A Pesar De Los Canallas - Eulalia Boya Balet - E-Book

A Pesar De Los Canallas E-Book

Eulalia Boya Balet

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Beschreibung

A Pesar De Los Canallas es la segunda novela de Eulalia Boya Balet. Inspirada en la vida misma, llevará al lector a realizar una serie de reflexiones sobre el sentido de la existencia, el amor, la familia. El texto se enriquece con citas de célebres filósofos y poetas, que se entrecruzan en las reflexiones del autor. Muchas referencias a pinturas y artistas sublimes reflejan el espíritu que impregna la vida y las experiencias artísticas de Eulalia.
Este relato, lleno de poesía, filosofía, acontecimientos duros, momentos gratos, entretenidos e incluso divertidos, atrapará, seguro, al lector.

Eulalia Boya Balet nace en Zaragoza, España. Entorno católico. Estudia Ciencias de la Empresa con francés e inglés  y trabaja en la librería familiar. De vocación literaria, cursa un año de filología francesa, inglesa y alemana. Aprende ruso y alemán. Marcha a Heidelberg. Posteriormente, se dirige a Palma de Mallorca para trabajar como azafata de vuelo. Regresa a Madrid, para ser actriz. Se casa con un ingeniero holandés, yéndose a Holanda. Vuelan a México por el trabajo de él. De retorno a Holanda, el esposo decide divorciarse. Más tarde, le brinda la posibilidad de volver. Esto falla igualmente. Obtiene y conserva a día de hoy, la nacionalidad holandesa. Años después, se casa con un ingeniero químico. Pronto ella quiere el divorcio. Independizada en todos los órdenes, comienza su singladura, hasta hoy, encontrándose feliz. Redacta la primera novela, TE SIENTA BIEN LA SOLEDAD, dedicada a su primer marido. Igualmente, escribe poemas, ensayos, relatos cortos… Antes del COVID, su segunda novela: A Pesar De Los Canallas
Además de actuar, le gusta cantar, recitar y con casi ochenta años, está llena de proyectos. Actualmente, hace Pilates de máquinas, una hora, dos veces por semana. Regresa caminando: otra hora.

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Eulalia Boya Balet

 

 

 

 

A Pesar De Los Canallas

 

-su alma al desnudo-

 

 

 

 

 

 

 

 

© 2022 Europa Ediciones | Madrid www.grupoeditorialeuropa.es ISBN 9791220131117

I edición: Noviembre de 2022

Depósito legal: M-26968-2022

Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

 

Esta historia es una obra de ficción. Cualquier referencia a hechos, lugares y personas debe considerarse pura coincidencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Pesar De Los Canallas

 

-su alma al desnudo-

 

 

 

A mi abuelo materno, Raimundo Balet Viñas

Eulalia Boya Balet

 

 

A todos esos seres débiles en cualquier sentido, a quienes los fuertes, también en cualquier sentido, puedan oprimir. ¡Ojalá venzan los primeros!

Juana Fernández Navarro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agradecimientos

 

Mi inconmensurable agradecimiento a Eric y a Blanca, gracias a los que estoy VIVA y LIBRE. A mi terapeuta Ignacio, por su brillante intervención. A mi amiga y psicóloga Sofía por su capacidad de persuasión.

A mi especialista Dra. Ainoa Ruiz Pacheco, que supo desde el primer momento controlar mi cerebro.

Con mi cariño siempre.

Juana Fernández Navarro

 

 

A quien más me ha amado en toda mi vida.

A Pedro Fuentes Pozo, por ESTAR SIEMPRE.

Mi amor, gratitud y admiración.

A mi maravilloso informático Luis Villamar Veroes que ha venido de continuo a auxiliarme en los momentos de pánico tecnológico.

Amén de sostenerme durante toda la obra.

Con mi cariño.

A Carmen Bárbara Martínez, “coach”,

por su positividad, aliento y envío de fuerzas, clara o subliminalmente, durante toda la novela.

He aprendido mucho de ella y siempre le estaré agradecida. A las 3 "editoras" Ginevra, Elisa y Verónica.

Eulalia Boya Balet

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 1

Me llamo Juana Fernández Navarro. Me faltan cinco días para cumplir setenta y siete años.

Soy viuda. No tengo hijos. SOY FELIZ.

También tengo una ENFERMEDAD MENTAL que en este país, por supuesto se llamaría LOCURA.

SOY BIPOLAR

Es decir, puedo tener subidas o bajadas en mi estado de ánimo, pero todo es reconducible con un buen o una buena psiquiatra. Por fortuna yo ya hace años la encontré.

También es imprescindible además, una medicación adecuada.

Hace bastante tiempo me libré de PELIGROS TERRIBLES más dolorosos que la propia muerte.

Ellos esos peligros tremendos, que no conocí hasta que CASI hubieron pasado, me habrían privado de la LIBERTAD, lo que más amo en esta vida después de Dios.

Soy consciente de que Dios no está de moda. Pero la moda pasa y Él permanece.

Llamo falta de libertad, desde luego, a no poder tomar tú misma las propias decisiones. A que esto lo hagan otros por ti. Peor aún, si a ello se añaden limitaciones mayores. Me estremece sólo pensarlo.

Únicamente hay algo que me reconcilia con mi enfermedad, y es que ésta, ni en los momentos más obscuros y agudos de su discurrir. En ninguna de sus peores crisis me haría ser agresiva y sobre todo mortalmente agresiva para con los que me rodean. Sólo puedo volcar esa agresividad contra mí misma.

Puedo intentar suicidarme, incluso conseguirlo, pero NUNCA esa agresividad mortal, se volverá contra mi prójimo.

Esto es para mí un GRAN ALIVIO.

No obstante, por ese miedo a mis conciudadanos, he permanecido “en el armario”, como los gay, estos prácticamente setenta y siete años. O, habida cuenta que mi enfermedad comenzó a manifestarse con veinticuatro, bastantes menos.

Hay muy pocas amigas y aún menos amigos, partícipes de mi secreto.

Evidentemente alguna o alguno, sí. Y también habrá quien se haya enterado por haberme visto, años ha, en un momento de crisis.

Me alegré mucho de la “revolución” gay. Lamento enormemente que las personas sufran por la razón que sea. Pero ellos, el colectivo gay se apoyaron unos a otros y lo consiguieron juntos.

Ignoro qué ocurrirá conmigo que tengo la “osadía” de salir de mi “escondite” SOLA y a “pecho descubierto”.

¿Seré insultada por los que me rodean? Cuando menos espero que muchos de aquellos que me conocen, inmediatamente digan: “Ya me parecía a mí. Siempre he notado algo raro en ella…”

Para mi tranquilidad y mi fuerza, todos estos episodios terroríficos, están recogidos escrupulosamente con datos exactos, nombres, apellidos, cartas- testimonio etc., y narrados cronológicamente por un PSIQUIATRA- cuya intervención fue decisiva-. Guardándolos en su registro un NOTARIO.

NADIE podrá decir NUNCA que he MENTIDO.

Pero hoy, después de casi cuarenta años de riguroso silencio, necesitaba expulsar de una vez por todas, tanto DOLOR, tanta impotencia, tanta ignominia, tanta TRAICIÓN.

No hace mucho tiempo, un especialista, comentaba que en los países de alto nivel como Suiza y el conjunto de los Nórdicos, ir al psicólogo o incluso al psiquiatra, aumentaba la puntuación en el currículum del trabajador, y la empresa valoraba a éste más, ya que conociéndose él en profundidad, su reacción también era mejor, ante imprevistos peligrosos, extraños o excepcionales, que la de aquellos que nunca hacían esta clase de consultas y desconocían absolutamente sus reacciones.

Me faltan cinco días para cumplir setenta y siete años, sí. Pero me sobran ganas de vivir. A puñados como los jóvenes. Me gustan las nubes, el cielo sombreado de manchones grises y también los pajarillos. Los atardeceres mustios o esta primavera ambivalente de lluvia y sol. Además, ¡cómo no!, las flores, la naturaleza en su conjunto y a la par los engranajes turbulentos de esta gran ciudad. Y desde luego y sobre todo como ya dije antes LA LIBERTAD. Ésta que ahora disfruto aunque con la sombra del miedo a poderla perder. Ésa sombra que quisiera abortar.

Me encanta Madrid. Sé que la hubiera elegido a ojos cerrados entre muchas otras de su género. Esta ciudad castiza situada en el centro del triángulo de la piel de toro, esta urbe que no cesa jamás su actividad, ¿cómo es posible que cubra con un manto denso, infranqueable y acolchado todas las voces, todos los pasos, todos los cláxones, el rechinar de las llantas en el asfalto, las notas musicales que va perdiendo algún vehículo con su radio sin apagar?

Quizá porque su marcha, su trabajo, su actividad normal, ya no existe. Está prohibido en el actual confinamiento al que casi todos nos vemos sometidos. La Madrid actual no puede ser alegre. De golpe se ha vuelto silenciosa y triste. Llena de miedo. Hostil. Antes tenía el sabor añejo de los mejores vinos, y la gracia y la simpatía del sur, de Andalucía.

      

“La soledad, la soledad, la soledad duerme”… Y mi soledad escapa de mi mano, mi soledad está despierta, no sabe de “soledades”, ni de angustias. Mi soledad, por fin, elige quedarse conmigo antes que irse a la deriva.

      

 

CAPÍTULO 2

Quisiera TENDER UNA MANO, a todas esas personas que como yo, jamás dicen el “COLOR “de su enfermedad, ni la ESPECIALIDAD de su consulta médica, y sólo a escondidas, tragan sus pastillas, sin delante de otros, ponerles nombre o apellido.

Me gustaría adelantar el día, en que a ESTE

COLECTIVO, DEL QUE MIENTRAS VIVA, FORMARÉ PARTE, se nos mire con la misma naturalidad que a un paciente cardíaco, diabético o hipertenso. Deseo ser positiva y valiente. Quiero romper- ahora tan de moda- una lanza por ello. No me resigno-si hablo- a ser eternamente señalada, vilipendiada, burlada…

En mi haber, un sinfín de anécdotas curiosas, chispeantes o cómicas. Mi mente es fiel testigo de todas ellas. No necesito más.

Recuerdo por ejemplo una vecina, cercano al mío su apartamento, que se lamentaba y “luchaba” por convencerme de que su sobrino era bipolar. “No sabes lo que cambia. De pronto está de una manera, luego de la contraria. Estoy segura que es bipolar…” Yo conocía perfectamente al chaval desde niño. Activo, emprendedor, simpático… Para entonces, ya casado y con una niña. Se crio sin madre. Visitaba poco a la tía, y ésta, bastante sola, se empecinaba en cargarle a toda costa aquel “San Benito”. Mirándola silenciosa, todo mi ser gritaba: No te esfuerces Mariana, la bipolar soy yo, pero extrañamente nunca se te ha ocurrido.

Cuando volví de Holanda, definitivamente divorciada, aunque ya había pasado allá el duelo-el divorcio fue largo-, mi ánimo empezó a decaer. Quería a mi exmarido. Constantemente lo echaba de menos. “No te lo puedes permitir”, fue mi decisión. Indagué posibilidades y descubrí las Agencias Matrimoniales. Me alisté en una de ellas como si fuera al frente, y empecé a conocer señores más o menos interesantes. Entre ellos un psicólogo agradable y culto que confesó sin cortarse un ápice, salir con tres chicas a la vez. Cada una teníamos un apodo para él. Yo era la “sofisticada”. Reí la primera vez que me nombró así. Siempre había pensado que era-que soy- absolutamente natural. Él se ratificaba en su calificativo.

Una tarde vino muy alarmado: Sabes, a fulanita, la he tachado de mi lista. Tomaba Litio- medicación específica para la bipolaridad-. Y como a Mariana, hube de sonreír sin un gesto. Si él supiera que la “sofisticada” .... hubiera saltado por encima del volante de su coche. Pero no lo hizo, y nuestra relación amistosa duró bastante tiempo, alternando ambos eso sí, con otras parejas. Más adelante, alguien entró en su vida con fuerza, y nos perdimos el rastro.

18

¿Seguirán juntos? ¿Serán felices? ¿Habrán muerto? La vida es un misterio enorme, lleno de misterios menores y aún pequeñitos. Y dentro de ella, estamos todos los seres vivos. Sin duda todos los de este planeta tierra, ahora envenenada por el gigante y dantesco Corona-virus. Y muchos más venenos aún, entre otros el plástico que lanzamos a los mares. Y nuestra BRUTAL AMBICIÓN.

      

CAPÍTULO 3

Continúa la primavera. Sábado 28 de marzo. La luz, la primera del día, se quiere colar por las rendijas de mi persiana, pero no la dejo. Ésta sigue entornada desde anoche. Así entra menos frío. Lejos el “uhu” de las palomas, al que paulatinamente me voy acostumbrando.

Son pertinaces en este ronco sonido.

Antes las detestaba. Ahora soy consciente de que hay en mí menos rechazo. Y como dicen de las piedras del camino que al entrechocarse van redondeando sus aristas, de ese modo el fastidio, el encono, por el para mí graznar de esos pájaros se ha tornado menos virulento, son menos irritantes a mi oído humano. De niña me gustaban. No ésas. Las blancas, que sabe Dios dónde habrán ido a parar.

Me resigno a lo que tengo.

Hace un ratito, en el dintel de la ventana donde jugaban inalterablemente dos de ellas acariciándose, picoteándose las plumas en recorridos lentos, veo ahora una solitaria, aislada, silenciosa.

¿La habrá abandonado su palomo? Indago mientras mis ojos van de los escritos al dintel y de nuevo a los escritos.

 

En una pirueta desaparece. Contemplo sólo un segundo el espacio vacío. Y al cabo sin esperarlas aparece una, dos, tres… juegan brevemente y se van. Pero más allá vuelvo a percibir el “uhu”, “uhu”, “uhu” de las ya lejanas.

Mucho más dulce, el trino de los pajarillos. Ni unos ni otros se van a contagiar del Covid19. Curioso, ya que está en el aire que respiran…

      

CAPÍTULO 4

Cuando conocí al que luego fue mi marido, yo ya tomaba pastillas para dormir.

Mis problemas de sueño, empezaron muy jovencita, con sólo diez y siete o diez y ocho años. Concretamente al salir del colegio. A los catorce descubrí mi vocación: actriz. Fue en una función protagonizada en el propio colegio: La estrella de Sevilla, de Lope de Vega. Sólo que aquella tragedia, la hicimos en vis cómica. Tuvo gran éxito. Niñas y monjas caían de su silla muertas de risa. En ese momento lo entendí: Quería ser actriz. No había ninguna otra cosa que pudiera interesarme más. Y mientras nosotras dos, sonreíamos a los aplausos, mi mente recorría escenarios invisibles, metiéndose ilusionada en la piel de infinitos personajes que habrían de llegar después.

El choque con la realidad, fue áspero y contundente. Zaragoza, no dejaba de ser una ciudad de provincias, y mi madre una mujer de ideas claras y fuertes. ¿Qué locuras estaba diciendo? ¿Cómo podía desde un colegio religioso de muy estrictas normas, hablar de aquel inframundo, para ella poco menos que un prostíbulo? Y además, ¿cómo me atrevía a opinar a mi edad? “Estudiarás Peritaje Mercantil-actual Diplomada en

Ciencias de la Empresa- y luego trabajarás en la librería.” En cuestión educacional mamá hablaba ex cátedra. Sus decisiones no eran cuestionables ni negociables. Con o sin agrado, había que aceptar. Inexorablemente. No es que fuera un ser despótico, sabía ser cariñosa y TIERNA pero en lo relativo a nuestra educación, las reglas- sus reglas claro- habían de cumplirse. Nos enseñó algunas máximas importantes: “Cuando el deber me llama, sólo escucho su voz” … Y muchas más que todavía recuerdo. Aparte de un sinfín de proverbios catalanes- lo era su madre- que aunque podría repetir en “mi” catalán, desde luego, ignoro absolutamente cómo se escriben.

Mi padre apenas intervino en nuestra educación. Tenía suficiente con el negocio que montó de cero y que llegó luego a tener un volumen importante: librería, con papelería adjunta, de la que se encargó mamá. Y más tarde imprenta y editorial. Finalmente una segunda librería- papelería al lado de la universidad.

Cuando después de muchos avatares, como el de permanecer casi dos años interna en el colegio- “te hace falta disciplina”-, me incorporé al mundo laboral, sufrí otro duro revés, ya que no era en la librería prometida donde yo iba a trabajar, sino en la aburridísima papelería y objetos de escritorio, negocio que como dije antes, mi madre misma creó.

Pienso que todo aquello fue excesivo para mí. No tenía dónde agarrarme. No había ningún aliciente. Era como un túnel obscuro y sin asideros, Y por supuesto, sin luz al final. En el internado había sido feliz. Empecé a darme cuenta de ello, recorriendo sus largos pasillos SOLA, mientras iba a encontrarme con la profesora de turno: inglés, francés: hasta ahí genial. Pero después venía la tortura de las matemáticas comerciales, la física y no digamos la horrorosa contabilidad. Todavía hoy, si pienso quince menos ocho, me bloqueo. No, no estoy hecha para las ciencias. Y aquella dichosa diplomatura de tres años, me llevó diez o trece, no estoy muy segura. La empecé con Franco, en el colegio de Zaragoza, y la acabé con el Rey Juan Carlos, aquí en Madrid, en el mundo del Teatro.

Sin compañeras, sin asignaturas bonitas como el arte, o las mencionadas lenguas, media jornada entre aquellas materias tan áridas para mí, y la otra media sumida con aquellos objetos de escritorio, estúpidamente insignificantes, que a aquel amor, le hacía preguntar más de una vez: “¿Cuántas cuartillas has vendido hoy?”, rezumando guasa sus labios y en un tono inefablemente socarrón.

Ahí, empezaron mis trastornos de sueño. Noches blancas, noches negras. Noches en que mis ojos se negaban a cerrarse. O si lo hacían, me angustiaba despertar y enfrentarme al mismo y eviterno panorama.

Papá tomaba algo para descansar. Me apunté a idéntica receta. Y día a día tiraba de sus pastillas redondas y blancas. De ese modo, me hice adicta. Habían roto todos mis sueños. Me sentía encadenada, enjaulada, forzada mi voluntad. Comulgando con algo que detestaba. Mi horizonte se poblaba de sombras sin sentido, que poco a poco me iban asfixiando.

      

CAPÍTULO 5

Bastantes años más tarde de mis veinte, conocí a Eric. Cuando después de sus infinitas dudas, vacilaciones, pasos hacia delante y hacia atrás, decidió que quería ser mi marido, exigió eso sí, que dejara las pastillas. Ellas o yo, aseveró inflexible. Y Eric era hombre de una sola pieza. Las dejé. Y las dejé de golpe. Eso, que nunca se debe hacer. Él fue mi tranquilizante todos los años que estuvimos casados.

El matrimonio con un viudo y dos hijos adultos, no es en absoluto sencillo. Las madrastras, al igual que las de Cenicienta o Blanca Nieves, nunca caen bien. La madre es insustituible para todo ser humano. Y a quien ocupa el lugar de aquel ser tan amado, se le mira con muy poca simpatía. Cuando menos.

Luego de un corto plazo, mi esposo- de la misma forma que mi madre antaño- por unanimidad consigo mismo, decidió “divorciarme”. La situación según él, no funcionaba. Me parecía injusto, terriblemente injusto y traté de oponerme.

Todo fue inútil. En pocos meses me hallaba de nuevo en mi lugar de origen. Más SOLA que nunca. Más desvalida que jamás. Pensé seriamente en la muerte, y lo intenté.

Entonces ocurrió aquello que me parece un sueño pero que no lo fue.       

Amanece. Es indescriptible los diversos tonos de azul morado, con índigo, que se pueden dar en la naturaleza. Y el cielo lleno de gotas de tormenta. Gotas, que se deslizan muy suavemente de una forma perpendicular, en el cristal de mi ventana.

Azul de nuevo. Muchos y muy diversos tonos de azul.

      

 

CAPÍTULO 6

Estaba en un lugar que nunca hubiera deseado. Necesitaba algo imprescindible. Toqué la puerta del director. Cerré luego de pasar. Me invitó a sentarme y lo hice. Nos distanciaba una mesa grande, larga y ovalada. Empecé a detallar con exactitud mi problema. Él me miraba atentamente. Cuando hube acabado y sin apartar los ojos de mí, se levantó.

Lentamente, bordeando un lado de la mesa, se fue acercando. Fue entonces cuando vi, aterrada, que estaba bajando la cremallera de su pantalón. Me recorrió un escalofrío, pero parte de mi cerebro permaneció sereno y comenzó a “actuar”. Me levanté a mi vez y por el otro lado de la mesa me dirigí hacia su silla, a la par que le suplicaba: No, por favor, Sr. Director, no lo haga, yo le admiro mucho, no lo haga, se lo suplico…

Temblaba, y claramente distinguí su miembro fuera. Estábamos frente a frente. Él de espaldas a la puerta, detrás de la silla que yo ocupaba antes y yo tras su puesto, frente a la entrada. Entonces, ocurrió algo insólito y maravilloso: la puerta se abrió bruscamente y vislumbré una chica joven con bata blanca. Cerró de nuevo.

Sentí un golpe en el corazón, y luego éste continuó latiendo con menos celeridad. Él murmuró algo sobre “estas auxiliares que entran sin llamar”, mientras iba colocando “el pantalón en su sitio” y a la vez por el mismo trayecto que antes, volvía a su lugar.

Cuando me dieron el alta de aquel horrible lugar, en el que sin embargo el azar – o Dios, hoy me inclino por este último - me deparó una tremenda suerte, estuve hablando con la trabajadora social. Me contó que aquel médico, no era el director, pero que ejercía ya desde hacía un montón de años sus funciones. Nadie sabía dónde estaba o a qué se dedicaba el titular.

En todo caso este dirigente oficioso, me confió ella, había tenido numerosas demandas por hechos escabrosos principalmente con mujeres jóvenes. Pero jamás se había visto delante de un tribunal. Nadie entendía qué fuerzas le apoyaban, pero había sobrevivido a TRES GOBIERNOS sin el menor problema. Tú, siguió relatándome en secreto, eres de una familia conocida y POR ELLO TE HAS SALVADO. Una vez más, tuve que poner cara de “póker”, sin mover los músculos. O quizá le sonreí. ¡¡Hace ya tanto tiempo!! Lo cierto es que mi exmarido cuando vino a recogerme fue mi único confidente, hasta el día de hoy.

Actualmente es un tema frecuente y de actualidad, el acoso. Es decir, se ha retirado la cortina de humo que lo ocultaba. Porque el acoso como tal, supongo que existe desde que el mundo es mundo. Que pregunten a los que hemos vivido en el teatro, el cine, la televisión… Podríamos contar un poquito. Bien es verdad, que si es la mujer la que ocupa el puesto de mayor relevancia- y eso puede ocurrir en nuestros tiempos, pero difícil, o en mucha menor cuantía, antaño, - será ella quien marque las “reglas”.

Por otra parte, deseo creer que aquel lugar horrible que conocí, fue una excepción entre los que albergan a seres como yo en un momento de necesidad. Pero no dejo de tener mis dudas, ya que en un sitio así, se es completamente vulnerable y se está a merced de la “autoridad” y ésta puede no ser del todo “sana”. O sea mucho más “insana” que los propios pacientes.

A veces, incluso hoy día, da rabia ser mujer. Casi siempre se nos trata como inferiores. En los salarios vemos en general nuestra paga frecuentemente mermada por no ser varón.

Y eso, que en este maravilloso siglo veintiuno, es fantástico contemplar mujeres: médicos, ingenieros, arquitectos, directores de empresa, ministros, jefes de estado… - me gustaría ver la cara de Schopenhauer: “La mujer es un ser de cabellos largos e ideas cortas…” - aunque todavía queda MUCHO por hacer… ¿Llegaremos a un mundo de TOTAL IGUALDAD? Al parecer vamos de camino. Estamos abocados a ello. Yo ya no lo veré, pero otras sí lo disfrutarán. ¿Será el “mundo feliz” que nos anunciaba Aldous Huxley?