando como la crisis un protagonismo en este caso justificado. Julián, aún sin haberlo previsto, ha convertido su fin de semana en uno casero, pero hoy no ha sido necesario anular ningún plan, simplemente no lo tenía, bien es verdad que tampoco lo ha buscado. Juan es el único con programa externo, Pincho vuelve a pasar a buscarle a las nueve, está muy nervioso con el asunto del vídeo, en él su cara no se ve pero sí se oye claramente su nombre, el suyo es el único nombre que allí se mienta, por mucho que sea un apodo. Incluso después de haber quedado ha vuelto a llamar a Juan, que esta vez ni siquiera le ha dejado empezar una conversación: estoy liado, a las nueve nos vemos, ¿vale?

Y el nerviosismo será pavor solo unas horas después, ni los Montero ni la familia de Pincho o de Segrelles han visto el telediario, pero sí una audiencia variopinta entre la que no son pocos los que han reconocido a Juan, en Pincho la alusión al hijo de magistrado ha ayudado sin duda a la identificación, el padre de Pincho es juez de la Audiencia Nacional, nada más y nada menos. A Javier Montero lo ha llamado preocupada su hermana, que vive en Pozuelo con su familia y que formaba parte de la variopinta audiencia del telediario. ¿Has visto Telemadrid?, no, ¿qué pasa?, no me cuentes que se hunde la bolsa porque eso ya lo sé. No, es Juan, creo que lo he visto en la tele. ¿Qué dices?, ¿haciendo qué?, ¿no me digas que se ha hecho actor y no nos ha dicho nada? No, en serio, Javier, me parece que la cosa es grave. Así ha empezado una conversación llena de muchas preguntas y acompañada de algunas explicaciones vagas, mucho más imprecisa que la mantenida por Pincho con su padre, que lo ha llamado al móvil tras enterarse por un vecino. Te quiero ver en casa en media hora, le ha soltado sin más, y cuando Pincho ha contestado tartamudo con una cadena agobiada de preguntas nerviosas: ¿por qué?, ¿qué dices?, ¿qué pasa?, su padre se ha limitado a repetir tajante la orden y a colgar, momento en el que a Pincho han comenzado a temblarle desobedientes las piernas.

—Joder, tío, mi padre se ha enterado, me cago en todo.

Juan ha vuelto por tanto mucho antes de lo previsto a su casa, casi acababa de salir, también él ha percibido en el camino un cierto temblor espontáneo en las piernas, pero lo ha combatido firme con una esperanza fundada en el cálculo de probabilidades, la esperanza de que en su caso sus padres no sepan nada, por qué habrían de saberlo, él no conoce aún que el correo de Segrelles es la noticia bomba del telediario del canal de la Comunidad de Madrid. Pero la esperanza ha desaparecido escurridiza cuando ha atravesado la puerta y ha visto a sus padres en el salón, con la cara fúnebre reservada para las grandes tragedias familiares. ¿Qué has hecho Juan?, ¿qué has hecho?, ¿jodernos a todos la vida y de paso jodértela a ti mismo? La agresividad de Javier es casi desconocida para su hijo, su mujer ha intentado contenerlo, pero ha sido en vano, gritos de desesperación, manos alzadas sin destino, paseos frenéticos sin salir del salón, pero no tendremos ahora en casa a un nazi, ¿verdad?, ¿de qué ha servido todo lo que te hemos enseñado?, ¿es que te dedicas ahora a dar palizas a mendigos?

Javier y María no han podido ver el vídeo, pero ya conocen su contenido y eso resulta casi peor, tampoco entienden muy bien la participación de Juan, sí saben que estaba allí, de eso ya no cabe ninguna duda. Juan se ha limitado a repetir defensivo que no se acuerda de nada, había bebido mucho, pero ha añadido contradictorio que él no le ha hecho daño a nadie, y al segundo grito se ha metido en su cuarto, María en el suyo, ella con lágrimas en los ojos, ¿te crees que así se van a arreglar las cosas?, le ha preguntado acusadora a su marido antes de dejarlo solo en el salón. Y ahí se queda Javier Montero, histérico, de pronto se da cuenta de cuanto les viene encima, más allá de la calificación moral de lo ocurrido le importa lo que ocurrirá, lo que va a ocurrirles sin duda y además ya mismo, sin mucho tiempo para reaccionar, y para tranquilizarse intenta un rato pensar en otra cosa, bajar al menos el nivel de adrenalina, una operación que repite a menudo en su trabajo, en esas jornadas donde todo se vuelve loco.

Su técnica es como sigue: sale sin chaqueta de su oficina, se mete urgente en el baño, y allí, sentado sobre el váter, en lugar de hacer uso del retrete o de darle vueltas preocupado a cuanto está pasando, sabedor de que en ese ámbito no va a encontrar las respuestas, busca determinado el sosiego, y se pone a pensar en algo banal e inocuo, en el partido del Madrid del domingo, en la alineación de su equipo en ese partido, en cómo jugó Nadal la final de Wimbledon. Repasa meticuloso y mentalmente las imágenes de las jugadas, el bote alto y liftado de la pelota, mientras afuera rugen los teléfonos gritones y chillan aún más los agentes pegados ellos como sus hijos a una pantalla, sí, el bote muy alto y muy liftado de la pelota en la final de Wimbledon, molesto y difícil, los pantalones de pirata sin garfio, la camiseta de estibador sin mangas, no importa, el caso es desconectar, el detalle es para eso lo importante, fijarse en el detalle, abstraerse de lo esencial. Y una vez desconectado, entonces respira hondo y lejos hasta veinte veces, y vuelve renovado y dispuesto al tajo con gritos, no con más conocimientos para resolver lo que viene, pero sí con mucha más entereza, con la necesaria serenidad para poder tomar decisiones rápidas, porque esa es la clave en su trabajo y tal vez lo sea también ahora mismo y en cualquier situación de crisis, el estado en el que uno está cuando afronta la tormenta, si tiene aún entonces la mentalidad y el sosiego necesarios que en momentos como esos suelen abandonarnos sin avisar.

Julián lleva todo el tiempo que ha durado la bronca agazapado en su cuarto, pero sin perder detalle, Juan ahora está en el suyo, necesita tiempo para pensar, para justificarse, para armarse de una defensa coherente, yo no he hecho nada, se dice entonces y repetirá después a quien quiera oírle, yo no he hecho nada, yo no tengo nada que ver con el gilipollas de Segrelles. Javier, pese a haber puesto en práctica su técnica de desconectar, está empezando ya a lucir esa expresión de desesperación que en dos días será ya directamente derrumbe, la conversación seria y pausada tendrá pese a todo lugar, será ya como a la una de la mañana, María ha llorado mucho, ha ido a hablar primero con su hijo, ahí Juan ha llorado también abrazado a ella para reiterar su cantinela, yo no he hecho nada, yo no he hecho nada.

Y cuando ya estaban todos más serenos, la familia al completo ha visto el vídeo en el ordenador, Javier calla, pero también repite en su cabeza otra frase que en su caso es una pregunta, ¿por qué me está pasando esto a mí?, pero por mucho que busca inquisidor no encuentra ninguna respuesta convincente. Otra interrogación, ¿qué hemos hecho mal?, es la que resuena machacona en el cerebro de María, tampoco ella la ha emitido en voz alta, añadiendo en su caso al destino un inequívoco componente de culpa sin duda de origen cristiano: ¿qué hemos hecho mal?, ¿qué hemos hecho mal? Y así, cada uno con su propia frase repitiéndose terca en la cabeza aturdida han intentado centrarse en el problema, lo importante ahora es estar con Juan y sacarlo de esta, le ha advertido antes de acostarse que no de dormir María a Javier con un tono en donde había bastante de amenaza, y un mucho de no vayas a joderla otra vez, aquí lo importante es nuestro hijo y no tu absurda reputación ni la maldita crisis financiera, y si tú no lo defiendes descuida que ya lo haré yo.

Eso ya ha sucedido a las dos, los dos en el cuarto sin poder dormir, descansa que mañana veremos qué hacemos, le ha pedido ya casi recompuesto o simplemente agotado Javier a Juan. Ahora es muy tarde, mañana a primera hora llamo a Fajardo, le ha anunciado María a su marido como si de pronto tomara ella ya el control de los acontecimientos, María trabaja en el Ministerio del Interior, Fajardo era su jefe y es buen amigo, alto cargo del ministerio ahora, él les aconsejará qué es lo mejor. La cosa se va a complicar con lo de Pincho y su padre, ya verás como salimos en todos los papeles, se ha limitado a constatar cenizo Javier, no por nada le pagan por adivinar los movimientos futuros, y María ha vuelto a pensar en recordarle de nuevo que lo importante ahora es su hijo y no que salgan en muchos o en pocos papeles, y además él no ha hecho nada, hay que sacarlo de esta como sea.

Y es que como sucede casi siempre, la realidad ha decidido acelerarse animada cuando uno menos lo espera, cuando uno está poco o más bien nada preparado para tomar decisiones, y solo aguarda pasivo a que el día transcurra pausado sin sobresaltos antes de afrontar la inacabable semana y sus miserias sin fin. Pero nada de relajarse esta vez, aquí hay sobresalto y de los buenos, este sobresalto no se lo salta ni un gitano con pértiga, esta no es miseria cotidiana sino más bien tragedia griega. Los demás, el mundo en general y Madrid y sus muchos ciudadanos en particular, no han advertido romos aún que en la casa de los Montero la tranquilidad es atributo que va a faltar por un tiempo largo, que es época de grandes emociones, de decisiones y de sobresaltos, sobre todo de sobresaltos. Y por eso la ciudad continúa borrega su ajetreo propio del sábado por la noche, copas, cenas, fiestas, gente hasta tarde en la calle.

Una vida normal, dos padres profesionales, dos hijos adolescentes y estudiantes, un nivel adquisitivo mucho más que aceptable, un país que ha ido mejorando entusiasta también, año tras año. Una postal, en suma, una postal a colores que se rompe, una postal que ahora preside imponente e inexpresiva la cara desencajada de Juan subido en una moto. Porque de la foto familiar de ayer mismo hemos pasado al retrato nocturno del primogénito con psicotrópicos que no se ven, pero se intuyen, pues es él el que en este momento aparece enfocado, el que va a marcar mandón aún a su pesar el calendario, el protagonista, el que va a alterar no solo su vida sino también la de todos quienes lo rodean.

III

Las dos manos enormes de Javier Montero continúan sosteniendo poderosas su cabeza perdida, sigue siendo lunes, el narrativo regreso al fin de semana no ha logrado alterar el presente, y ahora en ese presente la vida le da vueltas a Javier Montero, no la cabeza que sujeta está. Y es además la vida entera, su vida entera, todas las decisiones tomadas y el porqué de cada una de ellas. En este instante está viendo a sus hijos jugando distraídos en la playa aún niños, puede que la visión no sea ya recuerdo de lo vivido sino de la imagen repetida en un vídeo, están los dos, armados de cubos y palas, Juan se divierte, le sobra energía y también ansiedad aún con nueve años, Julián mira coqueto a la cámara, hay algo sereno en esa sonrisa de un niño que acaba de cumplir siete primaveras.

Y sus hijos no están en este presente con cabeza aguantada o apuntalada por las extremidades superiores, ninguno de los dos, el uno tiene un destino cierto pero terrible, el otro ha desaparecido. Y todo en el mismo lunes, un lunes en el que algunos independentistas aragoneses (tal vez eran todos) intentan boicotear un homenaje a la bandera, en el que el PP propone que el Estado avale los depósitos bancarios con otros treinta mil millones de euros, y en el que, recuerden, el Sporting encuentra satisfecho la sonrisa en Mallorca, debe de ser él el único que todavía sonríe, aunque quizás sonrían también otros, porque es asimismo este lunes cuando arranca en Barcelona al fin la gran cumbre de las especies en peligro. ¿Asistirán los interesados?, ¿lo harán con su mejor sonrisa?