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El autor reúne aquí casi cincuenta años de su trayectoria en la poesía chilena. Desde la fresca lucidez presente en su primera obra, "Perturbaciones", hasta la vibrante evocación de la propia historia vivida en "Lazos de sangre", incluyendo poemas de su consagratoria "Lobos y ovejas".
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© LOM ediciones Primera edición, julio 2016 Impreso en 1000 ejemplares ISBN IMPRESO: 9789560007698 ISBN DIGITAL: 9789560012968 RPI: 266.916 Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2688 52 73 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta NormalImpreso en Santiago de Chile
Soy la sombra que arrojan mis palabrasOctavio Paz
Perturbaciones (1967)
Breve tiempo
Ciclistas
Instantáneas
Las águilas
En la muerte de Pablo de Rokha
Manu militari (1969)
El presidente en terno azul oscuro de paisano
Centauro
El desertor
Recinto militar
Lobos y ovejas / Wölfe und Schafe / Lobos y ovejas / Wolves and sheep
Lobos y ovejas
Houdini
Houdini
Monte de Venus / Campo de amarte
Invocación
Primeras armas
La promesa
Lo inconcebible
Sueño de amor
En el fondo del mar
Como entonces
Anja
Prófugo
Última batalla
Muros
No conozco otro amor
Pabellón de incurables
Campo de amarte
Berlinés
Lunes negro
Visita personal
Zoo
Mujeres
Desvergüenza
Con solo dejar
Espejo de vicios
Precipicio de labios
Gota demorosa
Piel con piel
Posesión
Reacción en cadena
Guerra declarada
Rosas rojas
Moneda de oro
Como si volviera
Desenlace
Refuto a la tristeza
Beethoven
A la manera de Apollinaire
A la manera de Breton
Mester de bastardía / Terrores diurnos
Desandar lo andado / Contraluz
El árbol de Neruda
Esclerosis
Danubio azul
Último
Incidente con crack y vampiresas
Caballero a solas
Enciende y extingue
Fin de juerga
Arrebato
Rendición
Hostil frontera
Voluptuoso estío
Recuerdo de un jardín
Viudo
Pero ahí
Última señal
Como un ojo de su cuenca
Distancia ínfima
Habrá de arder
Decúbito supino
Mejor no pensarlo
Delicias del público
A todas luces
Infernáculo
Vemos desaparecer
Retablo
La flor de la carroña
El galán perfecto
Se las lleva
Fausto
Pareja humana
El ojo se festeja
A la luz de la luna
Rojo entre el amarillo
Privado de recursos
Para qué
Pequeña muerte
Sueño imperfecto
Coma
Abrazo nuclear
Autorretrato
Duro granizo
Cara de hereje
Bancarrota
Embargo
Sociedad de mercado
Plazo fatal
Carpe diem
Mercado de abasto
Índices macroeconómicos
Día quinto
Pabellón de los cielos
Recurso de amparo
Zarapito boreal
Tuco-tuco de la Isla Riesco
Comadrejita trompuda
Rayadito de Más Afuera
Picaflor de Juan Fernández
El huillín
La chinchilla
Halcón peregrino
Cisne coscoroba
El alma de la tierra
División de las aguas
El árbol de la vida
Canto rodado / Escorial
A ti
Su voluntad
Desasimiento
Despojamiento
El dedo en la llaga
Era un pobre diablo
Te reconozco, mosco
Non serviam
Híbrido
Una piedra, una nomás
Desgaje del oficio
A ver qué queda
Sigo
Acto de fe
Muerte, ¿dónde está tu aguijón?
Paso del desierto
Epitalamio
Anunciación de Gabriela
Punto de fuga
Recidiva
Casi sin darte cuenta
Arte poética
Cierta debilidad
Sudario
Presagio
Barrabasada
En ayunas
El poeta
Palos de ciego
Galeote
Des-encanto
Quién
Entropía
Grito de batalla
De mirarla
Enfado sostenido
Facundia
Infancia del poeta
El árbol del azur
Estragos
No es de este mundo
Ciudad de la Gehenna
El cordero es el lobo del cordero
A espaldas del hablante lírico
Línea de montaje
Alumbramiento
El imperio de la ley
Cantina
Lazos de sangre
El hijo
Versos de imberbe
Una gran mancha de sangre
Borrosas figuras de tinta
Breve tiempo, una escapada que hacía a la azotea entre el hollín y las sábanas tendidas. Una breve escapada, un amor breve y una larga espera entre los gatos, tendido en las baldosas grises con el cielo de la ciudad en la punta de mi cigarrillo. Breve sueño sin gritos, apenas unas voces apagadas, un rumor de hojas secas dispersas por el viento. Un desliz de la lengua en los labios. Una conversación sostenida minutos y horas. Una conversación, pues, en mi cabeza y las mujeres que a veces se asomaban por las ventanas me miraban con un sordo rencor. Breve sueño con las sienes pulsando y la ausencia de sol, con toda la ciudad como escenario y las luces de los ventanucos por donde cualquiera podía arrojarse a la calle y destrozarse. Sueño y conversación, como si yo mismo pudiese caminar por el aire. Las más altas luces para una más alta sombra hundida en los huecos oscuros de las paredes derruidas. Un olor de ropa sucia y la saliva amarga entre los labios. Más altas luces para un sueño tan breve como un revólver contra las costillas: ¿A quién estás buscando? Pero fue un breve tiempo. Después fue esa escarapela de amor que una tarde dejamos en la cama sin que hasta ahora lo recuerdes, como si el pelo se te hubiese borrado y tu calva presidiese la pieza desde los muros. Yo hice una luz, la hundí en el hueco de las manos y esta conversación la tengo fija, larga cuestión jamás resuelta a la que siempre vuelvo, bajando hondo a lo oscuro, temblando de mí, para después pararme de nuevo sobre mis pies en un descubrimiento tan insólito que casi muero de tanta novedad.
1 Poema incluido en Poesía chilena (1960-1965), Ediciones Trilce, 1966.
Este día comienza con una conversación jadeante de ciclistas que se internan en el cielo. A esta hora un hombre siempre tiene algo en común con los santos y sus vicios lo abrigan, sus vicios, únicas virtudes a que apelar cada vez que comienza un día como este. Y se pregunta ¿cómo es que dormían los santos con esa horrible sencillez entre las manos? Abajo la calle pasa en un resoplido ululante. Piensa en sus propias apuestas con el día, cuál de sus ojos caerá desprendido la próxima apuesta que pierda con el alma hecha trizas, pendiente de los dados rodando, dando trastabillones en pos del Uno, indicador del vacío de su corazón, más vacío que el de los ciclistas que vuelven al atardecer, ahora en silencio, pedaleando livianamente por el aire.
En el mar muerto de las viejas fotos, estas damas aureoladas de polvos de azafrán quedaron para siempre inacabadas. 1912: ya nadie vive de ese entonces y del paseo familiar al estero nadie recuerda con certeza, nadie puede recordar esa vaga tristeza en las miradas y el reflejo de los paños de mesa, un tono rojizo, que aterraba a los perros echados a los pies. « A mí me gustaría morirme en sueños como un halcón en vuelo». La vieja señora de nariz recta y alta quedó inmovilizada por el destello del magnesio dispuesta a abalanzarse sobre su propia tumba. A sus flancos, familiares sonríen como pájaros oteando el sol del ocaso, signos imperceptibles grabados en sus frentes que ahora desciframos sumando la columna de los años, sacando la raíz cúbica de nuestro vaticinio. «Este invierno ha sido muy crudo para mí. Las viejas dolencias a la espina dorsal me tienen a mal traer. Tengo miedo… no sé… tengo miedo de veras».
Dormir cubierto de águilas, sentir el peligro en las sienes dormidas como un fuego de alarma. Mis ansias desmayadas duermen en el valle. Más abajo, donde ruedan los astros en desastre, cae mi mano sorprendida entre objetos inquietantes hasta que este riesgo poderoso palpa mi cabeza, madre de mi locura. Todo hombre duerme a la vera de su estampida. Entre tanto sueño y escándalo de sueños, el águila practica torpemente con las alas abiertas. Desde hace tiempo, madre, desgarro en jirones tu belleza, tu rostro insoportable que olvidé enrolándome como artista de feria y cada lugar era más aterrador y más lejano. Las águilas vigilan mi desidia, con ellas podría volar casi sin muerte a cuestas y eres tú, madre viscosa, quien hurga con sus largos dedos en mi corazón cuando las fétidas y silentes me levantan en vilo. Tu presencia me asalta y el estallido de mis fuerzas son estas águilas que perturban mi sueño. Soñé que mi mano entraba a saco en el secreto y al despertar mi cabeza y mis manos eran rojas y vivas. Soñé que hablaba entre los hombres y desperté dando graznidos y cloqueando. Soñé que me hallaba tan lejos de mi cuerpo que no poder acercarme hizo explotar mi corazón. Al despertar ocupaba mi lugar entre las otras, junto a ti madre cruel y misteriosa.
Este tirón en el tendón de Aquiles. Esta punción en el nudo gordiano. Esta miserable compasión de mí mismo. Esta tristeza de mujer golpeada. Este aullido de perro muerto a bastonazos. Este raigón arrancado de raíz. Este discurso fúnebre para los periódicos. Esta nota necrológica de mi puño y letra. Este viejo bandoneón arrinconado. Este tango de la vieja guardia que no voy a bailar. Esta maroma chaplinesca. Esta frase para el bronce que debiera decir. Esta frase que no me atrevo a decir. Esta frase que tal vez nadie se atreva a decir nunca. Esta palabra de la que ya siento el desgajo. Esta sílaba cada vez más cortante. Esta simple vocal que me rebana la lengua. Este zurdazo de sordomudo no lo debo decir, no lo merezco. A él le tocó ser sentenciado, no a mí. Y cogió el banquillo entre sus grandes manos y lo arrojó a la cabeza de los jueces venales. ¿Murió? Es lo que todos dicen. Vaya uno a saber. Como un profeta hebreo se internó en el desierto.
(Diario Última hora, 1968)
2 Con Manu militari el autor participó en el Taller de Escritores de la Universidad Católica en 1969, bajo la dirección de Efraín Barquero y Enrique Lihn. «Bajo dictadura», como resulta obvio, es posterior a esa participación.
Los comandantes de las Fuerzas Armadas se declaran leales al Primer Mandatario y al Primer Mandatario se le nota muy pálido cortando pensativo la cinta inaugural.
Tengo callos, verrugas, tengo veinte caballos que cepillar, tengo pie equino, tengo una triste miradacaballar.
Los perros me huelen los bototos porque soy desertor. Mi General huele una rosa en el seno de la esposa del Embajador.
Tu alcoba es ahora Recinto Militar. Los ejercicios de tiro acribillaron la luna putade tu espejo y la noche entera tu casase estremece al paso de la tropa marchando.Mercenaria, si venciera mi amor, si mi amor pudiera másy fuera a verte, tu lengua no vacilaríaen delatarme.
Un ángel caído, erizado de ásperos cañones, anuncia la Edad de la Rapiña.
Se siente el latido afiebrado del país, forúnculo sin boca.
La canalla ensablada danza su danza macabra.
Levanta el albañil una casa en llagas. La madre gotea leche amarga sobre la frente rota de los hijos.
Ya se llevan a esa muchacha, ya la quitan de circulación.
Qué vergüenza el ciudadano medio, su chaleco de mono lleno de remiendos, sus zapatos como bestias capadas.