Akuika, el cazador de fuegos - Javier Alpica y Héctor Morales - E-Book

Akuika, el cazador de fuegos E-Book

Javier Alpica y Héctor Morales

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Beschreibung

Esta novela es una versión original y humorística de uno de los hallazgos que cambiaron la historia de la humanidad: el uso del fuego. ------------------------------- This story is an original and amusing version of one of the discoveries that changed the history of humanity: fire.

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Ilustraciones: Héctor Morales

A mis padres A mis hermanos Toño, Mague, Virginia y Alonso.

Texto: Javier Malpica

D.R. © CIDCLI, S.C. Av. México No. 145-601 Col. Del Carmen Coyoacán C.P. 04100, México, D.F.

www.cidcli.com

D.R. © Javier Malpica

Ilustraciones: © Héctor Morales Coordinación editorial: Rocío Miranda Cuidado de la edición: Elisa Castellanos Diseño gráfico: Perla Luna Desarrollo digital: Adosaguas Servicios Multiplataforma

Primera edición digital, 2014 ISBN: 978-607-7749-10-3

La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma y por cualquier medio, no autorizada por los editores, viola los derechos reservados y constituye un delito.

índice

El Universo 7

Hubo un cavernícola…15

Los motivos de un nuevo cazador 27

Un prófugo de la ley… 37

El cavernícola que ya no podía cazar 49

Una singular comunidad 61

La vida en comunidad 73

¿La tatatatatatata…… 85 tatarabuela de Miró?

Un peligro inminente 99

Un penoso cruce 111

Mirando de nuevo las estrella 123

El camino a casa 131

11 ¿Qué hace a un cavernícola?

21 Unos inusuales cazadores

31 ¿Un rayo de esperanza?

41 Enfrentando a las bestias

55 El trineo de mamut

69 Una chica muy calladita

79 Un encierro demasiado largo

91 En busca de la piedra mágica

105 Mirando las estrellas

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El Universo en dos páginas (o lo que es lo mismo: todo cabe en un jarrito… hasta 5 mil millones de años)

Hace mucho mucho tiempo… más de trece mil millones de años para ser exactos, todo el Universo estaba comprendido en un lugar más pequeño que el punto del final de esta oración. Y cuando digo todo, me refiero a todo. Sí, en un solo lugar estaban la orquesta filarmónica de Berlín, los fanáticos de los Beatles, todos los peces de todos los acuarios, China (el país completo, con todo y chinos), tu maestra de español, tu casa y hasta todo el inmenso desastre (según palabras de tu mamá) que es tu clóset. Era algo peor que un vagón del metro a las seis de la tarde. Pero de pronto, por un misterio de la física que no conviene explicar aquí (y que no se podría explicar aunque se quisiera porque aún es un misterio) ese pequeño punto estalló, haciendo un gran sonido, un enorme BANG que liberó el Universo para que por fin pudiera existir todo lo que podía existir, en un

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espacio bastante considerable, así que miles de estrellas se desperdigaron por el océano cósmico, y éstas, que tienen la costumbre de agruparse, hicieron las galaxias y dentro de éstas, nubes de polvo se encargaron de agruparse creando los planetas. Y de entre tantos millones de planetas, hubo uno que tuvo la peculiaridad de no conformarse con girar alrededor de una estrella por toda la eternidad, así que un buen día desarrolló algo extraño llamado vida. Una vida poco agradable, ya que salió de un caldo lleno de proteínas que por muy nutritivo que fuera entonces, seguramente ningún ser vivo se comería ahora (ésa es la razón de que cada sopa olvidada en el refrigerador tenga la posibilidad de crear seres mutantes si se le deja demasiado tiempo olvidada). De ese caldo surgieron cosas como los microbios, los dinosaurios, los cronistas deportivos, los hongos de los pies y demás seres maravillosos que hay ahora. Pero vayamos más despacio y regresemos a aquel extraño día —tal vez de verano— en el que surgió el primer microorganismo. Ese primer ser, por un curioso fenómeno llamado evolución, unos años después se transformó en los extraordinarios

dinosaurios, que todos sabemos qué tipo de criaturas eran (algunos muy amigables y algunos francamente terroríficos). Esos enormes seres parecían invencibles, sin embargo, unos años después —tal vez en un día de otoño—, un inesperado meteorito golpeó a la Tierra y convirtió todas las bestias en el ingrediente principal del futuro petróleo. Pero eso no acabó con la vida, ni mucho menos tranquilizó el planeta. No tardaron en surgir otro tipo de bestias salvajes, pero peludas y colmilludas, además, los volcanes y los terremotos no cesaban, así que surgió un nuevo evento llamado glaciación, que pretendía convertir a la Tierra en una gran bola de helado. En un mundo tan amigable, es increíble que hayan surgido los primeros hombres, pero surgieron, la prueba es que estás ahí leyendo. No es de extrañarse que esos primeros cavernícolas tuvieran que ser altos y fuertes como un árbol, y tener oídos y vista perfectos, de ésos que no puede tener un árbol. Esos primeros cavernarios eran tan imponentes como un edificio (al menos eso pensaría una hormiga promedio), por ello podían enfrentar a tanto peligro decidido a borrarlos de la historia del cosmos.

¿Qué hace a un cavernícola?

(o lo que es lo mismo: el troglodita que todos llevamos dentro)

Las costumbres cavernícolas no estaban muy lejos de lo que ahora pasa. De hecho si construyeran una máquina del tiempo y tú de pronto te vieras en la Edad de Piedra (ni siquiera en la Edad del Bronce o del Hierro que al parecer eran un poco más divertidas), para poder pasar desapercibido primero que nada tendrías que deshacerte de tus jeans gastados, ésos que tu mamá tantas veces te ha rogado que les prendas fuego, pero que tú no te atreves a tirar porque ya son parte de ti mismo (estas son las cosas que las madres no pueden entender). Aunque pensándolo mejor, tal vez podrías rasgarlos un poco más, darles una buena embarrada con lodo y entonces tendrías algo muy parecido a una prenda cavernaria de primera calidad. Pero eso sí, tendrías que quitarte tus nuevos tenis con suela de aire y túneles aerodinámicos, hay que entender que un calzado propio para caminar en

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los cráteres lunares no iba a verse bien en una época en que la gente conocía el estado del tiempo con sólo pisar el suelo. Tu playera de "Cancún es la pura vida", ésa también tendría que desaparecer. Y en lo que respecta a tu arreglo personal, no habría problema. "Esa greña, mechas, o pelos insufribles" que tu mamá (sí, otra vez tu mamá) abomina, podrían pasar perfectamente como de exquisito gusto entre los Neandertales y los Pitecantropus, de hecho entre menos cuidado haya recibido tu cabellera de parte del shampoo y del estilista, tanto mejor.

Ahora sí, puedes tomar un palo, revolcarte un poco en ese charco de lodo y mezclarte entre tus antepasados, no sin dejar de considerar unos pequeños consejos:

Primero, es indispensable que tomes posición erguida, nada de andar semi-erguido, es decir, como quien busca una moneda en el suelo, o como quien ha sufrido un fuerte dolor de espalda por cargar sin ayuda el viejo sillón de la sala. Eso de que los cavernícolas caminaban como sus primos los gorilas y de que aún les costaba trabajo no apoyar los nudillos en el suelo es mentira, es cierto que llevaban caminando poco tiempo, pero los cavernarios ya eran lo que se conoce como homínidos (y tú eres un homínido), así que ya dominaban bastante bien el arte del caminar en dos piernas.

Después, es conveniente que temas a cualquier fenómeno natural y que lo consideres una manifestación de la existencia de los dioses, normalmente de su enojo, de hecho hay que creer por completo que se está rodeado por divinidades y que

se es vigilado por ellas con cada paso que se dé. Desde el sol hasta la lluvia son entidades de primera categoría, y luego puede haber otros dioses de segunda división como la brisa marina o la nube. Así que tienes que respetar todo lo que te rodea porque hasta la más pequeña hormiga bien puede ser un dios en entrenamiento. Sin importar que uno sepa que las estrellas son nubes de gases en continua fusión nuclear, uno debe mostrarse asustado e intimidado por esas luces brillantes en el cielo. Sin importar que uno sepa del movimiento de las placas tectónicas, uno debe mostrarse francamente aterrado ante el más ligero temblor de tierra y asociarlo, al menos, con el retortijón estomacal de un dios indigesto.

También, es importante que olvides que existen tu programa favorito de los lunes, el chatroom, los videojuegos, incluso el voleibol playero y el cine con matinés. A partir del momento en que abrazaras la vida prehistórica, tu única diversión sería evitar que te comiera un depredador, conseguir una cueva decente y si acaso mirar en el cielo atardeceres y auroras.

Finalmente, en caso de hambre, tendrías que conseguir una vara, un pedrusco y una buena dosis de paciencia (para poder sacarle filo a la madera con ayuda de la piedra), desear con todas tus ganas una hamburguesa doble y lanzarte a la búsqueda de un animal (de preferencia un antepasado de las vacas) y con ayuda de unos cuantos cavernarios más, acorralarlo y darle caza. Sin embargo, siempre es bueno que tengas cuidado, los animales de esa época no eran nada

dóciles, nadie les había enseñado que podían vivir a todo lujo si se dejaban domesticar en una granja.

En esa época, que a los paleontólogos les dio por llamarla Era cuaternaria, era tal el revoltijo de antepasados y primos del hombre, que aún no se está plenamente seguro de quiénes fueron nuestros verdaderos tatatata…. (aquí habría que introducir muchos tata más)… tatarabuelos. Hay quienes hablan de los Homo ergaster, los Homo antecesor, los Homo heidelbergensis (vaya trabalenguas) y los Homo neanderthalensis (mejor conocidos entre sus amigos como Neandertales). Hay quienes aseguran que estos últimos a pesar de ser bastante listos, no son sino nuestros primos, pero otros dicen que llegaron a convivir y hasta procrear con los primeros hombres, es decir, los Homos sapiens. Aún no hay nada seguro. Y es que es difícil contar con precisión una historia si sólo tienes la ayuda de huesos fosilizados y mucho ingenio. Pero lo que es cierto es que hubo un grupo de homínidos (así los llamaremos para evitar los trabalenguas) que marcó la diferencia…

Y algunos dicen que la cosa pudo haber sido así…

Hubo un cavernícola…

(o lo que es lo mismo: algunos cavernícolas van a cazar mamuts, otros van al oculista)

Hace 97,426 años (más o menos), hubo un cavernícola, uno muy especial. Mientras todos los hombres salían, lanza en mano y rascando su cabeza (con la otra mano, claro está), él tenía que apartarse de su camino cuidando no ser atropellado y conformarse con ser un espectador en las artes de la caza. Y ese desprecio no era gracias a su tamaño, que se podía decir, que era regular (había otros que eran mucho más bajos que él) y tampoco a que fuera tan fuerte como una hoja de helecho. Se debía a otra cosa.

Este cavernícola no tenía un nombre como los conocemos, en aquellos tiempos no podrías encontrarte a un Juan Rodríguez o a un Peter Thomson, en aquellos tiempos la gente estaba demasiado ocupada en evolucionar como para andarse poniendo nombres con todo y apellidos, sin embargo tal vez lo más conveniente es llamarlo del mismo modo con

que todos en su comunidad le rugían furiosos: ¡Akuika! (que en lenguaje cavernícola totalmente no evolucionado, significaba algo así como ¡Inútil!). Mientras todos los demás cavernarios se dedicaban a lo suyo, es decir, a buscar la manera de sobrevivir, Akuika tenía que demostrar que no era una carga para tan avanzada sociedad, así que ayudaba a recolectar frutos a las mujeres, pero aunque eso no requería de gran fortaleza, Akuika tardaba hasta una hora en localizar frutos del tamaño de una papaya. Lo que ocurre es que este cavernario tenía un nada pequeño problema: Akuika no hubiera podido ver a un tiranosaurio a cien metros de él, (para su fortuna los tiranosaurios ya no existían, pero había seres igual de temibles, como los mastodontes o los lobos gigantes). Si Akuika hubiera nacido en el siglo veinte, hubiera necesitado lentes con una graduación de veinte. Bueno, tal vez estoy exagerando, pero lo cierto es que de haber nacido en el siglo pasado, Akuika habría tenido que sentarse en la primera fila, tanto en el cine como en su salón de clases, habría necesitado lentes desde los diez años y se habría enfrentado en la secundaria a la inevitable y nada agradable jungla de apodos tan originales como: "cuatro ojos", "lentejas", "Mr. Magoo" y varios etcéteras más. Por eso no es de extrañarse que Akuika no pudiera aventar una lanza sin poner en peligro a otros cavernarios, y menos debe extrañarnos que desde que cumplió los doce años lo hubieran puesto a realizar labores propias de las mujeres de la época. Desgraciadamente, Akuika también había resultado ser un fracaso en ello. No podía distinguir si

un árbol tenía frutos, así que los agitaba todos sin importar si era un árbol, la pata de un antepasado de la jirafa o un poste telefónico (claro que de estos últimos no había, ya que no había líneas telefónicas, pero fue divertido imaginarlo).

En lo único que Akuika había resultado ser medianamente útil era en el asunto de alcanzar frutos en árboles muy altos (esto, una vez que alguna cavernícola hubiera localizado el fruto en cuestión). También era muy empleado como linterna en cavernas profundas (cada ¡ay! o ¡ouuch! de Akuika indicaba que enfrente había una pared). Las mujeres se aprovechaban de él y siempre que la labor de recolección o cualquier otra labor doméstica demandaban algo riesgoso o incómodo, ¿a quién llamaban? Claro. Con su muy limitado lenguaje, las mujeres le decían al pobre cavernícola cosas como: "No seas malo, ¿no podrías trepar por esa palmera de diez metros y bajar un fruto de cáscara dura?" o "Akuika, ¿podrías matar a esa araña de cuarenta centímetros?". De hecho, si en esa época hubieran existido los platos y cubiertos, Akuika habría sido el lavavajillas oficial de toda la aldea. Afortunadamente no se había inventado todavía la esclavitud, pero con Akuika, toda la humanidad primitiva se estaba comenzando a dar cuenta de lo conveniente que era tener un sirviente personal.

Lo único que entusiasmaba a Akuika, en su nada envidiable vida, era sentarse en sus ratos libres, es decir, cuando no tenía que conseguir un poco de miel de un