A merced del deseo - Tara Pammi - E-Book
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A merced del deseo E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Valentina siempre había creído en la pasión que consumía tanto a Kairos, su marido, como a ella. Hasta que descubrió que su matrimonio no era más que un frío trato de negocios. A pesar de que entre ellos había una química innegable, ella se negó a permanecer unida a aquel griego despiadado. No obstante, antes de concederle el divorcio, Kairos le exigió que volviera a actuar otra vez como su adorable esposa. Y, cuando se encendió de nuevo la llama de la pasión, Valentina descubrió que estaba a merced de su propio deseo…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Tara Pammi

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

A merced del deseo, n.º 2675 - enero 2019

Título original: Blackmailed by the Greek’s Vows

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-493-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

IBA VESTIDA como una… fulana.

Aunque ninguna fulana tenía la clase, el estilo y la elegancia innata que emanaba de cada uno de los movimientos que hacía su esposa.

Era más bien una señorita de compañía de alto nivel.

Kairos Constantinou tardó unos segundos en enfocar la silueta roja que descendía frente a él.

Dios… No era aquella la estrategia que esperaba que su esposa pusiera en práctica, una mujer impulsiva y pasional.

No se había sorprendido cuando su detective privado le informó de que había localizado a Valentina y que ella iba a asistir a la fiesta que Kairos celebraba en su yate esa misma noche.

Valentina siempre había sido el alma de la fiesta en las celebraciones de Milán.

Alegre, sensual; Kairos había decidido que la deseaba nada más verla. Desde el momento en que Leandro, el hermano de ella, le había señalado quién era.

Ella era el mejor incentivo que Leandro podía haberle ofrecido para que Kairos considerara la alianza. Kairos entraría en el exclusivo mundo de las alianzas de la dinastía Conti, y ella conseguiría un esposo rico.

Excepto que, tras una semana de matrimonio, él se percató de que su esposa no era más que un trofeo.

Era una mujer emocionalmente intensa, vulnerable e impulsiva.

Y la mejor prueba de ello era que nueve meses atrás lo había abandonado sin decirle una palabra.

Valentina estaba acompañada por mujeres que se dedicaban a la profesión más antigua conocida por un hombre. No eran prostitutas de la calle, como algunas de sus antiguas amigas, sino señoritas de compañía.

Y entre todas las mujeres, la que iba vestida de forma más provocativa era Valentina, que llevaba un vestido de gasa dorado.

El vestido tenía un escote bajo y dejaba sus hombros y brazos bronceados al descubierto. También realzaba aquellos senos que él había acariciado, besado y lamido mientras ella se retorcía bajo su cuerpo.

Al ver las sonrisas que ella dedicaba a los hombres que estaban a su lado, entre ellos su amigo Max, mientras gesticulaba y les contaba alguna aventura, se quedó paralizado.

La actitud distante que siempre le había servido como armadura era su única defensa.

Aquello era puro deseo. Deseo físico. Nada más.

Él todavía la deseaba desesperadamente porque era Valentina y, a pesar de su carácter explosivo y sus rabietas infantiles, no conseguía dejar de pensar en ella.

La necesitaba como esposa durante unos meses. Y después la olvidaría y la sacaría de su vida.

Si Valentina Conti Constantinou había pensado que Kairos, su marido, había acudido a su yate para conseguir un encuentro romántico entre ellos, él le quitó la idea desde un primer momento.

El hecho de descubrir que ella había ido acompañada de Nikolai, su amigo fotógrafo, resultaba bastante molesto como para, además, comprobar que ella estaba rodeada de señoritas de compañía y de hombres que esperaban que ellas los entretuvieran.

Valentina enderezó los hombros, le pidió a Nikolai que la acompañara durante la velada, y comenzó a coquetear con los inversores rusos que habían acudido a la fiesta. Era lo único que sabía hacer. Quizá había vivido sin nada durante meses, pero tenía clase. Años de práctica jugando a ser una mujer de mundo, muy versada en moda y en política.

Hasta que Kairos entró en el barco.

Tras un corto sorbo de gin-tonic, ella asintió cuando Nikolai le susurró algo al oído y mantuvo una firme sonrisa.

Desde el momento en que Kairos apareció en la cubierta, todo su cuerpo se rebeló contra la calma que había tratado de mantener.

Valentina deseaba anunciar a todo el mundo que Kairos le pertenecía.

Aunque en realidad nunca le había pertenecido.

Los hombres se arremolinaron junto a Max para que les presentara a Kairos y las mujeres enderezaron la espalda mostrando sus escotes. Era como si la masculinidad que emanaba del cuerpo de Kairos fuera una seductora caricia para ellas.

Su camisa blanca marcaba su espalda musculada y resaltaba su atractivo. Tenía las caderas estrechas y las piernas largas y musculosas.

Él deslizó la mirada sobre su cuerpo, despacio, de forma posesiva.

Sus ojos se posaron sobre sus piernas, sus muslos, su cintura… Después sobre sus senos, el cuello y, finalmente, la cara.

Con una sola mirada, él la llevó a un estado de inesperado anhelo.

Temblando por dentro, olvidándose de todo el dolor que él le había producido, Tina alzó la barbilla en modo desafiante.

A él nunca le había gustado que ella vistiera de forma provocativa. Ni tampoco la manera relajada en que se relacionaba con otros hombres, ese coqueteo que mostraba de forma natural al hablar.

Stella, una mujer rubia de grandes pechos, se acercó a Kairos y le dio una palmadita en el brazo. Él sonrió y miró a otro lado, en una clara actitud de rechazo.

A Tina se le llenaron los ojos de lágrimas y, rápidamente, miró a otro lado para que nadie pudiera verla.

Nueve meses antes le habría dado una bofetada a aquella mujer. Al recordar que una vez se la había dado a Sophia, su cuñada, después de un ataque de celos, se estremeció. Había gritado y montado un espectáculo, demostrándole a Kairos y al resto del mundo lo loca que estaba por él.

Nueve meses antes, había creído que Kairos se había casado con ella porque la deseaba, porque sentía algo por ella, aunque no se lo dijera con palabras.

No era así. Él se había casado con ella como parte de una alianza con su hermano Leandro, e incluso después de haber aprendido la amarga verdad, ella habría podido darle una segunda oportunidad a su matrimonio.

Pero Kairos no tenía corazón.

Ella se había humillado a sí misma, se había postrado a sus pies. Y no había sido suficiente.

 

 

–Así que has terminado con él, con ese marido de mirada amenazadora.

–Sí –dijo Tina automáticamente. Y entonces deseó no haberlo hecho.

Cuando la fiesta ya tocaba a su fin, Valentina entró en la cabina con la excusa de ir al baño y se escondió en el bonito dormitorio decorado en gris y azul. Sentía que todo su cuerpo había reaccionado ante la presencia de Kairos.

Era muy cansado fingir ser una chica estoica e insensible. Y guardar todo el dolor, la rabia y la nostalgia en un rincón del corazón.

Nikolai la había seguido.

A pesar de que durante los dos últimos meses se había dado cuenta de que Nikolai era inofensivo, esa noche estaba borracho. Hacía mucho tiempo que su hermano Luca le había enseñado a no confiar en un hombre bebido.

–Voy a pedirte un taxi –le dijo ella a Nikolai, y sacó su teléfono móvil.

–O mejor pasamos la noche aquí, Tina, mi amore. Ahora que tu relación con el mafioso griego ha terminado de verdad.

A Tina le retumbaba la cabeza. Apenas había bebido casi agua. Su cuerpo y su mente estaban enfrentados por culpa de Kairos. Lo último que necesitaba era tener a Nikolai tirándole los tejos.

–Kairos y yo no estamos divorciados. Además, no estoy interesada en mantener una relación.

–Me he fijado en él esta noche, cara mia. Ni siquiera te ha dedicado una mirada. Como si fuerais unos perfectos desconocidos. De hecho, parecía muy interesado en esa zorra de Stella.

–Por favor, Nik. No le llames esas cosas.

–Tú llamaste cosas mucho peores a Claudia Vanderbilt por casarse con un hombre de sesenta años.

Tina se sintió avergonzada.

Había sido una mujer privilegiada y se había comportado muy mal. Debía mantener a Nikolai en su vida. Si no, él continuaría recordándole lo bicho que había sido en otro tiempo.

Mientras Valentina sujetaba el teléfono, Nikolai se acercó. Valentina se quedó paralizada al sentir sus manos sobre las caderas.

–Por favor, Nikolai –le agarró las manos–. Me gustaría mantener al único amigo que me queda.

–Has cambiado mucho, Tina. ¿Has pasado de ser una víbora venenosa a…… –el olor a alcohol salió de su boca al respirar hondo– un corderito inocente? ¿Una encantadora gacela?

Antes de que Tina pudiera apartar las manos de Nikolai, él las retiró. Se tambaleó y cayó sobre la cama, resbaló y soltó un quejido.

Tina se volvió con la respiración acelerada.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

KAIROS permaneció de pie junto a la puerta. Una vez más mostraba ese sosiego que parecía contener pasión, violencia y emoción. Valentina sintió que una mezcla de emociones la invadía por dentro. Se arrodilló junto a Nikolai, y comenzó a acariciarle la cabeza.

El aliento de Nikolai olía a alcohol, pero fue la sensación de tener la mirada gris clavada en la espalda lo que provocó que se le pusiera la carne de gallina.

Al oír que mascullaba una palabra malsonante, trató de ignorarla, igual que trataba de ignorar el latido acelerado de su corazón.

–¿Qué haces?

Habían pasado nueve meses desde la última vez que lo vio. Nueve meses desde que él había hablado con ella. Había perdido la esperanza de que él fuera a buscarla después del primer mes.

–Buscar un chichón.

–¿Por qué?

Ella resopló.

–Porque es mi amigo y me preocupa lo que le pase.

Tina miró a Nikolai y suspiró. Era su amigo. Él le había conseguido un trabajo en una agencia de moda cuando ella regresó de Milán a París, dispuesta a admitir su fracaso. También le había encontrado un lugar donde alojarse con otras cuatro chicas.

No lo hizo porque tuviera buen corazón. Quizá, incluso quería acostarse con ella.

–Tú no tienes amigos. Al menos, no tienes amigos de verdad. Las mujeres frívolas buscan tu aprobación respecto a la ropa y los zapatos. Los hombres por…

Era cierto. Y resultaba doloroso. Como si estuvieran presionándole en el pecho.

–No te contengas, Kairos –comentó ella.

–Porque asumen que serás salvaje y apasionada en la cama. Que en el sexo también mostrarás tu pasión y falta de autocontrol. En cuanto tu amigo consiga lo que quiere, habrá terminado contigo.

–Soy vana y superficial, sí, pero lo que ves es lo que hay. No hago falsas promesas, Kairos.

–Yo nunca te he hecho una promesa que no haya cumplido. Cuando me casé contigo le prometí a tu hermano que te mantendría, y lo cumplí. La noche de bodas te prometí que te daría placer, tal y como no habías experimentado jamás, y creo que cumplí mi promesa.

«Nunca dije que te quería».

Sus silenciosas palabras permanecieron en el ambiente.

Valentina había sido muy ingenua y había construido una historia de amor alrededor de aquel hombre.

Al no encontrar ningún chichón en la cabeza de Nikolai, suspiró aliviada. Él se quedó dormido con la cabeza apoyada sobre su pecho.

–Déjalo solo –comentó Kairos.

Ignorándolo, ella se puso en pie y agarró a Nikolai por debajo de los brazos.

–Muévete, Valentina.

Antes de que ella pudiera pestañear, Kairos cargó a Nikolai sobre su hombro y la miró arqueando una ceja.

Kairos la había agarrado así en una ocasión, después de que ella saltara a la piscina delante de todos sus compañeros de empresa. Él la había desnudado y la había metido bajo una ducha de agua fría. La rabia se desprendía de su mirada. Y, cuando la sacó de la ducha y la secó, la rabia se transformó en pasión.

Valentina miró hacia otro lado para no seguir recordando.

–Ahora que el pobre idiota ha cumplido su objetivo, ¿puedo tirarlo por la borda?

–¿Su objetivo?

–Lo has utilizado para ponerme celoso… Bailando con él, riéndote de sus bromas, tocándolo para exasperarme. Lo has conseguido, así que ya no lo necesitas.

–Ya te lo he dicho, Nik es mi amigo –lo miró y se sonrojó–. Y esta noche no he hecho nada pensando en ti. Mi mundo no gira en torno a ti, Kairos. Ya no.

Él se encogió de hombros y dejó a Nikolai sobre la cama.

–Por favor, ahora déjame.

–Basta, Valentina. Ahora tienes toda mi atención. Cuéntame, ¿de veras tienes un contrato con el servicio de señoritas de compañía, o ha sido una representación para llevarme al límite?

–¿Me estás preguntando si he estado prostituyéndome todos estos meses?

–Al principio pensé que quizá no, pero conociendo tus tendencias viciosas, ¿quién sabe cómo de lejos podrías llegar para darme una lección o para que te hiciera caso?

Ella se dirigió a la puerta y la abrió.

–Márchate –le dijo a Kairos.

–No vas a quedarte aquí con él.

–He estado haciendo lo que quiero desde el día que te dejé hace nueve meses. Desde que me di cuenta de que nuestro matrimonio es una farsa, así que es un poco tarde para jugar a ser un marido posesivo.

–Entonces, es bueno que no me creyera todas tus apasionadas declaraciones de amor, ¿no?

La rabia que desprendía su voz fue como una bofetada. Ella lo miró boquiabierta.

–No quiero más patéticas muestras de celos. Ni grandiosas declaraciones de amor. Nada de meterte con mis amigas y darles un bofetón. A partir de ahora, los dos podemos relacionarnos en el mismo plano.

–No, Kairos. Eso ya se acabó.

Ni siquiera tenía dinero para un taxi, pero si había aprendido algo durante los últimos nueve meses de independencia era que podía sobrevivir. Podía sobrevivir sin ropa y sin zapatos de diseño, sin la villa Conti, los coches elegantes y la vida de lujo. Recogió el bolso de la cama y el teléfono del suelo.

–Si no te vas, me iré yo.

–No te vas a ir vestida como una fulana, buscando clientes al amanecer.

–No quiero…

–Te cargaré al hombro y te encerraré en el camarote de lujo.

–Está bien. Hablemos –dejó el bolso sobre la cama y miró a Kairos–. O, mejor aún, ¿por qué no llamas a tu abogado y le pides que traiga los papeles del divorcio? Los firmaré ahora mismo y no tendremos que volver a vernos.

Él no se sorprendió, pero a Tina le dio la sensación de que se había puesto alerta.

¿Qué pensaba que significaba el hecho de que ella lo hubiera dejado?

Él se desabrochó los gemelos. Eran de platino, ella se los había regalado por sus tres meses de casados utilizando la tarjeta de crédito de su hermano. Tina se fijó en sus largos dedos y en su palma llena de callos. Él no utilizaba guantes cuando levantaba pesas. Era una mano fuerte y poderosa; sin embargo, cuando le acariciaba las partes más sensibles del cuerpo, era capaz de hacer movimientos delicados.

Una fina capa de sudor le cubrió el cuerpo.

No podía soportar que él la tocara.

–¿Qué tengo que hacer para que te creas que he terminado con este matrimonio? ¿Que ya no me comporto con la idea de llamar tu atención?

–¿Era eso lo que hacías durante nuestro matrimonio?

Ella se apoyó contra la pared, se encogió de hombros y dijo:

–Quiero hablar contigo sobre el divorcio.

–¿De veras lo quieres?

–Sí. Nuestra relación no era sana y no quiero vivir así más tiempo.

–Así que Leandro te ha informado del dinero que recibirás, ¿no?

–¿Qué?

–Tu hermano se ha asegurado de que recibas una gran parte de todo lo que yo tengo si nos separamos. Si no lo recuerdo mal, fue muy insistente –se encogió de hombros–. Quizá Leandro sabía lo difícil que sería para cualquier hombre seguir casado contigo.

–¿Crees que así me haces daño? Leandro…… –se le entrecortó la voz–. Él me ha criado, prácticamente. Me quiso cuando podía haberme odiado por el hecho de que nuestra madre los hubiera abandonado a Luca y a él. Y yo lo he apartado de mi vida porque me consideraba tan poca cosa que tuvo que sobornarte para que te casaras conmigo. Entre todo lo que he aprendido, Kairos, lo principal es que este matrimonio y todo lo que consiga cuando nos divorciemos no significa nada para mí.

–¿Y cómo te pagarás la ropa y los zapatos de tacón de diseño?

–No he tocado tus tarjetas de crédito desde hace meses. Tampoco he usado ni un solo céntimo de Leandro o Luca. Incluso la ropa que llevo pertenecía a Nikolai.

–Ah… –él la miró de arriba abajo y asintió hacia el hombre que roncaba en la cama–. Por supuesto, ahora te viste tu chulo.

–Nikolai no es mi chulo y me ha engañado para que creyera que lo de esta noche solo era una fiesta.

–He de admitir que solo Valentina Constantinou puede conseguir que un vestido ceñido y vulgar parezca estiloso y sofisticado. Sin embargo, ese talento no sirve de mucho, ¿verdad? París te desgastó y te devolvió a Milán después de tan solo dos meses. Desde entonces, has estado lamiendo las botas de todos los de la revista de moda. Llevando café a esas arpías de la alta sociedad, cuando habías sido su abeja reina, haciendo recados bajo la lluvia para fotógrafos y modelos que te admiraron durante años… –la miró con desdén–. ¿Ya has tenido bastante realidad? ¿Estás preparada para regresar a tu vida de lujo?

A ella no le sorprendía que él supiera a qué se había dedicado durante los últimos meses.

–No me importa cuánto tarde, tengo intención de……

–¿Ese es el motivo por el que has decidido probar suerte en la profesión más antigua del mundo?

–Fuiste tú el que me compró a Leandro, ¿lo recuerdas? Si alguien me ha convertido en una mantenida, Kairos, has sido tú –todo su dolor se manifestaba en sus palabras.

–No te cortejé con engaños. No te llevé a la cama pensando que así podría acercarme más al puesto de director ejecutivo de la junta directiva de Conti.

Él tiró de ella y Tina cayó sobre él boquiabierta. Al sentir sus fuertes músculos contra los senos, se estremeció.

–Créeme, pethi mu, si hay algo en nuestro matrimonio en lo que ambos estemos de acuerdo es en la cama.

La sujetó por la nuca con posesividad.

–Fuiste tú la que rompió nuestros votos de matrimonio, Valentina. Fuiste tú la que reconoció su amor con declaraciones apasionadas y gestos desmesurados, ne? Una y otra vez. Yo solo quería un matrimonio civil. Entonces, como la niña mimada que eres, te escapaste porque tu mundo de fantasía, donde gobernabas como reina mientras yo me rendía a tus pies, se desmoronó. No dejaste ni una nota. Ni un mensaje. Le dijiste a mi guarda de seguridad que estabas visitando a tus hermanos. Yo te imaginaba secuestrada y esperaba que pidieran un rescate. Imaginaba que tu cuerpo yacía en una morgue tras haber sufrido un accidente. O que una de las personas a las que habías ofendido con tus crueles palabras había llegado al límite y te había retorcido el cuello.

Valentina lo miró con el corazón acelerado. Él le apretó el cuello con los dedos.

–Hasta que Leandro sintió lástima por mí y me informó de que simplemente me habías dejado, que habías roto nuestro matrimonio.

Tina se apoyó contra la pared. Tenía una extraña sensación en el vientre.

–Yo… lo siento. No pensé que…

–Demasiado tarde.

Él tenía razón. Al menos, se merecía una explicación.

–Estaba furiosa contigo y con Leandro. Acababa de enterarme de que yo no era una Conti, sino una hija ilegítima que mi madre tuvo con su chófer. Que te casaste conmigo como parte de un maldito trato. Has tenido nueve meses para venir a buscarme.

Aquellas palabras escaparon de su boca con desesperación.

Y así, sin más, todo atisbo de emoción desapareció de la mirada de Kairos. Al momento, dio un paso atrás y dejó de tocarla.

–En cuanto Leandro me informó de lo que habías hecho, dejé de pensar en ti. Tenía otros asuntos más importantes que tratar antes de perseguir a mi impulsiva esposa por Europa.

–Bene. Tú tenías asuntos importantes y yo tiempo suficiente como para pensar bien mi decisión. He tenido nueve meses para darme cuenta de que lo que hice de forma impulsiva fue lo correcto. No me importa si vas a pagarme una pensión conyugal o no, porque no pienso tocarla. Tengo intención de salir adelante por mí misma.

–¿Prostituyéndote entre los inversores rusos? ¿Vistiéndote como una zorra barata? Admítelo, Valentina. En nueve meses no has llegado a ningún sitio, excepto a acompañar a ese payaso que quiere acostarse contigo. No tienes talento. Tus contactos eran lo único valioso que tenías.

–Lo sé. Créeme, he aprendido un montón de lecciones durante estos nueve meses. Lo único bueno de esto es que has perdido todos los contactos que creías que yo te proporcionaría como heredera de la familia Conti.

–Tus hermanos no te han desheredado.