Aletargado y Encadenado - Luciano Le Favi - E-Book

Aletargado y Encadenado E-Book

Luciano Le Favi

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Beschreibung

Lucking y Ludwing, guiados y entrenados desde chicos por su maestro, buscarán convertirse en Honrados por designios de su rey Valrrum, uno de los títulos reales más importantes y respetados de todo su reino. Cumplirán, para ello, a rajatabla con la Sagrada Tradición de Valcross, con las órdenes de su maestro, actuando con inteligencia y eficacia frente a cualquier obstáculo que se les presente. Objetos mágicos, espías, fuerzas especiales, conjuros y entrenamientos exhaustivos existirán en este mundo para combatir no solo contra los monstruos que azotan a los comerciantes y viajeros en las afueras de las murallas, sino también para contrarrestar cualquier intento bélico de los reinos circundantes. No será tarea sencilla mantener el acuerdo de no agresión firmado luego de la última batalla entre Valcross y Deovan; los pactos de comercio con Aguasrrojas y Zamszamora; y mantener el equilibrio mental y económico de la gente del reino que sufre la cólera de los dioses y de los enemigos, tratando de que no pierdan la fe en su rey. "El autor nos presenta un mundo épico rodeado de situaciones autoconscientes, un devenir de la conciencia, los sabios consejos de los personajes que viven en el recuerdo, las posibles alternativas de cambios que reflejan un lugar de incomodidad, inquietud y desolación. Estos elementos psicológicamente descriptos ayudarán a que los protagonistas, jóvenes aventureros ansiosos por explorar la vida, se cuestionen algo más allá de los combates a los que están acostumbrados. ¿Será esta una oportunidad para aprender algo sobre la vida?". Daniela Fernández Profesora en Letras

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LUCIANO LE FAVI

Aletargado y Encadenado

La saga de Lucking de Valcross

Le Favi, Luciano Aletargado y encadenado : la saga de Lucking de Valcross / Luciano Le Favi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4794-1

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenido

Capítulo 1

La montaña Blanca y Pura

Capítulo 2

Honrado Vikingo Ludwing

Capítulo 3

Day of Defeat

Capítulo 4

Equilibrio

Capítulo 5

Deep

Capítulo 6

El espejo negrorrosa

Capítulo 7

La conversación con su maestro

Pensamiento del autor

Capítulo 1

La montaña Blanca y Pura

“Lo que consideramos frío es, en realidad, ausencia de calor. Todo cuerpo es susceptible de estudio cuando tiene o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita energía”.

Honrado Frederik, Estudio del comportamiento físico

“Cuando el Latrans Blanco se aproxima, el frío penetra en tu corazón,

pues todo pende de la ofuscación, del dichoso contrato del corregidor”.

Lek’ esse, Más White y Less Dark

Hacía más frío de lo normal, mientras los dos muchachos iban conversando, siguiendo los pasos de su maestro. Era el camino de siempre, con los árboles de siempre, las miradas de rabia y envidia, sin mencionar los murmullos molestos. Quizás ese factor provocaba aún más frío en el cuerpo de los muchachos. Pero no del maestro.

—No os quedéis atrás –dijo en un tono tranquilo, y a la vez enfadado– pues debemos estar allí a la hora señalada.

Los muchachos, como de costumbre, no estaban de acuerdo con las viejas rutinas de su maestro; Ludwing, por su parte, ya estaba harto pues todos los días a la misma hora, al chillido del mismo gallo, el ladrido del mismo perro, el cantar de los mismos pájaros y, por supuesto, el pasar exacto el mismo espécimen de águila –que, de hecho, este último marcaba la posibilidad de avanzar en el helado camino–, debían recorrer el aburrido y triste sendero de siempre.

Si bien no entendía cabalmente los porqués de su maestro, Lucking trataba de seguir al pie de la letra tanto su palabrerío como su accionar, pues en su interior sabía que quería convertirse en un Honrado Caballero, porque en Valcross había pocos, y los Honrados necesitaban engrosar su Logia.

—¡Maestro! –aclamó Ludwing mientras miraba una de sus hachas a espaldas del Latrans Blanco–. Hoy estamos al límite térmico que mencionó. Hace demasiado frío. ¿Es necesario que subamos hasta la cúspide?

—Justamente por eso, mi querido aprendiz –respondió el maestro, torciendo su cuello hacia la derecha, en dirección de Ludwing–, vamos a subir hasta la cúspide de la montaña. Y precisamente por eso –continuó– vamos a meditar exactamente el mismo tiempo de siempre. Así que vamos, ya calla. Es más sencillo cuando no mueves los labios, Ludwing.

Lucking no pudo contener su opinión al respecto.

—Maestro… –Sin embargo, fue interrumpido rápidamente por el Latrans Blanco.

—Lucking, ya has escuchado mi respuesta. Para ambos es igual.

“Maldito viejo del carajo, –pensó–. Nunca me deja hablar, es más, cuando hablo no me presta atención. Para él la rutina es sagrada, sus aprendices, que supuestamente somos como sus hijos, somos sagrados, y la tradición de Valcross es la más sagrada de todas, absolutamente (pero un poco absurda, diría yo) inquebrantable, invariable e incuestionable desde hace cuatro siglos enteros. Pero qué carajos hay dentro de la Logia, y ni siquiera sé por qué le sigo haciendo caso a este viejo. Bah, en realidad sí. Maldita sea, me he desviado nuevamente, menos mal que el maestro no se ha enterado”.

Los dos aprendices atrás, y el Honrado Latrans Blanco adelante, formaban triangularmente. El líder llevaba consigo una larga katana en la espalda, que cruzaba desde su hombro derecho hasta el lumbar. Ludwing, en el vértice derecho, con su hacha más pequeña, aunque realmente no era pequeña, “Toma” en su mano izquierda. Y en la derecha, un hacha de tamaño descomunal a la que nombraba “Darkhole”. Lucking por su parte prefería una espada y escudo tradicional de Valcross, forjados por el mejor herrero de toda la Fortaleza, Josealco, con quien había trabado amistad de tanto que lo visitaba. A diferencia de su hermano, no había nombrado aún a sus armas, ritual esencial y requisito ineludible para convertirse en un Honrado, como su maestro, razón por la cual era muy cuestionado por aquellos pueblerinos y plebeyos que no conocían sus destrezas físicas y habilidades marciales, porque no cumplía la Sagrada Tradición de nombrar su armamento.

Avanzaban, como siempre, a paso lento por los pasillajes de la Fortaleza, por orden de su maestro, para no alborotar a los mercaderes, ni a las mujeres, ni a los hombres. Pero los tres sabían que después de recorrer los quince kilómetros, ya alejándose del bullicio de la ciudad, debían acelerar el paso, justo diez kilómetros antes de la montaña Blanca y Pura, contados exactamente, paso por paso, por los defensores, quienes no eran más que simples hombres que poca idea tenían sobre cómo combatir, salvo algunos, y que gozaban de sus cómodos y calientes puestos en las torres de vigía, ubicadas estratégicamente en las afueras de la ciudad para proteger la ciudad cerrada de Valcross.

—Vamos –dijo el maestro, conservando templanza–, hoy es un día harmónico.

—¿En el mismo árbol caído, maestro? –preguntó Lucking.

—En el mismo de siempre, ¡chamaco! –dijo uno de los defensores, con un tono burlesco desde el alto de la torre–. Pensé que hoy no iban a venir, ¡pero ustedes que ni un día fallan!

—Nos quiere acompañar, ¿señor defensor? –preguntó irónicamente Lucking, sabiendo la respuesta de antemano–. Tengo ansias de aprender cómo su cálida mano tensa el arco y dispara la flecha, pero vamos, que lo que más me gustaría es saber cómo despertar a su compañero de vigilancia, que siempre está dormido a la hora que pasamos.

—Ja, ja, ¡¡ja!! Pero afuera de esta ciudad no salgo ni porque me paguen el triple del sueldo que recibo. Además, tengo que volver en dos horas a las puertas de la ciudad, cumplir con mi rutina de presentación, pasar mi identificación en...

—Ya basta, defensor –dijo el maestro. Y allí acabo la conversación.

INTERLUDIO

Diez horas después.

Estaban casi agonizando del frío. El Honrado y sus aprendices se relamían las heridas como si fuesen gatos. La casa, para colmo, no ayudaba. La única fuente de calor eran ellos mismos, por lo que tenían que pegar sus cuerpos el uno al otro.

No gozaban de agua caliente.

Tampoco de las comodidades de la realeza, ni los de la Logia, puesto que el gran Latrans Blanco había renunciado expresamente a ellos.

Era un estado de trance. El calor de sus cuerpos había bajado tanto, que no podían concentrarse en otra cosa que en recibir calor.

Calor… Calor... Calor... Calor... Calor... Calor... Calor... Calor... Calor... Calor... Calor... Debian realizar este ejercicio mental para recuperarse.

Calor... Calor… Calor… Calor... Calor... Calor… Calor… Calor…

Lucking empezaba a recordar lo que había soñado en la cúspide de la montaña Blanca y Pura. Pero no entero, puesto que todavía no había masterizado la técnica.

“I was dreaming about a lot of wolves. They trying to hurt me, but they only threat. They don’t come to me; they don’t try to kill me. I was in shock. I can’t move. Like a baby cat, or baby dog, or baby anything.

For sure, it was only a dream. For sure, I was hallucinating. I cannot remember anymore... I hear a lot of voices, some of them wanna help. Some of them wanna hurt. Some of them, I can hear, but they make no sound. It´s pointless”.

—Lucking, Ludwing, es suficiente. Hora de entrenar. Nuestros cuerpos ya han recobrado el calor y la energía suficiente. Empiecen con la rutina, y ya saben, no quiero ni novecientas noventa y nueve, ni mil y una. Cumplir con las condiciones especificadas por los Honrados, es lo que... –El maestro se distrajo. A los alumnos no les gustaba eso, pues sabían que significaba algo. Hacer perder la concentración a un Honrado era sumamente difícil, siempre estaban en el camino, in the path, guiados por la fuerza. Y el gran Latrans Blanco no era la excepción. De hecho, era el que más respeto tenía entre toda la Logia y, por consecuencia, en todo Valcross. El rey Valrrum a pocos de sus servidores les permitía el privilegio de sentarse frente a él.

Ludwing sentía adrenalina. Ya había escuchado a los intrusos.

Lucking, por su parte, se sentía perturbado. Era una sensación más extraña que el miedo. Y a la que tenía más temor. Porque el miedo, habría provocado en él que huyera del lugar, y se hubiese puesto a salvo atrás de las enormes murallas de la ciudad. Pero no. Estaba perturbado, y la perturbación de la templanza iba en contra de los principios de los Honrados. Por eso debía luchar contra ello, aunque le pareciera casi imposible.

—En formación lineal –dijo el maestro.

—Puedes hacerlo, Lucking –le dijo su hermano, sintiéndolo.

En un silencio ensordecedor, formaron. Y marcharon siguiendo los pasos del Latrans. Él era implacable y, desde que se había convertido en Honrado, siempre salió victorioso. Siempre.

Recién a los quince minutos se escucharon las primeras señales de alerta propiciadas por los defensores, pero la formación lineal ya era la vanguardia de la contraofensiva.

—Una bífida, maestro –dijo Lucking.