A través del tiempo - Verónica Gatica - E-Book

A través del tiempo E-Book

Verónica Gatica

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Beschreibung

"A través del tiempo" cuenta la historia de Francisco, un joven chileno que emigra durante el golpe militar junto a su pequeña familia, con la esperanza de comenzar una nueva vida. En Buenos Aires su camino se cruza con el de Elena, una muchacha que desde el primer momento cautiva al moreno. Ella solo se ha enamorado de personajes ficticios de sus libros, pero jamás de alguien real; por otra parte, él siempre deja en claro que es algo de una noche. ¿Qué podría pasar si Elena se enamora del moreno? ¿Francisco será capaz de mantener sus sentimientos aun después del amanecer?

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Verónica Gatica

A través del tiempo

Gatica, VerónicaA través del tiempo / Verónica Gatica. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4038-6

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice de contenido

Agradecimientos

A través del tiempo

Sinopsis

Agradecimientos

Cómo agradecimiento no me alcanzan las palabras para quien me enseñó a descubrir lo que amo y apasiona. Cada página la escribí al final pensando en vos, junto con esas tardes de café acompañadas de charlas tanto de libros como también de la vida, también quiero agradecerte a vos desconocida.

Te amo tan bonito que me asusta, como asusta la grandeza, la belleza y aquello que de alguna manera cambia tu vida para siempre. Así.

Elena Poe

A través del tiempo

El golpe de la puerta se escuchó resonante en la habitación de Francisco, el joven de dieciocho años que se encontraba con los ojos cerrados escuchando lejos aquel retumbante sonido, que volvió a repetirse en tres golpes más, abrió los ojos pesadamente viendo algo borroso y cuando apenas los abrió de nuevo, este se encontraba en el suelo con la mitad de las sábanas cubriendo su cuerpo y el torso desnudo, cerró los ojos a la vez que pasaba las palmas de sus manos contra ellos, en un intento de mejorar su vista. Se percató mirando sus pies, ahora con una visión más nítida y clara observo que aun traía los pantalones y zapatos puestos, el moreno los miró extrañado, ¿pero cómo había llegado hasta allí? Lo último que recordaba era el terminar una botella de whisky mientras su amigo Carlos lo aconsejaba de cómo viajar desde Banfield hasta Capital Federal en cortos flashbacks.

—Cabro se le va la hora y todavía no tomó el desayuno –dijo su madre dulcemente detrás de la puerta, se incorporó dando un paso para delante pero terminó inevitablemente cayendo, a causa del desequilibrio de su cuerpo– te esperamos a desayunar hijo –se escuchó los pasos de su madre alejarse.

Mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo intentaba relajarse; cómo había cambiado su vida al irse de Santiago, dejándolo todo. Desde que su padre había fallecido habían sido cuatro, su hermano mayor Víctor tenía ocho, el cuatro en ese entonces y la menor era su hermana Violeta teniendo meses.

Ahora que su hermano mayor se había quedado en Chile haciendo el servicio militar, él quería proteger y cuidar de su familia aunque siempre lo habían intentado los dos, desde pequeños, pero ahora se encontraba él solo, estudios no tenía, había dejado la primaria a los diez, no le gustaba para nada la escuela, siempre tenía las peores calificaciones, al contrario de sus hermanos que eran brillantes, a él le gustaba trabajar desde muy joven haciéndole mandados al zapatero a unas cuadras de su casa.

Aún recordaba tener su bici blanca, con la rueda de atrás un poco oxidada, al frenar haciendo un chirrido agudo, yendo a las pedaleadas de aquí para allá. Sentándose callado, viendo a su madre coser mientras por otro lado, él intentaba arreglar la cadena de su bicicleta. Una tarde de verano antes de que se terminen las vacaciones, tomó valor sentándose a su lado y comenzó a hablar siendo sincero con su madre. Recuerda que la mujer le había preguntado que si no la culparía cuando creciese por dejar la escuela, mientras derramaba una que otra lágrima y él dijo que no porque respondería por sus decisiones, sin darse cuenta ese fue su primer paso a la madurez. Empezó de chico de mandados, para los trece ya lustraba zapatos en la estación tren, y a los catorce trabajaba en una zapatería de un anciano cliente suyo de la estación de tren, se hizo amigo rápidamente de varios clientes y de los chicos que vivían por la misma zona donde trabajaba el menor. Un día de esos en invierno pasó por la panadería cerca de su antigua escuela, el aroma de la pastelería a pan recién horneado y de vainilla con chocolate lo habían atraído y como trabajaba podría comprarse lo que le quisiese, ya había apartado el dinero para su madre y él no quería quedarse con las ganas de comprarse un pastel con esa crema pastelera, los que estaban en las vidrieras siempre que pasaba viéndose tentadores, a los cuales antes no pudo llegar a comprarse, quedándose más de una vez con ganas de probarlos. Por primera vez entró a esa deslumbrante panadería, emocionado y eufórico comenzó a ver qué pastel elegiría.

Se miró al espejo y este se encontraba empañado, a causa del ambiente en evaporación, paso su mano por el frío y húmedo espejo revelando la imagen de su rostro y desnudo torso, podía apreciar fácilmente los músculos de su abdomen y brazos con algunas gotas de agua resbalando por su piel a causa de la caliente ducha, sus músculos notorios por lo empapado que estaba a causa del agua dando a relucir su cuerpo, su piel morena y lisa debajo a sus pectorales, miró su hombro viendo la marca de nacimiento en forma de luna acariciándola levemente, levantó el brazo y vio la cicatriz en su antebrazo. Tomó la toalla y dio un suspiro saliendo del baño para entrar a su cuarto, ya después de secar su piel tomó una camisa blanca y una corbata azul, un saco negro junto con unos pantalones del mismo color, se terminó de peinar para atrás, se perfumó y salió del cuarto a desayunar.

Por otro lugar a kilómetros una castaña tenía su mirada sumergida en su libreta blanca con dibujos de pétalos pequeños de color dorado, leía mientras pronunciaba las palabras dentro de él.

Ámame sin querer

Como esas palabras que pensás y a la vez se escapan de tu boca y terminas diciendo

Como quien se queda mirando el cielo y se olvida de todo un momento...

Sentada en el colectivo dando pequeños golpes con la punta de su lápiz, la castaña trataba de pensar si la convivencia el poema, mirando la ventana en un día soleado sin una sola nube en el cielo, la luz tocaba las hojas de los árboles que desaparecían a medida que su viaje avanzaba, mientras seguía con la mirada a los pájaros en su vuelo. De pronto, miró el recorrido dándose cuenta de que ya estaba cerca de su destino. Caminaba buscando el sitio donde le gustaba sentarse, una que otra vez a la semana, le gustaba ir más temprano antes de entrar al trabajo para leer, escribir o solo ver el sitio y la tranquilidad que brindaba, aprovechando que estaba cerca del local. Miró su reloj tenía una hora y media aproximadamente.

Bajó del colectivo que su amigo le había anotado en un papel a la misma altura que la nota decía, esta ya arrugada, vio la misma en un cartel de la esquina, miró el cielo y ni una sola nube, el sol estaba radiante y abrazador. Este siguió sus instrucciones, parando vio su reloj y todavía faltaba una hora, así que decidió dar una vuelta por la calle Arenales, perdido entre tantos edificios se paró en una esquina y miró a lo lejos encontrándose con una zona de vegetación, decido a conocer aquel lugar. Cruzando la calle se veía un cartel que decía “Jardín botánico”, sonrió para sus adentros, si había algo que extrañaba de su casa era el jardín su madre, ella ponía mucho tiempo y esfuerzo en él, desde pequeño le enseñó el cuidado y lo importante de la naturaleza, recordaba cómo le gustaba desde niño ver abrirse las flores, el aroma de ellas, lo grande e imponente de los árboles, el ruido de las hojas cuando las mece el viento, saltar en los charcos de barro, ya cuando empezó a trabajar al volver de este, se sentaba en un banco que estaba casi al final del jardín y se queda sin importar el tiempo disfrutando de ese bello silencio, mirando el pasto verde y parejo, el aire fresco junto con el aroma a jazmines, lo refrescante de sentir la tierra húmeda en sus pies.

Entró viendo no tanta gente cosa que agradeció, el sitio sería mucho más tranquilo, que en las calles de Capital donde las bocinas y el murmullo de la gente lo estresaba, al caminar notaba miradas, algunas con indiferencia, otras con desagrado y superioridad, se mordía la comisura de los labios pensando en que no importa la clase eso jamás a algunos le aseguraba la educación. Decidió no darle importancia, en lugar de eso prefería recorrer el sitio, estaba rodeado de distintos tipos de árboles y estatuas, una en particular llamó su atención, caminó aproximándose vio que había un grupo de personas unos seis, un hombre canoso con un bigote algo pronunciante tez blanca y bien vestido le hablaba a esos jóvenes quizás de la misma edad que él.

—“La estatua se llama el despertar de la naturaleza y su creador es Juan Di Parí quien nació en Milán, Italia se inauguró en el 5 de octubre de 1938, como verán esta bellísima estatua logra manifestar en ella el sueño de dos niñas una de ellas está de pie y la otra arrodillánda, poseen un encanto que hace estremecer su entorno, llamando la atención y captando la mirada de muchos –dijo animado– Terminando de escuchar a aquel hombre Francisco asintió leve compartiendo el punto de vista de aquel hombre, admirando aquellas figuras de mármol.

Cuando de pronto detrás de esas estatuas en un banco a unos metros de él, su mirada se desenfocó abandonando a aquellas figuras de mármol, viendo a una muchacha de pelo largo castaño claro, remera blanca crochet y una pollera rosada, leyendo entretenida, a la vez tan tranquila omitiendo todo a su alrededor por aquel libro, su atención dejó de lado aquellas estatuas por aquella extraña mujer, dio la vuelta despacio y sin saber por qué solo la quedó observando unos instantes. Luego la mujer se levantó, mirando su reloj y caminó, él por su parte dejó la charla, se fue caminando sin dejar de ver a aquella mujer intentando seguirle el paso, cuando se chocó con un hombre.

—Discúlpeme –lo miró negando y siguió caminando cruzándose con lo que parecía una excursión escolar, los niños estaban entre medio de él y aquella extraña mujer, no le permitían el paso al jugar entre sí, otros se corrieron dando paso, aunque perdió el rastro de aquella bellísima mujer, que lo había cautivado sin saber el porqué, solo quería cruzar palabra sin querer coquetear, solo viéndola a los ojos a ver que habrá en ellos y que le transmitirá su mirada, aunque apenas la vio, el sol en su pelo el brillo de él, la tranquilidad en su rostro esas fracciones que a lo lejos le ganaba aquella obra, debía conocerla aunque sea un efímero momento, intentaría ser lo más sutil, tal vez le pediría la hora como excusa, tenía curiosidad de su voz, de su mirada.

A su alrededor la gente iba y venía, unos más apurados y otros con menos prisa, se rascó la nuca sintiéndose acongojado de cómo aquella mujer desapareció sin poder siquiera cruzar mirada o mediar palabra, negó arreglando la corbata de su traje, para luego acomodar su corta melena negra hacia atrás. Un tipo de jean negro y saco marrón con una remera blanca debajo, lentes de sol oscuros, sonrió al verlo, Francisco entrecerró los ojos confundido y miró hacia atrás por si el hombre se había confundido, su confusión aumentó cuando el joven lo abrazó como si fueran amigos de toda la vida, lo apartó y este no dejaba de sonreír, “¿qué le pasa al tipo?”, pensó si estaba loco o si era una costumbre argentina.

—¿Pero amigo qué, no me reconoces? –dijo el castaño levantando los lentes, y poniéndolos hacia atrás, le estaba tomando el pelo, resonaba en su cabeza.

—Soy extranjero así que no creo que te conozca –dijo seco empezando a caminar, suspiró pesado y miró la calle donde se encontraba.

—Francisco –exclamó el joven que lo comenzó a seguir, al escuchar su nombre se dio la vuelta mirándolo a este– nos conocimos ayer soy Manuel, el conocido de Carlos –Francisco tratando de recordar se aproximó– me salvaste en el baño, cuando me cubriste con el marido la muchacha de pelo negro, ¿te acordás? –dijo bajo– la de la peluca –aquella palabra resonó en su mente.

Un recuerdo vino a él, estaba tambaleándose entrando al baño del bar, todo a su alrededor se movía, se estaba por bajar la bragueta y de la nada un hombre con una mujer se metieron de repente, el joven de pelo castaño despeinado y con el rostro rojo, estaba bastante nervioso, la muchacha decía cosas incomprensibles mientras caminaba de un lugar a otro agitando sus manos y poniéndose a llorar, ambos estaban agitados como si hubiesen corrido. Parecía que no notaban su presencia así que aprovechó para orinar, ya al terminar, cuando intentó abrir la puerta, estos lo tomaron de los brazos tirándolo contra la pared, sintió como un calor le subió de repente y este intentó zafarse, el hombre apoyó su antebrazo contra su pecho y con la mano tapando su boca y este trataba de gritar.

—Si abrís esa puerta y salís morimos los tres –dijo el hombre mirándolo a los ojos, sintió cómo de pronto el alcohol ya no estaba en su sistema, la música retumbante se cambió por un pitido aturdiéndolo, le fueron destapando la boca y el muchacho le explicó la situación, ya más calmado.

—¿Cómo olvidarte con la peluca de esa mujer puesta? Y la cara de esos tres hombres cuando entraron al baño y pensaron que estábamos intimando, se fueron tan rápido como vinieron –dijo por primera vez riendo, recordando la cómica escena y los rostros avergonzados de los hombres –¿y cómo está ella? –preguntó.

—Ya es pasado –dijo sonriendo, pero en sus ojos se veía cierta tristeza– entonces –dijo cambiando su postura energética–trabajaremos juntos mi joven amigo –puso su brazo alrededor del chileno, acomodando con su otra mano su pelo mientras caminaban.

—¿Sabes dónde podría quedar esta calle?, porque fui a dar una vuelta y me perdí –dijo entregando a Manuel el papel.

—Claro, caminemos llegamos temprano está a unas cuadras de acá –terminó devolviéndole el papel terminando de leerlo. Mientras caminaban Francisco notó cómo las personas lo miraban algunas con desaire y otras ni lo miraban, su tez morena y sus rasgos demostraban notoriamente que era extranjero ni hablar de su notorio acento al ser escuchado, pero a él le daba igual solo quería una cosa y era trabajar, la casa en la que vivían era precaria y quería mejorarla, aunque había alquileres en mejores estados, la familia chilena quería algo suyo, propio, con los ahorros de todos y finalmente vendiendo su casa que tenían en Santiago, compraron su propio terreno en tierras argentinas, la nueva ley de su electo presidente había declarado obligatoria la colimba y ellos tuvieron que irse de Santiago. Francisco tenía ganas de ir al igual que su hermano, pero tuvo un percance con un hijo del que sería su mayor general, lo ponía en peligro, decidiendo su madre y hermano que lo mejor para él sería irse junto con su madre y hermana, él se fue junto con su familia a Buenos Aires, menos uno, Víctor decidió quedarse.

El extranjero fue subiendo en el ascensor mientras escuchaba a Manuel, éste no parecía para nada un hombre de obras más bien el típico chico de revista de esos que salen en propagandas de bóxers, negó para sus adentros, no le gustaba el etiquetarlo no era correcto, además de que fue gentil en guiarle.

—Bueno muchachos, Josué es mi compañero y quien me enseñó lo que ahora yo con él les vamos a enseñar –miró al hombre que estaba con los hombros cruzados serio– siempre y cuando acepten el trabajo, es así, nosotros somos los profesionales, eso quiere decir que nos encargamos de la instalación y mantenimiento, la ventilación, calefacción, donde se encuentran las fugas, etc. –dijo Carlos quien era mucho más joven que su compañero Josué quien era de edad madura aparente de unos cincuenta y tantos aproximadamente– ustedes están para ser aprendices, van a hacer las compras en los lugares que les digamos cuando tengamos que comprar los materiales necesarios, como somos dos y trabajamos en donde nos llaman ya que no trabajamos para una empresa sino por independencia, los edificios tienen nuestro número y clientes que ya son nuestros fijamente, ustedes van a aprender viendo cómo hacemos nuestro trabajo y nosotros les vamos a explicar, hasta que llegue el momento de hacerlo por ustedes mismos. Terminó de decir enseñándoles el depósito, los horarios, lo que les pagarían, si por día o quincena que habría una que otra vez dividirse de dos en dos en distintos edificios, aceptaron obviamente no sabían mucho de plomería pero aprenderían, lo importante era que ya tenía trabajo quedándose tranquilo el extranjero y Manuel el enérgico y simpático ahora su compañero de trabajo. Se cambió su traje bien planchado, a una remera blanca con un jean gastado y zapatillas corrientes, lo suficientemente cómodas como para estar trabajando, ya que Carlos le ofreció la ropa para que no arruine el traje en el transcurso del trabajo, la mañana se pasó entre medir, cortar y pegar tuberías, pasar las herramientas a Carlos y Josué, se fue con Manuel a comprar lo que les pidieron de un presupuesto. No podía negar que las argentinas eran hermosas, trataba de no distraerse cada vez que caminaba y una que otra a él y a su compañero, los cautivaron al paso. A decir verdad Buenos Aires era muy bello, su acento era diferente al del moreno, le agradaba.

—¿Entonces Francisco me acompañas al bar?, ¿o ya te vas para tu casa? –dijo el castaño mientras se peinaba mirándose al espejo.

Termino de arreglar sus mangas y tomo su saco.

—Solo si no te vistes de mujer –dijo sonriendo mientras bajaba las escaleras.

—Eso fue por una causa extrema –dijo detrás de él, se despidieron de Carlos y Josué, que esta vez no pudieron acompañarlos, la noche apenas empezaba. Manuel se dispuso a enseñarle las calles y los lugares que más se concurren por capital federal, decidieron ir a la Recoleta a lo último, mientras el par tomaba de una botella dentro una bolsa para no tenerse problemas, la noche era estrellada y las calles se encontraban llenas. Ya bajando del colectivo llegando a Recoleta, lugar favorito de Manuel por cierto, un barrio espléndido, con casas y edificios lujosos, restaurantes, construcciones que llamaban la atención no solo de los turistas sino cualquiera que quiera embellecer su día con la vista del lugar.

Llegaron a un rústico bar, con lámparas que estaban colgadas desde el techo, mesas redondas y sillas de madera de un color marrón oscuro brillante gracias al barniz, las paredes algunas pintadas de negro y las otras de un azul marino, la barra era extensa y llena con cientos de botellas bien acomodadas a lo alto y bajando de los estantes, cuatro hombres detrás de la barra atendían sin parar pedidos, el bar estaba repleto de personas, entre risas y algunos gritos, se escuchaba lo que parecía de género de rock nacional. Se acercaron lo más que podían a la barra, uno de los bartenders se acercó a Manuel estrechando su mano sonriendo, lo largo de su barba y lo bien que estaba afeitada en los bordes lo hacía lucir excéntrico a aquel hombre.

—Pero miren qué trajo el viento a la Recoleta –dijo limpiando una copa rápidamente mientras servía una especie de trago frutal, para luego entregarle a una mujer morena, guiñándole el ojo y ganándose el rubor y una mirada pícara de la mujer. Pareció volver a percatarse de sus presencias, después de ver cómo se marchaba –bueno me vas a presentar a tu amigo Manuel –dijo alzando las cejas, apoyando sus manos en la barra.

—Él es Francisco –dijo poniendo su mano por encima de mi hombro–Francisco él es Joaquín el mejor bartender del gran Buenos Aires –dijo sonriendo.

—¿Sabes que por cumplidos no regalamos tragos, verdad? –rieron los tres, luego de una corta y trivial charla, ya que no podía desatender a los clientes que esperaban de su atención, lograron sentarse en una mesa de dos, en la parte de arriba del bar que estaba igual de llena, pidieron una botella de whisky, el chileno tomó su cigarrera y encendió el cigarrillo mirando la vista que regalaba la ventana al frente suyo, el cielo nocturno, con algunas estrellas tintineando su brillo, estaban presentes aquella noche, le ofreció un cigarro a Manuel.

—¿Y qué es lo que esperas Francisco de Buenos Aires? –preguntó encendiendo el cigarrillo, y poniendo sus codos encima de la mesa.

—Lo mismo que todos o algunos, progresar y sacar adelante a mi familia –dijo largando el humo– ¿y vos qué esperas de la vida? –preguntó entrecerrando los ojos, el joven miró para un costado en silencio y tratando de encontrar una respuesta.

—Dejaré que me sorprenda –respondió mirándolo y sonriendo de costado– soy bueno en eso de improvisar –dijo pareciendo seguro de sí. Una mesera se les acercó con una botella de Whisky y hielo, era alta pelinegra con ojos negros, figura delgada pero algo voluptuosa, le sonrió, el hombre hizo el mismo gesto. –Por lo visto vos también –lo miró sonriendo, tomó la botella y empezó a servir, la compañía de Manuel era buena, era de esas personas que tienen ese brillo especial, alegre. Transcurrió la noche entre risas y anécdotas; él terminó marchándose con una rubia de piernas largas, se despidió agitando la mano mientras bajaba de las escaleras acompañado, asentía el moreno sonriendo de costado, dio un último sorbo al vaso de whisky seco, tomó el saco y saliendo del lugar, entre el humo y las personas, a lo lejos vio como la mesera que le sonrió también iba de salida, terminaron encontrándose en la puerta. La dejó pasar abriéndole la puerta y esta lo agradeció, lo leyó en sus labios gruesos, ya que la música no permitía oír su voz, caminaban en la misma dirección.

—¿Va a la parada? –preguntó curioso mirándola, no le molestaba acompañarla a esas horas de la madrugada.

—En realidad no –dijo acomodando su pelo para un costado– vivo a unas calles.

—Oh, entiendo –respondió mirando el cielo, no dijeron más, era una bella noche y era un hermoso lugar, estaba muy tranquilo, sin decir nada siguieron caminando, ya llegando a la parada del colectivo, la mujer se dio la vuelta y lo miró directo a los ojos.

—¿Entonces venís o te vas a quedar esperando dos horas el colectivo? –preguntó sonriendo dándose la vuelta, y aún la noche no terminaba, por lo menos no por ahora.

Antes de abrir la puerta del pequeño departamento, no podían dejar de besarse, una de las manos de Francisco estaba en su trasero, otra debajo de su corpiño y las suyas rodeaban el cuello del chileno, un gemido se escapó de su boca al darla vuelta tomando su cabello estirándolo, apretando con algo de fuerza su pezón entre sus dedos. Al abrir la puerta, la alzó apoyando su cuerpo contra la pared, cerrando la puerta de una patada, ella enredando con sus piernas su cintura, dejó la llave caer. El moreno comenzó a morder y pasar su lengua por el cuello de la mujer, el aroma de su perfume lo volvía loco, ella lo tomó del pelo y pasó su lengua de su cuello hasta la clavícula, mientras le desabrochaba el pantalón, con su pollera levantada, él apoyó su erección rozando su vagina, esta aproximándose al enredar sus piernas con fuerza en la cintura del hombre, entrando en ella y la mujer inhalando aire con gran satisfacción poniendo la cabeza hacia atrás, mordiendo su labio inferior.

—Lle..., llévame a la cama –dijo apenas audible como si le costase completar la frase, con su cabeza hacia atrás, se enderezó, tomando la mano del moreno puso dos de sus dedos en su boca y los metía lentamente hasta el fondo de ella, lo cálido y suave de su boca le provocaba aún más, pero quería disfrutar despacio sin prisa, metió la mano entre sus bragas, sintiendo su piel arder. Estaba tan húmeda que al rozar las llamas de sus dedos sobre su clítoris esta se llegaba a retorcer, apretó la mandíbula y su miembro palpitaba tan fuerte, saco los dedos de la boca de la mujer, volviendo otra vez a sus bragas y con el pulgar comenzó a jugar con su clítoris. Mientras la poca luz de la calle le daba en su rostro, esta tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta con sus labios carnosos e hinchados de tanto morderlos y chuparlos, metió un dedo deprisa sin previo aviso y abrió los ojos, volvió a meter otro, repitiendo la acción de entre sacar y meter, la mujer comenzó un vaivén de caderas, mientras gemía lo miraba con lujuria y hambre sonriéndole al final, arranco los botones de su camisa y éstos volaron, fueron como pudieron a su habitación.

—¿Querés uno? –preguntó extendiendo su mano con la cigarrera largando el humo de su boca, el humo entraba en su garganta, sentado al costado de la cama, tomó uno la mujer y con el encendedor lo encendió avivando el fuego, ella lo miraba sentada en el respaldar de la cama con los pechos expuestos, sus pezones erectos y despeinada, su mirada era neutra y el no sentía ganas ni tampoco la necesidad de hablar solo quería disfrutar el silencio. Se levantó de la cama desnudo y vio como empezaba a verse el sol en el alba por unos minutos, coloco un cigarrillo entre sus labios aspirando ya debía irse.

El espejo colgado en el estante reflejaba su rostro, le mostraba lo manchado que este estaba con grasa de las herraduras que estuvo terminando de enroscar, en el departamento de un viejo pianista junto con Carlos quedaron sorprendidos de lo lujoso del lugar pero también de lo descuidado y desordenado que este estaba, tenía cientos de hojas acumuladas en distintas partes del lugar, tazas de lo que parecía ser cafés sin lavar, pelos de su perro viejo, en el sillón de cuero que parecía nuevo de color negro, hojas de notas musicales estaban algunas apiladas y otras por el suelo, trataron de no pisarlas. El hombre de pelo blanco no hablo más que para decirles del problema de la cañería y de lo mucho que le estresa el goteo constante del grifo de la cocina, solo se sentó en el piano negro y enorme que estaba ubicado en el medio de la sala, y no dejó de tocar en ningún momento, solo se marcharon ambos entrecerrando la puerta después de terminar la corta conversación. La forma que tocaba el piano demostraba una cierta melancolía en su sonar, pero a la vez las notas eran dulces, el sonido entraba en sus oídos como acariciando al entrar, y mientras que estaba sentado encima de la bacha con la llave entre sus manos, deseaba que el tiempo pase más lento, solo para disfrutar el sonido que vivía a través del triste hombre.

—¿Entonces te fuiste temprano? –dijo Carlos, desarmando el grifo, extendió su mano pidiendo una herramienta, le pasé la llave.

—Algo así –respondió con somnolencia, la verdad no había dormido nada y el solo esperaba a que terminase el día, su madre de seguro estaría preocupada ya que no fue a la casa anoche, la llamaría más tarde.

—Pero qué reservado –rio– de mi parte me quedé dormido en el sillón al parecer a mi mujer le molestó que haya olvidado nuestro aniversario –negó.

—Solo dile cosas bonitas y llévale algo –dijo mirando al living por la poca vista que revelaba la puerta entrecerrada, el anciano escribió algo en sus notas, se ha percatado de su mirada al darse la vuelta, giró el moreno para que no se diera cuenta.

—Cuando tengas tu mujer te vas a dar cuenta que no es tan sencillo –dijo mirándolo para volver a colocar el grifo– harás y dejarás de hacer cosas que te gustan para hacerla sentir bien, más que por culpa para que se sienta bien.

Al cerrar la puerta del baño secándose la cabeza con la toalla, se cruzó con Violeta, se chocaron y sin querer se le cayó su libreta, la ayudo a levantar unas hojas desparramadas del suelo, de pronto vio una frase:

“¡Ay, qué amante es la rosa y qué amada la espina!”. Se puso nerviosa y le sacó la nota de sus manos.

—Es para la escuela ––dijo nerviosa mirándolo con sus ojos bien abiertos.

La menor se veía tensa y le saco la nota de sus manos

—Ajá –dijo seco levantándose– eso espero, ya es tarde porque no vas a tu cama –dijo serio.

—Hasta mañana Fran –dijo, yéndose desapareciendo en los corredores con su libreta y las hojas abrazándolas.

—Hasta mañana Violeta –respondió lo suficientemente alto para que le escuchase, suspiro “ojalá y no sea para algún idiota” pensó, odiaba la idea de que su hermanita se involucrase con un chico a esa edad, muy pocos eran decentes y Violeta tenía un corazón de oro, siempre tan dulce, pero no la limitaba de carácter, tampoco la creía ingenua sino que los chicos pueden ser crueles. Cerró los ojos en la oscuridad de su cuarto y se dejó caer en el Morfeo, pronto su cuerpo se relajó.

Ya habían pasado dos años de su estadía en Buenos Aires, ahora era su hogar y el de su familia, con la ayuda de su trabajo y el de su padrastro con el de su madre, sacaron la casa adelante ya no eran chapas de cartón negras, se cambiaron junto con un tejado color negro, las paredes revocadas y pintadas de azul, de esa humedad que a menudo enfermaba a su madre ya no había rastro, los pisos que levantaban polvo por falta de fino, el cual desquiciaba a su hermana sin parar de barrer, ahora era de cerámica. Sus compañeros aparte de Carlos, ahora eran sus amigos, aún más Manuel ya que los fines de semana se dedicaban a divertirse con algunas conquistas o solo tomar, sea en un bar o dando paseos por la ciudad, conoció varios lugares, personas, las mujeres eran la mejor parte de ello, sentar cabeza nunca fue su algo que le nació, si hay algo que amaba el chileno era su libertad, aunque Catalina, la mesera que había conocido la primera vez que salió con Manuel, quería formar una relación él se negó. A mitad del año anterior había recibido la amarga noticia que tres de sus amigos en Santiago habían perdido la vida en un accidente automovilístico ya que iban intoxicados huyendo de un robo, impactando la camioneta robada contra un muro de concreto de una fábrica. Uno luchó por unos días, los resultados daban que los tres tenían en el sistema haber consumido cocaína. Estaba tan enojado, cómo sus amigos de la infancia terminaron en esas circunstancias y fallecer por la droga. Manuel estuvo muy presente en esos momentos tan oscuros, Carlos fue a Chile al velorio de sus amigos, ya que Francisco no pudo porque lo obligan a cumplir la colimba, los despidió quedándose con los momentos más felices de su infancia, el andar corriendo en sus bicis colina a arriba, jugar en el lago salpicándose, el tirarse juntos desde la cascada, para terminar en la casa de alguno merendando, simples cosas que guardan inmortales momentos ya que para Francisco los sentimientos no conocen de edad, siempre serán ellos de siete años tan inocentes y solo se escuchaban risas, ni llantos, ni su llanto ahora.

Juraría que hoy el sol parecía estar casi tan cerca de la tierra como las mismas nubes, el reflejo de los espejos resplandecía tanto obligándome a cerrar los ojos, Carlos le había pedido que vaya dejarle al dueño del local unos presupuestos y como hoy era sábado salían más temprano y no le molestaba pasar por el local ya de salida.

Mírame

De vez en cuando pienso que estoy

Muy cansada de estar sola y de

Escucharme llorar

Mírame

De vez en cuando miro atrás y veo con miedo

Lo mejor de nuestros años correr.

Se escuchaba el sonido de la canción, fuera del local de espejos, el sonido de las campanas en la puerta anunciaban la llegada del joven, pero no se habría escuchado, la joven mujer no dejó de cantar impulsada por la letra y melodía de aquella canción lo que parecía la mujer cautivada por ella. Se encontraba arriba de un estante encima del mostrador que le tapaba la mitad de su cuerpo, solo dejando ver su pollera y blancas piernas.

—Buen día señorita –dijo el joven de traje tratando de cubrirse por el resplandor del sol, el color rosa de la pollera de la joven resplandecía por el material de plástico– pero me mandó Carlos a dejar el presupuesto de los materiales –se movió para un costado y la vio, su pelo castaño claro largo y sedoso, una piel blanca como la nieve, su rostro juro que no había visto cosa más delicada al igual de hermosa, él no había visto nunca un ángel, pero estaba seguro de que se verían así, como si la hubiese visto o mejor dicho encontrado, aún con gafas algo grandes pero sin restarle el mínimo de belleza con sus pecas apenas eran notorias en sus mejillas y algunas en su nariz, la cual era respingona, su mirada viajo con discreción a sus labios carnosos y rosados, tomó valor y la miró a los ojos pero qué espectáculo tan bello, unos par de ojos tímidos esmeralda lo dejaron sin aliento alguno, debía de tener cara de pavo, ya que la mujer se sonrió leve ruborizándose, mantuvo su mirada.

—Disculpe que no lo haya escuchado –su voz era suave y femenina, bajo con cuidado del mostrador– mi jefe me dijo que vendría –dijo ahora en el suelo, quien parecía aún no poder bajar era Francisco a la realidad, quien estaba absorto aún era ella, la mujer del jardín –se encuentra bien.

—Eso creo –dijo bajo, a la joven le pareció que el chico debía estar perdido en la capital, tal vez no estaba perdido, sino de otras maneras, pero no tan perdido ahora.

—Me daría el papel –dijo la castaña mirando la mano del joven quien tenía apretada la pobre nota, asintió sonriendo y rascándose la nuca.–Sí, está bien –vio la dirección del local y el nombre de su jefe, quien como de costumbre no se encontraba, el aspecto del hombre la ponía nerviosa, portaba bien el traje, con sus rasgos masculinos, piel morena, quijada marcada con una barba de unos días, su pelo negro con una pequeña melena hacia atrás, dentro de sí se preguntó si pasar sus dedos en ellos sería suave, eso la ponía apenada y sus ojos oscuros demostraban amabilidad con un poco de misterio.

—Disculpe –dijo el muchacho poniendo su mano en el escritorio– no me presenté, mi nombre es –se escuchó de pronto el teléfono sonar el cual se encontraba en el escritorio bien organizado, la mujer lo miró tomándolo, se disculpó con la mirada, se sintió un tonto por un momento, eso fue lo de menos cuando reconoció aquella cara. No le quitó la vista a causa de que podría llegar a ser una confusión aunque deseaba en verdad que no lo fuera, la sensación de alegría lo invadió cuando reconoció su perfil, vio sus ojos mientras ella hablaba mirando el candelabro que estaba a unos metros de Francisco suspendido en lo alto del techo, dándole al chileno la vista perfecta para ver esos ojos verde esmeralda que le cortaron el aire, ese brillo que estaba seguro que no podría encontrar en la noche más estrellada y su dueña era portadora de tal belleza tan delicada que no podría creer que existiera. El moreno tuvo que apartar la vista por temor a parecer un acosador y lo que menos quería era llegar a espantar a la mujer que por el momento desconocía su nombre.