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Lucas le tiene miedo a su vecino. Mucho miedo. El hombre es pálido y siempre viste una larga chaqueta de cuero negro. Un día el vecino se presenta para advertirle a Lucas que su hogar está por ser atacado mediante el internet. El vecino ha medido una tensión energética enorme dirigida a la casa de Lucas. No parece que se pueda hacer algo para impedirlo. Al menos de que logren contactar a Mega Monkey, Jump Kidd, Major Powers y Pixie en Ciudad Servidor.
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Seitenzahl: 112
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Andreas Nederland y Frederik Hansen
Translated by Javier Orozco Mora
Saga Kids
¡A Jugar! 2 - Vecino al rescate
Translated by Javier Orozco Mora
Original title: Game on 2: Nabohjælp
Original language: Danish
Copyright ©2016, 2023 Andreas Nederland, Frederik Michael Hansen and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728278505
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Cuatro aventureros estaban frente a la entrada de una cueva con forma de calavera abierta y tan grande que una catedral podría levantarse ahí mismo. Su objetivo era luchar contra lo que se ocultaba en el interior. Un rugido profundo surgió desde la cueva y sacudió la montaña. Rocas, piedras y grava rodaron por la ladera cayendo al pie de la montaña. Una capa de polvo se levantó alrededor de los aventureros.
—Esto es una locura, ¡nos vemos en otra ocasión! —anunció D3XT3R y se desconectó.
Quedaron solo tres.
El eco del rugido fue seguido por un coro de breves y agudos silbidos, como si fueran cien cuchillos raspando un plato vacío. El sonido aumentó y aumentó hasta clavarse intensamente contra sus tímpanos.
—Se acercan. ¡Entren en formación! —les dijo LUC@S a los otros dos.
Desenfundó su espada y colocó la hoja frente a su rostro. La luz solar brilló a través de la espada de cristal para dispersarse en un mar de pequeños destellos. La Catana de Cristal era la espada más fantástica que jamás había tenido en su posesión.
El enano b00mbUR levantando su hacha de dos manos se colocó al lado izquierdo de LUC@S y a su derecha se situó FladnaG con su capa gris y su largo bastón entre las manos. Los silbidos casi hacían estallar sus oídos, entonces el cielo se oscureció ante la nube de murciélagos que salieron de la cueva. Los pequeños y peludos asesinos los rodearon y atacaron con rasguños y mordiscos.
b00mbUR batió su hacha en todas las direcciones, pero por cada murciélago que partía en dos, aparecía otro.
—LUC@S, ¿QUÉ HACEMOS? ¡SON MUCHOS MÁS DE LO QUE PODEMOS RESISTIR! ¡ME VOY A DESCONECTAR! —dijo con pánico el pequeño guerrero gordo.
—b00mbUR, te quedas para luchar —ordenó LUC@S.
Estudió los movimientos de los murciélagos a pesar de que lo atacaban inclementemente y le arrancaban la energía vital. Entonces un rayo de sol de su espada lo cegó y, al mismo tiempo, lo iluminó.
—¡Tengo un plan! Dejen de matar a los murciélagos, cada vez que aniquilamos uno activamos su ciclo de desove.
—¿Qué ciclo ni qué nada? —comentó b00mbUR partiendo otro murciélago en dos.
—Sí, su ciclo de reproducción, por lo mismo cada vez brotan más murciélagos. Deja de matarlos ahora mismo. ¡Sé lo que tenemos que hacer!
Lucas se acercó al hechicero de la capa gris.
—FladnaG, en cuanto te lo indique lanza el hechizo de paralización a mi espada.
—¿Qué? ¿Lo dices en serio? Estamos a punto de ser despedazados por esas ratas voladoras, ¡¿y tú quieres que lance un hechizo contra tu espada?! —gritó FladnaG.
—Sí, precisamente, haz como te digo en cuanto veas mi señal —ordenó LUC@S.
Elevó la espada al aire con la punta hacia arriba.
—¡Lanza el hechizo! —gritó LUC@S.
El hombre de la capa gris refunfuñó un poco, pero luego apuntó su bastón hacia la espada de cristal de Lucas. De la punta del bastón brotó una luz mágica y azul la cual golpeó justo el centro de la espada. Entonces sucedió algo que le recordó a Lucas la bola de disco en la fiesta de verano de la escuela: la espada dispersó incontables rayos de hechizos paralizadores que impactaron a los animales. Los murciélagos paralizados cayeron como pájaros congelados a medio vuelo. b00mbUR celebró:
—¡YESSS! ESO ES SER HOMBRE, LUCAS, ¡ERES INCREÍBLE!
El enano rollizo saltaba y bailaba por todas partes.
—Fue un excelente plan, LUC@S —comentó FladnaG.
Entonces su júbilo fue interrumpido por otro ruido que surgió de la cueva. La tierra tembló bajo sus pies y algunas rocas se desprendieron de la montaña.
—¿Qué fue eso? —gruñó b00mbUR.
Entre el rugido Lucas también escuchó el tintineo de unas llaves y una manija que bajaba.
—¡Uyyy! Es mi madre.
—¡Hola, mamá! —anunció Lucas rápidamente intentando sonar como alguien ocupado con sus tareas escolares.
Su mamá entró a la cocina y le dio un beso en la frente. Un segundo atrás él había cerrado el videojuego y abierto una ventana de Word.
—¿Estás haciendo los deberes? ¿Qué planes tienes para el lunes? —preguntó ella mientras de la bolsa de las compras sacaba una leche orgánica desgrasada, un repollo puntiagudo biodinámico y semillas de chía. Luego comenzó a guardar las compras en la heladera. Lo hizo sin prestarles atención a los productos, su mirada estaba fijada en Lucas, hasta que metió una caja de hisopos al refrigerador.
—Oh, mamá, ¿no van en el baño? —preguntó Lucas.
—Por Dios, sí, esa era la idea —respondió ella. La mamá se enfocó en almacenar los productos y se olvidó completamente de las tareas de Lucas.
—Ay, diablos, ¿sabes qué Lucas? Se me olvidó la quínoa. ¿Puedes ir a la tienda naturista y comprar una bolsa? Así aprovechas y te compras un dulce de dátil para ti —dijo sonriente extendiéndole un billete de cincuenta.
—Ajá, ¿entonces mi deber es quedarme en casa haciendo mi tarea a menos que se te ofrezca algo de la tienda? —respondió él.
—Lucas, no sigas con eso. Te dije que podías salir, por ejemplo, a una práctica de fútbol, o hándbol, o ¿quizás floorball? Creo que podría gustarte.
—Deja eso, mamá. Ni me interesa, ni tengo ganas. Además, en la escuela siempre me eligen al final al formar equipos.
—Bueno, quizás podrías salir a correr. Correr no es un deporte de equipo, Lucas.
Lucas consideró por un segundo corregirla y mencionar que, por ejemplo, existen las carreras de relevos en equipos, pero prefirió dejarlo así. No tenía sentido.
—Lo que quisiera es que tomaras una pausa de esos horribles juegos de computadora, ya te he dicho que estresan tu cerebro y frenan tu desarrollo.
Lucas la había escuchado decir esas cosas un millón de veces. Su madre tomó el iPad que estaba sobre la mesa de la cocina y lo agitó.
—De hecho, esta mañana leí un artículo interesantísimo en Facebook. Trataba acerca de cómo los videojuegos hacen que los niños se vuelvan autistas. ¡Autistas, Lucas! Deberías estar agradecido de que te cuide tan bien. No te gustaría volverte autista, ¿verdad?
Su mamá lo miró con ojos interrogantes, metió el iPad en la heladera y continuó guardando otros productos.
Lucas estuvo a punto de decir algo, pero no le dieron ganas. Le daría permiso a su mamá de estresarse más tarde buscando su iPad por todas partes.
Lucas cerró la computadora. Era la de su padre. La suya se había quemado dos semanas atrás, cuando cuatro héroes del mundo de los videojuegos interrumpieron los malvados planes de Bunny Hop, un supervillano que tenía la misión de eliminar todos los celulares de la faz de la tierra. Utilizaron su computadora como un portal para realizar viajes interdimensionales y, cuando el portal se cerró, su amada computadora se quemó. Ese fue su final.
—Vamos, Lucas, anda, ve a hacer el mandado. Podemos salir juntos, yo voy a ir a una conferencia sobre mindfulness —dijo ella tomando la computadora.
La mamá de Lucas abrió la puerta del estudio del papá.
—Voy a cerrar su oficina con llave, es solo para estar seguros de que no te venza la tentación de jugar mientras estoy fuera —comentó ella y le puso llave a la cerradura antes de dirigirse al cuarto de lavado de ropa. Ahí pescó su iPhone de una pequeña cesta de mimbre con un letrero donde se leía “zona libre de celulares”.
Estaba prohibido utilizar celulares en la casa. Su madre tomó esa decisión tras leer un artículo sobre cómo la luz emitida por los celulares había hecho que unos berros expuestos a esa luz crecieran más lentamente —e incluso se marchitaran— que otros berros que no habían sido expuestos. Lucas era el más bajo de estatura de su clase y el artículo preocupó seriamente a su mamá, pues pensó que se debía a la luz del celular. Qué horror pensar que su crecimiento estaba siendo obstaculizado por el teléfono y, ¿si también se marchitaba? Por lo mismo dictaminó que la casa entera sería “zona libre de celulares”, por lo que ahora todos debían dejar el teléfono en una cesta de mimbre que instaló para ese fin. Su mamá llegó hasta el punto de tener una junta con el director de la escuela para intentar persuadirlo de que el plantel se convirtiera también en una zona libre de celulares. Cabe decir que no fue una idea popular entre los estudiantes.
Lucas tomó su juego de llaves y salió con ella de la casa. Su mamá le dio un beso en la frente, se montó a la bicicleta y descendió la rampa de la cochera, una mano en el manubrio y la otra en su iPhone.
Ahora estaba solo. Quizás podría correr de vuelta a casa para investigar si la puerta de la oficina estaba abierta por accidente. Así podría reanudar el juego y ver si b00mbUR y FladnaG seguían ahí. Se quedó quieto un segundo para evaluar la situación. No. Lo mejor era ir inmediatamente a la tienda naturista, si no su madre aseguraría que su comportamiento era prueba de que estaba estresado o, peor aún, que padecía autismo.
Lucas avanzó por el camino de la entrada, giró en la esquina de la calle y, sin darse cuenta, se estrelló contra una silueta alta y oscura, tropezó y cayó hacia atrás. Al mirar hacia arriba se encontró con la mirada intensa de su vecino.
El vecino se alzaba como una torre y sus ojos fríos parecían taladrar el cráneo de Lucas. No había dicho una sola palabra, solo miraba al chico fijamente.
En las raras ocasiones en que el vecino salía de su casa descuidada de persianas eternamente cerradas, se le veía andar con largas zancadas y siempre de negro: botas negras, pantalones negros, camisetas negras, sombrero negro y una larga chaqueta de cuero negro que ondeaba tras él como una capa. Era muy alto, fácilmente más de dos metros, y no tenía una panza como los demás padres de la cuadra. Era delgado y huesudo, su rostro parecía un cráneo tapizado con una piel amarillosa. Su nariz era grande y curva como el pico de un ave. Y luego estaban sus ojos, abiertos de par en par y como listos para disparar dos rayos láser.
Lucas notó que la sangre se le subió a la cabeza y sintió un aplastante calambre estomacal. Su pulso latía muy fuerte y sudaba frío. Jamás había interactuado con el vecino y ahora tenía a ese hombre vestido de negro elevándose sobre él. Lucas, presa del pánico, agitó brazos y piernas para intentar alejarse a rastras de la sombra del vecino.
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—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó señalando al vecino, el cual rápidamente miró por encima de ambos hombros como buscando algo detrás de él.
Lucas gritó de nuevo mientras pataleaba aún más vigorosamente.
—¡Secuestrador! ¡Secuestrador! ¡Secuestrador!
Los ojos del vecino se abrieron todavía más, luego se giró rápidamente y desapareció con sus largas zancadas.
Lucas se puso de pie y corrió disparado hacia la puerta de su casa. Aunque la mano le temblaba, logró insertar la llave y abrir la puerta. Entró asustado, subió las escaleras corriendo y se metió en su habitación. Cerró la puerta y se recostó en ella, sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. A través de la ventana inclinada podía ver la casa y el jardín del vecino. Daba la impresión de que el césped jamás había sido cortado. Del seto brotaban largas ramas que se enredaban sobre el jardín y lo único que destacaba en esa tupida jungla eran algunas desgastadas pelotas de fútbol. Ninguno de los niños se atrevía a pedir su pelota si por accidente terminaba en el jardín de ese vecino.
Súbitamente Lucas experimentó una sensación incómoda en su cuerpo. Despacio deslizó su mirada del jardín a la ventana de enfrente. La persiana estaba abierta y el vecino estaba observándolo fijamente. El pulso de Lucas se disparó y se lanzó al piso para ocultarse de la vista del psicópata.