You... And me - Tomo 4 - Adams Emilia - E-Book

You... And me - Tomo 4 E-Book

Adams Emilia

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Beschreibung

¿Llegará Zoé a tiempo para salvar a Adrian de las garras de sus captores?

Enfrentados a los fantasmas de su pasado, Adrian, Lea y Roxanne se encuentran en una situación más que delicada: Grégoire Valens y Vanessa, ambos armados con revólveres, los mantienen como rehenes y parecen decididos a acabar con ellos. Adrian solo tiene entonces una obsesión: descubrir la verdad sobre los sobres rojos antes de morir. Mientras las lenguas se sueltan y la verdad sale a la luz, Zoé, loca de preocupación por el hombre que ama, mueve cielo y tierra para encontrarlo…

Con una combinación magistral de giros, suspense y… revelaciones, este cuarto tomo cierra la saga de forma espectacular.

LO QUE OPINA LA CRÍTICA

"Después de un final explosivo, tengo muchas ganas de conocer la continuación" - Just the way you read
"Por mi parte, simplemente me ha encantado. La pluma de la autora es muy ligera y fluida, pasas las páginas sin darte cuenta y al final pasas un momento estupendo." - Un palais de livre

SOBRE LA AUTORA

Madre de tres hijos, Emilia Adams es una gran fan del grupo The Strokes. Soñadora y con un toque de locura, le encanta escribir y disfrutar de la vida con un buen cappuccino o una deliciosa viennoiserie. Después de U.S. Marines, comienza una nueva saga con So Romance: Tú y yo.

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Seitenzahl: 266

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portada

Página de título

Capítulo 1 Goodbye blue sky (Pink Floyd)

Adrian

Miro desesperadamente a mi alrededor buscando una salida de emergencia, pero sé perfectamente que no la ­encontraré. Durante unos segundos, tengo la sensación de estar en una pesadilla, pero los escalofríos que recorren mi cuerpo me devuelven rápidamente a la realidad. Mi corazón late con un ritmo ­desbocado. Estoy atrapado con dos delincuentes que quieren acabar conmigo. No puedo hacer nada. Mi destino está en sus manos y no dudarán en hacerme sufrir. Y seguramente matarme.

No soy el único en peligro. Lea y Roxanne también están atrapadas. Esos dos desgraciados apuntan sus armas hacia ellas. Están aterrorizadas, paralizadas como ratones atrapados en las garras de un felino implacable. Las lágrimas corren sin cesar por sus rostros.

Roxanne empieza a gritar, lo que lleva a Valens a darle una bofetada en plena cara.

—¡Cállate, zorra!

Maldita sea, voy a destrozarlo. No podré mantener la calma. ¡No, es imposible! Quiero escupirle la bilis ácida que se forma en el fondo de mi garganta en su asquerosa cara de basura. ¡Que arda en el infierno!

—¿Qué hacemos ahora, papá? —pregunta Vanessa a Valens.

¿Papá? ¿Pero qué demonios? Valens es su padre. Así que ese era el vínculo que los unía. Esta loca me ha tendido una trampa. ¿Pero por qué? Todavía no entiendo nada.

—Nos los llevamos a todos al lugar que ya sabes.

¿A dónde me van a llevar?

¡Piensa en algo, Adrian! ¡Tu vida está en peligro!

¡Mi teléfono! Tengo que alertar a Zoé. Debo actuar rápido. Es el momento. Vanessa se acerca a su padre y le susurra algo que no alcanzo a oír.

Retrocedo hasta mi escritorio y desbloqueo mi teléfono con el pulgar sin quitarles los ojos de encima. Siguen ­cuchicheando, pero no importa lo que estén diciendo, Zoé tiene que entender que estoy en peligro. Así que, disimuladamente, echo un vistazo a mi teléfono y pulso sobre la llamada perdida de Zoé. Ha intentado contactarme. Está preocupada. Es cierto que ya debería haber llegado a su estudio de danza.

Lo guardo rápidamente en el bolsillo de mi chaqueta de cuero y hago como si nada.

—¡Deja de moverte! —grita Vanessa a Lea, fulminándola con la mirada.

Vanessa le tapa la boca con la mano y levanta su arma frente a mí. La miro fijamente con desprecio, sin pestañear, mostrándole la furia que me consume. No ganará esta partida. No, esto no puede terminar así. Encontraré la manera de salir de esta mierda. Tengo que pensar, pero no tengo nada con qué ­defenderme, salvo un miserable cortaplumas en el bolsillo de mi chaqueta.

Aprieto la mandíbula y los puños, y luego giro la cabeza hacia ese desgraciado de Valens. Suelta una carcajada atronadora y luego me mira fríamente, jadeando de rabia.

—Acabemos con ellos de una vez —dice con una voz grave y áspera.

¿Qué van a hacer con nosotros? Tengo que entender por qué actúan así. No quiero morir sin saber por qué nos odian tanto. ¡Maldita sea! ¡No! No voy a morir. Encontraré una solución.

Zoé… mi amor. Tu hermoso rostro invade de repente mi mente. Ojalá todo esto fuera una mala broma. ¿Voy a volver a verte? Quiero que estés aquí conmigo y que me envuelvas en tus brazos. Quiero sentir tus besos con sabor a cerezas, mi gel de ducha impregnado en tu piel suave y aterciopelada. Quiero que me susurres “te quiero” al oído y que me hagas estremecer con tus caricias atrevidas. Quiero que me embriagues con tu dulzura, con tu locura y con tu alegría de vivir. Quiero que me digas que esto es solo una pesadilla, que todo esto es fruto de mi imaginación. Tengo tantas cosas aún por compartir contigo. También quiero que seas la mujer de mi vida. Esta noche ya no estoy enfadado con la palabra matrimonio. Debo estar loco. No, estoy loco por ti. Eres la persona que más amo en este mundo. ¿Cómo vas a superar todo esto si muero? ¡No, no, no y no! Mi destino no está en las tinieblas esta noche. La muerte no me llevará hoy. Nunca he hecho nada malo. No soy una serpiente venenosa como él.

Vamos, piensa un poco, Adrian.

—¿Cuál es el problema? ¿Qué quieres de nosotros? —grito fulminándolo con la mirada—. ¿Cómo has conseguido manipular esas fotos? Nunca he hecho esas cosas. No soy una basura como tú.

Siento como si tuviera lava fluyendo por mi garganta.

—Yo no he manipulado esas fotos. Y ahora, vas a pagar por el daño que has hecho.

¿De qué está hablando? Este hombre bebe o se droga, no puede ser otra cosa. Nunca me acosté con la hermana de Roxanne, y fue él quien me hizo daño acostándose con la mujer con la que iba a casarme. ¡Y yo soy el que queda como el malo! Esto es el mundo al revés. Realmente voy a empezar a creer que soy víctima de una broma. ¿Soy como ese pobre Truman Burbank que interpreta Jim Carrey en la película “The Truman Show”, atrapado en un reality show sin saberlo? ¡Maldita sea! Me encantaría que alguien dijera que corten la escena o que alguien me susurre al oído que mate al psicópata y a la ­traidora que están frente a mí. Ah, si tan solo… Pero sé que no estoy soñando. Todo es real. Valens y su hija van a matarme por razones que no entiendo.

Grito:

—Olvidas que fuiste tú quien arruinó mi vida. Quiero que me digas por qué te haces pasar por una víctima.

Me río amargamente mientras paso una mano por mi cabello. Tiro de mis mechones, con el rostro ardiendo de rabia.

—Destruiste la vida de mi mujer y de mi hijo. Ahora lo vas a pagar.

Lo miro incrédulo, señalándome el pecho con el dedo.

—¿Yo destruí la vida de tu mujer y tu hijo? ¿Y en qué momento? Ni siquiera los conozco.

—No, es cierto. Nunca les dirigiste la palabra y nunca los conocerás porque se quitaron la vida por tu culpa.

Mira severamente a Roxanne.

—Y también fue por tu culpa, pequeña zorra.

¡Está loco! Sí, este hombre está loco.

—Te estás burlando de mí. Dime que esto es una broma —grito levantando una mano al aire.

Vanessa se acerca a mí y me pone su pistola en la sien, con una chispa belicosa en sus ojos. Trago saliva con dificultad y rezo mentalmente para que no apriete el gatillo.

—¿Una broma? —repite ella—. ¿No recuerdas lo que pasó hace diez años, justo hoy?

La miro frunciendo el ceño.

—¿Qué se supone que debo recordar? En esa época estaba en el instituto. No nos conocíamos.

—No, pero tus estupideces llevaron a mi hermano y a mi madre al suicidio.

¿Mis estupideces? Sí, he hecho tonterías, como destrozar monumentos en lugares públicos, quemar motos o jugar a llamar al timbre y salir corriendo, pero de ahí a provocar la muerte de dos personas… ¡Es absurdo! Apenas estaba ­aprendiendo a conducir en ese momento y, que yo sepa, nunca atropellé a nadie. ¿Debería llamar a Seb para que me refresque la memoria? Si pudiera decirle que estoy en peligro…

—La mayor estupidez que cometí fue acostarme contigo hace unos meses.

Ella aprieta los dientes y luego me escupe en la cara. Mis párpados se cierran instintivamente. Los abro de nuevo mientras limpio su asquerosa saliva de mi rostro.

—Me das asco, pedazo de basura.

Mi corazón se acelera cuando presiona la pistola con fuerza contra mi sien.

—Cálmate, Vanessa —exclama Valens—. Aún no es su hora. Merece sufrir antes de que lo reduzcamos a cenizas.

Retrocede hasta la puerta, pasando un brazo alrededor de la cintura de Roxanne. Ella solloza, con las lágrimas cegándole la vista.

—Está bien… puedes venir —dice girando la cabeza hacia la entrada.

El silencio que se instala no hace más que amplificar el pánico que me invade. Un hombre aparece frente a mí. Me resulta familiar. Tengo la sensación de haberlo visto antes, pero tal vez mi imaginación me está jugando una mala pasada. Alto, corpulento, con el cabello castaño recogido en una coleta, un bigote fino, la piel muy pálida que resalta sus ojos oscuros como la noche. Tiene una cicatriz en la mejilla y viste un traje azul oscuro con rayas verticales blancas y zapatos negros lustrados. Parece un maldito mafioso.

—Átale las manos —le ordena Valens.

Vanessa se aparta para dejar pasar a este hombre, que me mira con ojos ardientes de una furia salvaje. Estoy perdido. Valens y Lea apuntan sus armas hacia mí. No tengo más remedio que someterme a sus órdenes. Ahora debo admitir que esto pinta muy mal. Me van a matar. Y no volveré a ver a mi tigresa.

Adiós cielo azul y hola tinieblas.

Capítulo 2 Too late (Black Sabbath)

Zoé15 minutos antes.

Miro constantemente mi reloj. Adrian ya debería estar aquí. Me ha dado tiempo a ducharme, vestirme y revisar los mensajes que mi madre me envió mientras daba clases de danza a mis alumnas. Hemos planeado pasar unos días en Saint-Raphaël dentro de un mes y quería saber la fecha exacta de nuestra visita. Lo hablé anoche con Adrian y acordamos ir la última semana de abril. Estoy deseando verlos. No los he visto desde Navidad. Y también me gustaría volver a ver a Jamie. A veces nos enviamos mensajes, pero son breves. La última vez que supe de él, me contó que su exmujer había sido ingresada en un hospital psiquiátrico.

Rebusco en mi bolso y saco mi teléfono. Mientras llamo a Adrian, paso junto a Alicia y Seb, que están besándose en medio de la pista de baile. Echo un vistazo a través del gran ventanal mientras levanto la cortina negra, pero no veo su coche. Y, por supuesto, tampoco responde a mi llamada. No es propio de él llegar tarde.

Suspiro, molesta, mientras corro hacia los dos tortolitos.

—No consigo localizarlo —digo completamente ­desesperada.

Seb suelta a Alicia de sus largos brazos y se acerca a mí. Pone sus manos sobre mis hombros y me ofrece una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes. No debe de tardar. No había ningún cliente cuando salí del estudio y él iba a cerrar.

Vale, debería intentar relajarme. Después de todo, solo lleva diez minutos de retraso. Voy a esperarlo pacientemente intentando calmarme. Seguro que llega en dos minutos. Quizás haya ido a algún sitio antes de venir aquí. Pero ¿para qué? Me va a volver loca.

Me siento detrás del escritorio. Para pasar el tiempo, echo un vistazo a los papeles de inscripción para la gala que tendrá lugar a principios de junio. El estudio de danza tiene un centenar de alumnas y me alegra ver que todas estarán presentes ese día. Desde enero, hemos estado trabajando duro en nuestras coreografías. Este espectáculo va a ser grandioso. Tendrá como tema “El rock de los años 50 hasta hoy”.

Los minutos pasan lentamente y sigo igual de ­preocupada. Alicia se inspecciona de arriba abajo. Ha optado por un bonito vestido rojo que le llega hasta los tobillos, adornado con perlas y encajes. Está preciosa. Lleva unos zapatos de tacón a juego. Su cabello está recogido en un moño alto decorado con pedrería. Un collar plateado que le ciñe el cuello y unos pendientes colgantes del mismo color completan su atuendo.

—¿Todavía no tienes noticias de Adrian? —me pregunta mientras coge su bolso del escritorio.

—No. No me ha llamado.

Son más de las siete y sé que Alicia no tiene mucho tiempo. Si esto sigue así, tendré que quedarme sola aquí.

—Voy a dar una vuelta fuera —dice Seb antes de besar la mejilla de mi hermana—. Tal vez esté en el aparcamiento fumando un cigarro.

Asiento con la cabeza y me levanto. Mis manos empiezan a temblar como una hoja cuando cojo mi teléfono. Nada. Pero, por Dios, ¿qué está haciendo?

—Estoy segura de que va a volver con una bonita sorpresa para ti —me dice Alicia mientras abre un pintalabios rosa pálido.

Ojalá tuviera razón…

Se pinta los labios y luego se contempla en el espejo que está colgado en la pared detrás de ella.

—Puedes irte —digo poniéndome mi chaqueta de cuero negra—. No quiero que llegues tarde por nuestra culpa. Os alcanzaremos luego.

—Todavía tengo algo de tiempo. Y además… no voy a dejar a mi hermanita sola. Adrian no estaría contento.

Tiene razón. Nos ha repetido muchas veces que cerremos la puerta con llave y que lo llamemos si alguien intenta entrar en el estudio. Alicia solía bromear con él diciéndole que me sobreprotegía demasiado, pero no sabe lo que nos pasó hace unos meses. Adrian prefirió que mantuviéramos esa historia en secreto. Quiere proteger a sus seres queridos. Es cierto que no sabemos de lo que Valens puede ser capaz. Tiene un arma y podría usarla.

Alicia se acerca a mí, sonriente, y me abraza. Huele divinamente, un aroma floral.

—Vamos… ven, salgamos. Tal vez ya esté aquí.

Me suelto de su abrazo. Suspiro, pero no lo nota porque sale corriendo como una gacela hacia la entrada.

Una brisa agradable acaricia mi rostro cuando pongo un pie fuera. Como me temía, no hay ningún coche en el aparcamiento, salvo el Audi de Seb. Tengo un nudo en el estómago. No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento. Siempre me cuenta todo. Habría sabido si tenía que ir a algún sitio antes de venir a buscarme.

Seb se dirige rápidamente hacia nosotras con grandes zancadas.

—He llamado al estudio, pero no debe de estar allí porque no responde. Creo que llegará en unos minutos.

Doy unos pasos por el aparcamiento. Necesito moverme. No puedo esperar sin hacer nada.

Mientras camino, dejo que mi mirada vague por la pantalla de mi teléfono. Espero que no haya tenido un accidente de coche o que Lea no haya vuelto a pedirle ayuda. Aunque intento apartarla de mi mente, no puedo evitar pensar que volverá tarde o temprano. Toda esta historia me está consumiendo. No consigo dejarla atrás. Sin embargo, me prometí olvidarlo todo. Pero es más fuerte que yo, pienso en ello con frecuencia y sé que no estamos a salvo de una nueva amenaza. Por supuesto, nunca hablo de esto con Adrian. Sé que podría intentar encontrarlos y no quiero que se ponga en peligro.

Exhalo lentamente para calmar los latidos de mi corazón. Estoy impaciente. El tiempo pasa y, si esto sigue así, no podremos asistir al espectáculo de mi hermana. Sé que no estaba muy entusiasmado con ir, pero me prometió que vendría. No es de los que cancelan en el último momento. Y sabe que no debe jugar con eso conmigo, porque podría sacar las garras.

Mi teléfono empieza a sonar justo cuando regreso sobre mis pasos. ¡Adrian! ¡Uf! ¡Por fin!

Más fuerte que yo, grito:

—¡Ya te vale, Adrian! ¿Por qué no contestabas?

Silencio. ¿Se está burlando de mí o qué?

—¿Adrian? ¿Estás bien?

Nada. ¿Qué está haciendo? La angustia me invade de nuevo.

—Me estás asustando. Dime dónde estás.

Ruidos sordos llegan a mi oído. Me suenan a tacones golpeando el suelo.

—¿Adrian? ¿Me oyes? ¿Estás de camino?

Acabo de llegar frente a mi hermana y Seb, que me miran extrañados. No oigo nada. Aparto el teléfono de mi oído para explicarles la situación:

—Es Adrian, pero no lo oigo.

—No te pongas nerviosa —dice Seb—. Tal vez la señal no sea buena.

Seguramente tiene razón, pero no podré calmarme hasta que escuche su voz.

Insisto:

—¿Adrian? ¿Sigues ahí?

Más ruidos de tacones. ¿Pero con quién está?

—¿Estás con alguien? Llámame. Debe de haber un problema con la señal.

Otro silencio. Maldita sea, qué frustrante.

—Bueno… escucha, te llamo ahora mismo.

A punto de colgar, me detengo cuando un ruido ensordecedor irrumpe. La línea chisporrotea como si fuera a cortarse y, de repente, escucho:

—Vas a morir. ¡Muévete y sube al coche!

El tono lúgubre de esa voz me hace dar un respingo. Suelto un grito de sorpresa y me tapo la boca con una mano, completamente atónita. ¡Valens! Tiene que ser él.

—Ha llegado tu hora. Vas a pagar por todo lo que has hecho.

Mi respiración se detiene por un instante. ¿Qué le está haciendo a mi chico malo?

Me quedo paralizada, con el teléfono aún pegado a mi oído, mirando a Seb y Alicia con una expresión de angustia.

—¿Qué pasa? —pregunta Alicia, preocupada.

Mis manos tiemblan y mi estómago se retuerce. Pero finalmente, consigo articular después de unos segundos:

—Adrian está en peligro. Valens quiere matarlo.

Las lágrimas empiezan a correr torrencialmente por mis mejillas. Ha vuelto y me temo que ya es demasiado tarde. Tengo que salvarlo. Pero ¿cómo voy a encontrarlo?

Capítulo 3 Andy BB Brunes

VanessaHace 10 años.

Cuando sea mayor, seré pastelera. Me encanta hacer pasteles. Es mamá quien me transmitió su pasión. Los hacemos juntas cada fin de semana. Grandes, pequeños, de chocolate, de frutas, cubiertos de nata montada o de fondant. Podría pasarme horas y horas en la cocina, y debo admitir que tengo debilidad por lamer los restos de los cuencos. Mmm… qué rica está la crema pastelera de vainilla o de chocolate… Pero lo que más me gusta es la receta de la nata montada de mamá. Es la mejor de todas, y solo yo conozco su pequeño secreto para que quede bien firme y deliciosa.

Mamá es súper cariñosa. Pasa todo su tiempo libre conmigo cuando no está trabajando. Trabaja en una guardería cuidando niños. Me recoge todos los días a la salida del colegio, pero sé que dentro de unos meses ya no podrá hacerlo. Tendré que coger el autobús para ir al instituto. Odio las clases, pero intento sacar buenas notas porque no me gusta cuando mamá se enfada. Me ha dicho que tengo que estudiar mucho si quiero ser pastelera, así que hago todo lo que puedo.

Hoy nos hemos levantado temprano para hacer un pastel para mi hermano Andy. Tiene 19 años y es un pesado. No para de molestarme. Dice que no soy guapa. Pero yo me encuentro bonita. Tengo el pelo largo y rubio, unos ojos azules preciosos, y Grégoire siempre dice que tengo una cara de ángel. Grégoire es mi padrastro. Me cae bien. Es director de una agencia ­inmobiliaria.

Mi papá murió cuando yo tenía un año. Tenía una ­enfermedad incurable. Un cáncer, creo. Pero nunca le pregunto a mamá porque se pone triste cuando hablamos de él. Ahora es feliz con Grégoire. Lo quiere mucho. Siempre se están dando besos, y cuando lo hacen, tengo que cerrar los ojos. Es asqueroso. Sobre todo cuando mete su lengua en su boca. ¿Por qué hacen eso? Yo nunca he besado a un chico y no quiero a Grégoire en mi vida. Me gusta jugar con mis amigas. Es mucho más divertido. Cantamos, bailamos y hacemos sketches juntas. Es mucho mejor que limpiar la boca de un chico y descubrir lo que ha comido durante el día.

Volviendo al tema, hoy es el cumpleaños de mi hermano. Espero que le guste el bonito pastel que hemos hecho para él. Pero últimamente está de mal humor. Ya no saca buenas notas desde que su novia Roxanne lo dejó. Antes le iba muy bien en el colegio. Pero no, todo ha ido mal desde que Roxanne cometió una tontería. ¡Una gran tontería! Besó a otro chico y Andy lloró, lloró y lloró durante varios días. Intenté consolarlo, pero me apartó. Quería estar solo. Bueno, no se lo reprocho. Sé que volverá a molestarme en unos días y estoy segura de que ­encontrará otra Roxanne. Una más amable y que lo quiera de verdad. Después de todo, solo tiene 19 años. Tiene tiempo para casarse.

Mamá coloca el pastel en la mesa del comedor y lo fotografía. Es precioso. Es un pastel de varios pisos cubierto de fondant blanco y negro. Está decorado con notas musicales. Andy es músico. Toca la guitarra desde que tenía ocho años.

—Debería llegar pronto —dice mientras consulta su reloj—. Espero que le guste.

Esboza una sonrisa y luego me toma una foto.

—Estás muy guapa. Ese vestido te queda de maravilla.

Me sonrojo. Fue Grégoire quien lo eligió. Me hace regalos a menudo. Es negro, decorado con encajes, y me llega por debajo de las rodillas. Tiene buen gusto. Es precioso. Lo guardaré siempre, incluso cuando me quede pequeño.

—Gracias, mamá.

Me abraza y me besa en la mejilla. Me gusta estar en sus brazos. Además, huele divinamente a vainilla y pastel.

—Voy a cambiarme —dice soltándome.

Se inspecciona de arriba abajo con una mueca. Su camiseta negra está llena de harina y su pantalón rosa tiene manchas de chocolate.

Su teléfono empieza a sonar cuando se dirige hacia las ­escaleras. Da media vuelta y contesta la llamada.

—¿Hola? —dice mientras sube los escalones.

Su voz se convierte en un murmullo cuando cierra la puerta tras de sí.

Entro en mi habitación. Mamá me dijo esta mañana que la ordenara. No le gusta el desorden. Siempre regaña a Andy porque lo deja todo tirado. Y tiene razón, lo admito. Hace poco entré a escondidas en su habitación. Tuve que taparme la nariz porque olía fatal. Su cama estaba sin hacer y había ropa tirada por todas partes. ¡Y ni hablemos del suelo, que estaba ­asqueroso! Mi hermano ha cambiado mucho desde que Roxanne lo dejó. Antes su habitación estaba limpia y pasaba mucho tiempo estudiando. Desde hace un mes, falta a clase y mamá lo regaña todos los días.

Estoy a punto de ordenar mi escritorio cuando me sobresalto al oír a mamá gritar. Salgo corriendo de mi habitación con el corazón latiendo a mil por hora. Está golpeando la puerta del baño con el puño, lágrimas corren por sus mejillas. Me da miedo. ¿Qué está pasando? ¿Por qué está llorando?

—¿Mamá? —digo con una voz casi apagada.

No me ha oído. Grita el nombre de mi hermano y vuelve a golpear la puerta. Un grito se escapa de mi boca. Estoy aterrorizada, paralizada. Andy debe tener problemas, de lo contrario mamá no reaccionaría así.

—¿Mamá? —insisto, acercándome lentamente a ella—. ¿Qué pasa?

Levanta la mirada hacia mí, con los labios temblorosos.

—Oh, cariño… Tenemos que irnos de aquí. Tenemos que encontrar a Andy.

La miro frunciendo el ceño. Quiero que me diga más. ¿Por qué está así?

—¿Qué le pasa a Andy?

Se suena la nariz con el brazo. Qué asco.

—Él está…

No termina la frase porque un ruido se escucha abajo.

—Cariño, ¿estás aquí?

Es Grégoire.

Sube las escaleras a toda velocidad y se lanza hacia ella. Tiene los ojos rojos. Él también ha llorado.

—No quiero creerlo —solloza mamá en sus brazos.

Grégoire le acaricia la espalda y besa su cabello. Se instala un silencio. Solo los llantos resuenan en el pasillo. Yo también empiezo a llorar, aunque no sé qué está pasando. Todo mi cuerpo tiembla y, de repente, mi respiración se corta cuando Grégoire susurra:

—Es una pesadilla, cariño. Vamos a despertar y la policía nos dirá que se han equivocado. Andy no está muerto. No se ha tirado de un puente.

“Andy no está muerto”. ¡Oh, no! Esto no es un sueño, es la realidad. Por eso mamá llora. ¡Mi hermano está muerto! ¡No! Yo tampoco quiero creerlo. Mi hermano está vivo. ¿Por qué se habría tirado de un puente?

Capítulo 4 Le grand secret (Indochine ft. Melissa Auf Der Maur)

Zoé

—¿Valens? —pregunta Alicia frunciendo el ceño.

Un escalofrío me recorre. Asiento con la cabeza. Soy incapaz de pronunciar una palabra. Tengo ganas de vomitar.

—¿Pero por qué? ¿Qué has oído?

Coloca sus manos sobre mis hombros y me mira directamente a los ojos. No consigo calmarme. Las lágrimas resbalan por mis mejillas y caen hasta mi cuello. Estoy aterrada.

—Tienes que contarnos, Zoé. Necesitamos saber qué está pasando.

¡Inspira! ¡Espira! Vamos, ánimo, Zoé. Tienes que revelar este gran secreto ahora, o nunca podrás salvar a Adrian.

—Hemos tenido algunos problemas —empiezo a decir mientras me limpio la cara con la palma de la mano—. Pero os lo explicaré en el coche. Tenemos que encontrarlo cuanto antes.

—De acuerdo, de acuerdo —dice Seb—. Vamos al estudio.

Salimos corriendo hacia el coche. Me acomodo en el asiento trasero mientras Alicia se sienta en el lado del copiloto. Seb sale del aparcamiento a toda velocidad. Es hora de contarles la verdad. Ni siquiera sé por dónde empezar, y tengo un nudo en el estómago que no sé si me permitirá hablar con claridad. Y… ¿qué pensarán de todo esto? Adrian nunca quiso que les contáramos esta historia porque siempre quiso protegerlos, pero ahora no tengo otra opción. Todo esto debe terminar, pero mi misión principal es encontrar a mi chico malo. Espero que todavía esté en el estudio de fotografía. Y si no está, llamaré a la policía.

Alicia gira la cabeza hacia mí y me observa, esperando una explicación.

—Espera un segundo —le susurro, llevándome un dedo a los labios para que entienda que guarde silencio.

Echo un vistazo a mi teléfono y me doy cuenta de que Adrian no ha colgado. Pongo el altavoz para intentar entender qué está pasando al otro lado de la línea. Desafortunadamente, no oigo nada, solo unos ruidos sordos.

Abro el bolso y meto el teléfono dentro. Inspiro y exhalo lentamente para intentar calmar los latidos de mi corazón, aunque sé que no servirá de nada.

Me lanzo a un monólogo frío y lúgubre:

—Esta historia comenzó el día de la fiesta de Halloween en la crepería de Guillaume. En un momento dado, fui al baño y vi a una mujer disfrazada de novia ensangrentada. Me dijo que tuviera cuidado con Adrian y lo insultó llamándolo cabrón. Quise hacerla callar, pero lo dejé pasar pensando que era una venganza de una de sus ex. Así que no le conté nada a Adrian. Intenté olvidarlo, hasta el día en que encontré un sobre rojo con una nota extraña y una foto realmente horrible.

Esa foto vuelve a aparecer ante mis ojos. Tengo ganas de vomitar.

—¿Y entonces? ¿Qué decía esa nota? ¿Y qué mostraba esa foto? —se impacienta mi hermana.

Trago saliva antes de continuar hablando:

—La nota decía que debía tener cuidado y que Adrian era un cabrón, que debía pensar en dejarlo antes de que me hiciera daño.

—¿Qué? —exclama Seb mirándome a través del ­retrovisor—. ¿Es una broma? ¿Tener cuidado con Adrian?

Suelta una risa amarga mientras niega con la cabeza y se detiene en un semáforo en rojo.

—Esto es una tontería. ¿Quién era esa mujer?

Me encojo de hombros.

—No lo sé, pero sospecho de Vanessa.

Vuelve a arrancar mientras responde:

—¿Vanessa? ¿Esa zorra que conoció en un pub y que lo dejó tirado varias veces en la calle?

Frunzo el ceño. No estoy al tanto de lo que pasó entre ella y mi chico. Adrian es bastante reservado sobre sus relaciones anteriores.

—Sí, creo que tiene algo que ver con todo esto.

Abro mi bolso con la mano temblorosa. Adrian sigue en línea, pero todo está en completo silencio. Tengo ganas de gritar para que me lo devuelvan sano y salvo.

No, Zoé, tienes que controlarte. No puedes dejar que Valens te escuche.

Cierro el bolso de nuevo y retomo la conversación:

—Eso no es todo. También encontré una foto en ese sobre donde se veían a dos personas desnudas. La chica tenía una marca de estrangulamiento en el cuello.

Alicia suelta un grito de horror mientras se tapa la boca con la mano.

—¿Por qué recibiste eso?

—No lo sé, pero el hombre de esa foto es Adrian. Sin embargo, sé que no fue él quien hizo eso, y él mismo no sabe cómo pudo terminar en esa situación.

Las lágrimas amenazan con volver. Cierro los ojos para contener mi tristeza.

—Tengo que deciros algo más.

Debo ser rápida. Seb gira a la izquierda. Estamos casi en el estudio.

—¿Qué cosa? —pregunta Alicia, preocupada.

Se pone pálida.

—Bueno… ¿recordáis el día que visteis a Valens y a Lea en el estudio?

—Sí, lo recuerdo. Adrian parecía desconcertado y un poco enfadado con Lea.

—Qué bruja, esa —exclama Seb—. No sé qué trama con ese imbécil, pero empiezan a molestarme.

Tiene razón. Y creo que los detestará aún más cuando le cuente el final de esta historia. Pero ahora no tengo tiempo. Debo salir del coche. Acaba de aparcar frente al estudio. Lo que me inquieta es que la puerta de entrada está completamente abierta. ¡Decidme que todavía está ahí!

Estoy a punto de salir del coche, pero Seb me lo impide bloqueando las puertas.

—¡Os quedáis aquí! No quiero que os pase nada. ¿De acuerdo?

Niego con la cabeza. No me quedaré en este coche sin hacer nada.

—No… voy contigo.

—Te quedas aquí —vocifera.

Me sobresalto. Es la primera vez que veo a Seb tan furioso. Está rojo de ira. Sus ojos se han oscurecido como las tinieblas. Pero aunque me asuste, no le haré caso. Si es necesario, romperé la ventana.

—Voy primero —dice.

Alicia se desabrocha el cinturón y le pone una mano en el hombro.

—Pero…

—Todo saldrá bien, cariño. Seré cuidadoso.

La besa en la frente antes de desbloquear las puertas y salir.

—Yo también voy —digo, lista para abrir la puerta.

Alicia se inclina hacia atrás y me agarra la muñeca.

—No, quédate conmigo. No quiero estar sola en este coche. Por favor…

Me pone los ojos del Gato con Botas de Shrek, pero por una vez, no me hace gracia.

—Seb no volverá solo. Adrian estará con él.

Aparto su mano de mi muñeca. No tengo ese presentimiento.

—Tengo que ir, Alicia. Tengo miedo de que le haya pasado algo.

—¿Puedes decirme qué pasó el día que Valens y Lea vinieron al estudio de fotografía?

Suspiro cerrando los ojos y luego le confieso:

—Lea vino a pedirle ayuda a Adrian, pero Valens la encontró y los amenazó con una pistola.

Alicia grita tan fuerte que casi me revienta los tímpanos.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—Porque quería protegeros.

—La policía podría haberlo arrestado. No se puede dejar a esa clase de basura suelta.

Paniqué, mira a su alrededor como si buscara algo.

—Lo sé, Alicia. Pero él no quería hablar de ello por culpa de la foto. Tenía miedo de que todo se volviera en su contra. No te enfades conmigo, pero tengo que ir.

Abre la guantera y saca una llave inglesa para cambiar ruedas.

—De acuerdo, pero llevamos esto.

La miro, perpleja.

—¿Para qué?

—Para golpear a Valens.

No estoy segura de que este objeto vaya a servir para eso. Pero tiene razón, mejor estar preparadas.

—Vamos —digo.

Salgo del coche y corro hacia la entrada del estudio. Entro ­sigilosamente, con un dolor errático oprimiéndome el pecho, y observo los alrededores con cautela. Todo está en completo silencio.

Me dirijo a la sala personal de Adrian y observo discretamente desde la esquina de la puerta. Veo a Seb, solo, sosteniendo una foto en sus manos. Bajo la mirada al suelo, donde descubro un sobre rojo y un papel blanco. Siento que todo esto no me va a gustar. El miedo se propaga rápidamente por todo mi cuerpo.

Una chispa de angustia atraviesa los ojos de Seb. Le arrebato la foto. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué horror! La bilis me sube a la garganta. Es Adrian con una chica que tiene una marca de estrangulamiento en el cuello. ¡Otra vez! ¡Estoy harta!

Me invade un mareo. Así que, lentamente, me dejo caer al suelo, con las lágrimas deslizándose por mi rostro. Me muerdo el puño para evitar gritar. ¿Por qué todo esto nos está pasando?

Con una mano temblorosa, agarro la nota que está en el suelo y la leo:

Nos vemos esta noche en el estudio “Rebel’photo” a las 18:30.

La partida no ha hecho más que empezar.

P. D.: Tu vida está en juego. O te callas o mueres.

Encuentro esta nota horrible, pero también extraña. ¿Por qué dar una cita a Adrian si trabaja aquí mismo? Quizás Lea también estaba invitada.