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Estaba intentando mantener a raya a diez hombres impresionantes cuando, sin darse cuenta, Shadow Callahan se encontró insinuándose a Brent Bramwell. Todos sus compañeros del centro comercial estaban de acuerdo en que organizar un concurso de belleza masculino era un reclamo infalible para atraer a las compradoras. No podía culpar a Brent por haberla malinterpretado, ya que su tienda vendía unos artículos muy... interesantes. Brent Bramwell estaba acostumbrado a tener todo bajo control y no tenía tiempo para jueguecitos. Pero, al conocer a Shadow, se dio cuenta de que había ciertas cosas que echaba de menos en su vida. Cosas que quería compartir sólo con ella...
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Seitenzahl: 131
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Lori Foster
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Acoso, n.º 10A - mayo 2021
Título original: Sex Appeal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Este título fue publicado originalmente en español en 2002.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-1375-710-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Epílogo
Ethan Winters se despertó sobresaltado. El corazón le golpeaba las costillas, le dolía la cabeza, sentía como si tuviera arena en los ojos y la boca le sabía a serrín. Aun así, a pesar de todo, se dio cuenta de varias cosas a la vez.
Lo más notable era que había una mujer en su cama. Sí, esa pierna delgada tan bien torneada tendida sobre su estómago sin duda pertenecía a la clase femenina, sin mencionar la pequeña y delicada mano que descansaba sobre su corazón. Miró esa mano, pero tenía la mirada tan cansada que no le pareció la mano de ninguna mujer en particular. Simplemente una mano. Una mano de mujer.
Sí, muy bien, estaba en la cama con una mujer. No era para tanto. Pronto sabría qué habría pasado. Ya que no llevaba ni zapatos ni camisa, sólo los pantalones desabrochados y la cremallera bajada (eso lo sabía porque podía sentir el cálido muslo de la chica sobre su piel), era de entender que la mujer también estuviera medio vestida. Eso podría significar varias cosas, pero lo más probable era que significara sólo una.
¿Y qué? Tenía treinta años, estaba soltero, era libre de hacer lo que le placiera sin importar si recordaba o no qué era eso que le había complacido.
Dado el sol tan brillante que entraba por la ventana, se dio cuenta de que tenía que ser media mañana. Una rápida mirada al reloj dijo que eran las ocho y cuarenta. ¿A qué hora se había metido en la cama?
Ese incesante golpeteo en su puerta, que ahora se había vuelto más intenso, probablemente lo había despertado, y no la suave mujer que tenía aferrada a él.
Gruñendo por el esfuerzo que le supuso, Ethan levantó la cabeza de la almohada para mirarla. Lo único que pudo ver fue una deslumbrante maraña de cabello marrón plateado. La mujer tenía la nariz sobre uno de sus costados, prácticamente en su axila, y llevaba la camisa de su uniforme de trabajo; una camisa que no cubría del todo las braguitas de satén color melocotón que se tensaban sobre un precioso trasero.
Se movió y después, una vez despierta, se estiró arqueando el cuerpo contra el de él y alzando las manos por encima de la cabeza. Ethan también se movió, a pesar de tener resaca y de estar dolorido. Quien estuviera en la puerta podía quedarse esperando. Sonrió a la mujer, impaciente por verla, por resolver el misterio.
Ella se tumbó boca arriba con un pequeño y adormilado gemido.
Ethan salió de la cama de un salto tan rápido que la cabeza le dio vueltas y a punto estuvo de caer de rodillas. No. No, maldita sea.
Sus temblorosas piernas seguían intentando fallarle y el corazón se le subió a la garganta, haciéndole acercarse peligrosamente al vómito. Se agarró a los pies de la cama para sujetarse, tragó saliva, y cuando encontró voz suficiente, gritó:
—¡Pero qué demonios haces aquí, Rosie!
La sonrisa se desvaneció de la cara de la chica. Muy lentamente abrió un ojo azul y gruñó.
—Cállate, Ethan. Tengo un dolor de cabeza espantoso.
Él se mostró exasperado y al oír el ruido continuado en su puerta, le entró el pánico.
—Sal de mi cama.
La mirada que ella le lanzó no fue muy agradable. En lugar de obedecer, se tumbó boca abajo y se acurrucó contra la almohada.
—Necesito un café.
Suelto, su pelo era glorioso, pero no era lo suficientemente largo como para cubrir su trasero. Ethan miró.
Oh, Dios. ¿Qué podía hacer? Era Rosie. Su Rosie. Su amiga de toda la vida, una mujer con la que había crecido, la hermana pequeña del que un día fue su mejor amigo…
¡Vaya! ¡Estaba muy guapa!
No. No lo estaba. Cerró los ojos y los apretó con fuerza para bloquear la imagen de ella tendida en su cama, la imagen de sus nalgas, de la longitud de sus piernas. Ya había visto sus piernas antes, claro; ella solía llevar esos pantalones cortos e incluso la había visto en traje de baño, pero no había visto sus piernas en su cama. Ni siquiera una vez. Nunca.
Claro que no… Por supuesto que no. Resopló. Qué idea tan ridícula. Si hubiera hecho algo con Rosie, lo recordaría, y además, él no haría nada con Rosie. Era prácticamente de la familia. Prácticamente. No del todo, pero casi.
Reconfortado por sus propios pensamientos, volvió a abrir los ojos, y para mantenerse a salvo no la miró directamente.
—Quédate ahí.
Rosie gruñó, pero no respondió.
Ethan salió del dormitorio con piernas temblorosas y cerró la puerta tras él. Quien estuviera merodeando por su puerta estaba armando un jaleo horrible, y si despertaba a todos los vecinos ellos se pondrían furiosos con él.
Cruzó el salón, abrió la puerta y allí se encontró a Riley Moore, Harris Black y Buck Bosworth. Sin ser invitados, lo apartaron a un lado y entraron. Ethan miró al pasillo, pero la zona estaba despejada. Lo último que quería era que los chicos supieran que Rosie había pasado la noche con él.
No se creerían que no había pasado nada. Demonios, ni siquiera él lo habría creído.
—¿Qué queréis, chicos? Como podéis ver, habéis interrumpido al bello durmiente.
Harris se rió.
—Necesitarías hibernar durante un invierno entero para mejorar esa cara que tienes.
Buck sacudió la cabeza con cierto desdén.
—Sabía que anoche te emborrachaste, pero debes de haberte deshecho los sesos con el alcohol si te has olvidado de nuestro día de pesca.
Pesca. Oh, demonios, no quería pescar. Ethan se llevó las manos a su dolorida cabeza y tomó aire dos veces.
—Hoy no voy a ir. Apenas puedo mantenerme en pie.
Riley, el más serio de los tres, dejó escapar un suspiro.
—Anoche te dije que dejaras de beber. Te dije que pararas y que lo superaras de una vez. Pero no, tú seguiste. Y ahora tienes que pagar las consecuencias. Ve a vestirte. No vamos a marcharnos sin ti.
Ethan se puso tenso. No podía creer que Riley hubiera tenido el valor de sacar a relucir ese tema tan delicado. Todos sabían que él no quería hablar de ello.
—Iros al infierno. Yo me voy a la cama —se estremeció ante sus propias palabras. Rosie estaba en la cama.
—No —Riley se sentó y puso los pies sobre la mesita de café, tirando un periódico y un recipiente de comida china al suelo—. Estoy harto de que no dejes de compadecerte. Ya ha pasado un año. Ya es suficiente.
Buck y Harris, ambos en silencio, ambos prudentes, miraban hacia delante y hacia atrás mientras seguían la conversación.
Ethan apretó los dientes.
—Déjalo, Riley.
—Lo haré cuando lo hagas tú.
—No es asunto tuyo —Ethan no pretendía gritar y, de hecho, se arrepintió inmediatamente cuando la cabeza le palpitó de dolor y el estómago se le encogió. Se frotó la cara con las manos, intentando convencerse de que podía agarrar a Riley y sacarlo de su casa sin llegar a vomitar, cuando una voz femenina de pronto se introdujo en la conversación.
—Son tus amigos, Ethan. Claro que es asunto suyo.
Oh, Dios.
Los pies de Riley se posaron en el suelo con un ruido sordo. Las barbillas de Buck y Harris casi hicieron lo mismo. Ethan gruñó. A través de sus dedos, vio a Rosie.
Gracias a algún poder supremo, había tenido el miramiento de al menos envolverse en la sábana.
La camisa de Ethan le cubría la parte de arriba y una sábana envuelta en forma de toga le cubría la parte de abajo. Tenía el pelo alborotado, sus ojos azules algo cargados y las mejillas aún sonrosadas de sueño.
Los tres se volvieron hacia él. Sus expresiones variaban de la censura a una extrema curiosidad pasando por una fascinación mezclada con consternación.
Eso era lo último que necesitaba.
—¿Me disculpáis un momento? —con la esperanza de preservar la poca dignidad que aún le quedaba, Ethan se obligó a ir hasta el cuarto de baño, cerrar la puerta y echar el pestillo. Necesitaba intimidad durante los siguientes quince minutos mientras veneraba al dios de la porcelana, rezando porque fuera un sueño, esperando, contra toda esperanza, que cuando saliera todo el mundo se hubiera ido, sobre todo Rosie, y que su cerebro dejara de latirle lo suficiente como para dejarlo respirar.
Estaba agarrado al váter, la cabeza le daba vueltas, cuando oyó pasos al otro lado de la puerta.
—¿Ethan?
Se sentó sobre el frío suelo de baldosas de cerámica y se apoyó contra la bañera, con los ojos cerrados. Respirar ya le suponía una difícil tarea, y pensar todavía más. No quería hablar.
—Vete, Rosie.
Esperaba una respuesta brusca, una negativa, incluso que derribara la puerta. Desde que la conocía, Rosie había demostrado tener el don de hacer siempre lo que le placía sin preocuparse de lo que los demás pensaran. Era una testaruda, estaba aferrada a sus propias ideas, era independiente… y había estado en su cama.
Tras unos momentos de expectación en los que no ocurrió nada, Ethan se tensó ante un mal presentimiento. Abrió los ojos y miró la puerta cerrada. Rosie no había hecho nada.
¿Se había marchado cuando él le había pedido que lo hiciera? O mejor, dicho, cuando le había ordenado con mucha grosería que se marchara. ¿Había herido sus sentimientos?
¿Había tenido sexo con ella?
Con el estómago más revuelto que nunca, Ethan se levantó y asomó la cabeza por la puerta del baño. No oyó ni un solo ruido.
—¿Riley?
Pasaron diez segundos y entonces…
—¿Qué? —Riley se asomó al pasillo, miró a Ethan y puso cara de indignación.
—¿Se ha marchado Rosie?
—Está haciendo el desayuno.
—Oh —eso tenía sentido. Si no tuviera tanta resaca, habría recordado que Rosie no era una chica sensiblera y ñoña. Es más, era bastante dura… para ser mujer. De modo que, por supuesto, no había herido sus sentimientos.
Y tampoco se había acostado con ella.
—No es lo que piensas —le dijo Ethan a Riley, que seguía mirándolo como si fuera inferior a un gusano—. No te imagines lo peor, ¿de acuerdo?
Riley se cruzó de brazos.
—Ella ha dicho que te duches y que vengas con nosotros.
Y Rosie, por supuesto, esperaba que obedeciera.
—Sí, está bien.
Enfadado, Ethan cerró la puerta de golpe. Se tomaría todo el tiempo que quisiera, sí, eso haría. Esa mujer no era su dueña. Sólo porque se hubiera despertado en su cama, no significaba que pudiera empezar a mandar sobre él.
Aunque, por supuesto, siempre lo había hecho y la mayor parte del tiempo él se lo había permitido. Aunque Rosie era cuatro años más joven, habían sido amigos desde siempre, en el instituto y en la universidad. Se habían unido mucho con la muerte de los padres de ella y durante el tiempo que Ethan estuvo comprometido.
Habían seguido siendo amigos después de que el hermano de ella se escapara con la prometida de Ethan, dejándolo literalmente plantado en el altar hacía diecinueve meses.
Desnudo, Ethan se situó bajo un chorro de agua caliente y apretó los dientes ante ese imperante malestar que le radiaba hasta las extremidades. Apoyó las manos en la pared alicatada, bajó la cabeza y cerró los ojos.
Si había llegado a tener sexo con ella, no sabía si podrían seguir siendo amigos. Rosie era una mujer de las que pensaban en el matrimonio, no de las que buscaban una relación de una noche. Y él jamás volvería a pensar en el matrimonio como una opción.
¿Qué demonios había hecho?
—¿Cuántos huevos queréis, chicos?
—Dos.
—Tres.
—Rosie —dijo Riley con un largo y exagerado suspiro—. ¿Qué está pasando?
Rosie Carrington volvió la cabeza y miró a Riley. Era un hombre grande y por eso le preparó tres huevos, igual que a Harris.
—Sólo estoy haciendo el desayuno. No es para tanto.
—Sí, ya, sólo haciendo el desayuno… en casa de Ethan, vestida con su camisa y probablemente en la «mañana después».
—Eres demasiado listo como para hacer suposiciones, Riley.
Harris y Buck se miraron y después resoplaron. Sí, de acuerdo, habían hecho muchas suposiciones. Pero no podía culparlos. Era una situación bastante evidente.
Riley no les prestó atención.
—De acuerdo. Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? La última vez que vi a Ethan en la fiesta, estaba flirteando con esa pelirroja sexy y tú estabas enfadadísima con él porque decías que estaba actuando otra vez como un imbécil.
Rosie se concentró para no freír demasiado los huevos. La noche anterior… bueno… sí que se había enfadado. Y por cierto, aún estaba un poco molesta. La mayor parte del tiempo, Ethan era el mejor hombre que una chica podía tener a su lado, era fácil de respetar y más fácil todavía de amar. Era trabajador, sensato y serio. Un bombero con un intenso código moral. Sí, se había convertido en una especie de ligón, pero muy noble, al fin y al cabo.
Sin embargo, cuando alguien sacaba el tema de su ex prometida, pasaba de ser un tipo genial a un cretino chovinista y superficial que se iba con la primera mujer que se le cruzaba. Rosie daba por hecho que eso lo hacía para demostrar a todo el mundo que había superado lo de su prometida, que se había recuperado. Pero indicaba todo lo contrario, que aún se sentía dolido… y eso le hacía daño a Rosie.
Había pasado un año y medio, ¡por el amor de Dios! Ya había tenido suficiente. Había llegado el momento de que ella tomara cartas en el asunto.
Rosie sabía que los chicos se sentían incómodos por haberla encontrado allí, aunque si todo salía según lo planeado, tendrían que acostumbrarse a verla en casa de Ethan. Además, ahora estaba decentemente cubierta con una vieja bata que había encontrado en el armario de Ethan.
—Estás siendo evasiva, Rosie.
—Oye, Riley, tengo veintiséis años. Creía que eso bastaba para no tener que darle explicaciones de mi vida privada a nadie.
Harris se rascó la cabeza, haciendo que su pelo negro se viera más despeinado que nunca.
—¿Es que Ethan y tú tenéis vida privada?
Ella lo ignoró mientras metía un tenedor en la sartén de hierro fundido llena de un beicon que no dejaba de chisporrotear. Cuatro hombres, todos ellos muy machos, necesitaban mucha comida para mantener alto su nivel de energía.
—Chicos, me sorprende que tuvierais pensado salir a pescar todo el día sin haber desayunado antes. Es la comida más importante del día. No deberíais saltárosla.
Los hombres esbozaron unas sonrisitas ante ese ridículo comentario. Como bomberos que eran, Ethan y Harris cuidaban a fondo su salud. Su trabajo no les permitía menos. Buck era propietario de un almacén de maderas y el esfuerzo físico formaba parte de su trabajo diario. Tenía músculos hasta en los propios músculos.