Alas en fuga - Julián Marchena - E-Book

Alas en fuga E-Book

Julián Marchena

0,0
5,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Julián Marchena es el poeta que enseña y purifica a la vez, él nos tiende el hilo, la pequeña luz. Nunca se permite el descanso; abre el surco, pero siempre cree posible más ancho el camino. Es el secreto del poeta: hacer perenne aquello que posee la capacidad de romperse; sacar a continuas claridades lo que el miedo del hombre sostiene en lo oscuro. El amor y la esperanza en el vuelo supremo, van unidos. No importa al poeta que la presencia física le haya sido arrebatada, ya por el desamor, ya por tiempo, o bien por la muerte. Siempre queda al fondo de toda realidad humana un espacio infinito en el que no podrá negársele la transparente alegría del para siempre. Toda la obra de Julián Marchena nos prepara para el vuelo supremo. El mismo título Alas en fuga nos señala las rutas por seguir. JORGE CHARPENTIER

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Julián Marchena

Alas en fuga

Fuga y contrapunto en las poesías de Julián Marchena

Estudio crítico

Jorge Charpentier

Hemos escogido como eje de nuestra disertación el quehacer poético de Julián Marchena, no porque su ausencia física nos haya impulsado al homenaje, sino porque su permanente vida merece una incansable búsqueda de respuestas al misterio del dolor, a la luminosa agonía de saber la vida como inseparable conciencia de la muerte y a esa insistente afirmación de la belleza calada en el verso, esculpida a la lumbre amorosa del poema.

Seis motivos serán nuestros compañeros de ruta: el poeta y el poema; el paisaje; el tiempo; el amor y el vuelo supremo. Ellos se nos han revelado horizontal y verticalmente, y de aquí que si “fuga” es huida apresurada o la mayor fuerza o intención de una acción, lo es también aquella composición que gira sobre un tema y su contrapunto, repetidos con cierto artificio por diferentes tonos. De las definiciones toma su estatura el contrapunto como concordancia armoniosa de voces contrapuestas. Alas en fuga es todo esto: huida apresurada, fuerza, intención, tema en diferentes tonos y concordancia de voces que se atraen y se rechazan hasta encontrar la infinidad de la armonía.

Nadie más celoso y a la vez humilde que el poeta cuando encuentra la voz propia en el poema. Es el único que conoce la rebeldía de los laberintos, las incontables batallas entre el sentir y las palabras. Antes de ser verso, la palabra es corteza, piedra viva, barro en la frontera de la estrella; luego es árbol, escultura de redondeces, canción definitiva y única. Todo esto nos enseña por qué el poeta crea en alegre soledad sin importarle quién va a ser herido por su vuelo; le basta haber echado a volar esa canción.

Poema y vida constituyen para el poeta un anillo cerrado. Su existencia carece de sentido si no puede llevarse hasta el acto único del poema. Si en la constante experiencia algo duele, también duele la piel del poema. Algunas veces el poeta siente que alguno de sus universos claudica; esto se traduce en una profunda desolación. Todo se torna sombrío. El blanco de la perfección se queda en la mitad de su camino y el poema se siente no nacido. Este es el tono de nuestro poeta cuando su yo lírico dolido dice:

…por eso en mi existencia todo tiene

algo de mármol roto o verso trunco.

Nadie más insatisfecho que el poeta; constante interrogador es a la vez atacado por una especie de ansiedad que lo obliga a desear con pasión lo inalcanzable. Ya los poetas románticos lo habían propuesto como ebriedad de vida y los parnasianos y simbolistas como desbordada melancolía. Duro trabajo para el alma este sentir y no querer sentir, esta extraña vocación por lo que no termina, pero deja un sabor a futuro condicionado a lo que pudiera haber sido si hubiera terminado.

El poeta es víctima de un soñar lo no sabido. Se entrega con deleite a la realización o experiencias cargadas de incertidumbre, y crea esa realidad en el más hermoso espejismo de lo verdadero.

El poeta padece de un estado febril. Existe una temperatura lírica que solo le es permitida al genio tocado por el veneno de la rima. Mientras alrededor todo se consume hielo, dentro del poeta la cordura deja paso a la divina demencia. El poeta es en sí mismo un incendio que nunca arrasa con la vida entera; incendio que disfruta en ser ardor sin permitir que la sed alcance el nido del agua.

Cuánta desesperación acumula la noche para que el poeta no tenga tregua, para que no descanse esa quemante llama. Son largos los caminos de la noche para el poeta. A veces los insomnios permiten eternos viajes por lo desconocido; a veces iluminan lo que ensombreció la luz del día, pero siempre parecen prolongaciones de una muerte aún no sentida.

Nada más cierto es que, hacer el poema, es cantar. Pero que no se confunda con la diáfana alegría, porque siempre es el dolor la materia más noble con la que el poeta trabaja. Todo lo hiere, aun aquello que los demás piensan que no tiene la agudeza de una espina. Todo es arista que traspasa la carne para conmover la escondida sangre de la rima. Julián Marchena, como Juan Ramón Jiménez, vino al mundo ya herido; por eso hubo de dolerle tanto la cárcel de la vida.

No es generoso lo cotidiano con aquel que nace poeta sin piel y sin alivio. Las prisas, los pequeños anhelos, las insignificantes preocupaciones, se vuelven como lobos contra el cuerpo del poeta en manifiesta orfandad. Este ser extraño no puede ni siquiera aparentar que convive como todos los otros seres; nace señalado y muy pronto los demás descubren que es el vidente, el que se atreve a penetrar hasta lo más hondo para descubrir lo más oculto del dolor; y el poeta está obligado a decirlo:

…y si del dolor te hiere con su puñal certero

¡sé como las guitarras que sollozan cantando!

El poeta que vive como tal, tiene la necesidad de la contemplación para apresar en esos interminables instantes la energía que le ayude a sostener el peso del mundo. Esta contemplación es también libertad. El acto de contemplar es para Julián Marchena la puerta que le permite escaparse de lo cotidiano, de “la prosa vana”.

El poeta es algo más que un intermediario, es un elegido. Elegido para soportar sobre sí mismo el variado drama que siglo tras siglo se repite en la humanidad. El poeta lo es, no frente a la realidad, sino con la realidad. En posesión de ella sabe enseñarnos que el hombre es un ser débil y suplicante, y que dentro de la soledad sufre la amarga tristeza de estar vivo.

La poesía que sale del alma del poeta, se hace sonora, sale al canto; entonces nos preguntamos si ese canto no lo habíamos oído antes, porque suena a voz de siglos.

El poeta sale al mundo grávido de amor y generoso en su insistencia sobre aquello que aún no se ha comprendido. El poeta es el hacedor del hombre y de sus emociones; para ello toma el mármol de la palabra y una vez esculpida la hace comunicación, belleza. Todo esto nace de la necesidad del desprendimiento; es entonces cuando nosotros recibimos esas notas del dolor, de la muerte, de la soledad; todo en la redonda frase que termina por encerrarnos inevitablemente.

El poeta inventa siempre eternos cuerpos. Sabe que lo cotidiano necesita que se le diga siempre con nuevas entonaciones, para que el espíritu no se acostumbre a pequeños y enquistados caminos, sino a la grandiosidad de la belleza.

Julián Marchena es el poeta que enseña y purifica a la vez, él nos tiende el hilo, la pequeña luz. Nunca se permite el descanso; abre el surco, pero siempre cree posible más ancho el camino. Es el secreto del poeta: hacer perenne aquello que posee la capacidad de romperse; sacar a continuas claridades lo que el miedo del hombre sostiene en lo oscuro.

Julián Marchena supo mostrarse siempre portador de lo bello, testamento de verdades. Por eso Julián Marchena nos da siempre lo que él afirma:

…un poema de nítida factura

forjado con amor y verso a verso…

En Julián Marchena el paisaje deja de ser mera descripción de la naturaleza o elemento ornamental del poema, para convertirse en descubrimiento de interioridades. Nubes, hojas al viento, cielos azulados, montañas y mares, son otros desde el cosmos poético, y al decir esto reconocemos en la otra realidad del creador, el universo traducido en múltiples sentimientos.

En Marinas y otros poemas, Julián Marchena, atrapado por la contemplación del mar, transforma y reelabora esta vivencia:

…está el mar adormilado

en la calma de la hora.

El poeta no puede dejar la obsesiva lucha entre las ataduras de lo material y el ansia de ocultarse:

…mar adentro se ha esfumado

una barca pescadora.

El atardecer no es luminoso para el alma del poeta: tampoco lo es el mar:

Sobre el mar color de acero

trama la espuma su encaje…

Detrás de esa “barca pescadora”, quedan los otros, también serenos y tristes; son:

…los barcos mecidos en una suave cadencia…

La “barca pescadora” se hace detalle de lo femenino, presencia imaginada que consuela al ausente:

Silba el viento en las jarcias temblorosas,

el velamen se comba como un seno…

El mar y la noche, inseparables compañeros, constituyen también alimento poético para el creador, y este se hace solidario, con profunda nostalgia, del sufrimiento que ahora viven ese mar y esa noche, heridos por el peso de los tiempos modernos:

Desde que se miraron en remotas edades

la noche y él han sido camaradas sinceros…

Ningún momento del día se vuelve para el poeta más coincidente con su estado de alma, como la tarde. Pero no la tarde alargada en plenitud de sol y celaje, sino ese momento en el que parece que la vida desprende su hilo y se entrega fiel a lo desconocido y envolvente de lo nocturno. Ya nos lo dice en su inigualable “Romance de las carretas”.

El sentimiento de melancolía se reitera en toda la obra de Julián Marchena. Unas veces logra transmitirlo como ese puño cerrado que se detiene en la garganta a la manera de muralla entre el corazón y los ojos, para que no se desborde en sollozo; otras veces goza de ella como una buena copa de vino, entonces el espíritu se regodea en el desconsuelo con una cierta y morbosa alegría.

Como decíamos antes, Julián Marchena es el poeta del crepúsculo, en tanto halló su fuerza en el secreto de ese instante imperceptible. Tiempo cronológico, tiempo lírico y tiempo de la agonía que no alcanza la muerte. Paisaje que Marchena reduce a estos dos versos:

Un reloj da las seis y a un tiempo mismo

se ensombrecen el alma y el paisaje.

En el tratamiento del paisaje Julián Marchena es un maestro. Esta condición se la debe al hecho del constante ejercicio de la interioridad. Nada como esto para poner al desnudo el desgarramiento y la conciencia de que más que portador de la palabra, él es palabra.

Julián Marchena nunca aceptó la prisión del mundo de lo concreto. En sus poemas se siente cómo el alma se ahoga impotente, enredada en la obligada situación de permanecer impotente, porque los demás exigen la presencia corporal, el testimonio de que se está entre los demás. De aquí este grito dirigido al mundo:

¡Yo soy un prisionero de las calles urbanas

que sufre una invencible nostalgia de praderas!

El tiempo del hombre no es el tiempo del poeta. Si Einstein tuvo que cambiar definitivamente las viejas ideas de espacio y tiempo, que habían permanecido inmutables desde tiempo inmemorial, el poeta ha sido siempre el poseedor de su secreto. Este conocimiento, aparentemente pequeño, es el que le otorga poder al creador.

El hombre contemporáneo, devorado por la prisa, aguijoneado desde que nace por las manecillas de un reloj, prisionero del tejido irreversible del pretérito, esclavo del mañana y encadenado engañosamente en el presente, agota siempre toda la posibilidad de vivir para la vida. En cambio el poeta exhorta:

Que no se ofusque tu visión tranquila

con torpes inquietudes del momento…

Julián Marchena lo afirma porque sabe que cada instante, medido por su tiempo, es continente de vida, agonía de preguntas e inalcanzables respuestas:

…toda tu vida encuéntrase formada

por invisible sucesión de instantes.

El hombre mismo, tan seguro de su frágil totalidad, es instante, susceptible de ser arrancado por otra mano misteriosa del Tiempo.

El tiempo tiene dos hijas entrañables: la vejez y la ausencia. La primera hace legítima la vida y respalda la historia del hombre; la segunda sensibiliza amargamente eso que muy pocos conocen y que nombran como soledad. El tiempo puede valerse de la vejez para enseñarle al hombre que existe un espejo en el que se mira solo una arrugada sombra; pero también puede enseñarle a moldear la existencia y otorgarle la digna estatura y eternizar su luz para que otros permanezcan a su alero para siempre protegidos, para siempre iluminados.

Las ausencias mutilan. De alguna manera cada ser o cosa que perdemos nos quita sin piedad fragmentos insustituibles de nuestra vida.

La vejez y la ausencia acechan al hombre. Regidas por el tiempo cabalgan sobre él, de repente y dan ese zarpazo que genera asombro, impotencia y una especie de anonadada pasión por el deseo de morir.